Capítulo 1. Ojos de lobo
Edward,
parece que el lobo vuelve a casa.
Nota dirigida a Edward Lars.
El salón del palacio de
Yorkshire estaba a rebosar. Las mujeres tomaban un refresco mientras
intercambiaban jugosos rumores sobre algún noble y los hombres charlaban de
política, negocios, o bien hacían apuestas sobre quién lograría llevarse
aquella noche a una joven y hermosa dama con título o una cuantiosa dote a su
mansión. Muchos caballeros bailaban con jóvenes debutantes y las damas de la
escuela para señoritas permanecían en una esquina junto a la ventana que daba
paso a los exquisitos jardines del palacio.
La enorme estancia
estaba bien iluminada por la ostentosa lámpara de araña que colgaba del techo,
como si se cerniera sobre los bailarines que danzaban en el centro del salón;
las paredes estaban forradas con lujosa tela roja, y las máscaras llenaban la
enorme habitación, dándole cierto interés a aquella aburrida fiesta.
Al menos, así era para
un hombre que observaba, desde la mesa donde los hombres tomaban una copa de wiski,
a los nobles que se divertían en aquel insípido baile. Iba vestido con una
chaqueta roja y pantalones a juego, con un chaleco granate y un pañuelo blanco
alrededor del cuello; su máscara representaba al Diablo, que sonreía
burlonamente, y su cabellera castaña rojiza suelta y ondulada daba más énfasis
a su personaje.
Suspiró aburrido
mientras se apartaba disimuladamente del grupo de caballeros que intentaban
atraparlo en aquellas conversaciones que giraban en torno al Parlamento, al
mismo tiempo que evitaba a las hermosas damas que le sonreían a través de los
abanicos en un intento de llamar su atención.
En otras circunstancias,
no habría dudado en utilizar sus encantos para compartir su cama con alguna de
ellas, pero tenía cierto problemilla entre manos. En dos años cumpliría los
treinta, y su madre no dejaba de insistir. Si esperaba más tiempo, se le
pasaría el tiempo de casarse, y necesitaba un heredero para que recibiera su
título cuando él ya no estuviera.
Con un suspiro, observó
a las posibles candidatas. Todas tenían unos modales perfectos, eran bellas y
poseían una generosa dote, así como también eran presumidas, chismosas y
terriblemente aburridas. La opción que le parecía menos desagradable era una
joven de largos cabellos dorados y ojos castaños que se encontraba con el grupo
de mujeres que hablaban cerca de las escaleras por donde se entraba al salón. Vestida
con un traje de muselina amarilla, parecía estar cubierta de oro, pero él sabía
que aquél no era su mejor vestido. Por alguna extraña razón, los últimos cuatro
años había estado rechazando las atenciones de todos sus pretendientes, cuando
antes parecía estar encantada de llamar la atención de los hombres.
Bueno, tal vez un
desafío pondría emoción a su vida.
Con pasos lentos, se
acercó a la hermosa dama, hasta que un brillo plateado pasó por su lado. ¿Qué
había sido eso?
Buscó aquel extraño
brillo, y lo encontró en la esquina donde estaban las jovencitas de la escuela
para señoritas. Se trataba de un hombre con chaqueta y pantalones negros,
chaleco azul claro y un pañuelo blanco rodeando su cuello. No tardó en darse
cuenta de que aquel brillo plateado provenía de su largo cabello rubio platino,
recogido en una coleta que caía por su espalda.
Vio que aquel caballero
se inclinaba a pedir un baile a una joven pelirroja que se sonrojó, pero que acabó
aceptando la mano que él le ofrecía, y se dirigieron al centro del salón. Él no
debería de estar mirándolos, solo era un amable noble que invitaba a una futura
debutante a bailar para que tuviera práctica, pero aun así, no dejó de
mirarlos. Y cuando empezaron a bailar, vio su máscara. Un lobo blanco. Era la
primera vez que veía una máscara así y la curiosidad lo invadió. ¿De dónde
había salido ese hombre? ¿Quién sería?
Esperó a que el baile
terminara para acercarse al hombre, que parecía estar a punto de invitar a otra
señorita a bailar.
—Señoritas —saludó,
haciendo una reverencia, logrando con eso que las jóvenes retrocedieran al ver
su máscara de Diablo. Pero el hombre no se inmutó, se limitó simplemente a
interponerse entre él y las señoritas, logrando de esa forma que él le viera
los ojos a través de la máscara.
Ahora fue él el que
retrocedió. Tenía ojos de lobo.
Unos ojos grises que solo
había visto en una persona.
Era imposible, ¿él era...?
—Esas no son formas de
presentarse ante unas damas, lord Norfolk.
Él solo pudo sonreír.
¿Lo había reconocido, pese a la máscara?
—Les pido disculpas,
señoritas. No era mi intención asustarlas. —Miró al hombre que había frente a
él—. ¿Les importa si les robo a este caballero?
—En absoluto, milord —contestó
una joven morena, en cuyos ojos pudo ver cierta decepción.
El lobo se inclinó hacia
ella.
—Le he prometido un
baile, miladi. Sería poco caballeroso por mi parte no cumplir mi palabra —le
dijo amablemente, logrando que la joven sonriera.
Ambos hombres se
dirigieron a los jardines, donde la luz de la luna iluminaba tenuemente su
alrededor, dándole un toque mágico al lugar.
—Debo reconocer —comenzó
el Diablo quitándose la máscara y dejando su apuesto rostro al descubierto— que
me ha sorprendido que me reconocieras, Alex.
Alexis también se quitó
la máscara de lobo, dejando ver lo mucho que había cambiado desde la última vez
que se vieron.
—Perdone mi anterior
descaro al hablarle, milord —se disculpó refiriéndose al momento en el que
había defendido a las señoritas.
El conde rodó los ojos.
—Alex, ¿cuántas veces te
he dicho que me llames Vince?
—Aquello fue hace mucho
tiempo, milord.
Vincent frunció el ceño.
—¿Por qué me llamas milord? Hace muchos años que no sirves a
mi familia.
Alexis sonrió
tenuemente, pero esa sonrisa no tardó en desaparecer. Un lacayo debía limitarse
a cumplir las órdenes de su señor, no mostrarle sus sentimientos, eran algo
insignificante para su lord.
—Ahora vuelvo a estar a
su servicio, milord.
Vincent se quedó con la
boca abierta.
—¿Desde cuándo?
—Desde hace dos semanas,
mi anterior señora deseaba que sirviera de ahora en adelante a lady Norfolk y
su familia.
—Así que... ¿ahora eres
mi lacayo?
—Así es, milord.
Vincent sintió una
oleada de alegría. Recordaba el día en que su madre trajo a un niño pequeño a
su mansión, deshidratado y a punto de morir de frío. Desde aquel día, Alexis
había servido a su familia, hasta que, cuando tenía doce años, su padre le echó
de casa por motivos desconocidos.
—Me alegro de que
vuelvas, Alex.
Vincent vio la alegría
en los ojos de Alexis. Su lacayo siempre se comportaba como lo que era, un
sirviente, pero para Vincent, Alexis había sido como un hermano.
—Es un honor volver,
milord —dijo con una reverencia.
Vince sonrió
maliciosamente.
—Como ahora estás a mi
servicio, te daré mi primera orden.
Alexis esperó con rostro
impasible, aunque por dentro sentía cierta tristeza. Vince había sido una
persona muy importante para él, el primero que no lo había tratado como un
lacayo pese a ser consciente de que pertenecían a clases sociales distintas.
Tendría que haber imaginado que, ahora que había crecido, sería normal para él
tratarlo como un sirviente.
—Cuando estemos en público,
seremos señor y sirviente —Vince sonrió—, pero cuando estemos solos, solamente
seremos amigos. Así que ya puedes tutearme.
Alexis se quedó de
piedra. Por un lado, un lacayo debía tratar a su señor con el debido respeto,
pero por otra... tenía que cumplir sus órdenes. Fueran las que fuesen.
Por primera vez, se
alegraba de poder cumplir una orden.
—Como quieras, Vince.
Vincent sonrió y ambos
empezaron a caminar por los jardines sin dejar de mirarse de reojo. Era extraño
ver lo mucho que había cambiado el otro en diez años y, además, ninguno había
esperado volver a verse.
—¿A dónde fuiste cuando
mi padre te echó de casa?
—Una doncella al
servicio de los Pierce me acogió, y durante seis años fui el lacayo de lady
Nottingham.
Vince se quedó con la
boca abierta. ¿Tenía frente a sus ojos al sirviente de la mujer a la que veía
como su mejor candidata para casarse? Primero se encontraba con Alex, y ahora
resulta que él estuvo al servicio de la joven. Las cosas mejoraban por
momentos.
—Entonces, tienes mucho
que contarme sobre ella...
Alex lo miró con
cautela, sospechando los motivos de aquella petición, pero no queriendo creerlo.
—¿Por qué quieres
saberlo?
—Porque tengo que
casarme, y lady Nottingham me parece una buena opción.
Alexis sintió que algo
le oprimía el corazón. ¿Por qué ella precisamente? ¿Por qué no otra?
—Si eso es lo que
quieres...
Vince frunció el ceño
ante el extraño comportamiento de Alex, pero no dijo nada. Tal vez su amigo se
sintiera protector en lo que respecta a lady Nottingham, después de todo, pasó
seis años con ella. Era normal que intentara protegerla. Pero Vince le
demostraría que, a pesar de su reputación como libertino, podía ser un buen
marido.
Decidió dirigir la
conversación a otros temas.
—Y, ¿dónde has estado
los últimos cuatro años?
Una sonrisa curvó los
labios de Alex.
—Siendo el lacayo de
lady Wellington.
Vince le miró
sorprendido, pero luego soltó una carcajada.
—Tú no pierdes el tiempo.
Mira que ser el lacayo de dos nobles damas tan reconocidas y con una gran
fortuna...
Alex también rio.
—¿Quieres que te hable
de ella? La conozco mejor que a lady Nottingham y es una duquesa, mucho mejor partido
que una condesa. Y es mucho más interesante.
—También es verdad, ¿crees
que tengo oportunidades? —bromeó el conde.
—Ni la más mínima, no se
casó con nadie después de la muerte de su marido. Dudo que se case con nadie
más.
—Pero necesitará un
heredero algún día —comentó Vince.
—Me dijo que ya había
elegido a su sucesor.
—¿Y quién es?
Alex frunció el ceño.
—Ni idea, pero dice que
me sorprenderá.
—Menuda mujer...
—Si yo te contara...
Vincent lo miró un
momento y sonrió.
—La tienes en mucha
estima, ¿verdad?
Alex le devolvió la
sonrisa.
—Es como la madre que
nunca tuve.
—Entonces, ¿por qué te
ha enviado conmigo?
La sonrisa de Alex se
desvaneció.
—Lady Wellington... está
enferma.
—Sí, eso he oído. Pero
cuando uno llega a esa edad es normal que...
—El médico dijo que no
durará más de un año.
Vince se calló de forma
inmediata. Para sorpresa de Alex, el conde puso una mano en su hombro y le dio
un apretón.
—Lo siento.
—Yo también —suspiró y
miró la luna, cuya luz hizo que sus ojos brillaran en la oscuridad.
—Alex.
—¿Sí?
Vince dudó antes de
hacer aquella pregunta que había estado atormentándolo desde hacía diez años.
—¿Por qué mi padre te
echó de casa?
Alexis se tensó a su
lado.
—Lo siento, pero no
puedo decirlo.
—¿Por qué? Mi padre ya
está muerto.
—Sí, el anterior lord
Norfolk está muerto. Pero, aunque me echó de su casa, al principio me aceptó
bajo su techo, me dio comida y agua y cuidó de mí hasta que pude servir a tu
familia. Así que, como muestra de agradecimiento, guardaré su secreto.
Vince asintió y Alex se
sintió culpable. Aquel no era el único motivo por el que no revelaba el secreto
de lord Norfolk. Ahora que había crecido, comprendía mucho mejor la gravedad de
aquel secreto, y las consecuencias de que llegara a saberse.
Hablaron un poco más hasta
que Alexis señaló con la cabeza en una dirección, por donde no tardó en
aparecer una esbelta mujer con un vestido de seda fucsia, largo cabello oscuro
y ojos azules.
Ambos hombres se
pusieron sus máscaras.
—Lord Norfolk, milord —saludó
a ambos hombres con una reverencia que mostró bastante su escote. Alexis no
pudo evitar sonreír al darse cuenta de que era una de las pretendientes al
título de condesa de Norfolk... y que conocía un par de truquitos para llamar
la atención de los caballeros.
—Señorita Redfox —Vincent
devolvió el saludo sin hacer caso al escote de la joven, algo que provocó que
Alexis sonriera aún más.
—Mi padre le está
buscando. Si no le parece inoportuno...
Vince miró a Alex.
—No te preocupes, le he
prometido un baile a una señorita y no puedo faltar, después de todo, soy un
caballero.
—¡Estupendo! Entonces,
discúlpenos, milord —dijo la joven cogiendo al conde del brazo y guiándolo
hacia el interior del salón. Vince, sin embargo, se las ingenió para que Alexis
supiera que le estaba lanzando una mirada fulminante a través de la máscara,
ante lo que Alex solo soltó una carcajada.
Cuando los perdió de
vista, su rostro, oculto por la máscara, adoptó una expresión impasible, y miró
a la luna.
—"Bendito el oscuro
velo de la noche, pues no te permite ver el disfraz con el que me oculto" —dijo
en voz alta al tiempo que dirigía sus fríos ojos grises hacia un árbol—, desafortunadamente,
la noche no ha podido protegerte del olfato del lobo.
De detrás del árbol,
apareció un hombre vestido con ropas oscuras, guantes negros y una máscara
negra que sonreía con burla, con lágrimas de sangre resbalando por sus
mejillas.
—Una cita espléndida, y
muy apropiada para la ocasión. ¿De quién es?
—De El mercader
de Venecia, acto dos, escena sexta.
—¿Le gusta el teatro,
milord?
—Siempre he pensado que
poseo ciertas dotes para la actuación, señor —dijo educadamente mientras le
hacía una reverencia—. ¿Puedo preguntar quién sois?
—Nadie importante, solo
vengo a entregarle un mensaje a lord Norfolk —comentó mientras se acercaba a él—.
Parece que se conocen, ¿es amigo suyo?
—Lo es.
—Entonces, ¿sería tan
amable de pedirle que saliera al jardín? Solo será un momento.
—¿Un momento para que
pueda matarle?
El desconocido sacó su pistola
al instante, pero fue demasiado tarde, el cañón del lobo ya estaba colocado en
su corazón.
—Yo si fuera usted no subestimaría
a un lobo —amenazó Alexis en voz baja sin soltar la pistola que había cogido
cuando había hecho la reverencia.
—Es cierto que posee
talento para el teatro, conocía mis intenciones desde el principio —dijo el
desconocido con interés—, por lo que deduzco que sabe quién soy.
—Así es, y también sé lo
que busca de lord Norfolk. Permita a este lobo hacerle una sugerencia, aléjese
del conde y no sufrirá daño alguno —le quitó la pistola y se alejó de él—. Porque
si vuelvo a verle cerca de Vincent Lars, lo último que verá serán los colmillos
del cazador.
El desconocido sonrió
bajo la máscara.
—Me temo que el único
que será cazado esta noche vas a ser tú, bastardo —sacó otra pistola y disparó
a... nada. El hombre de la máscara de lobo se había desvanecido.
Miró a ambos lados y,
luego, a su espalda, pero no vio a nadie. Cuando se giró, se topó con los ojos
grises de un lobo. Se quedó paralizado cuando una de las manos de la bestia,
que de repente le parecieron garras, se enroscó alrededor de su cuello.
—Esta es la única vez
que te lo advierto. Si vuelvo a verte, me llevaré tu cabeza para disecarla y
guardarla como recuerdo —lo soltó y se dirigió al interior del salón.
El desconocido trató de
disparar cuando vio al hombre de espaldas, pero sus manos temblaban
violentamente y fue incapaz de moverse durante unos minutos. Cuando logró
calmarse, decidió que no era prudente intentar asesinar a Vincent Lars mientras
estuviera aquel diablo en la fiesta. De alguna manera, tenía la sensación de
que lo vigilaba.
Soltó una maldición y
salió del jardín para dirigirse a la calle y alquilar un carruaje para volver a
casa.
Aquella noche había
fallado, pero el conde de Norfolk moriría a sus manos, como hizo con el
anterior conde.
—¿Disfrutas de la
fiesta, Alexis?
Alexis sonrió cuando
notó la presencia de lady Norfolk a su lado.
—Sí, mi lady, y le estoy
agradecido de que me haya permitido participar en ella.
—No es a mí a quién
debes darle las gracias, sino a lady Wellington, que me pidió que te diera más
libertad que a otros de mis lacayos.
—Lady Wellington me dijo
que si volvía a darle las gracias haría un abrigo con mi piel, así que por mi
bien, creo que se lo agradeceré a usted —comentó Alexis con una sonrisa.
Lady Norfolk rio.
—Sí, típico de mi amiga —miró
a su lacayo, al que hacía diez años al que no veía—. Te has convertido en un
hombre muy apuesto, Alexis, ¿por qué no buscas una mujer con la que compartir
tu vida? Tú al menos podrás casarte por amor.
Aunque lady Norfolk no
podía verle la cara, supo que había sido un error hacer aquel comentario.
—Me temo que las cosas
no son tan fáciles.
—Deberían serlo, no eres
un noble, no tienes una reputación que mantener.
—Cierto, pero no es
necesario tener un título para tener problemas.
Lady Norfolk tuvo la
seguridad de que las cosas eran tal y como las decía Alexis. Siempre había sido
un chico extraño, incluso de pequeño. Su piel pálida, su cabello rubio platino
y sus ojos grises ya eran de por sí extraños, pero su actitud también era
distinta a la de otros niños de su edad. A los siete años, Alexis ya los
trataba como si fueran sus amos, pese a que nadie le había enseñado cómo debía
comportarse. Y también recordaba una vez en la que Edward se escapó de casa y
Alexis salió a buscarle. Regresaron al amanecer del bosque sin un solo rasguño,
a pesar de que los vecinos habían escuchado los aullidos hambrientos de los
lobos. Fue un milagro que Alexis lo encontrara y regresaran sanos y salvos.
—Y, ¿qué problemas son
esos?
—Que cuando a un perro
le dan demasiados golpes se rebela contra su dueño y se convierte en lobo —respondió
Alexis con cierta diversión.
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