domingo, 22 de julio de 2018

Próximamente...




Hace más de quinientos años, se libró una batalla entre los dos dioses que rigen el mundo: Tanri, deidad de la vida y protector de los hombres, y Zeker, señor de los muertos y regente del inframundo. Dicha contienda terminó con Tanri sumamente débil y vulnerable, pero victorioso, pues Zeker fue confinado en una prisión de la que no puede escapar… por ahora.
Con sus últimas fuerzas, el dios de la oscuridad creó a los naik, seres humanos cuyos cuerpos han sido poseídos por los espíritus de diez demonios, destinados a liberar a Zeker, sumir el mundo en las tinieblas y esclavizar a la humanidad.
O eso dice la leyenda.
Tras un largo camino, Yilan ha logrado reunir a cuatro de sus hermanos: Irsis, Alev, Kafa y Suh, pero todavía quedan otros cinco naik por encontrar y no todos ellos querrán unirse a su causa y liberar a Zeker. Además, el rey de Siyagun sigue dispuesto a todo con tal de eliminar a Yilan y Kinskalik aún no ha utilizado su última carta.
Su recorrido incluye llegar hasta las altas montañas de Feryat Dag, dominada por los hombres lobo, ser perseguidos por los mercenarios a lo largo y ancho de Damavand, el descubrimiento de un dios oculto, pero, sobre todo, hacer frente al pasado y a sus propios temores.
Porque si no son capaces de superar sus miedos y dejar atrás sus viejos rencores, no podrán hallar al último de sus hermanos.

lunes, 2 de julio de 2018

La Sombra de la Destrucción

Capítulo 7. Contrabandistas


Yeralti Vala

El capitán observó las dunas, concentrado en buscar alguna forma de que esa salamandra no acabara con él y sus hombres antes de llegar al otro lado de Yeralti Vala.
La caja que les dio el vasi no funcionaba, el sacerdote se lo había advertido pero, ahora que estaba muerto, lo intentó sin éxito. Tampoco podía enfrentarse a una criatura que escupía veneno y fuego con sus armas, pues estas no le afectaban gracias a su poderosa armadura.
Pero no podía rendirse. Aquella misión era demasiado importante como para fracasar. Dependía de él y sus hombres derrotar a los naik y salvar al rey de la venganza de Damballa.
—¿No podéis cruzar?
Cuando se dio la vuelta, vio a alguien cubierto por una capa y una capucha que escondía su rostro. Por la voz y la estatura, le pareció que se trataba de un hombre, pero su intuición le dijo que lo que había frente a él no era humano.
—¿Quién eres?
El desconocido tendió la mano, una mano negra de largas uñas que le resultaba muy familiar. Era el vasi, el mismo que le entregó la caja al rey y que lo salvó de la tormenta de arena.
—Dame la caja. Os ayudaré.
El capitán, aunque con recelo, obedeció. Después, el vasi alzó el vuelo, levantando una nube de arena que le impidió ver a dónde iba. Pero no tardó en adivinarlo cuando escuchó los llantos y gritos que salieron de la caja y que parecían provenir del cielo.
La salamandra, que volvía a enterrarse en las dunas, gimió y empezó a soltar por la nariz grandes llamaradas que el guardián detuvo creando una barrera dorada que envolvió a la criatura.
Ahora, ¡marchaos! —le gritó al capitán en su cabeza.
Este movilizó rápidamente a sus tropas y cruzaron las dunas como si el Maligno los persiguiera. Durante todo ese tiempo, miraban temerosos la barrera, que parecía estar a punto de romperse cada vez que Zehir le daba un fuerte golpe con la cola que la hacía temblar.
Cuando estuvieron a salvo, el vasi se alejó de la salamandra a una distancia prudente para después deshacer la barrera, dejando libre al animal, quien no se movió de donde estaba a pesar de que podía alcanzar a los soldados y al guardián sin dificultad.
Por su parte, el vasi desapareció en el cielo sin dejar rastro de su presencia. Solo el capitán vio la caja que le había dejado, sin que se diera cuenta, en su bolsa de viaje.


Dumanli Dag, Kurakarazi

Parecía imposible, pero por fin habían llegado a Dumanli Dag. Se trataba de una ciudad rodeada de bosques frondosos y oscuros, los cuales eran cuidados por los agricultores que recolectaban sus frutos y donde los ganaderos traían sus rebaños para que pastaran. Esa zona de Kurakarazi era conocida por la buena madera, sobre todo la de roble, y la habilidad de sus habitantes para trabajarla.
—No me puedo creer que ya estemos aquí —comentó Irsis, quien miraba emocionado la plaza del mercado, probablemente atento a la bolsa tintineante que acababa de sacar uno de los soldados que compraba en una tienda de joyas—. Eso es, amigo, cómprale algo bonito a tu mujer, que yo me cobraré el resto…
—No hemos venido a robar, Irsis —le advirtió Yilan, quien iba encapuchado, evitando así que la gente reparara en su cabello claro y su tez pálida.
—Ya lo sé, pero cuando la oportunidad llama a la puerta, yo le abro y le digo: “Hola, preciosa, ¿a dónde me llevas hoy?”.
—Irsis…
—Vale, lo pillo. —Irsis cruzó los brazos e hizo un puchero, como si fuera un niño pequeño—. Le diré que mi hermano mayor no aprueba nuestra relación.
—Pero si vuestra relación no tenía futuro —le siguió la broma Zhor con una sonrisa burlona.
El joven, decidido a ganar aquella discusión amistosa, continuó el juego.
—Está bien, teníamos pequeños problemas…
—Yo te diré lo que tienes pequeño.
—¡Eh! Ahí sí que no entro, cerdo impotente.
—¿Qué me has llamado, niño?
—¿Siempre están así? —preguntó Alev, que empezaba a tener dolor de cabeza.
—La verdad es que desde el primer día supimos que Zhor es muy discutidor —contestó Shunuk, que pese a parecer ajeno a lo que lo rodeaba había escuchado toda la riña—, pero no esperaba que siguiera las… curiosas bromas de Irsis.
—Bueno, aún es un niño.
—¡Eh, Alev! Te he oído, luego tendremos una charla —dijo el muchacho, mirando amenazadoramente a su hermano, quien alzó las manos como diciendo que se rendía.
—Yo no he dicho nada.
Antes de que Irsis replicara y llamara la atención de todos los que los rodeaban, Yilan decidió poner orden.
—Chicos, encuentro muy divertidas vuestras discusiones, pero ¿podéis esperar a que hayamos descubierto algo sobre el naik que hay aquí y evitar montar un espectáculo? No es que a mí me importe, pero si nos pillan armando mucho jaleo tal vez nos interroguen y nos registren, y entre que la espada de Zhor lleva el símbolo de Siyagun y yo soy de las Tierras Pálidas… No sé, puede que se hagan preguntas. ¿Vosotros qué pensáis?
En un instante, la discusión terminó sin un ganador.
Se alojaron en una posada de los suburbios, lejos del castillo del general que gobernaba la ciudad y también de los soldados. La mayoría se sintieron cómodos y seguros allí, incluido Alev, que había pasado toda su vida en un barrio de clase media. El que se sentía inquieto era Zhor, pues sabía que los nobles no debían meterse en callejones donde pudieran apuñalarles en cualquier esquina.
—¿De verdad vamos a quedarnos aquí? —preguntó mientras miraba por la ventana a la gente que caminaba por la calle vestida con harapos, vagabundos que peleaban por un trozo de pan podrido y hombres que intercambiaban pequeñas bolsas por dinero. Fueron estos últimos quienes más llamaron su atención—. ¿Qué son esas bolsas?
Curioso, Irsis se acercó a él para ver a qué se refería. Frunció el ceño al fijarse en la bolsa al mismo tiempo que hacía una mueca de desagrado.
Gesem, ¡puaj! —respondió antes de apartarse y regresar a su tarea; descoser la almohada para esconder una pequeña bolsita de cuero y volver a coserla con un hilo y una aguja que le había prestado Shunuk.
—¿Qué es eso?
—Droga, básicamente, una a la que te puedes enganchar muy fácilmente. Ni siquiera los médicos la usan con sus pacientes para que no sientan dolor, y eso que al parecer es muy efectiva…
—¿Quién compra esa mierda?
—Los nobles. Son los únicos con suficiente dinero como para comprarla. —Observó a Zhor con los ojos entrecerrados—. No te acerques tanto a la ventana, alguien podría verte.
—Bueno, ¿y qué?
—Que en esta clase de barrios es mejor ser invisible. Si llamas la atención, irán a por ti.
Zhor negó con la cabeza antes de sentarse en el suelo y sacar su espada para afilarla. No comprendía los suburbios de las ciudades, nadie te hacía daño a menos que llamaras la atención, en cuyo caso, ¿te atacaban?
—¿Qué quieres decir con eso, Irsis?
Yilan, al ver que el muchacho no encontraba las palabras exactas para explicarse, decidió hacerlo él.
—En los barrios bajos hay un par de reglas que debes seguir a menos que quieras acabar muerto.
—¿Reglas? Creía que precisamente por la falta de normas es peligroso andar por estos sitios.
—Esta es la parte ilegal de la ciudad, todo el mundo comete crímenes aquí o en las calles donde vive la gente de clase media e incluso alta. Y como las personas saben que todos tienen algo que ocultar aquí, se aseguran de parecer invisibles.
—¿Por qué?
—Porque en cuanto alguien llama su atención, te persiguen —respondió Irsis—. Y cuando te persiguen, descubren cosas de ti y, cuando eso pasa, llaman a los soldados para que te cojan a cambio de una recompensa.
—¿Creéis que nos harán lo mismo a nosotros?
—Seguro —dijo Yilan con una sonrisa—, de hecho, eso es exactamente lo que queremos que hagan.
    

Si había algún contrabandista del que podías fiarte, ese era Siyaret Ish. Negocio discreto, sin testigos, dale la pasta, te dará mercancía de calidad y te dejará tranquilo. No se la des… y acabarás tus días en un callejón devorado por las moscas y los perros callejeros.
Sí, él olía a kilómetros los buenos negocios, y acababa de ver uno interesante. Un hombre alto y robusto, envuelto por una capa, estaba vendiendo un soluk a un joven que parecía ser el mensajero de algún noble. Ambos hablaban en susurros sobre el precio mientras el extranjero mantenía la cabeza baja en señal de sumisión.
Debía reconocer que era un buen trofeo. El soluk era muy alto y corpulento, con una buena masa muscular y poderosas extremidades. Como todos los del continente norte, tenía la piel pálida y el cabello rubio platino. La única rareza que poseía eran los ojos, de un verde muy oscuro.
—Deberías prestar más atención a la gente que pasa por tu lado.
Al darse la vuelta, se encontró con un hombre de cabello castaño y ojos almendrados que lo cogió por el cuello sin miramientos y lo empotró contra la pared sin cambiar en absoluto su expresión.
—Ya lo tengo, chicos.
Los tres hombres que hablaban en susurros se acercaron, uno de ellos cojeando, hasta el desconocido que lo mantenía sujeto. Detrás de este, apareció un muchacho que seguramente era el más joven de todos y que le resultaba familiar sin saber por qué.
—Y Zhor creía que este plan era una estupidez —comentó el chico con una enorme sonrisa—. ¿Cuánto me debes…?
—¿Qué te he dicho sobre las apuestas, Irsis? —le reprendió el otro joven de cabello castaño y ojos dorados, el que le había parecido el mensajero de algún noble.
Un momento. ¿Irsis? ¿Ese no era…?
—¿Tú eres Irsis? —le preguntó con los ojos abiertos, percatándose de que la descripción coincidía perfectamente con el chico.
Todos lo miraron con desconfianza y las manos entre sus ropas, probablemente sobre las empuñaduras de sus armas.
—¿Me conoces? —El joven lo miró con esos oscuros ojos, cargados de una obvia amenaza. Lo mejor que podía hacer era andarse con cuidado; si ese era el mismo Irsis del que le había hablado su primo, tenía que procurar caer bien.
—Tú eres el socio de mi primo Zagan, ¿verdad?
El joven se sobresaltó y le escrutó con la mirada.
—¿Eres Siyaret?
—El mismo.
A pesar de su afirmación, no parecía muy convencido, razón por la que le pareció que miraba al soluk unos instantes. Este asintió y el hombre que lo sostenía lo soltó.
—¿Qué hace el contrabandista de armas más famoso de Asikhava en Dumanli Dag? —le preguntó Irsis.
—¿Qué hace el mejor amigo de mi primo lejos de Aragili?
—Trabajo.
—Yo también. —Se irguió y observó a sus acompañantes con perspicacia—. Pero lamento decirte que, a diferencia de tu afirmación, es cierto que estoy aquí para vender mis servicios a aquel que los necesite, y a buen precio.
Irsis entrecerró los ojos.
—No creo que te guste la respuesta.
—Por eso suele decirse que la curiosidad mató al gato, ¿no?
Sus ojos negros parecieron ver a través de su alma, algo que le provocó un escalofrío. Había algo en ese chico que no acababa de gustarle. ¿Con qué clase de personas se relacionaba Zagan?
—Estoy aquí por el naik que vive en el volcán.
Palideció al escucharlo. No, no le gustaba nada esa respuesta.
—¿Para qué coño quieres a ese naik? Te hará trizas en cuanto te vea. Ese monstruo amenaza a los ciudadanos con matarlos a todos a menos que le traigan de comer. Y no es por hablar, pero las raciones son muy grandes…
—¿Es cierto que vive en el volcán?
—¡Y yo qué sé! Nadie ha entrado ahí dentro para averiguarlo. Pero, en serio, ¿qué quieres hacer con él?
—Llevármelo.
—¿Una recompensa a cambio de la muerte? Ese es un precio muy alto, no vale la pena.
—¿Quién ha dicho que vaya a entregarlo a los soldados?
Iba a empezar reír, pero al ver la sonrisa diabólica del joven supo que hablaba en serio. ¡Será chiflado!
—¿Y qué vas a hacer con él?
—Ya te lo he dicho, voy a llevarlo conmigo. Y antes de que digas nada más, tienes a tres naik enfrente, así que mide tus palabras. No me gustaría matar al primo de mi mejor amigo.
No dijo nada, solamente observó a los cinco hombres que había a su alrededor. ¿Quiénes de todos ellos serían los que traerían de vuelta al Maligno y condenarían a la raza humana a un mundo de oscuridad? Espera, ¿por qué pensaba en eso? Nunca había creído ni una sola palabra de lo que decían los sacerdotes. Todo aquel que tuviera dos dedos de frente sabía que dirían que los cerdos ponen huevos si les pagaban.
—Mira, Siyaret —le llamó Irsis—, me da igual lo que pienses mientras nos digas cómo nos ponemos en contacto con ese naik. Es lo único que queremos saber.
Volvió a observar a todos los hombres, esta vez más tranquilo, antes de encararse a Irsis.
—¿Sabe mi primo que su mejor amigo ayuda a los naik?
—Zagan fue la primera y única persona a la que le he dicho lo que soy. ¿Cómo crees que le salvé la vida cuando nos conocimos?
Siyaret asintió y se quedó pensativo. Si su primo mantenía una relación estrecha con Irsis a pesar de saber que era un demonio… entonces significaba que podía confiar en él.
—Si insistes… Una vez a la semana, los savazan[1] concretamente, los ciudadanos traen comida a los pies del volcán. No sé si ese naik al que buscas vivirá allí o no, pero estará el savazan por la noche para recoger el alimento.
Irsis asintió y colocó una mano en su hombro.
—Gracias.
Se encogió de hombros.
—No hay de qué.
—Si quieres un consejo —le dijo el hombre que cojeaba con expresión tranquila—, márchate de la ciudad cuando tengas la oportunidad. Nos están siguiendo soldados de Siyagun con la intención de hacer explotar el volcán, así que esta ciudad será peligrosa dentro de poco.
Siyaret asintió antes de despedirse de Irsis y el resto con una sonrisa dubitativa, sin estar muy seguro de qué pensar de aquel extraño encuentro, y sin darse cuenta de la presencia de unos hombres que le echaron miradas furtivas.


—Así que tendremos que esperar —comentó Alev una vez hubieron vuelto a la habitación.
En ese momento, Yilan, Irsis y él discutían cómo proseguir con la búsqueda del naik mientras Shunuk intentaba aliviar el dolor de la pierna de Zhor, el cual había regresado poco después de su encuentro con el contrabandista.
—Eso parece —dijo el más joven, que estaba sentado junto a la ventana, observando inquieto las sombras que cruzaban furtivamente la calle—. Por cierto, hace tiempo que quería comentaros algo, pero entre Avsil y Zehir no había tenido tiempo de contároslo.
—¿De qué se trata?
—Tuve un sueño, o mejor dicho, entré en el sueño de uno de nuestros hermanos. —Tanto Yilan como Alev se sobresaltaron, hasta Shunuk detuvo un instante su tarea, pero esperaron a que continuara—. Al principio no sabía dónde estaba, pero lo comprendí cuando un perro negro enorme me exigió que me fuera de su sueño.
—¿Un perro negro? —Yilan se rascó la barbilla al mismo tiempo que trataba de recordar cuál de todos sus hermanos se transformaba en ese animal—. Si no me falla la memoria, ese naik podía controlar la tierra y la lava, además de expulsar humo. Creo que su nombre era…
—Guayota —terminó de decir el muchacho—. Ese es uno de los nombres que me dijo. El otro creo que era…
El ruido del cristal roto lo interrumpió. Todos dieron un salto al ver que la ventana junto a la que estaba Irsis se rompía en diminutos pedazos. Este no se atrevió a asomarse, pero sí a observar a través de la cortina andrajosa las figuras que se escondían tras las casas.
—¿Qué ha sido eso? —murmuró en voz baja.
Alev se arrodilló cerca de donde estaba y cogió algo del suelo.
—Una piedra —respondió antes de mostrársela—. ¿Pero quién…?
Irsis cogió una capa y salió por la puerta sin darles tiempo a sus hermanos a detenerlo. Estaba claro que fueran quienes fueran los que les habían lanzado la piedra querían algo de ellos, e iba a averiguar de qué se trataba.
Terminó en un callejón que apestaba a alcohol y a excrementos, algo a lo que ya estaba acostumbrado y que esperaba. Lo que no esperaba era que alguien le colocara una cuerda alrededor del cuello y comenzara a asfixiarlo.
Forcejeó, logrando asestarle un codazo a su contrincante, pero la presión sobre su garganta aumentó y, en pocos minutos, cayó desmayado al suelo.
Lo último que oyó antes de perder el conocimiento, fue el susurro de un hombre ordenando que lo ataran y lo llevaran a la guarida.


Tolant Oda, Zennet

Zekilik trató de no sonreír cuando los vasi agacharon las orejas al verlo. Hacía tiempo que estaba acostumbrado a esa reacción por parte de sus congéneres, debida a que en esos momentos era el guardián más antiguo de todo el Zennet.
Además, todos habían oído hablar de él, ya fuera en sus vidas humanas o en sus nuevas vidas como sirvientes de Tanri. Pero lo importante era que, por ahora, eran lo suficientemente listos para saber que no debían tocarle las narices con el tema de Zeker. Ninguno de ellos aprobaba sus visitas al Gokhabis, ¡como si no hubiera visto sus miradas reprobatorias!, aunque le importaba muy poco lo que pensaran.
De todas formas, era uno de los vasi más respetados, probablemente esa era la razón por la que Kinskalik todavía no había tenido una charla con él. Pero, a juzgar por los ligeros pasos que escuchaba a sus espaldas, eso no tardaría en cambiar.
—Ve al Bahse, ahora —le dijo este cuando pasó por su lado, sin detenerse en ningún momento, de forma que sus compañeros no se dieron cuenta del mensaje.
Sonrió de nuevo mientras salía a los Isinlari y se adentraba en ellos para llegar al Bahse, un bosque extraño al que los vasi no tenían acceso. Corrían rumores de que los dioses realizaban ceremonias secretas entre aquellos robles y secuoyas, pero nadie sabía en qué consistían o por qué tanto misterio en ese lugar. Además, se les prohibió a los guardianes entrar allí hace mucho tiempo.
Cuando estaba al borde del bosque, se quedó quieto, preguntándose qué harían los Antiguos allí. Se imaginó con una sonrisa al bueno de Kish montando orgías y a Dalga planeando un posible asesinato contra alguno de sus pretendientes…
—Tenemos que hablar, Zekilik.
No se dio la vuelta al reconocer la voz del líder de los guardianes, solamente se quedó donde estaba, observando los frondosos árboles entrelazando sus ramas de forma caótica, hasta el punto de no estar seguro de dónde terminaban unas y empezaban otras.
—¿Qué crees que harían los Antiguos aquí?
Le pareció que Kinskalik soltaba una leve risilla.
—Seguro que Kish raptaba mujeres humanas y las traía aquí, o tal vez Dalga asustara a sus posibles futuros maridos…
Soltó una estruendosa carcajada al oírlo.
—Tiene gracia, es lo mismo que he pensado yo.
Kinskalik se colocó a su lado con una sonrisa triste.
—A veces… los echo en falta.
—Yo también, pero ¿qué le vamos a hacer? Tú eres quien mejor sabe que los dioses pueden ser vencidos. Al fin y al cabo, encerraste a Zeker.
—Sabes que no fue una lucha limpia.
—Los dos sabemos que las guerras no se ganan jugando limpio. Yo hice muchas cosas cuando era humano para proteger a los míos… de la misma forma que tú sacrificaste muchas otras para devolverle a Arkadian lo que le pertenecía.
El rostro de su compañero se ensombreció. Probablemente estaría pensando en aquellos tiempos, cuando fue humano, y todas las cosas a las que renunció, incluso a la mujer a la que amaba.
—Fui yo quien decidió sacrificarlo todo por él. No tendría por qué haberlo hecho, confiaba ciegamente en mí y podría habérselo quitado todo. Pero no lo hice porque no quería traicionarle. Es así de simple.
—¿Y qué ha sido de ese hombre, Kinskalik? —le preguntó con tristeza—. ¿Por qué has cambiado tanto en estos quinientos años? ¿Por qué traicionaste a Zeker y Tanri? Ellos también confiaban ciegamente en ti.
Las facciones del vasi se endurecieron y un músculo de su cuello palpitó.
—Porque estoy cansado de ser yo quien renuncie a todo. —Dio media vuelta y se marchó a largas zancadas, pero se detuvo en seco—. ¡Ah! Lo que te quería decir. Me caes bien, Zekilik, y hemos pasado por muchas cosas juntos, así que te pido que no vuelvas a hablar con Zeker. No me gustaría que te pasara lo mismo que a Hainlik.
¡Ja! Si su viejo amigo creía que podía asustarle con eso, es que a pesar de los miles de años que habían estado en el Zennet no le conocía en absoluto.
—¿A mí me das una charla e Iyilik puede pasearse por el Gokhabis como si nada? Eso no me parece justo.
—Iyilik no es como nosotros —respondió, aunque le pareció detectar cierta tensión en su voz—. En su vida humana, cumplió con su deber. Además, a él no puedo hacerle nada —dicho esto, siguió su camino hacia los Isinlari.
Por su parte, Zekilik lo observó pensativo.
“Así que sabe quién era Iyilik en su vida humana… Qué curioso, creía que solo Hasalik, Hainlik y yo lo sabíamos”, pensó con los ojos entrecerrados. No creía que Iyilik se lo hubiera contado pero, entonces, ¿quién se lo había dicho?


Dumanli Dag, Kurakarazi

Siyaret no se molestó en cerrar la puerta con llave. No era necesario, porque no pensaba volver a la ciudad en mucho tiempo. Si lo que le había dicho el tipo cojo que acompañaba a Irsis era cierto, era lo suficientemente listo como para salir de allí por patas. Podía enfrentarse a un soldado, tal vez a dos e incluso tres, pero no podía luchar contra un volcán en erupción, sobre todo si los chiflados de Siyagun iban a hacerlo explotar.
Así que lo que mejor que podía hacer era largarse cuanto antes. Puede que volviera a Aragili para visitar a su primo y contarle su extraño encuentro con su mejor amigo. Seguro que hasta le parecería gracioso…
Justo cuando iba a girar por una esquina, escuchó unas voces inquietas que hablaban en susurros.
—Hay un rastro de sangre, pero no está aquí —dijo una de ellas.
—Eso significa que, sea quien sea el responsable, necesita a Irsis con vida.
¿Irsis? ¿Qué le había pasado?
—¿Qué hacemos?
—Nos dividiremos para encontrarlo. Id a todas las tabernas y escuchad con atención. Alguien tiene que saber dónde está o dónde encontrar al que se lo ha llevado. Pero tenemos que dar con él antes del amanecer.
—¿Crees que escucharon nuestra conversación con ese contrabandista?
—Tal vez. Eso explicaría que se lo hayan llevado.
—Quieren traer a los soldados y entregarlo a cambio de una recompensa, ¿verdad?
—Es la única razón que se me ocurre para mantenerlo con vida. Cualquier otro lo habría matado ya.
—Entonces, démonos prisa.
Siyaret se pegó a la pared para evitar ser visto por los cuatro hombres que desaparecieron en la ligera niebla que acariciaba las calles que estaba a punto de abandonar.
No se movió, no estaba seguro de qué hacer. Él era un contrabandista, lo único que sabía hacer era vender armas al mejor postor para tener algo que llevarse a la boca y un techo donde resguardarse. Sabía luchar, pero no era tan bueno como su primo Zagan, y mucho menos llegaba al nivel de Irsis, por lo que le había oído decir a su primo; así que lo último que necesitaba era meterse en líos con soldados.
De modo que no tenía por qué meterse en los asuntos de un naik al que acababa de conocer, mucho menos intentar hacer algo para ayudarle. Además, con él iban otros dos demonios, ¿no? Entonces no tardaría en estar resuelto.
Así, con la conciencia tranquila, se dirigió a las afueras de la ciudad, dispuesto a abandonarla antes de que los soldados de Dumanli Dag lo pillaran con armas de contrabando y le cortaran las manos, o que los de Siyagun fueran al volcán para hacerlo explotar. No le importaba, solo quería seguir con vida.


Irsis se despertó con la misma sensación que cuando tenía catorce años y se emborrachó por primera vez. Dolor de cabeza, estómago revuelto, y un mareo que le impedía situarse con claridad.
Pero estaba seguro de que esos síntomas no se debían a la resaca, pues el dolor de cuello no iba incluido.
Trató de levantarse, pero se dio cuenta de que sus brazos, sus piernas y su pecho estaban atados. Miró a un lado y luego a otro con lentitud, demasiado mareado para hacer movimientos bruscos. Solo vio lo que parecía ser un almacén subterráneo, con una antorcha iluminando la estancia. Estaba atado a una cama, y a su lado había una mesa pequeña y un par de sillas, en una de las cuales estaba sentado un hombre que le observaba.
—Hola, demonio.
Apenas rodó los ojos al escuchar el insulto.
—Si atas a todos tus invitados de esta forma no te extrañe que en cuanto los liberes se vayan corriendo y no vuelvan.
El hombre esbozó una sonrisa.
—No sabía que los naik tuvieran sentido del humor.
—Eso es porque no me conoces. Una juerga sin mí es como intentar emborracharse con agua.
Su secuestrador rio con ganas.
—Eres muy divertido, casi me da pena tener que entregarte a los soldados.
—Hay una solución para eso, no me entregues.
—Ojalá pudiera hacerlo, pero mi mujer y mis tres hijos necesitan comida. Y hace varios meses que el negocio flojea.
—¿A qué te dedicas?
—Contrabando de drogas.
Estuvo a punto de soltar una risa irónica, pero era lo bastante inteligente como para saber que eso solo lo perjudicaría. Y parecía que se estaba ganando la simpatía del contrabandista.
—¿Y qué esperabas? Estamos en la temporada fría, las plantas se mueren más rápidamente que en primavera o verano.
El hombre lo miró con la cabeza ladeada, curioso.
—¿Entiendes de drogas?
—Me crie en los suburbios, sé lo suficiente de ellas. ¿Y sabes qué?, no son buenas.
El hombre rio de nuevo.
—Precisamente por eso es un negocio seguro. Si eres discreto y tienes material, los clientes nunca te abandonarán y seguirás recibiendo dinero.
—Pero cuando el material escasea, corres el riesgo de que busquen otro vendedor, ¿no es así?
—Sí que es verdad que entiendes de esto. ¿Te importa si te pregunto el motivo?
Se habría encogido de hombros si las cuerdas se lo hubieran permitido.
—Prefiero tener algo de conversación hasta que lleguen los soldados que quedarme callado mirando el techo como un gilipollas. —Sonrió al escuchar que el secuestrador reía de nuevo—. Soy ladrón, me gusta robar cosas, sobre todo dinero. Pero reconozco que alguna que otra vez he fisgado algo de droga.
—¿Por qué?
—Sentía curiosidad y quería probar. Pero no he vuelto a consumir nunca.
Al oírlo, el hombre lo miró estupefacto.
—¿No te enganchaste?
No, le resultó imposible. Sucedió dos años atrás, cuando descubrió el escondite de un contrabandista y decidió coger un poco. Jamás imaginó el efecto que tendría en él al ser un naik. Aún daba gracias a Zeker por conseguir llegar a casa de su abuelo antes de empezar a tener convulsiones y transformarse cada dos por tres en cuervo.
Recordaba la bilis y la sangre mezcladas en la boca, la visión borrosa y el dolor de las transformaciones. Los músculos desgarrándose, los huesos rompiéndose y alargándose… De no ser por su abuelo habría muerto.
—No tiene efecto en los naik —mintió.
—Ya veo. Qué interesante…
En ese momento, entró un hombre alto y corpulento, con espesa barba y mueca malhumorada. Parecía que le hubieran roto la nariz y se la hubiera colocado otra vez.
—¿Estás seguro de que no puedo matarlo? —le preguntó al contrabandista mientras le miraba a él con odio.
—No, Bruc. Tendrás que perdonarle que te haya roto la nariz.
Irsis trató de no sonreír al comprender que ese era el hombre al que había golpeado… y que había estado a punto de matarlo estrangulándolo.
—Sí, Bruc, perdóname y agradece que te haya roto esa narizota de cerdo en vez de esa cosa de la que huyen las mujeres cada vez que la ven.
Bruc se habría abalanzado sobre él de no ser porque el otro hombre lo detuvo.
—Recuerda que lo necesitamos vivo para cobrar una recompensa. ¿O quieres volver a casa con las manos vacías? —Aunque a regañadientes, Bruc dejó de forcejear y se alejó de la cama—. Y tú intenta no provocarle, o acabarás muerto.
El joven dejó escapar un resoplido.
—Oh, qué miedo, estoy temblando como un pollito en invierno —se burló—. ¿Por qué no le dices a mamá gallina que me arrope? Me da miedo esa cosa deforme que tiene tu amigo entre las piernas —añadió antes de soltar un par de carcajadas cuando Bruc intentó atacarle de nuevo y fue detenido una vez más por el contrabandista.
Finalmente, este lo echó de la habitación y le dirigió una mirada envenenada.
—¿Qué coño pretendes?
—Bueno, si voy a morir de todas formas prefiero que sea antes de que cobréis una recompensa. Quién sabe, puede que al final os matéis entre vosotros gracias a mí. —Soltó una risotada al imaginárselo—. La verdad es que me sería de mucha ayuda.
—Ya veo que no eres ningún tonto.
Irsis le dedicó una sonrisa burlona.
—Saldré de aquí, gilipollas. Soy un naik, al fin y al cabo.
—Yo no estoy tan seguro —replicó el hombre con una sonrisa mientras le señalaba el pecho—. Imagino que habrás notado que tienes algo untado en la piel. Es una sustancia de lo más interesante; los médicos la utilizan para paralizar a sus pacientes antes de realizar alguna operación. Además de inmovilizarlos por completo, no sienten nada, ni siquiera dolor… a menos que sea muy fuerte, claro. —Miró al demonio con una ceja alzada—. ¿De verdad creías que iba a enfrentarme a un naik sin estar preparado?
—Tenía un rayito de esperanza —refunfuñó Irsis mientras concentraba sus poderes, pero no le sirvió de nada; notaba los músculos cada vez más rígidos, ya empezaba a resultarle difícil incluso mover los labios o los dedos.
—Lo siento, chico, pero necesito el dinero para mantener a mi familia. —Iba a marcharse de la habitación, pero en el último momento se giró—. Por cierto, el nombre del hombre que te ha atrapado es Kaziran Kimse.
—Y el nombre del demonio que te matará es Irsis —dijo con dificultad, casi entre dientes.
Kaziran solamente sonrió y cerró la puerta tras él. Por su parte, Irsis maldecía para sus adentros. Había pensado en usar una ráfaga de viento para cortar las cuerdas en cuanto se quedara solo y huir pero, aunque lo intentaba, no podía usar sus poderes. Incluso trató transformarse, algo que le resultó muy doloroso además de imposible.
     Solo rezaba para que sus hermanos lograran encontrarlo de alguna manera, aunque no sabía cómo podrían hacerlo.


Yilan esperó con los brazos cruzados a que sus compañeros regresaran.
Estaba muy preocupado por Irsis, habían pasado un par de horas desde que se lo habían llevado y aún no había regresado, lo cual quería decir que su hermano menor no podía encargarse solo de sus enemigos.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por Shunuk, quien hizo un gesto negativo. Poco después llegó corriendo Alev, que los miró preocupado, y finalmente se reunió Zhor con ellos, jadeando y cojeando.
—Por vuestras caras deduzco que no sabéis nada, ¿verdad?
—Nadie sabe nada —dijo Shunuk—. ¿Qué hacemos ahora?
Yilan no lo sabía. No tenía ni idea de dónde buscar. Los suburbios eran extensos, y la gente poco dispuesta a colaborar. Y ellos solo tenían hasta el amanecer para ayudar a Irsis.
—Si es necesario, entraremos por la fuerza en todas las casas hasta que lo encontremos. Si tenéis que amenazar con matar a alguien o matarlo directamente, hacedlo, pero no podemos dejar que le pase nada a Irsis.
—No creo que eso sea necesario.
Todos dieron media vuelta al escuchar una voz que provenía de la esquina. Fruncieron el ceño al ver a un hombre joven con el cabello negro rizado y los ojos castaños que los observaba con cautela y curiosidad.
—¿Quién eres tú? —preguntó Alev mientras agarraba la alabarda que llevaba cruzada a la espalda.
—Vuestro amigo, el contrabandista de armas, ha sido muy valiente al venir a buscarme, así que decidí darle una oportunidad y comprobar si era cierto que había un par de naik en mi ciudad. —Los observó a los cuatro fijamente, como si tratara de descubrir quiénes de todos ellos eran los demonios—. No creo que todos seáis naik, ¿verdad?
—Responde a la pregunta —exigió Alev, colocando la punta de la alabarda bajo su cuello.
El hombre ni siquiera pestañeó, simplemente se levantó la camisa, dejando a la vista su costado derecho, en el cual tenía tatuado un perro negro.
Yilan y Alev se apartaron de la sorpresa. Ese hombre…
—¿Eres Guayota? —preguntó el primero con los ojos como platos.
—Irsis apareció en mi sueño. Creía que solo había sido eso hasta que el contrabandista me dijo su nombre. —Una leve sonrisa se asomó a su rostro—. Me llamo Kafa Kopek, y puedo ayudaros a encontrar a nuestro hermano.


[1]N. del A. Savazan significa día de Sava, es el segundo día de la semana en Tohum.