Capítulo 2. Tentación
“Dos rojas lenguas
de fuego que a un mismo tronco enlazadas se aproximan,
y al besarse se
forma una sola llama.”
Gustavo
Adolfo Bécquer
—¿Qué? —Fue lo
único que pudo decir Dariel después de escuchar la propuesta que Evar acababa
de hacerle…
¿Trabajar para el
Diablo? ¿Un medio ángel como él? Ahora sabía que los ángeles no eran tan santos
como los pintaban, pero algo muy distinto era trabajar para la personificación
de la maldad, el pecado y todo eso… Al fin y al cabo, estaban hablando del
mismísimo Satanás. Y estaba seguro de que eso no podía ser bueno.
—Lucifer te ofrece
un trabajo. —Evar frunció un poco el ceño y después se encogió de hombros—.
Bueno, yo diría que es más bien un trato.
—Yo no hago tratos
con el Demonio.
Evar dejó escapar
un resoplido.
—Lucifer no es tan
malvado como lo pintan… Al menos no la mayor parte del tiempo, concretamente,
cuando Dios no le toca las pelotas.
—No quiero ofender
a tu jefe, pero no me creo que sea un santurrón.
—Yo no he dicho
que lo sea. Simplemente, es un hombre normal y corriente a quien Dios le hizo
una putada, como a muchos otros, tan grande que juró vengarse. —Hizo una pausa
breve—. De ahí eso de convertirse en el Diablo.
Dariel se cruzó de
brazos.
—¿Se puede saber
qué demonios le hizo?
Evar se sobresaltó
y apartó la vista.
—No creo que
contarte ese asunto tan delicado entre dentro de mis órdenes, así que no voy a
decírtelo.
Dariel ladeó la
cabeza, intrigado. Vaya, vaya, parecía que la Biblia se ha guardado unos
cuantos trapos sucios…
—Aun así, no tengo
por qué trabajar para él.
—¿A pesar de todo
lo que te ofrece a cambio?
Eso captó, muy a
su pesar, su atención.
—Que es…
Evar esbozó una sonrisa
divertida.
—Podrás seguir con
tu vida tal y como la conoces, solo que con unos cuantos cambios como, por
ejemplo, la desaparición de cualquier problema que tengas. Y si no tienes
problemas, algo que dudo mucho, debes tener sueños o esperanzas. Lucifer puede
cumplirlos, solo tienes que pedírselo.
Dariel procuró que
Evar no se diera cuenta de que, por un instante, la esperanza se filtró en su
interior. Lo cierto era que, si ese demonio no le mentía, sus problemas en el
trabajo podrían desaparecer, puede que incluso lograra meterse en algún
programa de documentales.
Desde luego, el
Diablo sabía cómo tentar a sus víctimas para conseguir lo que quería.
—¿Cómo sé que
puedo fiarme de él?
Evar lo meditó
unos instantes, como si estuviera recordando algo.
—Dispones de todo
el tiempo que necesites para pensarlo y, si quieres ponerte en contacto con él
y hablar del asunto o condiciones, puedes morder esto —mientras hablaba, se
levantó y se dirigió a él. Del bolsillo de su chaqueta, sacó algo redondo de un
color rojo brillante.
Era una manzana.
Dariel no pudo
reprimir una sonrisa divertida.
—¿Va en serio?
Evar le devolvió
el gesto.
—A Lucifer le
encantan las analogías.
Dariel lo meditó
un poco más y, con un suspiro y sabiendo que se arrepentiría, cogió la manzana.
Evar sonrió ampliamente.
—¿Eso significa
que lo pensarás?
—Lo haré.
—Bien. —Entonces,
los dos se quedaron en silencio unos momentos. Dariel esperaba que se marchara,
y por eso le sorprendió lo que dijo al poco rato—. ¿Qué hay para cenar?
El silencio se
extendió entre ellos. Evar esperaba pacientemente a que respondiera, mientras
que Dariel estaba demasiado sorprendido para responder o siquiera asimilar el
significado de esa pregunta.
Al final, optó por
lo único que se le pasó por la cabeza.
—¿Qué has dicho?
—Tengo hambre y
quiero comer.
—… Ya, pues en la
esquina hay una hamburguesería.
Evar lo miró con
aparente aburrimiento.
—No puedo
separarme de ti hasta que tomes una decisión.
—… ¿Qué?
—¿Eres medio sordo
o es que no entiendes el inglés?
—¡Lo entiendo
perfectamente! ¡Lo que no comprendo es a qué viene eso de no separarse de mí
hasta que tome una decisión!
Evar alzó los ojos
al cielo unos instantes y volvió a bajarlos hacia él.
—La versión
benevolente es que tengo que protegerte de los ángeles y de Hera…
—¿Hera? —La
mención de esa diosa lo confundió—. ¿Qué tiene ella que ver conmigo?
—¿No has leído
nada de mitología griega? La vida de Hera se reduce a hacerles la vida
imposible a las amantes y los bastardos de Zeus… y a matarlos.
Genial. Justo lo
que necesitaba para que su vida se pareciera al Edén.
—¿Y la otra
versión por la que tienes que quedarte aquí?
—Mi opinión es que
Lucifer quiere que tomes una decisión rápida para deshacerte de mí cuanto
antes.
… Sí, eso le
pegaba más a la visión que tenía del Diablo.
—¿En serio vas a
quedarte aquí quién sabe cuánto tiempo?
—A mí tampoco me
hace mucha ilusión, pero puedo protegerte mejor de las hijas de Hera y de los
ángeles estando contigo.
Dariel lo meditó
un minuto entero, pensando en todas las desventajas que suponía compartir un
piso tan diminuto con un demonio que podría matarle en cualquier momento. Sin
embargo, tampoco quería ser asesinado por las dos piradas de antes, y hasta el
momento, y a pesar de ser un Nefilim al servicio del Diablo, Evar mostraba ser…
un poco más de fiar de lo que pensaba.
Así que,
resignado, le dijo:
—Siéntate mientras
preparo algo.
En cuanto Evar se
sentó, Dariel se dirigió a la cocina y abrió la nevera para ver qué podía hacer
para cenar. Después de aquel día, le habría gustado darse un buen festín, pero
empezaba a hacerse tarde y estaba deseando dormir para despejarse de aquella
extraña situación.
Al final, optó por
hacer lasaña. Llenó un recipiente con agua y dejó que las placas de pasta se
humedecieran mientras él troceaba la carne y hacía la salsa de tomate. La salsa
boloñesa la tenía preparada de unos tallarines que cocinó no hacía mucho para
llevarse al trabajo.
Muy pocos habrían
imaginado que era un aficionado a la cocina. En cuanto tenía tiempo libre cogía
un libro de gastronomía y buscaba alguna receta que probar, y una vez terminada
con éxito, le añadía algún toque personal o la modificaba un poco, aunque raras
veces había tenido que hacerlo, pues normalmente le gustaba cualquier tipo de
comida.
Ya estaba colocando
la carne picada y las salsas entre las placas de pasta cuando notó una
presencia tras él. Evar estaba justo a su espalda, muy cerca de él, observando
por encima de su hombro lo que estaba haciendo con la nariz arrugada.
Dariel se apartó
un poco para no tenerlo a su espalda.
—¿Qué haces?
—¿Se supone que
eso es comida?
El comentario lo
ofendió más de lo que le habría gustado.
—¿Tienes algún
problema? —le preguntó con un gruñido tan fiero que hasta él mismo se
sorprendió.
Evar, al
percatarse de su hostilidad, suavizó su expresión.
—Nunca he comido…
alimentos humanos.
La explicación
tranquilizó a Dariel.
—¿Y qué se supone
que coméis los demonios?
—A los Nefilim nos
gusta cazar jabatos ígneos.
Dariel se le quedó
mirando como si acabara de decir que su horno era la entrada al país de las
maravillas.
—¿Jabatos ígneos?
—Sí.
—Eso es…
—Un demonio que
habita en el Bosque de la Llama Negra.
—¿Y no es mejor
cazar jabalíes?
Evar, por primera
vez, soltó una carcajada.
—Solo con cazar
jabatos ya acabamos con varios huesos rotos, cazar un jabalí solo es un
suicidio.
Dariel no sabía
cómo eran esos jabalíes, pero tampoco quería averiguarlo, mucho menos saber a
qué sabían. Así que volvió a centrar toda su atención en la comida.
Evar no se marchó.
Siguió observándolo con aparente curiosidad mientras él iba a la suya,
intentando ignorar al extraño con el que tendría que convivir durante… unos
días. O eso esperaba.
Terminó de
preparar la lasaña y la metió en el horno. Ahora tenía que esperar veinte
minutos, y puesto que no tenía nada mejor que hacer, decidió entablar una
conversación anodina y, de paso, intentar averiguar si podía fiarse de Evar y
su jefe o no.
—¿Cómo es el
infierno?
Evar se
sobresaltó. Había estado muy concentrado en otra cosa y no había visto venir su
pregunta, pero se recuperó rápidamente y alzó los ojos, pensativo.
—No creo que te
guste.
—Ponme a prueba.
—Supongo que para
ti haría demasiado calor, no soportarías el olor a carne quemada y a humo… Del
paisaje no sabría qué decirte. El infierno es muy grande y no sabría por dónde
empezar.
—¿Por qué no
empiezas por ese bosque de jabatos?
—Mmm… Está bien.
Es como un bosque normal, solo que las copas de los árboles, a pesar de que
parecen hojas, son en realidad llamas de color negro.
—¿Queman?
—No para un
Nefilim, pero supongo que a los ángeles les quemaría, no lo sé. Nunca han
llegado tan lejos.
Ese último
comentario le llamó la atención.
—¿Los ángeles van
al infierno a menudo?
—De vez en cuando.
Pero los ángeles caídos y los Nefilim solemos mantenerlos a raya.
—¿Nunca os han
vencido?
Evar dudó un
momento antes de responder.
—Una vez por poco
logran llegar hasta Lucifer. Al final, los demonios y las bestias del infierno
nos ayudaron, pero prácticamente toda mi raza fue exterminada.
Esas palabras
sobresaltaron a Dariel, quien miró a Evar con los ojos como platos.
—¿Me estás
diciendo que eres el último Nefilim?
Evar hizo un gesto
negativo.
—Solo quedamos
seis; Damián, Zephir, Skander, Kiro, Nico y yo.
Dariel tragó
saliva al comprender lo que eso significaba.
—Tu familia murió
durante la masacre, ¿verdad?
El demonio bajó la
vista.
—Mi padre murió
durante la batalla. Algunos Nefilim, como mi hermano, también sobrevivieron.
Pero con el paso de los siglos solos hemos quedado nosotros.
Dariel sintió una
oleada de compasión. El dolor que traslucían las palabras de Evar era real, y
podía ver el tormento en su mirada castaña.
Se dio la vuelta,
dándole la espalda. Contempló el horno, al que ya le faltaba poco para que
sonara la campanilla.
—Lo lamento.
No oyó nada
después de decir eso. Sencillamente, Evar le dio un toquecito en un hombro. Al
darse la vuelta, ya no estaba ahí. Dariel no estaba seguro, pero suponía que
ese breve contacto había sido una forma de agradecerle el pésame.
Con un suspiro,
siguió mirando la lasaña que se estaba haciendo en el horno.
Evar se tumbó en
el sofá con el ceño fruncido. No sabía qué lo había impulsado a hablarle de su
familia, pero no le gustaba.
No era asunto de
Dariel. Y él tampoco tenía por qué hablarle de su vida privada. Su deber era
protegerle e informarle de todo cuanto quisiera saber, aunque claro, tenía que
guardar un par de secretos por si Dariel elegía ponerse voluntariamente del
lado de los ángeles.
Ese era otro
motivo por el que estaba allí. Hera quería ver muerto a Dariel, pero tal vez
Dios se aprovechara, al igual que hacía Lucifer, del poder de ese hombre.
Después de todo, no era la primera vez que engañaba a alguien para cumplir sus
caprichos.
Y en cuanto a
Zeus… Probablemente estaría demasiado ocupado persiguiendo las faldas de alguna
diosa o mortal, por lo que dudaba de que se enterara de la existencia de otro
de sus hijos bastardos.
Tenía que
conseguir que Dariel se pusiera de su lado. Solo quedaban seis Nefilim en el
infierno, y necesitaban a seres poderosos que los ayudaran a luchar contra el
ejército de Miguel. Los ángeles caídos eran leales y fuertes, pero no lo
suficiente como para hacer que la balanza de la guerra se inclinara a su favor.
Lo que necesitaban
era a alguien como Dariel para proteger el infierno. Eso era lo que más
necesitaban, pues en una guerra, cada bando era más fuerte en su propio
terreno. Y Dios sabía que Lucifer jamás saldría de su escondite, no cuando podía
volver a someterlo a su voluntad. Lucifer lo sabía y por ello necesitaban a
criaturas poderosas en su bando.
Suspiró y
concentró sus poderes para asegurarse de que Dariel seguía donde lo había
dejado. Y así era, sus sentidos le dijeron que apenas se había movido de donde
estaba. Sabiendo eso, deslizó su energía alrededor del piso y de la finca,
asegurándose de que no hubiera enemigos potenciales cerca de allí.
Por el momento, no
había peligro.
Un olor agradable
se filtró por sus fosas nasales. Se levantó, aún olfateando, hasta posar los
ojos sobre el recipiente transparente en cuyo interior había una especie de
masa blanca y roja, todo mezclado en un rectángulo pegajoso.
Evar hizo una
mueca.
—¿Seguro que es
comida humana?
Dariel dejó la
bandeja sobre la mesa que había tras el sofá.
—Seguro al cien
por cien.
A pesar de sus
recelos, Evar se sentó en la mesa y esperó a que Dariel le sirviera un plato. Contempló
la masa de cerca, la olfateó. Olía bien, pero su aspecto seguía sin convencerlo
del todo.
—Tranquilo,
Nefilim, no va a comerte —le dijo Dariel con voz burlona.
Evar lo miró con
cara de pocos amigos, pero levantó la mano para coger la masa… y recibió un
manotazo por parte del semidiós.
—¡Eh! —gruñó con
su voz demoníaca, pero Dariel ni siquiera parpadeó.
—Eso no se come
con las manos. Te he puesto cubiertos por algo.
Evar desvió la
vista hacia los instrumentos metálicos que había junto al plato. Los cogió y
los miró detenidamente, sin comprender cómo demonios se comería aquella cosa
tan blanda con eso.
Oyó que Dariel
soltaba un suspiro frustrado. Lo vio levantarse y dirigirse hacia él.
—Trae, te enseñaré
a usarlos.
Le cogió los
cubiertos, se colocó a su espalda y se inclinó sobre él para mostrarle cómo se
hacía. A pesar de que Evar veía lo que estaba haciendo, fue otra cosa la que
captó toda su atención.
Su olor.
Desprendía el
mismo que la comida que tenía delante, pero estaba mezclado con un aroma
semejante al mar. Un olor masculino y embriagador. Evar se sorprendió al reconocer
la sensación que ardió en sus entrañas y que por poco hizo que se levantara de
un salto. La excitación. El deseo.
A pesar de la
sorpresa, lo encontró interesante. Puesto que los Nefilim no se reproducían mediante
las relaciones sexuales, raras veces sentían el deseo carnal. Evar solo lo
había experimentado una vez y solo por eso había reconocido de inmediato
aquella imperiosa necesidad de dominar a Dariel, de dejarlo desnudo bajo su
cuerpo y exigirle que se quedara quieto mientras él redescubría aquellos deseos
que no había experimentado en milenios.
Precisamente por
el hecho de ser un Nefilim, de pertenecer a una raza que rara vez copulaba, la
atracción sexual era mucho más fuerte en él que en un ser humano o en cualquier
otra criatura que necesitara reproducirse mediante el coito.
Contuvo el impulso
de levantarse y acorralar a Dariel contra la pared. En vez de eso, trató de
concentrarse en cómo debía sostener los cubiertos y usarlos para cortar la
comida. A pesar de sus esfuerzos, no podía evitar notar el torso de Dariel en
su espalda, su mentón prácticamente apoyado en su hombro y los brazos y manos
que se movían delante de él.
Dariel no era tan
corpulento como él, pero tenía igualmente una forma física estupenda. Con esa
piel clara y los finos músculos tensados por la posición forzada, parecían
hechos del mármol más exquisito, y Evar no pudo evitar preguntarse si su tacto
sería suave como la seda o de una textura similar a la suya. Su pecho se pegaba
a su espalda, y la excitación aumentó al imaginar cómo se sentiría si ambos
estuvieran desnudos el uno contra el otro, con los cuerpos encajados.
Apretó la
mandíbula, conteniendo su naturaleza dominante, aquella que le ordenaba a
gritos que lo poseyera allí mismo.
—¿Te encuentras
bien?
Alzó la vista, encontrándose
con los ojos color turquesa de Dariel. Hasta ese momento, no había reparado en
que tenía unos ojos muy seductores, de esos que en cuanto los mirabas no podías
apartar la vista, especialmente cuando estaban oscurecidos por la pasión,
cuando te pedían solo con la mirada que le dieras placer.
El cuerpo de Evar
tembló imperceptiblemente ante esa expectativa.
—Parece fácil
—dijo finalmente con la voz más grave de lo que esperaba.
Dariel ladeó la
cabeza.
—¿Pero?
Evar frunció el
ceño, tratando de encontrar alguna excusa que explicara su estado.
—Son pequeños y
frágiles. ¿No los romperé?
—Simplemente no
los fuerces.
Evar asintió,
apartó sus lujuriosos pensamientos a un lado y se concentró en la tarea.
Sostener los cubiertos le resultó fácil, y le sorprendió que fueran tan
sencillos de usar. La masa de la comida cedió dócilmente ante los instrumentos,
y en unos instantes ya tenía un trozo de esa sustancia pegajosa preparada para
probarla.
La olisqueó de
nuevo y la miró ceñudo. ¿De verdad eso era comida?
—¿Qué pasa? ¿Un
Nefilim le teme a un diminuto trozo de lasaña? —se burló Dariel con una sonrisa
torcida y un brillo desafiante en los ojos.
A Evar le gustó
esa mirada. Lo excitó muchísimo e incluso se planteó seriamente dejar la comida
a un lado y dar un salto para lanzar a Dariel al suelo y demostrarle que nunca,
bajo ningún concepto, debía desafiarlo. Porque las consecuencias podían ser un
par de días sin salir de aquella casa. Evar llevaba unos milenios sin
experimentar aquello, y ahora que el deseo había vuelto, lo había hecho con una
fuerza demoledora.
Clavó sus ojos en
él y soltó un gruñido. Sabía que Dariel lo interpretaría como desagrado, como
si no le gustaran sus palabras, cuando la realidad era que su deseo estaba
alcanzando puntos peligrosos.
Dispuesto a
controlarse, se llevó el trozo de masa a la boca y se preparó para el horrible
sabor de aquella mole pegajosa.
Sin embargo, se
sobresaltó, miró su comida con los ojos como platos, cogió los cubiertos y
empezó a comer de una manera que un ser humano habría considerado grosera y
maleducada. A Dariel, sin embargo, no pareció importarle. Incluso parecía
orgulloso.
—¿Qué me dice
ahora el Devorador de Jabatos?
Evar se detuvo un
instante. Masticó la comida rápido y tragó.
—¿Cómo se llama
esto?
—Lasaña.
—Lasaña. Tendré
que preguntarle a Nico si sabe hacer esto.
Dariel apoyó la
cabeza en una mano mientras comía.
—¿Nico es uno de
los tuyos?
—Ajá.
—¿Y sabe cocinar?
—Es el único de
nosotros que demuestra curiosidad por el mundo humano. Le encanta cocinar y
siempre está intentando que probemos lo que hace, pero teniendo en cuenta el
aspecto que tiene vuestra comida ninguno excepto Kiro hemos querido probar nada
de lo que hacía.
—Pobre demonio.
—No te creas,
ahora intenta enseñar a Lucifer a cocinar, pero por lo que me ha contado es un
negado.
Eso llamó la
atención de Dariel.
—¿Al Diablo le dan
clases de cocina? —Eso sí que era gracioso. No se imaginaba a Satanás con un
delantal y un sombrero de chef preparando tartas.
—Lucifer hace
muchas cosas. La gran mayoría incomprensibles para mí.
Dariel inclinó la
cabeza a un lado, curioso.
—¿Y los Nefilim
qué hacéis para divertiros?
Por entonces, Evar
no solo había terminado el plato, sino que usó el cuchillo para coger los
restos de carne y salsa boloñesa para después comérselos, dejando así el plato casi
tan limpio como cuando Dariel lo había sacado del armario.
—Sobrevolamos el
Infierno, cazamos, entrenamos… Lo cierto es que como somos pocos no tenemos
mucho tiempo libre. Normalmente nos dedicamos a vigilar nuestros territorios.
Dariel asintió con
los ojos entrecerrados.
—¿Tú qué vigilas?
—La Sierra de
Ceniza y el Desierto de Arena Roja. Es la entrada al Infierno, así que yo soy
el primero en dar la voz de alarma.
—Y mientras estás
aquí, ¿quién vigila?
—Probablemente
Damián. Lucifer pondría a un ángel caído, pero la entrada al Infierno tiene que
estar vigilada siempre por un Nefilim.
—¿Por alguna razón
en especial?
—Somos los
demonios más fuertes. Además, somos los únicos que podemos controlar a los drakon.
Dariel se sintió
tentado de preguntar, pero decidió dejar la geografía del Infierno para otro
momento. Se le había ocurrido una pregunta en la que no había pensado antes.
—Solo por
curiosidad… ¿qué clase de trabajo tendré si acepto?
Evar clavó sus
ojos en los suyos y lo meditó.
—No estoy seguro,
supongo que te dará algo importante teniendo en cuenta tu naturaleza.
Una idea horrible
cruzó fugazmente la mente de Dariel.
—¿Crees que quiere
que mate a alguien?
Evar negó
firmemente con la cabeza.
—No creo. Lucifer
ya tiene asesinos de sobra tanto en el mundo humano como en el Infierno —dijo
con aire pensativo—. Sea cual sea el trabajo que te dé, creo que será de
protección.
Dariel ladeó la
cabeza.
—¿Protección?
—En el infierno
hay cosas importantes que deben ser protegidas, cosas importantes tanto para
Lucifer como para nosotros.
Esas palabras
hicieron que una bombilla se encendiera en la mente de Dariel.
—¿Te refieres a
los Nefilim?
El cuerpo de Evar
se tensó. Lo miró a los ojos un momento y los bajó.
—Si aceptas el
trato, lo sabrás todo.
Dariel se reclinó
en la silla, intrigado. Al parecer, no era el único que no confiaba en su nuevo
compañero de piso.
—Tu jefe y tú no
confiáis en mí. —No era una pregunta, sino una afirmación.
Evar lo escrutó
con la mirada. Vio la duda en ellos, lo que confirmó sus sospechas.
—No podemos
arriesgarnos a contarte secretos si no vas a trabajar para nosotros. Además,
podrías ponerte del lado de los ángeles.
Dariel apartó la
vista.
—Después de lo que
me has contado sobre ellos, no tengo muchas ganas de estar de su parte, sinceramente.
—Ah… Pero tú no
sabes si lo que te he contado sobre ellos es mentira, ¿verdad?
—Sí puedo saberlo.
Esta vez, fue Evar
quien se reclinó en la silla, como si tratara de poner distancia entre ellos.
—¿Y cómo es eso?
Dariel clavó su
mirada turquesa en él.
—He visto tu dolor
cuando hablabas de tu familia y tu especie. Dudo que algo tan profundo se pueda
fingir.
El Nefilim
parpadeó y, una vez más, apartó la mirada.
Dariel recogió la
mesa en silencio, sin dirigirle más la palabra. Después de todo lo que habían
hablado, había llegado a la conclusión de que, al menos, podía confiar en el
demonio. Le había parecido sincero en todo cuanto había dicho, y si quisiera
matarlo, estaba bastante seguro de que ya lo habría hecho.
Cogió una sábana y
una almohada para entregársela a Evar, quien se estaba preparando para dormir.
Se había quitado la chaqueta de cuero y las botas, con lo que su musculoso
torso quedaba a la vista, ya que la camiseta blanca no hacía muchos esfuerzos
por disimular su increíble figura.
Dariel le tendió
las cosas.
—Puedes dormir
aquí. Creo que el sofá es lo suficientemente grande para ti.
Evar asintió.
—Gracias. —Hizo
una pausa antes de añadir—. Si notas algo extraño, avísame. Yo estaré alerta.
—Lo mismo digo
—dicho esto, dio media vuelta y fue a su cuarto. Una vez entre las sábanas,
Dariel se puso a darle vueltas a lo extraño de aquel día y en cuál sería su
desenlace. Obviamente, no podría tomar ninguna decisión hasta que supiera qué
trabajo tenía reservado el Diablo para él, lo cual implicaba morder la manzana
y discutirlo con él personalmente…
Algo que no le
hacía gracia.
Tendría que
preguntarle a Evar si había alguna forma de averiguar qué quería el Diablo de
él sin tener su presencia tan cerca.
Pese a estar
tumbado en el sofá, Evar vigilaba con los nervios a flor de piel las
proximidades de la finca donde se encontraba. Por el momento, no percibía nada,
por lo que pudo dedicar unos momentos a meditar lo que le estaba pasando.
El deseo que
sentía hacia Dariel estaba luchando por dominarlo, y poner resistencia a él era
algo muy complicado, especialmente cuando lo tenía a apenas un par de metros,
acostado en la cama, tal vez desnudo.
Ese pensamiento le
arrancó un gruñido no muy humano. No estaba en su naturaleza oponerse a sus
instintos, sino todo lo contrario. De hecho, la primera vez que experimentó la
lujuria, no pudo reprimirse, acechó a su presa y la poseyó sin miramientos. Ella
se resistió al principio, pero no tardó en caer víctima de sus besos y
caricias.
Su lado más
primitivo quería que Dariel también sucumbiera a él. Su parte racional le decía
que era una locura, que no podía confiar en ese hombre por cuyas venas corría
la sangre de los ángeles. Los que asesinaron vilmente a su abuela. Los que
mataron a su padre y más tarde a su hermano. Los mismos que intentaban acabar
con él y el resto de sus compañeros Nefilim.
La última vez que
experimentó aquella sensación acabó herido de por vida. Si Dariel no aceptaba
el trato de Lucifer, podría convertirse en una amenaza. Además, él había dicho
que no se uniría a los ángeles, pero Evar conocía mejor que nadie su poder de
convicción, y estaba seguro de que, si se lo proponían, si empezaban a llenarle
la cabeza de mentiras sobre Lucifer y los Nefilim, puede que incluso Dariel se
fuera con ellos sin hacer más preguntas.
Por eso mismo, no
deseaba ceder a lo que sentía.
Sus poderes
vibraron de repente, sacándolo de sus pensamientos. Apartó la sábana, se
levantó de un salto y se materializó en el lugar donde había sentido esa
presencia, en la azotea del edificio de enfrente.
Hera estaba allí,
tan majestuosa e imponente como debía ser la reina de los dioses. Más alta que
la mayoría de las mujeres, llevaba un impecable vestido vaporoso de color
blanco que le llegaba hasta los tobillos; su figura esbelta y elegante hacía un
perfecto juego con las facciones nobles y severas de su rostro, y llevaba el
cabello negro recogido en un complejo peinado que dejaba sus ojos castaños al
descubierto, los cuales brillaban con una emoción que Evar no supo si calificar
de furia o simple frustración.
Ella torció los
labios al reconocer su esencia.
—Nefilim.
—Hera —saludó con
la misma frialdad que ella. Se cruzó de brazos y esperó a que ella dijera o
hiciera algo.
La diosa se paseó
por la azotea, aunque no se acercó en ningún momento a él. Una mujer
inteligente, a diferencia del bobalicón de su marido. Los Nefilim eran de los
pocos demonios que podían matar seres inmortales como los dioses.
—Tengo mucha
curiosidad… —empezó ella—. ¿Qué interés tiene Lucifer en Dariel Bellow?
—¿Acaso no es
obvio?
Hera se detuvo, lo
miró y esbozó una sonrisa torcida tan arrogante que el mismo Lucifer habría
felicitado.
—Lo cierto es que
sí. Ese hombre es astuto y cruel hasta la médula.
—Hay que ser ambas
cosas para ser el regente del Infierno.
—Cierto. —Hizo una
pausa mientras volvía a pasearse por la azotea—. ¿Y si yo le ofreciera un
trato?
Evar se encogió de
hombros.
—Pues ya sabes qué
debes hacer. Ve al Infierno y propónselo.
—No soy tan
estúpida como para ir al Infierno.
—Después de tantos
milenios deberías saber que a Lucifer solo le interesa acabar con Dios. Si
tienes buenas intenciones, mucho más si quieres hacer un trato con él, dudo que
te ponga la mano encima. Sé que no lo parece, pero es un caballero.
Hera lo meditó
unos momentos. Durante ese tiempo, Evar dejó que sus poderes de percepción se
deslizaran por la zona, buscando alguna divinidad afín a Hera que pudiera
atacar a Dariel mientras él estaba con ella.
La respuesta de la
diosa lo distrajo.
—De acuerdo. Me
pondré en contacto con él. Ya nos veremos, Nefilim. —Y sin más, desapareció.
Evar no perdió el
tiempo. Desapareció de la azotea y se materializó en la casa de Dariel,
concretamente en su habitación. Se relajó al ver que estaba bien y que no había
nadie en la sala a excepción de ellos dos.
Ese pensamiento lo
dejó paralizado. Sus ojos, desobedeciendo su voluntad, recorrieron a Dariel de
arriba abajo. Dormía únicamente con unos pantalones anchos de chándal, por lo
que ese torso que él ya había intuido que estaba en muy buena forma quedaba al
descubierto.
Evar no pudo
evitar preguntarse por qué tenía ese aspecto tan descuidado. Si se peinara un
poco, se cortara mejor la perilla y no vistiera ropa tan ancha, se convertiría
en el hombre atractivo que era.
Se relamió el
labio inferior al deslizar la vista por su cuerpo. Tenía un brazo doblado bajo
la cabeza y el otro sobre el vientre bien formado por músculos levemente
delineados. Su pecho subía y bajaba al compás de su pausada respiración, una
que Evar sabía que podría acelerar con facilidad si empezaba a tocarlo.
Una llama prendió
en su interior. El deseo recorrió su cuerpo y oscureció sus ojos. Sin embargo,
antes de que el control lo abandonara, un poderoso cuerpo lo estampó contra la
pared y un musculoso bíceps aplastó su garganta.
Dariel estaba
despierto, y por la forma en que lo miraba, no estaba contento.
Al reconocerle en
la oscuridad, frunció el ceño.
—¿Evar? ¿Qué haces
aquí?
Evar alzó una mano
y separó el brazo de Dariel de su garganta, solo lo justo para poder hablar.
—Hera estaba
cerca. Temía que hubiera enviado a alguien a por ti mientras yo me enfrentaba a
ella.
Dariel hizo una
mueca que decía a todas luces que no había entendido ni una palabra. Evar
retiró el brazo de su garganta y trató de explicarse mejor.
—He sentido la
presencia de Hera cerca y he ido a asegurarme de que no intentaba nada contra
ti. Temía que hubiera enviado otra vez a Eris o a Enio para matarte mientras
estaba fuera.
—¿Hera ha estado
aquí?
—En el edificio de
al lado.
Dariel se acercó
más a él. Su olor golpeó a Evar con fuerza, haciendo que una parte de su cuerpo
se desvelara y exigiera alivio. Apretó los dientes y aguantó el escrutinio de
Dariel, que lo analizó de arriba abajo.
—No estás herido.
—A Hera no le
conviene pelear conmigo.
El hombre esbozó
una sonrisa socarrona.
—Así que eres un
tío duro.
Evar notó que su
cuerpo se agitaba. Se dijo a sí mismo que debía aguantar… pero, entonces,
percibió un nuevo olor en Dariel, un olor que hizo que todo pensamiento
racional desapareciera de su mente.
Dariel se había
quedado paralizado. La repentina cercanía de Evar lo había puesto nervioso. Un
rubor se había instalado en sus mejillas al sentir su aliento en el rostro, al
percibir el calor que desprendía su cuerpo.
No comprendía lo
que le estaba pasando, mucho menos cuando Evar se inclinó y le rozó la mejilla.
Un escalofrío lo recorrió entero. Notó que Evar aspiraba su olor, y todo su ser
se estremeció ante la caricia de sus labios al rozar su cuello.
Una vocecita le
susurró que debía detenerlo, pero se calló en cuanto Evar deslizó una mano
desde su hombro hasta la cadera. Tembló ligeramente, algo de lo que Evar se
percató. Se acercó a su rostro y le rozó los labios con los suyos. Dariel se
descubrió a sí mismo deseando que lo besara, entre otras cosas que jamás se le
habían pasado antes por la cabeza.
Desgraciadamente,
Evar retrocedió. Tenía la mandíbula apretada y el cuerpo tenso. No tenía buen
aspecto y Dariel no pudo evitar preocuparse.
—¿Estás bien?
—No —respondió con
una voz ronca que lo excitó.
Un momento.
¿Estaba excitado? ¿Acaso Evar lo… atraía sexualmente? Eso no podía ser, no después
de todo lo que…
—Lo lamento —dijo
Evar de repente al mismo tiempo que se apartaba de él—. No tendría que haber
hecho eso. —Inspiró aire muy despacio con los ojos cerrados—. No volverá a
pasar.
—No… pasa nada.
—Sacudió la cabeza, confuso, pero antes de que pudiera preguntarle algo, este
se dirigió a la puerta.
—Descansa esta
noche. Mañana tenemos cosas que hacer. Buenas noches —y sin decir nada más,
cerró la puerta tras él.
Dariel se sentó en
la cama y ocultó su rostro entre las manos. ¿Qué había sido eso? Bueno, sí,
sabía perfectamente qué había sido, la decepción que lo inundaba era la prueba
de que se había sentido atraído hacia Evar. Pero no podía comprenderlo. Después
de todo por lo que había pasado, jamás pensó que sentiría algo así, mucho menos
por alguien de su mismo sexo.
Un estremecimiento
lo inundó al recordar la forma en la que lo había tocado. Se irritó por
permitir que un mero recuerdo lo pusiera de esa forma. Evar era un demonio, no
podía… No quería sentirse atraído de esa manera. Ni por él ni por nadie.
Frustrado, se
tumbó y se cubrió con la sábana, tratando de ignorar un preocupante pensamiento
que atizó su mente sin piedad.
Convivir con Evar
y esa atracción iba a ser muy difícil…
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