Capítulo 5. Mío
Estoy confuso, hermano, y tengo la
sensación de que estoy metido en un lío. Sin embargo, haré cuanto esté en mi
mano para que Alex permanezca a mi lado.
Nota dirigida a Edward Lars.
Los días siguientes fueron extraños
para Vince y Alex. Tras la discusión, y la repentina confesión del conde, ambos
estaban envueltos en una tranquila tempestad. Su relación no había cambiado,
pero sí los sentimientos que sentían el uno hacia el otro.
Sin embargo, estos eran confusos y
ninguno se atrevía a hablar de ello. Vince seguía con sus tareas, pero cada dos
por tres le venía Alexis a la cabeza, acompañado de ese mismo ardor en el
vientre que sintió mientras lo veía montar. Deseaba algo, y a medida que pasaban
los días creía saber qué era, pero no quería reconocerlo. Era completamente irracional.
Alex estaba aún más confundido. Se
sorprendió mucho cuando hizo aquel gesto de cariño en la colina, y no
comprendía por qué. Lo que sí sabía era que el afecto que sentía hacia Vince
estaba aumentando de un modo incomprensible, y que eso no le convenía. No quería
estar tan ligado a un noble. No era bueno para él.
Pero lo que más lo desconcertaba
eran sus sueños. No le había visto el rostro, pero estaba seguro de que era
Vince quien le acariciaba en esa habitación oscura con los labios, mientras sus
manos ascendían por sus muslos hasta que… Siempre era el mismo sueño, y cada
vez que se despertaba, notaba una ardiente sensación en el vientre y tenía la
cara sonrojada.
Cuando veía a Vince la cosa no
mejoraba. Sus mejillas ardían y tenía que hacer un gran esfuerzo por ignorar el
cosquilleo de sus muslos y otras partes más íntimas de su cuerpo. No reconocía
esa reacción ni sabía lo que significaba, pero sentía que no era algo normal…
En ese momento, estaban en su
despacho. El conde hacía sus tareas mientras que el lacayo estaba enfrascado en
una obra de teatro. Incluso cuando este no tenía nada que hacer, Vince le pedía
que se quedara con él y leyera cualquier cosa. Así, mientras él estaba absorto
en el libro, escuchó que el conde resoplaba, algo que le hizo sonreír.
—Los nobles no resoplan, Vince. No
es de buena educación.
—A la mierda la educación. Odio las
fiestas.
—¿Una invitación? ¿De quién?
Le lanzó la carta sobre el libro. Al
ver la firma, dejó escapar una risilla divertida.
—No tiene ni pizca de gracia —gruñó
el conde.
—Vamos, no pierdes nada por ir.
Piénsalo, estaréis rodeados de gente y podrás ver a tu querida señorita Redfox…
Vincent hizo como si se
estremeciera.
—La sola idea de ir con esa… ¿Cómo
las llamas tú?
—¿Buitres?
—Eso. La idea de aterrizar en su nido
me pone los pelos de punta. —Repentinamente, sonrió—. Piénsalo, Alex, tendrías
que servirla todos los días. —Hizo que su tono de voz fuera más agudo—.
¡Alexis! ¿Quién te ha dado permiso para ir a montar cuando deberías estar
dirigiendo mi carruaje? ¡Te quitaré esa bestia y la serviré de plato principal
en mi próxima fiesta!
El lacayo dejó escapar un gruñido,
algo que lo sorprendió.
—Si ese buitre toca a mi caballo
poco me importa que sea tu esposa, desaparecerá y te aseguro que nadie volverá
a verla.
Superada la sorpresa, rio
alegremente. Era curioso, pero tenía la sensación de que Alex comenzaba a
disminuir la altura de la muralla que siempre se interponía entre él y el resto
del mundo. Y, además, lo estaba haciendo solamente con él.
La idea le gustó mucho más de lo que
esperaba.
—Tengo curiosidad, ¿qué harías con
ella?
Esta vez no fue tan divertido.
Sintió un escalofrío al ver su sonrisa torcida.
—Echarla a los lobos.
Le habría gustado hacer algún
comentario al respecto, pero en ese instante, un lacayo llamó a su puerta y
anunció:
—Milord, tiene una visita.
Al instante, Alex cerró su libro y
se levantó de un salto, alzando de nuevo la muralla y cambiando su expresión.
En ese momento, volvían a ser conde y lacayo.
Cómo odiaba esos cambios.
—Hazla pasar.
Esta entró y, en ese mismo momento,
Alexis palideció.
Su visita no era otra que Christine,
quien, al reparar en Alex, se paró en seco y lo miró fijamente como si acabara
de ver un fantasma. Sin embargo, no tardó en superar la sorpresa y en empezar a
sonreír, una sonrisa que supuso que Alex no le devolvió.
—Alexis…
Empezó a ir hacia él mientras abría
los brazos. Vince esperó que este se apartara o retrocediera, pero parecía
paralizado. Aunque era obvio, por la expresión de sus ojos, que no quería permanecer
en esa habitación junto a ella ni cinco segundos más.
Su reacción fue instintiva, ni
siquiera lo pensó. Antes de darse cuenta, se había interpuesto entre la condesa
y su lacayo, quien pareció despertar de un hechizo y le miró con los ojos muy
abiertos.
Christine, por su parte, pasó de ser
una joven alegre por haber encontrado a Alexis a una loca histérica.
—¿Qué crees que estás haciendo?
¡Alexis! ¡Alexis! ¡Te he estado buscando todos estos años! ¡Habla conmigo!
¡Alexis! ¡Por favor! ¡Alexis!
Fue extraño y curioso cómo cambió su
opinión respecto a Christine únicamente por esas palabras. Si antes la había
calificado como la más adecuada para ser su esposa, ahora no la soportaba. No
le hizo ni pizca de gracia su forma de levantar los brazos hacia Alex, como si
fuera su posesión, ni tampoco esa manera desesperada de llamarle.
Así, sin miramientos, la empujó
hacia atrás y, con un rápido movimiento, cogió a Alex de la muñeca y lo llevó
fuera de su despacho, el cual cerró con llave con una furiosa condesa dentro.
—¡Mi señor! —exclamó el lacayo que
había traído a Christine—, ¿pero qué está…?
—Que no salga de aquí en cinco
minutos, vuelvo en seguida. —Miró a Alfred, que estaba limpiando en ese momento—.
Vaya a la habitación de Alexis y hágale una maleta pequeña, con lo necesario
para tres días. ¡Rápido!
Aunque confuso, Alfred asintió y
subió corriendo las escaleras. Mientras, este llevó a Alex hacia los establos.
—Vince, ¿qué…?
—No voy a dejar que esa loca te
ponga la mano encima —dijo en un gruñido, recordando con una desagradable
sensación cómo la condesa había alzado esas manos semejantes a las zarpas de un
gato que intentaban atrapar al pájaro… Un pájaro de su propiedad—. Vete a
Wellington lo más rápido que puedas, yo iré en cuanto me haya librado de ella…
—Vince.
Por entonces él ya estaba ensillando
a la belleza negra de Alex, quien le miraba con una expresión en los ojos que
no había visto nunca.
—¿Qué?
Su lacayo miró de un lado a otro, comprobando
que no había nadie, después se acercó a él y, tímidamente, le abrazó.
—Gracias.
Al principio, no supo qué hacer. Era
la primera vez que Alex y él tenían un completo contacto físico. Sentía cómo
los músculos de su pecho se hinchaban con su respiración, sus muslos contra los
suyos, su fuerte abrazo, como si… Como si no quisiera dejarle.
Cuando Alex iba a apartarse, él le
devolvió el abrazo. Cerrando los ojos, disfrutó del momento… hasta que una
imagen inesperada apareció en su mente; eran Alex y él, en una cama,
abrazándose igual que en ese momento, solo que tumbados y totalmente desnudos
mientras sus labios se fundían en un beso intenso y apasionado.
Fue sorprendente, pero en absoluto
desagradable. Al contrario, notó la excitación subiendo por sus ingles y
aterrizando en un lugar que se suponía estaba reservado solo para las mujeres.
Se apartó un tanto brusco, confuso
pero controlado. Lo primero era sacar a Alexis de allí cuanto antes.
—Date prisa. La entretendré el tiempo
suficiente para que le saques ventaja en el caso de que se atreviera a
seguirte. Venga, ¡vete!
Alex asintió y, de un buen salto,
montó en su hermosa montura. En ese instante llegó Alfred corriendo y jadeando,
y con una bolsa al hombro que enganchó a la silla del caballo.
—No sé lo que pasa —dijo mientras la
ataba—, pero sea lo que sea, espero que estés a salvo.
Alexis le sonrió antes de espolear
al caballo y salir cabalgando a toda velocidad bajo los copos de nieve que
caían lentamente al suelo.
Alfred y él lo miraron hasta que
desapareció.
—Señor, ¿me permite una pregunta?
Miró al joven lacayo, quien seguía
con la vista fija en la salida.
—Adelante.
—¿Alexis está metido en un lío?
Le revolvió el cabello al muchacho.
—No, porque voy a cortarlo de raíz
en este mismo instante —dijo mientras daba media vuelta y se dirigía con
elegantes y rápidas calzadas hacia su despacho.
Ahora estaba seguro. Todo encajó en
su cabeza con tal claridad que le sorprendió no haberse dado cuenta antes. Lo
que sentía por Alex iba más allá de la amistad, era algo físico y primitivo,
tal vez fuera extraño, pero si era lo que deseaba lo tendría.
Sería suyo. Y esa zorra no iba a
quitárselo.
No se sorprendió al entrar en su
despacho y ver que todos los libros estaban desperdigados por doquier, los
papeles por el suelo y la tinta desparramada, manchándolo todo de negro. Era como
si alguien hubiera intentado robarle.
Lo único que permanecía sereno era
la condesa, quien estaba sentada en la silla enfrente de la mesa con las manos
en el regazo y la barbilla alta.
—Disculpe mi actitud, milord. Ha
sido muy descortés entrar de esa forma y comportarme como una vulgar
pueblerina. Perdone mi descaro, por favor.
Ocultó su furia con una máscara
impasible. Conocía el juego y sabía las reglas mejor que nadie. Bajo el frío
velo de la cortesía y la buena educación, tanto Christine como él iban a
empezar una guerra por Alexis.
Lo que ella no sabía era que llevaba
todas las de perder.
—No tiene importancia, debe de estar
muy alterada. —Señaló la puerta—. Por favor, acompáñeme a la sala este,
tomaremos el té mientras un par de sirvientes limpian todo esto.
Con toda la elegancia que cabía
esperar de una dama, Christine se levantó y le siguió por los pasillos. Vio por
el rabillo del ojo que, con mucha discreción, observaba a cada lacayo que
pasaba por su lado o que sencillamente hacía sus tareas. No pareció sorprendida
al no encontrar lo que estaba buscando.
Una vez en la sala, les sirvieron el
té… momento en el que la batalla estaba a punto de comenzar. E iba a ser él
quien diera el primer golpe.
—Dígame, lady Nottingham, ¿a qué ha
venido?
Ella dio un sorbo con mucha
tranquilidad, probablemente eligiendo las palabras adecuadas para responder.
—Le prometí que le contaría algo por
haberme socorrido hace ya una semana. Aunque intuyo que ya sabe lo que estaba
buscando.
—Así es, y me intriga mucho ese curioso
interés por mi lacayo. —La miró fijamente, procurando ocultar su rabia por
dentro y concentrándose en hablar como un conde—. Sabe que lo que desea es
imposible, ¿verdad?
—Soy muy consciente de mi posición
social, lord Norfolk, y no soy ninguna estúpida. —Tomó otro sorbo y le miró con
intensidad—. Amo a Alexis. Desde que entró a mi servicio le he deseado. Tal vez
no pueda casarme con él, pero puedo tenerle de todas formas si él me diera una
oportunidad.
—¿Y cómo piensa tenerle?
—Es más sencillo de lo que parece. —Dejó
la taza sobre la mesita y sus ojos se posaron sobre los suyos con seriedad—. Me
casaré con usted, lord Norfolk.
Alex se detuvo en la cresta de una
colina para mirar atrás. Estaba preocupado por Vince. No quería que se metiera
en problemas por su culpa, sabía muy bien de lo que Christine era capaz con tal
de tener lo que deseaba, incluso si tenía que recurrir a métodos ilegales y
horribles.
No quería dejarlo solo con ella,
pero tampoco se atrevía a volver y plantarle cara. Además, no estaba muy seguro
de poder mantener el control si hablaba con Christine… Había soñado demasiadas
veces con estrangularla.
Tras unos instantes de duda, siguió
su camino hacia Wellington. Vincent era el conde de Norfolk, seguro que podría apañárselas,
y si Christine se atrevía a hacerle daño o a perjudicarle de cualquier manera…
Los lobos deformarían ese bello
cuerpo del que tanto se enorgullecía. Y después, él mismo acabaría con su vida.
—Perdone, creo que no la entiendo. —Era
una gran mentira, pero no acababa de creerse lo que la condesa le acababa de
decir. Le había evadido a propósito todo este tiempo, y ahora que había
encontrado a Alex estaba más que dispuesta a casarse con él.
La condesa sonrió levemente.
—Lord Norfolk, los dos sabemos que
usted no desea casarse; el matrimonio para usted no es más que una molestia, y
todos saben que desprecia a las mujeres chismosas y superficiales. Usted busca
una compañera que comprenda sus necesidades, y yo las entiendo a la perfección.
Entrecerró los ojos y cruzó los
brazos mientras se reclinaba en su asiento.
—No me diga.
—Sé que no quiere estar atado a
ninguna mujer, le da igual la que sea. Yo no pondré ninguna queja y le aseguro
que seré muy discreta en lo que a sus amantes se refiere. Por supuesto, cuento
con su propia discreción, no nos conviene a ninguno manchar nuestra reputación.
Y estoy dispuesta a darle el heredero que necesita.
—Y a cambio quiere…
Los ojos de Christine brillaron con
fría astucia.
—Deseo a Alexis como lacayo
personal. Solo obedecerá mis órdenes y únicamente me servirá a mí y a nadie
más. Por supuesto, no realizará las tareas del resto de sirvientes, solo las
que yo le ordene.
Tenía que reconocer que la propuesta
era tentadora. Si se casaba con ella, su madre le dejaría en paz y no tendría
que preocuparse porque armara un escándalo si le pillaba con otra mujer.
Solo había un problema: y no solo
era que deseaba a Alexis, sino que no quería traicionarle. Su amigo confiaba en
él, lo había demostrado en los establos, con ese abrazo… y prefería quitarse la
vida antes que ganarse su rencor. Además, esa mujer quería hacer de él un
esclavo, y no uno cualquiera, sino uno sexual. Como si fuera una puta. La idea
de que Alexis acabara de esa forma hizo que se enfureciera.
Sin embargo, controló su ira lo
mejor que pudo y le respondió:
—Aunque me halaga su oferta, mucho
me temo que debo rechazarla, lady Nottingham.
Esta se quedó con la boca abierta.
Le entraron ganas de reír, pero mantuvo su máscara impasible con éxito.
—No… No lo entiendo.
—Tengo intención de hablar con mi
madre y convencerla de que mi hermano pequeño herede el título de conde en
cuanto regrese de la guerra. Así, yo podré seguir haciendo mi vida sin
necesidad de casarme. No se ofenda, pero tal y como ha dicho, no me gusta estar
ligado a ninguna mujer… Y vivir en la misma casa que usted me parece demasiado
comprometido, por no hablar de que estaría faltándole al respeto a Dios rompiendo
un juramento tan sagrado como lo es la fidelidad.
Tras una breve pausa, Christine
asintió.
—Entiendo. En ese caso, permita que
me lleve a Alexis. Estoy segura de que no echará en falta a uno de sus lacayos…
—Ah, me temo que en eso tampoco
puedo complacerla.
Sonrió desvergonzadamente al ver la
expresión iracunda de la condesa.
—No tienes intención de dejar que
Alexis venga conmigo, ¿verdad?
—Las cosas no son así, mi lady. Si
Alex no quiere ir contigo, no dejaré que le pongas la mano encima. —Se encogió
de hombros—. Es así de sencillo.
—¿Alex? —Christine le miró con el
ceño fruncido—. ¿Llamas así a un sirviente cualquiera?
—Soy yo el que debería preguntar por
qué una mujer de alta cuna como tú se ha enamorado de un sirviente cualquiera,
como dices. —Le lanzó una mirada gélida—. Alex estuvo a mi servicio antes de
conocerte, es mi amigo. Así que ten mucho cuidado al hablar de él.
La condesa se levantó con ojos
chispeantes, como si una tormenta acabara de entrar en ellos y estuviera a
punto de lanzarla contra él.
—No me das miedo, Vincent Lars.
Ambos tenemos el mismo título, puedo destruirte con una sencilla orden.
Este le dedicó una sonrisa torcida
mientras se levantaba y la miraba desde toda su estatura.
—Adelante, Christine, me muero de ganas por ver cómo
te remueves en el barro. —Su sonrisa desapareció—. Pero te lo advierto, no me
gusta que toquen mis cosas, y mucho menos que jueguen con ellas y me las
rompan. Así que recuerda muy bien esto cuando presentes batalla, Alexis es mi
lacayo, es de mi propiedad, me pertenece. Es mío.
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