Capítulo 21. Desesperanza
Se sentía mareado mientras recuperaba poco a poco la conciencia.
¿Qué había pasado? No tenía la sensación de acabar de despertarse como
todas las mañanas ni tampoco recordaba estar en mitad de una batalla… Sabía que
estaba en el Reino del Hielo, en su antiguo hogar, había sido su regalo de
bodas para Naruto…
Naruto.
Izumi.
La ventisca.
Se sentó de un salto, haciendo que el mareo se intensificara y tuviera que
apoyarse sobre sus brazos para mantener el equilibrio con un gruñido. En ese
instante, se dio cuenta de que estaba sobre un colchón mullido, lo reconoció
enseguida como su cama, se encontraba en su habitación.
¡¿Qué coño hacía en su dormitorio?! Él no debería estar allí, ¡debería
estar en la montaña buscando a Naruto! ¡¡Él solo no podría sobrevivir!!
—Alteza, ¿cómo se encuentra? —preguntó una voz suave.
Al alzar la vista, se encontró con una de las aprendices de Onoki.
Él ignoró por completo la pregunta.
—¿Dónde está mi esposo?
El rostro de la joven se contrajo por la tristeza y Sasuke palideció al
comprender la respuesta. Un miedo oscuro y profundo lo atenazó y se asentó en
su temeroso corazón, pero no dejó que eso lo dejara paralizado. La fuerza de
los sentimientos que tenía por Naruto no le permitían quedarse quieto o muerto
de miedo; a pesar de que sabía que su prometido tenía pocas posibilidades, a
pesar de saber que era un suicidio adentrarse en la ventisca y que
probablemente moriría en ella… lo que ocurriría si Naruto no regresaba, se le
antojaba mil veces peor. El asomo de ese dolor ya le resultaba insoportable.
Se levantó de un salto, ignorando el punzante dolor de cabeza y dando
gracias por no haberse mareado de nuevo. Se echó un vistazo, haciendo una mueca
al ver que solo llevaba los pantalones y una gruesa camisa interior.
—¿Y el resto de mi ropa?
La joven médico fue al escritorio y le entregó su ropa perfectamente
doblada. Sasuke la cogió de un tirón y se apresuró en ponérsela para marcharse,
sin embargo, la chica intervino una vez más:
—Alteza, no deberíais moveros aún, el golpe os dejó inconsciente y conviene
que no…
Sasuke se paró en seco y se giró.
—¿Qué golpe? —preguntó con brusquedad.
La médico se encogió un poco.
—Tengo… entendido que no deseabais abandonar la Montaña Sagrada sin vuestro
prometido y…
—¿Quién fue? —exigió saber, empezando a comprender lo que había pasado. Él
nunca habría abandonado a Naruto a su suerte en ese lugar, no sabiendo lo
peligroso que era para él… o para cualquiera.
La joven rehuyó su mirada, pero respondió:
—La… comandante Yukino, alteza.
Esta vez, Sasuke se quedó petrificado, solo durante unos segundos. Recordó
la última conversación que había tenido con Naruto, su convicción de que ella
estaba enamorada de él y de que no creía que su esposo fuera lo suficientemente
bueno para él…
Y la rabia lo consumió.
Ignorando las recomendaciones de la médico, dio media vuelta y salió por la
puerta de su habitación, yendo directo a la puerta principal del castillo.
Estaba furioso con Korin, hasta el punto de que deseaba fervientemente retarla
a un combate a muerte por su traición, pero ya habría tiempo para eso. Naruto,
en cambio, no lo tenía. Ni siquiera estaba seguro de cuánto tiempo había estado
inconsciente, sin embargo, cada segundo que tenía era vital para su esposo; él
no era débil, estaba seguro de que podía aguantar lo suficiente hasta que
llegara.
Su mente trabajó rápidamente, pensando en lo que necesitaba para ayudar a
su esposo. Pese a que lo único que quería hacer era correr hacia la Montaña
Sagrada para buscarle, su prioridad, lo más importante, era que Naruto sobreviviera
fuera como fuera a aquella ventisca, aunque tuviera que ser a costa de su vida.
No quería imaginarse su vida sin su rubio, le asustaba esa profunda sensación
que se había instalado en su corazón y que amenazaba abrirse con una fuerza
brutal que sabría que no podría contener. De modo que, tras unos segundos
haciendo cálculos y listas, fue en primer lugar hacia el ropero donde se
guardaban las mantas y pieles más gruesas de palacio y no dudó en llevarse dos
mantos de oso con capucha para Naruto y para él y una manta hecha con pieles de
lobo para mantenerlos calientes en el caso de que tuvieran que dormir a la
intemperie. Una vez salió, bajó las escaleras con rapidez en dirección a la
cocina, en busca de una cantimplora grande y algo de comida. La travesía por la
ventisca sería muy dura, no tenía ninguna duda, pero creía que podían
conseguirlo juntos, solo tenía que encontrar primero a Naruto, eso sería lo más
difícil… Pero no tenía intención de abandonar esa montaña sin él. De ninguna
manera.
—¡Alteza!
Se detuvo en seco al escuchar esa voz.
La sangre hirvió como si ardiente fuego corriera por sus venas y se dio la
vuelta con las facciones crispadas por una rabia absoluta.
Korin iba hacia él. Le acompañaban un par de soldados más que habían
formado parte de la guardia que los había llevado a la Montaña Sagrada, pero ni
siquiera fue consciente de su presencia. Empezó a andar directo hacia el objeto
de su ira.
Los soldados, que presintieron su estado, se pararon y retrocedieron, salvo
Korin, por supuesto. Ella se irguió y enfrentó su mirada.
—Veo que os encontráis bien, alteza.
—No gracias a ti —masculló antes de lanzarle un puñetazo, pero la mujer lo
detuvo golpeando su antebrazo contra el suyo.
—Cumplí con mi deber —afirmó ella sin asomo de duda.
Sasuke gruñó y aprovechó que Korin había girado su cuerpo para evitar el
golpe de tal forma que usó ese impulso para acabar de dar la vuelta sobre sí
mismo y emplear esa fuerza para asestar una patada que fue directa a su
estómago.
La soldado la recibió de lleno y cayó hacia atrás.
—¡Alteza! —lo llamó una mujer soldado.
Pero el Uchiha no quería escuchar, para él, no tenía excusa lo que había
hecho.
—No os metáis en esto —rezongó, yendo directo hacia la mujer para
enfrentarse a ella. Su mente estaba totalmente cegada por la furia, el dolor de
la traición y las ansias de vengarse.
Sin embargo, Korin no se daba por vencida fácilmente y se puso en pie de un
salto, mirando a su príncipe con cautela.
—Deteneos, alteza, esto no tiene sentido.
—¡Que te jodan! —Sasuke fingió darle un puñetazo a la cara con el puño
izquierdo, haciendo que la comandante, efectivamente, tratara de defenderse
como antes, pero Sasuke lo sospechaba y, en vez de acabar el movimiento,
replegó el brazo y lanzó un puñetazo con el otro que fue directo al estómago,
el cual Korin no pudo evitar porque tenía los brazos en alto. El ataque fue
inesperado y de lo más efectivo, ya que ella se dobló en dos a causa del dolor,
y el Uchiha aprovechó de nuevo ese gesto para asestarle otro puñetazo en la
barbilla que la lanzó de espaldas contra el suelo. Un hilo de sangre resbaló
por la comisura de sus labios, pero Sasuke lo ignoró por completó y aplastó su
vientre con el pie con tal fuerza que la joven volvió a toser sangre.
—¡No, alteza!
De repente, los otros tres soldados que iban con Korin lo inmovilizaron y
lo alejaron de ella. Verse privado de su venganza no hizo más que aumentar su
rabia.
—¡Soltadme! —rugió.
—Alteza, Yukino ha sido relegada de su cargo como comandante por su padre
por abandonar a su alteza Namikaze —trató de tranquilizarlo la soldado.
Sasuke resopló.
—No es suficiente. Yo podría haberlo salvado ¡y ella me lo impidió!
—Ella le salvó la vida, alteza.
—¡Y condenó a muerte la de mi esposo! —aulló, lleno de dolor y furia. Sin
embargo, eso le hizo recordar que Naruto aún seguía allí, en la ventisca, y que
él estaba perdiendo un tiempo esencial en esa hija de la gran puta a la que,
tontamente, había defendido ante su prometido, creyendo que ella sí era digna
de confianza, que a diferencia de Sakura, era alguien noble que jamás les haría
daño a él o a su esposo.
Pero se había equivocado. Otra vez.
Todas las mujeres con las que había estado, al final, eran exactamente
iguales, tal y como le había dicho Naruto.
Inspiró hondo, tratando de calmarse lo suficiente como para que le dejaran
ir. Los soldados no tardaron en hacerlo, y él solo se limitó a lanzarle una
mirada de odio a Korin antes de pasar por su lado para seguir su camino hacia
la cocina.
—No vaya tras él —la oyó decir. Su voz estaba algo distorsionada por el
dolor, pero seguía sonando firme.
Sasuke se detuvo y apretó los dientes.
—Cierra la boca antes de que te mate.
—Morirá en la ventisca.
—No me quedaré de brazos cruzados.
—¡Él no merece la pena! —acabó diciendo Korin en un tono alto y brusco,
encarando a su príncipe con una mirada decidida—. ¿De verdad va a arriesgar su
vida por ese chico? ¿Por un príncipe mimado que solo quería jugar en nuestro
lugar sagrado? ¡No pensé que acabaría así, alteza!, ¡atontado por ese niño solo
por ser un creador! —Se irguió en toda su altura y con la cabeza alta—. No
consentiré que pierda la vida por algo así, ¡usted merece más que eso!
Escuchar esas palabras paralizó a Sasuke. Eran extrañamente parecidas a lo
que le había dicho Naruto, a la forma en la que lo veían sus examantes. Lo
tomaban por un niño mimado, como había hecho él al conocerlo, que sabía poco de
la vida y actuaba según sus caprichos, sin preocuparle en absoluto el resto del
mundo; lo veían como alguien que no merecía estar con él, que no tenía cabida
en su vida…
Que no tenía ningún valor.
En ese instante, en su cabeza se mezclaron varios momentos: la forma en la
que había visto a Naruto al principio y cómo respondía él antes su equivocado
punto de vista, la aparición de Sakura y su desprecio por el Reino del Fuego,
el duelo con Gaara y sus duras palabras acerca de lo poco que le importaba
Naruto, las envenenadas palabras que le había dirigido Karin a su esposo y cómo
Orochimaru lo había tratado, como a una vulgar yegua a la que podía comprar y
usar a su antojo. Y, a todo eso, se unió la última conversación que tuvo con su
rubio; volvió a ver la angustia en sus ojos y sentir su dolor en sus palabras,
su miedo a creer que tal vez los demás tenían razón, que él no debería estar a
su lado.
Sintió que se ahogaba.
Pensar en que Naruto había tenido que pasar por ese sufrimiento una y otra
vez, cada vez que se presentaba una de sus amantes, y saber que las últimas palabras
que habían intercambiado habían sido esas… era demasiado. Una vez más, el miedo
a perder a su esposo lo azotó y su cabeza reaccionó con una fuerte negación, a
pesar de saber que sus probabilidades de encontrarlo y salir sanos y salvos de
la ventisca eran mínimas.
Todo ese cúmulo de emociones y miedos, sumado al convencimiento de que si
Korin no hubiera intervenido habría podido ayudarlo, terminaron por consumirlo.
Sin pensar demasiado en lo que hacía, dio media vuelta y le gritó:
—¡Izumi está enferma! ¡Tiene la Fiebre de las Rocosas! —Tanto los soldados
como la propia Korin palidecieron, pero él no le prestó la más mínima
atención—. ¡Gracias a Naruto habíamos dado con una cura! ¡Fue a la Montaña
Sagrada porque quería ayudarla, no para jugar como el niño mimado que jamás ha
sido! ¡Tú no lo conoces! ¡No tienes ni puta idea de por todo lo que ha pasado,
porque si la tuvieras sabrías que vale mil veces más que yo y que cualquiera
que hayas conocido! —Hizo una pausa para coger aire, porque aún no había terminado,
aún no había dejado salir toda su ira—. Él me ha dado más de lo que tú o
cualquier otra mujer me ha ofrecido, me ha dado más de lo que yo podría darle
y, por eso, no te consiento que digas que no me merece —dijo con un gruñido,
fulminando a la mujer con los ojos—. Te juro que como vuelvas a insinuar que
Naruto no está a mi altura te mataré… Y si le ha pasado algo ahí fuera, puedo
prometerte que te haré la responsable de ello —y dicho esto, volvió a dar media
vuelta y, esta vez sí, pudo llegar hasta la cocina sin percances, donde cogió
una bolsa y la comida que creyó que mejor aguantaría las bajas temperaturas.
Una vez estuvo preparado, fue hacia las cuadras, esperando poder salir por
allí sin ser visto… Por desgracia, su primo Sai pasaba por esa zona y lo vio.
—¡Sasuke! ¿Cómo te encuentras? —le preguntó, un tanto inquieto—. Ya me han
dicho que Korin te golpeó y… siento mucho lo de Naruto. No podías hacer nada
por él.
Sasuke apretó los dientes y lo pasó de largo.
Naruto no estaba muerto. No tenía que actuar como si ya no estuviera.
—Sasuke, ¿a dónde vas?
—No te incumbe —respondió, mordaz, sin aminorar el paso.
Sin embargo, Sai tardó poco en atar los cabos y palideció antes de correr
tras él para alcanzarlo.
—¿Estás loco? ¡No puedes salir ahí fuera!
—Nadie te ha pedido que me acompañes —replicó.
De repente, Sai se interpuso en su camino, lo cual hizo que le lanzara una
mirada asesina.
—Quítate de en medio —ordenó.
—Sasuke, no estás siendo razonable. No sobrevivirás a la ventisca.
—¡Naruto tampoco! —exclamó, frustrado porque parecía ser el único al que le
preocupaba Naruto—. ¡No pienso quedarme de brazos cruzados cuando él podría…!
—¡Está muerto, Sasuke!
Al escuchar esa palabra, Sasuke rugió y agarró a Sai por el cuello de la
camisa para empujarlo contra la pared.
—¡No vuelvas a decir eso!
—¡Es la verdad! —le dijo Sai, mirándolo con tristeza—. Odio ser yo quien te
lo diga y de esta manera, pero tienes que entenderlo. Nadie ha sobrevivido a
una ventisca estando a la intemperie, ¡y lo sabes! Salir ahí fuera no te
devolverá a Naruto.
En un ataque de dolor y rabia, Sasuke lo apartó con brusquedad a un lado y
siguió su camino, o lo habría hecho si no fuera porque Sai, poco dispuesto a
permitir que su primo muriera en vano se lanzó contra su espalda y lo tiró al
suelo, tratando de inmovilizarlo. Sin embargo, el príncipe Uchiha, que tenía
los nervios a flor de piel y nada que perder, le dio un codazo en las costillas
y después usó toda la fuerza de su cuerpo para sacudirse a su pariente de
encima. Aun así, Sai no se dio por vencido y le dio un golpe a sus muñecas con
el brazo para que cayera al duro suelo de piedra y no pudiera levantarse.
Segundos más tarde, logró incorporarse para sentarse sobre la parte baja de su
espalda y agarrar sus hombros.
—¡Entra en razón, Sasuke! ¡Ya no puedes hacer nada!
Él gruñó y levantó la parte superior de su cuerpo con un movimiento brusco
para hacerle perder el equilibrio, de tal forma que, cuando Sai acabó inclinado
hacia atrás, él pudo agarrarlo del cuello con los pies y tirarlo hacia atrás el
tiempo justo para librarse de su primo y poder salir de debajo de su cuerpo.
Sin pérdida de tiempo, se puso en pie de un salto y se dispuso a correr hacia
las cuadras… Pero solo alcanzó a dar cuatro pasos.
Itachi también estaba allí, impidiendo su paso con una expresión de
absoluta tristeza.
Su corazón amenazó con romperse.
—Itachi… Por favor…
Él negó con la cabeza al mismo tiempo que se acercaba a él.
—Lo siento mucho, hermano, pero sabes que no puedo hacerlo.
Los hombros de Sasuke se hundieron, sabiendo que no podría enfrentarse a
Itachi. Nunca había podido vencerle en combate y, aunque habían pasado tres
años desde su último enfrentamiento, no quería herirlo, no cuando la muerte
acechaba a su esposa y a su hijo, ya tenía demasiado con eso.
—Por favor… Naruto… Él…
—Ya lo sé —dijo su hermano, que para ese momento había llegado hasta él y
lo había abrazado con fuerza. Sasuke le devolvió el gesto, necesitando
desesperadamente ese consuelo—. Lo siento mucho, Sasuke. Lo siento de verdad.
Él se aferró a Itachi, tratando por todos los medios de evitar que el dolor
lo engullera. Por eso necesitaba buscar a Naruto, si no lo hacía, sabía que
acabaría encogido en su habitación, atormentado por la idea de que acabaría
muerto en esa montaña y que él no habría podido hacer absolutamente nada, que lo
único que podría hacer sería esperar a que la ventisca pasara para buscar
después sus restos… Que la última conversación que tuvieron estuvo llena de
angustia, que él defendió a la persona que había impedido que fuera a su lado
cuando más le había necesitado… Que no volvería a verlo por las mañanas
acurrucado a su lado, que no volvería a escuchar cómo se burlaba de él o cómo
se reía, que no volvería a sorprenderlo con su sabiduría o con sus misteriosas
habilidades, que no volvería a sentir sus brazos alrededor de su cuerpo, sus
manos jugando con su cabello, sus labios besándolo con ternura. No volvería a
ver ese lindo sonrojo que cubría sus mejillas después de hacer el amor, o esa
mirada cariñosa y llena de afecto que le dedicaba cada vez más a menudo,
diciéndole sin palabras lo mucho que le quería.
No podía soportarlo. Necesitaba hacer algo, no podría vivir sabiendo que se
había quedado de brazos cruzados, necesitaba salir ahí fuera e intentarlo, a
pesar de que muriera.
—Por favor, Itachi, déjame salir a buscarlo. Por favor, por favor…
—Hijo.
Sasuke se sobresaltó un poco al escuchar la voz de su padre a sus espaldas.
Se apartó de Itachi y se giró, encontrándolo junto a Sai, ayudándolo a levantarse,
a pesar de que era a él a quien estaba mirando con la misma triste expresión
que Itachi.
Fue hacia él, sabiendo que era su última esperanza. Nadie lo detendría si
le dejaba ir.
—Padre… Naruto me necesita. Por favor…
En los ojos de Fugaku apareció un atisbo de dolor. Sasuke intuyó la
respuesta tras esa mirada, pero no podía aceptarla, simplemente no era capaz de
quedarse allí y dejar que Naruto muriera de frío y… solo.
—Por favor. Por favor, juro que no te pediré nada más en la vida, pero
déjame ir, por favor…
El rey puso sus manos sobre los hombros de Sasuke y lo miró a los ojos.
—Hijo… Dime una cosa. Si sales ahí fuera… ¿puedes garantizarme que podrás
ayudar a Naruto? ¿Puedes decirme que no te congelarás a la hora de estar ahí
fuera? ¿Puedes prometerme que podrás ver a través de la nieve y hallar el
camino a la Montaña Sagrada?, ¿que podrás encontrar a Naruto en ese gran
terreno escarpado? ¿Puedes decirme que lo encontrarás con vida y que podréis
volver juntos?
Sasuke sintió que su corazón se rompía. Agachó la cabeza, sabiendo que él
no tenía ninguna habilidad que le ayudara a resistir el frío o a poder ver algo
más allá de la nieve.
—No —respondió con la voz rota.
Fugaku le acarició la cabeza, intentando consolarlo.
—Naruto te necesita, es verdad… pero no muerto. —Hizo una pequeña pausa—.
Dime, si tú estuvieras en su lugar, ¿querrías que él fuera a buscarte?
Él cerró los ojos con fuerza y empezó a temblar.
No, claro que no querría. Porque perder a Naruto era mil veces peor que
morir helado.
Pero, por desgracia, no era él quien estaba en la montaña al borde de la
muerte.
Su padre, que había intuido la respuesta, cogió su rostro entre sus manos
con cuidado y lo alzó para que lo mirara a la cara. Ver su rostro compungido
por el dolor y la angustia lo partió en dos, era como verse a sí mismo cuando
murió su esposa.
—Él no desearía que murieras por él, hijo.
Ya lo sabía. Sabía que Naruto preferiría que se quedara allí, a salvo…
pero…
—No puedo quedarme sin hacer nada, padre.
Fugaku negó con la cabeza.
—No se trata de hacer nada. Se trata de lo que realmente puedes hacer por
él, y lo único que puedes hacer es esperar a que la ventisca pase… para
buscarlo entonces.
Sasuke volvió a agachar la cabeza.
Lo había sabido desde el principio. Su cabeza le decía que era imposible
que él llegara a la Montaña Sagrada, probablemente habría muerto antes
congelado… del mismo modo que le decía que Naruto no tenía ninguna posibilidad
allí fuera, solo. Pero su corazón… Su corazón no quería aceptarlo. No podía.
Ambos habían estado luchando el uno contra el otro ferozmente, aunque Sasuke le
había dado preferencia al corazón, aferrándose a la nimia esperanza de que
Naruto podría sobrevivir si iba a ayudarlo.
Pero ahora… Ahora no tenía nada.
Su padre le había hecho ver lo inútil que sería y… Naruto lo mataría si
supiera que iba a arriesgar su vida tontamente por él. No se lo habría
perdonado nunca.
Sin embargo, eso solo quería decir una cosa: que su rubio no volvería.
Moriría en la Montaña Sagrada de frío en el caso de que la ventisca durara unas
horas a menos que hubiera encontrado un buen refugio y tuviera poder suficiente
para calentarse… pero, en el peor de los casos, la tormenta duraría unos
cuantos días, puede que hasta una semana o más, no sería de extrañar puesto que
estaban en otoño… y Naruto no podría alimentarse por su cuenta. Moriría de
hambre.
Una tenebrosa imagen de su cuerpo inerte, pálido como la muerte y helado
como las aguas de su tierra se superpuso a los cálidos recuerdos que tenía de
él, donde le sonreía, le abrazaba y lo besaba. Eso provocó que un vacío inmenso
se instalara en su interior, haciendo su alma añicos.
Abrumado por el dolor de la pérdida, se apartó de su padre y se fue
corriendo a alguna parte, como si así pudiera huir de la agonía que lo asolaba.
Quería gritar, quería dejarse caer al suelo, encogerse sobre sí mismo y aullar
su angustia, liberar de algún modo el profundo abismo de soledad y sufrimiento
que lo estaba desgarrando por dentro, pedazo a pedazo. Jamás había sentido algo
así, ni siquiera cuando había fallecido su madre.
El no poder hacer nada no hacía más que empeorarlo todo. Sí, sabía que no
serviría de nada salir a la ventisca; sí, sabía que moriría en ella, pero… ¿De
verdad solo podía esperar? ¿Lo único que podía hacer era ir a buscar su cuerpo
cuando la tormenta pasara? ¿Eso era todo?
“Trabaja como si todo dependiera de ti, reza como si todo dependiera de
Kurama”.
Se detuvo en seco al recordar las palabras que le había dicho Naruto una
vez.
Con el corazón acelerado, dio media vuelta y corrió tanto como le
permitieron las piernas hacia la escalera de caracol que conducía a un túnel
subterráneo. Casi no se utilizaba ya que la mayoría de la gente podía llegar a
su destino por el patio, pero si no podía salir por la ventisca, entonces iría
por allí. Cogió una antorcha antes de llegar a la pesada puerta que conducía al
túnel y, después, entró. Una gélida corriente de aire lo recibió, pero lo
esperaba y no se amedrentó; siguió su camino por el oscuro pasadizo sin
detenerse, acelerando el paso cuando el viento no se lo impedía.
Tardó más de lo que creía pero, al final, llegó a una portezuela que abrió
con un poco de dificultad, hacía algún tiempo que no la usaban. Al salir, se
encontró con una estancia redonda bastante oscura, aunque la luz que se colaba
por la parte de arriba, más allá de la escalera de piedra de caracol, le daba
una iluminación muy tenue.
Se encontraba en la Torre Blanca, el altar de Taka de la familia real.
Por un instante, lo invadió una extraña sensación que hacía mucho que no
sentía, la de haber vuelto a un lugar consagrado a su deidad después de tanto
tiempo… Era extraño. Sin embargo, no podía demorarse en descifrar los
sentimientos que le producía regresar a aquel lugar donde había pasado tantas
noches en vela rezando por su madre, un lugar que asociaba al dolor y a la
muerte.
Y, aun así, iba a volver a hacerlo.
Decidido, se apresuró en subir los cientos de escalones que había, teniendo
cuidado con las arremetidas del viento que descendían desde los pequeños ventanales
que sus antepasados dejaron abiertos para que Taka pudiera entrar y salir a su
antojo para escuchar las plegarias de la familia real. Siguió su trayecto sin
dudar, a pesar del cansancio y del frío que hacía allí, aunque era soportable
gracias a las pieles de oso que llevaba encima.
Al final, logró llegar hasta el altar, una estancia redonda que ocupaba
toda la torre, y que a los dos metros de altura estaba decorada por estatuas de
los Guardianes de su tierra portando armaduras y sus armas en una postura
reposada pero imponente. Los ventanales se hallaban justo encima, en forma de
arcos acabados en punto y sobre los cuales, el techo estaba decorado con
figuras de piedra que simulaban ser halcones que volaban hacia el centro, donde
había un copo de nieve que simbolizaba la Montaña Sagrada. Al fondo de la
estancia, en cambio, se erigía una especie de capilla pequeña, con cuatro
delgadas columnas que sujetaban una cúpula bajo la cual otra estatua de halcón
yacía sobre un cayado con las alas plegadas y mirando al frente.
Sasuke se acercó, esta vez más lentamente, apenas reparando en las ofrendas
que habían dejado las personas que moraban en el castillo, probablemente para
pedir que la ventisca no fuera dura y nadie saliera herido.
—Mi señor… —murmuró cuando estuvo ante la estatua. Tragó saliva y desplegó
la manta que había cogido en un principio para Naruto, pero que ahora usaría
para proteger sus piernas del frío del liso suelo de piedra blanca. Después, se
arrodilló humildemente sobre esta y apoyó las manos sobre la superficie para
hacer una reverencia tan profunda que su frente casi rozaba la manta—. Sé que
hace mucho que no vengo aquí. En realidad, sé que hace muchos, muchos años que
no le dedico una plegaria. —Clavó los dedos en la manta, temblando—. Mi madre…
murió cuando era un niño y… no podía entender por qué se la llevó, por qué no…
no hizo nada para salvarla. —Cerró los ojos con fuerza, sintiéndose culpable
por el rencor que había guardado dentro de sí contra Taka, contra su padre, por
algo que había estado fuera de su control—. El dolor de su pérdida me cegó y
lancé mi rabia contra mi padre, que solo trató de protegerme… y contra usted.
No podía comprender por qué un ser tan poderoso como usted había dejado morir a
mi madre. —Inspiró hondo y trató de relajarse, aunque la voz se le rompió un
poco a causa de la emoción—. Pero ahora lo entiendo. Ahora veo… que mi visión
de los dioses estaba equivocada y que… tan solo nos estaba dejando vivir a
nuestra manera —dicho esto, alzó la mirada hacia la estatua, tragando saliva—. Gracias
por darnos esa libertad. De verdad. —Hizo una pausa para hacer otra reverencia
y, esta vez, mantuvo la cabeza agachada—. Pero solo he podido comprender esa
voluntad gracias a mi esposo, a Naruto. Él… está atrapado en su hogar sagrado.
Hice lo que pude, mi señor, intenté ir por él, pero no me dejaron y… no sé qué
más puedo hacer. No me da miedo morir, pero si salgo, no podré ayudarle
tampoco… así que… por favor, hágalo usted, se lo suplico. Juro que no volveré a
dudar de sus decisiones, que renunciaré al mar y a esas aventuras por las que
dejé mi país cuando era joven, que me desposaré con Naruto y cumpliré con mi
deber dándole un heredero, que gobernaré sabiamente y que protegeré mi reino
pase lo que pase, que no volveré a rehuir mis responsabilidades ni deshonraré
mi familia… A cambio, por favor, por favor, ayúdele. Devuélvamelo sano y salvo,
se lo suplico… Por favor… —rogó con la voz rota, incapaz de contener más su
dolor, dejando caer la frente en el suelo, rindiéndose a sus emociones que
salieron en forma de lágrimas incontenibles.
Sasuke siguió suplicando a Taka que ayudara a Naruto, prometiendo que
pagaría el precio que fuera necesario con tal de que regresara con vida,
esperando algún tipo de señal de que su dios le había escuchado… sin darse de
que, en uno de los ventanales, un halcón blanco moteado, que parecía ser inmune
al viento infernal y a las gélidas temperaturas, lo había estado escuchando
desde el principio.
Tras hinchar el pecho, como si sintiera orgullo, dio media vuelta en
silencio y desplegó las alas para alzar el vuelo en dirección a la Montaña
Sagrada.
—¡Huaaah! —Naruto cogió aire precipitadamente cuando volvió en sí.
Pese a la desorientación y confusión que sentía, notó varias cosas a la
vez: lo primero, que su cuerpo estaba totalmente helado, temblaba violentamente
y sentía los músculos tan rígidos que no estaba seguro de si podría moverlos;
lo segundo, un fuerte viento lo azotaba sin piedad y aullaba agónicamente en
sus oídos, provocando que gimiera muy bajito, ya que tenía la boca demasiado
seca para lanzar sonidos más fuertes que la aspiración que había hecho antes, y
lo tercero, la nieve. Había nieve cayendo por todas partes y juraría que
cambiaba de dirección cada dos por tres, de hecho, tenía una capa encima,
cubriéndolo.
Con los dientes castañeando, hizo amago de coger algo, pero, entonces, un
dolor atroz lo recorrió de arriba abajo. Cerró los ojos con fuerza y apretó la
mandíbula, abrumado por el calambrazo que atormentaba su pierna. Intentó moverla,
pero la agonía fue tal que soltó un alarido a pesar del estado de su garganta;
supo al instante que estaba rota y que no podría ponerse en pie ni aunque
intentara soportar el dolor, su pierna era incapaz de soportar ningún peso en
ese momento. Tras aceptar que no podría hacer nada con ella, analizó el resto
de su cuerpo; se sentía muy dolorido, pero no podía decir con exactitud los
daños que tenía ya que, sobre todo, tenía mucho frío y apenas podía notar algo
más aparte de sus músculos rígidos.
Tras ese análisis rápido, decidió que, de algún modo, tenía que encontrar
refugio o algo donde poder cubrirse un poco de la tormenta… Pero no veía nada,
había tanta nieve que ni siquiera con sus agudos ojos podía ver nada, aunque el
sentido más fino que tenía eran los oídos, y estaban inutilizados de todas
formas por el ulular del viento. Se preguntó hacia dónde ir o qué hacer… ¡Sus
poderes! Cerró los ojos y se concentró un poco, aunque la decepción lo inundó
al darse cuenta de que estaba bastante debilitado; primero le había dado parte
de su energía a Izumi para proteger a su bebé y, después… después…
Ya lo recordaba.
Sakura Haruno había estado en la montaña, le había empujado cuando acababa
de conseguir las Raíces de Piedra… ¡Por los dioses, las raíces!
Pese a su cuerpo rígido y congelado, logró moverse poco a poco, con suma
dificultad, para acabar tumbado sobre un lado, aunque eso le costó otro bramido
por mover su pierna rota, que se resintió en el último movimiento, al aterrizar
sobre un lado de su cuerpo. Resopló por el dolor, pero se obligó a mover un
brazo para buscar las raíces. ¿Dónde las había metido?, habría jurado que las
había guardado justo antes de ser empujado para que no se le perdieran… ¡Ah!
¡Las tenía! ¡Sí! Las había metido en su saquito de hierbas medicinales, que
llevaba siempre atado al cinto.
Suspiró aliviado, dejando caer la cabeza sobre la nieve, rememorando lo que
había ocurrido después de la caída. Sí, no había podido evitarlo, pero usó sus
poderes para transformar sus manos en garras y aferrarse así a las piedras; no
había podido engancharse a ninguna, estaban recubiertas de hielo y nieve y
resbalaban, pero al menos había logrado reducir su velocidad lo suficiente como
para evitar que el golpe fuera aún peor.
Al menos, seguía con vida.
Por ahora.
No creía tener poder suficiente como para crear una llama que iluminara el
lugar, pero sí para calentar su cuerpo durante un tiempo… Sin embargo, debería
reservar esa energía para el camino hacia el refugio. Si tuviera otra fuente de
energía… El sol no era una opción y dudaba mucho que pudiera encontrar un fuego
por ahí cerca que le pudiera servir…
Un segundo. Sí que tenía una.
Desesperado, volvió a rebuscar entre sus ropas hasta que sus dedos
reconocieron por el tacto la daga que había ofrecido a Taka como ofrenda… y que
él le había devuelto.
Estaba bastante seguro de que era el momento de usarla.
Cerró los ojos y se concentró en el filo del objeto, invocando el poder que
le había imbuido Kurama al hacerla. La hoja empezó a brillar con una intensa luz
dorada que, poco después, lanzó una ola de calor que fundió la nieve que caía a
su alrededor e iluminó el espacio; así, pudo ver que, efectivamente, había
caído alrededor de unos veinte metros de profundidad, aunque, por suerte, no se
hallaba al fondo del precipicio, sino que había caído sobre un saliente
bastante ancho. Siguió mirando a su alrededor, con la esperanza de encontrar un
lugar en el que guarecerse, a pesar de que, al estar en un saliente, no tenía
demasiadas esperanzas de encontrar nada.
Pero, gracias a los dioses, estaba equivocado. A su derecha, a un metro de
distancia, había un agujero que seguramente era el hogar de algún ave, tal vez
de un halcón.
Cogió el mango de la daga con los dientes y usó sus poderes para calentar
su cuerpo, lo cual permitió que sus músculos dejaran de estar rígidos por el
frío, pero también que fuera más consciente de las heridas que se había hecho
durante la caída. Sus guantes se habían roto por sacar las garras, de forma que
tenía las puntas de los dedos ensangrentadas y muy doloridas; sus brazos y la
pierna que no estaba rota también habían salido bastante malparados, estaba
casi seguro de que tenía varias fracturas y le dolían mucho los bíceps y uno de
los hombros al moverlo, seguramente había estado a punto de dislocarse por la
fuerza del golpe; el resto de su cuerpo, no tenía ninguna duda, estaría lleno
de moratones, le dolía prácticamente todo. A pesar de todos los daños, creía
que podía aguantar el dolor lo suficiente como para arrastrarse hasta la
pequeña madriguera.
Una vez estuvo preparado, empezó la marcha. Estiró los brazos con un
gruñido, ya que sus músculos se resintieron por la acción, especialmente cuando
trató de tirar del resto de su cuerpo, usando también su pierna buena, aunque
el movimiento también provocó que la pierna rota le ardiera, haciendo que
gimiera muy fuerte, deteniéndose y respirando agitadamente a causa de la
intensa agonía que lo sacudió.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de sobreponerse al dolor y, sin dejar
de gruñir y resoplar, volvió a arrastrarse, dejando un escapar un quejido por
la nueva oleada de agonía que lo inundó. Aun así, esta vez se negó a rendirse y
cerró las manos en puños, siguiendo la marcha con suma lentitud, pero, en esta
ocasión, sin detenerse, sabiendo que un descanso para librarse del dolor podía
ser adictivo y dejarlo en el sitio. Entonces, sí que moriría, a pesar de la
ventaja que le otorgaba la daga, forjada por el mismísimo Fye, el más poderoso
de los hombres zorro (a pesar de que Kurogane ostentaba el cargo de líder, ya
que el zorro blanco no parecía estar muy interesado en dar órdenes) y cuyo
poder había sido insuflado por el fuego sagrado de Kurama. Era similar a su
espada Rasengan o a la Chidori de Sasuke, solo que esta era una simple
herramienta; carecía de voluntad pero, a cambio, contenía poder… para el que
supiera usarlo. Un buen obsequio para Taka.
Se decía que las ofrendas que los creadores entregaban a los dioses de
otras tierras, aparte de ser una muestra de respeto y una especie de petición
para adentrarse en sus dominios, habían sido usadas por los inmortales para
ayudar a los héroes de sus países a lograr alguna hazaña.
Como en ese momento.
Sin embargo, Naruto era consciente de que sobrevivir dependía enteramente
de él. La daga podía ayudarlo, sí, pero no le haría todo el trabajo. O ponía de
su parte, o moriría.
Con ese pensamiento, por fin alcanzó la entrada a la pequeña abertura. Era
estrecha, pero tal y como estaba, tumbado, podía entrar si seguía
arrastrándose. Así que eso hizo, sin darse ninguna pausa, apretando los dientes
para soportar cada calambrazo de dolor que le propinaba la pierna rota, el
resentimiento de sus extremidades o los pulsos de agonía de los moratones del
cuerpo, continuó moviéndose metro a metro por el estrecho túnel, que a veces
bajaba o subía ligeramente, aunque el mero hecho de tener que hacer cualquiera
de las dos cosas le costaba la vida y fuertes embestidas de dolor que le hacían
aullar.
No podía detenerse en cualquier parte, el túnel podía protegerlo casi completamente
del frío, pero no tenía espacio para encender un fuego ni tampoco para
acomodarse, aunque fuera un poco. De modo que siguió adelante, rezando
fervientemente por encontrar un espacio más grande; no necesitaba algo
excesivo, solo… solo lo suficiente para el fuego y poder descansar.
Por suerte, Taka parecía estar de su parte, ya que, al cabo de lo que a él
le pareció una eternidad entre gemidos y alaridos de agonía, al fin encontró un
espacio tan grande que dos personas adultas cabían de pie en él.
Le sobraba. También se fijó en que había varios túneles más, pero no le dio
demasiada importancia y se arrastró desesperado hasta un rincón donde había
agujeros, en el cual se hizo un ovillo bajo la piel de oso que llevaba encima,
tratando de conservar el máximo calor posible. Aun así, seguía sin poder
detenerse, necesitaba pensar qué hacer. Lo primero, el fuego; con el brazo que
menos le dolía, escarbó un poco en la nieve que tenía alrededor, encontrando
varias ramas que colocó en un agujero que hizo justo enfrente de él, de forma
que, cuando usó la daga para crear fuego, las paredes de nieve conservaran
(aunque solo fuera hasta que se derritiera) el calor en un lugar ligeramente
cerrado. Así, tenía luz y calor a partes iguales, por lo que dejó de usar sus
poderes y se guardó la daga dentro de la capa de oso, invocando su poder para
que fuera esta la que le diera calor.
Ahora, tenía que meditar muy bien qué hacer. El frío ya no era su mayor
problema, no es que estuviera resuelto del todo, ya que si se quedaba dormido
no podía controlar la daga, pero esperaba que entre el fuego que había hecho y
la piel de oso fuera suficiente para poder seguir. Lo siguiente, eran sus
heridas: su cuerpo estaba destrozado y el camino hasta el refugio solo había
logrado empeorar su malestar y agravar su cansancio. Era cierto que él
cicatrizaba rápido por ser un creador… pero no a tanta velocidad. Los moratones
podían desaparecer en un día o dos como muchos, sin embargo, las fracturas que
creía que se había hecho tardarían alrededor de cinco días o una semana… por no
hablar de la pierna rota. Ese proceso sería mucho más lento.
Aunque… tenía otra opción. Algo que Fye le hizo prometer que no usaría a
menos que fuera cuestión de vida o muerte.
Pues… no veía mejor ocasión que esta, a pesar de que tampoco era lo mejor.
Rebuscó en el saquito medicinal que llevaba al cinto y sacó un pequeño
frasco que contenía un líquido rojo oscuro.
Era sangre del propio Kurama.
Naruto la observó con inquietud, calculando todas las opciones. La sangre de
su dios curaría todas sus heridas en cuestión de horas, incluida la pierna
rota… Pero el dolor sería insoportable. Su cuerpo no estaba preparado para tal
grado de sanación y, aunque sabía que los efectos serían beneficiosos a largo
plazo… deseará morir las próximas horas. Además, pese a que estaría curado,
probablemente no podría andar los primeros días. Aunque, de todos modos, si
decidía curarse de forma natural, tampoco podría caminar en semanas. Y él
necesitaba poder moverse, tal vez así, podría explorar los otros túneles y
encontrar comida; no es que tuviera grandes esperanzas, pero tal vez podía
alimentarse de raíces hasta que la ventisca pasara.
Inspiró hondo, decidiendo que la sangre de Kurama era su única opción. Le
quitó el tapón despacio, mentalizándose para lo que venía a continuación…
Entonces, un ruido lo alertó. Alzó la vista y, al otro lado de la estancia,
en un túnel, vio un conejo. Era blanco y estaba distraído limpiándose la cara
con las patitas delanteras, seguramente su madriguera se encontraba cerca de
allí.
Naruto tragó saliva.
Comida.
Bien racionado, un conejo podía durarle dos o tres días. No tenía ni idea
de cuánto duraría la ventisca, podían ser horas o días, solo esperaba que no
fueran semanas, no sabía cómo lo haría para no morir de hambre durante tanto
tiempo a menos que en esa madriguera hubiera más conejos.
Podría atraparlo fácilmente. A esa distancia, no le sería difícil lanzar su
cuchillo (no pensaba desprenderse de la daga, no podía arriesgarse a perderla)
y matarlo de un solo golpe. Hasta podía aprovechar la piel para improvisar unos
guantes nuevos…
Espera. ¿En qué estaba pensando? No podía matar un ser vivo, perdería todos
los dones que le había dado Kurama, dejaría de ser un creador.
Cerró los ojos con fuerza y ocultó la cabeza bajo la piel de oso. Sí,
estaba desesperado por sobrevivir, y asustado, muy asustado. Tenía miedo de la
sangre de Kurama y hasta qué punto debía sufrir con tal de curarse, tenía miedo
de su pierna rota y de no poder moverse durante unos días, tenía miedo de no
poder comer y de debilitarse por el hambre, tenía miedo de morir y de no volver
a su reino, tenía miedo de no regresar con su familia y amigos… y, sobre todo,
tenía miedo de no volver a ver a Sasuke.
Sabía que había sido tonto dejarse llevar por sus celos cuando había visto
a Korin, hacía algún tiempo que estaba algo resentido con sus amantes por la
forma en la que le habían tratado y en cómo le hacían sentir cada vez que
estaban cerca. Sobre todo, le hacía sentir miedo. Miedo a que los sentimientos
que había desarrollado por Sasuke y que habían crecido, con tal fuerza que
temía que sería rechazado si él descubría algún día hasta qué punto…
Pero ya no importaba. ¿Verdad? Aunque sobreviviera al frío y a sus heridas,
de nada le serviría si no encontraba alguna forma de conseguir alimento, y
entre que él no podía matar a ninguna criatura y que no estaba del todo
convencido de que pudiera hallar alguna planta que pudiera nutrirlo… Dioses…
“Lo siento. Lo siento mucho, Sasuke”, pensó, con los ojos anegados de
lágrimas. Si no hubiera estado molesto y dolido por sus celos, no se habría
separado de él ni habría bajado la guardia con Sakura, estaba seguro de que
ella no se habría atrevido a hacerle daño estando Sasuke cerca.
Ahora podía morir… No volvería a lanzarle una de sus pullas… Ni a dedicarle
esa sonrisa tan arrogante que tanto le divertía… Ni a estar entre sus brazos…
Ni a sentir sus labios en su pelo por las mañanas… Ni a ver esa mirada tan
tierna que reservaba solo para él…
Y todo por una cobardía.
Inspiró hondo y miró el frasco de sangre, tomando una decisión. Él no era
de los que se rendían; había pasado por demasiadas cosas como para dejar que el
miedo lo paralizara ahora. La muerte de sus padres, los imbéciles nobles
machistas, el Consejo, Gaara, Orochimaru, Mizuki… Y había logrado salir
adelante.
No podía morir, no ahora. Seguro que Sasuke estaba muerto de preocupación
por él y que iría a buscarlo, solo rezaba porque no saliera con la ventisca,
odiaría que le pasara algo por su culpa. Por eso, él debía sobrevivir, de una
forma u otra. Aunque acabara desnutrido, se mantendría con vida, escarbaría en
toda la nieve que tuviera alrededor si era necesario para encontrar algo de
comer y recorrería todos los túneles si hacía falta.
No podía hacerle eso, no podía hacerle daño de esa manera.
Quitó el tapón del frasco y respiró agitadamente. No podía negar que estaba
algo preocupado por los efectos de la sangre, pero no tenía otra opción. Lo
cogió entre sus manos y rezó:
—Kurama, dame fuerzas para sobrevivir a esta tormenta —dicho esto, buscó
con sus dedos el colgante que le había regalado Sasuke y lo sacó de entre sus
ropas para observarlo con el corazón en un puño. Era una de las cosas más
bonitas que su prometido le había regalado—. Taka… Déjame vivir… Deja que le
diga a Sasuke que le quiero —y dicho esto, se tomó la sangre de un trago.
El efecto no fue inmediato, o no del todo. Es cierto que sintió que su
temperatura empezaba a aumentar, poco a poco, pero sin detenerse, hasta que
llegó un punto en el que pudo jurar que su sangre hervía, literalmente, y que
su corazón no hacía más que bombear lava, ardiente y fogosa lava que le hizo
encogerse bajo la piel de oso entre gemidos. Luego, fue extrañamente consciente
de cómo su cuerpo empezaba a regenerarse: sintió los moratones entumeciéndose,
desapareciendo bajo la capa de fuego que burbujeaba bajo su piel; notó las
fracturas cerrándose en estallidos de dolor que le hicieron jadear, pero lo
peor, fue la pierna rota, porque sintió su hueso moviéndose, colocándose en su
sitio, mientras que los trozos que se habían desperdigado también regresaban,
uniéndose en desagradables calambrazos al hueso principal… Sin embargo, lo que
hizo aullar a Naruto, lo que le hizo enloquecer de dolor, fue el instante en el
que los extremos rotos encajaron en una colisión de agonía insoportable,
provocando que el creador soltara un alarido y se llevara las manos al pelo,
aunque hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no apartar la daga de su
cuerpo, que ya no le proporcionaba calor debido a que había perdido toda
concentración, sin embargo, se negaba a separarse de ella, era su única fuente
de calor.
Permaneció un buen rato ahí encogido, gritando, encogido, deseando
fervorosamente que el dolor cesara, que todo acabara de una maldita vez. Sin
embargo, la sangre de Kurama seguía corriendo por sus venas, reparando cada
daño que encontraba en su camino sin darle la más mínima tregua, arrasándolo
con una violencia voraz, pero efectiva.
Llegó un momento en el que Naruto no pudo soportarlo más, el dolor y el
calor acabaron por quemarlo y agotarlo hasta tal punto que se desmayó, dejando
que la oscuridad acallara cualquier emoción.
Y desde un túnel superior, el halcón blanco moteado lo observaba con sumo
interés.
¡Gracias a ti! :D
ResponderEliminarYa quiero leer que sigue, mueroooo
ResponderEliminar¡Gracias! ^^ Me alegra que te guste. Subí tantos capítulos de golpe porque ya los tenía escritos, el próximo lo tendré pronto ;)
EliminarGracias por tan hermosa historia, sigue igual de maravillosa, espero con ansias leer la continuación de esta grandiosa historia ❤
ResponderEliminar¡Gracias a ti por leer! :D
EliminarPronto tendré el nuevo capítulo ;)
Excelente historia genial espero con ancias los siguientes capitulos 😆
ResponderEliminar