Capítulo 1. El trato del Diablo
“Cree a aquellos
que buscan la verdad,
duda de los que la
han encontrado.”
André
Gide
—¡Eh, Bellow! ¿Qué
coño estás haciendo? ¡Prepárate para grabar, hombre!
Dariel sintió
deseos de gritarle que aún faltaba media hora para que terminara su descanso,
pero las cosas ya estaban bastante tensas en su trabajo como para vérselas con
don Imbécil. Así que cerró su fiambrera, la guardó en su mochila y fue a paso
rápido hacia su puesto de trabajo, ignorando las miradas que se posaban sobre
él.
La mayor parte del
equipo lo odiaba, y el presentador, Howard York, más que nadie. Su joven esposa
y copresentadora no había dejado de devorarle con los ojos desde que posó los
pies en aquel plató, al igual que todas las mujeres que trabajaban allí,
algunas de ellas novias o parientes de sus compañeros. Los informáticos, la
gran mayoría de personas inteligentes pero con poco atractivo, y el resto del
equipo, lo veían como esa clase de persona que intentaba ascender
profesionalmente usando únicamente su físico.
Por eso, Dariel se
había esmerado en tener el mayor aspecto descuidado posible. Sus camisetas
anchas sobraban para ocultar su cuerpo bien formado junto a unos pantalones
holgados y unas deportivas viejas muy gastadas. Añadiendo a todo eso su cabello
ligeramente largo y algo enmarañado y su perilla de varios días, casi podría
hacerse pasar por un fumador de marihuana.
Desgraciadamente,
Megan York y la gran mayoría de sus compañeras seguían comiéndoselo con los
ojos, y los demás no se tragaban su numerito ni apreciaban en absoluto su
intento de suavizar las cosas.
Y colorín
colorado, Dariel los envió a la mierda y se dedicó a hacer su trabajo.
Estaba a punto de
llegar a su cámara cuando alguien le tocó un brazo. Al desviar la vista, se
encontró con la amable sonrisa de April.
—No dejes que te
machaquen —le susurró.
Dariel agradeció
ese gesto de ánimo con un asentimiento y se colocó tras la cámara. Enfocó la
mesa de los presentadores, donde Howard York acababa de maquillarse mientras
trataba por todos los medios de captar la atención de su esposa, quien se
pintaba los labios al mismo tiempo que le lanzaba una mirada lasciva que lo
molestó.
Decidido a hacer
de su estancia en el trabajo más soportable, comprobó que todo su equipo
estuviera listo e ignoró la mueca despectiva de Michael, que trabajaba a su
lado con el guion de lo que debían decir los presentadores.
La siguiente hora
de trabajo le dio un descanso de sus compañeros y pudo meditar sobre la
dirección que estaba tomando su carrera.
Su intención nunca
había sido llegar a presentador. Ni a eso ni a nada que significara estar
delante de una cámara. Su sueño había sido grabar documentales, ya fueran de
historia, animales, viajes, culturas…
Un sueño al que
había aprendido a renunciar. Creyó que aquel trabajo era su oportunidad para
abrirse camino, pero teniendo en cuenta sus relaciones laborales, dudaba que el
director de la cadena, cuya hija le miraba constantemente el trasero, le diera
buenas referencias.
El grito del
director ordenando el final de la grabación lo sacó de sus pensamientos. Apagó
la cámara y cogió su mochila, dispuesto a marcharse con el mayor sigilo posible
mientras todo el mundo felicitaba a los York por su impecable trabajo.
Hizo una parada
rápida en el cuarto de baño. No había nadie, así que no había peligro de
miradas despectivas y comentarios de desprecio susurrados por lo bajo. Dejó la
mochila a un lado, echó una meada y se lavó las manos y la cara. Justo cuando
alzaba la vista, sus ojos se fijaron en una figura de voluptuosas curvas que le
dedicaba una sonrisa seductora, una que le recordaba a un gato relamiéndose.
—Por fin solos,
Dariel.
Él entrecerró los
ojos y cruzó los brazos a la altura del pecho.
—¿Qué quieres,
York?
Megan se acercó
paso a paso.
—Por favor,
llámame Meg.
—No somos amigos.
—No, preferiría
que fuéramos más que amigos. —A esas alturas, Megan estaba muy cerca de él,
tanto que al alzar una mano esta se deslizó por su cuerpo, acompañada por su
mirada lujuriosa—. Tienes un cuerpo increíble, Dariel. Deberías presumir de él
en vez de ocultarlo.
La caricia le
produjo un escalofrío, y no de los agradables. Se apartó de ella haciéndose a
un lado.
—Sea lo que sea lo
que quieras de mí, mi respuesta es no.
Megan abrió los
ojos como platos, pero después sonrió.
—Vamos, Dariel, no
te pido más de un poco de atención y, sin embargo, puedo hacer mucho por ti. Puedo
darte un trabajo mejor que el de cámara. Tal vez no el de presentador, pero sí
puedo ponerte en la sección de deportes… Estoy segura de que hasta las mujeres
se interesarían por el béisbol si fueses tú quien diera las noticias…
—No estoy
interesado —dijo con voz tajante.
Megan frunció
ligeramente el ceño, confusa.
—Pero…
—Creo que no
comprendes que no quiero estar delante de una cámara. Estoy bien donde estoy.
Sus palabras
sorprendieron a Megan, quien se quedó con la boca abierta. Él no tenía tiempo
para aquella tontería, solo quería regresar a casa y pasar el fin de semana sin
ninguna otra compañía aparte de su persona. Así que se dispuso a marcharse,
pero en ese instante, entró un hombre que se quedó parado al verlos.
Era Howard York.
Si no fuera porque
sabía que estaba metido en un lío, habría reído de buena gana al ver que el
rostro del presentador enrojecía por momentos.
—¿Qué estás
haciendo aquí?
Megan se encogió y
se apresuró a acercarse a su marido.
—Howard, yo…
—Le pregunto a él.
A Dariel le
intrigó que él fuera el culpable de aquella escena en vez de su esposa. Pero en
vez de decir lo que pensaba, optó por encogerse de hombros.
—Este es el baño
de hombres —explicó con sencillez.
—¿Y qué hacías
aquí con mi mujer?
Tanta estupidez
empezaba a cabrearlo.
—Mira, es ella
quien se ha metido aquí. Así que a mí no me mires —dijo al mismo tiempo que se
dirigía a la puerta… Pero, antes de que pudiera salir, Howard York se interpuso
en su camino y le dio un puñetazo.
Dariel ni siquiera
trastabilló. Giró la cabeza con mucha lentitud hacia el presentador, cuyos ojos
brillaban por la furia.
—Deja en paz a mi
esposa.
El golpe debería
haber sido la gota que colmara el vaso, pero no fue así. Aunque a Dariel lo
enfurecía que le pegaran, no podía hacer más que sentir pena por aquel pobre
estúpido. Así que soltó una risotada que retumbó en las paredes del cuarto de
baño.
—¿Te estás
burlando de mí? —preguntó York con la voz repleta de una ira que amenazaba con
estallar en cualquier momento.
Dariel negó con la
cabeza sin dejar de sonreír.
—De ti, York.
Porque, ¿sabes qué?, no merece la pena ni devolverte el golpe.
Howard alzó el
puño y Dariel se preparó para esquivarlo, pero el estallido de la puerta al
golpear contra la pared los detuvo a ambos. April Bloom y Matthew Wolfe
acababan de entrar en el cuarto de baño.
April, a primera
vista, no imponía nada en absoluto. De metro cincuenta y poco, tenía un cuerpo
regordete que no se molestaba en ocultar bajo su colorida ropa, consistente en
una falda larga de color rosa y una blusa morada con mangas anchas y vaporosas.
Las gafas multicolor y sus uñas fucsia hacían juego tanto con su indumentaria
como con su personalidad alegre y abierta. Tenía el cabello rubio muy claro y
peinado en largos tirabuzones que caían sueltos por sus hombros, y que
enmarcaban una carita de redondos mofletes, nariz pequeña, labios llenos y ojos
oscuros.
Para aquel que no
la conociera, podía parecer inofensiva, pero todo lo que podría faltarle en
atractivo, lo compensaba en un carácter fuerte y atrevido, afectivo y generoso.
Pobre de aquel que la haga enfadar…
Matthew, en
cambio, era la viva antítesis de April, razón por la que llamaba mucho la
atención el hecho de que fueran amigos. Era bastante alto y tenía una
complexión muy delgada. La piel paliducha solo lograba darle un aspecto más
débil, unido a su cabello castaño y largo hasta los hombros y sus facciones
escuálidas parecía el típico cerebrito con el que debían de meterse en el
instituto, situación que empeoraba el hecho de que Matthew era tartamudo.
April apretó los
labios y se acercó a Howard, seguida muy de cerca por Matthew quien, pese a ser
tímido e introvertido, se mostraba muy protector respecto con ella.
—¿Cómo se atreve a
golpear a Dariel, malnacido? —chilló ella, furiosa y roja como un tomate.
Howard apretó la
mandíbula.
—Este cabrón
estaba… —empezó señalando a Dariel y a Megan, pero ella le clavó un dedo en el
pecho.
—¡Ni cabrón ni
leches! ¡Si su mujer intenta llevárselo al huerto será porque usted no cumple
con su parte o porque no la cumple bien!
A Dariel se le
escapó una sonrisa, al igual que a Matthew e incluso a Megan. Howard, en
cambio, enrojeció de furia.
—La culpa es de
este hombre que no deja de ligar con…
—¿Quién? ¿Dariel?
¿Desde cuándo un hombre que flirtea lleva un aspecto tan descuidado? ¿Acaso lo
ha visto hablando con ella? ¿Mirarla siquiera? ¡Vamos, hombre! Desde que está
aquí solo se ha dedicado a trabajar. Así que no vuelva a golpearle a menos que
quiera que le caiga un cubo de pintura en la cabeza estando en directo —dicho
esto, April cogió a Dariel de la mano, fulminó con la vista a los presentadores
y se marchó con la cabeza bien alta hacia fuera del cuarto de baño.
Una vez en el
pasillo, Dariel deseó que la tierra se lo tragara. Gran parte del personal se
había congregado en el cuarto de baño para escuchar lo que sucedía. Todos le
lanzaban miradas que prefería evitar, los hombres de desprecio y las mujeres de
celos.
Los mofletes de
April se hincharon peligrosamente.
—¡¿Qué estáis
haciendo aquí?! ¡¿Es que no tenéis vida?!
Todos se
sobresaltaron ante el estallido de la mujer y se apresuraron a dispersarse.
Todos menos el director, quien se acercó a Dariel con una sonrisa prepotente en
el rostro que a ninguno de los tres les hizo gracia.
—Bellow, tenemos
que hablar…
—No hay nada de
qué hablar —gruñó April. Dariel ya preveía un nuevo estallido por el que podían
despedirla, así que le estrechó la mano y se interpuso entre ella y el
director.
—No pasa nada.
Ella le miró con
los ojos llenos de pena.
—Pero…
—Necesitas este
trabajo más que yo. No te preocupes por mí.
April tenía cuatro
sobrinos que criar mientras su hermana se encontraba en tratamiento intensivo
en el hospital. Aparte de su trabajo en la cadena, tenía otro nocturno como
barman en un club. El sueldo de ambos le daba lo justo para mantener a su
familia.
Y lo último que
necesitaba era que la despidieran por su culpa.
Dio media vuelta y
se enfrentó al director, quien sacaba pecho, orgulloso de tener por fin la
oportunidad de ponerlo de patitas en la calle.
—Bellow, has
provocado una pelea…
—Ha sido él quien
me ha golpeado.
—No me
interrumpas. Por mucho que Howard te haya golpeado, has sido tú quien ha
provocado la pelea haciendo indecentes proposiciones a una mujer casada.
—Yo no le he hecho
ninguna proposición a nadie —dijo con los dientes apretados.
El director iba a
decir algo, pero alguien carraspeó. Era Matthew.
—N-no pu-pu-puede
de-despedir a Dariel po-por algo que n-no está re-re-relacionado con el
tra-trabajo. —Le costaba hablar, cierto, pero su mirada firme impidió que el
director lo interrumpiera—. Dariel no ha gol-golpeado a na-nadie. Ha si-sido
York y po-por eso no pu-pu-puede de-despedirle. Ni ta-ta-tampoco por a-asuntos
fu-fu-fuera del tra-trabajo. Si Dariel n-no ha he-hecho nada que po-po-ponga en
peligro la ca-cadena, n-no pu-pu-puede hacer na-na-nada.
El director lo
miró como si acabaran de echarle un jarro de agua fría. Tal vez Matthew no
pudiera hablar bien, pero desde luego era el más inteligente de todo aquel
edificio.
El hombre dijo
algo en un gruñido ininteligible y se marchó echando pestes.
Dariel les dedicó
una sonrisa agradecida.
—Gracias, chicos.
Matthew esbozó una
de sus escasas sonrisas orgullosas, y April se puso de puntillas para darle un
beso en la mejilla.
—Sabes que estamos
aquí para lo que necesites, cariño. —Los cogió a él y a Matthew del brazo y los
guio a la salida—. Bueno, chicos, ¿a quién le apetece cena en el chino y fiesta
por la noche? Las chicas estarán encantadas de tener entre el mar a dos peces
como vosotros.
Matthew se sonrojó
y Dariel esbozó una leve sonrisa. A él no le interesaba en absoluto encontrar a
alguien con quien pasar la noche, pero no iba a decírselo a April después de lo
que había hecho por él.
La siguió junto a
Matthew hasta su coche, en una calle que daba a un callejón. Dariel no notó
nada extraño hasta que, por el rabillo del ojo, percibió un movimiento. Se giró
alzando los brazos en cruz a tiempo de detener la patada alta que le habría
roto la nariz si no hubiera actuado a tiempo.
Cogió la pierna
por el tobillo y la empujó hacia atrás, haciendo que su atacante trastabillara
y cayera al suelo. Percibió otro movimiento entre las sombras. Había alguien
más.
—¡Matthew!
¡Llévate a April!
April intentó
resistirse, pero Matthew logró convencerla de meterse en el coche. Su alivio
duró apenas unos instantes, pues Matthew aceleró para interponerse entre sus
contrincantes y él. April abrió la puerta trasera.
—¡Sube! —gritó.
Dariel lo habría
hecho, pero de repente, todo su cuerpo vibró. Apretó la mandíbula y cerró la
puerta, confundiendo a April y a Matthew. Miró a este último a los ojos y, de
alguna forma, comprendió lo que quería decirle. Vio el miedo en los ojos de
Matthew antes de dar marcha atrás a toda velocidad.
Solo entonces se
quedó tranquilo. Se adentró en el callejón, dispuesto a enfrentarse a los dos
seres que ahora estaban de pie delante de él.
Las dos eran
mujeres y se parecían mucho. Tenían la piel de una tonalidad blanca que hacía
que sus figuras atléticas fueran más imponentes, su pose era altiva y agresiva,
y llevaban el espeso cabello negro recogido en un perfecto peinado que dejaba
sueltos un par de mechones rizados que caían por uno de sus hombros. Los ojos
de una de ellas eran de un tono pardo con reflejos anaranjados, y los de la
otra mujer eran de un frío gris metálico. Sus facciones eran regias y
elegantes, como las de dos reinas de un tiempo antiguo, o los de unas
esculturas que habían sobrevivido al paso del tiempo.
Dariel supo al
instante que eran dos guerreras poderosas a las que no debía tomarse a la
ligera.
—¿Quiénes sois?
La de ojos pardos
esbozó una cruel sonrisa.
—La muerte.
Qué graciosa.
—No es eso lo que
os he preguntado.
—Quiénes seamos no
tiene la menor importancia —anunció la de ojos grises—, lo único que importa es
que nuestra señora te quiere muerto.
Dariel entrecerró
los ojos.
—¿Por qué?
—Nosotras no
cuestionamos sus órdenes.
—Pero sabéis por
qué quiere que muera, ¿verdad?
Los labios de la
mujer se apretaron, convirtiéndose en una línea.
—Ya no importa.
Vas a morir esta noche —y dicho esto, se abalanzó sobre él.
Dariel se hizo a
un lado, pero la otra mujer llegó rápidamente hasta él y le propinó una patada
en la parte baja de la espalda que le hizo gemir de dolor. Un puñetazo en la
boca del estómago lo dobló en dos, pero logró apartarse del siguiente golpe,
dar un brinco en la pared y pasar por encima de ellas.
El combate fue
duro para Dariel. Siempre se le habían dado bien las artes marciales y el
boxeo, pero esas dos mujeres, a juzgar por su forma de pelear, tenían mucha más
experiencia que él y, para colmo, eran dos contra uno.
Las dos lo
golpearon con fuerza en el pecho, logrando que retrocediera un paso, más que
suficiente para que ellas alzaran una mano. Algo invisible lo estampó contra la
pared y lo inmovilizó. Dariel trató de usar sus poderes, pero los de ellas
hicieron más presión y al final ni siquiera pudo respirar.
Una de las
mujeres, la de los ojos pardos, hizo un gesto con la mano.
—Adiós, hermanito.
Dariel no pudo
procesar ese comentario, pues todo se estaba volviendo negro…
Y, de repente,
pudo volver a respirar. Cogió una bocanada desesperada de aire y cayó de
rodillas al suelo al mismo tiempo que tosía. Al alzar la vista, vio que las dos
mujeres contemplaban desconfiadas a una poderosa figura.
Dariel lo
contempló con atención. Era muy alto, le sacaría al menos media cabeza de
altura, lo cual significaba que debería medir al menos unos dos metros. Tenía
los hombros anchos y una complexión musculosa que su camiseta de manga corta
blanca no conseguía disimular. Los sencillos vaqueros remarcaban unos muslos
fuertes y ejercitados por horas de entrenamiento, y las botas de motero le
daban un aire rebelde que la chaqueta de cuero reafirmaba. Su piel tostada
hacía una escalofriante y perfecta sinfonía con su pelo negro, que caía en
largos mechones hasta la nuca y rozaba su rostro de afilados rasgos, al igual
que remarcaban unos brillantes ojos castaños que observaban atentos a las dos
mujeres.
La de ojos grises
fue la primera en hablar con la cabeza ladeada.
—¿Quién eres? No
perteneces a nuestro panteón.
El hombre se
acercó tranquilamente a ellas.
—No, y os diré una
cosa más, no me gusta que se interpongan en mi camino. Así que ya podéis
marcharos.
La mujer de mirada
parda se adelantó un paso.
—¿Crees que te
tenemos miedo?
—Deberíais.
—¿Y eso por qué?
De repente, el
hombre cambió. Fue solo un instante, pero Dariel estuvo seguro de que la piel
del hombre se volvió de un tono café veteada de un brillante amarillo. No tenía
ni la menor idea de qué era esa criatura, pero fuera lo que fuera, sus
atacantes retrocedieron y ahogaron una exclamación.
—Tú… —murmuró la
de ojos pardos.
—Eres un Nefilim
—terminó la otra en su lugar. Cogió a su compañera del brazo y la obligó a
andar hacia atrás—. Vámonos, Eris. Ya nos encargaremos de él en otra ocasión —y
tras decir esas palabras, desaparecieron.
Dariel intentó
levantarse, pero se tambaleó y tuvo que apoyarse en la pared. Si esas dos se
habían marchado nada más ver a ese hombre, él ya podía ir saliendo de allí
cagando leches.
Sin embargo,
cuando lo tuvo encima, lo cogió por un brazo y lo ayudó a sostenerse en pie.
—¿Es la primera
vez que peleas contra dos diosas?
Dariel sacudió la
cabeza y lo miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué me
ayudas?
El extraño lo
apoyó contra la pared para que se recuperara.
—Hay alguien que
está muy interesado en ti.
Eso solo logró
confundirlo aún más.
—¿Interesado en
mí?
—Dime una cosa,
¿cuánto sabes sobre tus padres?
Dariel alzó la
vista abruptamente y lo sondeó con la mirada.
—Que me dejaron en
un orfanato con apenas un mes de vida.
El hombre asintió.
—Entonces tenemos mucho
sobre lo que hablar… ¿O prefieres que pase directamente a hablarte de la
propuesta que tengo que hacerte?
Dariel entrecerró
los ojos, meditando. Siempre se había preguntado quiénes eran sus padres, cuál
era el origen de sus extraños poderes… y ahora tenía la ocasión de averiguarlo.
Aunque, por otra
parte, tampoco sabía si podía confiar en ese hombre o no.
—¿Cómo sé que
puedo confiar en ti?
—Porque si
quisiera matarte podría haber dejado que esas dos lo hicieran o ya te habría
destrozado yo mismo. Además, si quisiera llevarte a algún sitio puedo
asegurarte que no me estaría tomando la molestia de que te recuperaras o de que
permanecieras despierto.
—A menos que me
necesites para algo.
—Aunque así fuera,
la tortura es mucho más efectiva que la confianza. Además, a mí no me gusta
esperar.
Tras unos segundos
más de reflexión, decidió que no tenía motivos para no mantener una
conversación con él, a pesar de que tampoco tenía razones para que se
convirtiera en su mejor amigo de la noche a la mañana.
—Creo que tengo un
par de preguntas que hacerte.
El hombre asintió.
—Me llamo Evar.
—Dariel.
—Bien, ¿dónde
quieres hablar?
—Antes que nada,
tengo que encontrar a mis amigos y decirles que estoy bien.
Evar asintió.
—Por supuesto.
No tardó mucho en
dar con ellos. Nada más salir del callejón, localizó el coche de April a un par
de manzanas calle abajo, además de que ella iba corriendo en su dirección con
el rostro angustiado.
—¿Te encuentras
bien? —le preguntó cuando llegó hasta ellos.
Dariel le cogió
las manos, las cuales habían empezado a revolotear por su cuerpo como si
buscaran alguna herida. Afortunadamente, solo tenía un par de moratones que aún
tardarían una hora en ser visibles.
—Tranquila, estoy
bien.
April pareció
conforme, momento en que Dariel se dio cuenta de que Matthew no estaba con
ella.
—¿Dónde está
Matthew?
—Había ido a una
cabina telefónica para llamar a la policía… ¡Ah! Allí está.
Dariel se giró y
vio que Matthew iba corriendo en su dirección. Llevaba el pelo alborotado y
jadeaba por la carrera. Cuando estuvo frente a él, lo recorrió con la vista y
su rostro se llenó de puro alivio.
—Tienes unos
amigos interesantes, Dariel —comentó Evar, que observaba atentamente a Matthew
con la cabeza ladeada.
Su amigo se fijó
entonces en él y frunció la nariz.
Antes de que
pudiera preguntar a qué venía aquel comentario, April se acercó a Evar con una
sonrisa coqueta.
—Y… ¿quién es tu
nuevo amigo?
—Me ha ayudado con
esos atracadores.
April abrió los
ojos como platos.
—¿En serio?
Muchísimas gracias.
Evar inclinó la
cabeza.
—No tiene que
dármelas.
—¡Claro que sí!
¿Qué habría sido de mí si el tío más bueno que he visto nunca deja de aparecer
por mi trabajo? ¿Tienes la menor idea de la alegría que me da ver a este
semental todas la mañanas?
A Evar pareció divertirle
el comentario.
—Parece que eres
muy popular entre las mujeres.
Dariel hizo una
mueca desagradable.
—Sí, con lo fácil
que es hoy en día engordar veinticinco quilos y quedarse medio calvo…
Evar frunció el
ceño, sin entenderlo. Dariel no se molestó en explicárselo, no era asunto suyo
ni tampoco quería hablar del trabajo.
April le cogió una
mano y se la estrechó.
—¡No seas tonto!
Estás para untarte nata en el cuerpo y tomar fresas sobre él… antes y después
de explorarte a conciencia. —Como de costumbre, las palabras de April le
arrancaron una sonrisa. Ella le cogió un mechón de pelo y lo examinó con el
ceño fruncido—. Si te arreglaras un poco más podrías hacerte pasar por un actor
de Hollywood.
Dariel esbozó una
leve sonrisa que no le llegó a los ojos. April estaba hablando de un
restaurante cuando Dariel recordó lo que Evar y él tenían pendiente. Una
conversación de vital importancia para él.
—Evar, ¿me
disculpas un momento? —le preguntó un tanto brusco, interrumpiendo así a April,
que lo miró un tanto confusa, probablemente extrañada por su cambio de
comportamiento.
Evar asintió y se
alejó hasta quedarse apoyado en la pared de ladrillo, manteniendo suficiente
distancia como para que no pudiera oírlos. O eso creía. Teniendo en cuenta que
no era un ser humano normal y corriente, a Dariel no le sorprendería que
pudiera oír cada palabra.
—¿Ocurre algo? —le
preguntó April.
Dariel suspiró y
le cogió ambas manos.
—Este hombre sabe
algo sobre mis padres. —No esperó a que April o Matthew pudieran decir nada, se
limitó a continuar—. Necesito hablar con él a solas. Necesito…
—Lo entiendo —le
dijo April con dulzura—. Anda, ve. Si necesitas algo, mi móvil estará encendido
toda la noche.
—Y e-el mío
ta-también —añadió Matthew.
Dariel asintió,
profundamente agradecido. Se despidió de ellos y se dispuso a marcharse, pero
Matthew lo atrapó a tiempo. Frunció el ceño al mirar su mano. Lo cogía con una
fuerza nada normal en un hombre de su constitución.
Al alzar la
mirada, los ojos oscuros de Matthew tenían un brillo extraño, impropio en él,
aunque Dariel no supo identificar lo que era.
—N-no t-te fíes de
él.
Su petición le
pareció extraña, pero decidió guardarse sus preguntas para otro momento. Así,
dispuesto a obtener respuestas sobre sus padres, se dirigió adonde se encontraba
Evar, quien observaba a Matthew con los ojos rebosantes de curiosidad.
—Tu amigo es muy
curioso.
Dariel frunció el
ceño.
—¿Matthew?
—Ajá.
—¿Por qué lo
dices?
Evar frunció el
ceño.
—¿No te lo ha
dicho? —Al ver que él hacía un gesto negativo, Evar se encogió de hombros—. En
fin, ya te lo contará. Ahora tenemos cosas de las que hablar. —Miró a su
alrededor, como si buscara algún lugar adecuado—. ¿Dónde podemos hablar sin que
nos molesten?
Dariel imitó su
gesto y recorrió la calle con la mirada. No le gustaba la idea de hablar de
algo tan íntimo e importante en un espacio abierto, con cientos de personas
normales y corrientes que probablemente se asustarían si supieran que existía
un mundo de seres sobrenaturales como él… y probablemente como sus padres.
Al final, soltó un
suspiro.
—Vamos a mi casa.
Evar hizo un gesto
afirmativo y le señaló con la cabeza una flamante Ducati 1098 R negra que
estaba aparcada en la acera. Dariel fue hacia ella e inclinó la cabeza.
—Mmm…
—¿Algún problema?
—preguntó Evar mientras le tendía el casco.
—No. Me preguntaba
si esa persona que está tan interesada en mí es la misma que te paga lo
suficiente como para comprarte esto.
—Pues sí.
—¿Y se supone que
si trabajo para él ganaré lo mismo?
Evar se encogió de
hombros.
—Probablemente. Es
un precio pequeño en comparación a aguantarle.
Dariel alzó una
ceja, pero decidió esperar a llegar a su casa para saberlo todo. De esa forma,
acabó detrás de Evar, recorriendo las atestadas calles de Los Ángeles a toda
velocidad. A Dariel no le molestaba la peligrosa forma en la que cruzaban las
carreteras, de hecho, estaba acostumbrado a ir mucho más rápido que aquello.
Tardaron menos de
siete minutos en llegar. Dariel vivía en el sur de Los Ángeles, en un pequeño
piso situado en una finca un poco vieja del distrito de Compton. Guio a Evar
por el recibidor hasta el ascensor y subieron a la sexta planta.
Su casa era
pequeña aunque acogedora. Con su sueldo podía permitirse de sobra aquel piso y
decorarlo a su gusto. Él mismo había pintado las paredes de un suave tono ocre,
las cuales estaban decoradas a su vez con paneles de fotografías de ciudades y
paisajes.
Su hogar contaba
con un salón y un dormitorio, una pequeña cocina, un cuarto de baño y un
diminuto balcón. Llevó a Evar hasta el salón, que tenía un sofá con forma de
ele de color chocolate, un sillón de cuero del mismo color, muebles de tonos
castaños claros, y estanterías con algunos libros, pero sobre todo llenas de
documentales de toda clase.
Dariel no podía
quedarse sentado, así que le ofreció a Evar asiento. Este se decidió por el
confortable sillón.
—¿Quiénes eran mis
padres? —preguntó sin tapujos.
Evar alzó una ceja
pero, afortunadamente para él, tampoco se andaba por las ramas.
—Tu padre era
Zeus, y tu madre uno de los mensajeros de Dios, comúnmente conocidos como
ángeles. —La forma en que hablaba de estos últimos daba a entender que no le
gustaban en absoluto, pero Dariel estaba demasiado impactado como para darse
cuenta de ello.
Se dirigió al sofá
y se dejó caer en él.
—¿En serio?
—Bueno, lo cierto
es que te pareces a Zeus, aunque diría que el pelo rubio y los ojos azules son
de tu madre, como todos los ángeles.
Dariel alzó la
vista hacia él. Tenía tantas preguntas, tantas cosas que necesitaba saber que
no tenía ni idea de por dónde empezar.
—¿Tú los conocías?
Evar arrugó la
nariz.
—Me topé con Zeus
una vez. Iba persiguiendo a una conocida y su marido, su familia y yo lo
echamos de nuestro territorio. Era un hueso duro de roer, pero al final
comprendió que Lilit no quería sus atenciones.
Dariel hizo una
mueca. Conocía algunos mitos de Zeus donde se le describía como un mujeriego,
así que no debería sorprenderle algo así.
—¿Y qué hay de mi
madre?
Evar se encogió de
hombros.
—A mi gente no les
gusta los ángeles, y a mí tampoco. Por lo general, solo nos reunimos para
matarnos entre nosotros.
Dariel, al oír
esas palabras, se levantó de un salto y se alejó de él. Evar, sin embargo, no
se movió un pelo.
—Tranquilízate,
Dariel, no he venido para hacerte daño.
—¿Mataste a mi
madre?
La sonrisa cruel
que esbozó Evar le dijo que lo que estaba a punto de oír no iba a gustarle
nada.
—He matado a
cientos de ángeles pero, si quieres una opinión, dudo que ellos dejaran viva a
tu madre después de que se hubiera acostado con un dios griego.
Dariel se quedó
blanco. ¿Ángeles asesinando a uno de ellos? Se suponía que los mensajeros de
Dios eran compasivos, justos y bondadosos, ¿cómo iban a matar a alguien, más
aun si era uno de los suyos?
—Mientes —siseó.
Sus poderes crepitaban en su interior y aumentaban acompañando su ira.
Evar esbozó una
sonrisa torcida.
—Sabes muy poco
sobre Dios, Dariel.
—He ido a un
colegio católico, creo que sé lo suficiente.
—Ah, pero solo
sabes lo que él quiere que sepas.
—¿Qué diablos
quieres decir?
El hombre se
levantó y se acercó a él. Esta vez, estaba mortalmente serio.
—Dime, ¿has oído
hablar de los Nefilim?
Dariel lo fulminó
con la mirada.
—¿Qué tiene eso
que ver con mi madre?
—Que la historia
de los Nefilim es el ejemplo perfecto para demostrarte que, a menudo, Dios es
mucho más cruel que el mismísimo Diablo. —Se acercó un paso más a Dariel, por
lo que sus rostros se quedaron a apenas unos centímetros—. Inténtalo una vez
más. ¿Quiénes eran los Nefilim?
Dariel se preguntó
de qué iba todo aquello, pero decidió darle lo que quería para averiguarlo
cuanto antes. Hizo memoria de todo lo que recordaba sobre su educación
religiosa, dando por fin con lo que buscaba.
—Los Nefilim eran
hijos de los Grigori, un grupo de ángeles caídos que se acostaron con mujeres
humanas.
—Exacto. ¿Y qué
dicen los textos religiosos sobre esas mujeres?
Dariel trató de
recordarlo, pero no encontró nada.
—No lo recuerdo.
—Porque no se
mencionaba nada sobre su trágico final.
Alzó la mirada para
encontrarse con los afilados rasgos de Evar. Había un brillo iracundo en su
mirada que le hizo tragar saliva, empezando a intuir que lo que le estaba
contando no era una mentira.
—¿Qué trágico
final?
Evar apretó la
mandíbula.
—Los Nefilim somos
demonios al servicio de Lucifer. Éramos la élite, los más fuertes y poderosos,
y por tanto, constituíamos una gran amenaza contra Dios y el ejército de
Miguel. —Tragó saliva—. Dios envió a los ángeles a castigar a esas mujeres por
engendrarnos. Fueron asesinadas de la peor forma posible. Nosotros intentamos
protegerlas, pero solo llegamos a tiempo de verlas morir en nuestros brazos.
—Alzó la vista y clavó sus ojos en los suyos—. Mi abuela estaba entre ellas. Ya
era mayor, pero no tuvieron piedad con ella. Mi abuelo, mi padre, mi hermano y
yo la encontramos desnuda y con quemaduras muy graves. Mi abuelo la lloró
durante años, al igual que lo hicieron los Grigori que perdieron a sus mujeres.
—El dolor que destilaban sus palabras no era fingido, era muy real, tanto que
hasta a Dariel le apesadumbraba la muerte de aquella pobre mujer—. ¿Te parece
eso obra de un dios misericordioso? Mató a aquellas a quienes llamaba hijas de Dios, ¿qué te hace pensar que
no mató a tu madre por el hecho de haber creado un ser tan poderoso que podría
suponer un problema para él en el futuro?
Dariel no sabía
qué responder. Sabía que existían los dioses, los demonios y todo el resto,
pero jamás llegó a cuestionar los mitos y leyendas que contaban sobre cada uno
de ellos. Si fuera así, ¿cómo sabría en quién confiar?
Se apartó de él
para sentarse en el sofá y ocultar su rostro entre sus manos.
—No hay ninguna
posibilidad de que siga viva, ¿verdad?
Evar bufó.
—Ya es un milagro
que lograra ocultar tu embarazo a Dios. Debía ser un ángel excepcional si logró
esconderte durante tanto tiempo de él —dicho esto, bajó la mirada y suavizó su
tono de voz—. Si no volvió a por ti, dudo que lograra pasar desapercibida mucho
más tiempo.
Dariel entrecerró
los ojos.
—¿De verdad crees
que habría vuelto a por mí?
—Si te tuvo, fue
porque quería tenerte. Los ángeles pueden abortar si se lo piden a Gabriel.
Esta vez, alzó la
vista. Solo de pensar en ello, se le subía la bilis a la garganta, pero
necesitaba saberlo. Necesitaba saber que no era hijo de uno de esos ángeles que
masacraron a mujeres que no habían hecho nada malo.
—¿Crees… que ella
fue una de los que mató a vuestras mujeres?
Evar entrecerró
los ojos.
—No hay manera de
saberlo. Pero ahora ya no tiene importancia.
Eso también era
verdad.
Dejó escapar un
suspiro cansado y se dejó caer en el sofá. Se sentía agotado, pero de algún
modo aliviado. Al menos, sabía que su madre le había querido y que había
intentado protegerle.
De repente, se
levantó al recordar una cosa.
—¿Qué hay de mi
padre?
Evar casi soltó
una carcajada. Casi.
—Ese dios ha
tenido tantas amantes e hijos que ya habrá perdido la cuenta. Aun así, no es la
clase de hombre que deja a sus hijos en el mundo humano, normalmente los lleva
con él al Olimpo, por lo que dudo que sepa de tu existencia.
Dariel asintió. Al
menos, uno de sus padres seguía vivo, aunque tampoco estaba seguro de si quería
conocerlo… todavía.
Evar, mucho más
tranquilo, volvió a sentarse en el sillón.
—¿Es todo lo que
querías saber?
Dariel no estaba
seguro. Ese demonio no podía darle tantos datos sobre sus padres como esperaba,
pero por el momento era suficiente.
—Por ahora.
El Nefilim
asintió.
—Bien. En ese
caso, ahora tienes que escuchar mi propuesta.
—¿De qué se trata?
Dariel supo que,
por la sonrisa torcida de Evar, no iba a hacerle gracia.
—El Diablo quiere
que trabajes para él.
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