jueves, 29 de noviembre de 2018

Night


Capítulo 1. 354

—En serio, deberías comprarte una isla privada.
Vane puso los ojos en blanco al oír la solución de Ace a todos los problemas. Según él, tener un pequeño paraíso perdido y aislado de la civilización en mitad de la nada era la mejor forma de adoptar una nueva perspectiva ante un obstáculo irresoluble. Sin embargo, a Vane siempre le había parecido una cobardía, un modo de escape.
—Si tanto la quieres, ¿por qué no te la compras tú?
Su amigo puso ese tono miserable que fingía que estaba a punto de llorar.
—Porque estaría muy solo y muy triste sin ti.
Contuvo el impulso de poner los ojos en blanco de nuevo y se apoyó el móvil en el hombro para atarse los cordones de las deportivas.
—Llevo un mes fuera y no oigo tus llantos desde Nueva York.
—Hablando de eso, ¿qué demonios haces levantado a las seis de la mañana?
—Salir a correr como todas las mañanas.
—Se supone que estás de vacaciones.
—Solo porque me has obligado —dicho esto, frunció el ceño—. Ahora que lo pienso, yo soy el jefe, no sé por qué demonios te hago caso.
—Porque, primero, una parte de la empresa es mía; segundo, somos socios, y tercero, soy tu amigo, por lo que cuando te doy un consejo, tú lo sigues. Además, necesitabas estas vacaciones; entre tu rehabilitación, que Jeremy es un capullo y que tus hermanos saben lo que ha pasado, podríamos provocar el apocalipsis.
Vane hizo una mueca al pensar en dicho capullo. Cerdo malnacido, gilipollas bastardo e hijo de perra. No, sus ganas de pegarle un tiro en la cabeza no habían disminuido. Sería mejor que se marchara a correr y se despejara antes de que empezara a planificar su asesinato.
—Me voy a correr. ¿Necesitas ayuda con la empresa?
—Que no, que no te preocupes por mí ni por nada. Limítate a disfrutar de tus vacaciones; aire puro, come, reza, ama y todo eso.
A Vane se le escapó una media sonrisa.
—Gracias por encargarte de todo por mí.
—Ey, tú haces el trabajo pesado, yo solo tengo que poner mi cara bonita, decirles cosas dulces a nuestros clientes y después sacarles la pasta.
—Como una puta —picó Vane con malicia.
Ace se rio.
—Tal vez, pero al menos soy muy cara y ni siquiera tengo que desnudarme —dicho esto, su tono se suavizó—. Me alegra ver que estás mejor que la última vez que hablamos. Llámame cuando quieras, no importa la hora. Tu puta siempre estará disponible para ti.
Vane arrugó la nariz.
—Eso ha sonado fatal.
—Sí, ¿verdad? Perdona, siento auténtico amor fraternal hacia ti pero, aunque te he visto desnudo y sé que estás para mojar pan, por alguna razón incomprensible nunca me he sentido atraído de un modo sexual hacia ti.
—Ahora me dirás que tenemos una conexión profunda y mística, ¿verdad? —comentó, rodando los ojos.
—Bueno, fuiste el primer hombre con el que dormí —suspiró—. Habría sido un bonito momento si no fuera porque estábamos más atentos a ese mapache que se había colado en la habitación.
Vane ensanchó su sonrisa, recordando el día en que entró en la universidad y conoció a su excéntrico compañero de cuarto. Ace era tan abierto y alegre que resultaba difícil no quererlo, aunque a veces fuera un poco rarito. Habían estudiado la misma carrera y se llevaban muy bien, por lo que en cuanto tuvieron la ocasión, crearon una empresa juntos. Habían sido tres buenos años para ellos, aunque a Vane le resultara difícil estar siempre en el trabajo debido a su salud.
—Él solo quería ser tu amigo —se burló.
—Teniendo en cuenta el modo en que enseñaba los dientes, juraría que no —dicho esto, dejó escapar un suspiro frustrado—. Perdona, tengo que colgar. Los altos mandos de nuestro país me están presionando para acelerar el último encargo. Te dejo que descanses.
—De acuerdo, Ace. Gracias por todo.
—¡A mandar! —y colgó.
Vane se metió el móvil en el bolsillo y trató de no pensar en asuntos del trabajo, eso solo conseguiría estresarlo. En cuanto sus clientes les hacían un encargo, a los dos o tres días pedían que les fuera entregado antes del tiempo acordado. Y aunque él comprendía sus motivos, la maquinaria y los trabajadores no podían ir más rápidos, y se negaba rotundamente a explotarlos.
Afortunadamente, Ace siempre había sabido cómo manejar la situación. Mientras él diseñaba e investigaba los posibles productos a inventar, su amigo era quien trataba con los clientes. Él tenía la calma y las dotes sociales necesarias para dejarlos contentos al mismo tiempo que la empresa se beneficiaba. Por otro lado, Vane no tenía paciencia; perdía rápidamente los estribos si las cosas no salían como él quería, y estaba más acostumbrado a dar órdenes que llegar a acuerdos. No, era mejor dejarle eso a Ace, era bueno y hasta ahora les había ido muy bien en el negocio gracias a su trabajo en equipo.
—¿Cómo van las cosas en el Lobo Azul?
Vane se giró al escuchar la voz de Max a su espalda. Su hermano acababa de salir por la puerta principal con Sam, una hembra de pastor alemán, a la que sujetaba con una correa. Inmediatamente, Bear y Nocturn salieron para saludarle. Este último era un gran dóberman de patas largas y orejas terminadas en punta. Tras darle un lametón a modo de saludo, saltó los cuatro escalones del porche y movió las patas con impaciencia, iniciando ese bailecito que hacían los perros cuando querían jugar o salir a la calle. Bear, su pastor belga de pelo corto y color arena, se entretuvo dándole afectivos lametones antes de sentarse fielmente a su lado con las orejas levantadas, mirando a Nocturn. Vane sabía que estaba deseando salir a correr también, pero no se movería de su lado a menos que él se lo ordenara.
Se levantó y le hizo un gesto que indicaba que se marchaban. Al instante, Bear saltó del porche y empezó a dar vueltas alrededor del terreno lleno de árboles y cubierto de hojas otoñales que envolvían su casa a las afueras de Jackson. Nocturn se unió a él entre saltos de alegría.
Max y él, por otro lado, empezaron a estirar.
—Ace se está haciendo cargo de todo.
Su empresa se llamaba Blue Wolf Technology Corporation, pero la mayoría lo reducía a BWT Corporation. En su familia, simplemente decían el Lobo Azul.
Max le dio una palmada en la espalda.
—Te dije que no te preocuparas. Ace sabe lo que hace.
—Lo sé, pero nunca había estado tanto tiempo lejos del trabajo.
—Todo irá bien —le sonrió—. He hablado con los chicos; hemos pensado en hacer una barbacoa. Zane dice que podríamos reunir a toda la tropa, hace bastante tiempo que no estamos todos juntos.
Vane levantó una ceja. Había terminado de estirar y ahora se subía la cremallera de su chaqueta. Era septiembre y, aunque no hacía tanto frío como en los futuros meses de invierno, ya había empezado a refrescar.
—¿Y pretendes que todos vengan aquí? Somos al menos unas treinta personas.
—Tu casa es grande —argumentó Max con una gran sonrisa.
Empezaron a trotar por el camino. Estaban muy cerca del Parque Nacional de Grand Teton, por lo que altos pinos y abedules se alzaban en todo su esplendor hacia el cielo, mientras que algunos álamos y sauces bordeaban el camino, cuyas hojas caídas cubrían el suelo de colores cálidos que desaparecerían en cuanto llegara el invierno.
Bear y Nocturn les adelantaron con rapidez, saltando y jugando. Sam iba junto a ellos a buen paso, todavía sujeta por la correa que llevaba Max.
Vane meditó unos segundos lo de la barbacoa y sonrió.
—Lo cierto es que estaría bien. Hace tiempo que no les veo.
Max soltó un grito alegre y se abalanzó sobre él para revolverle el pelo.
—¡Así me gusta! Quiero ver a mi hermano fuera de casa y divertirse.
—Yo salgo de casa.
—Solo para correr. Vamos, Vane, sé que no te hacía mucha ilusión coger vacaciones, pero has estado muy agobiado últimamente con todo lo que ha pasado. Podemos aprovechar para reunir a la familia y amigos, irnos a caminar a las montañas, remar, hacer alpinismo…
—Dudo que Ethan me deje hacer alpinismo —le recordó.
Ethan O’Kean era su médico personal. Tres años atrás, tuvo un incidente en el que su brazo y costado izquierdos quedaron completamente paralizados. Ahora, había recuperado bastante movilidad, pero todavía no podía controlar del todo su brazo. Ethan fue el médico que estuvo a cargo de su rehabilitación y, tras el primer año, Vane le ofreció trabajar para él. En Nueva York, Ethan tenía su propia casa, pero en Jackson su hogar estaba aislado, así que ahora vivía con él y con Max.
Este hizo una mueca.
—Cierto, lo olvidaba. A primera vista, parece que te hayas recuperado del todo. Este mes no has tenido ningún ataque, ¿verdad?
Vane se estremeció.
—No.
—Nunca habías estado tanto tiempo sin tener uno. —Su rostro se iluminó—. Tal vez no vuelvas a tenerlos.
—Hay más posibilidades de que recupere toda la movilidad del brazo a que deje de tener ataques.
—No debes perder la esperanza.
—Soy realista, sé lo que me pasa y lo que dijo el médico. Ethan también cree que los tendré toda la vida, pero que tal vez con el tiempo solo sufra uno de vez en cuando.
Max lo miró unos segundos con tristeza pero, casi al instante, recuperó su buen humor.
—Mira el lado bueno, si te maquillamos un poco y te echamos tomate por encima parecerías un zombi. Podríamos grabarlo y difundirlo por internet. A lo mejor los de The Walking Dead te dan un papel.
Vane sonrió. Esa era una de las cualidades que más apreciaba de su hermano, y una de las razones por las que no le había echado de casa a pesar de estar en un mal momento de su vida. Max siempre buscaba el lado positivo de las cosas, y si no lo encontraba, ridiculizaba el problema para que pareciera más pequeño y levantar así el ánimo de los demás. Su compañía le había ayudado mucho a superar lo de Jeremy.
De repente, Bear y Nocturn dejaron de jugar y olfatearon. Levantaron las orejas y empezaron a ladrar antes de salir corriendo.
—¡Nocturn! ¡Bear! —gritó Max.
Sam también alzó repentinamente las orejas y ladró al mismo tiempo que tiraba de la correa.
El rostro de Vane se volvió sombrío.
—Han encontrado algo, sigámosles —y echó a correr.
Max le siguió con un gemido.
—Por favor, por favor, que no sea un cadáver.
Fueron tras los perros todo lo rápido que les permitieron sus piernas. Tras atravesar unos veinte metros, se pararon en seco. Bear y Nocturn se habían detenido junto a una manta gruesa que parecía envolver un cuerpo. Los dos perdieron el color de la cara.
—No me jodas —jadeó Max.
Se acercaron rápidamente. Habrían sido más cautelosos si no fuera porque Bear y Nocturn habían sido entrenados rigurosamente como perros militares; podían seguir cualquier olor, detectar drogas y explosivos, luchar contra un hombre armado y conocían tácticas de rescate. Lo primero que habían hecho había sido darle unos toquecitos al cuerpo y un par de lametones, para ver si lo despertaban. En caso contrario, de haber estado solos, lo habrían llevado a un lugar seguro y habrían ladrado para pedir ayuda o buscar un rastro humano para alertarlos de que había un hombre herido. Afortunadamente, Vane y Max estaban allí para hacerse cargo de la situación.
El primero se agachó junto al cuerpo y apartó la manta. Se trataba de un hombre, tal y como había sospechado por su tamaño. Puso dos dedos sobre su cuello y esperó. Su cuerpo se relajó al encontrar su pulso.
—Sigue con vida, pero tiene la piel muy fría. —Lo cubrió mejor con la manta al mismo tiempo que pensaba a toda velocidad—. Max, ve corriendo a la casa, coge la camioneta y despierta a Ethan, que traiga el botiquín de primeros auxilios y que lo examine mientras lo llevamos a la casa.
Max asintió, le tendió la correa de Sam y se fue corriendo tras llamar a Nocturn. El perro obedeció sin pensarlo y salió disparado en pos de su dueño. Mientras tanto, Vane se aseguró de que el hombre estaba bien tapado y buscó un modo de darle todo el calor posible.
—Sam, ven aquí. Eso es, buena chica. Ahora, túmbate.
Ella obedeció dócilmente, recostándose junto al hombre. Después, Vane llamó a Bear y repitió el procedimiento. La temperatura corporal de los perros debería ayudarlo a retener todo el calor posible mientras Max venía de camino.
Se levantó y miró a su alrededor, buscando alguna pista que le dijera cómo había llegado hasta allí. Le costó unos segundos detectar un rastro unos metros más adelante, entre las hojas. Fue hasta allí y las apartó, encontrando huellas de neumáticos. Tras analizarlas detenidamente, se dio cuenta de que eran demasiado grandes como para pertenecer a un coche o una moto. Un vehículo grande había parado ahí, tal vez un camión.
Siguió buscando más pistas, y le resultó fácil encontrarlas. Dos pares de huellas de botas militares se hundían en el suelo. Otro par del mismo tipo estaban más separadas y habían lanzado tierra, su dueño había corrido unos metros. El último par eran significativamente más pequeñas y las zapatillas eran deportivas en vez de botas militares.
Su mente ató cabos de forma automática; tres hombres y una mujer, dos de ellos habían transportado algo pesado teniendo en cuenta su profundidad, y uno de ellos había corrido por alguna razón.
Inquieto por las conclusiones que se asomaban a su cabeza, se dirigió al cuerpo del hombre y lo destapó un instante para medir con su mano la planta de su pie. Después, regresó al lugar donde estaban las huellas y las midió. La de uno de los hombres que había cargado con algo pesado era la que más se aproximaba a su talla, pero unos centímetros lo delataban. El hombre no había pisado el suelo.
Eso le dejaba con todo tipo de escenarios escalofriantes. ¿Secuestro? No, si fuera así no lo habrían dejado allí tirado. ¿Asesinato? Tal vez. No se atrevía a destaparlo del todo para buscar heridas, temía que cogiera más frío y pillara una hipotermia.
El rugido de la Ranger hizo que se volviera. Max iba a toda velocidad sobre un suelo cubierto de hojas que podría hacer que resbalara y perdiera el control sobre el coche. Sin embargo, Vane sabía que eso no pasaría, no con su hermano al volante. Él estaba especializado en medios de transporte, había llevado de todo, desde su primera bicicleta con cinco años hasta un helicóptero de transporte militar. Diablos, él era el piloto de su jet privado.
Max dio un volantazo cuando encontró un espacio lo suficientemente amplio para maniobrar y giró el coche. La parte trasera, que usaban normalmente para transportar leña, quedó a un escaso metro del cuerpo. Ethan iba cogido por un arnés que estaba pegado a lo que sería la pared que se encontraba justo detrás de los asientos de la parte trasera. El viaje no parecía haber sido de su agrado, a juzgar por la expresión angustiosa de su rostro, pero esta desapareció en el instante en el que el vehículo se detuvo. Se desenganchó rápidamente del arnés y bajó de un salto de la camioneta con el botiquín de primeros auxilios en la mano.
—¿Cómo está? —le preguntó mientras se agachaba junto al hombre y le apartaba la manta para examinarlo.
—Vivo, pero helado. No me he atrevido a verlo yo mismo por miedo a que se enfriara más.
Ethan maldijo al darse cuenta de que su paciente estaba totalmente desnudo. Le echó un vistazo rápido, comprobó su ritmo cardíaco y su respiración y asintió.
—A primera vista, parece estar bien, pero tenemos que llevarlo a la casa y taparlo con mantas antes de que su temperatura baje demasiado. ¡Max, échanos una mano!
Max se bajó al instante del coche y corrió hacia ellos. Vane y él cogieron al hombre y lo levantaron. Pesaba una tonelada, calcularon cerca de unos noventa quilos.
—¡Joder!, ¿qué es? ¿Puro músculo como Zane? —maldijo Max.
Necesitaron un poco más de tiempo del esperado para subirlo a la camioneta, pero al final, lograron colocarlo lo más cómodo posible sobre la manta gruesa. Ethan había traído otra de casa para ponérsela por encima, de forma que pudiera examinarlo con más facilidad sin que se enfriara.
—Vane, necesito que estés conmigo para sujetar la manta mientras veo qué le ocurre.
Él asintió.
—Bien. Max, mete a los perros y vámonos cagando leches.
—¡Sí!
En menos de un minuto, arrancó el coche y salió a toda pastilla en dirección a la casa. Mientras tanto, Ethan se había enganchado al arnés y buscaba minuciosamente cualquier signo de malestar en el desconocido. Vane, por su parte, sujetaba la manta con una mano y con la otra se aferraba al borde de la camioneta. Había dejado que Ethan se pusiera el único arnés porque era el médico y porque él ya estaba acostumbrado a viajar en la parte trasera de cualquier vehículo con Max.
—No detecto huesos rotos —dijo Ethan más para sí mismo que para él—, pero veo algunos moretones y unas pocas cicatrices. Le han golpeado.
—¿Cicatrices? —Esa palabra hizo que se le disparara el corazón—. ¿Puedo verlas?
Ethan retiró un poco la manta para que pudiera contemplar su torso. Unas cuantas líneas blancas surcaban sus pectorales y el vientre, unas marcas que Vane ya había visto en otra ocasión.
Una palabra soez salió de sus labios.
—Mírale las muñecas.
Ethan obedeció y palideció.
—Marcas de ligaduras.
—Le han torturado.
El joven doctor perdió todo el color de la cara.
—¿Estás seguro?
Vane le miró a los ojos apretando los puños.
—Son las mismas marcas que tiene mi hermano Shawn.
Ethan se estremeció notablemente. Él era médico, estaba acostumbrado a ver litros de sangre, órganos moribundos y cualquier cosa que podría resultarle asquerosa a alguien que no estuviera lo bastante familiarizado con la anatomía. Sin embargo, la violencia siempre le había horrorizado. El primer año de rehabilitación, cuando le hablaba de las cosas que vio en Afganistán, hubo momentos en los que ni siquiera podía seguir escuchando.
Vio cómo tomaba una respiración profunda y siguió haciendo su trabajo.
—No veo nada más aparte de eso, tendría que hacerle varios análisis para saber que está bien —dicho esto, frunció el ceño—. Espera. —Hizo una pausa, estrechando los ojos, concentrándose en algo—. Tiene un pinchazo.
—¿Sabes qué puede ser?
—Por su temperatura corporal me imagino que lleva aquí poco más de una hora como mínimo, tal vez dos, así que me atrevería a decir que no es nada mortal. —Retrocedió un poco con el ceño fruncido—. Pero no soy un experto. Necesito sacar una muestra de su sangre.
—¿Tienes todo lo que necesitas aquí?
—Para hacerle un examen completo, no, pero no tendremos problemas para saber si tiene alguna sustancia extraña.
—Los perros lo olerían si fuera mortal —reflexionó Vane.
—De todos modos, será más fácil saber si está bien cuando despierte.
Sus palabras hicieron que recordara algo. Él estuvo inconsciente y no lo había visto, pero Zane le había hablado de algunos soldados a los que habían torturado y que, al regresar, no eran los mismos. Les habían hecho tanto daño que se volvían inestables. Peligrosos. Shawn fue incapaz de hablar durante una semana.
—Cuando despierte, no quiero que estés presente.
El joven levantó la mirada y le fulminó.
—Soy médico, sé lo que hago.
—Él podría no estar bien, Ethan. Si le han torturado, estará a la defensiva, desconfiará de nosotros, nos verá como el enemigo. Max y yo nos haremos cargo en primer lugar. No tengo ni idea de si ha recibido formación militar o cualquier otra cosa parecida, pero parece tan alto como Zane y pesará unos noventa quilos. Tú no sabes luchar, te hará pedazos.
Al comprender que tan solo estaba mirando por su bienestar, Ethan se calmó, aunque le dedicó una mirada preocupada.
—Tú tampoco deberías enfrentarte a él. Tu brazo puede soportar algunos ejercicios físicos, pero no está listo para un combate.
—Max es fuerte, pero no tiene la misma fuerza que Zane y mucho menos la que debe tener este tipo. Me necesita.
Ethan asintió.
—¿Iréis armados?
—Es mejor que no. Podría sentirse amenazado y atacar. No te preocupes, entre los dos podremos con él si no es razonable al principio.
Para cuando terminó de hablar, habían llegado a su casa. Max frenó de golpe, dejó que bajaran los perros y se dirigió a la parte de atrás para ayudarle a bajar al desconocido. Ethan, por su parte, cogió su botiquín y la manta y fue abriéndoles las puertas. Tardaron un poco más de lo que esperaban en meterlo dentro. Era muy pesado e iban con cuidado para no hacerle daño, así que les costó diez minutos enteros subirlo hasta el segundo piso y dejarlo en la cama de la habitación que solía usar Zane cuando estaba de visita.
Max se apoyó en la pared y resopló.
—¡Uff! Habrá que ponerlo a dieta o algo.
Vane soltó una carcajada que sonó más a un jadeo que a otra cosa. Pese a estar cansado, fue hacia la cómoda y rebuscó en sus cajones. Al final, sacó una enorme camiseta blanca de manga larga y unos pantalones de chándal.
—¿Crees que esto le vendrá bien?
Su hermano abrió los ojos con horror.
—¿Pretendes que vuelva a moverlo?
—No vamos a dejarlo ahí desnudo —gruñó.
Max le echó un buen vistazo al extraño. Después, le miró con una gran sonrisa.
—Oye, pues a mí no me importaría. No había visto semejante espectáculo de músculos desde que estábamos en el ejército.
Vane frunció el ceño, pero contempló el cuerpo del hombre con detenimiento. Mediría poco más de metro noventa de altura y, tal y como había dicho Max, era todo músculo. Sus grandes y tonificados brazos hacían honor a su ancha espalda y su pecho amplio, seguido por un vientre cuyos abdominales parecían ser tan duros como una roca. Las largas piernas parecían igualmente fuertes, como el resto de su cuerpo, y tenía la piel de un tono bronceado que le tentaba a pasar la lengua por cada centímetro para averiguar si sabía tan bien como parecía. Su rostro era muy masculino, viril, con la mandíbula cuadrada y los labios llenos. Lo único que lamentó fue que tuviera el pelo rapado. Le encantaba hundir los dedos entre el cabello de un amante mientras hacían el amor. Sin embargo, se olvidó rápidamente de eso al reparar en la extraña forma de su nariz; era más ancha y plana, le recordaba a la que tenían los indígenas de Avatar. Aun así, eso no le quitaba ni un ápice de atractivo. Era lo más sexy que había visto nunca.
Miró a su hermano levantando una ceja y con una sonrisa de medio lado.
—Vale, admito que es lo más caliente que he visto nunca, pero va a coger una hipotermia como nos quedemos mirando sus músculos más tiempo.
Max gimió, pero se acercó y, entre los dos y Ethan, lograron ponerle la ropa. Después, lo cubrió con las sábanas y las mantas.
—Voy a coger las muestras que necesito —dijo el joven médico—. También cogeré algo de ADN, a ver si averiguamos quién es, aunque eso llevará un tiempo. Tengo que enviarla a un laboratorio.
Vane asintió.
—Hazlo. —Ethan se acercó de nuevo al extraño y él se retiró de la habitación tras hacerle un gesto a Max para que le siguiera. En cuanto estuvieron fuera de la estancia, le contó sus preocupaciones—. Tiene marcas de golpes y de ligaduras, y cicatrices similares a las de Shawn.
El rostro de su hermano se volvió blanco.
—¿Crees que le han torturado?
—Diría que sí. He visto huellas en el lugar donde fue encontrado; tres hombres y una mujer. Iban en un vehículo grande, tal vez un camión, me gustaría que les echaras un vistazo por si pudieras identificarlo.
Max asintió, ahora totalmente serio.
—Cuenta con ello.
—Nuestro desconocido no pisó el suelo, su talla no coincide con las huellas. —Hizo una pausa, bajando la vista—. Eso es lo único que me desconcierta. Parece que le hayan dejado allí sin más.
El otro hombre también frunció el ceño.
—Si intentaban matarlo y ocultar el cuerpo no lo habrían dejado ahí tirado. Mierda, este lugar está un poco aislado y podría funcionar, pero solo si lo enterraran. Y lo dejaron allí.
—Y con una manta —reflexionó Vane—. Cualquiera diría que no querían que muriera.
—Pero eso no tendría sentido.
Justo en ese momento, Ethan salió de la habitación con unos cuantos tubos en la mano.
—He cogido muestras de todo lo que he podido. En breve podré deciros lo que le han inyectado —y se dirigió al último piso de la casa, donde Vane había mandado hacer reformas para convertir una de las salas en algo parecido a una clínica. Allí, Ethan tenía el material necesario para realizar una operación en caso de emergencia y algunos artilugios de laboratorio.
Vane cerró la habitación de su invitado y llevó a su hermano al gran salón de la planta baja. Sam estaba tumbada sobre la esponjosa alfombra color chocolate, mientras que Bear y Nocturn jugaban un poco más alejados, frente a la chimenea.
Max retomó la conversación.
—No lo entiendo. ¿Lo torturan y después lo dejan por ahí tirado? Es como si quisieran que lo encontraran.
Vane caminó de un lado a otro, pensando. Sin embargo, nada de lo que cruzaba por su mente tenía sentido.
—Solo hay dos motivos por los que se tortura a la gente; para conseguir información o por placer. En el primer caso, una vez le hubieran extraído lo que necesitaban, o bien lo habrían matado o lo habrían dejado marchar para hacerles saber a sus enemigos que tienen lo que buscaban. En el segundo, un enfermo de esa clase habría torturado a su víctima hasta matarla.
—Su retorcido juego solo tiene sentido si su presa está viva —añadió Max—. Mientras respire, podrá seguir con su perversión, pero no la dejaría escapar. ¿Un prisionero de guerra o algo parecido?
Vane se pasó una mano por el pelo.
—No lo sé. Tampoco me encaja. Lo habrían devuelto a sus enemigos, no traído a un lugar alejado de la mano de Dios, no sería útil.
Se quedaron en silencio, buscando otras posibles alternativas. Max fue el primero en romperlo.
—¿Y si no son profesionales? Tal vez intentaron matarle con lo que sea que le hayan inyectado.
—Yo diría que no.
La voz de Ethan hizo que los dos hombres se asomaran por las escaleras. Ethan bajaba rápidamente con unos papeles en las manos.
—Acabo de tener los resultados. Le han dado unos sedantes. Unos bastante fuertes, pero no morirá. Aunque tardará un buen rato en despertarse. —Frunció el ceño y les miró—. ¿Estáis especulando sobre lo que ha pasado?
—Si lo han torturado, hay personas por aquí cerca que podrían ser peligrosas —explicó Vane.
Ethan se estremeció.
—¿No deberíamos llamar a la policía?
—Solo tenemos conjeturas —dijo Max, encogiéndose de hombros—. No podemos llamarles sin saber lo que ha pasado. Tendremos más información cuando se despierte.
—Hablando de eso, Max… —empezó Vane, pero su hermano le interrumpió.
—Sí, lo sé. —Le dedicó una sonrisa melancólica—. Nos cubriremos el uno al otro, como en los viejos tiempos.
Vane rodó los ojos.
—Al menos esta vez no nos enfrentamos a tres docenas de talibanes.


Supo al despertar que le habían sedado. Otra vez. Reconocía la sensación entumecida de sus músculos, la debilidad que se había apoderado de su cuerpo. Aun así, forzó su mente a reaccionar. Lo último que recordaba era haber estado descansando en su celda, junto al resto de machos, cuando alguien había abierto las compuertas. Había pensado que se trataba de un técnico o guardia que quería abusar de ellos de nuevo pero, entonces, había olido el humo y eso lo había puesto alerta. Los médicos les habían amenazado innumerables veces con utilizar el gas contra ellos si no obedecían. Había estado seguro de que iba a morir.
Pero solo le habían sedado.
Abrió los ojos, esperando encontrarse en la habitación donde llevaban a las hembras para que criaran con él. Sin embargo, todo estaba a oscuras. Gracias a su excelente visión, eso no era un problema, pero le extrañó que no estuviera bien iluminado. A los técnicos les gustaba mirar, y los guardias también estaban presentes tras el cristal por si uno de los dos se negaba al montaje.
En cuanto fue consciente de su alrededor, frunció el ceño. La habitación era de color castaño, un color que solo había visto en el pelo o los ojos de su gente o los humanos. Las salas en las que le habían metido hasta ahora eran todas blancas, así que se quedó confuso por un instante. Poco a poco, se dio cuenta de que el lugar donde estaba era muy extraño: todas las paredes eran del mismo tono marrón, mientras que el suelo era más claro, no parecía frío como el de su celda; también notó que su cama no era un colchón sobre el suelo, sino que estaba más alto, alguien le había añadido unas patas cortas como las de las mesas, y sus mantas no tenían ese horrible tacto rugoso, eran muy suaves y le mantenían caliente. Vio una mesita a su lado, con… unos hierros largos y que sostenían algo que le recordaba a las luces que estaban pegadas a la sala donde había estado encerrado, y también… una cosa cuadrada que… no sabía lo que era.
Gruñendo, se levantó con lentitud. Su cuerpo aún no respondía bien, seguía bajo los efectos del sedante. Pero el hecho de ser capaz de moverse le hizo darse cuenta de que no estaba restringido. Confundido, se miró las manos y, entonces, vio que tenía algo puesto. ¿Qué coño…?
Se cogió el trozo de tela con ambas manos, horrorizado. ¿Por qué llevaba ropa puesta? Solo los humanos la llevaban, ¿por qué se la habían dado? ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía en ese lugar? ¿Se trataba de un nuevo juego humano? ¿Qué tramaban esta vez?
Alarmado, salió de la cama a toda prisa, resbalando en el proceso y cayendo al suelo. Gruñó con fuerza, frustrado. Todavía no tenía el control de su cuerpo. Odiaba la sensación de vulnerabilidad, de estar a su merced, pero ellos eran buenos en eso. Disfrutaban viendo cómo su gente se arrastraba por el suelo, luchando por defenderse, por sobrevivir un poco más.
Furioso, apoyó manos y rodillas sobre el suelo y se incorporó despacio, intentando controlarse. Le llamó la atención su textura. No estaba fría, era suave y agradable, algo que le extrañó. Lo olfateó, tratando de buscar algo que le resultara familiar, pero los olores eran totalmente desconocidos, aunque no eran ofensivos.
Confuso, intentando comprender lo que pretendían, se giró en busca de alguna pista, buscando su truco. Entonces, se le paró el corazón.
Había una pared de cristal que le mostraba lo que había al otro lado, pero jamás había visto nada igual. Paso a paso, tambaleante, se acercó a la increíble visión que se extendía ante sus ojos. Estaba oscuro, pero no era una oscuridad total; una luz blanca, redonda y brillante, iluminaba tenuemente desde las alturas todo cuanto su vista pudiera abarcar. Contempló… No sabía lo que era, pero parecían enormes e imponentes, jamás había visto nada tan grande. Más cerca de él, se extendían cientos, miles de… palos recubiertos de un espeso manto verde. Y junto a la luz blanca, en lo alto, vio miles de otras luces, mucho más pequeñas, pero brillantes y titilantes, que convertían la gélida oscuridad en algo cálido y hermoso.
Jamás había visto nada igual. Su corazón palpitaba más fuerte que nunca, pero no era la misma sensación que le producían las drogas que le administraban los médicos. Era natural, como si… como si supiera algo que él desconocía.
Tres golpes en la puerta hicieron que diera un salto y perdiera el equilibrio. Contuvo un gemido de dolor y se colocó a cuatro patas en una postura defensiva, aunque no sin tambalearse antes.
Un humano entró en la habitación. Le sorprendió verlo vestido sin el uniforme de los guardias, o con la ropa blanca que usaban los técnicos y médicos, por lo que no podía identificarlo. En vez de eso, llevaba la parte superior del cuerpo cubierto por una prenda oscura, que dejaba parte de su clavícula al descubierto. Sus piernas estaban enfundadas en unos pantalones, pero no eran anchos, sino que se ajustaban perfectamente a sus muslos. Le asombró ver que solo llevaba puestos los calcetines en los pies. Aunque no tuvo nada que ver con la consternación que sintió al darse cuenta de que entraba totalmente desprotegido en su nueva celda… y con un plato de comida en las manos.
Su estómago rugió cuando captó el suculento olor de la carne… y de algo más. Olfateó el aire, tratando de averiguar lo que era. Sin embargo, en cuanto el humano avanzó unos pasos, lo vigiló, esperando algún insulto, humillación, amenaza… o simplemente el precio por la comida.
Para su más absoluta sorpresa, le dedicó una pequeña sonrisa.
—Me alegra ver que estás en pie. —Miró el plato y empezó a señalarle los ingredientes—. Te he preparado carne asada con puré de patatas, si no te gusta, se puede hacer otra cosa, solo tienes que decirlo. Debes de estar hambriento. —Lo dejó sobre la mesita y después dirigió su vista hacia él, aunque se mantuvo a distancia—. Mi nombre es Vane. Supongo que tendrás muchas preguntas, no tengas reparo en hacerlas o pedir cualquier cosa que necesites. —Hizo una pausa, mirando a su alrededor, y señaló esa cosa cuadrada—. Si no estás bien con lo que llevas puesto, puedes coger lo que quieras de la cómoda, a Zane no le importará —dicho esto, volvió a la puerta—. Te la dejo abierta por si quieres bajar, pero si quieres intimidad, puedes cerrarla, no entraré sin pedirte permiso. Buenas noches.
Y se fue, dejándolo con la boca abierta. ¿Le estaba dejando salir?, ¿sin drogas y sin retenciones?, ¿sin amenazar a uno de los suyos? Receloso por la situación, se acercó al plato de comida. Inhaló, recogiendo el olor, pero no detectó las drogas que a veces ponían en la comida. También vio que le había dejado un recipiente con agua.
Observó el plato con el ceño fruncido. La carne que solían dejarle era roja y sangrienta, pero los filetes que tenía delante eran de un tono castaño oscuro, y olían de maravilla. Al lado, había algo blando y blanco que no había visto antes. Desconfiado, lo tocó rápidamente en un dedo, pero se deshizo al acto, manchándose. Por unos instantes, contempló la yema de su dedo, donde había restos de aquella cosa. Inspirando hondo, se arriesgó a probarlo. Lo único que sucedió fue que aumentó su apetito. Estaba bueno y no notó nada raro, así que cogió los filetes, los mezcló con la nueva comida y se los llevó a la boca. No tuvo que hacer pedazos la carne con sus colmillos, le bastó con masticar un poco para poder comérsela. Estaba jugosa y tierna, y no tenía el sabor metálico de la sangre.
Cuando terminó, se sintió satisfecho con su comida por primera vez en su vida. Los guardias solo le daban el alimento necesario para mantener su fuerza, aunque no el suficiente para saciarlo. ¿Por qué el humano había preparado algo tan delicioso para él? ¿Era una nueva clase de tortura?
Puesto que ya había comido, se dirigió a la cosa cuadrada que el humano había llamado cómoda. La olfateó antes que nada, buscando el olor a explosivos, pólvora o gas, pero no olía a nada que conociera. Extrañado, analizó su textura. Era más suave que el suelo y tampoco estaba frío. Lo tocó por todas partes, analizando, buscando su utilidad. Cuando enganchó la mano en algo parecido al pomo de la puerta y tiró, casi dio un salto hacia atrás. Al mirar en su interior, solo vio más ropa.
Curioso, pasó la mano por las prendas, descubriendo nuevas texturas, unas le gustaron más que otras. También las olió, pero no captó el olor de ningún humano, sino el de algo dulce y delicado. Después, tiró del resto de pomos, encontrando solo más ropa y, en el último, calzado.
Sin saber qué hacer con todo aquello, lo dejó ahí e investigó el resto de la habitación. Ahora ya no notaba su cuerpo tan pesado, aunque estaba bastante seguro de que si hacía movimientos bruscos podría perder el equilibrio. Examinó cada rincón, primero buscando las cámaras que solían vigilar todos sus movimientos, pero no encontró ninguna. No comprendió por qué. Tampoco vio cadenas que sirvieran para retenerlo y mantenerlo inmovilizado.
Su nueva celda parecía segura, al menos. Era muy diferente a la que había tenido hasta ahora, pero seguía sin entender el motivo. ¿Qué estaban haciendo los humanos? ¿Por qué no había otros machos con él? Algunas veces los habían aislado los unos de los otros, para castigarlos… Sin embargo, el humano había dejado la puerta abierta.
La miró con desconfianza. ¿Y si habían decidido acabar con él? ¿Habrían colocado explosivos bajo el suelo?, no sería la primera vez… No, no era posible, el humano había tenido que pasar por ahí para entrar en la habitación. Aun así, seguía sin fiarse. Fue de nuevo a la cómoda y cogió una de las zapatillas, se escondió tras la cama para evitar herirse a causa de una explosión y la lanzó al otro lado de la puerta. No ocurrió nada.
Su ceño se acentuó aún más pero, finalmente, se decidió a averiguar lo que le aguardaba al otro lado. Rodeó el colchón y avanzó un paso, luego otro, y otro, y otro más. De repente, estaba fuera de la celda.
Miró a los lados, encontrando únicamente más habitaciones y unas escaleras que subían y bajaban. Las había visto muchas veces cuando le habían sedado, dejándole consciente, pero nunca había estado tan cerca de ellas. Inhaló profundamente, buscando el rastro de los guardias que solían vigilarlo a él y a los otros machos, pero tan solo detectó el olor de tres hombres y… algo más que nunca había olido y que al parecer se movía por todo el pasadizo.
Se acercó lentamente a las escaleras y se asomó. De nuevo, le sorprendió encontrarse con una sala enorme, con una pared de cristal en un lado y las demás de tonos rojizos. El humano estaba allí, sentado sobre algo blanco y blando que le recordaba a un colchón doblado. Había otras dos cosas similares enfrente de su captor y entre ambos, rodeando una mesa baja y del mismo color. En uno de los lados, había otra mesita que tenía un enorme televisor, el más grande que había visto nunca. El suelo era similar al de su nueva celda, pero tenía una especie de gran manta redonda, cuya textura, a simple vista, le recordaba a la esponja que usaba para lavarse. La iluminación era tenue, algo que le extrañaba, ya que los médicos tendían a dejar todas las luces encendidas para vigilarlos mejor. Además, la única que había provenía de un agujero en la pared, donde apreció con desconfianza un pequeño fuego encendido. En el otro extremo, vislumbró también una mesa alta y con seis sillas, pero parecían mucho más cómodas que las que había visto hasta entonces. También había una especie de barras horizontales en las paredes, que sostenían objetos cuadrados, alargados y curvados, o con formas que jamás cruzaron su imaginación.
De repente, se sintió perdido y asustado. ¿Dónde estaba? ¿Qué habían hecho con los demás? ¿Qué querían hacer con él esta vez? Había oído que a algunos machos los destinaban a lugares extraños y desconocidos para ver cómo reaccionaban a un nuevo entorno y su forma de desenvolverse y sobrevivir. ¿Se trataba de eso?
Dirigió su vista hacia el humano, que le observaba con atención y cautela. No había visto retenciones, y antes no le había parecido que fuera armado, así que, ¿pretendían que luchara con él para ver si era capaz de matarlo? No estaba seguro de ello. Siempre que había tenido la ocasión, había matado a los guardias y técnicos que habían intentado hacerle daño a él o a otro de los suyos, especialmente a sus hembras.
Sabían que les arrancaría la garganta. Ahora no estaba encadenado ni encerrado, ni habían cogido a uno de los suyos para amenazarle.
Contempló al humano con atención. Ya se había dado cuenta antes de que era alto, probablemente sería unos pocos centímetros más bajo que él. Tenía una buena masa muscular, de espaldas anchas y fuertes brazos, pero su cintura era estrecha, como si fuera delgado, un contraste que le intrigó ya que nunca había visto un cuerpo así. Los guardias que solían tratar con su gente eran muy grandes y robustos, y la mayoría de técnicos y médicos eran escuálidos o anchos de tripa. El tono de su piel era dorado, y llevaba el pelo castaño oscuro ondulado y largo hasta los hombros, dejándolo fascinado. Los hombres humanos no llevaban el cabello tan largo, algo que había visto solo en mujeres, así que, por un momento, tuvo que repasar su cuerpo para asegurarse de que estaba frente a un macho humano. Realizado su examen con el ceño fruncido por la confusión, se concentró en su rostro. Sus facciones eran suaves, tal vez por la expresión poco hostil de su rostro, pero muy masculinas. Los pómulos eran altos, la boca firme y con labios finos de color rosado, y la nariz proporcionada, rasgo que delataba que era un ser humano. Sus ojos azules eran claros y brillantes, y parecían estar observándole con la misma desconfianza y curiosidad con la que él lo hacía. No vio el desprecio o el miedo típico que mostraban la mayoría de los humanos, algo que volvió a llamar su atención.
—¿Quién eres? —se decidió a preguntar por fin. Necesitaba respuestas, algo que no le daría el humano, pero al menos podría adivinar su propósito a medida que hablaba.
Este esbozó una media sonrisa.
—Mi nombre es Vane —contestó con un tono de voz suave. Le recordó a la forma de hablar de las técnicos cuando querían tener sexo con él—. ¿Por qué no bajas? Será más cómodo para los dos y podré responder a todas tus preguntas.
Al menos, parecía dispuesto a hablar. Mejor para él.
Miró los escalones con recelo. Nunca había caminado sobre una escalera, pero no le daba la impresión de que fuera muy complicado. Afortunadamente, había una barra junto a esta, así que la agarró con fuerza, analizando el estado de su cuerpo. Se sentía más fuerte tras haber comido y los sedantes ya no parecían hacer tanto efecto.
Un último vistazo abajo y se atrevió a poner un pie en el primer escalón. Bajó el otro. Parecía seguro, así que repitió el proceso con lentitud, deteniéndose cada poco para vigilar al humano, esperando que le diera prisas o le insultara por ir tan despacio. Sin embargo, este solo le miraba sentado en el mismo lugar. Cuando por fin pisó el suelo, miró hacia arriba un momento, analizando la altura, sintiéndose satisfecho por haberlo conseguido sin que hubiera caído o resbalado… y aliviado porque no se tratara de una trampa.
Centró su atención en el humano de nuevo. Este señaló con una mano esa cosa parecida a un colchón, pero más alta y con un respaldo.
—¿Quieres sentarte? Estarás más cómodo.
Observó un instante el objeto y calculó la distancia que lo separaba del hombre. Demasiado cerca.
—Estoy bien aquí —gruñó. Esperó que su captor le ordenara que se acercara o que le insultara pero, en vez de eso, se encogió de hombros. No hizo amago de moverse de donde estaba, algo que agradeció.
—Como quieras. Estoy seguro de que tienes muchas preguntas que hacerme.
Se debatió un segundo entre las miles de cosas que quería saber. Al final, se decantó por la más sencilla y la que podía darle más información.
—¿Dónde estoy?
—En mi casa.
Su respuesta le confundió. Pese a que comprendía la palabra, no estaba seguro de lo que quería decir.
—¿Casa?
El humano desvió los ojos a su alrededor, parecía estar buscando un modo de explicarse.
—Vivo aquí —dicho esto, frunció el ceño—. ¿No eres americano? ¿Hablas otra lengua?
Él retrocedió un poco.
—¿Otra lengua?
—Otro idioma. Yo hablo inglés, ¿qué hablas tú?
Frustrado, dejó escapar un gruñido.
—¿Me estás llamando estúpido?
El humano se sobresaltó.
—Claro que no. Estoy intentando comunicarme contigo. —No dijo nada, esperando a que le diera más información—. Trato de entender lo que te ha pasado.
Sus palabras hicieron que reaccionara. Se miró de arriba abajo, buscando cualquier signo de que estuviera herido o de que algo en él hubiera cambiado. No parecía tener nada fuera de lo normal.
—¿Qué me ha pasado? ¿Qué pruebas me habéis hecho esta vez?
El macho humano frunció el ceño.
—¿Pruebas?
Él gruñó con fuerza, mostrándole sus afilados dientes en ademán amenazador. Eso debería asustarlo lo suficiente como para que hablara, sobre todo estando libre y pudiendo lanzarse sobre él. Sin embargo, el humano tan solo se levantó de un salto y lo miró con los ojos muy abiertos.
—Joder, tienes colmillos.
—Claro que los tengo —dicho esto, ladeó la cabeza, pensativo—. ¿Eres uno de los nuevos? —Eso tendría más sentido. Explicaría por qué le había dejado suelto sin más.
El hombre alzó las manos con las palmas extendidas hacia él, como si quisiera calmarlo. Gruñó más fuerte y se agazapó, retándole a que se acercara, pero no lo hizo.
—No, no lo soy. Cálmate y escúchame. Te encontré cerca de mi casa, tirado en el suelo e inconsciente. Te traje aquí para asegurarme de que estabas bien. Si no fuera así, ¿por qué te habría dado de comer y dejado que descansaras aquí?
Intentó procesar todo cuanto le decía, pero le resultó difícil. Los humanos eran sus enemigos, no ayudaban a su gente. Abusaban de ellos hasta que tenían lo que querían o dejaban de serles útiles. Sin embargo, tenía razón en que no le había atado y que le había alimentado, se había molestado incluso en darle una buena comida. Joder, hasta había permitido que llevara su ropa puesta. Los médicos y técnicos nunca habían dejado que llevaran nada para cubrir sus cuerpos. Además, ese hombre parecía bastante confuso en lo referente a él a juzgar por cómo se había sorprendido al ver sus colmillos.
Los ocultó, se irguió y se cruzó de brazos. Muy bien, seguiría su juego, escucharía cada palabra y después decidiría si matarlo o no.
—De acuerdo, habla.
El humano se relajó notablemente.
—¿Por qué no me dices antes que nada cómo te llamas?
Se abstuvo de gruñir. En vez de intentar persuadirlo para que no acabara con su vida, parecía tener muchas ganas de cabrearle.
—354 —respondió con un gruñido.
Su captor frunció el ceño.
—¿Perdona?
Semejante palabra dirigida a él lo confundió pero, aun así, se subió la camiseta y señaló la zona de su pecho donde llevaba su número.
—354.
Vane se quedó con la boca abierta. Ya se había fijado antes en el tatuaje de su pectoral derecho, consistente en el número por el que respondía el desconocido junto a la palabra Mercile en letras mayúsculas. Creía que tan solo era un ornamento, algo que tenía significado para él, pero…
No. Simplemente, no era posible.
—¿Quieres decir que no tienes nombre?
Su invitado gruñó otra vez, mostrándole los largos colmillos.
—Los nombres son para los humanos. Mi gente usa números.
Su respuesta hizo que palideciera.
—¿Has dicho gente? Espera, ¿hay más como tú? ¿Dónde están?
—Esperaba que tú respondieras a eso —dijo, frunciendo el ceño—. ¿No sabes dónde están los demás? ¿Qué les han hecho?
Vane necesitó un momento para calmarse. Estaba alarmado, el hombre al que habían rescatado no era en absoluto lo que esperaba. Contó hasta diez en silencio, inspiró hondo y volvió a mirarlo. Su enorme y musculoso cuerpo estaba tenso, algo que esperaba. Se encontraba en un lugar extraño con un completo desconocido que probablemente fuera una amenaza.
—No lo sé —respondió con suavidad—, pero sigue hablando y tal vez pueda descubrirlo. Hay unas cosas que necesito saber.
Las aletas de su nariz se abrieron, dando a entender que no le gustaba pero, aun así, se mantuvo en su lugar y se limitó a mirarlo.
Escogió las preguntas con cuidado.
—Te han mantenido encerrado en contra de tu voluntad, ¿verdad? —Este asintió—. ¿Durante cuánto tiempo?
—Desde que tengo memoria.
Mierda. Era peor de lo que pensaba.
—La forma de tu nariz y esos colmillos… ¿cuándo notaste que te cambiaron?
—Siempre los tuve. Mis colmillos se hicieron más grandes según iba creciendo.
Joder. ¡Joder, joder, joder!, siempre había habido rumores al respecto, pero se negaba a creer que hubiera gente tan desalmada como para hacer algo así.
—¿Qué hacían con vosotros? ¿Os sometían a alguna especie de pruebas?
El desconocido gruñó, levantando ligeramente el labio superior, revelando sus increíbles caninos.
—Todo el tiempo.
—¿Sabes para qué eran? Explícame qué os hacían.
—Tú ya lo sabes.
Vane lo miró fijamente a los ojos, deseando que viera que era sincero.
—No, no lo sé. Sé que es difícil para ti creerme y que no tienes motivos para hacerlo, pero estoy intentando ayudarte. Dame la oportunidad de demostrarte que lo que digo es cierto.
Vio la duda en los ojos de su invitado, quien se miró las muñecas un momento. Casi podía adivinar lo que estaba pensando; estaba suelto, y le había parecido confuso cuando le había traído la comida. Si había pasado toda su vida como él creía, probablemente sus captores no le habrían dejado ir por ahí sin algún tipo de ataduras, por no hablar de cómo le habrían estado alimentando.
Tras unos segundos más de duda, 354 suspiró y empezó a hablar:
—Cada uno de nosotros hacemos pruebas distintas. A algunos los atan y los golpean hasta que están demasiado débiles para moverse y después les ponen unas inyecciones o líquidos. Ellos nunca nos dicen nada, pero sabemos que sirven para que nos recuperemos más rápido, aunque a veces fallan. A otros los drogan y los obligan a luchar entre ellos, creo que los humanos disfrutan viendo cómo nos hacemos daño los unos a los otros. A mí me usan para las pruebas de cría.
—¿Pruebas de cría? —preguntó Vane, confuso.
El dolor era evidente en la mirada de 354 cuando se lo explicó.
—Obligan a nuestras hembras a tener sexo con nosotros.
—Dios mío. —Apenas se dio cuenta de que había sido él quien había hablado. Apostaría lo que fuera a que su rostro estaba blanco como la cera, horrorizado. Cuanto más sabía, peor veía las cosas—. ¿No podéis hacer nada para evitarlo?
354 negó con la cabeza tristemente.
—Ninguno de nosotros tocaría a nuestras mujeres en contra de su voluntad, pero si no obedecemos dejan entrar a los guardias para que nos hagan daño. A veces ni siquiera podemos evitarlo porque nos atan o nos drogan.
—¿Os drogan? —preguntó con la voz ahogada. Intuía lo que quería decir, pero su mente no podía acabar de procesarlo.
—Nos inyectan drogas para que estemos muy excitados si nos negamos a tomar una hembra durante mucho tiempo. Son tan fuertes que apenas mantenemos el control sobre nosotros mismos, podríamos llegar a matarlas si ellas no nos dejan montarlas o tratan de luchar.
Vane tuvo que tragar saliva antes de seguir con la conversación.
—¿Alguna vez te las dieron a ti?
Por desgracia, 354 asintió.
—Me las dieron una vez, cuando era joven y me negué a montar una hembra. Ella estaba aterrorizada cuando me vio, algunas de nuestras mujeres no son lo bastante fuertes para soportar todos los abusos y pruebas a las que las someten. Yo no quería hacerle daño, pero me durmieron y me inyectaron la droga de cría. No recuerdo nada de lo que pasó, cuando desperté, volvía a estar en mi celda, pero yo olía a sexo, sangre y a esa hembra. —Se estremeció—. Creo que se resistió y la maté.
Vane aspiró aire por la boca y trató de pensar. No iba a juzgarle por lo que pudo haber pasado, no era consciente de sus actos y la culpa era de esos malnacidos que tenían a toda aquella pobre gente encerrada. Tratando de no perder los nervios por los inquietantes relatos, se concentró en algo que había llamado su atención.
—Has dicho que olías a sexo, sangre y esa mujer —comentó. 354 levantó la vista hacia él—. Realmente… ¿puedes oler esas cosas?
El hombre asintió y frunció el ceño.
—Los médicos suelen decir que nuestros sentidos son mejores que los de los humanos, especialmente el del olfato. No sé lo que oléis vosotros, pero yo lo noto todo —dicho esto, olfateó ruidosamente—. Los olores de aquí me son desconocidos, así que no podría decir lo que estoy oliendo, pero sé con seguridad que hay dos machos humanos más aparte de ti y… tres cosas que se mueven por todo este sitio.
Vane abrió los ojos como platos.
—¿Puedes oler todo eso?
—Sí. —De repente, 354 arrugó la nariz y lo miró con recelo—. ¿Quiénes son esos hombres? ¿Qué hacen aquí?
Supo inmediatamente lo que estaba pensando. Levantó las manos, un gesto que le demostraba que no iba armado y que normalmente tranquilizaba a las personas.
—Son mi hermano Max y mi amigo Ethan. Ellos están aquí para ayudarte también, pero he pensado que te sentirías mejor si solo veías a uno de nosotros. No quería agobiarte.
354 ladeó la cabeza, dudoso.
—¿No habrá pruebas?
—Te prometo que nadie te hará daño. Es cierto que te encontré cerca de mi casa y que no sabía nada de lo que os hacían a ti y a tu gente, pero ahora que soy consciente, haré todo lo que pueda para encontrarlos. —Hizo una pausa, dejando que el hombre asimilara sus palabras—. Si necesitas cualquier cosa, solo tienes que pedirla, ya sea comida, ropa o lo que sea.
Su invitado todavía parecía confuso mientras miraba de un lado a otro, tal vez pensando qué hacer. Vane no dijo nada, esperó a que se decidiera para poder calmarlo o saciar su curiosidad. Finalmente, 354 le miró frunciendo el ceño.
—¿Qué son esas cosas que se mueven por tu casa? Nunca había olido nada igual.
Le alegró saber que la curiosidad ganaba al miedo y la desconfianza por el momento. Era una buena señal.
—Son perros.
Nada más oír esa palabra, 354 se tensó y gruñó con fuerza, mostrando los colmillos.
—¿Me estás llamando perro?
Vane se sintió perdido, no sabía qué había hecho mal.
—¿Qué? No, solo he dicho que aquí hay perros.
Perro es un insulto. Los humanos me llaman así.
Ahora sí lo había entendido. Utilizó un tono suave y pausado, intentando calmarlo de nuevo. 354 era grande y fuerte, estaba bastante seguro de que en una confrontación física podría salir perdiendo. Además, si Max se metía de por medio, sería el otro hombre el que saldría herido, y no era una buena experiencia si quería que confiara en él.
—¿Ellos te insultaban? ¿Qué más te decían?
Él volvió a gruñir.
—Decían que era un animal.
Vane sintió compasión por él, la había sentido desde que había descubierto que lo habían mantenido encerrado toda su vida, exponiéndolo a esas horribles pruebas. Sin embargo, sabía que no era un buen momento para esas emociones. Antes que nada, debía tranquilizarlo, volver a conectar con él.
—Los animales no tienen nada de malo. Son seres vivos, que respiran y sienten como lo hacemos tú y yo. Los perros son un tipo de animal, no son un insulto, ¿lo entiendes?
354 ocultó los colmillos y volvió a arrugar la frente, confundido de nuevo.
—¿Seres vivos?
—¿Te gustaría ver uno? No te harán daño, son muy buenos y cariñosos.
Tras unos segundos de duda, 354 asintió con cautela. Se agazapó y tensó los músculos, que abultaron la camiseta que llevaba puesta. No se movió de esa posición, pero Vane sabía que estaba listo para atacar en caso de que se tratara de una amenaza.
Dispuesto a mostrarle que podía confiar en él, giró la cabeza y gritó:
—¡Sam!
354 observó con los ojos muy abiertos al ser que bajaba las escaleras contiguas a cuatro patas. Jamás había visto nada igual, parecía que no había nada en aquel lugar que conociera. Tenía pelo por todas partes, oscuro y de una especie de tono rubio claro pero fuerte; la cabeza era alargada como su nariz, bajo la cual vio una boca llena de colmillos; sus orejas terminaban en punta y en sus patas detectó uñas largas y desgastadas, muy diferentes a las de los humanos. Pero lo que atrajo la atención de sus ojos era una cosa larga y peluda que se movía tras su trasero.
¿Eso era un perro? No estaba seguro de cómo reaccionar. Olfateó el aire, captando su olor, sintiéndose más tranquilo al identificarlo… hasta que este imitó su movimiento, moviendo la nariz en su dirección. ¿Por qué había hecho eso?
Este se sentó tranquilamente junto al humano, quien le rascó detrás de las orejas.
—354, esta es Samantha, pero todos la llamamos Sam. Es mucho más tranquila que los otros dos que están arriba, por eso la he escogido a ella. ¿Has visto cómo olfatea hacia ti? Los perros tienen un sentido del olfato muy agudo, solo quiere saber quién eres. ¿Puede acercarse?
Él deseaba que lo hiciera. Sentía mucha curiosidad y, por alguna razón, no le parecía tan amenazante como el humano. Así que asintió, aún sobre sus manos y pies, listo por si tenía que apartarse pero, esta vez, relajó un poco su postura.
Sam se acercó agachando las orejas y rehuyendo su mirada. Él comprendió al instante el mensaje, no quería desafiarlo mirándolo a los ojos y le pedía permiso para acercarse. Lo permitió y dejó que pasara su nariz a escasos centímetros de su pecho, del mismo modo que él olisqueó su lomo. Se dio cuenta de que era una hembra y que no estaba herida o enferma, los humanos parecían tratarla bien.
De repente, ella levantó la cabeza y le lamió la cara. Se apartó de inmediato y frunció el ceño, sin comprender lo que había pasado.
La suave risa del humano lo distrajo. Él sonreía.
—Eso significa que le gustas.
354 parpadeó y levantó una mano, manteniéndola en el aire. Sam puso su cabeza bajo sus dedos, dejando que la tocara. De inmediato, su curiosidad aumentó. La tocó con suavidad, examinando su pelo espeso, acariciando su lomo, su pecho y sus patas. A medida que lo hacía, se dio cuenta de que estaba en buena forma y bien alimentada. Eso lo sorprendió. Los humanos que había allí no la habían golpeado ni permitido que pasara hambre, eran buenos con ella. El hecho de que pudieran ser amables con cualquiera que no fuera de su misma especie lo dejó con la boca abierta.
—¿Hay más perros como Sam? —Quería asegurarse de que ellos estaban tan sanos como la hembra.
—Sí, pero son más enérgicos.
Volvió a mirar al humano, sin comprender.
—¿Enérgicos?
—Significa que saltan y corren todo el tiempo. Les gusta.
—Está bien.
El hombre asintió y gritó dos nuevos nombres:
—¡Bear! ¡Nocturn!
Dos perros más salieron. A diferencia de Sam, bajaron las escaleras a toda velocidad y se pararon en seco junto al humano, moviendo esa cosa que tenían tras los cuartos traseros. Parecían genuinamente felices de estar a su lado, aunque no tardaron en sentir su presencia y mover la cabeza en su dirección, buscando su olor.
Alzó la vista para mirar al hombre, quien lo contemplaba a su vez.
—¿Pueden acercarse? Son un poco más nerviosos pero no te harán daño.
Que un humano le pidiera permiso le resultaba de lo más extraño y… desconcertante. Ellos gritaban y daban órdenes, se burlaban de él, le insultaban y le amenazaban. El tal Vane no lo hacía. Le hablaba con suavidad, como si temiera espantarlo y… no le había encadenado o encerrado. Incluso le había dado de comer y dejado que llevara ropa.
Todavía no sabía si se trataba de una trampa de los médicos o no pero, de ser así, se habían arriesgado mucho dejándolo suelto. Demasiado. Nunca lo habían hecho.
Quería creer en ese humano. Parecía sincero cuando le había descrito las torturas a las que sometían a su gente, pero ya les habían engañado demasiadas veces. Se ganaban su confianza para que no les mataran, les prometían que les sacarían de sus jaulas y que nadie volvería a hacerles daño… pero siempre mentían.
Unos pocos humanos les trataban mejor que otros. Cooper, uno de los técnicos que le sacaba muestras de sangre, nunca les había pegado ni amenazado, incluso había evitado que otros lo hicieran. Y aun así, había sido por beneficio propio. Ellos eran más valiosos para los humanos vivos que muertos, aunque seguía sin comprender el motivo.
Observó a su nuevo captor, preguntándose si tal vez era más parecido a Cooper que a los otros. Puede que le necesitara para alguna otra prueba. Los médicos a veces probaban cosas nuevas con ellos, y era posible que esta vez necesitaran dejarlo suelto.
Incapaz de decantarse por una opción, decidió mantener las distancias con Vane. Fuera lo que fuera lo que ocurría, acabaría averiguándolo. Por ahora, solo había tres humanos en la casa, podría manejarlos si se veía en la necesidad de luchar contra ellos.
Dirigió la vista a los perros. Uno de ellos era bastante parecido a Sam, pero tenía el pelo más corto y de color rubio claro con la nariz negra. El otro era totalmente oscuro, con las patas, el pecho, el vientre y parte de la cara de color marrón rojizo. Sus orejas terminaban también en punta, pero eran más delgadas, y eso que no dejaba de moverse tras su trasero y que empezaba a ponerlo nervioso era más fino.
Miró a Vane e hizo un gesto afirmativo. Este les dio unas palmaditas en los costados y fueron trotando hacia él. A diferencia de Sam, fueron directos a olerlo, sin pedirle permiso, algo que lo habría incitado a atacar si no fuera porque la hembra ya le había demostrado que los perros no eran una amenaza para él. Dejó que lo olisquearan a la vez que él hacía lo propio. Eran machos, y tampoco notó enfermedades o heridas. En cuanto pudo tocarlos, buscó señales de que pasaran hambre o los hubieran maltratado, pero estaban tan sanos como Sam. Eso le agradó. Al menos, a ellos no les hacían daño.
—El negro es Nocturn, y el otro es Bear —le dijo Vane de repente. Al oír su nombre, Bear levantó las orejas y fue a su lado. El humano se agachó para poder acariciarlo, aunque seguía mirándole—. ¿Te gustan?
Él asintió, permitiendo que Nocturn le lamiera la cara.
—¿Por qué los tienes?
Vane se encogió de hombros.
—En mi familia siempre nos han gustado los perros. Cuando mis hermanos y yo fuimos lo bastante mayores y responsables, mi padre nos llevó a una perrera y nos dejó escoger uno a cada uno. Yo elegí a Bear.
—¿Qué significa responsable? ¿Y qué es una perrera?
—Significa que eres capaz de cuidar de alguien o encargarte de algo durante mucho tiempo. —Hizo una pausa y frunció el ceño—. Las perreras son lugares donde recogen a los perros que no tienen hogar.
354 asintió, absorbiendo sus palabras. Si Vane estaba dispuesto a responder a sus preguntas, aprendería todo cuanto pudiera.
—¿Por qué elegiste a Bear?
El humano observó al animal con una sonrisa. No era de desprecio o crueldad, parecía… sincera. El gesto lo intrigó, nunca había visto a nadie sonriendo así.
—Me contaron que alguien lo había abandonado junto a sus hermanos. Fue el único que consiguieron salvar, los otros murieron de frío. En cuanto lo cogí en brazos, se acurrucó en mi pecho y se quedó dormido. Lo quise al instante.
354 supo que eso era cierto y que, de hecho, el sentimiento parecía mutuo. No olía el miedo en Bear cuando estaba cerca de Vane, sino que intentaba mantener el mayor contacto físico posible con él. Tras unas cuantas caricias, el perro se tumbó a su lado. El humano se sentó, dejándolo con la boca abierta, para que Bear pudiera apoyar la cabeza en su regazo. Algo estaba mal con ese macho, los técnicos o guardias no se arriesgarían a poner su culo en el suelo, les quitaba demasiada movilidad en el caso de que su gente atacara y estuviera sin retenciones.
O tal vez decía la verdad.
Apartó ese pensamiento, poco dispuesto a confiar en ese humano, a pesar de que se lo estaba poniendo difícil. Ninguno había actuado como él, y parecía genuinamente amable con los perros, los quería a juzgar por el cariño que reflejaban sus ojos al mirarlos.
—¿Hay algo más que quieras saber o que necesites? —le preguntó de repente, apartándolo de sus dudas—. ¿Te has quedado con hambre? ¿Tienes frío con esa ropa?
De nuevo, sus preguntas lograron dejarlo con la boca abierta. Ningún técnico le había preguntado jamás si quería más comida u otra manta para cubrirse. ¿Pretendía ganarse su confianza siendo más amable con él que la mayoría de humanos? Aunque así fuera, nunca le habría liberado de sus ataduras. Vane parecía fuerte, aunque no más que los guardias que solían vigilarlo. No podría con él si decidía matarlo.
“Paciencia”, se dijo a sí mismo. Lo mejor que podía hacer por el momento era aprovechar que estaba libre de sus cadenas; aprendería las reglas de ese nuevo juego y acabaría descubriendo lo que pretendía Vane.
—Estoy bien. Por ahora.
Este asintió.
—De acuerdo. Mañana conocerás a Max y a Ethan. —Hizo una pausa y le miró con la duda en los ojos—. A menos que quieras conocerlos ahora, están en la cocina comiendo.
354 arrugó la nariz.
—¿Qué clase de humanos son?
Vane lo observó con cierta comprensión. Era como si entendiera su recelo.
—Son como yo. No te harán daño y están aquí para ayudarte.
Tras una pausa, negó finalmente con la cabeza. Tenía muchas cosas en las que pensar, y ya tenía suficiente con un humano desconcertante. Quería reflexionar sobre Vane antes de enfrentarse a aquello… pese a no estar seguro de si le dejaría tranquilo si decidía no conocerlos en ese instante.
—No.
En vez de enfadarse, el macho hizo un gesto afirmativo.
—Entendido. En ese caso, te dejaré descansar.
—¿Vas a encerrarme ahora? —No pudo evitar preguntarlo. Los técnicos lo metían en su jaula cuando habían terminado con las pruebas.
—Nadie va a hacerte daño aquí, 354. Puedes moverte por toda la casa si quieres, comerás cuando tengas hambre y descansarás cuando estés cansado. Cualquier cosa que necesites, puedes pedírmela a mí, a Max o a Ethan.
Él se quedó un momento sin saber qué hacer. No le vendría mal dormir un poco, dejar que los sedantes desaparecieran de su cuerpo… y quería volver a ver aquello que había al otro lado del cristal. Esperaba que los otros humanos de la casa no le quitaran esa visión, era lo más bello que jamás había visto.
Miró hacia abajo, a Sam y Nocturn, y después a Bear.
—¿Puedo llevarme a los perros? —Ellos le reportaban cierta seguridad. Su modo de comportarse le recordaba a la de su gente.
Vane se encogió de hombros.
—Bear querrá dormir conmigo, y Nocturn con mi hermano Max. Pero Sam irá contigo, le vendrá bien un poco de compañía —dicho esto, buscó con la mirada a la perra—. Ve con él, Sam.
354 asintió y empezó a subir las escaleras, aferrándose de nuevo a la barra, temiendo resbalarse o caerse. Sam no se apartó de su lado durante todo el trayecto, mirándolo de vez en cuando, como si se asegurara de que estaba bien. Cuando llegó al final, volvió la vista atrás para ver lo que hacía Vane. Para su sorpresa, no estaba vigilando si se daba la vuelta y le atacaba, sino que acariciaba tiernamente a Bear y Nocturn, dedicándoles suaves palabras de cariño que jamás había oído en boca de un humano.
Por un instante, se preguntó si realmente le estaría diciendo la verdad. Si era cierto que quería ayudarle a él y a los demás, si por primera vez se había encontrado con un buen humano… habría esperanza para su gente.
Sacudió la cabeza, recordándose a sí mismo lo improbable que era. Aun así, no pudo evitar tener dudas, teniendo en cuenta el modo en el que le había tratado y su forma suave de hablarle. Aunque, probablemente, cuando despertara volvería a estar atado.
Con un gruñido, se dio la vuelta y se metió en su habitación. Solo podía esperar.

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