domingo, 13 de mayo de 2018

El Lobo del Conde

Capítulo 5. Mío


Estoy confuso, hermano, y tengo la sensación de que estoy metido en un lío. Sin embargo, haré cuanto esté en mi mano para que Alex permanezca a mi lado.
Nota dirigida a Edward Lars.

Los días siguientes fueron extraños para Vince y Alex. Tras la discusión, y la repentina confesión del conde, ambos estaban envueltos en una tranquila tempestad. Su relación no había cambiado, pero sí los sentimientos que sentían el uno hacia el otro.
Sin embargo, estos eran confusos y ninguno se atrevía a hablar de ello. Vince seguía con sus tareas, pero cada dos por tres le venía Alexis a la cabeza, acompañado de ese mismo ardor en el vientre que sintió mientras lo veía montar. Deseaba algo, y a medida que pasaban los días creía saber qué era, pero no quería  reconocerlo. Era completamente irracional.
Alex estaba aún más confundido. Se sorprendió mucho cuando hizo aquel gesto de cariño en la colina, y no comprendía por qué. Lo que sí sabía era que el afecto que sentía hacia Vince estaba aumentando de un modo incomprensible, y que eso no le convenía. No quería estar tan ligado a un noble. No era bueno para él.
Pero lo que más lo desconcertaba eran sus sueños. No le había visto el rostro, pero estaba seguro de que era Vince quien le acariciaba en esa habitación oscura con los labios, mientras sus manos ascendían por sus muslos hasta que… Siempre era el mismo sueño, y cada vez que se despertaba, notaba una ardiente sensación en el vientre y tenía la cara sonrojada.
Cuando veía a Vince la cosa no mejoraba. Sus mejillas ardían y tenía que hacer un gran esfuerzo por ignorar el cosquilleo de sus muslos y otras partes más íntimas de su cuerpo. No reconocía esa reacción ni sabía lo que significaba, pero sentía que no era algo normal…
En ese momento, estaban en su despacho. El conde hacía sus tareas mientras que el lacayo estaba enfrascado en una obra de teatro. Incluso cuando este no tenía nada que hacer, Vince le pedía que se quedara con él y leyera cualquier cosa. Así, mientras él estaba absorto en el libro, escuchó que el conde resoplaba, algo que le hizo sonreír.
—Los nobles no resoplan, Vince. No es de buena educación.
—A la mierda la educación. Odio las fiestas.
—¿Una invitación? ¿De quién?
Le lanzó la carta sobre el libro. Al ver la firma, dejó escapar una risilla divertida.
—No tiene ni pizca de gracia —gruñó el conde.
—Vamos, no pierdes nada por ir. Piénsalo, estaréis rodeados de gente y podrás ver a tu querida señorita Redfox…
Vincent hizo como si se estremeciera.
—La sola idea de ir con esa… ¿Cómo las llamas tú?
—¿Buitres?
—Eso. La idea de aterrizar en su nido me pone los pelos de punta. —Repentinamente, sonrió—. Piénsalo, Alex, tendrías que servirla todos los días. —Hizo que su tono de voz fuera más agudo—. ¡Alexis! ¿Quién te ha dado permiso para ir a montar cuando deberías estar dirigiendo mi carruaje? ¡Te quitaré esa bestia y la serviré de plato principal en mi próxima fiesta!
El lacayo dejó escapar un gruñido, algo que lo sorprendió.
—Si ese buitre toca a mi caballo poco me importa que sea tu esposa, desaparecerá y te aseguro que nadie volverá a verla.
Superada la sorpresa, rio alegremente. Era curioso, pero tenía la sensación de que Alex comenzaba a disminuir la altura de la muralla que siempre se interponía entre él y el resto del mundo. Y, además, lo estaba haciendo solamente con él.
La idea le gustó mucho más de lo que esperaba.
—Tengo curiosidad, ¿qué harías con ella?
Esta vez no fue tan divertido. Sintió un escalofrío al ver su sonrisa torcida.
—Echarla a los lobos.
Le habría gustado hacer algún comentario al respecto, pero en ese instante, un lacayo llamó a su puerta y anunció:
—Milord, tiene una visita.
Al instante, Alex cerró su libro y se levantó de un salto, alzando de nuevo la muralla y cambiando su expresión. En ese momento, volvían a ser conde y lacayo.
Cómo odiaba esos cambios.
—Hazla pasar.
Esta entró y, en ese mismo momento, Alexis palideció.
Su visita no era otra que Christine, quien, al reparar en Alex, se paró en seco y lo miró fijamente como si acabara de ver un fantasma. Sin embargo, no tardó en superar la sorpresa y en empezar a sonreír, una sonrisa que supuso que Alex no le devolvió.
—Alexis…
Empezó a ir hacia él mientras abría los brazos. Vince esperó que este se apartara o retrocediera, pero parecía paralizado. Aunque era obvio, por la expresión de sus ojos, que no quería permanecer en esa habitación junto a ella ni cinco segundos más.
Su reacción fue instintiva, ni siquiera lo pensó. Antes de darse cuenta, se había interpuesto entre la condesa y su lacayo, quien pareció despertar de un hechizo y le miró con los ojos muy abiertos.
Christine, por su parte, pasó de ser una joven alegre por haber encontrado a Alexis a una loca histérica.
—¿Qué crees que estás haciendo? ¡Alexis! ¡Alexis! ¡Te he estado buscando todos estos años! ¡Habla conmigo! ¡Alexis! ¡Por favor! ¡Alexis!
Fue extraño y curioso cómo cambió su opinión respecto a Christine únicamente por esas palabras. Si antes la había calificado como la más adecuada para ser su esposa, ahora no la soportaba. No le hizo ni pizca de gracia su forma de levantar los brazos hacia Alex, como si fuera su posesión, ni tampoco esa manera desesperada de llamarle.
Así, sin miramientos, la empujó hacia atrás y, con un rápido movimiento, cogió a Alex de la muñeca y lo llevó fuera de su despacho, el cual cerró con llave con una furiosa condesa dentro.
—¡Mi señor! —exclamó el lacayo que había traído a Christine—, ¿pero qué está…?
—Que no salga de aquí en cinco minutos, vuelvo en seguida. —Miró a Alfred, que estaba limpiando en ese momento—. Vaya a la habitación de Alexis y hágale una maleta pequeña, con lo necesario para tres días. ¡Rápido!
Aunque confuso, Alfred asintió y subió corriendo las escaleras. Mientras, este llevó a Alex hacia los establos.
—Vince, ¿qué…?
—No voy a dejar que esa loca te ponga la mano encima —dijo en un gruñido, recordando con una desagradable sensación cómo la condesa había alzado esas manos semejantes a las zarpas de un gato que intentaban atrapar al pájaro… Un pájaro de su propiedad—. Vete a Wellington lo más rápido que puedas, yo iré en cuanto me haya librado de ella…
—Vince.
Por entonces él ya estaba ensillando a la belleza negra de Alex, quien le miraba con una expresión en los ojos que no había visto nunca.
—¿Qué?
Su lacayo miró de un lado a otro, comprobando que no había nadie, después se acercó a él y, tímidamente, le abrazó.
—Gracias.
Al principio, no supo qué hacer. Era la primera vez que Alex y él tenían un completo contacto físico. Sentía cómo los músculos de su pecho se hinchaban con su respiración, sus muslos contra los suyos, su fuerte abrazo, como si… Como si no quisiera dejarle.
Cuando Alex iba a apartarse, él le devolvió el abrazo. Cerrando los ojos, disfrutó del momento… hasta que una imagen inesperada apareció en su mente; eran Alex y él, en una cama, abrazándose igual que en ese momento, solo que tumbados y totalmente desnudos mientras sus labios se fundían en un beso intenso y apasionado.
Fue sorprendente, pero en absoluto desagradable. Al contrario, notó la excitación subiendo por sus ingles y aterrizando en un lugar que se suponía estaba reservado solo para las mujeres.
Se apartó un tanto brusco, confuso pero controlado. Lo primero era sacar a Alexis de allí cuanto antes.
—Date prisa. La entretendré el tiempo suficiente para que le saques ventaja en el caso de que se atreviera a seguirte. Venga, ¡vete!
Alex asintió y, de un buen salto, montó en su hermosa montura. En ese instante llegó Alfred corriendo y jadeando, y con una bolsa al hombro que enganchó a la silla del caballo.
—No sé lo que pasa —dijo mientras la ataba—, pero sea lo que sea, espero que estés a salvo.
Alexis le sonrió antes de espolear al caballo y salir cabalgando a toda velocidad bajo los copos de nieve que caían lentamente al suelo.
Alfred y él lo miraron hasta que desapareció.
—Señor, ¿me permite una pregunta?
Miró al joven lacayo, quien seguía con la vista fija en la salida.
—Adelante.
—¿Alexis está metido en un lío?
Le revolvió el cabello al muchacho.
—No, porque voy a cortarlo de raíz en este mismo instante —dijo mientras daba media vuelta y se dirigía con elegantes y rápidas calzadas hacia su despacho.
Ahora estaba seguro. Todo encajó en su cabeza con tal claridad que le sorprendió no haberse dado cuenta antes. Lo que sentía por Alex iba más allá de la amistad, era algo físico y primitivo, tal vez fuera extraño, pero si era lo que deseaba lo tendría.
Sería suyo. Y esa zorra no iba a quitárselo.
No se sorprendió al entrar en su despacho y ver que todos los libros estaban desperdigados por doquier, los papeles por el suelo y la tinta desparramada, manchándolo todo de negro. Era como si alguien hubiera intentado robarle.
Lo único que permanecía sereno era la condesa, quien estaba sentada en la silla enfrente de la mesa con las manos en el regazo y la barbilla alta.
—Disculpe mi actitud, milord. Ha sido muy descortés entrar de esa forma y comportarme como una vulgar pueblerina. Perdone mi descaro, por favor.
Ocultó su furia con una máscara impasible. Conocía el juego y sabía las reglas mejor que nadie. Bajo el frío velo de la cortesía y la buena educación, tanto Christine como él iban a empezar una guerra por Alexis.
Lo que ella no sabía era que llevaba todas las de perder.
—No tiene importancia, debe de estar muy alterada. —Señaló la puerta—. Por favor, acompáñeme a la sala este, tomaremos el té mientras un par de sirvientes limpian todo esto.
Con toda la elegancia que cabía esperar de una dama, Christine se levantó y le siguió por los pasillos. Vio por el rabillo del ojo que, con mucha discreción, observaba a cada lacayo que pasaba por su lado o que sencillamente hacía sus tareas. No pareció sorprendida al no encontrar lo que estaba buscando.
Una vez en la sala, les sirvieron el té… momento en el que la batalla estaba a punto de comenzar. E iba a ser él quien diera el primer golpe.
—Dígame, lady Nottingham, ¿a qué ha venido?
Ella dio un sorbo con mucha tranquilidad, probablemente eligiendo las palabras adecuadas para responder.
—Le prometí que le contaría algo por haberme socorrido hace ya una semana. Aunque intuyo que ya sabe lo que estaba buscando.
—Así es, y me intriga mucho ese curioso interés por mi lacayo. —La miró fijamente, procurando ocultar su rabia por dentro y concentrándose en hablar como un conde—. Sabe que lo que desea es imposible, ¿verdad?
—Soy muy consciente de mi posición social, lord Norfolk, y no soy ninguna estúpida. —Tomó otro sorbo y le miró con intensidad—. Amo a Alexis. Desde que entró a mi servicio le he deseado. Tal vez no pueda casarme con él, pero puedo tenerle de todas formas si él me diera una oportunidad.
—¿Y cómo piensa tenerle?
—Es más sencillo de lo que parece. —Dejó la taza sobre la mesita y sus ojos se posaron sobre los suyos con seriedad—. Me casaré con usted, lord Norfolk.


Alex se detuvo en la cresta de una colina para mirar atrás. Estaba preocupado por Vince. No quería que se metiera en problemas por su culpa, sabía muy bien de lo que Christine era capaz con tal de tener lo que deseaba, incluso si tenía que recurrir a métodos ilegales y horribles.
No quería dejarlo solo con ella, pero tampoco se atrevía a volver y plantarle cara. Además, no estaba muy seguro de poder mantener el control si hablaba con Christine… Había soñado demasiadas veces con estrangularla.
Tras unos instantes de duda, siguió su camino hacia Wellington. Vincent era el conde de Norfolk, seguro que podría apañárselas, y si Christine se atrevía a hacerle daño o a perjudicarle de cualquier manera…
Los lobos deformarían ese bello cuerpo del que tanto se enorgullecía. Y después, él mismo acabaría con su vida.


—Perdone, creo que no la entiendo. —Era una gran mentira, pero no acababa de creerse lo que la condesa le acababa de decir. Le había evadido a propósito todo este tiempo, y ahora que había encontrado a Alex estaba más que dispuesta a casarse con él.
La condesa sonrió levemente.
—Lord Norfolk, los dos sabemos que usted no desea casarse; el matrimonio para usted no es más que una molestia, y todos saben que desprecia a las mujeres chismosas y superficiales. Usted busca una compañera que comprenda sus necesidades, y yo las entiendo a la perfección.
Entrecerró los ojos y cruzó los brazos mientras se reclinaba en su asiento.
—No me diga.
—Sé que no quiere estar atado a ninguna mujer, le da igual la que sea. Yo no pondré ninguna queja y le aseguro que seré muy discreta en lo que a sus amantes se refiere. Por supuesto, cuento con su propia discreción, no nos conviene a ninguno manchar nuestra reputación. Y estoy dispuesta a darle el heredero que necesita.
—Y a cambio quiere…
Los ojos de Christine brillaron con fría astucia.
—Deseo a Alexis como lacayo personal. Solo obedecerá mis órdenes y únicamente me servirá a mí y a nadie más. Por supuesto, no realizará las tareas del resto de sirvientes, solo las que yo le ordene.
Tenía que reconocer que la propuesta era tentadora. Si se casaba con ella, su madre le dejaría en paz y no tendría que preocuparse porque armara un escándalo si le pillaba con otra mujer.
Solo había un problema: y no solo era que deseaba a Alexis, sino que no quería traicionarle. Su amigo confiaba en él, lo había demostrado en los establos, con ese abrazo… y prefería quitarse la vida antes que ganarse su rencor. Además, esa mujer quería hacer de él un esclavo, y no uno cualquiera, sino uno sexual. Como si fuera una puta. La idea de que Alexis acabara de esa forma hizo que se enfureciera.
Sin embargo, controló su ira lo mejor que pudo y le respondió:
—Aunque me halaga su oferta, mucho me temo que debo rechazarla, lady Nottingham.
Esta se quedó con la boca abierta. Le entraron ganas de reír, pero mantuvo su máscara impasible con éxito.
—No… No lo entiendo.
—Tengo intención de hablar con mi madre y convencerla de que mi hermano pequeño herede el título de conde en cuanto regrese de la guerra. Así, yo podré seguir haciendo mi vida sin necesidad de casarme. No se ofenda, pero tal y como ha dicho, no me gusta estar ligado a ninguna mujer… Y vivir en la misma casa que usted me parece demasiado comprometido, por no hablar de que estaría faltándole al respeto a Dios rompiendo un juramento tan sagrado como lo es la fidelidad.
Tras una breve pausa, Christine asintió.
—Entiendo. En ese caso, permita que me lleve a Alexis. Estoy segura de que no echará en falta a uno de sus lacayos…
—Ah, me temo que en eso tampoco puedo complacerla.
Sonrió desvergonzadamente al ver la expresión iracunda de la condesa.
—No tienes intención de dejar que Alexis venga conmigo, ¿verdad?
—Las cosas no son así, mi lady. Si Alex no quiere ir contigo, no dejaré que le pongas la mano encima. —Se encogió de hombros—. Es así de sencillo.
—¿Alex? —Christine le miró con el ceño fruncido—. ¿Llamas así a un sirviente cualquiera?
—Soy yo el que debería preguntar por qué una mujer de alta cuna como tú se ha enamorado de un sirviente cualquiera, como dices. —Le lanzó una mirada gélida—. Alex estuvo a mi servicio antes de conocerte, es mi amigo. Así que ten mucho cuidado al hablar de él.
La condesa se levantó con ojos chispeantes, como si una tormenta acabara de entrar en ellos y estuviera a punto de lanzarla contra él.
—No me das miedo, Vincent Lars. Ambos tenemos el mismo título, puedo destruirte con una sencilla orden.
Este le dedicó una sonrisa torcida mientras se levantaba y la miraba desde toda su estatura.
—Adelante, Christine, me muero de ganas por ver cómo te remueves en el barro. —Su sonrisa desapareció—. Pero te lo advierto, no me gusta que toquen mis cosas, y mucho menos que jueguen con ellas y me las rompan. Así que recuerda muy bien esto cuando presentes batalla, Alexis es mi lacayo, es de mi propiedad, me pertenece. Es mío.

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