miércoles, 30 de mayo de 2018

Presa del Demonio

Capítulo 5. Alas


“Eres un ángel que muerde la noche,
para no desgarrar mis alas.”
Alejandro Lanús

Despertó cuando los rayos del sol se filtraron por la ventana de su habitación, iluminando la pequeña estancia e incordiando sus ojos. Los cerró con fuerza e intentó cambiar de postura, pero algo lo tenía firmemente cogido por la cintura. Se cubrió la cara con la mano y observó el brazo de tono tostado que lo abrazaba, pero no fue eso lo que lo sobresaltó. Una gigantesca ala de color chocolate con finas pinceladas doradas tapaba su cuerpo desnudo.
—¿Dariel?
Esta vez, el brazo que lo mantenía sujeto aflojó su agarre y permitió que se girara lo suficiente como para encontrarse con Evar. Un sonrojo cubrió sus mejillas. El demonio estaba completamente desnudo, dejando así descaradamente al descubierto su magnífico torso musculoso, así como sus largas y masculinas piernas y su miembro erecto. Con la cabeza apoyada sobre uno de sus brazos y las alas plegadas, habría sido el ángel más sexy sobre la faz de la Tierra si no fuera porque sabía que era un demonio.
Sus ojos castaños tenían un brillo inquieto.
—¿Cómo te encuentras?
Dariel no respondió, estaba demasiado ocupado devorando ese pecaminoso cuerpo con los ojos. De repente, recordó lo que Evar y él estuvieron haciendo anoche. Su rostro se convirtió en un tomate por la vergüenza.
—Yo… Sobre lo de anoche…
—No me has respondido.
Su tono imperioso le hizo fruncir el ceño. Evar parecía preocupado, a juzgar por su postura tensa y la forma en que lo miraba fijamente a los ojos.
—¿Por qué lo preguntas?
Evar se sentó en la cama sin dejar de cubrirle con una de sus suaves alas.
—Anoche, cuando te toqué… te caíste del sofá y empezaste a temblar.
Esas palabras confundieron a Dariel.
—¿En serio? ¿Por qué? ¿Dónde me tocaste?
El demonio hizo una mueca y se acercó más a él. Alzó una mano y le cogió una nalga. Dariel estalló en llamas nada más sentir su caricia, al menos hasta que sus dedos se aproximaron a una zona que no estaba preparada en absoluto para lo que Evar estaba a punto de hacer.
Se apartó bruscamente, recordando de repente la razón por la que no quería que lo tocara ahí. Inevitablemente, su cuerpo tembló ligeramente, momento en que Evar cogió su rostro entre sus manos y lo obligó a mirarlo a los ojos. Los suyos volvían a ser brillantes por las malditas lágrimas.
Habían pasado muchos años desde entonces, pero aún no había olvidado lo que sintió durante todo aquel tiempo. Tres años. Tres malditos años sufriendo y aguantando, rezando por poder salir de allí cuanto antes y huir para siempre.
—Dariel, mírame.
Él hizo un gesto negativo con la cabeza, intentando apartarse, pero Evar no se lo consintió.
—Dariel, por favor.
Esta vez, al oír su tono suplicante, obedeció. El demonio nunca le había parecido tan humano como hasta ese momento, a pesar de las alas que aún lo cubrían. Su rostro estaba demacrado por la inquietud, tanto que Dariel sintió el impulso de tranquilizarlo pero, antes de que pudiera hacerlo, Evar le acarició las mejillas y se inclinó muy despacio para rozarle los labios.
Dariel se derritió por dentro. A pesar de los amargos recuerdos que aún golpeaban su mente, disfrutó del beso. No era ardiente y apasionado como lo había sido siempre, era una sencilla caricia tierna, de consuelo y afecto.
Cuando se separaron, Evar lo abrazó con los brazos y las alas. Dariel, sin estar muy seguro de dónde estaba su orgullo masculino, se dejó hacer y permitió que le acariciara el pelo.
—¿Quieres hablar de ello? —le susurró en voz baja.
Dariel se tensó por un instante, pero se relajó al sentir que la mano de Evar se deslizaba suavemente por su espalda. Cerró los ojos y se apoyó en su pecho, dejando que la caricia lo calmara.
—No.
El demonio asintió y, durante una hora entera, no se movieron de donde estaban. Evar no ahondó en su pasado, algo que agradeció profundamente y que lo sorprendió. Jamás habría pensado que los demonios pudieran ser tan considerados, aunque teniendo en cuenta la forma en que se puso Evar cuando se enteró de que Nico le había contado lo de Arlet, tampoco debería extrañarle.
Después, Dariel decidió despejarse dándose una ducha rápida. Percibió la presencia de Evar al otro lado de la puerta, paseándose de un lado a otro, todavía inquieto. No pudo evitar sentirse un tanto conmovido. Que él recordara, nadie se había preocupado tanto por él. Desde su infancia había sido un chico solitario, por lo que no había tenido muchos amigos, y cuando descubrió sus poderes, no le fue mejor.
Las únicas amistades que había tenido realmente eran April y Matthew.
Al salir del baño, se topó con Evar. Se había vestido con unos vaqueros oscuros y una camiseta blanca de manga corta, y sus alas habían desaparecido.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Dariel asintió y, un tanto avergonzado, murmuró:
—Gracias por lo de antes.
Evar inclinó levemente la cabeza y le acarició una mejilla áspera por la ligera barba con los nudillos. Casi se le cerraron los ojos. No entendía cómo podía permitir que lo tocara de esa manera… Bueno, sí, claro que sabía que le encantaba que lo acariciara, pero seguía sin saber por qué no se resistía.
Tal vez aún necesitara un poco de contacto humano después de todas las cosas desagradables que había recordado ese día.
Entonces, el demonio se apartó y fue al salón. Dariel lo siguió al ver que se dirigía allí decidido.
—Tu amiga humana ha llamado mientras te duchabas. Quería saber si esta noche te apetecía salir. —Hizo una pausa con una ligera sonrisa divertida en los labios—. Le ha sorprendido mucho que estuviera aquí y me ha preguntado el motivo. No sé por qué, pero tengo la sensación de que ha malinterpretado nuestra relación.
Dariel lo miró con cara de pocos amigos.
—¿Qué quieres decir?
—Creo que piensa que, como yo no tengo casa aquí y te salvé de esos supuestos atracadores, me has compensado con… ciertos placeres. —La sonrisa del demonio se ensanchó mientras que el semidiós se sonrojaba.
—Ahora la llamaré. Y de paso, le aclararé ese pequeño malentendido —dijo tras coger el teléfono y marcar el número.
Repentinamente, sintió el poderoso pecho de Evar a su espalda. Sus labios rozaron su hombro, su cuello y su oreja, en una caricia erótica que de inmediato lo puso a cien.
—No es necesario que le des explicaciones. Salgamos esta noche y dejemos que juzgue ella misma.
Dariel iba a replicar, pero en ese momento, April respondió.
—¡Hola, cariño! ¿Cómo te va con tu nuevo amigo? —preguntó remarcando la última palabra, seguida de una risilla coqueta.
Dariel puso los ojos en blanco mientras Evar se separaba de él para curiosear su estantería de documentales.
—April, solamente es un hombre amable que me salvó y que no tiene a dónde ir. ¿Qué hay de malo en acogerle hasta que se vaya a…? —Lo miró de reojo. El demonio miraba los DVD con el ceño fruncido, intentando averiguar su utilidad, probablemente. Dariel suspiró y dijo lo primero que se le pasó por la cabeza—. Las Vegas. Es dueño de un casino y acaba de llegar a Los Ángeles para tomarse unas vacaciones. Como aún no había echado un vistazo a los hoteles y yo le ofrecí hospedarse en mi casa, pues…
—¡Guau! Así que te acuestas con un ricachón —April soltó otra risilla—. La verdad, jamás había pensado que te gustaran los hombres, aunque eso explica que no sientas ningún interés en las mujeres del trabajo que te comen con los ojos…
—No me acuesto con él —gruñó Dariel, lo que llamó la atención de Evar. El demonio se acercó y pegó la oreja al teléfono, a pesar de sus intentos por apartarlo.
—Pues deberías hacerlo, está como un tren. Si yo estuviera en tu lugar, ya le habría dejado que me atara a la cama y que me hiciera de todo.
—No estaría nada mal que lo hicieras —comentó Evar con un brillo pícaro en los ojos.
Dariel se sonrojó, pero a pesar de eso, le lanzó una mirada de pocos amigos.
—¡Evar! ¿Estás ahí?
—Sí, April. Hola otra vez.
—¿Entonces has conseguido que el mojigato de mi amigo se desmelene?
—Estoy en ello.
—¿Se puede saber desde cuándo sois tan amigos? —interrogó el semidiós, todavía fulminando con la mirada al demonio, que parecía muy divertido por la situación.
—Desde que sé que April tiene tan buen gusto para los hombres —dijo Evar, que sonreía ampliamente.
Dariel decidió cambiar de tema.
—En fin, ¿qué decías de salir esta noche?
—Mañana tenemos que volver al trabajo y he pensado que, como ya llevas unos meses muy duros, tal vez podría ayudarte salir un poco.
La idea no le gustó nada. Fuera adonde fuera, las mujeres y algunos hombres se le quedaban mirando como si quisieran abalanzarse sobre él, y eso siempre acababa causándole problemas. Por eso pasaba la mayor parte de su tiempo libre en casa, solo, donde pudiera estar tranquilo y sin que nadie le molestara.
—No sé, April…
—Iremos —dijo Evar de repente, arrebatándole el teléfono. Dariel intentó recuperarlo, pero el demonio saltó al otro lado del sofá mientras seguía hablando con la mujer—. No te preocupes por nada, lo arrastraré si es necesario, solo dime dónde está el sitio. De acuerdo. Hasta esta noche, April —dicho esto, colgó y le lanzó el teléfono a Dariel, quien lo cogió al vuelo y lo dejó en su sitio antes de avanzar furibundo hacia él.
—¿Qué diablos estás haciendo?
Evar hizo un gesto despreocupado con la mano.
—Te vendrá bien, Dariel. Y si te soy sincero, a mí también.
Eso último llamó su atención.
—¿Qué quieres decir?
—Hera ya sabe dónde vives, así que hay como mínimo un noventa por ciento de probabilidades de que vuelva aquí. Lo mejor que podemos hacer es evitar estos enfrentamientos.
Dariel alzó una ceja burlona.
—¿Desde cuándo te dan miedo los griegos?
Evar, en respuesta, soltó una risotada.
—A mí no me asustan los helenos, Dariel, he tenido que luchar contra cosas mucho peores en mis nueve mil años. Sin embargo, son numerosos los seguidores de Hera, y si me descuido, podrían cogerte y llevarte al Olimpo. Y una vez estés allí, yo no podré salvarte.
El semidiós arrugó la nariz, pero no presentó más argumentos. Apreciaba lo suficiente su vida como para aguantar una noche de miradas lascivas y despreciables.
En ese momento, sonó el móvil de Evar. Se lo sacó del bolsillo y respondió. Tras un minuto en el que Dariel lo observó con interés, el Nefilim le tendió el teléfono.
—Es Lucifer, dice que quiere hablar contigo.
Dariel retrocedió, mirando el objeto como si fuera una bomba a punto de explotar.
—Yo no.
—Tranquilo, Dariel, el Diablo tiene mucho poder, pero no puede hacerte nada a través de un móvil —comentó Evar con una sonrisa divertida.
Aunque receloso, cogió el móvil y se lo acercó a la oreja. Tenía el cuerpo tenso.
—¿Diga?
—Por fin nos conocemos, Dariel —dijo una voz grave y musical al otro lado de la línea. Qué curioso, él siempre se había imaginado la voz del demonio como diabólica y monstruosa.
—Diría que es un placer, pero entonces estaría mintiendo.
Evar soltó una risotada que, para su sorpresa, fue coreada por el Diablo.
—Desafiante, me gusta. No soporto a los tocapelotas.
—¿Qué quieres?
—En primer lugar, conocerte, aunque solo sea por móvil. En segundo, me encanta lo que hiciste anoche para cenar. Tienes que darme las recetas para que pueda practicar un poco… Soy un negado para cocinar, pero esa tarta de fresas con nata que hiciste era más celestial que la risa de un querubín.
Dariel no tenía ni idea de cómo reaccionar. No podía creer que el Diablo en persona le estuviera hablando de tartas.
—Ah… Gracias, supongo.
—No tienes que dármelas, es la verdad. Tienes un don para cocinar.
Tras una pausa, Dariel se armó de valor y dijo:
—No sé si vas a ir al grano o no, pero… aún no he decidido unirme a ti.
El Diablo se quedó en silencio unos instantes. Después, en vez de enfadada, su voz sonó tan suave como la seda.
—Dariel, no te he llamado para que me des una respuesta; te dije a través de Evar que tenías todo el tiempo del mundo para pensarlo. No me importa si pasa una semana o un siglo, los dos tenemos tiempo de sobra —añadió con una sonrisa en la voz.
—¿Entonces?
Lucifer hizo una pausa que le pareció demasiado larga.
—No tengas miedo del pasado, Dariel. Ya no puede hacerte daño.
Esas palabras lo dejaron blanco como la cera.
—¿Qué?
—Soy el Diablo, y al igual que Dios, conozco todo lo referente a las almas que moran en tu mundo. Incluida la tuya. El hombre al que temes está muerto, de hecho, le tenía reservado un lugar especial en mis dominios. Ya no tienes que preocuparte por él.
Su rostro se crispó y apretó los labios, pero sus manos temblaban. Hasta que Evar se las cogió y se las estrechó entre las suyas. Al mirarle, vio de nuevo esa inquietud que lo había estado acompañando aquella mañana.
Le devolvió el apretón, agradecido, y tragó saliva antes de preguntarle a Lucifer:
—¿Sufre?
—Cada instante de su mísera existencia.
Él asintió.
—Me alegro.
—Es lo que merece por todo el mal que ha causado. —Lucifer hizo una pausa más—. El pasado no debería interponerse en nuestra felicidad, solo quería que supieras eso. —Entonces, su tono se volvió más alegre—. Ha sido un placer conocerte, Dariel. Espero que nos veamos pronto —y dicho esto, colgó.
Dariel le devolvió el móvil a Evar, quien se lo guardó en el bolsillo para poder abrazarle. No supo por qué, pero dejó que lo encerrara en sus brazos.
—¿Estás bien?
—Tenías razón, necesito salir de aquí y despejarme.
El demonio esbozó una diminuta sonrisa. Solo entonces, Dariel se dio cuenta de que las alas de Evar habían vuelto a aparecer y que lo envolvía con ellas.
—¿Y esto? Antes también lo has hecho.
—A los Nefilim nos avergüenza que personas ajenas a nuestra raza vean nuestro dolor. Así que cada vez que uno de nosotros no puede mantenerse firme, los demás le cubrimos con nuestras alas para que pueda llorar en paz.
Él alzó la vista para mirarle a los ojos.
—¿Lloráis a menudo?
En los ojos de Evar apreció un brillo triste.
—Yo lloré cuando mataron a mi abuela, cuando asesinaron a mi padre y a mi raza, cuando escogí abandonar el infierno… y cuando murieron Arlet y mi hermano.
Dariel asintió y lo abrazó con más fuerza.
Evar sabía que sentía cierta lástima por él, especialmente desde que le contó lo sucedido con Arlet. No sabía por qué se lo había contado, pero reconocía que se sentía mucho mejor.
Entonces, notó un extraño movimiento en la espalda de Dariel. Por poco se sobresaltó al ver que unas alas de un blanco puro se extendían a ambos lados de él. Sus plumas acariciaron delicadamente las suyas, en una especie de abrazo similar al de sus propias alas.
—¿Dariel?
—Has dicho que cuando un Nefilim siente dolor, los demás lo cubren con sus alas, ¿verdad?
Evar solo sonrió.


Aquella noche, Dariel se sentía fuera de lugar dentro de aquella discoteca. No había vuelto a entrar en una desde que tenía unos diecinueve años; un par de chicas se le habían acercado, chicas cuyos novios habían venido con sus grandes y musculosos amigotes, de los que tuvo que huir a los pocos minutos. Afortunadamente, por entonces ya conocía sus poderes y pudo escapar volando cuando nadie lo miraba.
La música latía en todo el local, al igual que la semioscuridad iluminada por las luces intermitentes de todos los colores. Solo la barra estaba encendida con una luz verde fosforito que hacía imposible que nadie la encontrara.
Gracias a su metro ochenta de altura, localizó por encima de las cabezas que se movían al son de la música a April, que iba vestida con una chillona camiseta de tirantes rosa y una falda blanca de volantes, y a Matthew, que por primera vez desde que lo conocía se había puesto una sencilla camiseta de manga corta negra y unos vaqueros rotos. Si no fuera porque su cara delataba que era un intelectual, habría podido ser perfectamente uno de esos tíos que van continuamente a discotecas.
—Parece que ya tienes admiradoras por todas partes —comentó Evar a su espalda.
Al mirarle, se dio cuenta de que tenía el rostro sombrío.
—No soy el único —dijo él, tratando de que desviara su atención a dos despampanantes mujeres que se lo comían con los ojos para que no decidiera asesinar a nadie.
En cuanto Evar posó su mirada sobre ellas, Dariel se arrepintió de habérselo dicho. Una de las mujeres bebió de su refresco y se lamió los labios rojos sin dejar de mirar a Evar, mientras que la otra se acarició la pierna desde la rodilla hasta el muslo, un poco más adentro de la corta minifalda.
Sintió el impulso de usar sus poderes para hacer que una bandeja llena de jarras de cerveza se les cayera encima, pero entonces recordó que, a la mayoría de los hombres, les gustaban los concursos de camisetas mojadas.
Maldijo para sus adentros y desvió la vista de ellas, no fuera que acabara optando por hacer que tropezaran con cualquier cosa y acabaran pisoteadas en la pista de baile… Mierda. Quería ver cómo las pisoteaban.
Cuando apartó la mirada, se encontró con los ojos de Evar. Y parecían hambrientos.
—No es su atención la que me interesa —le dijo con la voz ronca.
Dariel gruñó satisfecho en su fuero interno. Aunque no habían hablado todavía de la evidente atracción que existía entre los dos, le gustaba saber que él era el único en el que estaba interesado. Como si Evar le leyera el pensamiento y quisiera confirmar sus sospechas, se acercó un poco más y se inclinó…
—¡Dariel, Evar!
Los dos se apartaron instintivamente al escuchar la voz de April a lo lejos. Se hacía paso como podía a través de la multitud, seguida muy cerca por Matthew, cuya mirada se centró en la de Evar con evidente cautela.
Dariel frunció el ceño, sin comprender esa actitud, pero al demonio, en cambio, parecía divertirle, incluso complacerle.
—Y yo que creía que encontrarías la forma de escapar de mí —dijo April mientras le abrazaba.
—Te dije que lo llevaría aquí aunque tuviera que ser a rastras —comentó Evar, a quien April también le dio un afectuoso abrazo antes de cogerlos a ambos por los brazos y llevarlos a la pista de baile.
—¡Vamos a bailar! ¡Tú también, Matthew! ¡Y como me digas que no, seré yo quien acabe arrastrándote!
Dariel no pudo evitar intercambiar una sonrisa con Matthew, que los siguió ágilmente entre la multitud.
Antes de darse cuenta, April ya había cogido a Evar de la mano y danzaba con él. Al demonio no pareció importarle y, para su sorpresa, bailaba increíblemente bien.
—¿Dónde has aprendido a bailar así? —le preguntó cuando April lo dejó con él y se llevó a Matthew.
Evar se encogió de hombros.
—Las almas del Jardín de las Flores de Fuego tienen muchas fiestas, y muchos demonios acuden a ellas por curiosidad. Los primeros Nefilim se sintieron atraídos por su música, y no tardaron mucho en unirse a los bailes. Yo he seguido con la tradición; sus fiestas son uno de los pocos entretenimientos que tenemos.
—Espera, yo creía que en el infierno se castigaba a las almas malvadas.
—Y así es, pero a veces, Dios no deja que vayan al Cielo algunas almas que han cometido pequeños pecados.
Dariel frunció el ceño.
—Creo que no lo entiendo.
—Para Dios, cosas como no cumplir los votos de castidad, ser homosexual o ateo son pecado y los envía al infierno. Lucifer no lo ve del mismo modo, así que creó un jardín donde las almas buenas que Dios rechazaba pudieran vivir felizmente.
Eso lo dejó gratamente sorprendido.
—No imaginaba que el Diablo fuera tan… compasivo.
Evar se encogió de hombros.
—Lo quieras o no, antes de ser el regente del Infierno fue un ángel. Por mucho que odie a Dios, no puede destruir esa parte de sí mismo.
Dariel asintió y se quedó pensativo. Tal vez debería plantearse hablar con Lucifer de ese trabajo. No parecía ser alguien malvado, a pesar de todas las cosas que había escuchado sobre él.
—Evar, dime la verdad. ¿Qué piensas de Lucifer?
El demonio lo miró, extrañado, pero después se quedó pensativo.
—Cuando se va por las ramas es insoportable, pero aparte de eso, no me quejo. Desde que llegó al infierno, por lo que he oído, ha puesto orden entre los clanes de demonios que luchaban entre sí y los ha unido en un ejército digno de un dios. Es justo a la hora de imponer castigos a los malnacidos que bajan a nuestros dominios, así como con aquellos que han tenido la mala suerte de no caerle bien a Dios. —Hizo una pausa—. En cuanto a mi raza, siempre nos ha tratado bien. Nos ha dado un hogar, comida y todo cuanto podamos pedir sin exigirnos nada a cambio.
—¿No se supone que protegéis el Infierno por él?
—No. Cuando asesinaron a las mujeres de los Grigori, ellos y los Nefilim no teníamos ningún lugar adonde ir, habíamos vivido en la Tierra hasta ese momento. Lucifer convirtió su hogar en el nuestro, y por eso lo protegemos. Es el único sitio que tenemos. Si hubiésemos vuelto a la Tierra, los ángeles nos habrían dado caza. Incluso cuando mi raza fue prácticamente exterminada, Lucifer estuvo dispuesto a entregarse a cambio de que no matara a los Nefilim y ángeles caídos supervivientes.
Dariel tragó saliva. ¿Quién iba a decir que el Diablo sería capaz de algo así por sus hombres?, parecía que se había equivocado completamente con él.
—Creía que era un ser cruel —murmuró. Sin embargo, Evar lo oyó.
—Y lo es. Para castigar a las almas malvadas por sus crímenes, hay que tener estómago para darles su merecido y dictar sus sentencias. Una persona que ha matado a alguien no puede ser castigada con un discurso, porque entonces jamás se arrepentirá ni comprenderá el mal que ha causado a otros. Deben pagar por lo que han hecho, no irse de rositas.
En eso tuvo que darle la razón.
Quiso hacerle más preguntas sobre Lucifer, sobre todo ahora que empezaba a pensar que el Infierno no podía ser tan horrible, pero April llegó y se lo llevó a la pista de baile, no sin antes ver la sonrisa divertida de Evar.
Aunque llevaba mucho tiempo sin bailar, no le importó lo más mínimo. Por ahora, la noche iba bien y quería aprovechar todo el tiempo que pudiera para divertirse.
Poco después, April le dijo que iba a por unas bebidas y que le esperara allí. Él insistió en ayudarla, pero la mujer le dijo que Evar ya se había ofrecido y que, además, había visto a Matthew pagando en la barra y no quería que se escabullera. Así que se quedó allí un poco más, bailando con una docena de desconocidos que, gracias a los dioses, no repararon en él.
Al menos, no todos. Unas manos se posaron en su cintura por detrás. Supo al instante que no eran las de Evar, eran demasiado pequeñas y delicadas. Con cara de pocos amigos, se giró para encontrarse con una mujer desconocida que le sonreía sensualmente.
—Hola, guapo. ¿No hace mucho calor aquí?
—No —respondió, seco. Había dejado de bailar y retrocedido un paso para apartarse de las manos de la extraña.
Ella no captó la indirecta.
—Vamos, acompáñame a un lugar más privado.
Dariel estuvo a punto de soltarle una frase grosera acompañada de un insulto muy poco agradable para los oídos. Afortunadamente, unos brazos musculosos le rodearon los hombros y lo pegaron a un torso que conocía muy bien.
—Me voy un momento a por algo de beber y ya se te echan encima —dijo Evar con una gran sonrisa, aunque sus ojos estaban oscurecidos por algo que, estaba seguro, no quería conocer—. No te puedo dejar solo.
La mujer lo miró con mala cara, aunque al principio se había quedado embelesada por el físico de Evar.
—Disculpa, tu amigo y yo estábamos teniendo una conversación privada.
—¿Mi amigo? —Evar abrió ligeramente los ojos y miró a Dariel—. ¿No te he dado tiempo a decirle que no te van las mujeres? —y dicho esto, le besó.
Dariel ni siquiera se resistió. Inconscientemente, o no del todo, había estado todo el día esperando ese momento. Sus labios encajaron en los suyos como si hubiesen estado unidos desde el principio y alguien los hubiera separado tiempo atrás, y sus lenguas se entrelazaron en una danza sensual que exigía que sus cuerpos se unieran a ella inmediatamente.
Por desgracia, Evar se apartó. Sus ojos aún lo miraban con deseo y sus manos lo tenían firmemente pegado contra sí. A Dariel ni se le pasó por la cabeza intentar escapar de él, de hecho, estaba a punto de soltarle por qué diablos había parado.
Entonces, Evar se giró hacia el lugar donde estaba la mujer. Cuando él también miró, ella había desaparecido.
—Parece que ha captado el mensaje —dijo el demonio con una amplia sonrisa complacida.
Dariel gruñó.
—¿Has acabado con el numerito?
—Sí.
—Bien. —Aferró su nuca con una mano y lo besó.
Le pareció notar que el pecho de Evar temblaba, como si estuviera conteniendo un rugido. Volvió a deslizar la lengua en su boca y se apretó contra él, buscando su trasero con las manos. En cuanto atrapó las duras nalgas, al demonio se le escapó un gruñido muy poco humano y le devolvió el beso con fiereza.
A esas alturas, Dariel empezaba a notar que hacía muchísimo calor, aparte de que todo su cuerpo estaba tenso por la excitación. Deseó poder desnudar a Evar para lamerle el cuerpo y acariciarlo, ver cómo se retorcería de placer y cómo gemiría cada vez que lo rozara con los labios.
No supo cuánto tiempo estuvieron besándose, pero cuando se separaron, él jadeaba y los ojos de Evar parecían aún más hambrientos que antes.
—Deberíamos volver a casa ahora mismo —susurró el demonio con voz ronca.
—Me parece una idea estupenda.
Evar le lanzó una sonrisa pícara y traviesa, tan sexy que sintió ganas de volver a besarlo hasta que le suplicara que lo desnudara y que lo tocara.
Pensó que no era tan mala idea y se acercó para atrapar sus labios, pero una voz femenina lo detuvo.
—¡Dios mío!, es la escena más caliente que he visto en toda mi vida —dijo April con una enorme sonrisa, aunque tenía las mejillas un poco sonrosadas—. Dariel, no sabía que fueras tan apasionado.
—Te sorprendería —comentó Evar mientras le daba disimuladamente un apretón en el trasero.
Dariel ni se molestó en negar lo que había pasado, estaba demasiado ocupado pensando en alguna excusa para poder salir de allí e ir a casa. Evar debió notar su impaciencia y la peligrosa forma en que su cuerpo subía de temperatura, porque le sonrió a April y le dijo:
—Ahora y si nos disculpas, Dariel y yo tenemos cosas que hacer.
—Claro, claro. Cosas —comentó April con una risilla antes de ponerse de puntillas para darles dos besos.
Evar y Dariel se dirigieron a la salida, o al menos Dariel lo habría hecho, porque una mano firme lo detuvo en el último momento, justo cuando Evar estaba cruzando la puerta.
Era Matthew, y sus ojos sombríos daban escalofríos, algo que a Dariel jamás se le habría pasado por la cabeza que pudiera pasar.
—Te dije que no te fiaras de él.
Dariel frunció el ceño.
—Matthew, te agradezco que te preocupes por mí, pero no pasa nada, en serio. Evar… —Hizo una pausa y lo miró desconcertado—. Un momento, ¿cómo es que no tartamudeas?
Matthew se sobresaltó y lo soltó.
—C-c-claro que tar-tar-tamudeo.
—No lo has hecho. Nunca te había oído decir más de dos palabras seguidas sin que tartamudearas. —Cruzó los brazos a la altura del pecho—. ¿Por qué le mientes a todo el mundo?
Su amigo bajó la cabeza.
—No se lo digas a nadie, por favor. Solo… Solo quiero ser normal.
—¿Qué quieres decir?
—Te lo explicaré, te prometo que te lo explicaré… Pero cuando esté preparado. Ahora mismo no podría enfrentarme a ellos.
—¿A quiénes? —preguntó preocupado.
—¿Dariel?
Al girarse, vio a Evar de pie junto a ellos. La forma en que contemplaba la mano de Matthew le hizo pensar que estaba a un paso de rompérsela.
Entonces, le dijo algo en griego. Para su completa sorpresa, su amigo le respondió con la misma fluidez. Intercambiaron un par de frases y, finalmente, Matthew ladeó la cabeza, mirando a Evar con curiosidad y cautela, para después dirigirse a él.
—Ten cuidado —le dijo seriamente antes de dar media vuelta y desaparecer entre la multitud.
Dariel, todavía con el ceño fruncido, se giró para encararse a Evar.
—¿Qué diablos ocurre?
El demonio inclinó levemente la cabeza.
—Tu amigo no es humano. Pertenece al mundo sobrenatural, como nosotros.
… En pocas palabras, se quedó con la boca abierta.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
—¿Y qué demonios es?
En esa ocasión, fue Evar quien frunció el ceño.
—Mmm… No sabría decírtelo. Tiene un olor extraño.
—¿Qué quieres decir?
—Normalmente, puedes reconocer a una criatura por su olor. Pero, a veces, algunas especies se mezclan entre sí y dan lugar a nuevos seres. Matthew tiene un olor que me es completamente desconocido, así que no tengo ni idea de qué es.
Dariel trató de encontrar a su amigo con la mirada, pero este había desaparecido.
—¿Por qué no se fía de ti?
—Porque soy un demonio, está claro. —Tras una pausa, lo cogió de la mano y lo acercó a él—. Espero que hablar de esto no haya hecho que cambies de opinión en lo que se refiere a volver a casa para zanjar cierto asunto.
Al oírle, alzó la vista y esbozó una sonrisa complacida.
—En absoluto —dicho esto, salieron a la calle y se dirigieron a un callejón solitario donde pudieron desvanecerse para aparecer en su casa, concretamente, en su habitación.
En ese instante, Evar posó sus manos en su cintura y lo besó. Dariel gimió al sentir cómo su lengua rozaba la suya y sus dedos bajo la ropa, acariciándole la sensible piel que estalló en llamas, anhelante por rozar su cuerpo.
Le quitó la camiseta, dejando su poderoso torso al descubierto. Sus manos impacientes se deslizaron por el delicioso vientre y los musculosos pectorales, con lo que consiguió que Evar dejara escapar un ronroneo complacido antes de que su boca encontrara el punto erógeno de su cuello. Se le escapó un jadeo al notar unos colmillos rozándole la piel.
—Lo siento —susurró Evar. Al instante siguiente, los largos caninos habían desaparecido y sus labios volvieron a la carga. El beso fue descendiendo hacia el pecho, momento en el que el demonio le rasgó la camiseta, algo que no le importó lo más mínimo. Es más, gimió encantado al sentir su piel desnuda contra la suya.
De repente, notó la pared a su espalda. Evar lo había acorralado contra ella tras deshacerse de la camiseta y ahora sus dedos habían descendido hasta sus muslos, enfundados en los pantalones rotos.
—Evar —susurró en un gemido ronco cuando le quitó el cinturón de un tirón y empezó a bajarle los pantalones. El pánico lo inundó un instante cuando sintió sus manos deslizándose por debajo de sus bóxers hasta las nalgas—. Evar, yo… No puedo…
—Lo sé —dijo con suavidad mirándole a los ojos—. Tranquilo, sé que no debo tocarte ahí. —Lo besó largamente, enredando su lengua con la suya antes de decir con una sonrisa sensual—. Pero eso no significa que no pueda darte placer.
Los ojos de Dariel relucieron, curiosos.
—¿Cómo?
Evar ensanchó su sonrisa. Terminó de desnudarlo y le lamió el lóbulo de la oreja, consiguiendo que un escalofrío lo recorriera entero. Después, su boca descendió por su cuello, donde le dio un voraz mordisco que logró arrancarle un grito y doblarle las rodillas, pero Evar lo cogió por el trasero y lo sujetó.
—Aguanta ahí —le ordenó con la voz mucho más grave de lo normal.
Dariel quiso obedecer, pero se le hizo muy difícil. Evar le lamía y mordía allá donde sus labios se posaban, haciendo que sus piernas flaquearan y que él le aguantara con sus manos. Cuando su lengua bajó por el pecho, trazando húmedos círculos y mordisqueando sus costados, se le hizo casi imposible mantenerse en pie.
—Evar… —gimoteó, deseando que continuara y que lo aliviara al mismo tiempo.
Notó que el demonio sonreía contra su piel.
—¿Qué quieres?
Cerró los ojos un momento y, finalmente, dijo:
—Te deseo.
Evar alzó la vista. Parecía sorprendido de que lo hubiera reconocido, pero después esbozó una lenta sonrisa triunfal.
—Yo también te deseo, Dariel. Pero aún quiero que disfrutes un poco más.
No pudo evitar soltar un resoplido angustiado.
—Dime que no vas a obligarme a suplicar otra vez.
—No, esta vez no.
—Entonces acaba de una vez. No puedo…
—¿Qué?
Dariel lo miró tragando saliva.
—No puedo aguantar más.
Los ojos del demonio brillaron de puro deseo.
—Como quieras.
Frunció el ceño cuando Evar se arrodilló en el suelo y le separó los muslos. No comprendió lo que pretendía hasta que una repentina y abrasadora ola de calor le atravesó el cuerpo entero.
Evar había acogido su miembro en su boca. La suave caricia de sus labios y lengua hizo que se le escapara una mezcla entre jadeo y grito. Tensó las piernas y echó la cabeza hacia atrás, incapaz de contener y controlar las embestidas de placer que le producían las lentas caricias de Evar.
Él le cogió por los muslos y le clavó los dedos, como si le dijera lo mucho que lo excitaba verle en aquel estado de puro placer.
Dariel jamás había experimentado nada tan intenso. Era como si tuviera un volcán inactivo en su interior y Evar hubiera encontrado la forma de hacerlo estallar en una violenta y apasionada explosión.
Se le escapó otro grito cuando aumentó el ritmo. Las crestas de placer se intensificaron, su cuerpo estaba ardiendo y no podía dejar de arquear la espalda y mover la cintura, anhelando algo que aún no había experimentado pero que sabía que deseaba por encima de todo.
Y entonces, con una brusca sacudida, el fuego lo arrasó. Se estremeció con un último jadeo y sus músculos se relajaron. Dejó que su espalda reposara contra la pared mientras trataba de recuperar la respiración.
Había sido increíble. Ahora comprendía por qué la gente estaba tan obsesionada con el sexo, sobre todo si era tan intenso como lo hacía Evar.
Al mirar hacia abajo, Evar aún lo seguía lamiendo lentamente. Se dio cuenta, con el rostro totalmente sonrojado, de que se había corrido en su boca. Avergonzado, le cogió el rostro con las manos e hizo ademán de apartarlo.
—Lo siento mucho, Evar, no quería…
Pero el demonio le cogió las manos y las dejó contra la pared. Después, le acarició su miembro un par de veces más y se incorporó con una ancha sonrisa en los labios.
—Veo que te ha gustado.
Dariel asintió y dejó que Evar lo abrazara. Se sentía totalmente satisfecho y relajado, así que ni siquiera puso pegas cuando lo tumbó en la cama y se puso a su lado, cubriéndoles con una sábana.
—Evar —susurró después de acomodarse en su pecho.
—¿Sí?
—¿Siempre es así?
El demonio esbozó una sonrisa pícara cuando alzó la vista para mirarle.
—No. Cuando llegas hasta el final, es mucho mejor.
Dariel apartó la mirada.
—Lo siento, pero yo no…
—No te estoy echando nada en cara —le dijo con suavidad tras obligarle a mirarle de nuevo—. Tendrás tus razones para no querer que te toque ahí. A mí no me importa. —Le dedicó una gran sonrisa traviesa—. Ya he comprobado que puedo darte placer igualmente.
Él se sonrojó pero, aun así, le dio un beso largo en los labios.
—Gracias. —Hizo una pausa y le sonrió con picardía—. Pero no creas que siempre va a ser tan fácil seducirme. Hoy me has pillado con la guardia baja.
Evar le devolvió el gesto.
—Entonces ya puedes prepararte para mañana.
—Mañana trabajo.
—Razón de más para que ahora descanses. Porque después del trabajo, pienso enseñarte un par de cosas más.
Dariel estuvo a punto de pedirle que se las enseñara en ese mismo momento. Sin embargo, los ojos se le cerraron y cayó profundamente dormido en los brazos del demonio. 

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