lunes, 28 de enero de 2019

El Reino de los Zorros


Capítulo 19. El secreto de Fugaku

Sasuke seguía con el corazón encogido, a la espera de que su padre respondiera a esa pregunta y, al mismo tiempo, deseando que no lo hiciera.
Tras la muerte de su madre, él cambió; se volvió solitario, distante y frío, se alejó del mundo en general y tan solo siguió adelante para procurar el bienestar de su reino, lo cual incluía preparar a Itachi para esa tarea. Podía entenderlo, que guardara cierto rencor hacia su padre no quería decir que, con el paso del tiempo, no se hubiera dado cuenta de que había sido el dolor lo que lo había vuelto un hombre más duro con aquellos que tenía a su alrededor, como si hubiera querido refugiarse en una carcasa de acero para no volver a sufrir de ese modo, por desgracia, veía mucho en sí mismo de ese comportamiento, uno que se había desvanecido poco a poco gracias a la presencia de Naruto.
Sin embargo, jamás entendió por qué, muchas veces, se negó a acercarse a él o a profesarle muestras de afecto tan nimias como palmearle el hombro, como hacía con su hermano.
Ahora temía tener el motivo ante sus narices. Pese a que le habían dicho muchas veces que tenía el rostro de su madre, nunca se le había pasado por la cabeza que su padre…
—Sé que no fui justo con Sasuke —dijo Fugaku con amargura, haciendo que sintiera una fuerte opresión en el pecho que lo tomó por sorpresa e hizo que su rostro se descompusiera por la sensación—. Sobrellevar la enfermedad de Mikoto no fue nada fácil, para nadie. La Fiebre de las Rocosas aparece de repente y sin ninguna explicación que nosotros conozcamos, mi mujer la sufrió después de tres décadas sin que hubiera ningún caso. Al principio nadie sabía lo que era, ella padecía fiebres y era incapaz de retener la comida; para cuando caímos en la cuenta, ya estaba muy débil. Era consciente de que no existía cura… y me pidió que acabara con su vida.
Sasuke se llevó una mano a la boca, sintiendo el estómago tan revuelto que por un momento pensó que vomitaría.
No, no podía ser verdad. Su madre podía haber parecido una mujer dulce y delicada, pero había sido una jinete extraordinaria, fue ella quien les enseñó a montar a él y a Itachi, y su manejo de la espada era impecable, podía abatir a cinco enemigos a la vez gracias a su gran precisión y velocidad.
Volvió a prestar atención cuando escuchó que Naruto decía con suavidad:
—No lo hizo.
—No —admitió Fugaku—. Me empeñé en que podía salvarla si le dedicaba todo mi tiempo y mis recursos, reuní a los mejores médicos de mi tierra e incluso investigué por mi cuenta todos los libros de medicina que hubiera en las bibliotecas. Pero por mucho que lo intentaba, nada parecía funcionar, lo único que logré fue alargar su sufrimiento. Ahora lo pienso y, tal vez, por mucho dolor que me hubiera causado, por mucho que hubiera deseado quitarme la vida después, tendría que haberle concedido ese acto de misericordia. Mi esposa… —Por un instante, la voz de Fugaku se quebró—. Mi dulce y amable Mikoto no merecía pasar por todo aquello. Puede que la enfermedad ya se estuviera apoderando de ella y sospechaba lo que iba a ocurrir, estoy casi seguro de que quería que pusiera fin a su vida para ahorrarnos el dolor que sabía que iba a causarnos.
Sasuke sintió que se le helaba la sangre.
¿De qué estaba hablando?
Al parecer, Naruto presintió lo que quería decir más rápido de él, porque murmuró con voz tensa:
—La Fiebre de las Rocosas no son unas simples fiebres, ¿verdad? Lo peligroso no es lo que pueda hacerle al cuerpo, sino a la mente.
—Exacto —afirmó Fugaku con un tono más duro, pero entremezclado con cierta desesperación, como si estuviera… enfadado consigo mismo, tal vez porque creía que tendría que haberlo visto venir, tal vez porque aún sentía que podría haber hecho algo… Aunque solo fuera ahorrarle más dolor a su esposa—. Al principio, eran cosas pequeñas y a las que nadie dio importancia, olvidaba algunos detalles, pero lo achacamos a que estaba muy cansada. Sin embargo, luego fue a más, se despertaba desorientada y empezó a confundir a la gente, hasta el punto de que, una vez, creyó que Itachi era yo de joven. Mis hijos no lo saben, intenté limitar sus visitas porque sabía que les dolería mucho darse cuenta de que su madre ni siquiera recordaba quiénes eran y solo les permití visitarla cuando estaba dormida, pero llegó a un punto en el que ni siquiera sabía quién era yo… o quién era ella.
Sasuke tragó saliva. Su padre siempre les dijo que su madre estaba agotada a causa de las fiebres y que por eso, cuando iban a verla, solía estar dormida. Pero, entonces, aquel día en el que les dijo que ya no podían…
—Una noche, Mikoto ya no fue capaz de luchar más contra la enfermedad y esta nubló por completo su mente. Me apuñaló en el pecho y me lanzó contra el suelo mientras gritaba que la dejara salir, me golpeó y me arañó hasta que los guardias llegaron y lograron inmovilizarla en la cama. Estaba muy alterada y violenta, fuera de sí… —Se hizo una pausa larga en la que Sasuke trató de asimilar lo que acababa de escuchar, una parte de la historia de su madre que no conocía… pero no podía. Era surrealista enterarse a esas alturas de que la mujer a la que más había querido en su vida hubiera enloquecido hasta el punto de atacar al hombre al que había amado con locura—. Tuvimos que atarla a la cama para evitar que hiciera daño a alguien más o a sí misma, y amordazarla para que mis hijos no la escucharan… Yo… —Otra pausa en la que la voz de su padre se rompió, provocándole un nudo en la garganta—. Yo supe en ese momento que Mikoto no se recuperaría. Aunque encontrara una cura, no creí que volviera a ser la mujer que fue, no con la mente tan rota, como mucho podría haber sido un cascarón vacío. Ese fue el momento en que murió mi esposa, no cuando su cuerpo no pudo soportar más las fiebres… y no quise que mis hijos la recordaran así, atada y amordazada a una cama como si fuera un animal salvaje. Sé que fue cruel por mi parte, pero les prohibí regresar a su habitación. Prefería que la recordaran cuando aún estaba consciente, sobre todo quería que tuvieran buenos recuerdos de ella y que no guardaran aquella última imagen en su memoria.
Sasuke sintió que algo dentro de él se rompía en mil pedazos.
Aunque fuera imposible de creer, el rencor que le había guardado a su padre no fue porque no aprobara de ninguna de las maneras que se marchara al mar, o que no le hubiera prestado atención de niño, o que le hubiera negado cualquier muestra de afecto. Si bien todas esas cosas habían contribuido a agravar su resentimiento, nunca fueron la razón principal.
El verdadero motivo por el que había odiado a su padre fue que no le dejó despedirse de su madre. Que no pudiera estar con ella antes de que se fuera, sostenerle la mano para que supiera que no estaba sola. El día en el que murió, se juró a sí mismo que jamás perdonaría a Fugaku por haberle impedido estar con su madre cuando lo más le necesitaba.
Pero, ahora, las cosas eran diferentes.
La mujer a la que había querido dejó de existir mucho antes de que su cuerpo muriera, su padre solo intentó protegerlo de contemplar su horrible final, quería que conservara lo bueno.
Se sintió como si los cimientos de algo dentro de él se rompieran. De repente, todo ese odio que había guardado para su padre, dejó de tener ningún sentido; mientras él le echó la culpa por no poder estar con su madre al final, lo único que hizo fue pensar en él y en Itachi, en lo traumático que habría sido para ellos contemplar a la que una vez fue su madre convertida en una extraña que había sido capaz de hacer daño a su propio marido.
—Hiciste lo que creías que era mejor para ellos —dijo la suave voz de Naruto, distrayéndolo del horrible sentimiento de culpa que se había instalado en su pecho—. Sé que no siempre es fácil, pero, al final, creo que fue bueno para ellos.
—Gracias.
—Aunque no apruebo que te alejaras de Sasuke —añadió, endureciendo ligeramente el tono de voz—. Él te necesitaba.
Oyó que su padre suspiraba.
—Lo sé, y me arrepiento de no haber tenido un mejor comportamiento. Yo estaba destrozado por la muerte de mi mujer, y me carcomía la culpa de no haberla ayudado cuando me lo pidió. Ver a Sasuke, que era la viva imagen de su madre… era… demasiado duro. Sé que la culpa es mía y que tendría que haber estado con él, después de todo, no era más que un niño, pero… me dolía tanto mirarle… y recordar que Mikoto ya no estaba con nosotros… Lo evité no por él, sino porque me recordaba las cosas que tendría que haber hecho y que no hice.
—Deberías decírselo. Creo que te aliviaría.
—No me perdonará habérselo ocultado tanto tiempo.
—Lo hará. Puede que le cueste un poco al principio, pero será más por orgullo que porque te guarde rencor. Solo necesita saber que le querías, que él no hizo nada malo para que le dieras de lado.
Sasuke cerró los ojos con fuerza al escuchar las palabras de Naruto, tan ciertas que el corazón le dio un vuelco. No estaba seguro de cómo había adivinado eso… aunque, pensándolo bien, su prometido era la persona que mejor lo conocía en el mundo. Tal vez no le había resultado muy difícil presentir sus miedos.
—¿Eso es lo que mi hijo piensa?
—Es lo que pensaría cualquier niño.
—… No sé si seré capaz.
Se hizo una larga pausa en la que ninguno dijo nada más. Sasuke sabía que debería retirarse antes de ser descubierto, pero no quería hacerlo sin saber si su padre se decidiría a hablar con él cara a cara o seguiría guardándose todo ese peso dentro de él.
Escuchó un sonido, pero no pudo identificar lo que era hasta que escuchó la voz de Naruto. Parecía que se hubiera puesto en pie.
—Esto es un asunto de familia, y preferiría no meterme donde no me llaman. Pero no tendré secretos con mi marido, no me gusta mentirle a Sasuke y menos con algo tan importante. —Pese a que su tono de voz era delicado, se dio cuenta de que encerraba una advertencia. No con un matiz amenazador, por supuesto, sino más bien decidido. Su rubio no quería ocultarle nada y, en ese preciso instante, sintió que sus sentimientos por él estuvieron a punto de desbordarse.
Podría haberse dado cuenta de lo que su corazón guardaba para Naruto si no hubiera sido porque la respuesta de su padre lo distrajo.
—… Está bien. Hablaré con Sasuke, solo… dame algo de tiempo para prepararme.
—De acuerdo.
Se dio cuenta de que la conversación había terminado y que debía marcharse antes de que lo descubrieran. Pese a su estado de consternación y confusión, dio media vuelta y subió escaleras arriba con el mayor sigilo posible, pensando en lo que acababa de descubrir, en cómo le hacía sentir… y en qué iba a hacer de ahora en adelante con su padre.


Naruto dejó escapar un cansado suspiro cuando terminó de hablar con Fugaku.
No había pensado que dormir tanto tiempo con Sasuke iba a desestabilizar su sueño cuando no estuviera, pero, al parecer, era incapaz de encontrar una postura cómoda sin tenerlo a su lado para abrazarlo y apoyarlo en su cuerpo, en el que se acurrucaba siempre para sentirse seguro y protegido. Al final, harto de dar vueltas en la cama, se había levantado para beber agua e intentar quitarse de la cabeza la idea de escabullirse para ir a su habitación y pasar la noche con él; sin embargo, al ver la luz del salón encendida, se había acercado y había encontrado a un triste y melancólico Fugaku contemplando el retrato de la difunta reina, una mujer hermosa de rostro dulce y amable que le recordaba mucho a Sasuke.
No le gustaba tener que ocultarle lo que sabía sobre su madre, aunque fuera doloroso, pero le consolaba saber que esa angustia de no poder decirle la verdad pasaría en poco tiempo. Lo último que deseaba era que la relación que tenían Sasuke y él se debilitaría porque Fugaku había querido desahogarse con él, que, aunque comprendía que necesitara confesarle a alguien cómo se sentía acerca de los errores que creía haber cometido, no era la persona más indicada par hacerlo. Los únicos que podían absolverlo eran Sasuke e Itachi, pero sobre todo el primero, era con él con quien se sentía más culpable, probablemente porque era más pequeño y le había necesitado más.
Solo esperaba que ese momento llegara pronto…
—Alteza.
Se dio la vuelta con brusquedad al escuchar una voz que no reconoció, sin embargo, se relajó al ver que solo se trataba de Korin, que lo miraba con desaprobación.
—Comandante Yukino —la saludó.
—No son horas de merodear por el castillo, cogerá frío —dicho esto, se colocó a su lado con la firmeza que cabía esperar de un soldado—. Le acompañaré a sus aposentos.
Naruto la siguió sin rechistar, no era extraño que los soldados hicieran guardia por el castillo de noche y por eso no le sorprendía encontrarla allí, aunque sí le llamó la atención su postura tensa.
—¿Se encuentra bien, comandante? La noto tensa.
—Un soldado debe estar siempre atento, alteza —respondió ella con firmeza.
—Si me permite un comentario, usted no solo está tensa, hay algo que la molesta. ¿Espera alguna amenaza?
Vio que ella apretaba la mandíbula, otro signo de molestia.
—Con todos mis respetos, alteza, dudo que haya visto muchos soldados atentos.
El rubio levantó una ceja. Vaya, ¿había notado cierto desprecio en su voz?
—¿Acaso la molesto yo?
—En absoluto, alteza —se apresuró a responder. Demasiado rápida.
—¿Es posible que le haya faltado al respeto sin pretenderlo?
—No, alteza.
—¿He hecho algo que haya podido molestarla?
—No —dijo ella con un gruñido. ¿Dónde estaba ahora ese alteza?
—Dígame qué puedo hacer para compensar mi ofensa…
—¡Nada! —masculló ella, deteniéndose en seco y mirándolo con rabia.
Aun así, Naruto esbozó una pequeña sonrisa.
—Así que sí soy yo lo que la molesta.
Al escuchar eso, Korin retrocedió y volvió a erguirse, recuperando su postura firme.
—No es así, alteza.
—Si fuera cierto, me lo habría repetido todas las veces que le he preguntado, pero en vez de eso, la he alterado, y no parece ser la clase de persona que se altera sin más. —Korin no dijo nada, pero apretó los labios y volvió a lanzarle una mirada de pocos amigos—. Le pido disculpas por cualquier ofensa que haya podido causarle sin darme cuenta.
La mujer relajó un poco los hombros y bajó la mirada, pensativa.
—Usted no me ha ofendido, alteza.
—Entonces, dígame cuál ha sido mi error.
Ella negó con la cabeza y levantó la mirada para clavar sus ojos en los suyos.
—¿Puedo hablarle con franqueza?
—Adelante.
Korin volvió a apretar los labios antes de decir:
—No comprendo qué ha visto el príncipe Sasuke en usted.
Naruto no esperaba en absoluto esa respuesta y parpadeó.
—¿Perdón?
—Mi príncipe no es alguien que se conformaría con cualquiera para convertirlo en su consorte… de hecho, no se conformaría con nadie. Sin embargo, sus ojos siempre están puestos en usted, siempre está pendiente de lo que dice y de sus reacciones. No me parece justo que alguien de tan alta nobleza y valía se haya enamorado de usted.
Espera, ¡¿quéeeeeeee?!
—¿Cómo? —preguntó Naruto, que no acababa de creer lo que acababa de oír.
—Sé que es un creador, y lo respeto como tal. Pero no me parece justo que mi príncipe haya caído embelesado por eso y porque es menos molesto que la mayoría de sus amantes. La gente no debería juzgar por la condición física de otra persona, por ser hombre o mujer, por ser joven o anciano, por ser fuerte o débil… sino por su valor, por su capacidad de esfuerzo y sacrificio. Y me parece que eso es algo que usted no ha experimentado nunca, alteza.
Pese a que seguía algo impactado por la convicción de Korin de que Sasuke estaba enamorado de él, su discurso hizo que alzara la cabeza con orgullo y se acercara a la mujer sin vacilar.
—Curioso mensaje viniendo de alguien que apenas me conoce. ¿Qué sabrá usted de lo que he experimentado yo en mi vida?
Ella frunció el ceño, como si acabara de ofenderla.
—Viene de un reino fértil y su linaje es de la realeza. No ha tenido que luchar para conseguir nada.
—Vengo de un reino donde se me prohibió acceder a los mismos conocimientos que los hombres —declaró Naruto, en absoluto amedrentado por la mujer—. Vengo de un lugar donde no se me permite tocar un cuchillo ni aprender a defenderme. Vengo de una tierra donde la mayoría creen que solo soy un objeto de placer y un medio para engendrar herederos de sangre real. Usted no sabe lo que he hecho y lo que no, así que no se atreva a juzgarme.
Korin se adelantó un paso con ademán desafiante.
—Pero sé lo que ha hecho mi príncipe, y estoy convencida de que no está a su altura. No es justo que tenga que cargar con usted.
Naruto ladeó la cabeza al escuchar ese tono de voz.
Ah… Cómo no.
—¿Acaso preferiría que cargara con usted?
La mujer retrocedió como si le hubiera dado un golpe. Ajá… Había dado en el clavo.
—No sé a qué se refiere —se defendió ella.
—Mmm… —Naruto se hizo el tonto un momento—. Tal vez me refiero a que tiene sentimientos por Sasuke y no soporta la idea de que esté prometido con otra persona.
Al escuchar su teoría, los ojos de Korin ardieron de rabia.
—No se atreva a compararme con Sakura Haruno. Yo no soy como ella.
—Pero también tiene sentimientos por Sasuke.
—Mis sentimientos por él son irrelevantes, alteza —declaró Korin sin asomo de duda, irguiéndose con solemnidad—. Sé dónde está mi sitio y dónde está el de mi príncipe, independientemente de la opinión que tenga de usted.
—¿Me está diciendo que se mantendrá al margen?
La mujer asintió sin pensárselo dos veces.
—Como he dicho, yo no soy como Haruno. Sirvo a la familia real por encima de todo y ahora usted forma parte de ella. Jamás haría nada en su contra.
Naruto la observó con detenimiento un momento, pero no percibió ni un ápice de malicia en ella, a diferencia del odio que siempre había estado presente en Mizuki y de la rabia visceral que había notado en Sakura. Esa mujer era una soldado del Reino del Hielo, respetaba a los Uchiha y veía su lealtad hacia ellos.
Solo esperaba no equivocarse otra vez.
—Ojalá sea verdad. A Sasuke y a mí ya nos han engañado muchas veces.
—Yo no miento, alteza —replicó Korin, un poco a la defensiva.
—No creo que lo hagas, al menos, no a mí, ya que has sido muy sincera al expresar tu desagrado. Pero pienso que tal vez no le das la relevancia necesaria a lo que aún sientes por Sasuke. Acéptalo y supéralo en vez de reprimirlo, porque la única que acabará herida por eso serás tú —la aconsejó antes de marcharse por su cuenta a su habitación.
Podía estar seguro de que ella no era como Sakura. En vez de ir a escondidas en busca de Sasuke, le había plantado cara cuando podría haberlo apuñalado por la espalda, no le habría sido difícil hacerlo puesto que, desde su perspectiva, él no era más que un creador indefenso ante el ataque de una soldado experimentada. Además, en aquel reino no le habría sido difícil ocultar su cadáver, no conociendo las rutas de vigilancia del resto de sus compañeros de oficio y el terreno, uno lleno de nieve y acantilados, deshacerse de él era demasiado fácil para alguien de la zona.
No, ¿para qué avisarlo de su desagrado hacia él? Eso lo habría puesto en guardia, no tenía sentido que le advirtiera de que era un peligro para él, especialmente teniendo a la familia real de su parte; una sola palabra suya contra ella y lo más seguro era que Sasuke quisiera cortarle la cabeza solo por si acaso.
Al pensar en él, se preguntó si fue una de sus amantes.
Pff, pues claro que sí, ese hombre se había tirado a medio mundo.
Eso le provocó un pinchazo en el corazón y dejó escapar un suspiro. ¿Iba a tener que estar lidiando siempre con las mujeres con las que se había acostado? Sabía que no tenía ningún derecho a quejarse, pero últimamente le dolía pensar en las otras mujeres con las que había estado y empezaba a hartarse de que todas y cada una de ellas lo trataran con desprecio, como si el hecho de ser un creador no le diera derecho a alejar a Sasuke del género femenino.
O siquiera derecho a estar con él.
Eso era lo que más daño le hacía.
Llegó a la puerta de sus aposentos masajeándose las sienes. Ah… Menuda nochecita. Puede que ahora pudiera quedarse dormido después de tantas emociones negativas.
Entró soltando un suspiro e hizo amago de ir a la cama. Sin embargo, detectó un movimiento y, sobresaltado, flexionó las rodillas y curvó los dedos de las manos, creando dos bolas de fuego que sostuvo delante de él por si el extraño se acercaba demasiado.
Pero, en vez de un asaltante, se encontró con el rostro sorprendido de Sasuke.
—¡Sasuke! —exclamó, retirando rápidamente sus manos para evitar quemarlo.
—Joder, Naruto, casi me matas del susto.
—Y yo casi te aso vivo —dijo mientras usaba sus poderes para encender las velas e iluminar la estancia, para después hacer desaparecer las bolas de fuego—. ¿Qué haces aquí? Se supone que no debemos compartir habitación.
El rostro de Sasuke cambió. No supo exactamente qué transformación sufrieron sus facciones, pero, de pronto, le pareció que estaba muy decaído.
—¿Qué ocurre? —preguntó, preocupado, mientras se acercaba para tocar sus brazos.
Su futuro marido solo lo abrazó y lo estrechó contra su cuerpo con fuerza, enterrando el rostro en su cuello. Se asustó un poco al sentir cierta desesperación en su abrazo, como si realmente lo necesitara.
—¿Sasuke?
—Solo… deja que pase la noche contigo.
Naruto no tuvo que pensarlo dos veces, no con Sasuke así.
—Claro.
Sin decir nada, lo llevó a la cama y los cubrió a ambos con las mantas, dejando que esta vez fuera él quien se acurrucara en su pecho y lo abrazara por la cintura mientras que él le acariciaba el pelo. Poco a poco, notó que su cuerpo se relajaba hasta que se acomodó un poco más sobre él y le besó el pecho, por encima de la camisa.
—Gracias, Naruto.
—De nada. ¿Va todo bien?
Sasuke asintió.
—Solo he tenido una mala noche. Me cuesta dormir sin tenerte al lado.
Él sonrió un poco, divertido por la extraña coincidencia.
—A mí también.
Su marido levantó la vista y le devolvió la sonrisa.
—Estamos hechos un par de románticos.
Naruto rio e hizo que volviera a apoyarse en su pecho.
—Anda, duérmete antes de que empieces a recitarme poemas de amor.
—¿Seguro? A los creadores os van estas cosas… ¡Au! Eso duele.
El rubio sonrió abiertamente por el pellizco que acababa de darle a Sasuke en el brazo.
—Si vuelves a decir algo sobre lo que nos gusta a los creadores, te pellizcaré otra cosa.
De repente, Sasuke se movió rápidamente y lo dejó tumbado boca arriba con él sobre su cuerpo. Sus ojos negros brillaban con diversión.
—Entonces yo te haré cosquillas en un sitio que te gusta mucho.
Se puso rojo como un tomate ante la insinuación.
—¡No era una oferta!
Sasuke soltó una risilla.
—Demasiado tarde.
—Por eso has venido a mi cuarto, lo único que querías era… ¡Mmm! —Sasuke no le dejó terminar de hablar, su boca descendió sobre la suya para apoderarse de sus labios y acariciar hábilmente su lengua con la suya, provocando que cerrara los ojos y se aferra a él, gimiendo involuntariamente cuando su amante pegó su cuerpo al suyo y pasó las manos por sus caderas y sus muslos, un juego previo a la unión carnal.
Cuando el varón se separó, sus ojos negros lo miraban con intensidad.
—Realmente necesitaba estar contigo esta noche. Volver aquí… no ha sido tan fácil como creía.
Naruto se sintió un poco culpable y acarició su rostro con ternura.
—¿Por tu madre?
Sasuke cerró los ojos y frotó sus mejillas contra las palmas de sus manos.
—El tiempo que estuve con ella fue el más feliz que recuerdo haber tenido en este lugar. La echo de menos —dicho esto, abrió los párpados y lo miró con cierta tristeza—. Ojalá os hubierais conocido. Ella te habría adorado enseguida.
Naruto le sonrió y acomodó algunos mechones de su pelo para poder ver bien su rostro.
—Estoy seguro de que ella me habría gustado también —tras decir esas palabras, lo besó suavemente en los labios.
Sasuke le devolvió el beso y lo abrazó con fuerza, como si deseara fundirse con él. No opuso ningún tipo de resistencia mientras lo despojaba de su ropa, ni tampoco cuando sus dedos recorrieron su piel con dulzura, o cuando sus labios besaron tiernamente cada centímetro de su cuerpo. Hicieron el amor despacio, como si desearan que cada caricia y cada beso quedara grabado para siempre en sus recuerdos, y cuando terminaron, Sasuke lo miró de un modo que llegó a lo más profundo de su ser, como si le estuviera pidiendo en silencio que no lo dejara nunca.
Fue una sensación extraña, pero lo abrazó para calmarlo y dejó que durmiera entre sus brazos.
Él tampoco tardó en rendirse a un sueño intranquilo, lleno de matices blancos y negros que terminó con un grito de desesperación y un profundo vacío.


—Tal vez deberías dormir un poco más —aconsejó Sasuke, mirando a su prometido con el ceño fruncido.
El pobre negó con la cabeza y lo abrazó por la cintura, recostándose en su pecho. No se lo pensó dos veces a la hora de permitirlo y lo besó en la sien.
—No puedo, quiero ver vuestras costas heladas.
—Podemos verlas otro día, Naruto. Te noto cansado… ¿No pudiste dormir después de que hiciéramos el amor?
Su rubio negó con la cabeza y notó cierta tensión en sus brazos. Inquieto, se apartó un poco y le cogió del mentón para que lo mirara a los ojos. La inquietud ensombrecía sus hermosos irises, normalmente brillantes y vivaces.
—Eh, ¿qué ocurre?
—… Tuve una pesadilla.
Le acarició el rostro para tranquilizarlo.
—Lo siento, ¿fue muy malo?
Los hombros de Naruto cayeron, abatido.
—Oí que me llamabas.
Sasuke parpadeó.
—¿Yo?
—Sí. Estabas preocupado y muy asustado, te lo noté en la voz, pero no podía verte. Estabas al otro lado de la tormenta de nieve.
Él asintió, prestando mucha atención.
—¿Y luego?
Naruto se estremeció y lo miró.
—Los halcones aparecían en mi sueño. Me advertían de que algo pasaba y que debía llegar hasta ti, pero cuando traté de dar un paso, todo se volvió oscuro y me caí.
Sasuke frunció el ceño, confuso.
—¿Dónde?
—No lo sé. Solo recuerdo la oscuridad y la sensación de caer al vacío. Luego me desperté. —Se abrazó un poco más a él—. No quiero dormirme otra vez.
Al escuchar el tono de petición en su voz, no insistió más y lo estrechó contra su cuerpo en un gesto de consuelo. Desde el extraño suceso de los emisarios de Taka, Naruto había estado inquieto y no le sorprendió que hubiera soñado con eso, además de que el relato de su padre acerca de la muerte de su madre no habría contribuido mucho a reportarle calma y seguridad, era normal que estuviera un poco estresado.
Supuso que ir a ver sus costas sería una distracción tan buena como cualquier otra.
—Está bien. Vamos a desayunar, te sentirás mejor después de comer algo.
Naruto asintió y lo siguió, cogiéndolo de la mano y dejando que lo guiara hacia la sala de banquetes. Cuando llegaron, vieron que Fugaku ya se encontraba allí comiendo con su habitual rostro serio e impasible, no parecía que hubiera pasado gran parte de la noche despierto, Sasuke pensó con pesar que ya estaría acostumbrado a eso.
—Buenos días, padre —saludó en un murmullo.
Este se sorprendió un poco ante el tono suave de su hijo menor. No recordaba la última vez que le había dirigido la palabra en primer lugar y sin una pizca de resentimiento.
—Hijo —devolvió el saludo antes de mirar a Naruto con el ceño fruncido—. Naruto, pareces cansado, ¿no has dormido bien?
—Ha tenido una pesadilla que le ha quitado el sueño —explicó Sasuke, que apartó una silla para que se sentara. Su prometido agradeció el gesto tocándole un brazo, parecía tan cansado que Sasuke reconsideró la idea de tratar de convencerlo de nuevo para que durmiera…
—Vaya, parece que todos hemos pasado una mala noche.
Todos se volvieron para mirar a Itachi, que les dedicó una pequeña sonrisa ladeada.
—Izumi está un poco indispuesta. Cree que algo le sentó mal, ¿los demás estáis bien?
—Sí —respondió Sasuke—, Naruto solo… —dejó la frase a medias cuando el sonido de un chisporroteo fuerte le llamó la atención.
Todos se sobresaltaron cuando la gran chimenea de la estancia se encendió de la nada, ardiendo con fuerza.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Itachi, extrañado.
—¡Ah! —exclamó de repente Naruto, alarmando de inmediato a Sasuke, que fue directo junto a él.
El rubio se había quedado con el cuerpo rígido mientras sus ojos se entrecerraban, perdiéndose su mirada entre las llamas como si todo lo demás fuera ajeno a él. El joven Uchiha comprendió de pronto lo que estaba pasando, Naruto estaba teniendo una visión del futuro en el fuego que, probablemente, habría convocado Kurama para mostrarle lo que iba a pasar.
Algo inevitable.
Eso lo puso tenso.
—¿Naruto? —lo llamó Itachi, acercándose a él, pero Sasuke lo detuvo con un gesto de la mano.
—No le toques, ahora no.
Su hermano frunció el ceño y miró la chimenea antes de volver a clavar sus ojos negros en su prometido con suspicacia.
—¿Qué está pasando?
—Solo espera, Itachi —le dijo su padre, que también observaba a Naruto con una mirada sobrecogida y cargada de respeto. Había oído leyendas sobre cómo los creadores de su reino contemplaban el hielo para ver algunos acontecimientos, aunque siempre había creído que era una capacidad que controlaban, no una especie de habilidad que aparecía y desaparecía intermitentemente… aunque era posible que, al ser Naruto del Reino del Fuego, las cosas fueran diferentes para él.
—¡Ah! —exclamó de repente el rubio, aferrándose al brazo de Sasuke. Su rostro había palidecido de repente y tenía los ojos muy abiertos—, no. No, por favor.
—Naruto… —murmuró Sasuke, envolviéndolo con sus brazos con la esperanza de que supiera que estaba a su lado.
Entonces, este salió del trance tambaleándose sobre sus pies, pero el varón lo tenía sujeto y le ayudó a recuperar el equilibrio sin dificultad, le preocupaba más lo que hubiera visto en las llamas.
—Naruto, ¿qué ocurre? ¿Qué es lo que has visto?
Este, en vez de mirarlo a él, giró la cabeza hacia Itachi. Sus ojos estaban cargados de dolor cuando le dijo con tensión en la voz:
—Izumi.
El heredero del Reino del Hielo se quedó paralizado durante unos pocos segundos antes de retroceder hacia atrás, comprendiendo de algún modo lo que el creador quería decirlo, y después salió corriendo en dirección a sus aposentos. Fugaku fue tras él y Sasuke y Naruto también lo hicieron en cuanto el último se recuperó un poco del trance.
Para cuando llegaron, la puerta estaba abierta y pudieron escuchar la voz asustada de Itachi, que le preguntaba a su esposa qué ocurría mientras esta vomitaba violentamente sobre el suelo, así como se encogieron al oír a Fugaku llamando a gritos a los sirvientes y ordenando que trajeran un médico de inmediato. La pareja entró con el corazón en un puño, que se agravó al ver a la mujer arrodillada en el suelo, agarrándose el estómago con fuerza y todavía vestida con el camisón, cuya falda ya estaba manchada por los restos de comida de la noche anterior. Su rostro, que antes había denotado a una mujer fuerte y decidida, ahora era ceniciento y estaba marcado por unas grandes ojeras, ni siquiera parecía capaz de sostenerse por sí misma si no fuera porque su marido estaba a su lado para ayudarla.
Los sirvientes aparecieron seguidos por el médico, un hombre ya anciano con espesa barba blanca que se movía con cierta dificultad, y arreglaron con rapidez la cama para que Itachi y Fugaku pudieran trasladar a Izumi para que estuviera más cómoda. Después, se apresuraron en traerle un cubo para que pudiera vomitar, en preparar toallas calientes y en limpiar el estropicio al mismo tiempo que el doctor se acercaba para inspeccionar a la joven.
—Alteza, si me permite —pidió el hombre respetuosamente.
—Por favor, Onoki —concedió Itachi.
El anciano, a pesar de su avanzada edad, comprobó el pulso y los signos vitales de Izumi con una pericia que delataba décadas de experiencia, así como luego le masajeó el vientre y le tomó la temperatura con la mano.
—No noto nada extraño en su estómago aparte de la contracción por las arcadas, eso es bueno. Pero tiene mucha fiebre.
—¿Cree que es algo grave? —preguntó Fugaku con tono sombrío.
—Sin haber más síntomas, no puedo saberlo con seguridad, majestad. Por ahora, haré lo que pueda para bajarle la fiebre y le daré algo para el estómago. Con permiso.
El hombre se retiró de la estancia y los dejó a solas junto al resto de sirvientes, que ya habían terminado sus tareas en el dormitorio. Sasuke aprovechó ese instante para volverse hacia Naruto y mirarlo con el corazón en un puño.
—No es una simple enfermedad, ¿verdad? Tú no te habrías asustado así si no fuera nada.
Sus palabras llamaron la atención del resto, que observaron con atención al rubio salvo Izumi, que arrugó el ceño por la confusión.
—¿Qué ocurre?
—Al parecer, Naruto ve el futuro —susurró Itachi, acariciándole el pelo—. Ha tenido una… especie de visión, por eso he venido tan rápido a buscarte.
Ella pareció necesitar un momento para asimilarlo, pero cuando lo hizo, alzó la mirada con decisión hacia el creador.
—¿Sabes qué es lo que me pasa?
El rubio, en cambio, bajó los ojos con los hombros hundidos.
—No creo que sea buen momento…
—Si me va a pasar algo malo, más vale que me mentalice ahora para hacerle frente que cuando sea demasiado tarde y el miedo se apodere de mí. Ahora podré soportarlo, pero no después.
Naruto no pudo evitar sentir cierta admiración por ella, pese a que sentía un profundo malestar en su interior. No era justo que alguien como Izumi fuera a pasar por ese infierno.
—Está bien. —Se tomó su tiempo para ir hacia su cama y sentarse a su lado. No tenía ni idea de cómo dar una noticia así, pero dado el carácter de la mujer que tenía delante, supuso que lo mejor era soltarlo sin más. Alzó la mirada, la aflicción era evidente en sus ojos—. Tienes la Fiebre de las Rocosas. Lo siento.
Al escuchar eso, los ojos de Izumi se agrandaron por la sorpresa y se llenaron de lágrimas, aunque hizo acopio de todo su valor para retenerlas… un valor que se rompió cuando su marido sollozó y la abrazó con fuerza mientras lo negaba con desesperación, haciendo que llorara y se aferrara a él a la vez que trataba de decirle que estaría bien sin mucha convicción.
Mientras tanto, Fugaku parecía incapaz de reaccionar de alguna manera, pero su cuerpo estaba totalmente rígido y había perdido todo el color de su rostro, horrorizado al contemplar una escena muy similar a la que él vivió cuando se enteró del mal que asolaba a su esposa. Fue como revivir uno de los peores episodios de su vida, pero ahora se juntaba el dolor de saber que su hijo iba a pasar por lo mismo que él, iba a experimentar la misma angustia con la que había tenido que cargar él toda su vida.
Por último, Sasuke se sentía como si no pudiera respirar. Tras escuchar la noche anterior acerca de los últimos momentos de su madre y lo mal que lo pasó su padre, saber que su hermano y su cuñada iban a pasar por eso era desgarrador y, esta vez, su padre no podría evitar que lo vieran con sus propios ojos, que estuvieran presentes cuando Izumi empezara a olvidarlos, cuando ni siquiera recordara su propio nombre… o cuando en un ataque de miedo y cólera atacara a su propio marido.
Itachi no sería capaz de soportarlo. Tal vez sobreviviría a su muerte, pero lo cambiaría para siempre, igual que ocurrió con su padre, y no había manera de evitarlo.
O, tal vez…
Se giró hacia Naruto y fue hacia él, poniéndose en cuclillas frente a él y apoyando las manos en sus piernas.
—Naruto, ¿qué es lo que has visto exactamente?
El rubio lo miró desconcertado y un poco pálido.
—¿Qué?
Sasuke tragó saliva antes de preguntarle lo que más temía.
—Dijiste que solo podías ver las cosas que eran inevitables. ¿Has visto…? ¿Has visto la muerte de Izumi?
—¡Sasuke! —lo reprendió un enfadado Itachi—. ¡Mi mujer está delante! ¿Cómo puedes…?
—Itachi —lo interrumpió Izumi, tocándole el brazo—. Mejor saberlo ahora que estar con la incertidumbre… Así estaremos preparados.
—Pero, Izumi…
Al escuchar la decisión de su cuñada, Sasuke regresó su atención a Naruto.
—¿Naruto?
Este se había quedado con el ceño fruncido, pensativo. Entonces, un poderoso brillo apareció en sus ojos, como si hubiera comprendido algo.
—No, solo la vi enferma.
Sasuke por poco golpea la cama de puro alivio y esperanza.
—Si no la viste morir…
—Es que no es inevitable que muera —continuó Naruto, sonriendo un poco y cogiéndole las manos.
—Tenemos una posibilidad de salvarla —asintió Sasuke, emocionado por la idea.
—Pero, ¿cómo? —preguntó Itachi con pesar—. La Fiebre de las Rocosas no tiene cura, ya lo sabes. Mamá…
—Creo que yo puedo ayudar con eso.
Los cuatro se volvieron hacia Fugaku, que tenía una expresión pensativa en el rostro. Lo observaron extrañados.
—¿Cómo? —preguntó Sasuke.
El hombre suspiró.
—Tras la muerte de vuestra madre, yo y Onoki nos dedicamos a realizar una investigación en profundidad de todos los casos documentados de la Fiebre de las Rocosas y a revisar los libros de medicina para encontrar una cura.
—¿La encontrasteis? —exclamó Itachi, esperanzado.
Fugaku se encogió de hombros.
—Desarrollamos algunas teorías, pero sabiendo tan poco del origen de la enfermedad y sin ningún paciente al que estudiar, es muy difícil saber si alguna funcionará pero, al menos, no tendremos que empezar desde cero.
—¿Y qué ocurrirá si ninguna de ellas funciona? —preguntó el mayor de los hermanos Uchiha. No podía evitarlo, había visto morir a su madre por la misma enfermedad a pesar de los intentos de su padre por salvarla, por lo que le costaba mucho ser optimista, sobre todo si se trataba de su esposa.
—Hay una opción que no hemos explorado todavía —comentó Naruto de repente.
Los demás lo miraron extrañados salvo Fugaku, que negó con la cabeza.
—Lo dudo. Onoki y yo hemos investigado todo lo que hay en este reino sobre esa enfermedad durante más de una década.
—Pero hay un libro que no habéis estudiado —rectificó el creador—, uno que no habréis podido leer.
El rey iba a replicar cuando, de repente, comprendió a qué se refería y sus ojos brillaron de expectación.
—Ah… Por supuesto.
—¿De qué está hablando? —preguntó Sasuke.
Naruto le devolvió la mirada con decisión, como si estuviera totalmente seguro de que encontraría algo que pudiera ayudar a Izumi.
—Del libro de los creadores del Reino del Hielo.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Pues ya solo quedan dos capítulos para terminar el maratón... A partir de ese momento iré subiendo capítulos conforme los vaya escribiendo :)
      Espero que los disfrutes, ¡un saludo! ^^

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