lunes, 4 de marzo de 2019

El Reino de los Zorros


Capítulo 22. La larga espera

Fugaku subió poco a poco los peldaños que conducían a la cima de la Torre Blanca, procurando no caerse por los azotes del viento nocturno que entraba a través de las pequeñas ventanas de la capilla y protegiendo el fuego de la antorcha que llevaba en la mano para no quedarse a oscuras. En la otra mano, sujetaba una bolsa llena de pan y queso para Sasuke.
Habían pasado tres días desde que volvieron de la Montaña Sagrada. Sin Naruto… y sin las Raíces de Piedra que salvarían la vida de Izumi. Su misión había sido un fracaso estrepitoso por culpa de la inesperada ventisca; Onoki ya estaba poniendo en marcha varios de los métodos que ambos habían desarrollado a lo largo de los años como posibles curas para intentar salvarle la vida, e incluso estaban pensado en modificaciones para que la receta se pareciera lo máximo posible a la que Naruto encontró en el libro de los creadores, pero tendrían que esperar para tener resultados. Sin embargo…
Habían perdido a Naruto.
Cuando se había enterado de lo que había ocurrido por medio de Korin, la verdad fue que no supo cómo reaccionar ante aquello. Él apreciaba al creador, no solo por el respeto que le inspiraba debido a sus poderes y su relación directa por los dioses, sino también por su carácter. Era un joven notable, sabio y de buen corazón, y eso a tan escasa edad. Además, podía ver lo mucho que Sasuke lo quería, cómo había influido en él para bien… y, sobre todo, era muy consciente de lo que su pérdida significaba para su hijo.
Por un lado, se sintió furioso con Korin. Dejando a un lado el aprecio que le había cogido al creador, el heredero del Reino del Fuego estaba bajo su protección, era su responsabilidad mantenerlo sano y salvo en su tierra… Haberlo perdido en la ventisca causará fuertes fricciones entre ambos países, puede que hasta la reina Tsunade no quiera volver a saber nada de ellos. Eso sería un problema; muchos de los productos que guardaban en invierno, cuando no se podía salir a causa de las bajas temperaturas, provenían de las cosechas del Reino del Fuego, ya que habían tenido muy buenas relaciones y siempre tenían comida de sobra para todo el mundo.
Esta tragedia podría ponerles las cosas difíciles. Era cierto que había otros países a los que pedirles comida, pero no estarían preparados para su pedido y, en el peor de los casos, exigirían un alto precio o puede que tuvieran que enfrentarse a otros competidores que también necesitaban las cosechas. Eso significaría entregar muchas de las piedras preciosas que había en sus minas y que eran, básicamente, su único sustento de comercio, uno complejo de conseguir. Puesto que su padre y el rey Jiraiya fueron buenos amigos, ya que este último admiraba a Madara y la ideología de su país, el Reino del Fuego les ofrecía un precio reducido a cambio de una alianza militar en caso de que se hallaran bajo ataque. Había sido muy beneficioso para ellos.
Pero… a pesar de eso, Korin había salvado a su hijo. Podía ver cierta lógica en su forma de actuar; aquellos que no tenían sangre real o que no estaban emparentados con su familia tenían terminantemente prohibido entrar en la Montaña Sagrada, por lo que no podía ir allí sin enfrentarse a la pena de muerte y, aparte, también era su obligación proteger a Sasuke, su príncipe y señor.
No había sido fácil tomar una decisión para ella. Al final, había sido consciente de que lo más justo era buscar un término medio: ni la pena de muerte ni dejarla como si no hubiera pasado nada. No le aplicaría un castigo ya que había cumplido con su obligación salvando a su príncipe, pero por abandonar a Naruto y las consecuencias que acarrearían por ello, la había degradado a soldado raso. Probablemente, por sus aptitudes y su nivel de combate y estratégico, volvería a subir rápidamente los escalones de la cadena de mando hasta un puesto importante, sin embargo, no le permitiría ser comandante de nuevo, como mucho, capitana. Pero no le otorgaría de nuevo un cargo con tantas responsabilidades, no después de lo que había sucedido.
Llegó a la cima y vio a su hijo arrodillado sobre una manta de piel frente al altar, murmurando palabras ininteligibles, probablemente a causa del cansancio. Sasuke llevaba tres días seguidos en esa capilla, bajando únicamente para comer algo de vez en cuando e ir a hacer sus necesidades, hasta dormía allí arriba.
Se le encogió el corazón verlo así… de nuevo. Cuando murió su madre, rezó mucho a Taka, también, más de una vez lo había encontrado acurrucado allí mismo, suplicando a su dios hasta quedarse dormido.
Caminó hacia él y, suavemente, colocó una mano sobre su hombro. Su hijo se sobresaltó un poco y se giró, encontrándose con sus ojos, que delataban su agotamiento.
—Hijo, debes descansar.
—Pero…
—Taka te seguirá escuchando después de que comas algo y duermas de verdad —le dijo al mismo tiempo que lo cogía del brazo para levantarlo con suavidad y guiarlo hasta uno de los bancos para que se sentara. Sasuke estaba tan cansado que no tenía ni fuerzas para resistirse—. Sasuke… —lo llamó su padre con un suspiro mientras sacaba el pan y el queso—. A Naruto no le gustaría verte así.
El joven se tensó, pero cuando lo miró, las profundidades oscuras de sus irises no reflejaron otra cosa que no fuera su angustia.
—Pero es lo único que puedo hacer por él.
Fugaku dejó la comida en el banco y cogió el rostro de su hijo entre sus manos.
—A Naruto no le gustaría verte en este estado, independientemente de si está en este mundo o en el otro. Quieres ir a esa montaña cuando la tormenta pase, ¿verdad? ¿Crees que podrás encontrarlo tal y como estás ahora? Eres un Uchiha, un guerrero. —Hizo una pausa y su mirada se ablandó—. Sé por lo que estás pasando. Sé que estás desmoralizado y que lo único que quieres es encogerte en un rincón y dejar que el dolor te consuma hasta que acabe contigo y puedas reunirte con él. Pero piensa en lo que Naruto habría querido para ti. Te puedo asegurar que estaría decepcionado si te viera ahora, sé que él te admira y te respeta. No dejes que eso cambie el día en que te encuentres con él.
Sasuke dejó caer los hombros y sus ojos se llenaron de lágrimas. A Fugaku lo llenó de orgullo ver que su hijo no se avergonzaba por ello.
—Le amo. No sé qué hacer sin él.
En ese momento, a Fugaku se le partió el corazón. Era como estar frente a sí mismo años atrás, enfrentándose a la inminente realidad de que su mujer estaba condenada a la muerte. Y, entonces, hizo lo que tendría que haber hecho en aquel momento: abrazó a su hijo y lo estrechó contra sí, dándole consuelo.
—Lo sé. Yo también amaba a tu madre, y cuando enfermó, deseé irme con ella. Pero no podía. ¿Con qué cara me habría recibido cuando nos hubiéramos rencontrado? Me habría gritado y golpeado, despreciándome por no haber seguido adelante y cumplir mis responsabilidades para con mi pueblo… y por haberos dejado solos. Itachi y tú erais solo unos niños, no podíais asumir tanta carga sobre vuestros hombros siendo tan jóvenes. Ella nunca me lo habría perdonado… ni yo tampoco.
Sasuke se estremeció y se le escapó un sollozo.
—Yo… ya no sé cuál es mi objetivo. No me desposé con Naruto, así que no puedo cuidar de su pueblo por él, a pesar de que es lo que habría querido y… y… Ni siquiera sé si mi sitio está aquí. Me fui hace tanto tiempo que no sabría ni por dónde empezar.
Fugaku se apartó de su hijo y le limpió la cara con suavidad.
—Debes ir poco a poco, hijo. Lo primero es lo primero, y eso es Naruto. Debes cuidarte y recuperar fuerzas para volver a la Montaña Sagrada y encontrarlo. Mientras estemos aquí atrapados, imponte una disciplina, tal y como te enseñé, y síguela. Puedes seguir rezando si lo deseas, pero prepara tu cuerpo para cumplir con tu objetivo.
Sasuke pareció meditarlo por unos momentos y, entonces, Fugaku vio con orgullo un brillo de determinación en sus ojos. Ese era su hijo, un hombre fuerte, un guerrero que cuando se imponía una meta la seguía hasta el final.
Este cogió el pan que había dejado su padre sobre el banco y le dio un buen bocado con la cabeza gacha, aparentemente pensativo.
El rey no dijo nada mientras lo observaba comer de reojo, aunque gran parte de su atención estaba puesta en el altar, en la figura de halcón que representaba a Taka. Pese a que no era muy sensato albergar esperanzas, se preguntaba si su dios prestaría en esta ocasión su ayuda y protegería al creador hasta que Sasuke pudiera encontrarlo. Al fin y al cabo, Naruto era un creador, hijo de los dioses… Deseaba que tuviera una oportunidad. Sobre todo, deseaba fervientemente que Sasuke no tuviera que pasar por esa pérdida.
Cuando vio que había terminado de comer, con mucha suavidad, le preguntó:
—Sasuke… ¿Eres consciente… de lo que puedes encontrar en la montaña?
Fue consciente de que cómo el cuerpo de su hijo se tensaba para después estremecerse, sin embargo, en vez de gritarle o de intentar golpearle, cerró los ojos con fuerza y tragó saliva.
—Lo soy.
A Fugaku no le gustó pronunciar esas palabras… pero tenía que hacerlo, por el bien de Sasuke.
—Debes mentalizarte, hijo.
—Lo sé —dijo él, apretando los puños con fuerza.
El rey lo contempló detenidamente durante un largo minuto antes de decir:
—¿Pero?
Sasuke inspiró hondo, como si tratara de mantener el control sobre sus emociones, y apoyó la espalda en el respaldo del banco, dejando caer la cabeza hacia atrás.
—Mi cabeza me dice… que es imposible que sobreviva. Que cuando vaya a buscarlo, lo encontraré congelado. Y eso en el mejor de los casos. En el peor… —Hizo una pausa, tragando saliva, como si le costara continuar—. Su cuerpo helado estará desnutrido. Habrá pasado hambre y sed antes de que el frío acabara con él —murmuró con la voz rota antes de bajar la cabeza y apretar los párpados, como si pudiera sentir ese mismo dolor en su propia piel.
Sin embargo, Fugaku sabía que no había terminado.
—¿Y qué te dice el corazón?
Esta vez, Sasuke alzó los ojos y le dedicó una triste sonrisa.
—Naruto… es la persona más increíble que he conocido. Cuando pienso que ya lo sé todo sobre él, siempre me sorprende con algo nuevo. Quiero… Quiero creer que… aún tiene algún truco, alguna habilidad, que le permita sobrevivir hasta que vaya a por él.
Su padre se inclinó para mirarlo a los ojos.
—¿Lo crees de verdad?
El joven Uchiha tragó saliva, pero asintió.
—Sí. Si alguien puede sobrevivir a este infierno blanco, es él. Nadie más.
Fugaku asintió y acarició el rostro de su hijo con una mano.
—Entonces, yo también tendré fe en él, Sasuke.
Ante esas palabras, llenas de apoyo y consuelo, Sasuke no pudo evitar abrazar a su padre de nuevo. Sentir que este le devolvía el gesto con fuerza provocó que nuevas lágrimas resbalaran por su rostro. Supo que, acabara como acabara aquella horrible pesadilla, no estaría solo. Su padre estaría ahí para él… como lo había estado siempre, aunque él no hubiera sido consciente de eso.
—Gracias por estar aquí —susurró.
Notó que su padre le acariciaba la cabeza, haciendo que se estremeciera un poco. Le recordó a cuando era un niño que, después de un mal sueño, iba a buscarlo temiendo que los monstruos de su mente lo persiguieran y él lo dejaba en su regazo y lo acariciaba mientras le contaba historias sobre sus antepasados, de cómo los guerreros Uchiha, pese a sentir miedo, se enfrentaban a los demonios que fueran necesarios para proteger a su pueblo, su familia y a la gente que era importante para ellos. Aquellas historias fueron las que, en un principio, hicieron que él deseara hacerse fuerte, fuerte y valiente para proteger a todo el mundo. Había soñado con ser el brazo derecho de su hermano cuando fuera mayor, aquel que dirigiría su ejército cuando la oscuridad acechara su tierra.
Ahora se daba cuenta de que se había convertido en el guerrero que era por su padre, por el valor que le había infundido de niño, aunque no se hubiera dado cuenta de ello.
—Es lo menos que puedo hacer por ti, Sasuke —le dijo con una amargura que no le pasó desapercibida.
Hubo algo en esa declaración que le hizo sentirse realmente mal y levantó la cabeza, buscando su mirada. El remordimiento la llenaba.
—¿Qué…? ¿Qué quieres decir?
Fugaku bajó los ojos.
—No estuve a tu lado cuando murió tu madre.
Su corazón se encogió al recordar la noche en la que lo descubrió hablando con Naruto. Dudaba que pudiera olvidar nunca cada palabra que dijo.
—Estabas llorando a mamá —comentó con calma, asintiendo para sí mismo—. Ahora lo entiendo.
—Tú también, y eras un niño. No tendría que haberme alejado de ti, me necesitabas.
—Ya no importa —acabó por decir, con un suspiro—. Comprendo que fuera difícil para ti estar cerca de mí. Sé por qué lo hacías. Lo sé todo.
Vio cómo su padre se tensaba y lo observaba con la duda y el miedo en los ojos.
—¿Todo?
Él asintió.
Debía decírselo. No quería que su padre pasara más tiempo cargando con una culpa que no se merecía.
—Te escuché hablando con Naruto —confesó, mirándolo a los ojos—. No te culpo por nada, no te tengo ningún resentimiento, ya no. Y… lamento haberlo sentido. Tú solo intentabas protegerme.
Por primera vez desde que murió su madre, vio lágrimas en los ojos del frío, poderoso e imponente Fugaku Uchiha.
—Sigue sin ser excusa para haberte dejado solo cuando necesitabas un hombro sobre el que llorar.
Sasuke soltó una carcajada amarga.
—Tampoco lo es cometer la irresponsabilidad de marcharme al mar en cuanto fui mayor de edad.
Ambos se miraron por primera vez sin que hubiera ningún muro entre ellos y, en silencio, se dijeron muchas cosas. Sasuke le dijo que lo perdonaba, si bien no por haberle ocultado la verdad sobre su madre y el no haberle dejado despedirse, puesto que, al final, lo hizo por un acto de piedad y para ahorrarle el horror de ver a su madre en ese estado, actos por los cuales no debería sentirse culpable, sí lo hacía en cuanto a no haber estado a su lado cuando lo había necesitado. Por otro lado, Fugaku también enterró la decepción que había sentido cuando su hijo se fue al mar sin pensar en las terribles consecuencias que podría acarrear a su pueblo de haber sido capturado por un enemigo y, en cambio, le mostró su comprensión, porque, en el fondo, siempre había sospechado que Sasuke se marchó para huir de él y de la sombra de tristeza que lo había acompañado desde la muerte de su madre, incluso le permitió ver una pizca del orgullo que había sentido, a su pesar, de cómo se había forjado su propio nombre, al margen de su linaje y su apellido, gracias a esas aventuras lejos del reino que tanto había desaprobado.
Y, de repente, hablaron como no lo habían hecho desde que Sasuke era niño. Este le habló de sus aventuras en tierras tanto vecinas como lejanas y misteriosas, del mismo modo que Fugaku le contó los acontecimientos más importantes que habían transcurrido en los últimos tres años. Pero, sobre todo, el joven Uchiha habló de Naruto, desde el momento en el que lo conoció creyendo que no era más que un niño mimado que corretearía detrás de él suplicando su amor, haciendo reír a su padre cuando supo que el creador no se había sentido impresionado en lo más mínimo por él, hasta el momento en que empezó a respetarlo, a verlo como su mejor amigo, y como la persona sin la cual ya no podía vivir.


Cuando la neblina de la inconsciencia empezó a disiparse, lo primero que sintió fue el dolor.
Ya no era tan feroz y bestial como antes, cosa que agradecía con creces, pero podía sentir todos y cada uno de sus músculos agarrotados. También notaba su mente algo dispersa, seguía aturdido por haber estado quién sabe cuánto tiempo navegando sin rumbo entre las sombras.
Mientras su vista empezaba a aclararse, permaneció muy quieto, analizando su estado físico. Todavía sentía su interior en llamas; no era doloroso exactamente, más bien tenía la sensación de que eran los restos candentes que había dejado la sangre de Kurama a su paso, por lo que no le hacía daño, pero acentuaban la clara molestia que le producía tener el cuerpo dolorido y entumecido. De hecho, podía jurar que, con cada palpitación que atenazaba un músculo o un tendón, era acompañado por una especie de brisa ígnea que lo cubría y hacía que se estremeciera.
Decidió no intentar moverse, ni hacer nada. Ya sabía que era un riesgo que correría al beber la esencia de su dios, pero una parte de él se arrepintió al ser plenamente consciente del hambre voraz que invadía su estómago vacío y de la sed que atenazaba su garganta seca.
Cerró los ojos con pesadez y dejó que la suave manta que lo cubría cayera sobre su cabeza, con la esperanza de poder dormir y descansar lo suficiente como para que, al despertarse, pudiera moverse un poco. Acabar inconsciente no era como si hubiera estado durmiendo plácidamente, es más, se sentía totalmente agotado como para hacer nada más aparte de…
Un segundo.
Frunció el ceño al darse cuenta de que, contra todo pronóstico, permanecía envuelto en su piel… Espera, eso que notaba sobre su rostro no era el manto de oso, era demasiado suave…
Levantó los párpados, sintiéndose confundido al ver que había una hoguera a menos de un metro de él. ¿Cómo era posible? ¿Tan poco tiempo había estado inconsciente?
Antes de que pudiera formular una respuesta coherente, vio que se encontraba sobre un montón de pieles de osos blancos que lo aislaban de la fría nieve y que una manta muy suave lo cubría por completo.
¿Cómo demonios…?
Un crujido sobre la nieve lo puso en alerta y alzó los ojos, abriéndolos como platos al ver a la imponente criatura que lo observaba con sus profundos ojos castaños. Con dos metros de alto, se trataba ni más ni menos que de un hombre halcón, al que pudo reconocer como uno de los Guardianes de Taka. Pese a que la forma de su torso era antropomórfica, sus rasgos eran totalmente de ave, con cuatro zarpas cubiertas por la parte superior de un brillante plumaje oscuro, mientras que la inferior dejaba a la vista una piel grisácea y rugosa que terminaba en negras y filosas garras, creadas para desgarrar a cualquier enemigo que se interpusiera en su camino. Su pecho era fuerte y tenía las plumas de esa zona de un color claro amarillento con las puntas oscuras, un tono que también destacaba en la parte interior de sus grandes y estilizadas alas, que nacían de su espalda y que llevaba plegadas, aunque no por ello parecía menos grande de lo que ya era. Su cabeza era como la de un halcón, redondeada y con un pico poderoso, que hacía una curva elegante y letal, pues los bordes eran como el filo de una espada y podían cortar la carne con suma facilidad.
Naruto, por puro instinto, hizo amago de moverse hacia atrás, pero eso solo hizo que soltara un alarido de dolor, ya que todo su cuerpo se resintió y fue consumido por una ola de fuego que desapareció en cuanto cayó sobre las mantas y permaneció quieto. Ahí estaba… El precio por beber la sangre de Kurama. Pese a que sus heridas habían sanado bien, su cuerpo no estaba preparado para semejante nivel de regeneración y mucho menos para que todo ese torrente de energía y poder lo recorriera. No tenía más remedio que esperar a que la sangre desapareciera de su sistema por completo… aunque eso lo dejaba totalmente vulnerable ante el Guardián.
Este debió de percibir su miedo, porque lanzó un graznido suave al mismo tiempo que se colocaba a cuatro patas y se acercaba con cuidado. Naruto dejó de intentar resistirse al ver que no iba a hacerle daño por haber irrumpido en lo que había creído que era su territorio; puede que Taka le hubiera dado la bienvenida a su reino y que estuviera a punto de formar parte de la familia real, pero eso no quería decir que fuera a ser bien recibido por todas las criaturas que moraban allí.
La criatura se inclinó hacia él, observándolo fijamente a los ojos. El creador pudo relajarse al ver en su mirada a un ser amable e inteligente que deseaba ayudarlo, por lo que no sintió temor cuando levantó una de sus largas zarpas y las pasó por su mejilla con cuidado de no cortarle con las uñas a la vez que soltaba un sonido suave, como si estuviera ronroneando. Comprendió entonces que probablemente había sido él quien había hecho la hoguera y había procurado que su cuerpo se mantuviera caliente mientras terminaba de curarse.
Gracias a Taka.
De repente, lo vio apartarse de él y dirigirse ágilmente hacia el otro lado del fuego, de donde sacó una cantimplora de madera lisa que hizo que Naruto tragara saliva. Quiso incorporarse para poder beber, pero un dolor abrasador lo asaltó de nuevo y tuvo que permitir que el Guardián se ocupara de él; le levantó la cabeza con tanto cuidado que era como si estuviera sosteniendo un recién nacido y después inclinó la cantimplora sobre sus labios. Naruto bebió con desesperación, engullendo cada trago como si no fuera a probar una gota nunca más, hasta que el hombre halcón empezó a hacer un ruido desde el pecho, vibrante y constante, le recordó a una especie de gruñido. Sospechando que le estaba regañando por ir demasiado deprisa, ralentizó un poco el ritmo, a lo que la criatura dejó de hacer el sonido, como si aprobara su respuesta.
Cuando estuvo saciado, miró al ave, que comprendió que había terminado y volvió a recostar su cabeza sobre las pieles de oso y a cubrirlo bien con la manta. A Naruto se le escapó un suspiro; seguía teniendo hambre, pero el agua había mejorado un poco su pobre estado y lo único que deseaba ahora era poder descansar como era debido.
Mientras se le cerraban los párpados, le pareció ver un borrón blanco y veloz que dejaba caer algo sobre la garra del Guardián. Un conejo muerto. Comida.
Aun así, sus ojos se fueron cerrando…
Duerme ahora, hijo de Kurama —dijo una voz dulce y masculina que le resultó de lo más cálida y acogedora—. Has cumplido tu parte. Ahora nosotros cuidaremos de ti —fue lo último que escuchó antes de rendirse al sueño.


El tiempo pasó con una lentitud que ahogaba y desesperaba a Sasuke. Cuanto más tiempo pasaba, más lo atormentaba la idea de que las probabilidades de sobrevivir de su rubio estuvieran bajando.
Si hubieran sido unos días, aún podría haber ocurrido un milagro en el caso de que hubiera logrado resguardarse de la ventisca en un lugar seguro, podría haber aguantado el hambre y la sed entonces, habría podido salvarlo una vez regresara a la montaña y diera con él…
Sin embargo, tras dos semanas sin que la tormenta cediera, esa esperanza empezaba a morir.
A pesar de ello, una pequeña parte de él, tal vez la que confiaba ciegamente en la fuerza y el valor de su esposo, o puede que la que se negaba a la idea de haberlo perdido para no enfrentarse al dolor desgarrador que supondría su pérdida, seguía creyendo que Naruto estaba vivo, esperando, como él, a que el peligro pasara para reunirse. Así, y con la ayuda de su padre, pudo armarse de la fortaleza suficiente para seguir adelante.
La rutina le ayudó. Por las mañanas, nada más levantarse, iba a la Torre Blanca y rezaba por el bienestar de su prometido, suplicando a Taka que lo protegiera y le dejara volver a su lado; después, desayunaba y dividía la mañana entre pasar un par de horas en la biblioteca, buscando sin descanso relatos sobre la Montaña Sagrada, especialmente cualquier cosa con la que pudiera trazar una especie de mapa que lo ayudara a encontrar a Naruto, así como también registró los libros con la esperanza de hallar testimonios de gente que había sobrevivido a ventiscas. Encontró unos pocos, pero siempre fueron en un terreno llano, en la ciudad la mayoría de veces y porque la tormenta había pillado a la gente desprevenida; prácticamente todos habían recorrido unos pocos metros para llegar sanos y salvos a casa y, el caso más extremo, fue de un pastor que tuvo que ir desde el campo hasta su granja junto a sus bueyes, los cuales le ayudaron a orientarse entre la nieve y lo mantuvieron caliente con su espeso pelaje.
Pero ninguna de esas cosas podía alimentar su esperanza de que Naruto hubiera sobrevivido. Aun así, siguió buscando.
La otra parte de la mañana la dedicaba a Izumi. Los remedios que Onoki le daba no funcionaban y había empeorado; la fiebre le había subido y apenas sí podía retener la comida. Además, tanto él como Itachi se dieron cuenta rápidamente del instante en el que la protección que dejó Naruto para el bebé desapareció, ya que la joven empezó a sufrir fuertes ataques en el vientre que, en una ocasión, hicieron que sangrara por la boca. Onoki pudo estabilizarla por un milagro de los dioses… pero todos temían que, si seguía así, acabaría perdiendo al niño antes incluso de que la enfermedad se la llevara con ella. Izumi se esforzaba por su hijo, al menos, tanto como se lo permitían los pocos ratos en los que lograba mantenerse consciente, sin embargo, parecía que el embarazo tan solo estaba consiguiendo que se debilitara más rápido.
Itachi también sufría. Mucho. Hasta el punto de que empezó a perder peso y a dormir cada vez menos, como si el mantener un ojo abierto sobre su esposa fuera a ayudarla a mejorar de alguna manera.
Sasuke comprendía sus sentimientos mejor que nadie en ese momento, ese miedo a perder a la persona que amaba por encima de todo… aunque no podía ni imaginar lo que era enfrentarse al horror de ver la vida de su hijo no nato extinguirse cuando su corazón apenas había empezado a latir.
Puede que él no tuviera una fórmula para aliviar su dolor, y dudaba que esta existiera, pero, al menos, trató de ayudarle a seguir adelante tal y como su padre había hecho con él. Por eso, por las tardes, después de comer y subir a la capilla real una segunda vez para rezar, lo llevaba con él a una de las salas interiores de entrenamiento y lo animaba a practicar con él. Se aseguró de que hiciera, junto a él, un par de horas de puro ejercicio físico, desde calentamiento hasta flexiones, abdominales y sentadillas, para finalizar en técnicas de cuerpo a cuerpo y en un combate amistoso. Después, ambos cogían diferentes tipos de armas y practicaban haciendo descansos muy cortos, no quería que su hermano pensara en lo que le aguardaba tras salir de aquella habitación, quería que, al menos, como él, tuviera el alivio de estar concentrado en otra cosa que no fuera en su dolor durante unas horas.
A menudo, su padre se les unía, al igual que Sai. Y si no estaban con ellos, siempre había un grupo de soldados que los acompañaban en sus entrenamientos. Sasuke supo que era su forma silenciosa de brindarles apoyo emocional, de demostrarles que estaban allí para ser su fuerza cuando a ellos les faltara la suya. En cierto modo, eso lo alivió un poco, era el momento en el que menos pensaba en Naruto y más se aligeraba su corazón.
Los entrenamientos eran tan duros que, para después de cenar y realizar su última plegaria del día a Taka, apenas tocaba la cama, caía dormido. Sin embargo, esos instantes en los que aún seguía despierto, eran los peores de todos. Porque no hacía más que recordar cómo su rubio dormía a su lado, echando de menos el modo en el que su cálido cuerpo se acurrucaba contra el suyo, la ternura que le inspiraba cada vez que entrelazaban los dedos, la paz que lo invadía al ver su rostro tranquilo por sus sueños pacíficos.
Luego, la oscuridad caía sobre él.
Acababa tan agotado que rara vez soñaba. Su descanso era un extraño y agradecido vacío de negrura, donde no había emoción alguna que apretara su corazón, ni recuerdos dolorosos, ni anhelos que no volverían a ser satisfechos.
No había nada de nada. Y, sin embargo, eso era mejor que las pesadillas que lo asaltaban los primeros días, donde encontraba el cuerpo inerte de su rubio congelado, con una mirada perdida y acusadora a la vez, o en las que lo escuchaba pidiéndole ayuda pero nunca lograba alcanzarlo, ya que la ventisca lo dejaba ciego.
También era mejor que los recuerdos alegres que tenía de Naruto. Ya era bastante duro verlo constantemente en su cabeza sabiendo que no volvería a verlo como para, al despertarse, tener que soportar esa angustia amplificada por haber estado soñando que volvía a estar con él.
No es que quisiera olvidar a su esposo… pero… también era agotador vivir con todas esas emociones dentro de él: miedo a que realmente estuviera muerto, frustración, impotencia y rabia por no haber podido hacer nada… y dolor. Sobre todo eso, dolor. No desaparecía, por mucho que su mente estuviera ocupada en otra cosa; lo aliviaba, eso era verdad… pero seguía ahí, en un rincón, esperando para reaparecer con toda su fuerza.
Y sabía que eso, tarde o temprano, ocurriría. En cuanto fuera a la Montaña Sagrada y encontrara a Naruto, probablemente muerto… Se derrumbaría allí mismo.
En ello pensaba tristemente una noche en la que regresaba a su habitación después de rezar. Le había pedido a Taka que detuviera la ventisca y le permitiera ir con su rubio, necesitaba saber qué había ocurrido al final con él y si… si…
Si aún tenía una oportunidad para estar a su lado.
Dejó escapar un largo suspiro y alzó los ojos por inercia para buscar la puerta de su habitación… encontrándose con la última persona a la que esperaba ver.
Cada músculo de su cuerpo se tensó con tal fuerza que podría haber creído que era capaz de romperlos, pero no le importaba lo más mínimo, el mundo podría haber estado yéndose a la mierda y, aun así, él solo habría tenido ojos para ella.
Korin.
Lo estaba esperando.
Sin pensárselo dos veces, sacó a Chidori, la cual silbó con furia al ser desenvainada y ardió en su mano, como si gritara sedienta de sangre, clamando venganza contra la mortal insignificante que había osado atentar contra la vida de su creador.
—¿Cómo, en nombre de Taka, te atreves a presentarte aquí? —gruñó, en un tono bajo y letal. Era de noche y se había hecho tarde, siempre se tomaba su tiempo para rezar a su dios por el bienestar de Naruto, por lo que no había absolutamente nadie en los pasadizos y, por tanto… Nadie se interpondría en su camino esta vez.
Korin se apartó de la pared en la que había tenido la espalda apoyada y se colocó frente a él, separados únicamente por un metro de distancia. Sasuke, cegado por el deseo de descargar toda su furia e impotencia en alguien, sobre todo en la maldita mujer que le había impedido ayudar a su esposo, hizo amago de dar un paso en su dirección… Pero, entonces, ella hizo la última cosa que esperaba.
De repente, la orgullosa comandante estaba de rodillas, con el cuerpo inclinado hacia delante, haciéndole una reverencia tan profunda que su frente tocaba el suelo.
¿Pero qué coño estaba haciendo?
Antes de que pudiera comprender lo que estaba pasando, la joven habló. Su voz ya no tenía ese matiz firme y duro que la había caracterizado, ahora, su tono, aunque decidido, estaba teñido por la vergüenza.
—He venido a ofrecerle mi vida.
… Pese a que el rostro de Sasuke se mantuvo impasible, sus palabras acabaron por descolocarlo por completo.
—¿Qué?
Korin no se levantó, permaneció con la cabeza agachada.
—He deshonrado mi juramento, le he fallado a vuestra familia. No soy digna de seguir respirando.
Esta vez, las facciones del príncipe se crisparon por la rabia.
—¿De qué coño vas?
La joven alzó la cabeza. Pese a que en sus ojos no había lágrimas, brillaban como si estuvieran ahí, a punto de ser derramadas. A Sasuke, muy a su pesar, le impresionó ver sus irises, normalmente fríos, llenos de decepción, culpa y arrepentimiento.
—Mi padre fue un héroe de guerra. Luchó junto a su majestad cuando el rey Madara fue traicionado y asesinado, fue comandante de sus ejércitos, un gran guerrero y estratega que amaba su tierra por encima de todo, un hombre de principios firmes. Fue leal a su rey hasta el día de su muerte. Yo lo admiraba por encima de todo. Lo que más deseaba era ser como él, no me importaba acabar soltera y no tener hijos, para mí no había nada más importante que mi juramente de servir a la casa real. —Hizo una pausa en la que apretó los puños—. Pero he fracasado. Antepuse mis sentimientos por encima de mi deber.
Al oír eso, la furia de Sasuke regresó con fuerza y le dio una patada a la mujer en el pecho, tirándola al suelo, para después clavar su bota en su estómago y dejar que la punta de Chidori rozara su garganta.
—¡Lo mataste! —rugió Sasuke.
Korin tragó saliva, pero no por la espada que amenazaba con segar su vida en un instante, sino por tener que aceptar el horrible acto que había cometido por puro egoísmo.
—Yo… No podía dejar que usted muriera.
—Lo abandonaste —la acusó con un gruñido.
—¡No podía aceptarlo! —replicó Korin con voz dolida—. Usted… Usted es un gran hombre, un guerrero del Hielo, fuerte, independiente, orgulloso, valiente, con un corazón noble. Yo… Nunca había tenido especial interés en los hombres hasta que le conocí… Y me enamoré de usted.
Esas palabras hicieron hervir la sangre de Sasuke, pues le hicieron recordar la última conversación que tuvo con Naruto, su mirada angustiada, los miedos que probablemente atenazaban su alma. La idea de que ese hubiera sido su último momento juntos seguía atormentándole, el haber confiado en una mujer a la que había respetado tanto por su fortaleza y diligencia hacia su deber antes que a su propio esposo, le quemaba por dentro. Tendría que haber aliviado el dolor de su rubio, calmar sus temores antes que ponerse de parte de una examante, él tendría que haber sido lo primero, a pesar de lo que hubiera creído en ese momento.
Pero ahora ya no tendría una segunda oportunidad para enmendar sus errores.
Si no ocurría un milagro, Naruto no iba a volver.
Sus dedos agarraron a Chidori con más fuerza, cuyo filo pareció resplandecer con luz propia. Estaba furiosa e impaciente por dejar que la sangre bañara su filo, como si fuera el fiel reflejo de sus emociones más íntimas y primarias, ya que él no deseaba otra cosa que no fuera acabar con ella, como si de ese modo pudiera lograr que al fin la soga del dolor dejara de aflojar su cuello.
Sin embargo, sería un alivio momentáneo. Tal vez por eso aún no le había atravesado la yugular, por eso y porque no quería ir contra el juicio de su padre, ya que matarla podría ser considerado un desafío a su autoridad. O puede que solo necesitara que ella admitiera que había arrojado a Naruto a una muerte segura por sus estúpidos sentimientos.
—¿Pensabas que te escogería a ti? —preguntó con rabia y un profundo desprecio—. ¿Te atreviste… a creer… que le olvidaría como si nada… y que me metería alegremente en la cama… de la PUTA QUE LO MATÓ? —aulló.
Korin se encogió al escuchar su tono, el insulto dirigido a ella y la expresión de ira visceral que se había apoderado de su rostro y sus ojos. Jamás había visto a su príncipe en ese estado, él jamás se había inmutado ante nada ni nadie, salvo con su padre, con quien hacía muchos años que había tenido una relación tensa.
Pero nunca lo había visto así, tan descontrolado, tan consumido por sus emociones. Ya no era el mismo Sasuke Uchiha que había conocido. El amor que sentía por ese creador lo había cambiado.
Así como el amor que ella sentía por él la había hecho perder el rumbo correcto.
Sin embargo…
—Siempre supe cuál era mi lugar, mi príncipe —declaró, esta vez, sin vacilar, aunque había cierto dolor en sus palabras—. Usted estaba destinado a contraer matrimonio con una princesa. Yo no lo soy. Sabía que lo nuestro no tendría futuro a menos que me amara. Y, cuando vi que buscaba a otras mujeres, supe que no tenía sentimientos por mí. Así que le dejé marchar.
—Entonces, ¡¿por qué?! —masculló Sasuke, sin entender nada ni tampoco qué tenía que ver toda esa mierda con Naruto—. ¡¿Por qué no me dejaste ayudar a Naruto!?
—¡Habría muerto! —gritó Korin—, ¡habría muerto por un chiquillo que no era digno de usted! —Hizo una pequeña pausa en la que apartó la mirada—. O eso creía. No sabía que la princesa Izumi tenía la Fiebre de las Rocosas. No sabía que el príncipe creador le estaba ayudando, ni que hubiera encontrado una cura. Yo solo… pensé en usted. Pensé en que iba a dar su vida inútilmente por un muchacho caprichoso y… No quise aceptarlo. No quise aceptar que hubiera escogido a alguien como él por encima de mí.
—¡AAAH! —rugió Sasuke, pura rabia corriendo e invadiendo sus venas, alzando su espada para bajarla con un movimiento veloz.
¡CLANG!
La punta de Chidori acabó profundamente enterrada en la piedra que había junto a la cara de Korin, haciéndole un feo corte que atravesaba la mejilla y del cual cayó un reguero de sangre.
Probablemente, dejaría una cicatriz para toda la vida.
El príncipe le lanzó una mirada peligrosa a la guerrera, que, por primera vez en su vida, sintió un atisbo de temor por el hombre al que tanto había admirado desde que era un joven orgulloso y ambicioso… cuyo corazón estaba roto desde la muerte de su madre.
Ella había deseado arreglar ese corazón, había albergado la esperanza de que, si le mostraba que podía ser amado, podría unirlo de nuevo.
Pero, al final, solo lo había hecho pedazos. Y ella se había traicionado a sí misma, a sus principios, a su objetivo, a la lealtad hacia sus señores e incluso a la confianza que habían depositado siempre en ella.
Ya no era capaz de mirarse en el espejo. Se despreciaba a sí misma por haber fracasado y haberlo hecho de forma tan consciente. Prefería la muerte a vivir con esa vergüenza sobre sí misma.
—Acepte mi vida, mi príncipe —declaró, mentalizándose para el final—. Es lo que merezco. —Hizo una pausa antes de mirarlo a los ojos y decir algo que le había estado oprimiendo el pecho desde que aceptó por completo el mal que había hecho—. Y lo siento. No espero que me perdone, y sé que no le servirá de consuelo. Pero lo lamento mucho.
Sasuke la asesinó con sus negros ojos y levantó su espada otra vez, dejando que la punta, con el filo perfectamente afilado a pesar de que había atravesado la piedra, paseara por su cuello… Pensando en el modo más rápido y doloroso de arrebatarle la vida; quería que sufriera por lo que había hecho, pero, a la vez, estaba deseoso por acabar con ella, por buscar ese alivio momentáneo que le daría su muerte.
Decidió dejarla sobre la base de su cuello, que se ahogara en su propia sangre, que viviera por unos instantes la agonizante sensación de no poder respirar antes de encontrarse cara a cara con la muerte.
Entonces, cuando estaba a punto de apuñalarla, vio su reflejo en el filo de la espada.
Y se vio a sí mismo.
No era el mismo Sasuke que había morado felizmente junto a Naruto en el Reino del Fuego. Era el Sasuke pirata, el mercenario; una bestia feroz, primitiva y egoísta que había vivido según sus propias reglas sin importarle demasiado las consecuencias de sus actos.
Un hombre que no merecía el reino que le habían encomendado que cuidara, y mucho menos el esposo al que tanto amaba.
Pensar en eso hizo que su corazón se encogiera. Puede que Naruto ya no estuviera en ese mundo, pero, si era así, seguro que le estaría observando junto a Kurama, preocupado por él, por cómo estaría y deseoso de darle un consuelo que no podía.
Él no habría aprobado matar a Korin. Aunque habría comprendido sus sentimientos mejor que nadie, habría estado agradecido porque ella le hubiera salvado, le habría dicho que, a pesar de su mala acción, había cumplido con su deber de proteger el linaje real, así como la prohibición de no entrar en territorio sagrado para salvarle, a pesar de que era su obligación.
No le habría gustado, pero tampoco la habría matado por ello. Después de todo, le había salvado la vida, su rubio habría valorado eso por encima de todo, su bienestar.
Apretó los dientes por el deseo de llorar.
No quería decepcionarlo. El amor de su vida siempre sería lo primero, aunque estuviera muerto.
Finalmente, apartó la espada de Korin y le dio la espalda.
—Mi esposo no habría querido tu muerte —dijo en un susurro—. Márchate… y no vuelvas a acercarte a mí —terminó en un tono más duro antes de abrir la puerta de su habitación y encerrarse en esta.
No la perdonaría. Jamás.
La dejaba con vida porque ese habría sido el deseo de Naruto, pero esa era la única tolerancia que iba a concederle.
Además… Tal vez… Tal vez… Aún había una ínfima posibilidad de que siguiera vivo.
Ante ese pensamiento, Chidori ardió con fuerza en su mano, sin quemarle, pero estaba claro que quería llamar su atención.
—¿Qué ocurre?
Su calor, de algún modo que todavía no entendía, se extendió por su brazo hasta su pecho en una especie de cálido abrazo. El gesto de su espada le supo a consuelo y lo agradeció con creces.
—Chidori… Tú crees… ¿Tú crees que sigue vivo?
Su arma estalló en una oleada de calor que interpretó como un efusivo sí. Saber que no era el único que aún conservaba la esperanza le produjo una inmensa sensación de alivio y la estrechó contra su pecho.
—Gracias, Chidori.
Solo rezaba porque la ventisca pasara pronto. Así podría buscar a Naruto… y ayudarlo si seguía con vida.


Naruto supo que estaba pasando algo cuando, ese día, el Guardián lo cogió en brazos de repente y lo condujo por uno de los oscuros túneles que conformaban una especie de red que los conectaba unos con otros. Pese a que sospechaba que el hombre halcón era capaz de ver perfectamente en la más absoluta negrura, ya que la luz solar no alcanzaba jamás aquellas cuevas, cogió la daga de la que no se había desprendido e invocó su poder para iluminar el lugar.
Tal y como sospechaba, se estaban adentrando en la montaña, ya que en esa zona apenas había rastros de nieve, lo cual quería decir que estaban en lo más profundo de los terrenos sagrados del dios Taka. Unas imponentes columnas de estalactitas y estalagmitas decoraban el inmenso lugar que, cuanto más cerca estaba, más se daba cuenta de que se hallaban en una cueva gigantesca que, además, estaba habitada: pinturas rudimentarias de varios colores llenaban las paredes con lo que creía que era alguna especie de relato en el que los hombres halcón se juntaban con los humanos y convivían en paz y armonía, o, al menos, parecían practicar juntos diversas artes, incluyendo las del combate.
Adivinó, con asombro, que se encontraba en el lugar donde moraban los Guardianes de Taka. De hecho, ahora que lo pensaba, eso explicaba por qué había tantos túneles en esa zona, probablemente conducían a los hogares de cada hombre halcón.
Un graznido lo sobresaltó y levantó la vista, sonriendo al reconocer la grácil figura del ave blanca moteada que lo había estado cuidando durante el tiempo que llevaba atrapado en la montaña.
No tenía ni idea de cuántos días o semanas habrían transcurrido desde que empezó la ventisca, pero sí sabía que el Guardián de Taka y el halcón blanco habían estado velando por él sin descanso. El primero lo ayudaba a beber, comer y arroparse bien a la hora de irse a dormir, incluso se acostaba a su lado y lo cubría con una de sus enormes alas para evitar que la brisa fría que entraba de vez en cuando en el pequeño campamento que habían creado lo molestara o le hiciera enfermar. También se ocupó de que, en cuanto fue capaz de volver a moverse, lo hiciera con mucho cuidado ya que seguía debilitado por la sangre de Kurama, así como le ayudó en cuanto pudo ponerse en pie a enseñarle a andar de nuevo con la pierna que había estado roto y con la que, por cierto, ya podía caminar cojeando.
Por otro lado, fue consciente de la existencia de su segundo salvador después del largo sueño que tuvo tras haber conocido al Guardián. El ave blanca era la que cazaba para él y lo alimentaba con un conejo al día; al parecer, no había mucho más para comer por allí cerca, aunque a Naruto no se le ocurrió quejarse, estaba más que agradecido por tener la ayuda de Taka y que fuera a sobrevivir a la tormenta. Además, el halcón parecía disfrutar también de su compañía, ya que parecía tener una infinita curiosidad por él y se dedicaba a observarlo cuando no estaba cazando, y, en un par de ocasiones, cuando iba a dormir, volaba a su lado y se acurrucaba en su pecho.
El rubio sentía que era de su agrado y, por supuesto, el sentimiento era mutuo.
—¿A dónde me lleváis?
El halcón graznó de nuevo, como si le respondiera, y sorteó hábilmente las columnas de piedra que se habían formado naturalmente durante siglos para girar por una esquina y desaparecer.
Cuando el Guardián fue por el mismo lado, Naruto jadeó al ver que, a pocos metros de distancia, había una salida. Pero no era la abertura en sí lo que lo llenó de júbilo, sino darse cuenta de que ya no había nieve galopando con fuerza por todas partes y que tampoco escuchaba el aullido del viento cuando azotaba la tierra.
La ventisca había pasado.
—Bájame, por favor —le pidió al hombre halcón con rapidez, deseando correr hasta allí para comprobarlo.
El Guardián lo dejó suavemente en el suelo y permitió que el creador fuera cojeando hasta la salida, donde dio una vuelta sobre sí mismo, comprobando que se hallaba en lo que sospechaba que era el fondo de un acantilado muy alto, en cuya cima podía ver, aparte de la cima blanca que se decía que era el hogar del dios del Hielo, un cielo despejado que aún relucía con las últimas estrellas nocturnas.
Soltó una carcajada alegre, dando vueltas sobre sí mismo y aspirando el aire fresco de la noche. Hacía frío, sí, pero en esos momentos no le importaba. ¡Ya podía regresar a la ciudad! ¡Podría ver a Sasuke!
Un graznido suave interrumpió su euforia y se giró, encontrándose con el Guardián. Este lo miró un momento antes de bajar sus grandes ojos hacia su cinto. Naruto siguió su mirada y supo rápidamente lo que quería. Sin pérdida de tiempo, cogió la daga que había ofrecido a Taka nada más poner un pie en aquel reino y, inclinando la cabeza con una reverencia, se la entregó al hombre halcón.
—Gracias por la ayuda que me habéis prestado. Jamás lo olvidaré.
La criatura le devolvió el gesto con el mismo respeto que Naruto sentía por el noble ser y, después, alzó la mirada hacia algo que había detrás de él y retrocedió.
Antes de poder plantearse qué habría hecho que un Guardián actuara con tanta prudencia, escuchó un fuerte batir de alas y se dio la vuelta… Encontrándose con algo que nunca, en su vida, habría esperado ver.
Sorprendido y encantado, se echó a reír.
—Mi señor, disculpe mi vocabulario… pero esto es una auténtica pasada.
El halcón blanco soltó un par de graznidos risueños que resonaron entre las paredes del acantilado… ya que ahora era una magnífica ave de tres metros de alto con enormes alas y porte majestuoso.
La hermosa criatura blanca se movió hacia un lado y bajó su ala, dejando a Naruto boquiabierto. Le estaba ofreciendo montar en su lomo.
De haber podido, se habría planteado si debería aceptar su ofrecimiento, ya que, por un lado, no creía que existiera ningún ser vivo digno de cabalgar sobre tan magnífico ser, pero, por otro, sería simplemente grosero y descortés rechazar tal honor… Por suerte, el halcón ya había decidido por él, puesto que el Guardián se había acercado por detrás para coger a Naruto y depositarlo con cuidado tras las alas de la inmensa criatura, que se levantó sobre sus patas, dándole una advertencia de que estaba a punto de alzar el vuelo.
El creador se aferró con fuerza nada más ver cómo abría sus grandes alas para coger impulso.
La sensación que experimentó después, fue indescriptible. El primer instante, fue sometido a una fuerza descomunal que luchaba por ir hacia arriba, producto del ave que batía sus extremidades para levantar el vuelo y salir del barranco, seguido por una potente ráfaga de viento frío que golpeó su cuerpo y estuvo a punto de hacerle caer, pero se inclinó más sobre la espalda del halcón para evitarlo y se agarró mejor a sus enormes plumas que, curiosamente, parecían estar lo bastante arraigadas en su piel para evitar que se las arrancara sin querer.
Durante esos instantes en los que no pararon de subir, Naruto se mantuvo muy quieto, centrándose única y exclusivamente en agarrarse bien para no caer al vacío, en no soltar los dedos de las plumas y en apretar bien los muslos contra los costados del ave para conseguir una mejor sujeción, en ser muy consciente de la fuerza que hacían las alas, en la velocidad a la que subía y en los golpes del viento.
Después, de repente, fue como si quedaran suspendidos en el aire… y no hubo más que suavidad. Solo entonces, se atrevió a levantar un poco la cabeza… y se maravilló con lo que encontró.
Volar no era ni de lejos como montar a caballo. Cabalgar sobre el suelo era como recibir pequeño impactos desde el suelo a los que aprendías a adaptarte, te moldeabas a ellos para no acabar con las nalgas doloridas y los muslos temblorosos; volar, en cambio, era una delicia, se parecía a navegar sobre olas tranquilas, solo que con una suavidad que los barcos jamás serían capaces de alcanzar.
Aparte de eso, las vistas eran sencillamente increíbles, Naruto sabía que jamás vería nada igual.
Porque desde el cielo, podía contemplar el mundo en su vasta extensión.
A la izquierda, se alzaba una inmensa cadena de montañas que iban en dirección contraria a la suya, como si buscaran el hogar sagrado de Taka tal y como hacían los hombres con su dios, y de las cuales parecían caer en cascada arboledas enteras que creaban un juego de colores oscuros y claros entre sus copas oscuras y la nieve que las cubría; a medida que se alejaban de la sierra, se encontró con llanuras plateadas que morían en las costas blancas y en su turbulento mar de aguas oscuras, que ahora yacía tranquilo y helado.
Y, sobre el océano, los colores del alba empezaron a imponerse y a apagar las últimas estrellas de la noche, cuyos tintes violáceos se tornaron rosados y ligeramente anaranjados hasta que, al fin, las primeras luces del sol se apoderaron de todo.
Naruto suspiró cuando sus rayos impactaron contra él, llenándolo de un torrente de energía que le hizo sentirse más fuerte y que almacenó para calentar su cuerpo al instante. Había estado tan maravillado por las vistas, por una sensación de libertad tan plena y absoluta que ni siquiera había sentido el aire gélido golpeando su rostro.
Mientras acumulaba poder, sus ojos buscaron el puerto, desde el cual sabía que podría encontrar la capital del reino entre la inmensidad blanca.
—Espérame, Sasuke —murmuró, sonriendo—, ya voy.