jueves, 31 de mayo de 2018

Presa del Demonio

Capítulo 6. La línea


“De un tiempo a esta parte, me cuesta tanto, tanto, tanto, me cuesta tanto no amarte.”
Ismael Serrano

Dariel no quería ir a trabajar. Cualquier cosa antes que alejarse de los cálidos brazos que lo envolvían cuando se despertó. Evar dormía plácidamente junto a él, con una de sus piernas entrelazada con las suyas. Su rostro era sereno, nunca lo había visto tan tranquilo.
Lo invadió una inesperada ola de ternura cuando hizo amago de levantarse y él se lo impidió, acurrucándose más contra él. ¿Cómo era posible que un demonio le pareciera tan irresistible?
Sonriendo, le besó en los labios hasta que Evar le respondió, ya despierto.
—Me gusta que me despiertes de esa forma —le dijo mientras lo colocaba sobre su cuerpo y recorría su espalda con ambas manos, en unas caricias lujuriosas que lo excitaron de inmediato.
El deseo que sentía por él no dejaba de sorprenderlo; era tan ardiente e intenso como íntimo. Jamás se había sentido así con ninguna otra persona.
—Lamento despertarte, pero tengo que ir a trabajar y quería avisarte.
Evar asintió y se sentó en la cama, colocándolo a horcajadas sobre él.
—Te acompaño.
—No es necesario…
—Yo también tengo que trabajar. Tengo que protegerte, ¿recuerdas?
La forma en que murmuró esas palabras le llegó a lo más hondo. Más que un trabajo, parecía que tuviera un interés especial en él, como si fuera alguien importante para él…
Sacudió la cabeza, incrédulo. ¿En qué demonios estaba pensando? Parecía una adolescente babeante por el chico más guapo del instituto, y él no era así. Nunca había deseado una relación, nunca había querido tener un vínculo tan estrecho con nadie. Y aun así, estando con Evar esos días… Se había acostumbrado a él.
Intentando apartar esos extraños sentimientos, se levantó seguido de Evar y ambos se vistieron antes de ir en la moto del demonio hasta su trabajo. Una vez frente al edificio, Dariel se detuvo y dejó escapar un largo suspiro.
Evar percibió su malestar.
—¿Ocurre algo?
—Odio mi trabajo.
El demonio frunció el ceño.
—Si las cámaras te encantan, tienes un montón en tu habitación.
—Ya, no es por eso.
—¿Entonces?
Dariel movió la cabeza de un lado a otro y fue hacia el edificio. Evar lo siguió con la cabeza ladeada y cierta inquietud. No le gustaba ver al semidiós de esa forma, con la cabeza gacha y el cuerpo tenso, en una postura sumisa que no había mostrado en ningún momento con él.
Dispuesto a descubrir lo que le sucedía, fue tras él. En el ascensor, se encontraron con April, quien tenía una enorme sonrisa de oreja a oreja a pesar de que solo había dormido un par de horas en toda la noche.
—Buenos días, chicos. ¿Qué tal anoche? —les preguntó con una sonrisa cómplice.
Dariel se sonrojó intensamente, pero en cuanto Evar le cogió la mano y le dio un ligero apretón, se relajó.
—Creo que le incomoda hablar de eso —dijo el demonio en su lugar.
April dejó escapar una risilla risueña.
—Está bien, no importa, me basta con saber que no le has hecho nada raro y pervertido.
Esta vez, Dariel esbozó una sonrisa torcida.
—Pervertido sí que fue un poco —comentó, mordaz.
Evar le respondió con una mirada traviesa.
—Pero te gustó, ¿no?
—Más de lo que esperaba.
Antes de que pudiera hacer nada por evitarlo, Evar se inclinó para darle un beso demasiado rápido para su gusto. April dejó escapar un gritito emocionado cuando el timbre del ascensor anunció que había llegado a la planta donde Dariel y April trabajaban.
El semidiós miró a April.
—¿Podrías encargarte de Evar mientras estoy en la cámara? No creo que pueda acercarse al plató.
—Claro, descuida.
Dariel asintió y se dirigió a Evar.
—Ve con ella, estaré bien.
El demonio le acarició la mano imperceptiblemente. Ese gesto cariñoso de ánimo se le clavó en lo más profundo del corazón.
April le dio unas palmaditas en el brazo.
—No dejes que te machaquen.
Dariel acogió la frase de ánimo que April le dedicaba todos los días antes de trabajar y se dirigió a la cámara, rezando por que al menos esa semana fuera un poco más soportable que la anterior.
Por otra parte, Evar siguió a la humana con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir con que le machaquen? —Su mirada se oscureció de forma amenazadora y sus músculos se tensaron al máximo—. ¿Acaso alguien va a hacerle daño?
April se giró y le dedicó una mirada llena de tristeza.
—No, normalmente nadie le hace daño, pero a la gente de aquí no les gusta Dariel.
Eso solo logró confundirlo más.
—¿Por qué motivo?
—Fíjate bien.
Evar lo hizo. De inmediato, sus poderes demoníacos percibieron la hostilidad en el ambiente. Al ser un demonio de Lucifer, reconoció de inmediato los pecados que cada uno de ellos estaba cometiendo. Las mujeres miraban a Dariel con lujuria, a pesar de que este iba vestido con su habitual camiseta de manga larga holgada y con unos pantalones de chándal de lo más horteras, además de unas zapatillas que dudaba mucho que hubieran conocido tiempos mejores.
Los hombres, en cambio, tenían envidia. Eran conscientes del deseo que sentían las mujeres por Dariel y eso despertaba unos celos intensos. Eso los estaba cegando y no veían que Dariel ignoraba a todo el mundo mientras preparaba el equipo de su cámara. Solo veían a un hombre condenadamente guapo y atractivo que intentaba hacerse el interesante, que quería acostarse con todas las mujeres allí presentes sin importarles que fueran sus hermanas, primas, novias o las chicas que les gustaban.
Evar quiso matarlos a todos. A los hombres por atreverse a tratar con tanto desprecio a Dariel y a las mujeres por intentar seducirlo.
—Los odio a todos —gruñó.
April le sonrió.
—Ya somos dos —dijo con un suspiro mientras lo guiaba a una especie de oficina con un cristal panorámico que daba al plató. Las mesas eran alargadas y estaban plagadas de ordenadores con personas que vigilaban los índices de audiencia.
Nada más entrar Evar, todas las cabezas se giraron hacia él. Los hombres apartaron rápidamente la mirada, intimidados por su imponente presencia, mientras que las mujeres se quedaron con la boca abierta.
April lo señaló con una mano.
—Este es Evar, un amigo mío. Va a quedarse aquí todo el día, así que, chicas, no le miréis demasiado, ya está cogido.
—Con ese cuerpo era de suponer —dijo una mujer bajita con gafas muy mona. Al inspeccionarla con la mirada, Evar se percató de que era una persona de buen corazón.
Bien. Un mortal menos al que quería eliminar de toda aquella maldita planta.
Todo el mundo se puso en marcha. Evar se sentó junto a April mientras vigilaba atentamente a Dariel y a todo aquel que intentara dañarle de la más mínima forma posible. Se percató de inmediato del odio que desprendía Howard York, el presentador, y de la excitación incontrolada de Megan hacia Dariel.
No supo quién de los dos le cayó peor, pero le habría encantado pedirle a Lucifer que le dejara un par de horas con ellos en el Acantilado de los Encadenados.
Cuando empezaron a grabar, Evar se tranquilizó un poco. Todo el mundo se concentró en el trabajo, y percibió el alivio de Dariel. Al parecer, esos eran los pocos momentos en los que podía disfrutar de algo de paz en su trabajo.
Bajó la vista y frunció el ceño. Había visto esos DVD o como se llamaran en casa de Dariel, todos ellos sobre viajes, culturas, animales, historia… Él no acababa de entender esas cosas, pero por lo que estaba oyendo en el plató, no tenía la sensación de que fuera eso lo que Dariel quería hacer en su vida.
Su expresión no era como cuando cocinaba o como cuando cogió su cámara el sábado para salir a grabar su entrenamiento.
Tal vez pudiera hablar con Lucifer para arreglar aquello…
No apartó la vista de él hasta que el director hizo un movimiento con el brazo y todos pararon. Vio cómo Dariel recogía rápidamente su equipo y miraba a su alrededor, como si temiera que alguien se acercara en cualquier momento.
Evar se enfureció. Nadie debería sentirse inseguro en su trabajo; no, mejor dicho, nadie tendría que hacer que otra persona se sintiera acosada.
Apretó la mandíbula cuando vio que una mujer se acercaba con una sonrisa coqueta a Dariel. Se levantó de un salto, sobresaltando a April.
—¿A dónde vas?
—A terminar con esta mierda —dijo mientras se dirigía a la salida.


Dariel rechazó la invitación de Mary de comer con ella alegando que tenía un problema estomacal bastante asqueroso. Volvió a sentir las miradas lascivas y de completo desprecio sobre él y suspiró. Sin pensárselo dos veces, y sin coger siquiera su mochila, se dirigió a la salida del plató lo más rápido que pudo, esperando evitar a todo el mundo.
Dariel.
Por poco pegó un salto al oír la voz de Evar en su cabeza. Había olvidado que también estaba allí.
¿Evar? ¿Qué ocurre?
¿Puedes salir de ahí?
Sí, ¿por qué?
Tú hazlo.
Dariel obedeció. Nada más salir, se encontró con el imponente y majestuoso demonio. Ese día llevaba puesta una fina camiseta de manga larga que se había remangado hasta los codos. Los dos primeros botones del cuello estaban desabrochados, dejando así una porción de su pecho al descubierto. Los pantalones vaqueros estaban ajustados a sus muslos y a su pecaminoso trasero, y llevaba unas botas de motero que remarcaban ese aire rebelde y salvaje que siempre lo acompañaba.
Tenía los brazos cruzados, aumentando así su postura de tío duro, y sus músculos estaban tan tensos que eran perfectamente visibles en su ajustada ropa.
Dariel no lo había visto tan sexy como hasta ese momento. Parecía un dios de la guerra, y no pudo evitar preguntarse si con una armadura estaría aún más impresionante.
Los ojos de Evar se oscurecieron cuando le preguntó:
—¿Cuánto tiempo tienes de descanso?
La pregunta lo desconcertó, pero respondió igualmente:
—Treinta minutos, pero siempre me llaman después de diez. ¿Por qué?
El demonio lo cogió de la mano y tiró de él.
—Es más que suficiente, ven.
Lo siguió sin tener la menor idea de lo que pretendía. Evar lo llevó al baño de hombres y, una vez allí, se dirigió al último compartimento, que abrió antes de meterse dentro con él.
Iba a preguntar qué diablos estaba pasando cuando Evar se apoderó de su boca. El beso fue tan ardiente y apasionado que no pudo hacer nada para resistirse. Abrió los labios y los movió contra los suyos con el mismo ardor mientras pasaba los brazos por su cuello y lo apretaba contra él.
Lo oyó gruñir cuando pasó las manos por debajo de su camiseta, acariciando su vientre y ascendiendo hasta encontrar uno de sus endurecidos pezones. Lo cogió con dos dedos y lo estimuló antes de deshacerse de su prenda, dejándolo desnudo de cintura para arriba, y atraparlo con la boca.
Dariel se arqueó al sentir cómo sus dientes le rozaban el pezón, enardeciéndolo al instante. Con un gemido, le quitó la camiseta y pasó las manos por su ancha espalda, pegándolo a él y suplicando en silencio más caricias. Evar gruñó satisfecho y centró toda su atención en su cuello. Sus manos, sin embargo, le desabrocharon el cinturón y le bajaron la cremallera.
Jadeó de placer al sentir sus dedos en los testículos. No sabía que pudiera sentir tanto placer en esa parte de su cuerpo, más aún cuando su mano rozaba levemente su miembro, endurecido por el deseo.
—Evar… —gimió contra sus labios cuando lo besó. Le necesitaba ahora mismo, necesitaba que lo hiciera suyo de una forma u otra. Jamás había querido entregarse a otra persona, pero entre los brazos de ese demonio, todo carecía de lógica.
O tal vez todo tuviera más sentido que nunca. De alguna forma, sabía que Evar jamás haría algo que él no deseara, que no le haría daño de ninguna de las maneras. Por todos los dioses, tener esa certeza hacía que quisiera darle algo que no había entregado a nadie, una parte de sí mismo que nadie conocía.
Estaba a punto de pedírselo cuando oyó la puerta del baño abrirse de golpe.
—¡Bellow!, se acabó el descanso, ven ahora mismo —gritó Michael.
Dariel hizo amago de obedecer, pero Evar lo detuvo.
Espera —le pidió mentalmente.
¿Por qué?
Confía en mí.
A pesar de que tenía sus dudas, hizo lo que Evar decía. Michael comprobó las puertas de los compartimentos hasta que dio con la que estaban. Llamó furiosamente a la puerta.
—¡Deja de hacer el vago, Bellow, vamos!
En ese momento, Evar se interpuso entre él y la puerta antes de abrirla con brusquedad y una cara de pocos amigos que asustó a Michael.
—¿Qué coño quieres? —le preguntó con un gruñido amenazador.
Michael miró a Evar y a Dariel y se sonrojó. Entonces, él fue consciente de cuál era su aspecto. Evar le había quitado la camiseta y tenía los pantalones desabrochados, además de los labios hinchados y el rostro enrojecido. Igualmente, Evar también tenía el pecho al descubierto.
Era obvio lo que habían estado haciendo Evar y él.
Michael empezó a balbucear.
—Tú… Él… Vosotros… —Los miró primero a uno y después a otro, una y otra vez. Cuando pareció asimilar lo que había interrumpido, dio un paso atrás—. Esto… Yo…
—A Dariel aún le quedan veinte minutos —dijo Evar antes de lanzarle una mirada hambrienta a su amante que no le pasó desapercibida a Michael—. Y, créeme, va a estar muy ocupado durante ese tiempo, así que no vuelvas a molestarnos hasta que tenga que trabajar —dicho esto, cerró de un portazo.
Michael se marchó casi corriendo del baño.
Dariel miró a Evar con los ojos como platos, incapaz de decir nada. El demonio le dedicó una sonrisa satisfecha.
—Ahora dejemos que el rumor se extienda. Una vez las mujeres comprendan que estás conmigo, nadie tendrá por qué molestarte, ¿verdad?
El corazón se le encogió al comprender lo que había hecho. Estaba intentando ayudarle. Había notado la forma en que lo trataba todo el mundo y había montado aquella escena para que le dejaran tranquilo.
No se había conmovido tanto su vida.
—¿Qué pasará si no funciona?
Evar esbozó una sonrisa diabólica.
—Lo haremos por las malas. Los encerraremos en la planta y le prenderemos fuego. Solo salvaremos a April, Matthew y unos pocos más.
Dariel soltó una risotada. ¿Acababa de reírse? Hacía mucho tiempo que no lo hacía, y le sentó tan bien que se sintió eufórico.
—Gracias, Evar. —Y sin decir nada más, tiró de él para besarle.
Le besó con ternura, lleno de agradecimiento. Evar le devolvió el beso con la misma dulzura, despacio, saboreando el momento. Dejó que sus manos vagaran por su torso desnudo, que le recorrieran la espalda y que se enredaran con su cabello. Él imitó sus caricias, deseando poder darle tanto placer como él le daba cada vez que lo tocaba.
Fue un momento íntimo, uno que hizo que Dariel se sintiera como nunca; a salvo de cualquier cosa, seguro de sí mismo y de todo cuanto sentía. Seguro de lo que quería. Y a quién.
Darse cuenta de que se estaba enamorando de Evar tendría que haberlo asustado, pero no lo hizo. Ahí, abrazándolo, le pareció algo tan natural como respirar.
La puerta del baño se abrió de nuevo, esta vez con más suavidad. Dariel y Evar se separaron, conteniendo la risa al escuchar los tímidos pasos de Michael. Sus nudillos repiquetearon la puerta con tan poca fuerza que apenas se escucharon.
—¿Dariel? —susurró—, siento… esto… interrumpir otra vez pero… quedan cinco minutos.
Dariel y Evar intercambiaron sonrisas cómplices. De un salto, y sin molestarse en ponerse la camiseta, Dariel se asomó por encima de la puerta y le sonrió a Michael.
—Ya voy, tranquilo.
El hombre suspiró aliviado y sonrojado y salió de allí.
Dariel bajó y se vistió.
—¿Sigue en pie lo de quemar la planta si no sale bien?
Evar le lanzó una sonrisa pícara.
—En realidad, provocar un incendio era mi primera opción, pero la idea de desnudarte era demasiado tentadora.
Él sonrió y volvió a besarlo en los labios.
—El día es largo, tienes tiempo de sobra para hacerlo.
Los ojos del demonio brillaron.
—¿Intentas seducirme?
—Ya lo he hecho.
Su sonrisa se ensanchó.
—Tendrás sangre de ángel, pero eres un diablillo.
Dariel rio y salió del baño seguido de Evar. Cuando llegó al plató, todos le miraban con los ojos como platos, probablemente ya enterados gracias a Michael de lo que había estado haciendo con Evar.
Este lo cogió por la cintura y plantó un beso en la boca que lo dejó sin sentido. No podía ser que un demonio besara tan condenadamente bien, no era bueno para su salud mental.
Cuando se separaron, el Nefilim le dio un apretón en el trasero que todo el mundo vio y le guiñó un ojo antes de marcharse con April.
Avísame si quieres que los quememos, sabes que estaré encantado.
Dariel negó con la cabeza y se dirigió a su puesto con una sonrisa en los labios. Hasta que no estuvo junto a su cámara, no se dio cuenta de que Michael y un par de hombres más se habían acercado a él. Parecían avergonzados y arrepentidos.
—Dariel, tenemos algo que decirte.
Él esperó con los brazos cruzados y cara de pocos amigos.
—¿Qué?
Se miraron los unos a los otros y, finalmente, Michael dijo:
—Queremos pedirte disculpas por nuestro comportamiento. No tendríamos que haberte tratado así cuando estaba claro que no tenías intención de… bueno…
—¿De meterle mano a vuestras novias y hermanas?
Todos asintieron con la cabeza gacha. Dariel suspiró.
—Escuchad, me da igual. Yo solo quiero trabajar tranquilo, y que cuando vuelva a casa no preocupe a mi pareja, porque se da cuenta de que aquí no me va bien.
—¿Se dio cuenta?
—¿Por qué creéis que ha venido aquí?, a solucionar todo esto y, de paso, marcar su territorio.
Michael y los demás suspiraron tranquilos.
—Lo sentimos mucho, de verdad. Nunca imaginamos que eras… Bueno, ya sabes.
Dariel cruzó los brazos.
—¿Puedo saber el motivo?
—Eh… Pues… En fin, no eres muy… —Hizo una pausa, un tanto incómodo, y luego añadió en voz baja—. Ya sabes, afeminado.
—No necesito serlo para que me gusten los hombres. Y puedo asegurarte que Evar no tiene nada de afeminado.
—De eso ya nos hemos dado cuenta… —murmuró mirando el lugar por donde Evar debía estar observándolos a todos.
Dariel se encogió de hombros.
—En fin, ya sabéis lo que hay. Hacedme un favor y dejadme hacer mi trabajo en paz. Así nos llevaremos todos bien y, si queréis un consejo, controlad a vuestras mujeres. Porque si tiene que hacerlo Evar, tendrán que buscarse otro trabajo.
Los hombres asintieron vehementes y corrieron a sus puestos.
Una sonrisa se le escapó.
Gracias, Evar —le dijo, agradecido de verdad.
El demonio ronroneó en su mente.
Ha sido un placer, aunque es una lástima que no haya tenido que recurrir al fuego. Habría sido muy divertido.
Dariel rio entre dientes y se puso a trabajar. El resto del día fue muy agradable, especialmente cuando todo el mundo se despidió de él con pequeñas sonrisas llenas de timidez. Cogió su mochila y se dispuso a reunirse con Evar cuando los York se plantaron frente a él.
—Dariel, ¿tienes un segundo? —le preguntó Howard con una mueca.
Él dio un paso atrás, desconfiado.
—¿Qué queréis?
Megan lo miró con ojos llenos de culpa.
—Queremos pedirte disculpas por todos los problemas que te hemos causado.
—Sí —coincidió Howard—, no sé qué me pasó. Supongo que fueron los celos. De todos modos, te juro que jamás te habría puesto la mano encima si hubiera sabido que… Bueno, que eres de la otra acera.
En fin, no era la mejor justificación que había oído, pero que Howard York se disculpara era tan raro como ganar la lotería. Así que, en cierto modo, debería sentirse afortunado.
—Ya no tiene importancia. Está todo aclarado, por lo que propongo que nos olvidemos de esto y nos dediquemos a hacer nuestro trabajo.
—Hablando de eso —comentó Megan, mirando a su esposo—, hemos hablado con el director y queremos compensarte por cómo te hemos tratado. Nos gustaría recomendarte como presentador en uno de nuestros programas.
Dariel frunció el ceño.
—¿Cómo?
—En tu currículum, vimos que además de periodismo hiciste una pequeña carrera de gastronomía. El director está buscando a un presentador para un programa culinario y nos gustaría que te presentaras a las pruebas.
Vaya, eso sí que era totalmente inesperado. En el fondo, se sintió tentado de aceptar, pero después de lo que Evar había hecho por él, tenía la sensación de que aún podía cumplir su sueño.
—Os estoy muy agradecido, pero debo rechazar vuestra oferta.
Howard y Megan se miraron.
—No lo comprendo.
—No me gusta estar frente a las cámaras, me gusta más grabar. Se me da bien y me gusta.
Iban a decir algo más, pero cerraron la boca al instante. Dariel no tardó en comprender el motivo cuando un brazo fuerte envolvió su cintura en un gesto posesivo.
—¿Has acabado ya, Dariel? —le preguntó Evar con un gruñido sin dejar de mirar a los York.
—Sí.
—Bien. —Se dirigió a Megan—. Tú, este hombre es mío y solo mío, así que no vuelvas a acercarte. —Sin prestarle la más mínima atención a la cara que puso la mujer, se volvió hacia Howard—. Y tú, como vuelvas a golpear a Dariel, mis puños y tú tendréis una charla muy larga —y dicho esto, se lo llevó del plató.
No lo soltó hasta que salieron del edificio, donde les esperaba una sonriente April.
—Evar, eres alucinante.
El demonio sonrió, orgulloso.
—Lo sé, por eso Dariel está locamente enamorado de mí —le dijo, guiñándole un ojo.
Dariel rio, aunque por dentro notó un pinchazo en el corazón. Sí, empezaba a enamorarse de Evar y, ahora que no estaba bajo la influencia de sus besos, tenía miedo. ¿Cómo iba a sobrellevar aquello? Cuando estaba junto a él, parecía todo tan normal… y, sin embargo, no creía que pudieran tener un futuro juntos.
¿O tal vez sí?
No, no lo sabía, no tenía forma de saberlo.
Decidió aparcar esos pensamientos a un lado. Enamorado o no, Evar acababa de hacer que su vida fuera un poco mejor de forma totalmente desinteresada. Lo mínimo que podía hacer era compensarle.
—Bueno, ¿qué vais a hacer ahora? —les preguntó April.
—Voy a llevar a Evar a ver una película en 3D —dijo, mirando al demonio con una sonrisa—. Aún no has visto ninguna, ¿no?
—No —respondió con los ojos relucientes de curiosidad.
April hizo un puchero.
—Eso está muy mal, Evar. Eres un ricachón, tendrías que hacer cosas como ir a tomar el sol a Sicilia todos los días, dormir en una cama llena de dólares o cagar en un retrete de oro macizo.
Dariel rio mientras que Evar trataba de asimilar toda la información. Conocía tan pocas cosas del mundo humano…
—En fin, divertíos. Te veré mañana, Dariel —April se despidió de ellos y se fue en su coche camino a casa para cenar con sus sobrinos.
Dariel y Evar, por otro lado, se fueron en la moto de este a casa. Una vez allí, Evar le preguntó:
—¿Qué es eso del 3D?
Dariel alzó una ceja.
—¿Sabes acaso lo que es una película?
—A Lucifer le encantan las series de televisión. Pero no estoy familiarizado con el 3D.
—No te preocupes, pronto lo descubrirás. Estoy deseando ver tu cara cuando lo descubras —le dijo mientras se dirigía al cuarto de baño—. Oye, voy a darme una ducha y nos vamos.
—De acuerdo.
Entró en el aseo y se miró al espejo. Una sonrisa cubrió su rostro. Ahora que ya no tendría problemas en su trabajo, podría hacer algo que llevaba deseando desde hacía mucho tiempo.


Evar curioseó los canales de televisión hasta que finalmente se quedó mirando un reportaje sobre la religión. No fue una buena idea, le puso de mal humor escuchar cómo los humanos hablaban de Lucifer, de los ángeles caídos y de los demonios.
Los humanos deberían estarles más agradecidos. De no ser por ellos, las almas malvadas estarían campando a sus anchas por su mundo, envenenando a otros mortales y contaminándolos, susurrándoles al oído que hicieran daño a otras personas.
De todos modos, eso no importaba. Siempre había sabido que los humanos los veían como seres malvados, razón por la que no le gustaba ir al mundo de los vivos. Porque si se le iba la mano, podría cargarse a alguno sin querer…
Entonces, oyó que la puerta del baño se abrió y giró la cabeza para ver a Dariel. Seguro que él podía calmarlo, le bastaba con echarle un vistazo a su increíble cuerpo para que olvidara todas sus preocupaciones.
Sin embargo, lo que vio hizo que se sentara de un salto y aferrara con ambas manos el borde del sofá hasta que los nudillos se le volvieron blancos.
Dariel estaba cambiado. Se había peinado su pelo rubio y afeitado la perilla, de forma que sus hermosas facciones y sus brillantes ojos azules quedaban totalmente al descubierto. Ya no llevaba la ropa holgada de siempre, sino una camiseta azul marino sin mangas que se ajustaba a su torso y delineaba una ligera tableta de chocolate y unos vaqueros que se pegaban a su trasero y a sus muslos. Había remplazado también sus viejas zapatillas por otras deportivas recién salidas de la caja.
Estaba para comérselo, para devorarlo de arriba abajo y otra vez mientras le suplicaba retorciéndose que le hiciera el amor de mil formas distintas.
—¿Qué? ¿Cómo estoy?
“La única forma de que estés más bueno es desnudo”, pensó Evar mientras sus ojos se oscurecían de deseo y notaba que su erección rugía dolorosamente. Mierda, mierda, mierda, cálmate…
—Dariel…
La voz adolorida de Evar llamó de inmediato la atención del semidiós.
—¿Qué te ocurre? —preguntó, preocupado de repente.
Cuando el demonio alzó la cabeza para mirarle, vio que le habían salido los colmillos. Pero lo que hizo que se estremeciera fueron esos ojos castaños nublados por una pasión tan ardiente que ni todos los océanos del mundo podrían apagarla.
—Corre —le dijo con voz ronca.
Antes de que Dariel pudiera comprender esa palabra, Evar se abalanzó sobre él y lo tiró al suelo. Incapaz de reaccionar, el demonio se apoderó de sus labios, logrando así que toda la habitación diera vueltas. No se resistió a él, le devolvió el beso con la misma ferocidad, enterrando las manos en su pelo y frotándose descaradamente contra él. Evar gimió en su boca y le arrancó la camiseta.
Tendría que haber sentido pena por ella, ya que la estaba guardando para cuando pudiera volver a vestirse como una persona normal, pero no fue así en absoluto. Le rasgó su propia camiseta, anhelando sentir su ardiente piel desnuda contra la suya. Evar jadeó en su boca cuando Dariel le rozó los colmillos con la lengua y después enterró sus labios en su cuello. El roce hizo que se arqueara y gimiera su nombre.
Entonces, Evar dirigió sus manos a la cinturilla de los vaqueros y se los bajó a base de tirones. Una vez desnudo, él hizo desaparecer su ropa. Dariel suspiró cuando se fundieron en un apasionado abrazo mientras se devoraban el uno al otro, acariciándose piel contra piel. Dariel se sintió especialmente ansioso cuando el miembro de Evar se frotó con su trasero.
En esos momentos, los recuerdos de su pasado estaban totalmente cubiertos por la neblina del deseo, por lo que respondió a sus caricias, anhelando unirse a él en cuerpo y alma.
—Dariel… —gimió Evar. Se había arqueado contra él, totalmente aturdido por el fuego de la pasión—, tienes que detenerme, ahora.
¿Qué? ¡Y una mierda! No había estado tan caliente en toda su vida y ahora no podía quedarse así, tan cerca de un placer que estaba seguro sería lo más increíble que sentiría en su vida.
—No, Evar, quiero que sigas. Te deseo.
Evar jadeó y lo besó. Sus lenguas se entrelazaron en una danza erótica y sensual que solo consiguió excitarlos hasta un punto insoportable.
—Yo también te deseo —murmuró Evar con la voz más sensual que Dariel había escuchado nunca—. Con desesperación, con anhelo. No creo que haya habido nada que deseara más en toda mi existencia, necesito estar dentro de ti… Por eso tienes que detenerme.
Dariel soltó un grito cuando Evar lo mordió en el cuello, clavándole un poco los colmillos. Sin embargo, no le dolió, de hecho, no hizo más que aumentar el placer de sus caricias.
—No lo entiendo —jadeó.
—Quiero hacerte el amor tan fuerte y tan profundo que me suplicarás que no salga nunca de tu interior —gruñó Evar mientras su mano agarraba su miembro y lo acariciaba con rápidas embestidas. Dariel arqueó y rugió, anhelando más y más—. Estoy totalmente fuera de control, así no puedo penetrarte.
—Claro que puedes —gruñó él, frotándose contra su mano.
—Maldita sea, Dariel, ¡te haré daño!
En ese momento, lo miró a los ojos. Esas profundidades de color castaño estaban oscurecidas por un anhelo tan intenso que Dariel no quería negárselo, pero también vio miedo. Incluso en ese estado, fuera de control, Evar se preocupaba por su bienestar.
Apretando los dientes y resistiéndose al fuego que ardía entre sus muslos y que Evar seguía incendiando, usó sus poderes para lanzarlo al sofá e inmovilizarlo. Notó que Evar trataba de forcejear contra sus poderes, pero vio cierto alivio en sus ojos. Algo que no se podía decir de su miembro, al pobre tenía que dolerle como mil demonios.
Entonces, se dio cuenta de algo horrible. Desde que se conocían, Evar no se había corrido ni una sola vez. Siempre que se habían tocado, era a él a quien le daba placer, mientras que el demonio se quedaba sin nada. Sin pedir nada a cambio.
“Los Nefilim raras veces tenemos relaciones sexuales. Por eso, cuando sentimos el deseo, este es más intenso en nosotros que en las personas, y es difícil de controlar”, recordó sus palabras de la primera vez que se sintieron atraídos el uno por el otro.
¿Cómo había podido ser tan egoísta e insensible?
—Lo siento, Dariel —dijo de repente Evar. La culpa que inundaba sus ojos le sentó como una bofetada—. Cuando te he visto así, tan cambiado de golpe… —Se le escapó una mezcla entre gruñido y gemido—. Eres demasiado irresistible, no he podido controlarme.
Dariel hizo un gesto negativo con la cabeza mientras se acercaba.
—No, soy yo quien tiene que disculparse.
Evar no tenía ni idea de lo que el semidiós pensaba hacer con él. Solo sabía que verlo andando totalmente desnudo hacia él le recordaba a un dios erótico, uno de esos que en cuanto los veías te cautivaban, te hechizaban y te atrapaban. Y él ya no sabía cómo podría resistirse a Dariel.
Con Arlet no fue tan difícil. Al principio, sí, fue la primera vez que experimentó algo parecido, pero después le resultó mucho más sencillo controlarse. Con Dariel no sucedía lo mismo. Era desafiante, y no se dejaba dominar tan fácilmente, aunque después se entregara a él libremente. Sus caricias lo volvían loco, lo ponían al borde de su autocontrol, al límite de su naturaleza dominante.
Pero jamás le haría daño. Aunque tuviera que sufrir la hermosa visión de su cuerpo sin poder tocarlo, no haría nada que él no quisiera hacer.
Para su completa sorpresa, Dariel se sentó a horcajadas sobre él y lo besó. Evar se rindió al beso, dulce y apasionado a un tiempo. Notó sus manos enmarcando su rostro, acariciando con los pulgares sus mejillas, ligeramente ásperas por la barba de dos días. Le recorrió el mentón con un dedo y después deslizó sus labios hacia su cuello, donde se detuvo para explorarlo con la lengua.
Evar no recordaba haber estado tan excitado. Deseaba acariciar a Dariel por todas partes, besarlo hasta dejarlo sin sentido y hacerle el amor una y otra vez hasta que no pudieran moverse. Sin embargo, los poderes de Dariel lo tenían completamente inmovilizado, y el hecho de que él lo estuviera tocando sin que él pudiera hacer nada… le pareció lo más erótico que le habían hecho nunca.
Dariel descendió por todo su pecho, deslizando primero sus manos por este y su vientre y después sus ávidos labios. Por poco se sobresaltó al sentir su lengua en el pezón, lamiéndolo y mordisqueándolo. Se le escapó un gemido de puro placer, dejándose llevar con la seguridad de que Dariel lo contendría si no podía resistirse.
Su lengua siguió torturándole, descendiendo por sus costados y su vientre, hasta que Dariel se quedó arrodillado en el suelo, entre sus piernas. Evar gimió cuando le besó en las ingles y le plantó un mordisco en el muslo.
—Dariel…
El semidiós le lanzó una pícara sonrisa que le aceleró el pulso.
—¿Te gusta?
—Vas a matarme.
Él soltó una risilla.
—Esa es exactamente mi intención —y tras pronunciar esas palabras, Dariel rodeó su virilidad con la boca.
Evar jadeó y tensó todo el cuerpo, deseando moverse contra él pero sin poder hacerlo. Los labios de Dariel lo acariciaron con suavidad, muy lentamente, explorándole con la boca y la lengua poco a poco. Echó la cabeza hacia atrás y murmuró el nombre de su amante, que aumentó el ritmo de sus embestidas. Más rápido, más apasionado. Dariel le devoró como Arlet jamás lo había hecho, disfrutando por completo del placer que le estaba dando.
Entonces, sin previo aviso, estalló en llamas. Se quedó apoyado en el sofá, respirando profundamente mientras Dariel lo lamía suavemente, limpiando los rastros del orgasmo. Nunca se había sentido tan satisfecho, tan relajado y tan tierno hasta ese momento. Sencillamente, había sido perfecto.
—Dariel, suéltame. Ya estoy bien.
Él obedeció y se incorporó para comprobar que estuviera bien. Evar lo atrajo hacia sus brazos, colocándolo de nuevo en su regazo, y apoyó la cabeza en su pecho.
Dariel sonrió al ver a su demonio tan relajado. Todavía tembloroso por lo que le había hecho, descansaba y se apoyaba en él. Le acarició el pelo, a lo que Evar le respondió con un ronroneo que estuvo a punto de hacerle reír.
—Creo que lo he hecho bastante bien para ser mi primera vez.
De repente, Evar alzó la cabeza y lo miró con los ojos abiertos de par en par.
—¿Qué has dicho?
—Nunca había hecho esto con nadie.
—¿Ni siquiera con una mujer?
Dariel hizo un gesto negativo con la cabeza.
—¿Y por qué lo has hecho conmigo?
“Porque eres la única persona a la que he querido”, reconoció en su fuero interno. Pero, en vez de decírselo, lo besó en los labios y lo abrazó con fuerza, ocultándole así las emociones que había en sus ojos.
Evar percibió su malestar con el ceño fruncido. ¿Qué había pasado? ¿Qué era lo que había hecho que Dariel se sintiera tan mal de repente?
Le devolvió el abrazo y le besó en el pecho.
—¿Qué te ocurre?
“Que me estoy enamorando de ti y los dos sabemos que eso no puede acabar bien. Ni siquiera sé si quiero ir al infierno, y en cuanto yo tome una decisión, tú volverás a tu hogar independientemente de lo que yo elija”, pensó Dariel.
Ojalá pudiera quedarse con Evar. Ojalá él también lo amara. Pero después de lo que pasó con Arlet, dudaba que sucediera tal cosa.
—No es nada, solo estoy un poco cansado. —Esbozó una sonrisa un tanto forzada y se apartó de él—. ¿Vamos? Aún quiero ver la cara que pones cuando veas lo que es el 3D.
Evar sabía que le había mentido, y aunque en el fondo se sintió herido, decidió no ahondar más en el tema. No tenía ningún derecho a interrogarle, no le pertenecía ni era suyo, por mucho que deseara que fuera al contrario.
Lucifer tenía razón. Entre el amor y el deseo había una línea muy fina.
Con el corazón encogido, se vistió para acompañar a Dariel.


Dariel no se sintió en absoluto decepcionado después de ver la película. Evar había estado muy gracioso esquivando las armas que salían de la pantalla, incluso estuvo a punto de conjurar sus poderes para destruirla. Sí, había sido muy divertido y se había reído de buena gana a costa del demonio. Tendría que llevarlo más a menudo…
—No me gusta el 3D —gruñó Evar mientras salían por las puertas principales.
Dariel rio.
—¿Seguro? Yo creo que te lo has pasado en grande esquivando las flechas.
El demonio le miró con cara de pocos amigos.
—Podrían habernos matado.
—Es solo una película, ya te lo dicho.
—Esas cosas salían de la pantalla, no me gustan.
El semidiós negó con la cabeza y siguió andando. Hasta que se dio cuenta de que Evar no le seguía. Se había quedado muy quieto a un metro de él, con los ojos entrecerrados y el cuerpo en tensión.
—¿Qué ocurre? —le preguntó, usando sus poderes para inspeccionar la zona.
Evar lo miró a los ojos y le tendió el móvil.
—Ve a casa de inmediato y llama a Nico. Haz todo lo que te diga, él sabrá protegerte —tras esas palabras, dio media vuelta y se metió por un callejón.
La orden no le hizo ni pizca de gracia, pero tampoco quería ser un estorbo para Evar. Así que fue hasta el final de la calle y dobló una esquina para desaparecer… o lo habría hecho de no ser porque dos hombres se plantaron frente a él.
Ambos eran altos, aunque no tanto como él, y tenían una complexión atlética que sus trajes de ejecutivos no lograban disimular del todo. De cabello rubio corto y ojos azules, tenían una facciones agradables a primera vista, dulces y amables incluso.
Sin embargo, a Dariel le dieron mala espina.
—¿Quiénes sois?
El de la derecha le dedicó una sonrisa extraña.
—Somos Hezron y Omar. Hemos venido para llevarte a casa.
Dariel retrocedió un paso, cauteloso. No, esto no tenía buena pinta, y por la forma en que sus ojos azules brillaban, juraría que lo que querían de él no era nada bueno.
—¿A casa?
—Al Cielo, por supuesto. Junto a Dios.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Presa del Demonio

Capítulo 5. Alas


“Eres un ángel que muerde la noche,
para no desgarrar mis alas.”
Alejandro Lanús

Despertó cuando los rayos del sol se filtraron por la ventana de su habitación, iluminando la pequeña estancia e incordiando sus ojos. Los cerró con fuerza e intentó cambiar de postura, pero algo lo tenía firmemente cogido por la cintura. Se cubrió la cara con la mano y observó el brazo de tono tostado que lo abrazaba, pero no fue eso lo que lo sobresaltó. Una gigantesca ala de color chocolate con finas pinceladas doradas tapaba su cuerpo desnudo.
—¿Dariel?
Esta vez, el brazo que lo mantenía sujeto aflojó su agarre y permitió que se girara lo suficiente como para encontrarse con Evar. Un sonrojo cubrió sus mejillas. El demonio estaba completamente desnudo, dejando así descaradamente al descubierto su magnífico torso musculoso, así como sus largas y masculinas piernas y su miembro erecto. Con la cabeza apoyada sobre uno de sus brazos y las alas plegadas, habría sido el ángel más sexy sobre la faz de la Tierra si no fuera porque sabía que era un demonio.
Sus ojos castaños tenían un brillo inquieto.
—¿Cómo te encuentras?
Dariel no respondió, estaba demasiado ocupado devorando ese pecaminoso cuerpo con los ojos. De repente, recordó lo que Evar y él estuvieron haciendo anoche. Su rostro se convirtió en un tomate por la vergüenza.
—Yo… Sobre lo de anoche…
—No me has respondido.
Su tono imperioso le hizo fruncir el ceño. Evar parecía preocupado, a juzgar por su postura tensa y la forma en que lo miraba fijamente a los ojos.
—¿Por qué lo preguntas?
Evar se sentó en la cama sin dejar de cubrirle con una de sus suaves alas.
—Anoche, cuando te toqué… te caíste del sofá y empezaste a temblar.
Esas palabras confundieron a Dariel.
—¿En serio? ¿Por qué? ¿Dónde me tocaste?
El demonio hizo una mueca y se acercó más a él. Alzó una mano y le cogió una nalga. Dariel estalló en llamas nada más sentir su caricia, al menos hasta que sus dedos se aproximaron a una zona que no estaba preparada en absoluto para lo que Evar estaba a punto de hacer.
Se apartó bruscamente, recordando de repente la razón por la que no quería que lo tocara ahí. Inevitablemente, su cuerpo tembló ligeramente, momento en que Evar cogió su rostro entre sus manos y lo obligó a mirarlo a los ojos. Los suyos volvían a ser brillantes por las malditas lágrimas.
Habían pasado muchos años desde entonces, pero aún no había olvidado lo que sintió durante todo aquel tiempo. Tres años. Tres malditos años sufriendo y aguantando, rezando por poder salir de allí cuanto antes y huir para siempre.
—Dariel, mírame.
Él hizo un gesto negativo con la cabeza, intentando apartarse, pero Evar no se lo consintió.
—Dariel, por favor.
Esta vez, al oír su tono suplicante, obedeció. El demonio nunca le había parecido tan humano como hasta ese momento, a pesar de las alas que aún lo cubrían. Su rostro estaba demacrado por la inquietud, tanto que Dariel sintió el impulso de tranquilizarlo pero, antes de que pudiera hacerlo, Evar le acarició las mejillas y se inclinó muy despacio para rozarle los labios.
Dariel se derritió por dentro. A pesar de los amargos recuerdos que aún golpeaban su mente, disfrutó del beso. No era ardiente y apasionado como lo había sido siempre, era una sencilla caricia tierna, de consuelo y afecto.
Cuando se separaron, Evar lo abrazó con los brazos y las alas. Dariel, sin estar muy seguro de dónde estaba su orgullo masculino, se dejó hacer y permitió que le acariciara el pelo.
—¿Quieres hablar de ello? —le susurró en voz baja.
Dariel se tensó por un instante, pero se relajó al sentir que la mano de Evar se deslizaba suavemente por su espalda. Cerró los ojos y se apoyó en su pecho, dejando que la caricia lo calmara.
—No.
El demonio asintió y, durante una hora entera, no se movieron de donde estaban. Evar no ahondó en su pasado, algo que agradeció profundamente y que lo sorprendió. Jamás habría pensado que los demonios pudieran ser tan considerados, aunque teniendo en cuenta la forma en que se puso Evar cuando se enteró de que Nico le había contado lo de Arlet, tampoco debería extrañarle.
Después, Dariel decidió despejarse dándose una ducha rápida. Percibió la presencia de Evar al otro lado de la puerta, paseándose de un lado a otro, todavía inquieto. No pudo evitar sentirse un tanto conmovido. Que él recordara, nadie se había preocupado tanto por él. Desde su infancia había sido un chico solitario, por lo que no había tenido muchos amigos, y cuando descubrió sus poderes, no le fue mejor.
Las únicas amistades que había tenido realmente eran April y Matthew.
Al salir del baño, se topó con Evar. Se había vestido con unos vaqueros oscuros y una camiseta blanca de manga corta, y sus alas habían desaparecido.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Dariel asintió y, un tanto avergonzado, murmuró:
—Gracias por lo de antes.
Evar inclinó levemente la cabeza y le acarició una mejilla áspera por la ligera barba con los nudillos. Casi se le cerraron los ojos. No entendía cómo podía permitir que lo tocara de esa manera… Bueno, sí, claro que sabía que le encantaba que lo acariciara, pero seguía sin saber por qué no se resistía.
Tal vez aún necesitara un poco de contacto humano después de todas las cosas desagradables que había recordado ese día.
Entonces, el demonio se apartó y fue al salón. Dariel lo siguió al ver que se dirigía allí decidido.
—Tu amiga humana ha llamado mientras te duchabas. Quería saber si esta noche te apetecía salir. —Hizo una pausa con una ligera sonrisa divertida en los labios—. Le ha sorprendido mucho que estuviera aquí y me ha preguntado el motivo. No sé por qué, pero tengo la sensación de que ha malinterpretado nuestra relación.
Dariel lo miró con cara de pocos amigos.
—¿Qué quieres decir?
—Creo que piensa que, como yo no tengo casa aquí y te salvé de esos supuestos atracadores, me has compensado con… ciertos placeres. —La sonrisa del demonio se ensanchó mientras que el semidiós se sonrojaba.
—Ahora la llamaré. Y de paso, le aclararé ese pequeño malentendido —dijo tras coger el teléfono y marcar el número.
Repentinamente, sintió el poderoso pecho de Evar a su espalda. Sus labios rozaron su hombro, su cuello y su oreja, en una caricia erótica que de inmediato lo puso a cien.
—No es necesario que le des explicaciones. Salgamos esta noche y dejemos que juzgue ella misma.
Dariel iba a replicar, pero en ese momento, April respondió.
—¡Hola, cariño! ¿Cómo te va con tu nuevo amigo? —preguntó remarcando la última palabra, seguida de una risilla coqueta.
Dariel puso los ojos en blanco mientras Evar se separaba de él para curiosear su estantería de documentales.
—April, solamente es un hombre amable que me salvó y que no tiene a dónde ir. ¿Qué hay de malo en acogerle hasta que se vaya a…? —Lo miró de reojo. El demonio miraba los DVD con el ceño fruncido, intentando averiguar su utilidad, probablemente. Dariel suspiró y dijo lo primero que se le pasó por la cabeza—. Las Vegas. Es dueño de un casino y acaba de llegar a Los Ángeles para tomarse unas vacaciones. Como aún no había echado un vistazo a los hoteles y yo le ofrecí hospedarse en mi casa, pues…
—¡Guau! Así que te acuestas con un ricachón —April soltó otra risilla—. La verdad, jamás había pensado que te gustaran los hombres, aunque eso explica que no sientas ningún interés en las mujeres del trabajo que te comen con los ojos…
—No me acuesto con él —gruñó Dariel, lo que llamó la atención de Evar. El demonio se acercó y pegó la oreja al teléfono, a pesar de sus intentos por apartarlo.
—Pues deberías hacerlo, está como un tren. Si yo estuviera en tu lugar, ya le habría dejado que me atara a la cama y que me hiciera de todo.
—No estaría nada mal que lo hicieras —comentó Evar con un brillo pícaro en los ojos.
Dariel se sonrojó, pero a pesar de eso, le lanzó una mirada de pocos amigos.
—¡Evar! ¿Estás ahí?
—Sí, April. Hola otra vez.
—¿Entonces has conseguido que el mojigato de mi amigo se desmelene?
—Estoy en ello.
—¿Se puede saber desde cuándo sois tan amigos? —interrogó el semidiós, todavía fulminando con la mirada al demonio, que parecía muy divertido por la situación.
—Desde que sé que April tiene tan buen gusto para los hombres —dijo Evar, que sonreía ampliamente.
Dariel decidió cambiar de tema.
—En fin, ¿qué decías de salir esta noche?
—Mañana tenemos que volver al trabajo y he pensado que, como ya llevas unos meses muy duros, tal vez podría ayudarte salir un poco.
La idea no le gustó nada. Fuera adonde fuera, las mujeres y algunos hombres se le quedaban mirando como si quisieran abalanzarse sobre él, y eso siempre acababa causándole problemas. Por eso pasaba la mayor parte de su tiempo libre en casa, solo, donde pudiera estar tranquilo y sin que nadie le molestara.
—No sé, April…
—Iremos —dijo Evar de repente, arrebatándole el teléfono. Dariel intentó recuperarlo, pero el demonio saltó al otro lado del sofá mientras seguía hablando con la mujer—. No te preocupes por nada, lo arrastraré si es necesario, solo dime dónde está el sitio. De acuerdo. Hasta esta noche, April —dicho esto, colgó y le lanzó el teléfono a Dariel, quien lo cogió al vuelo y lo dejó en su sitio antes de avanzar furibundo hacia él.
—¿Qué diablos estás haciendo?
Evar hizo un gesto despreocupado con la mano.
—Te vendrá bien, Dariel. Y si te soy sincero, a mí también.
Eso último llamó su atención.
—¿Qué quieres decir?
—Hera ya sabe dónde vives, así que hay como mínimo un noventa por ciento de probabilidades de que vuelva aquí. Lo mejor que podemos hacer es evitar estos enfrentamientos.
Dariel alzó una ceja burlona.
—¿Desde cuándo te dan miedo los griegos?
Evar, en respuesta, soltó una risotada.
—A mí no me asustan los helenos, Dariel, he tenido que luchar contra cosas mucho peores en mis nueve mil años. Sin embargo, son numerosos los seguidores de Hera, y si me descuido, podrían cogerte y llevarte al Olimpo. Y una vez estés allí, yo no podré salvarte.
El semidiós arrugó la nariz, pero no presentó más argumentos. Apreciaba lo suficiente su vida como para aguantar una noche de miradas lascivas y despreciables.
En ese momento, sonó el móvil de Evar. Se lo sacó del bolsillo y respondió. Tras un minuto en el que Dariel lo observó con interés, el Nefilim le tendió el teléfono.
—Es Lucifer, dice que quiere hablar contigo.
Dariel retrocedió, mirando el objeto como si fuera una bomba a punto de explotar.
—Yo no.
—Tranquilo, Dariel, el Diablo tiene mucho poder, pero no puede hacerte nada a través de un móvil —comentó Evar con una sonrisa divertida.
Aunque receloso, cogió el móvil y se lo acercó a la oreja. Tenía el cuerpo tenso.
—¿Diga?
—Por fin nos conocemos, Dariel —dijo una voz grave y musical al otro lado de la línea. Qué curioso, él siempre se había imaginado la voz del demonio como diabólica y monstruosa.
—Diría que es un placer, pero entonces estaría mintiendo.
Evar soltó una risotada que, para su sorpresa, fue coreada por el Diablo.
—Desafiante, me gusta. No soporto a los tocapelotas.
—¿Qué quieres?
—En primer lugar, conocerte, aunque solo sea por móvil. En segundo, me encanta lo que hiciste anoche para cenar. Tienes que darme las recetas para que pueda practicar un poco… Soy un negado para cocinar, pero esa tarta de fresas con nata que hiciste era más celestial que la risa de un querubín.
Dariel no tenía ni idea de cómo reaccionar. No podía creer que el Diablo en persona le estuviera hablando de tartas.
—Ah… Gracias, supongo.
—No tienes que dármelas, es la verdad. Tienes un don para cocinar.
Tras una pausa, Dariel se armó de valor y dijo:
—No sé si vas a ir al grano o no, pero… aún no he decidido unirme a ti.
El Diablo se quedó en silencio unos instantes. Después, en vez de enfadada, su voz sonó tan suave como la seda.
—Dariel, no te he llamado para que me des una respuesta; te dije a través de Evar que tenías todo el tiempo del mundo para pensarlo. No me importa si pasa una semana o un siglo, los dos tenemos tiempo de sobra —añadió con una sonrisa en la voz.
—¿Entonces?
Lucifer hizo una pausa que le pareció demasiado larga.
—No tengas miedo del pasado, Dariel. Ya no puede hacerte daño.
Esas palabras lo dejaron blanco como la cera.
—¿Qué?
—Soy el Diablo, y al igual que Dios, conozco todo lo referente a las almas que moran en tu mundo. Incluida la tuya. El hombre al que temes está muerto, de hecho, le tenía reservado un lugar especial en mis dominios. Ya no tienes que preocuparte por él.
Su rostro se crispó y apretó los labios, pero sus manos temblaban. Hasta que Evar se las cogió y se las estrechó entre las suyas. Al mirarle, vio de nuevo esa inquietud que lo había estado acompañando aquella mañana.
Le devolvió el apretón, agradecido, y tragó saliva antes de preguntarle a Lucifer:
—¿Sufre?
—Cada instante de su mísera existencia.
Él asintió.
—Me alegro.
—Es lo que merece por todo el mal que ha causado. —Lucifer hizo una pausa más—. El pasado no debería interponerse en nuestra felicidad, solo quería que supieras eso. —Entonces, su tono se volvió más alegre—. Ha sido un placer conocerte, Dariel. Espero que nos veamos pronto —y dicho esto, colgó.
Dariel le devolvió el móvil a Evar, quien se lo guardó en el bolsillo para poder abrazarle. No supo por qué, pero dejó que lo encerrara en sus brazos.
—¿Estás bien?
—Tenías razón, necesito salir de aquí y despejarme.
El demonio esbozó una diminuta sonrisa. Solo entonces, Dariel se dio cuenta de que las alas de Evar habían vuelto a aparecer y que lo envolvía con ellas.
—¿Y esto? Antes también lo has hecho.
—A los Nefilim nos avergüenza que personas ajenas a nuestra raza vean nuestro dolor. Así que cada vez que uno de nosotros no puede mantenerse firme, los demás le cubrimos con nuestras alas para que pueda llorar en paz.
Él alzó la vista para mirarle a los ojos.
—¿Lloráis a menudo?
En los ojos de Evar apreció un brillo triste.
—Yo lloré cuando mataron a mi abuela, cuando asesinaron a mi padre y a mi raza, cuando escogí abandonar el infierno… y cuando murieron Arlet y mi hermano.
Dariel asintió y lo abrazó con más fuerza.
Evar sabía que sentía cierta lástima por él, especialmente desde que le contó lo sucedido con Arlet. No sabía por qué se lo había contado, pero reconocía que se sentía mucho mejor.
Entonces, notó un extraño movimiento en la espalda de Dariel. Por poco se sobresaltó al ver que unas alas de un blanco puro se extendían a ambos lados de él. Sus plumas acariciaron delicadamente las suyas, en una especie de abrazo similar al de sus propias alas.
—¿Dariel?
—Has dicho que cuando un Nefilim siente dolor, los demás lo cubren con sus alas, ¿verdad?
Evar solo sonrió.


Aquella noche, Dariel se sentía fuera de lugar dentro de aquella discoteca. No había vuelto a entrar en una desde que tenía unos diecinueve años; un par de chicas se le habían acercado, chicas cuyos novios habían venido con sus grandes y musculosos amigotes, de los que tuvo que huir a los pocos minutos. Afortunadamente, por entonces ya conocía sus poderes y pudo escapar volando cuando nadie lo miraba.
La música latía en todo el local, al igual que la semioscuridad iluminada por las luces intermitentes de todos los colores. Solo la barra estaba encendida con una luz verde fosforito que hacía imposible que nadie la encontrara.
Gracias a su metro ochenta de altura, localizó por encima de las cabezas que se movían al son de la música a April, que iba vestida con una chillona camiseta de tirantes rosa y una falda blanca de volantes, y a Matthew, que por primera vez desde que lo conocía se había puesto una sencilla camiseta de manga corta negra y unos vaqueros rotos. Si no fuera porque su cara delataba que era un intelectual, habría podido ser perfectamente uno de esos tíos que van continuamente a discotecas.
—Parece que ya tienes admiradoras por todas partes —comentó Evar a su espalda.
Al mirarle, se dio cuenta de que tenía el rostro sombrío.
—No soy el único —dijo él, tratando de que desviara su atención a dos despampanantes mujeres que se lo comían con los ojos para que no decidiera asesinar a nadie.
En cuanto Evar posó su mirada sobre ellas, Dariel se arrepintió de habérselo dicho. Una de las mujeres bebió de su refresco y se lamió los labios rojos sin dejar de mirar a Evar, mientras que la otra se acarició la pierna desde la rodilla hasta el muslo, un poco más adentro de la corta minifalda.
Sintió el impulso de usar sus poderes para hacer que una bandeja llena de jarras de cerveza se les cayera encima, pero entonces recordó que, a la mayoría de los hombres, les gustaban los concursos de camisetas mojadas.
Maldijo para sus adentros y desvió la vista de ellas, no fuera que acabara optando por hacer que tropezaran con cualquier cosa y acabaran pisoteadas en la pista de baile… Mierda. Quería ver cómo las pisoteaban.
Cuando apartó la mirada, se encontró con los ojos de Evar. Y parecían hambrientos.
—No es su atención la que me interesa —le dijo con la voz ronca.
Dariel gruñó satisfecho en su fuero interno. Aunque no habían hablado todavía de la evidente atracción que existía entre los dos, le gustaba saber que él era el único en el que estaba interesado. Como si Evar le leyera el pensamiento y quisiera confirmar sus sospechas, se acercó un poco más y se inclinó…
—¡Dariel, Evar!
Los dos se apartaron instintivamente al escuchar la voz de April a lo lejos. Se hacía paso como podía a través de la multitud, seguida muy cerca por Matthew, cuya mirada se centró en la de Evar con evidente cautela.
Dariel frunció el ceño, sin comprender esa actitud, pero al demonio, en cambio, parecía divertirle, incluso complacerle.
—Y yo que creía que encontrarías la forma de escapar de mí —dijo April mientras le abrazaba.
—Te dije que lo llevaría aquí aunque tuviera que ser a rastras —comentó Evar, a quien April también le dio un afectuoso abrazo antes de cogerlos a ambos por los brazos y llevarlos a la pista de baile.
—¡Vamos a bailar! ¡Tú también, Matthew! ¡Y como me digas que no, seré yo quien acabe arrastrándote!
Dariel no pudo evitar intercambiar una sonrisa con Matthew, que los siguió ágilmente entre la multitud.
Antes de darse cuenta, April ya había cogido a Evar de la mano y danzaba con él. Al demonio no pareció importarle y, para su sorpresa, bailaba increíblemente bien.
—¿Dónde has aprendido a bailar así? —le preguntó cuando April lo dejó con él y se llevó a Matthew.
Evar se encogió de hombros.
—Las almas del Jardín de las Flores de Fuego tienen muchas fiestas, y muchos demonios acuden a ellas por curiosidad. Los primeros Nefilim se sintieron atraídos por su música, y no tardaron mucho en unirse a los bailes. Yo he seguido con la tradición; sus fiestas son uno de los pocos entretenimientos que tenemos.
—Espera, yo creía que en el infierno se castigaba a las almas malvadas.
—Y así es, pero a veces, Dios no deja que vayan al Cielo algunas almas que han cometido pequeños pecados.
Dariel frunció el ceño.
—Creo que no lo entiendo.
—Para Dios, cosas como no cumplir los votos de castidad, ser homosexual o ateo son pecado y los envía al infierno. Lucifer no lo ve del mismo modo, así que creó un jardín donde las almas buenas que Dios rechazaba pudieran vivir felizmente.
Eso lo dejó gratamente sorprendido.
—No imaginaba que el Diablo fuera tan… compasivo.
Evar se encogió de hombros.
—Lo quieras o no, antes de ser el regente del Infierno fue un ángel. Por mucho que odie a Dios, no puede destruir esa parte de sí mismo.
Dariel asintió y se quedó pensativo. Tal vez debería plantearse hablar con Lucifer de ese trabajo. No parecía ser alguien malvado, a pesar de todas las cosas que había escuchado sobre él.
—Evar, dime la verdad. ¿Qué piensas de Lucifer?
El demonio lo miró, extrañado, pero después se quedó pensativo.
—Cuando se va por las ramas es insoportable, pero aparte de eso, no me quejo. Desde que llegó al infierno, por lo que he oído, ha puesto orden entre los clanes de demonios que luchaban entre sí y los ha unido en un ejército digno de un dios. Es justo a la hora de imponer castigos a los malnacidos que bajan a nuestros dominios, así como con aquellos que han tenido la mala suerte de no caerle bien a Dios. —Hizo una pausa—. En cuanto a mi raza, siempre nos ha tratado bien. Nos ha dado un hogar, comida y todo cuanto podamos pedir sin exigirnos nada a cambio.
—¿No se supone que protegéis el Infierno por él?
—No. Cuando asesinaron a las mujeres de los Grigori, ellos y los Nefilim no teníamos ningún lugar adonde ir, habíamos vivido en la Tierra hasta ese momento. Lucifer convirtió su hogar en el nuestro, y por eso lo protegemos. Es el único sitio que tenemos. Si hubiésemos vuelto a la Tierra, los ángeles nos habrían dado caza. Incluso cuando mi raza fue prácticamente exterminada, Lucifer estuvo dispuesto a entregarse a cambio de que no matara a los Nefilim y ángeles caídos supervivientes.
Dariel tragó saliva. ¿Quién iba a decir que el Diablo sería capaz de algo así por sus hombres?, parecía que se había equivocado completamente con él.
—Creía que era un ser cruel —murmuró. Sin embargo, Evar lo oyó.
—Y lo es. Para castigar a las almas malvadas por sus crímenes, hay que tener estómago para darles su merecido y dictar sus sentencias. Una persona que ha matado a alguien no puede ser castigada con un discurso, porque entonces jamás se arrepentirá ni comprenderá el mal que ha causado a otros. Deben pagar por lo que han hecho, no irse de rositas.
En eso tuvo que darle la razón.
Quiso hacerle más preguntas sobre Lucifer, sobre todo ahora que empezaba a pensar que el Infierno no podía ser tan horrible, pero April llegó y se lo llevó a la pista de baile, no sin antes ver la sonrisa divertida de Evar.
Aunque llevaba mucho tiempo sin bailar, no le importó lo más mínimo. Por ahora, la noche iba bien y quería aprovechar todo el tiempo que pudiera para divertirse.
Poco después, April le dijo que iba a por unas bebidas y que le esperara allí. Él insistió en ayudarla, pero la mujer le dijo que Evar ya se había ofrecido y que, además, había visto a Matthew pagando en la barra y no quería que se escabullera. Así que se quedó allí un poco más, bailando con una docena de desconocidos que, gracias a los dioses, no repararon en él.
Al menos, no todos. Unas manos se posaron en su cintura por detrás. Supo al instante que no eran las de Evar, eran demasiado pequeñas y delicadas. Con cara de pocos amigos, se giró para encontrarse con una mujer desconocida que le sonreía sensualmente.
—Hola, guapo. ¿No hace mucho calor aquí?
—No —respondió, seco. Había dejado de bailar y retrocedido un paso para apartarse de las manos de la extraña.
Ella no captó la indirecta.
—Vamos, acompáñame a un lugar más privado.
Dariel estuvo a punto de soltarle una frase grosera acompañada de un insulto muy poco agradable para los oídos. Afortunadamente, unos brazos musculosos le rodearon los hombros y lo pegaron a un torso que conocía muy bien.
—Me voy un momento a por algo de beber y ya se te echan encima —dijo Evar con una gran sonrisa, aunque sus ojos estaban oscurecidos por algo que, estaba seguro, no quería conocer—. No te puedo dejar solo.
La mujer lo miró con mala cara, aunque al principio se había quedado embelesada por el físico de Evar.
—Disculpa, tu amigo y yo estábamos teniendo una conversación privada.
—¿Mi amigo? —Evar abrió ligeramente los ojos y miró a Dariel—. ¿No te he dado tiempo a decirle que no te van las mujeres? —y dicho esto, le besó.
Dariel ni siquiera se resistió. Inconscientemente, o no del todo, había estado todo el día esperando ese momento. Sus labios encajaron en los suyos como si hubiesen estado unidos desde el principio y alguien los hubiera separado tiempo atrás, y sus lenguas se entrelazaron en una danza sensual que exigía que sus cuerpos se unieran a ella inmediatamente.
Por desgracia, Evar se apartó. Sus ojos aún lo miraban con deseo y sus manos lo tenían firmemente pegado contra sí. A Dariel ni se le pasó por la cabeza intentar escapar de él, de hecho, estaba a punto de soltarle por qué diablos había parado.
Entonces, Evar se giró hacia el lugar donde estaba la mujer. Cuando él también miró, ella había desaparecido.
—Parece que ha captado el mensaje —dijo el demonio con una amplia sonrisa complacida.
Dariel gruñó.
—¿Has acabado con el numerito?
—Sí.
—Bien. —Aferró su nuca con una mano y lo besó.
Le pareció notar que el pecho de Evar temblaba, como si estuviera conteniendo un rugido. Volvió a deslizar la lengua en su boca y se apretó contra él, buscando su trasero con las manos. En cuanto atrapó las duras nalgas, al demonio se le escapó un gruñido muy poco humano y le devolvió el beso con fiereza.
A esas alturas, Dariel empezaba a notar que hacía muchísimo calor, aparte de que todo su cuerpo estaba tenso por la excitación. Deseó poder desnudar a Evar para lamerle el cuerpo y acariciarlo, ver cómo se retorcería de placer y cómo gemiría cada vez que lo rozara con los labios.
No supo cuánto tiempo estuvieron besándose, pero cuando se separaron, él jadeaba y los ojos de Evar parecían aún más hambrientos que antes.
—Deberíamos volver a casa ahora mismo —susurró el demonio con voz ronca.
—Me parece una idea estupenda.
Evar le lanzó una sonrisa pícara y traviesa, tan sexy que sintió ganas de volver a besarlo hasta que le suplicara que lo desnudara y que lo tocara.
Pensó que no era tan mala idea y se acercó para atrapar sus labios, pero una voz femenina lo detuvo.
—¡Dios mío!, es la escena más caliente que he visto en toda mi vida —dijo April con una enorme sonrisa, aunque tenía las mejillas un poco sonrosadas—. Dariel, no sabía que fueras tan apasionado.
—Te sorprendería —comentó Evar mientras le daba disimuladamente un apretón en el trasero.
Dariel ni se molestó en negar lo que había pasado, estaba demasiado ocupado pensando en alguna excusa para poder salir de allí e ir a casa. Evar debió notar su impaciencia y la peligrosa forma en que su cuerpo subía de temperatura, porque le sonrió a April y le dijo:
—Ahora y si nos disculpas, Dariel y yo tenemos cosas que hacer.
—Claro, claro. Cosas —comentó April con una risilla antes de ponerse de puntillas para darles dos besos.
Evar y Dariel se dirigieron a la salida, o al menos Dariel lo habría hecho, porque una mano firme lo detuvo en el último momento, justo cuando Evar estaba cruzando la puerta.
Era Matthew, y sus ojos sombríos daban escalofríos, algo que a Dariel jamás se le habría pasado por la cabeza que pudiera pasar.
—Te dije que no te fiaras de él.
Dariel frunció el ceño.
—Matthew, te agradezco que te preocupes por mí, pero no pasa nada, en serio. Evar… —Hizo una pausa y lo miró desconcertado—. Un momento, ¿cómo es que no tartamudeas?
Matthew se sobresaltó y lo soltó.
—C-c-claro que tar-tar-tamudeo.
—No lo has hecho. Nunca te había oído decir más de dos palabras seguidas sin que tartamudearas. —Cruzó los brazos a la altura del pecho—. ¿Por qué le mientes a todo el mundo?
Su amigo bajó la cabeza.
—No se lo digas a nadie, por favor. Solo… Solo quiero ser normal.
—¿Qué quieres decir?
—Te lo explicaré, te prometo que te lo explicaré… Pero cuando esté preparado. Ahora mismo no podría enfrentarme a ellos.
—¿A quiénes? —preguntó preocupado.
—¿Dariel?
Al girarse, vio a Evar de pie junto a ellos. La forma en que contemplaba la mano de Matthew le hizo pensar que estaba a un paso de rompérsela.
Entonces, le dijo algo en griego. Para su completa sorpresa, su amigo le respondió con la misma fluidez. Intercambiaron un par de frases y, finalmente, Matthew ladeó la cabeza, mirando a Evar con curiosidad y cautela, para después dirigirse a él.
—Ten cuidado —le dijo seriamente antes de dar media vuelta y desaparecer entre la multitud.
Dariel, todavía con el ceño fruncido, se giró para encararse a Evar.
—¿Qué diablos ocurre?
El demonio inclinó levemente la cabeza.
—Tu amigo no es humano. Pertenece al mundo sobrenatural, como nosotros.
… En pocas palabras, se quedó con la boca abierta.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
—¿Y qué demonios es?
En esa ocasión, fue Evar quien frunció el ceño.
—Mmm… No sabría decírtelo. Tiene un olor extraño.
—¿Qué quieres decir?
—Normalmente, puedes reconocer a una criatura por su olor. Pero, a veces, algunas especies se mezclan entre sí y dan lugar a nuevos seres. Matthew tiene un olor que me es completamente desconocido, así que no tengo ni idea de qué es.
Dariel trató de encontrar a su amigo con la mirada, pero este había desaparecido.
—¿Por qué no se fía de ti?
—Porque soy un demonio, está claro. —Tras una pausa, lo cogió de la mano y lo acercó a él—. Espero que hablar de esto no haya hecho que cambies de opinión en lo que se refiere a volver a casa para zanjar cierto asunto.
Al oírle, alzó la vista y esbozó una sonrisa complacida.
—En absoluto —dicho esto, salieron a la calle y se dirigieron a un callejón solitario donde pudieron desvanecerse para aparecer en su casa, concretamente, en su habitación.
En ese instante, Evar posó sus manos en su cintura y lo besó. Dariel gimió al sentir cómo su lengua rozaba la suya y sus dedos bajo la ropa, acariciándole la sensible piel que estalló en llamas, anhelante por rozar su cuerpo.
Le quitó la camiseta, dejando su poderoso torso al descubierto. Sus manos impacientes se deslizaron por el delicioso vientre y los musculosos pectorales, con lo que consiguió que Evar dejara escapar un ronroneo complacido antes de que su boca encontrara el punto erógeno de su cuello. Se le escapó un jadeo al notar unos colmillos rozándole la piel.
—Lo siento —susurró Evar. Al instante siguiente, los largos caninos habían desaparecido y sus labios volvieron a la carga. El beso fue descendiendo hacia el pecho, momento en el que el demonio le rasgó la camiseta, algo que no le importó lo más mínimo. Es más, gimió encantado al sentir su piel desnuda contra la suya.
De repente, notó la pared a su espalda. Evar lo había acorralado contra ella tras deshacerse de la camiseta y ahora sus dedos habían descendido hasta sus muslos, enfundados en los pantalones rotos.
—Evar —susurró en un gemido ronco cuando le quitó el cinturón de un tirón y empezó a bajarle los pantalones. El pánico lo inundó un instante cuando sintió sus manos deslizándose por debajo de sus bóxers hasta las nalgas—. Evar, yo… No puedo…
—Lo sé —dijo con suavidad mirándole a los ojos—. Tranquilo, sé que no debo tocarte ahí. —Lo besó largamente, enredando su lengua con la suya antes de decir con una sonrisa sensual—. Pero eso no significa que no pueda darte placer.
Los ojos de Dariel relucieron, curiosos.
—¿Cómo?
Evar ensanchó su sonrisa. Terminó de desnudarlo y le lamió el lóbulo de la oreja, consiguiendo que un escalofrío lo recorriera entero. Después, su boca descendió por su cuello, donde le dio un voraz mordisco que logró arrancarle un grito y doblarle las rodillas, pero Evar lo cogió por el trasero y lo sujetó.
—Aguanta ahí —le ordenó con la voz mucho más grave de lo normal.
Dariel quiso obedecer, pero se le hizo muy difícil. Evar le lamía y mordía allá donde sus labios se posaban, haciendo que sus piernas flaquearan y que él le aguantara con sus manos. Cuando su lengua bajó por el pecho, trazando húmedos círculos y mordisqueando sus costados, se le hizo casi imposible mantenerse en pie.
—Evar… —gimoteó, deseando que continuara y que lo aliviara al mismo tiempo.
Notó que el demonio sonreía contra su piel.
—¿Qué quieres?
Cerró los ojos un momento y, finalmente, dijo:
—Te deseo.
Evar alzó la vista. Parecía sorprendido de que lo hubiera reconocido, pero después esbozó una lenta sonrisa triunfal.
—Yo también te deseo, Dariel. Pero aún quiero que disfrutes un poco más.
No pudo evitar soltar un resoplido angustiado.
—Dime que no vas a obligarme a suplicar otra vez.
—No, esta vez no.
—Entonces acaba de una vez. No puedo…
—¿Qué?
Dariel lo miró tragando saliva.
—No puedo aguantar más.
Los ojos del demonio brillaron de puro deseo.
—Como quieras.
Frunció el ceño cuando Evar se arrodilló en el suelo y le separó los muslos. No comprendió lo que pretendía hasta que una repentina y abrasadora ola de calor le atravesó el cuerpo entero.
Evar había acogido su miembro en su boca. La suave caricia de sus labios y lengua hizo que se le escapara una mezcla entre jadeo y grito. Tensó las piernas y echó la cabeza hacia atrás, incapaz de contener y controlar las embestidas de placer que le producían las lentas caricias de Evar.
Él le cogió por los muslos y le clavó los dedos, como si le dijera lo mucho que lo excitaba verle en aquel estado de puro placer.
Dariel jamás había experimentado nada tan intenso. Era como si tuviera un volcán inactivo en su interior y Evar hubiera encontrado la forma de hacerlo estallar en una violenta y apasionada explosión.
Se le escapó otro grito cuando aumentó el ritmo. Las crestas de placer se intensificaron, su cuerpo estaba ardiendo y no podía dejar de arquear la espalda y mover la cintura, anhelando algo que aún no había experimentado pero que sabía que deseaba por encima de todo.
Y entonces, con una brusca sacudida, el fuego lo arrasó. Se estremeció con un último jadeo y sus músculos se relajaron. Dejó que su espalda reposara contra la pared mientras trataba de recuperar la respiración.
Había sido increíble. Ahora comprendía por qué la gente estaba tan obsesionada con el sexo, sobre todo si era tan intenso como lo hacía Evar.
Al mirar hacia abajo, Evar aún lo seguía lamiendo lentamente. Se dio cuenta, con el rostro totalmente sonrojado, de que se había corrido en su boca. Avergonzado, le cogió el rostro con las manos e hizo ademán de apartarlo.
—Lo siento mucho, Evar, no quería…
Pero el demonio le cogió las manos y las dejó contra la pared. Después, le acarició su miembro un par de veces más y se incorporó con una ancha sonrisa en los labios.
—Veo que te ha gustado.
Dariel asintió y dejó que Evar lo abrazara. Se sentía totalmente satisfecho y relajado, así que ni siquiera puso pegas cuando lo tumbó en la cama y se puso a su lado, cubriéndoles con una sábana.
—Evar —susurró después de acomodarse en su pecho.
—¿Sí?
—¿Siempre es así?
El demonio esbozó una sonrisa pícara cuando alzó la vista para mirarle.
—No. Cuando llegas hasta el final, es mucho mejor.
Dariel apartó la mirada.
—Lo siento, pero yo no…
—No te estoy echando nada en cara —le dijo con suavidad tras obligarle a mirarle de nuevo—. Tendrás tus razones para no querer que te toque ahí. A mí no me importa. —Le dedicó una gran sonrisa traviesa—. Ya he comprobado que puedo darte placer igualmente.
Él se sonrojó pero, aun así, le dio un beso largo en los labios.
—Gracias. —Hizo una pausa y le sonrió con picardía—. Pero no creas que siempre va a ser tan fácil seducirme. Hoy me has pillado con la guardia baja.
Evar le devolvió el gesto.
—Entonces ya puedes prepararte para mañana.
—Mañana trabajo.
—Razón de más para que ahora descanses. Porque después del trabajo, pienso enseñarte un par de cosas más.
Dariel estuvo a punto de pedirle que se las enseñara en ese mismo momento. Sin embargo, los ojos se le cerraron y cayó profundamente dormido en los brazos del demonio.