miércoles, 23 de mayo de 2018

Presa del Demonio

Capítulo 2. Tentación


“Dos rojas lenguas de fuego que a un mismo tronco enlazadas se aproximan,
y al besarse se forma una sola llama.”
Gustavo Adolfo Bécquer

—¿Qué? —Fue lo único que pudo decir Dariel después de escuchar la propuesta que Evar acababa de hacerle…
¿Trabajar para el Diablo? ¿Un medio ángel como él? Ahora sabía que los ángeles no eran tan santos como los pintaban, pero algo muy distinto era trabajar para la personificación de la maldad, el pecado y todo eso… Al fin y al cabo, estaban hablando del mismísimo Satanás. Y estaba seguro de que eso no podía ser bueno.
—Lucifer te ofrece un trabajo. —Evar frunció un poco el ceño y después se encogió de hombros—. Bueno, yo diría que es más bien un trato.
—Yo no hago tratos con el Demonio.
Evar dejó escapar un resoplido.
—Lucifer no es tan malvado como lo pintan… Al menos no la mayor parte del tiempo, concretamente, cuando Dios no le toca las pelotas.
—No quiero ofender a tu jefe, pero no me creo que sea un santurrón.
—Yo no he dicho que lo sea. Simplemente, es un hombre normal y corriente a quien Dios le hizo una putada, como a muchos otros, tan grande que juró vengarse. —Hizo una pausa breve—. De ahí eso de convertirse en el Diablo.
Dariel se cruzó de brazos.
—¿Se puede saber qué demonios le hizo?
Evar se sobresaltó y apartó la vista.
—No creo que contarte ese asunto tan delicado entre dentro de mis órdenes, así que no voy a decírtelo.
Dariel ladeó la cabeza, intrigado. Vaya, vaya, parecía que la Biblia se ha guardado unos cuantos trapos sucios…
—Aun así, no tengo por qué trabajar para él.
—¿A pesar de todo lo que te ofrece a cambio?
Eso captó, muy a su pesar, su atención.
—Que es…
Evar esbozó una sonrisa divertida.
—Podrás seguir con tu vida tal y como la conoces, solo que con unos cuantos cambios como, por ejemplo, la desaparición de cualquier problema que tengas. Y si no tienes problemas, algo que dudo mucho, debes tener sueños o esperanzas. Lucifer puede cumplirlos, solo tienes que pedírselo.
Dariel procuró que Evar no se diera cuenta de que, por un instante, la esperanza se filtró en su interior. Lo cierto era que, si ese demonio no le mentía, sus problemas en el trabajo podrían desaparecer, puede que incluso lograra meterse en algún programa de documentales.
Desde luego, el Diablo sabía cómo tentar a sus víctimas para conseguir lo que quería.
—¿Cómo sé que puedo fiarme de él?
Evar lo meditó unos instantes, como si estuviera recordando algo.
—Dispones de todo el tiempo que necesites para pensarlo y, si quieres ponerte en contacto con él y hablar del asunto o condiciones, puedes morder esto —mientras hablaba, se levantó y se dirigió a él. Del bolsillo de su chaqueta, sacó algo redondo de un color rojo brillante.
Era una manzana.
Dariel no pudo reprimir una sonrisa divertida.
—¿Va en serio?
Evar le devolvió el gesto.
—A Lucifer le encantan las analogías.
Dariel lo meditó un poco más y, con un suspiro y sabiendo que se arrepentiría, cogió la manzana. Evar sonrió ampliamente.
—¿Eso significa que lo pensarás?
—Lo haré.
—Bien. —Entonces, los dos se quedaron en silencio unos momentos. Dariel esperaba que se marchara, y por eso le sorprendió lo que dijo al poco rato—. ¿Qué hay para cenar?
El silencio se extendió entre ellos. Evar esperaba pacientemente a que respondiera, mientras que Dariel estaba demasiado sorprendido para responder o siquiera asimilar el significado de esa pregunta.
Al final, optó por lo único que se le pasó por la cabeza.
—¿Qué has dicho?
—Tengo hambre y quiero comer.
—… Ya, pues en la esquina hay una hamburguesería.
Evar lo miró con aparente aburrimiento.
—No puedo separarme de ti hasta que tomes una decisión.
—… ¿Qué?
—¿Eres medio sordo o es que no entiendes el inglés?
—¡Lo entiendo perfectamente! ¡Lo que no comprendo es a qué viene eso de no separarse de mí hasta que tome una decisión!
Evar alzó los ojos al cielo unos instantes y volvió a bajarlos hacia él.
—La versión benevolente es que tengo que protegerte de los ángeles y de Hera…
—¿Hera? —La mención de esa diosa lo confundió—. ¿Qué tiene ella que ver conmigo?
—¿No has leído nada de mitología griega? La vida de Hera se reduce a hacerles la vida imposible a las amantes y los bastardos de Zeus… y a matarlos.
Genial. Justo lo que necesitaba para que su vida se pareciera al Edén.
—¿Y la otra versión por la que tienes que quedarte aquí?
—Mi opinión es que Lucifer quiere que tomes una decisión rápida para deshacerte de mí cuanto antes.
… Sí, eso le pegaba más a la visión que tenía del Diablo.
—¿En serio vas a quedarte aquí quién sabe cuánto tiempo?
—A mí tampoco me hace mucha ilusión, pero puedo protegerte mejor de las hijas de Hera y de los ángeles estando contigo.
Dariel lo meditó un minuto entero, pensando en todas las desventajas que suponía compartir un piso tan diminuto con un demonio que podría matarle en cualquier momento. Sin embargo, tampoco quería ser asesinado por las dos piradas de antes, y hasta el momento, y a pesar de ser un Nefilim al servicio del Diablo, Evar mostraba ser… un poco más de fiar de lo que pensaba.
Así que, resignado, le dijo:
—Siéntate mientras preparo algo.
En cuanto Evar se sentó, Dariel se dirigió a la cocina y abrió la nevera para ver qué podía hacer para cenar. Después de aquel día, le habría gustado darse un buen festín, pero empezaba a hacerse tarde y estaba deseando dormir para despejarse de aquella extraña situación.
Al final, optó por hacer lasaña. Llenó un recipiente con agua y dejó que las placas de pasta se humedecieran mientras él troceaba la carne y hacía la salsa de tomate. La salsa boloñesa la tenía preparada de unos tallarines que cocinó no hacía mucho para llevarse al trabajo.
Muy pocos habrían imaginado que era un aficionado a la cocina. En cuanto tenía tiempo libre cogía un libro de gastronomía y buscaba alguna receta que probar, y una vez terminada con éxito, le añadía algún toque personal o la modificaba un poco, aunque raras veces había tenido que hacerlo, pues normalmente le gustaba cualquier tipo de comida.
Ya estaba colocando la carne picada y las salsas entre las placas de pasta cuando notó una presencia tras él. Evar estaba justo a su espalda, muy cerca de él, observando por encima de su hombro lo que estaba haciendo con la nariz arrugada.
Dariel se apartó un poco para no tenerlo a su espalda.
—¿Qué haces?
—¿Se supone que eso es comida?
El comentario lo ofendió más de lo que le habría gustado.
—¿Tienes algún problema? —le preguntó con un gruñido tan fiero que hasta él mismo se sorprendió.
Evar, al percatarse de su hostilidad, suavizó su expresión.
—Nunca he comido… alimentos humanos.
La explicación tranquilizó a Dariel.
—¿Y qué se supone que coméis los demonios?
—A los Nefilim nos gusta cazar jabatos ígneos.
Dariel se le quedó mirando como si acabara de decir que su horno era la entrada al país de las maravillas.
—¿Jabatos ígneos?
—Sí.
—Eso es…
—Un demonio que habita en el Bosque de la Llama Negra.
—¿Y no es mejor cazar jabalíes?
Evar, por primera vez, soltó una carcajada.
—Solo con cazar jabatos ya acabamos con varios huesos rotos, cazar un jabalí solo es un suicidio.
Dariel no sabía cómo eran esos jabalíes, pero tampoco quería averiguarlo, mucho menos saber a qué sabían. Así que volvió a centrar toda su atención en la comida.
Evar no se marchó. Siguió observándolo con aparente curiosidad mientras él iba a la suya, intentando ignorar al extraño con el que tendría que convivir durante… unos días. O eso esperaba.
Terminó de preparar la lasaña y la metió en el horno. Ahora tenía que esperar veinte minutos, y puesto que no tenía nada mejor que hacer, decidió entablar una conversación anodina y, de paso, intentar averiguar si podía fiarse de Evar y su jefe o no.
—¿Cómo es el infierno?
Evar se sobresaltó. Había estado muy concentrado en otra cosa y no había visto venir su pregunta, pero se recuperó rápidamente y alzó los ojos, pensativo.
—No creo que te guste.
—Ponme a prueba.
—Supongo que para ti haría demasiado calor, no soportarías el olor a carne quemada y a humo… Del paisaje no sabría qué decirte. El infierno es muy grande y no sabría por dónde empezar.
—¿Por qué no empiezas por ese bosque de jabatos?
—Mmm… Está bien. Es como un bosque normal, solo que las copas de los árboles, a pesar de que parecen hojas, son en realidad llamas de color negro.
—¿Queman?
—No para un Nefilim, pero supongo que a los ángeles les quemaría, no lo sé. Nunca han llegado tan lejos.
Ese último comentario le llamó la atención.
—¿Los ángeles van al infierno a menudo?
—De vez en cuando. Pero los ángeles caídos y los Nefilim solemos mantenerlos a raya.
—¿Nunca os han vencido?
Evar dudó un momento antes de responder.
—Una vez por poco logran llegar hasta Lucifer. Al final, los demonios y las bestias del infierno nos ayudaron, pero prácticamente toda mi raza fue exterminada.
Esas palabras sobresaltaron a Dariel, quien miró a Evar con los ojos como platos.
—¿Me estás diciendo que eres el último Nefilim?
Evar hizo un gesto negativo.
—Solo quedamos seis; Damián, Zephir, Skander, Kiro, Nico y yo.
Dariel tragó saliva al comprender lo que eso significaba.
—Tu familia murió durante la masacre, ¿verdad?
El demonio bajó la vista.
—Mi padre murió durante la batalla. Algunos Nefilim, como mi hermano, también sobrevivieron. Pero con el paso de los siglos solos hemos quedado nosotros.
Dariel sintió una oleada de compasión. El dolor que traslucían las palabras de Evar era real, y podía ver el tormento en su mirada castaña.
Se dio la vuelta, dándole la espalda. Contempló el horno, al que ya le faltaba poco para que sonara la campanilla.
—Lo lamento.
No oyó nada después de decir eso. Sencillamente, Evar le dio un toquecito en un hombro. Al darse la vuelta, ya no estaba ahí. Dariel no estaba seguro, pero suponía que ese breve contacto había sido una forma de agradecerle el pésame.
Con un suspiro, siguió mirando la lasaña que se estaba haciendo en el horno.


Evar se tumbó en el sofá con el ceño fruncido. No sabía qué lo había impulsado a hablarle de su familia, pero no le gustaba.
No era asunto de Dariel. Y él tampoco tenía por qué hablarle de su vida privada. Su deber era protegerle e informarle de todo cuanto quisiera saber, aunque claro, tenía que guardar un par de secretos por si Dariel elegía ponerse voluntariamente del lado de los ángeles.
Ese era otro motivo por el que estaba allí. Hera quería ver muerto a Dariel, pero tal vez Dios se aprovechara, al igual que hacía Lucifer, del poder de ese hombre. Después de todo, no era la primera vez que engañaba a alguien para cumplir sus caprichos.
Y en cuanto a Zeus… Probablemente estaría demasiado ocupado persiguiendo las faldas de alguna diosa o mortal, por lo que dudaba de que se enterara de la existencia de otro de sus hijos bastardos.
Tenía que conseguir que Dariel se pusiera de su lado. Solo quedaban seis Nefilim en el infierno, y necesitaban a seres poderosos que los ayudaran a luchar contra el ejército de Miguel. Los ángeles caídos eran leales y fuertes, pero no lo suficiente como para hacer que la balanza de la guerra se inclinara a su favor.
Lo que necesitaban era a alguien como Dariel para proteger el infierno. Eso era lo que más necesitaban, pues en una guerra, cada bando era más fuerte en su propio terreno. Y Dios sabía que Lucifer jamás saldría de su escondite, no cuando podía volver a someterlo a su voluntad. Lucifer lo sabía y por ello necesitaban a criaturas poderosas en su bando.
Suspiró y concentró sus poderes para asegurarse de que Dariel seguía donde lo había dejado. Y así era, sus sentidos le dijeron que apenas se había movido de donde estaba. Sabiendo eso, deslizó su energía alrededor del piso y de la finca, asegurándose de que no hubiera enemigos potenciales cerca de allí.
Por el momento, no había peligro.
Un olor agradable se filtró por sus fosas nasales. Se levantó, aún olfateando, hasta posar los ojos sobre el recipiente transparente en cuyo interior había una especie de masa blanca y roja, todo mezclado en un rectángulo pegajoso.
Evar hizo una mueca.
—¿Seguro que es comida humana?
Dariel dejó la bandeja sobre la mesa que había tras el sofá.
—Seguro al cien por cien.
A pesar de sus recelos, Evar se sentó en la mesa y esperó a que Dariel le sirviera un plato. Contempló la masa de cerca, la olfateó. Olía bien, pero su aspecto seguía sin convencerlo del todo.
—Tranquilo, Nefilim, no va a comerte —le dijo Dariel con voz burlona.
Evar lo miró con cara de pocos amigos, pero levantó la mano para coger la masa… y recibió un manotazo por parte del semidiós.
—¡Eh! —gruñó con su voz demoníaca, pero Dariel ni siquiera parpadeó.
—Eso no se come con las manos. Te he puesto cubiertos por algo.
Evar desvió la vista hacia los instrumentos metálicos que había junto al plato. Los cogió y los miró detenidamente, sin comprender cómo demonios se comería aquella cosa tan blanda con eso.
Oyó que Dariel soltaba un suspiro frustrado. Lo vio levantarse y dirigirse hacia él.
—Trae, te enseñaré a usarlos.
Le cogió los cubiertos, se colocó a su espalda y se inclinó sobre él para mostrarle cómo se hacía. A pesar de que Evar veía lo que estaba haciendo, fue otra cosa la que captó toda su atención.
Su olor.
Desprendía el mismo que la comida que tenía delante, pero estaba mezclado con un aroma semejante al mar. Un olor masculino y embriagador. Evar se sorprendió al reconocer la sensación que ardió en sus entrañas y que por poco hizo que se levantara de un salto. La excitación. El deseo.
A pesar de la sorpresa, lo encontró interesante. Puesto que los Nefilim no se reproducían mediante las relaciones sexuales, raras veces sentían el deseo carnal. Evar solo lo había experimentado una vez y solo por eso había reconocido de inmediato aquella imperiosa necesidad de dominar a Dariel, de dejarlo desnudo bajo su cuerpo y exigirle que se quedara quieto mientras él redescubría aquellos deseos que no había experimentado en milenios.
Precisamente por el hecho de ser un Nefilim, de pertenecer a una raza que rara vez copulaba, la atracción sexual era mucho más fuerte en él que en un ser humano o en cualquier otra criatura que necesitara reproducirse mediante el coito.
Contuvo el impulso de levantarse y acorralar a Dariel contra la pared. En vez de eso, trató de concentrarse en cómo debía sostener los cubiertos y usarlos para cortar la comida. A pesar de sus esfuerzos, no podía evitar notar el torso de Dariel en su espalda, su mentón prácticamente apoyado en su hombro y los brazos y manos que se movían delante de él.
Dariel no era tan corpulento como él, pero tenía igualmente una forma física estupenda. Con esa piel clara y los finos músculos tensados por la posición forzada, parecían hechos del mármol más exquisito, y Evar no pudo evitar preguntarse si su tacto sería suave como la seda o de una textura similar a la suya. Su pecho se pegaba a su espalda, y la excitación aumentó al imaginar cómo se sentiría si ambos estuvieran desnudos el uno contra el otro, con los cuerpos encajados.
Apretó la mandíbula, conteniendo su naturaleza dominante, aquella que le ordenaba a gritos que lo poseyera allí mismo.
—¿Te encuentras bien?
Alzó la vista, encontrándose con los ojos color turquesa de Dariel. Hasta ese momento, no había reparado en que tenía unos ojos muy seductores, de esos que en cuanto los mirabas no podías apartar la vista, especialmente cuando estaban oscurecidos por la pasión, cuando te pedían solo con la mirada que le dieras placer.
El cuerpo de Evar tembló imperceptiblemente ante esa expectativa.
—Parece fácil —dijo finalmente con la voz más grave de lo que esperaba.
Dariel ladeó la cabeza.
—¿Pero?
Evar frunció el ceño, tratando de encontrar alguna excusa que explicara su estado.
—Son pequeños y frágiles. ¿No los romperé?
—Simplemente no los fuerces.
Evar asintió, apartó sus lujuriosos pensamientos a un lado y se concentró en la tarea. Sostener los cubiertos le resultó fácil, y le sorprendió que fueran tan sencillos de usar. La masa de la comida cedió dócilmente ante los instrumentos, y en unos instantes ya tenía un trozo de esa sustancia pegajosa preparada para probarla.
La olisqueó de nuevo y la miró ceñudo. ¿De verdad eso era comida?
—¿Qué pasa? ¿Un Nefilim le teme a un diminuto trozo de lasaña? —se burló Dariel con una sonrisa torcida y un brillo desafiante en los ojos.
A Evar le gustó esa mirada. Lo excitó muchísimo e incluso se planteó seriamente dejar la comida a un lado y dar un salto para lanzar a Dariel al suelo y demostrarle que nunca, bajo ningún concepto, debía desafiarlo. Porque las consecuencias podían ser un par de días sin salir de aquella casa. Evar llevaba unos milenios sin experimentar aquello, y ahora que el deseo había vuelto, lo había hecho con una fuerza demoledora.
Clavó sus ojos en él y soltó un gruñido. Sabía que Dariel lo interpretaría como desagrado, como si no le gustaran sus palabras, cuando la realidad era que su deseo estaba alcanzando puntos peligrosos.
Dispuesto a controlarse, se llevó el trozo de masa a la boca y se preparó para el horrible sabor de aquella mole pegajosa.
Sin embargo, se sobresaltó, miró su comida con los ojos como platos, cogió los cubiertos y empezó a comer de una manera que un ser humano habría considerado grosera y maleducada. A Dariel, sin embargo, no pareció importarle. Incluso parecía orgulloso.
—¿Qué me dice ahora el Devorador de Jabatos?
Evar se detuvo un instante. Masticó la comida rápido y tragó.
—¿Cómo se llama esto?
—Lasaña.
—Lasaña. Tendré que preguntarle a Nico si sabe hacer esto.
Dariel apoyó la cabeza en una mano mientras comía.
—¿Nico es uno de los tuyos?
—Ajá.
—¿Y sabe cocinar?
—Es el único de nosotros que demuestra curiosidad por el mundo humano. Le encanta cocinar y siempre está intentando que probemos lo que hace, pero teniendo en cuenta el aspecto que tiene vuestra comida ninguno excepto Kiro hemos querido probar nada de lo que hacía.
—Pobre demonio.
—No te creas, ahora intenta enseñar a Lucifer a cocinar, pero por lo que me ha contado es un negado.
Eso llamó la atención de Dariel.
—¿Al Diablo le dan clases de cocina? —Eso sí que era gracioso. No se imaginaba a Satanás con un delantal y un sombrero de chef preparando tartas.
—Lucifer hace muchas cosas. La gran mayoría incomprensibles para mí.
Dariel inclinó la cabeza a un lado, curioso.
—¿Y los Nefilim qué hacéis para divertiros?
Por entonces, Evar no solo había terminado el plato, sino que usó el cuchillo para coger los restos de carne y salsa boloñesa para después comérselos, dejando así el plato casi tan limpio como cuando Dariel lo había sacado del armario.
—Sobrevolamos el Infierno, cazamos, entrenamos… Lo cierto es que como somos pocos no tenemos mucho tiempo libre. Normalmente nos dedicamos a vigilar nuestros territorios.
Dariel asintió con los ojos entrecerrados.
—¿Tú qué vigilas?
—La Sierra de Ceniza y el Desierto de Arena Roja. Es la entrada al Infierno, así que yo soy el primero en dar la voz de alarma.
—Y mientras estás aquí, ¿quién vigila?
—Probablemente Damián. Lucifer pondría a un ángel caído, pero la entrada al Infierno tiene que estar vigilada siempre por un Nefilim.
—¿Por alguna razón en especial?
—Somos los demonios más fuertes. Además, somos los únicos que podemos controlar a los drakon.
Dariel se sintió tentado de preguntar, pero decidió dejar la geografía del Infierno para otro momento. Se le había ocurrido una pregunta en la que no había pensado antes.
—Solo por curiosidad… ¿qué clase de trabajo tendré si acepto?
Evar clavó sus ojos en los suyos y lo meditó.
—No estoy seguro, supongo que te dará algo importante teniendo en cuenta tu naturaleza.
Una idea horrible cruzó fugazmente la mente de Dariel.
—¿Crees que quiere que mate a alguien?
Evar negó firmemente con la cabeza.
—No creo. Lucifer ya tiene asesinos de sobra tanto en el mundo humano como en el Infierno —dijo con aire pensativo—. Sea cual sea el trabajo que te dé, creo que será de protección.
Dariel ladeó la cabeza.
—¿Protección?
—En el infierno hay cosas importantes que deben ser protegidas, cosas importantes tanto para Lucifer como para nosotros.
Esas palabras hicieron que una bombilla se encendiera en la mente de Dariel.
—¿Te refieres a los Nefilim?
El cuerpo de Evar se tensó. Lo miró a los ojos un momento y los bajó.
—Si aceptas el trato, lo sabrás todo.
Dariel se reclinó en la silla, intrigado. Al parecer, no era el único que no confiaba en su nuevo compañero de piso.
—Tu jefe y tú no confiáis en mí. —No era una pregunta, sino una afirmación.
Evar lo escrutó con la mirada. Vio la duda en ellos, lo que confirmó sus sospechas.
—No podemos arriesgarnos a contarte secretos si no vas a trabajar para nosotros. Además, podrías ponerte del lado de los ángeles.
Dariel apartó la vista.
—Después de lo que me has contado sobre ellos, no tengo muchas ganas de estar de su parte, sinceramente.
—Ah… Pero tú no sabes si lo que te he contado sobre ellos es mentira, ¿verdad?
—Sí puedo saberlo.
Esta vez, fue Evar quien se reclinó en la silla, como si tratara de poner distancia entre ellos.
—¿Y cómo es eso?
Dariel clavó su mirada turquesa en él.
—He visto tu dolor cuando hablabas de tu familia y tu especie. Dudo que algo tan profundo se pueda fingir.
El Nefilim parpadeó y, una vez más, apartó la mirada.
Dariel recogió la mesa en silencio, sin dirigirle más la palabra. Después de todo lo que habían hablado, había llegado a la conclusión de que, al menos, podía confiar en el demonio. Le había parecido sincero en todo cuanto había dicho, y si quisiera matarlo, estaba bastante seguro de que ya lo habría hecho.
Cogió una sábana y una almohada para entregársela a Evar, quien se estaba preparando para dormir. Se había quitado la chaqueta de cuero y las botas, con lo que su musculoso torso quedaba a la vista, ya que la camiseta blanca no hacía muchos esfuerzos por disimular su increíble figura.
Dariel le tendió las cosas.
—Puedes dormir aquí. Creo que el sofá es lo suficientemente grande para ti.
Evar asintió.
—Gracias. —Hizo una pausa antes de añadir—. Si notas algo extraño, avísame. Yo estaré alerta.
—Lo mismo digo —dicho esto, dio media vuelta y fue a su cuarto. Una vez entre las sábanas, Dariel se puso a darle vueltas a lo extraño de aquel día y en cuál sería su desenlace. Obviamente, no podría tomar ninguna decisión hasta que supiera qué trabajo tenía reservado el Diablo para él, lo cual implicaba morder la manzana y discutirlo con él personalmente…
Algo que no le hacía gracia.
Tendría que preguntarle a Evar si había alguna forma de averiguar qué quería el Diablo de él sin tener su presencia tan cerca.


Pese a estar tumbado en el sofá, Evar vigilaba con los nervios a flor de piel las proximidades de la finca donde se encontraba. Por el momento, no percibía nada, por lo que pudo dedicar unos momentos a meditar lo que le estaba pasando.
El deseo que sentía hacia Dariel estaba luchando por dominarlo, y poner resistencia a él era algo muy complicado, especialmente cuando lo tenía a apenas un par de metros, acostado en la cama, tal vez desnudo.
Ese pensamiento le arrancó un gruñido no muy humano. No estaba en su naturaleza oponerse a sus instintos, sino todo lo contrario. De hecho, la primera vez que experimentó la lujuria, no pudo reprimirse, acechó a su presa y la poseyó sin miramientos. Ella se resistió al principio, pero no tardó en caer víctima de sus besos y caricias.
Su lado más primitivo quería que Dariel también sucumbiera a él. Su parte racional le decía que era una locura, que no podía confiar en ese hombre por cuyas venas corría la sangre de los ángeles. Los que asesinaron vilmente a su abuela. Los que mataron a su padre y más tarde a su hermano. Los mismos que intentaban acabar con él y el resto de sus compañeros Nefilim.
La última vez que experimentó aquella sensación acabó herido de por vida. Si Dariel no aceptaba el trato de Lucifer, podría convertirse en una amenaza. Además, él había dicho que no se uniría a los ángeles, pero Evar conocía mejor que nadie su poder de convicción, y estaba seguro de que, si se lo proponían, si empezaban a llenarle la cabeza de mentiras sobre Lucifer y los Nefilim, puede que incluso Dariel se fuera con ellos sin hacer más preguntas.
Por eso mismo, no deseaba ceder a lo que sentía.
Sus poderes vibraron de repente, sacándolo de sus pensamientos. Apartó la sábana, se levantó de un salto y se materializó en el lugar donde había sentido esa presencia, en la azotea del edificio de enfrente.
Hera estaba allí, tan majestuosa e imponente como debía ser la reina de los dioses. Más alta que la mayoría de las mujeres, llevaba un impecable vestido vaporoso de color blanco que le llegaba hasta los tobillos; su figura esbelta y elegante hacía un perfecto juego con las facciones nobles y severas de su rostro, y llevaba el cabello negro recogido en un complejo peinado que dejaba sus ojos castaños al descubierto, los cuales brillaban con una emoción que Evar no supo si calificar de furia o simple frustración.
Ella torció los labios al reconocer su esencia.
—Nefilim.
—Hera —saludó con la misma frialdad que ella. Se cruzó de brazos y esperó a que ella dijera o hiciera algo.
La diosa se paseó por la azotea, aunque no se acercó en ningún momento a él. Una mujer inteligente, a diferencia del bobalicón de su marido. Los Nefilim eran de los pocos demonios que podían matar seres inmortales como los dioses.
—Tengo mucha curiosidad… —empezó ella—. ¿Qué interés tiene Lucifer en Dariel Bellow?
—¿Acaso no es obvio?
Hera se detuvo, lo miró y esbozó una sonrisa torcida tan arrogante que el mismo Lucifer habría felicitado.
—Lo cierto es que sí. Ese hombre es astuto y cruel hasta la médula.
—Hay que ser ambas cosas para ser el regente del Infierno.
—Cierto. —Hizo una pausa mientras volvía a pasearse por la azotea—. ¿Y si yo le ofreciera un trato?
Evar se encogió de hombros.
—Pues ya sabes qué debes hacer. Ve al Infierno y propónselo.
—No soy tan estúpida como para ir al Infierno.
—Después de tantos milenios deberías saber que a Lucifer solo le interesa acabar con Dios. Si tienes buenas intenciones, mucho más si quieres hacer un trato con él, dudo que te ponga la mano encima. Sé que no lo parece, pero es un caballero.
Hera lo meditó unos momentos. Durante ese tiempo, Evar dejó que sus poderes de percepción se deslizaran por la zona, buscando alguna divinidad afín a Hera que pudiera atacar a Dariel mientras él estaba con ella.
La respuesta de la diosa lo distrajo.
—De acuerdo. Me pondré en contacto con él. Ya nos veremos, Nefilim. —Y sin más, desapareció.
Evar no perdió el tiempo. Desapareció de la azotea y se materializó en la casa de Dariel, concretamente en su habitación. Se relajó al ver que estaba bien y que no había nadie en la sala a excepción de ellos dos.
Ese pensamiento lo dejó paralizado. Sus ojos, desobedeciendo su voluntad, recorrieron a Dariel de arriba abajo. Dormía únicamente con unos pantalones anchos de chándal, por lo que ese torso que él ya había intuido que estaba en muy buena forma quedaba al descubierto.
Evar no pudo evitar preguntarse por qué tenía ese aspecto tan descuidado. Si se peinara un poco, se cortara mejor la perilla y no vistiera ropa tan ancha, se convertiría en el hombre atractivo que era.
Se relamió el labio inferior al deslizar la vista por su cuerpo. Tenía un brazo doblado bajo la cabeza y el otro sobre el vientre bien formado por músculos levemente delineados. Su pecho subía y bajaba al compás de su pausada respiración, una que Evar sabía que podría acelerar con facilidad si empezaba a tocarlo.
Una llama prendió en su interior. El deseo recorrió su cuerpo y oscureció sus ojos. Sin embargo, antes de que el control lo abandonara, un poderoso cuerpo lo estampó contra la pared y un musculoso bíceps aplastó su garganta.
Dariel estaba despierto, y por la forma en que lo miraba, no estaba contento.
Al reconocerle en la oscuridad, frunció el ceño.
—¿Evar? ¿Qué haces aquí?
Evar alzó una mano y separó el brazo de Dariel de su garganta, solo lo justo para poder hablar.
—Hera estaba cerca. Temía que hubiera enviado a alguien a por ti mientras yo me enfrentaba a ella.
Dariel hizo una mueca que decía a todas luces que no había entendido ni una palabra. Evar retiró el brazo de su garganta y trató de explicarse mejor.
—He sentido la presencia de Hera cerca y he ido a asegurarme de que no intentaba nada contra ti. Temía que hubiera enviado otra vez a Eris o a Enio para matarte mientras estaba fuera.
—¿Hera ha estado aquí?
—En el edificio de al lado.
Dariel se acercó más a él. Su olor golpeó a Evar con fuerza, haciendo que una parte de su cuerpo se desvelara y exigiera alivio. Apretó los dientes y aguantó el escrutinio de Dariel, que lo analizó de arriba abajo.
—No estás herido.
—A Hera no le conviene pelear conmigo.
El hombre esbozó una sonrisa socarrona.
—Así que eres un tío duro.
Evar notó que su cuerpo se agitaba. Se dijo a sí mismo que debía aguantar… pero, entonces, percibió un nuevo olor en Dariel, un olor que hizo que todo pensamiento racional desapareciera de su mente.
Dariel se había quedado paralizado. La repentina cercanía de Evar lo había puesto nervioso. Un rubor se había instalado en sus mejillas al sentir su aliento en el rostro, al percibir el calor que desprendía su cuerpo.
No comprendía lo que le estaba pasando, mucho menos cuando Evar se inclinó y le rozó la mejilla. Un escalofrío lo recorrió entero. Notó que Evar aspiraba su olor, y todo su ser se estremeció ante la caricia de sus labios al rozar su cuello.
Una vocecita le susurró que debía detenerlo, pero se calló en cuanto Evar deslizó una mano desde su hombro hasta la cadera. Tembló ligeramente, algo de lo que Evar se percató. Se acercó a su rostro y le rozó los labios con los suyos. Dariel se descubrió a sí mismo deseando que lo besara, entre otras cosas que jamás se le habían pasado antes por la cabeza.
Desgraciadamente, Evar retrocedió. Tenía la mandíbula apretada y el cuerpo tenso. No tenía buen aspecto y Dariel no pudo evitar preocuparse.
—¿Estás bien?
—No —respondió con una voz ronca que lo excitó.
Un momento. ¿Estaba excitado? ¿Acaso Evar lo… atraía sexualmente? Eso no podía ser, no después de todo lo que…
—Lo lamento —dijo Evar de repente al mismo tiempo que se apartaba de él—. No tendría que haber hecho eso. —Inspiró aire muy despacio con los ojos cerrados—. No volverá a pasar.
—No… pasa nada. —Sacudió la cabeza, confuso, pero antes de que pudiera preguntarle algo, este se dirigió a la puerta.
—Descansa esta noche. Mañana tenemos cosas que hacer. Buenas noches —y sin decir nada más, cerró la puerta tras él.
Dariel se sentó en la cama y ocultó su rostro entre las manos. ¿Qué había sido eso? Bueno, sí, sabía perfectamente qué había sido, la decepción que lo inundaba era la prueba de que se había sentido atraído hacia Evar. Pero no podía comprenderlo. Después de todo por lo que había pasado, jamás pensó que sentiría algo así, mucho menos por alguien de su mismo sexo.
Un estremecimiento lo inundó al recordar la forma en la que lo había tocado. Se irritó por permitir que un mero recuerdo lo pusiera de esa forma. Evar era un demonio, no podía… No quería sentirse atraído de esa manera. Ni por él ni por nadie.
Frustrado, se tumbó y se cubrió con la sábana, tratando de ignorar un preocupante pensamiento que atizó su mente sin piedad.
Convivir con Evar y esa atracción iba a ser muy difícil…

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