sábado, 10 de noviembre de 2018

La Prisión del Alma


Capítulo 1. Nacer, morir

555 d. Z. Siginak, Siyagun.

—¡Vamos, empuja!
Yolda soltó un alarido mientras clavaba las uñas en los brazos de Deger con tal fuerza que un hilo de sangre resbaló por su antebrazo hasta llegar a la muñeca. Sin embargo, a él no le importó lo más mínimo; estaba demasiado ocupado vigilando al médico, quien ya estaba preparado para coger al pequeño y cortar el cordón umbilical.
Este era muy joven, no tendría más de veinte años y, sin duda alguna, era el aprendiz del hombre de espesa barba canosa y rostro arrugado que observaba el parto a su lado.
—Lo estás haciendo muy bien, jovencita —comentó el anciano con voz serena.
El joven, por otro lado, parecía muy nervioso.
—¡Le veo la cabeza!
Yolda se tensó y miró a Deger a los ojos.
—No puedo. No puedo hacerlo, no puedo…
Él le cogió la mano con fuerza y le susurró palabras de ánimo. Por otra parte, el médico le dio una colleja a su aprendiz.
—¡Idiota! ¿Quieres que la paciente se desangre o qué? ¡Vamos, vamos! ¡Esto ya casi está, jovencita! ¡Solo un buen empujón más!
Yolda movía la cabeza de un lado a otro, asustada y con una mueca de dolor constante en el rostro. Deger le apartó los mechones húmedos de la cara y le giró la cabeza para que le mirara.
—Vamos, Yolda. Hazlo por nuestro hijo.
Sus ojos parecían cansados, pero apretó los labios y asintió antes de apoyar la cabeza en la almohada y hacer fuerza de nuevo, acompañándose de un grito al que le siguieron unos estruendosos llantos.
Si no hubiese estado tan nervioso, Deger habría reído de buena gana al ver el rostro del joven médico, que sostenía en sus temblorosos brazos a su hijo.
—Es una niña… ¡Es una niña! —gritó, sonriendo.
Él soltó una carcajada, más por el alivio que por cualquier otra cosa. Al mirar a Yolda, ella también sonreía con los ojos llenos de lágrimas.
El anciano, por su parte, cogió con delicadeza a la recién nacida para después gritarle al joven aprendiz:
—¿Piensas dejar a la niña atada a su madre todo el día o qué? ¡La joven tiene que descansar, por el amor de Tanri! ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Aún tenemos mucho trabajo que hacer!
Como si saliera de un sueño, el aprendiz cortó el cordón umbilical y se apresuró a cubrir a la recién nacida con una manta antes de entregársela a Yolda, que todavía lloraba.
—Mira, Deger. Mira qué pequeñita es y cómo grita.
—Tiene buenos pulmones, sí —dijo el joven, con lo que se ganó que su maestro le regañara por no prestar atención a lo que le estaba diciendo.
Con un poco de temor, Deger le acarició la cabeza. Era tan pequeña en comparación con su mano… Y también tan frágil…
—Cógela. —Yolda le tendió a la niña. Él dudó unos instantes, pero al final se atrevió a cogerla y apoyarla en uno de sus brazos, momento en que la niña dejó de llorar y levantó las manitas, como si estuviera buscando algo.
Cuando le dio el dedo y empezó a chuparlo, esbozó una gran sonrisa.
—¿Ya habéis decidido el nombre? —preguntó el joven cuando el médico le dijo que trajera a la niña para examinarla y asegurarse de que había nacido sana y sin ninguna enfermedad o deformidad.
Deger miró a su mujer, quien le sonrió antes de decir:
—Torin. Se llama Torin.
En cuanto el joven llevó a la pequeña con el médico, él se sentó en la cama y abrazó a Yolda, que se recostó en su pecho y cerró los ojos.
—Una hija… —susurró su mujer—. Parece un sueño.
Él la besó en la cabeza.
—En realidad, parece que fue ayer cuando ayudé a una mujer preciosa que se había caído al río mientras lavaba la ropa. —Sonrió con picardía—. La ropa mojada te quedaba muy bien.
Ella le dio un manotazo. Era increíble que después del parto tuviera fuerzas para golpearle.
Mientras observaba a su hija junto a su esposa, se preguntó si se parecería a su madre, y si sería tan guapa como ella… Y si tendría algún rasgo suyo. Le gustaría que heredara sus ojos, idénticos a los de su padre, pero por lo demás, quería que se pareciera a Yolda.
—Deger —la llamó ella con el ceño fruncido.
Sabiendo a lo que se refería, la abrazó con más fuerza.
—Aún no voy a irme. Quiero estar contigo y con nuestra hija aunque solo sean unos días. No me marcharé hasta estar seguro de que estáis bien.
—Nos las apañaremos. Mis padres me ayudarán. —Su rostro se volvió triste un instante mientras le acariciaba la cara—. Ojalá tus padres pudieran conocerla.
—Lo harán, cariño. En cuanto todo haya terminado, la conocerán.
Solo esperaba que las cosas salieran bien.


Aldatma, Asikhava.

Habían pasado siete meses desde que abandonaron Liman y se dirigieron a Dumanli Dag. Allí, en casa de Kafa, permanecieron algún tiempo para descansar del largo viaje y recopilar información sobre los naik.
Tal y como había dicho Yilan, no encontraron nada salvo rumores. La gran mayoría acabaron siendo falsos, pero aun así tuvieron que intentarlo, asegurarse de que solamente eran habladurías que no tenían nada que ver con sus hermanos.
Los soldados de Siyagun, desde que les persiguieron en Liman, no volvieron a molestarlos. Lo más seguro era que no quisieran arriesgarse a luchar contra cinco naik y dos guerreros, no habrían logrado otra cosa que no fuera una muerte segura.
Kinskalik tampoco les atacó. Cumplió su promesa y los dejó tranquilos, no tuvieron noticia alguna de los vasi o siquiera los vieron.
Durante eso tiempo, entre ciudad y ciudad, se habían dedicado al entrenamiento. Yilan, al ser quien tenía más experiencia de todos ellos, se convirtió en el maestro, mientras que Shunuk le ayudaba, pues desde el momento en que Yilan lo acogió había estado aprendiendo de él todo tipo de artes de la lucha con cualquier arma, aunque su favorita seguía siendo la hoz con cadena.
Alev, al no haber luchado nunca con una alabarda, agradeció que su hermano mayor le echara una mano. También aprendió a dominar los poderes ígneos que contenía, e Irsis le enseñó a guardarla en su piel y hacerla aparecer cuando quisiera, como él hacía con la espada que le regaló Sava; la única diferencia era que Yanar, en vez de transformarse en una inscripción en su brazo, se convertía en el dibujo que tenía en el hacha y se colocaba sobre su pecho.
Kafa mejoró notablemente con su machete y con sus técnicas de cuerpo a cuerpo, siempre con los tibicenas a su alrededor, que solían acorralar al adversario y disminuir su movilidad.
Suh, para la sorpresa de todos, no necesitaba a Yilan. Al haber sido aprendiz del dios de la destrucción, conocía toda clase de fintas, ataques y defensas. Aun así, seguía sin ser capaz de ganar a Irsis en un combate cuerpo a cuerpo.
El joven era sin duda el que más había cambiado. Había crecido y su cuerpo se había fortalecido hasta tener una figura atlética, de finos músculos levemente perceptibles, aunque seguía estando bastante delgado. Irsis no necesitó mucho entrenamiento; cada vez que luchaba contra alguien, sabía instintivamente qué movimiento haría y lo bloqueaba o lo esquivaba antes de contratacar. Su único problema era que se precipitaba en algunas ocasiones.
Zhor, finalmente, se había recuperado completamente de la pierna y ahora estaba como una rosa. Su humor mejoró notablemente cuando pudo correr y pelear sin notar ninguna molestia, aunque eso no significaba que su carácter hubiera cambiado.
Así, habían recorrido el continente de sur a este, atravesando de nuevo el desierto de Yeralti Vala, pero haciendo un rodeo para evitar la ciudad de Mevkut. No fue por temor a los soldados ni nada parecido, sino porque Alev se negaba en redondo a detenerse allí por motivos que no quiso explicar, y ellos tampoco quisieron presionarle.
Continuaron su marcha hacia el norte por las costas de Asikhava hasta llegar a Aldatma, donde se detuvieron para descansar y buscar más información. Al no encontrar nada, decidieron probar suerte en Yayla. Allí siempre había algún rumor, probablemente por la montaña de Feryat Dag, donde se decía que moraban criaturas extrañas.
—¿Has estado allí? —le preguntó Alev a Yilan cuando se detuvieron junto a un riachuelo para descansar.
El soluk frunció el ceño.
—Una vez, pero no por mucho tiempo. Huía de Kinskalik y pasé por esa montaña para despistarle. —Ladeó la cabeza, pensativo—. No vi nada concreto, solo una especie de sombras.
Irsis alzó la cabeza al escucharle.
—¿Sombras? ¿No sabes qué eran?
—Eran demasiado rápidas. Parecía…
—¿Qué?
Yilan sacudió la cabeza y miró a Shunuk.
—Tú ibas montado en mi lomo, ¿viste algo?
Este hizo un gesto negativo.
—No, pero no me sentía muy tranquilo pasando por esa montaña.
Suh esbozó una sonrisa torcida.
—Lo más seguro es que tengamos que luchar contra esas cosas, sean lo que sean. —Hizo girar los sables habilidosamente con las manos—. Puede que sea divertido.
—A ti pelear te parece siempre algo divertido —comentó Zhor con un gruñido—. No es una cualidad muy deseable en una mujer.
—Habla por ti —dijo Irsis, mirando a Suh con una gran sonrisa—. Yo te apoyo, mi amor.
Ella puso los ojos en blanco y enfundó los sables.
Unos minutos más tarde, siguieron su camino por los bosques en dirección a Yayla. Cuando ya se encontraban cerca de la frontera, los tibicenas empezaron a comportarse de forma extraña. Gemían y ladraban mientras corrían en dirección a algún árbol, al cual saltaban, como si quisieran subir, y, pasado cierto tiempo, corrían hacia otro y repetían la misma acción.
—¿Qué diablos les pasa? —preguntó Zhor, quien miraba los árboles, esperando encontrar algún soldado o vasi. Sin embargo, no se veía nada.
Irsis avanzó hacia los lobos para tener un mejor ángulo de visión.
—¿Queréis que suba y eche un vis…? —No pudo terminar la frase. De repente, y sin previo aviso, empezó a bailar y a pegar saltos. Todos lo miraron con una ceja alzada o fulminándole con la mirada.
—Este no es un buen momento para hacer el imbécil —le dijo Suh.
—¡Te juro que no soy yo! ¡No puedo parar! —prometió Irsis, que no dejó de dar vueltas sobre sí mismo en ningún momento.
—¡Y una mierda no puedes parar! —rugió Zhor al mismo tiempo que se acercaba al muchacho—. ¡Y después el señorito se ofende cuando le llamamos ni…! ¡Ah!
Al igual que Irsis, el soldado, sin hacer señal alguna, comenzó a bailar y a pegar saltos. No tardó en unir su brazo con el del joven a la vez que giraban sin cesar.
Esta vez, todos fruncieron el ceño, confundidos.
—¿Qué coño…? ¡No puedo parar! —exclamó el sorprendido Zhor.
—¿Ves? ¡Y tú creías que estaba jugando!
—¡Es que en ti esto es normal!
Los demás los ignoraron y coincidieron silenciosamente en una cosa: que Irsis hiciera cosas como ponerse a bailar de repente era, tal y como había dicho el soldado, normal. Pero Zhor… Él era otra cosa.
Alev hizo amago de acercarse, pero Yilan lo cogió del brazo.
—No nos arriesguemos a acabar como ellos —le dijo antes de volverse para dirigirse a Suh—. Déjame tu sable.
En cuanto lo tuvo en la mano, se acercó un solo paso más y, con el arma, apartó las hojas que cubrían el suelo.
En la tierra, había dibujado un símbolo. Yilan siguió quitando las hojas, descubriendo así un círculo de signos dentro del cual Zhor e Irsis seguían danzando sin descanso.
—Un círculo de anjanas —comentó Shunuk con los ojos entrecerrados, a lo que Alev respondió con un gruñido.
—¿Qué es eso? —preguntó Suh.
—Unas criaturas molestas que se dedican a hacer travesuras como esa —respondió Alev con una mueca de desagrado—. Están por todo Asikhava y hay muchos círculos de esos en los bosques.
—¿Son peligrosas?
Alev frunció el ceño y se encogió de hombros.
—No son fáciles de ver. Pero algunos hombres mueren cuando caen en uno de sus hechizos.
—¿Cómo los sacamos? —interrogó Kafa mientras observaba el círculo de símbolos.
Antes de que alguien respondiera, una cadena se enrolló alrededor del brazo de Zhor, tiró y, al estar su brazo cogido al de Irsis, logró sacarlos a ambos del hechizo.
—Arreglado —dijo Shunuk como si nada tras quitarles la cadena y enrollarla para engancharla después a su cinto.
—Gracias, Shunuk.
—Creo que he vuelto a abrir la herida de la pierna…
—¡Calla, hombre! Eso hace meses que ha cicatrizado.
—¡Callaos! —ordenó Suh.
Al principio no oyeron nada, pero los tibicenas sí escucharon algo, pues corrieron de nuevo hacia otro árbol. En ese momento, Suh cogió un cuchillo que llevaba en el cinturón y lo lanzó a una de sus ramas. Entonces, percibieron un veloz movimiento, pero Suh fue mucho más rápida y, impulsándose en el tronco del árbol, cogió otra rama, que se rompió cuando sus pies estaban a punto de tocar el suelo.
Volvieron a ver ese mismo movimiento entre los dedos de la naik, pero fuera lo que fuera, no podía escapar.
—¡Eh! Venid a ver esto.
Todos se acercaron y observaron al pequeño ser que golpeaba con sus diminutos puños la mano de Suh, en un vano intento por librarse de ella. Se trataba de una niña, muy delgada y de piel anaranjada, con largas orejas puntiagudas y grandes ojos. El cabello, largo hasta por debajo de la espalda, era dorado, y las alas, más parecidas a grandes hojas rojas características del otoño, se movían velozmente, intentando alzar el vuelo.
—¡Suéltame, arpía, suéltame! —gritó con voz aguda y sin dejar de golpear su mano.
Suh alzó una ceja y esbozó una sonrisa divertida.
—¿Arpía? Insultarme no te servirá para otra cosa que no sea… —No pudo terminar de hablar, ya que una rama grande la golpeó en el estómago y la lanzó por los aires, quedándose atrapada en un zarzal al aterrizar.
Al mirar a los demás, estos también estaban atrapados por toda clase de enredaderas, arbustos y raíces.
—¿Creíais que podíais hacerle daño y salir de rositas, estúpidos humanos? —preguntó otra anjana que apareció de repente frente a sus ojos, solo que esta tenía la piel de un verde amarillento y cuatro alas con forma de pétalos de margarita.
Otras dos aparecieron junto a ella y se aseguraron de que la anjana que Suh había atrapado estaba bien.
—¿Cómo os atrevéis a hacer daño a una de las nuestras? —gritó furiosa una de ellas al mismo tiempo que consolaba a su amiga, que se había puesto a llorar.
—¡Vais a pagar por esto!
Desafortunadamente para las criaturas, no pudieron cumplir su promesa, ya que una llamarada las asustó y las obligó a apartarse rápidamente.
Alev se había librado de un rosal y ahora caminaba envuelto en llamas con una sonrisa cruel en el rostro.
—Habéis tenido muy mala suerte al encontraros con nosotros, hormigas. —Observó el bosque—. Este lugar es vuestro padre, ¿verdad? —Hizo que las llamas aumentaran de tamaño—. No querréis que lo arrase, ¿verdad?
—¡No!
—¡Monstruo!
—¡Asesino!
—Entonces, soltadlos.
Se miraron las unas a las otras y, tras tomar una decisión en silencio, chasquearon los dedos. Al instante, las plantas soltaron al resto… excepto a Suh.
Alev fulminó a las anjanas con los ojos.
—A ella también.
—¡Ha hecho daño a Fraxi! ¡Debe…!
—¡Dormin, Xogo, Ros, Fraxi! ¿Qué estáis haciendo?
Todos se giraron para observar a otra anjana. Esta era más grande y tenía el cabello más corto, por debajo de los hombros. Su piel era de un tono marrón oscuro, como la corteza de los árboles, y sus alas eran seis grandes pétalos de nenúfar de un color que estaba entre el azul y el violeta.
La anjana puso los brazos en jarra, ignorando por completo a los naik.
—Explicadme esto.
—A Fraxi le estaban…
—Lo sé, porque vosotras habéis estado jugando con hechizos que os está prohibido usar. Ellos solamente se han defendido. —Se dio la vuelta y se dirigió a Suh, a quien le hizo una profunda reverencia—. Por favor, disculpa su comportamiento, no son más que unas niñas.
—¡Nenuf! —se quejaron las pequeñas.
La tal Nenuf se giró y las miró con mala cara.
—¡Ni Nenuf ni Orman! ¿Quién os ha estado enseñando a realizar círculos mágicos?
La de las alas de pétalos de margarita sacó pecho y apretó los labios.
—¿Y por qué no usarlos? ¡Las mayores los usáis para atrapar humanos! ¿Por qué ellos iban a ser diferentes?
Las alas de Nenuf se movieron más rápido, tal vez a causa del enfado.
—¡No lanzamos hechizos a cualquier humano! —Miró a los naik—. De todas formas, ellos no son mortales, aunque lo parezcan.
—¿Ah, no? ¿Y qué son?
Nenuf señaló a Alev y a los tibicenas.
—¿Crees que un hombre podría provocar fuego de la nada? ¿Crees que los demonios acompañan a humanos normales y corrientes? Pues no, lo que estáis viendo son naik.
Las cuatro jóvenes anjanas los miraron con los ojos muy abiertos.
—¿Alguien puede sacarme de aquí de una vez? —preguntó Suh con un tono de voz que aparentaba aburrimiento.
Nenuf chasqueó los dedos y las zarzas que la mantenían presa se hicieron a un lado, dejándola en libertad. Suh se levantó de un salto y se quitó todas las hojas que tenía encima como si no hubiera pasado nada fuera de lo normal.
—¿De verdad son naik? —preguntó Fraxi, acercándose a Alev con curiosidad, pero Dormin la cogió del brazo y la apartó bruscamente.
—¿Qué haces? ¿No ves que ese lanza fuego?
Nenuf se acercó al susodicho y le hizo una leve reverencia.
—Te agradecería que no hicieras aparecer esas llamas otra vez. Supongo que comprenderás que tememos el fuego. —Cuando Alev asintió respetuosamente y apagó las lenguas de fuego que lo envolvían, se dirigió al resto—. Os pido que vosotros tampoco hagáis nada que pueda dañar este bosque. —Una vez todos estuvieron de acuerdo, Nenuf les sonrió—. Dejad que las anjanas os compensemos por este contratiempo. Sé que lleváis prisa, así que pasad por nuestro pueblo, acortaréis camino para llegar a la frontera.
Tras unas miradas interrogativas y el visto bueno de todos, siguieron a Nenuf y a las pequeñas hasta el Lago Sisek.
El hogar de las anjanas era enorme y estaba lleno de altos árboles cuyas ramas y troncos estaban llenos de flores, setas y enredaderas que subían hasta donde alcanzaba la vista. Y, sentadas sobre estos, se encontraban las pequeñas criaturas. Las más jóvenes se asustaron al verlos, pues nunca habían visto humanos en sus dominios, pero las mayores se acercaron a saludarlos y a ofrecerles néctar.
Los naik se sintieron un poco extraños al ser tan bien recibidos, más que nada porque no estaban acostumbrados a que aquellos que conocían su existencia les trataran con amabilidad, pero de todas formas agradecieron la bienvenida.
Gracias a un hechizo de Nenuf, el cual consistía en unos símbolos luminosos sobre el lago que creaban un pasadizo, pudieron andar por encima de la superficie del agua.
—Oye, Nenuf —la llamó Yilan—, ¿alguna de vosotras ha oído algo sobre algún naik? Cualquier cosa nos vale.
La anjana se quedó pensativa unos instantes.
—Yo no sé nada, pero si hay alguien que lo sabe es Lis. Esperad aquí, iré a buscarla.
Mientras Nenuf volaba hacia un árbol, los naik se sentaron en unas raíces y esperaron. Las demás criaturas revolotearon un rato a su alrededor, jugueteando con los cabellos de Yilan y sentándose en la cabeza y los hombros de Irsis, hasta que hubo un momento en que, sin previo aviso, todas miraron en una dirección y se quedaron muy quietas.
—¿Qué pasa? —preguntó Suh a la vez que se giraba en la misma dirección.
Volando en solitario sobre la superficie del agua, lentamente pero sin pausa, había una anjana adulta de piel grisácea y alas con forma de hojas delgadas y amarillentas. El cabello, de un tono rojizo apagado, era muy corto, y sus ojos, vidriosos, no parecían ser conscientes de lo que tenían delante.
Se posó al pie de un árbol, donde se tumbó y, con un suave resplandor plateado, se desvaneció. En su lugar, apareció una pequeña planta de un brillante color amarillo, cuyas hojas estaban enrolladas.
Unas cuantas anjanas volaron hacia esta y desenrollaron todas las hojas, dentro de las cuales había otras anjanas más pequeñas y con un gran parecido a la que acababa de desaparecer, solo que tenían el cabello muy largo, de un rojo brillante, y sus alas poseían una tonalidad amarilla muy viva.
—¿Qué ha sido eso? —interrogó Kafa, quien observaba el extraño suceso agachado y con un brazo apoyado en el lomo de Kabus.
—Las anjanas vivimos cuatrocientos años —respondió Dormin, que estaba sentada en la cabeza de Irsis junto a sus amigas—. El día que cumplimos esa edad, nos convertimos en plantas o flores, de las cuales nacen nuevas anjanas.
—Curioso… —comentó Shunuk, rascándose el mentón.
—¿Y no hay anjanas de sexo masculino? —preguntó Zhor, dándose cuenta de repente de que, a pesar de que eran muy delgadas, todas tenían senos.
Al oírlo, las pequeñas se partieron de risa.
—¿Cómo iban a haberlos? —rio Xogo.
—Nunca han existido —comentó Ros.
—Los humanos lo veis raro porque necesitáis un hombre y una mujer para tener hijos, pero nosotras nacemos de las flores… y de este bosque —explicó Fraxi con timidez.
—¿Del bosque? —murmuró Kafa, mirando los altos árboles.
—En este bosque hay restos de energía divina —dijo Alev, quien captó la atención de todos—. Probablemente de Orman.
—No exactamente —dijo Ros—. Es algo más poderoso.
Irsis frunció el ceño y alzó los ojos para intentar mirarlas.
—¿Hay algo más poderoso que un dios?
—Así que estos son los jóvenes naik.
Todos se volvieron al escuchar una voz débil y anciana. Era una anjana, de piel olivácea y cabello plateado que le llegaba hasta la nuca. Sus alas eran ocho pétalos de flor de lis y sus ojos, en otro tiempo de un brillante verde, estaban un poco vidriosos.
—Es un placer conoceros, lo cierto era que dudaba de si tendría la oportunidad de veros antes de que me convirtiera en flor… —empezó a hablarles… pero mirando a un árbol, algo que los dejó confusos.
—Lis, eso es un árbol —le dijo Nenuf a la vez que la giraba para que les hablara de frente.
—Nenuf, tendré trescientos noventa y nueve años, pero aún tengo una vista infalible.
—Lo que tú digas —murmuró a regañadientes mientras rodaba los ojos para después acercarla un poco más a Yilan—. Este de aquí es Damballa, me ha preguntado si…
—¿Damballa? ¿Este hombre es su rencarnación? Recuerdo que hace mucho tiempo, cuando el anterior naik de Damballa estaba vivo era…
—¡Lis! ¡Escúchame! —Nenuf suspiró y volvió a empezar—. Quiere saber si has oído algo sobre sus hermanos.
—Mmm… —La anciana anjana se quedó pensativa unos instantes antes de hacerles un gesto con la mano—. Acercaos, naik.
Estos obedecieron y dejaron que Lis pusiera la mano en sus frentes uno a uno. Cuando terminó, volvieron a sentarse donde estaban.
—Así que tenemos aquí a Damballa, Tegu, Galner, Guayota y Mattia. Os faltan cinco más.
—¿Usted sabe algo? —preguntó Kafa.
—He oído rumores de los bosques de Damavand. Dicen que hay un naik allí, uno grande. Sin embargo, los ciudadanos lo niegan constantemente, así que no estoy segura de que sea verdad. —Hizo una pausa—. De todas formas, los que saben seguro estas cosas son los trasnos, creo que deberíais preguntarles.
Al oírlo, Irsis y Alev soltaron un resoplido, a lo que Yilan y Shunuk respondieron con una divertida sonrisa, mientras que los demás los miraban con el ceño fruncido.
—¿Qué son esos trasnos? —preguntó Suh.
—Las criaturas más embusteras sobre la faz de este mundo —respondió Alev.
—¿Pero representan alguna amenaza para nosotros?
—¡Qué va! Esa birria no hace ni cosquillas.
—Habla por ti —comentó Irsis—. Si no me hubiera transformado en cuervo, habría muerto a carcajadas allí mismo. —Esbozó una gran sonrisa—. Pero no se llevaron mi pasta, que es lo importante.
—Tú siempre pensando en dinero —gruñó Zhor.
—En eso y en el trasero de mi hermosa novia.
Nada más mencionar esas palabras, Suh intentó darle un golpe en el estómago, pero Irsis tuvo más que suficiente con dar un gracioso salto a un lado para esquivarla.
Yilan, ignorándoles, siguió hablando con Lis.
—¿Dónde podemos encontrarlos?
La anjana le hablaba con la cabeza mirando hacia abajo, pues no parecía que tuviera muy claro dónde estaba su cara.
—Sigue hacia la frontera. Y dejadles alguna baratija de esas que tienen los humanos para atraerles.
—¿Baratija?
—¡Yo me encargo! —gritó Irsis tras esquivar un nuevo puñetazo de Suh. Por otra parte, las cuatro anjanas que aún seguían en su cabeza reían sin parar y provocaban a la naik, quien parecía estar a punto de sacar sus armas.
Yilan miró al resto de sus hermanos, que se encogieron de hombros. Después, le hizo una leve reverencia a la anciana.
—Gracias por su ayuda.
—Oh, no tienes que darlas. Os deseo la mejor de las suertes, pequeños naik —dicho esto, se despidió con una mano mientras regresaba a la copa de los árboles, aunque fue un poco difícil, ya que fue chocando con varias ramas hasta que unas anjanas adultas fueron a ayudarla.
Nenuf, sin embargo, se quedó con ellos con el semblante sombrío.
—¿Ocurre algo? —le preguntó Kafa, tendiéndole la mano para que se sentara.
Ella aceptó el ofrecimiento y los miró con sus enormes ojos.
—Hace varios días que una amiga desapareció, justo en el lugar al que os dirigís. Creo que la cogieron los trasnos. Esos monstruos son capaces de hacer cualquier cosa por un puñado de esas baratijas.
Todos se miraron sin estar muy seguros de lo que había dicho. Solo cuando intervino Irsis lo entendieron.
—Los trasnos, pese a no ser humanos, a menudo comercian con ellos, especialmente con los herreros y los sacerdotes. Las alas de anjanas tienen muchas cualidades curativas, los sacerdotes las usan para pociones que después entregan a los médicos.
—Es cierto. Creo que cogieron a Xana precisamente por eso. —Nenuf los miró con ojos brillantes—. Por favor, si la veis, liberadla. Nosotras no podemos luchar contra los trasnos.
—Nos encargaremos —le dijo Yilan—. Lo prometo.
Nenuf les dedicó una mirada agradecida antes de alzar el vuelo.
—Niñas, nos vamos a casa.
—¿Ya? —se quejaron las pequeñas anjanas, quienes seguían en la cabeza de Irsis.
—¡Vamos!
Las cuatro se aferraron al cabello del joven.
—¿Nos lo podemos quedar? —preguntaron al unísono, lo cual hizo que Irsis riera de buena gana.
Nenuf puso los brazos en jarra.
—Un naik no es un saltamontes o una mariposa. Venga, vamos.
Dormin y las demás se despidieron de todos, incluso de los tibicenas, aunque procuraron evitar a Suh. A Irsis, sin embargo, lo llenaron de besos antes de despedirse con las manitas.
—Estás hecho un rompecorazones, ¿eh? —le dijo Suh con una sonrisa burlona, a lo que el joven le respondió con una gran sonrisa.
—No te preocupes, cariño, sabes que yo solo tengo ojos y manos para ti.
Ella gruñó.
—¿Por qué siempre dices lo mismo? En siete meses no has parado, empiezo a dudar de que te canses algún día.
—Renuncia. Jamás parará —comentó Zhor con una risotada.
Por otra parte, Alev, Kafa, Shunuk y Yilan hablaban sobre los trasnos.
—¿Todos vosotros habéis visto trasnos? —preguntó Kafa, seguido fielmente por sus tibicenas.
—Sí. No te preocupes, Kafa, son inofensivos —le tranquilizó Yilan.
—Se les da mejor huir y esconderse que cualquier otra cosa —le dijo Alev en esta ocasión.
—Pero eso solo hace que sea más difícil atraparlos —reflexionó Shunuk—. Si queremos información, no nos la darán así como así. Para esos seres todo tiene un precio.
—Y uno muy caro —puntualizó Irsis, que salió de la nada pasando los brazos por los hombros de Kafa y Alev—. Por eso os pido que me dejéis a mí.
Yilan alzó una ceja y le dedicó una sonrisa cómplice.
—Ya estás tramando algo.
—Eso lo hago continuamente, pero lo de los trasnos puedo arreglarlo yo solito.
—Muy bien, Irsis. En cuanto les hayamos localizado, te lo dejaremos todo a ti.
El joven esbozó una gran sonrisa.
—¿Localizarlos? Serán ellos quienes vengan a nosotros.


Olum Isik, Siyagun.

—¿Pero quién es el niño más guapo de todos? Tú. Sí, tú.
—Llevas cuatro horas haciendo el gilipollas, ¡deja tranquilo al chiquillo! Seguro que ya se ha cansado de ti.
Kedi soltó una risilla mientras cogía al pequeño de tres meses en brazos.
—Mira, al tío Zephar no le gusta que tu hermano mayor te diga lo guapo que eres. Eso es que está celoso —añadió en voz baja, aunque no la suficiente como para que su hermanastro no le oyera.
—No estoy celoso, estoy cansado de oírte. ¿Ves la diferencia o no?
—Bobadas, si a él le encanta.
—¿Y tú qué sabrás? —Antes de que respondiera, alzó los brazos como si se rindiera—. Cierto, Kedi lo sabe todo. Kedi lo sabe porque hurga en cabezas ajenas…
—En tu caso es porque tienes una mente muy abierta —le dijo con una risotada. Como respuesta, Zephar soltó un gruñido y se fue, dejando a solas a su hermano menor y al bebé.
Su madre había tenido otro niño. Contándolo a él, eran en total cuatro hermanos… O lo serían si Aures siguiera con ellos. Ahora mismo, solo estaban Zephar, Nokta y él.
Miró a su hermano pequeño con una gran sonrisa. Se parecía mucho a Aures, con el cabello dorado rizado y brillantes ojos azules. Era una lástima que su destino estuviera ligado al burdel y a cientos de desconocidos y desconocidas que usarían su cuerpo para aliviar sus necesidades.
De repente, escuchó gritos en la calle. Se acercó a la puerta, donde ya se habían amontonado sus compañeros para observar qué pasaba.
Aun así no salió, no le hizo falta. Nada más escuchar varios pensamientos, comprendió lo que había pasado. La tensión se apoderó en un segundo de su cuerpo y, en un acto instintivo, cubrió aún más a Nokta con la manta.
—¿Qué diablos está pasando? —preguntó Karali, que también había oído el alboroto y se había acercado para saber qué ocurría.
—Alguien ha muerto en el palacio.


Deger caminaba a paso rápido entre los callejones de la ciudad. La nube en la que había flotado gracias al nacimiento de su hija Torin se había desvanecido en menos de un segundo al ver el estado de ánimo de los ciudadanos tres días después de salir de Siginak.
A pesar de que la temporada cálida ya estaba avanzada, los habitantes de Siyagun se comportaban como si el brillante sol estuviera cubierto de nubes grises, las cosechas muertas por el frío y los cobradores de impuestos al caer.
Tanto los pobres como los de clase trabajadora tenían caras largas y hacían sus recados sin ganas, la ciudad yacía envuelta en una niebla de tristeza y no tenía ni la menor idea de dónde había salido.
Tampoco comprendía la ira. Los hombres susurraban amenazas en las tabernas acompañadas de golpes de puños, que destilaban indignación y frustración. Había visto a más de un ciudadano mirar con odio palpable a los soldados e incluso algunos habían sido golpeados al intentar enzarzarse en una discusión con ellos.
Esa fue la razón por la que se dirigió directamente a Yeniden Dogmak, donde esperaba encontrar a Sakasi para que le explicara qué demonios había pasado.
Al entrar, no solo encontró al bufón. Había docenas de campesinos amontonados al fondo, alrededor de alguien que lloraba desconsoladamente.
Alguien había muerto. Lo supo por los hombres que llevaban atados al brazo un pañuelo negro y por las mujeres que portaban sobre sus hombros velos del mismo color.
—Deger.
Giró sobre sus talones al escuchar a Sakasi. Tenía muy mala cara y los ojos rojos, como si hubiera llorado. Sin embargo, sus manos eran firmes puños.
Se acercó a él y se arrodilló para poder hablar cara a cara.
—¿Qué ha pasado? Acabo de llegar y he encontrado a los ciudadanos tristes e iracundos. ¿Quién ha muerto?
Las comisuras de los labios del bufón fueron hacia abajo tras varios intentos de contenerse. Instantes después, lágrimas de rabia resbalaban por su deformado rostro.
—Ese cabrón la ha matado, Deger. El rey ha matado a Aglaya y a su hija.
Durante varios segundos, no pudo reaccionar. La información llegó a su cerebro como una flecha envenenada, infectando todo su cuerpo y dejándolo totalmente inmóvil.
A duras penas fue consciente de que se puso de pie y salió de la posada, en dirección a palacio. Escondido bajo una manga, llevaba un afilado cuchillo, cuya hoja esperaba pacientemente a que la sangre la bañara.

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