sábado, 24 de noviembre de 2018

La Prisión del Alma


Capítulo 3. Un trato con el demonio

Kusuk, Yayla

Habían pasado varios días desde que liberaron a Xana y pusieron rumbo al norte, hacia Feryat Dag. No habían querido acortar camino cruzando la ciudad, no después de saber que el rey de Siyagun había puesto precio a sus cabezas. Los soldados debían de saber suficiente sobre ellos como para dar una buena descripción y no iban a arriesgarse a que les reconocieran.
Así, habían dado un prudente rodeo a Kusuk para continuar con su viaje.
Esa noche, Yilan contemplaba el cielo con aire ausente, pensando en Fenrian mientras retorcía el pañuelo que llevaba siempre atado en el brazo. Las imágenes de su anterior naik todavía permanecían en su memoria. Su pobre hermana se transformó por primera vez cuando era poco menos que una adolescente y los ciudadanos la encarcelaron y la utilizaron para el divertimento de la nobleza; anularon sus poderes y la obligaron a enfrentarse a sacerdotes que acababan venciéndola y torturándola, pero sin llegar nunca a matarla.
Cuando ella no pudo soportarlo más, perdió el control. Logró escapar de su celda y asesinó a todo aquel que se pusiera por delante, sin importar que fueran gente que no le había hecho daño.
Sintió un escalofrío al recordar la primera vez que la vio. Llevaba entre sus fauces a una niña, a la que prácticamente había partido por la mitad.
Rezaba porque ese nuevo Fenrian no fuera como el anterior…
—Pareces inquieto.
No se sorprendió al escuchar a Shunuk, que se sentó a su lado.
—Estaba pensando en Fenrian —dijo sencillamente.
Este asintió, comprendiendo a lo que se refería.
—Que esté con los hombres lobo no significa nada. Puede que sean seres agresivos, pero solo si entra alguien en su territorio…
—Y si es una amenaza. A diferencia de los humanos, saben diferenciar a los hombres armados de los niños.
—Pero es precisamente por el otro Fenrian que tú…
—Sí, lo sé. No puedo juzgar a este naik por lo que hizo el otro.
Repentinamente, recordó cuando mató a ese Fenrian y al resto de sus hermanos, y miró a los que tenía ahora y que dormían profundamente.
Ellos sí le juzgarían cuando lo supieran. Era inútil ocultarlo, incluso si vencían al rey de Siyagun y liberaban a Zeker, se enterarían de una forma u otra. Y aunque lo sabía, no se atrevía a decírselo. No todavía.
—¿Qué crees que pensarán ellos cuando sepan que los maté?
Shunuk bajó la mirada, entristecido de repente.
—Se enfadarán. Pero si vas a decírselo, tendrás que contarles toda tu historia. Solo así creo que podrán comprender que estabas en una situación crítica.
Esta vez fue Yilan quien apartó la vista, un poco más brusco de lo que pretendía.
—No tienen por qué saber eso.
—Entonces, tal vez te matarán.
—Bien. Mientras hayamos matado al rey y liberado a nuestro padre, me parece un precio justo.
Shunuk hizo un gesto negativo con la cabeza antes de contemplar el cielo. Así que Yilan quería decirles a sus hermanos que él los mató en su otra vida pero no por qué lo hizo. Todo por la sencilla razón de que pensaba que fue un egoísta y un cobarde.
Suspiró. Él estaba convencido de que sus hermanos lo entenderían. Lo único que tenía que hacer era contarles toda la historia.
Esos pensamientos se vieron interrumpidos por algo que le llamó la atención en el cielo. Qué extraño, le había parecido ver un brillo.
—Yilan, ¿tú has visto algo en el cielo?
Este frunció el ceño y alzó la vista. En ese momento, vieron una especie de resplandor rojo que se volvió morado y que después desapareció.
—¿Qué es eso?
De repente, todo el cielo cambió. Unas luces brillantes, de todos los colores, aparecieron desde el norte y penetraron en el bosque, envolviéndoles sin hacerles ningún daño.
Les pareció escuchar unas risas, a lo que Yilan respondió sonriendo.
—Es la aurora boreal.
—¿Qué coño es esto?
Tanto él como Shunuk se giraron al escuchar a Zhor. Todos estaban despiertos y sobresaltados, a excepción de Irsis, por supuesto, que correteaba intentando atrapar las luces que, a su vez, se deslizaban esquivándole juguetonamente.
—Tranquilos, chicos. Solo quiere jugar —los tranquilizó Yilan, riendo al ver que el soldado intentaba ahuyentarla dando estocadas con su espada sin conseguir nada.
Zhor la señaló con un dedo.
—¿Qué es esto?
—La aurora boreal. No te preocupes, Zhor, es un espíritu inofensivo.
—¿Un espíritu? —preguntó Kafa, que observaba cómo los tibicenas, al igual que Irsis, intentaban atrapar las luces.
Yilan alzó una mano, en la cual una luz que adoptó forma de serpiente se posó antes de deslizarse por su brazo y descender por su cuerpo lentamente antes de volver a convertirse en un velo multicolor.
—Nadie sabe nada de ella, ni por qué apareció ni quién la creó. Algunos creen que Hayat la puso en el cielo nocturno para iluminar a los humanos las noches más frías y oscuras del invierno, otros creen que son las pinturas que hacen los dioses en el cielo. Hay incluso quien piensa que es el espíritu de Hayat, antiguo señor de todos los dioses. —Hizo una pausa mientras contemplaba las formas que adoptaban las luces. Unas cuantas se convirtieron en cuervos que revolotearon alrededor de Irsis y otras imitaban la forma de los tibicenas y, también, cada movimiento que hacían—. Pero una cosa sí es segura. Es un espíritu benévolo que ha ayudado a muchas personas que se han perdido en las montañas a encontrar el camino de vuelta o ha mostrado las plantas que se utilizan para fabricar el medicamento a una enfermedad.
—Pues a mí me gusta —comentó Irsis tras intentar, sin éxito, atrapar una de las luces que había adoptado la forma de un conejo.
La aurora hizo un sonido suave al que se le añadieron muchos otros. Era melodioso, pausado, tranquilizador.
—Parece música —comentó Alev mientras la contemplaba.
Pero eso no fue todo lo que hizo. Sin previo aviso, entre las luces apareció una imagen, la de un desierto por cuyas dunas paseaban los akrehler mientras los akbalar los sobrevolaban.
—¡Eso es Yeralti Vala!
Yilan ladeó la cabeza.
—Como os he dicho, puede mostrar cosas.
La imagen cambió y les mostró unas islas nevadas, con grandes montañas escarpadas, a duras penas exploradas por el hombre.
—Las Tierras Pálidas —susurró con el corazón encogido. Hacía tantos años que no veía su hogar… Y, a pesar de la invasión de Siyagun, aquellas islas seguían siendo tan hermosas como las recordaba.
Estuvo a punto de preguntarle a la aurora por su familia, pero no lo hizo. Lo más seguro era que todos estuvieran muertos, y ya tenía bastante con saberlo como para que además se lo enseñara.
En vez de eso, preguntó otra cosa.
—¿Sabes dónde está Fenrian?
La aurora boreal cambió ligeramente la imagen, mostrando una solitaria montaña más transitable, desde la cual se escuchaban gritos y rugidos. Se acercó más al lugar de donde provenía el ruido, mostrando así una sangrienta batalla entre docenas de soldados que llevaban el símbolo de un halcón blanco y un montón de lobos.
Eran enormes, serían un poco más grandes que Alev y Kafa cuando se transformaban, se movían a gran velocidad y tenían una fuerza bruta digna de los demonios que eran. Todos tenían el pelaje oscuro y los ojos dorados… Todos excepto uno.
Este era a duras penas visible gracias a la nieve y los troncos oscuros de los árboles, lo que le permitía camuflarse mejor en el bosque. Era enorme como ellos, pero su pelaje era de distintos tonos grises, siendo más oscuros el lomo y la parte superior de la cabeza, mientras que los ojos eran azules.
Atacaba con la misma ferocidad que sus compañeros, pero parecía estar más interesado en los campesinos y cazadores voluntarios que se habían unido a los guerreros que en estos. Estaba a punto de alcanzarlos cuando una flecha salió volando en su dirección y dio contra el tronco de un árbol que había justo enfrente, haciendo que se detuviera y observara al arma. Mirar en esa dirección le salvó de los arqueros que le estaban apuntando y pudo escapar a tiempo.
Sin embargo, estos soldados fueron rápidamente atacados por otro grupo de lobos que salió por sus espaldas y los derribó.
Tras analizar la batalla y ver que estaban en desventaja, el capitán de la partida de caza ordenó la retirada. Protegidos por los pocos arqueros y lanceros que quedaban, retrocedieron hacia la salida del bosque sin sufrir muchas más bajas.
Incluso cuando llegaron al pie de la montaña, lejos del territorio de los lobos, Fenrian intentó seguirlos, pero un hombre lobo, que parecía el líder de la manada, se interpuso y le gruñó sin llegar a mostrar del todo los colmillos. Fenrian soltó un ladrido, pero dio media vuelta y corrió de nuevo hacia el bosque. En ese momento, la aurora boreal dejó de mostrar Feryat Dag y volvió a hacer ese sonido que recordaba a la música antes de alzarse hacia el cielo.
—Se marcha —dijo Yilan mientras la seguía con la mirada.
La aurora boreal desapareció entre las copas de los árboles, alejándose en dirección al norte y dejando paso al alba.
Los naik no dijeron nada durante un buen rato; se limitaron a recoger sus cosas y a prepararse para seguir su viaje hacia Feryat Dag, cada uno sumergido en sus propios pensamientos y sacando conclusiones sobre Fenrian.


Olum Isik, Siyagun

Cuando llamaron a la puerta de su casa, frunció el ceño y se apresuró a vestirse y a coger la espada, solo por si acaso.
Su mujer lo miró con ojos asustados, pero en cuanto le ordenó que fuera con las niñas, ella obedeció rápidamente después de pedirle que tuviera cuidado.
Fue a la entrada, se colocó tras la puerta y la abrió. Iba a dar una estocada con su arma que habría dejado inconsciente al hombre de no ser porque lo reconoció en el último momento. Bajó la espada y soltó una maldición mientras cerraba la puerta.
—¡Me has dado un susto de muerte!
Su hermano menor le ignoró por completo.
—Tenemos que hablar.
Soltó un gruñido y avisó a su mujer y sus hijas de que todo iba bien, que solo era su tío. Más aliviadas, todas volvieron a sus habitaciones y dejaron solos a los dos hombres.
—¿Se puede saber qué haces aquí a estas horas de la noche, Kuvet?
Este le hizo un gesto para que se sentara en una de las sillas que había alrededor de la mesa. Por otra parte, él se cruzó de brazos y se apoyó en la pared.
—Voy a ayudar a los naik, Askeri —le dijo muy serio.
Eso lo pilló tan de sorpresa que dejó caer la espada con un gran estruendo. Oyó que varios vecinos se quejaban, pero hizo caso omiso y apoyó ambas manos en la mesa, frente a su hermano.
—¿De qué estás hablando? Si es una broma, no tiene ni una maldita gracia.
Kuvet alzó una ceja.
—¿Crees que habría venido a estas horas de la noche para gastarte una broma?
—Zhor era capaz.
—Yo no soy Zhor, aunque nos parezcamos mucho.
Esta vez sí tuvo que sentarse en la mesa a la vez que se pasaba una mano por el cabello oscuro.
—¿A qué viene eso de repente? Zhor perdió la fe en el ejército hace años, pero tú siempre has estado dispuesto a tolerarlo mientras te sigan pagando un sueldo. Así que, ¿por qué ahora?
Los ojos azules de Kuvet lo miraron con rabia.
—Porque el rey es un asesino y no estoy dispuesto a protegerlo.
Askeri se levantó de un salto, ofuscado.
—¡Matar a los que cometen crímenes no es ser un asesino, es hacer justicia!
Kuvet también se levantó. Si había algo que caracterizaba a la familia Vasci, era que ninguno se acobardaba ante los gritos.
—¿Matar a nuestro hermano es hacer justicia?
—Nuestro padre evitará que le maten. Nos lo prometió. —Askeri movió la cabeza a un lado y a otro y le señaló la puerta con rostro cansado—. Vuelve a casa, Kuvet. Descansa un poco y mañana verás las cosas con más claridad.
Su hermano menor apretó los puños mientras contemplaba cómo subía las escaleras, totalmente despreocupado. ¿No quería ver la realidad? Está bien. No quería recurrir a eso, Askeri fue el que estuvo más afectado de los tres, pero ya era hora de que abriera los ojos y viera qué clase de hombre era su padre.
Solo otro lameculos del rey, como decía Zhor.
—También nos prometió que salvaría a Hata y fue él quien le cortó la cabeza con la misma espada que llevas en la mano.
Al escuchar sus palabras, Askeri se detuvo en seco. Al principio no dijo nada, parecía demasiado ocupado intentando dejar de temblar de rabia.
—Eso es mentira.
—Es la verdad, solo que no quieres aceptar que nuestro padre…
—¡Sal de esta casa o te mato! —gritó mientras le apuntaba con la espada y bajaba bruscamente las escaleras.
Aunque no quería huir, estaba bastante seguro de que había cabreado lo suficiente a Askeri como para que se enzarzaran en una pelea que podría acabar muy mal.
Lo cierto era que quería darle un par de puñetazos, puede que así abriera los ojos, pero Askeri era el más mayor, tenía mucha más experiencia y solo el loco de Zhor se habría atrevido a enfrentarse a él en esas circunstancias. Así que optó por marcharse de la casa, aunque lo hizo a zancadas furiosas.
Justo cuando pasaba por una calle, vio una figura que estaba apoyada en la pared con los brazos cruzados.
—Lamento lo de tu hermano.
Kuvet se detuvo y suspiró, tratando de calmarse.
—Me temo que no vamos a poder contar con Askeri. Tiene a mi padre en un altar desde que murió nuestra madre y jamás creyó que él matara a Hata.
—¿Hata era familia vuestra?
—Era el hermano gemelo de Askeri. Estaban muy unidos. —Hizo una pausa y miró a Deger, quien no hizo ningún comentario—. Me he enterado de que el bufón también está de tu lado.
Deger asintió.
—Así es.
—Él también está dentro de palacio. Entonces, ¿para qué necesitas mi ayuda? Él puede espiar al rey.
—No completamente. Sakasi solo puede hacer de espía cuando actúa, escuchando las conversaciones de los nobles durante el banquete y poco más. Tú puedes enterarte de muchas más cosas gracias a tu posición de soldado. —Hizo una mueca—. Si tu hermano nos ayudara, tendríamos mucha más información, puesto que él es capitán y estratega, actúa bajo órdenes directas de los generales o el rey, pero me temo que tendremos que conformarnos con lo que tenemos. —Deger dudó un momento antes de decir lo siguiente—. Además, si las cosas se ponen muy feas, Sakasi tiene algo que hacer en el palacio y que tú no puedes hacer.
Kuvet frunció el ceño.
—¿Qué es?
—Es solo si las cosas salen muy mal. En realidad, depende de lo que decida hacer el rey si descubre cierto secretito.
—¿Qué secreto es ese?
Deger esbozó una sonrisa torcida.
—Paciencia, Kuvet. A medida que vayas trabajando para mí, te enteraras de muchos trapos sucios. —Miró el cielo, que empezaba a esclarecerse—. Y, hablando de eso, vamos a tu casa. Voy a contarte cuál es el plan.


En su sueño, Kedi corría por una llanura. El cielo estaba totalmente despejado y el viento golpeaba su cara. No estaba persiguiendo a nadie y tampoco estaba huyendo. Sencillamente, el hecho de poder correr a campo abierto le daba una gran sensación de libertad.
No estaba solo. Había otras personas junto a él, personas importantes a las que debía proteger por encima de cualquier cosa.
Ojalá pudiera reunirse pronto con ellas…
De repente, oyó unas voces. Las conocía muy bien, eran aquellas que se metían en su cabeza como agujas que le impedían descansar. Normalmente, eran los pensamientos de algún que otro vecino ofuscado por nimiedades de su vida cuotidiana.
Quiso ignorarlos para dormir un poco más y continuar con su sueño, pero no pudo hacerlo cuando escuchó ciertas palabras que le hicieron reaccionar con rapidez.
Se levantó de un salto, se vistió como pudo a toda prisa y recogió lo necesario para marcharse de su habitación cuanto antes; una muda, sus ahorros y sus garras de duelo. Justo cuando acababa de atar su bolsa, Karali entró con el rostro somnoliento.
—Haces mucho ruido… —Entonces, se fijó en que iba vestido y que tenía una bolsa de viaje en la mano. Eso pareció despertarla del todo—. Kedi, ¿a dónde vas?
—Van a venir.
—¿Quién?
—Van a venir a por mí. —Se echó la bolsa al hombro y la cogió por los hombros—. Despídete de los demás por mí y no dejéis que encuentren a Nokta, ¿entendido?
Karali asintió sin comprender lo que estaba pasando, pero si Kedi estaba asustado, debía de ser algo bastante gordo.
La besó en la frente y la abrazó con fuerza. Justo cuando ella iba a devolverle el gesto, Kedi se apartó, abrió la ventana de su habitación y saltó. Corrió a ver si se había hecho daño, pues estaban en un segundo piso. Pero cuando se asomó, la calle estaba totalmente desierta.


Kusuk, Yayla

Irsis estaba en la gloria. Los rayos del sol veraniego acariciaban su rostro y una tenue brisa revoloteaba sus cabellos. Oía a los pájaros trinando por encima de su cabeza, en los árboles, y casi podía escuchar el aleteo de alguna mariposa que habría volando por ahí. La calma y la tranquilidad reinaban en el bosque, algo de agradecer teniendo en cuenta el constante estrés y las prisas por encontrar al resto de sus hermanos que solían atenazar a su grupo.
Sí, todo fue maravilloso hasta que cierto sujeto de cabello y barba oscuros y ojos azules dejara caer una bolsa sobre su cabeza.
—¡Espabila, niño!
Mmm… ¿Por qué sería que aquella escena le resultaba tan familiar? Bueno, si Zhor fuera calvo y tuviera un buen barrigón probablemente encontraría la respuesta.
—¿Qué prisas son esas? Alev hace rato que se ha ido a buscar agua…
—Y mientras, los demás estamos cazando y cogiendo provisiones. ¡Ponte a trabajar tú también!
Irsis soltó un gruñido y se levantó. Ambos se adentraron en el bosque al mismo tiempo que se quedaban inmersos en una de sus muchas discusiones.
—Deberías relajarte un poco, Zhor. Si siempre llevas esas prisas te saldrán canas a tus treinta años.
El soldado se detuvo y lo fulminó con la mirada.
—Tengo veintiocho, niño.
Irsis lo miró fijamente unos segundos antes de agarrarse el estómago y doblarse de risa. A Zhor, sin embargo, no le sentó tan bien, pero no tuvo mucho tiempo para darle un buen golpe, porque una sustancia pegajosa lo tiró al suelo y lo envolvió a la vez que le propinaba una fuerte descarga eléctrica.
—¡Zhor!
El joven corrió a echarle una mano, pero justo cuando sacaba el cuchillo para liberarlo de la extraña red, él también acabó atrapado en otra.
Gritó y trató de luchar, pero en ese momento, la electricidad recorrió su cuerpo, haciendo que se convulsionara violentamente.
En ese instante, de entre los árboles, aparecieron unos soldados con el uniforme de Yayla que tenían apresados a Yilan, Shunuk, Kafa, Suh y los tibicenas. De haber podido, habría soltado una maldición al ver al sacerdote que llevaba una túnica blanca con dibujos azules en los bordes y un halcón blanco dentro de un círculo celeste en el pecho.
Lo que le faltaba.
—Vaya, vaya, pero si había dos más —dijo el que parecía ser el líder de los soldados—. Cogedlos y lleváoslos con los demás.
Quiso resistirse y usar los poderes que heredó de su abuelo, pero la corriente eléctrica seguía fluyendo por cada centímetro de su cuerpo y las convulsiones tampoco le permitían pronunciar ningún hechizo.
Un par de soldados se acercaron para cogerlos, pero un gruñido furioso les llamó la atención. Theror estaba mordiendo las redes del resto de su manada y sus hijos ya estaban libres. Veba no tardó también en escaparse, pero justo cuando estaba mordisqueando la red de Theror, el sacerdote gritó un hechizo y lanzó esa sustancia de nuevo.
Afortunadamente, Theror logró saltar y apartar a Veba, de forma que la hembra escapó con sus cachorros mientras que su líder le ladraba con los colmillos al descubierto al soldado que se acercó a él.
—Este no nos hace falta para nada, ¿verdad? —le preguntó al sacerdote.
Era un hombre joven, tendría apenas uno o dos años más que Irsis y su rostro destilaba arrogancia desde el alto mentón hasta las puntas del cabello corto.
Miró al demonio con cara de aburrimiento e hizo un gesto de desprecio con la mano.
—Mátalo.
Kafa gritó e intentó librarse de la red y de los soldados que lo mantenían sujeto. Tanto sus hermanos como Shunuk y Zhor lo imitaron, pero al sacerdote le bastó una palabra para que todos cayeran al suelo, presos de nuevas corrientes eléctricas.
Frustrados y entre gritos de dolor, observaron cómo el soldado alzaba la espada… solo para hundirla en el pecho de Theror, que chilló y gimió antes de quedarse extendido en el suelo y cerrar poco a poco los ojos.
Kafa siguió gritando e intentando arrastrarse hasta su amigo, pero uno de los soldados le dio una patada en el estómago. No pareció importarle demasiado mientras contemplaba con los ojos empañados el cuerpo del cachorro que recogió en el bosque cuando era poco más que un adolescente.
El soldado volvió a darle otra patada, ante lo cual Yilan y Suh volvieron a forcejear, pero solo les sirvió para que otra descarga los dejara definitivamente inconscientes.
Kafa ya estaba sangrando por la boca mientras llamaba una y otra vez a Theror cuando el sacerdote detuvo al soldado. Irsis alcanzó a oír algo de que lo necesitaban vivo, al igual que a los otros seis naik, pero no escuchó mucho más.
Incluso cuando lo subieron a él y a sus hermanos en los caballos para llevárselos, él seguía con la vista fija en el fiel demonio con el rostro bañado de lágrimas.


Gokhabis, Zennet

Iyilik caminaba silenciosamente en dirección a la celda de Zeker. Hacía ya varios días que escuchaba sus constantes siseos y eso empezaba a preocuparlo. Al principio, pensó que solo lo hacía para fastidiar a Kinskalik, pero después empezó a dar golpes contra las paredes de su prisión y a escuchar sus gemidos de dolor.
Solo en ese instante se apartó de la cama de Hainlik, que seguía en coma, y se dirigió al Gokhabis, donde Zeker parecía haberse tranquilizado un poco. Aun así, le preocupaba que Kinskalik hubiera encontrado alguna forma de hacerle daño.
—¿Zeker? —preguntó, asomándose por la pequeña rejilla, encontrándose con la niebla negra que siempre le protegía.
Iyilik… Cuánto tiempo sin vernos.
—¿Se encuentra bien?
—¿Zeker? Zeker, dígame algo, ¿está bien?
… Esa chica ha muerto.
El vasi bajó la cabeza al comprender a quién se refería.
—Lo sé. Zekilik me lo dijo hace un par de días.
… Yo… no quería provocar su muerte maldiciendo a esa escoria. Solo quería que sufriera un poco… Y, con eso, he conseguido que muera.
—No es culpa suya, Zeker.
El dios no dijo nada durante unos momentos. No estuvo muy seguro de en qué estaba pensando, aunque cuando escuchó un nuevo siseo, le pareció que estaba inspeccionando una herida.
—¿Qué le ha ocurrido?
Me he puesto un poco violento y la luz se ha intensificado unos instantes. No es nada, Iyilik, solo me ha quemado un poco la piel. —El dios hizo una breve pausa—. Espero que Kirmi reciba muy bien a esa pobre chica y a su hija.
—No me cabe la menor duda. —Iyilik se sobresaltó un poco, recordando algo de repente—. Me gustaría ir al Zehennem y preguntarle a su esposa por ella, pero me temo que Kinskalik ha hecho algo, porque ya no puedo entrar.
Mmm… Así que el Sello de Bilghik no solo retiene, sino que también protege todo lo que hay dentro. Ahora entiendo que el Zehennem estuviera a salvo de Sidet e Imha durante la Guerra de los Antiguos.
El vasi se quedó pensativo unos momentos, reflexionando sobre aquel extraño sello.
—¿En qué consiste el Sello de Bilghik, exactamente?
Zeker se quedó muy callado, pensando un modo de responder.
Lo cierto es que ni siquiera Tanri y yo estamos muy seguros de cuáles son las limitaciones de ese sello, por lo que dudo que Kinskalik las sepa tampoco. Lo único que tengo claro es que se trata de una barrera que, al pronunciar lo que deseas que retenga, lo hace.
—Pero Zehena y los sabuesos lograron salir.
Lo más seguro es que Kinskalik deseara que todo aquel que tuviera poder para abrir portales no pudiera usarlo y mantener encerrados a los dioses del Zehennem. Lo más seguro es que se le olvidara mencionar a los demonios.
—Entonces, ellos sí pueden salir siempre y cuando alguien que esté fuera del Zehennem abra la puerta.
Sí, pero no creo que Kinskalik sea tan estúpido como para no haber rectificado después de que Zehena y sus cachorros salvaran a mis hijos. Ahora ya habrá ordenado al Sello de Bilghik que nada ni nadie que esté en el Zehennem pueda salir y, después de lo que me has dicho, tampoco pueda entrar.
—Tal vez Koruy aún pueda.
… Tal vez. Aun así, no dejes que se arriesgue a ir allí, Iyilik. Koruy es necesario para que el Zennet esté protegido de… —Zeker se interrumpió a mitad de frase e hizo un movimiento brusco que retumbó en la celda, sobresaltando a Iyilik.
—¿Qué ocurre?
Es Hainlik. Ha despertado.
No se lo pensó dos veces en abrir las alas y volar velozmente en dirección a su habitación. Cuando llegó a esta, no estaba solo. Kinskalik también se encontraba allí, contemplando la cama donde había estado su amigo durante siete meses.
—Se ha ido —dijo con voz amarga antes de marcharse.
Se acercó un poco a la cama, viendo las sábanas removidas. Cuando las tocó, notó que aún estaban calientes, por lo que no podía hacer mucho que el vasi se había ido.
—Hainlik… ¿Qué pretendes?


Kusuk, Yayla

Tras los muros de la ciudad, bajo el castillo del general, los naik estaban siendo encarcelados en las mazmorras. El sacerdote les aplicaba un hechizo de inmovilización antes de quitarles las redes eléctricas; entonces, les aplicaba una sustancia, la misma que le puso Kaziran a Irsis cuando le secuestró.
El muchacho no pudo hacer otra cosa que maldecirle mientras se encargaba de Suh, la cual fulminaba al joven sacerdote que le ponía la crema en las zonas de piel expuesta, demorándose más de lo debido en el pecho.
—Acaba de una jodida vez. Pareces un adolescente que nunca ha visto a una mujer desnuda —masculló Suh, que esbozó una sonrisa cruel—. Seguro que todavía eres virgen.
Irsis y Zhor soltaron una carcajada que hizo que el sacerdote se sonrojara, aunque eso no evitó que abofeteara a Suh.
—Me he acostado con más mujeres de las que puedas imaginar.
—Sí, pero solo en tus sueños.
El hombre volvió a golpearla en la cara, pero Suh seguía sonriendo, burlona.
—Hasta pegas como una anciana moribunda, no me extraña que ninguna abra las piernas para ti.
El sacerdote seguía golpeándola, pero Suh tampoco paraba de humillarlo de todas las formas que se le ocurrían. Sin embargo, cuando Irsis vio que los golpes eran cada vez más fuertes y violentos, decidió intervenir.
—Eh, ¿no nos necesitas vivos? —le preguntó a la vez que un soldado le encadenaba los pies y las manos—. Entonces, deja de golpearla o no valdremos una mierda.
El sacerdote se giró para mirarle, se acercó a él y le propinó un puñetazo en el estómago que hizo gruñir a Kafa como si fuera un perro. Ya había tenido bastante con que Theror muriera como para que ahora ese hijo de puta golpeara a sus compañeros. Si solo pudiera liberarse… podría matarlo de un mordisco.
—Por ahora, sí. Pero en cuanto tengamos que mataros, me la cepillaré por delante y por detrás por su insolencia —dijo a la vez que señalaba a Suh, aunque sus ojos tenían un brillo lujurioso.
Irsis se encogió de hombros.
—Bueno, si quieres que te caiga la maldición, allá tú.
El sacerdote lo miró con recelo.
—¿Qué maldición?
El joven soltó una risotada.
—Eres un sacerdote y no tienes ni idea de lo que les pasa a los humanos que se acuestan con los naik. Te compadezco.
El sacerdote le dio otro puñetazo, esta vez en la cara, algo que hizo que el gruñido de Kafa se intensificara.
—Ya estás hablando, demonio de mierda.
Irsis le fulminó con la mirada pero, aun así, dijo:
—No somos humanos, estúpido. ¿Crees que puedes acostarte con uno de nosotros sin que te pase nada? A los pocos días de hacerlo, se te caerá la piel a trozos y te saldrá pelo por todas partes. El sabor de la comida empezará a ser insípido, dejarás de saborearla y observarás a la gente que te rodea con otros ojos, hasta que al final… —Esbozó una sonrisa cruel—. Al final, los destriparás y te comerás sus entrañas. Pero no es lo único que harás.
El sacerdote tragó saliva. Parecía realmente asustado.
—¿Qué más pasaría?
—No podrás caminar erguido, te moverás como los animales y querrás joder con ellos. Cada noche, volverás a la ciudad a matar y no podrás evitarlo. Una vez has probado la carne humana ya no puedes parar de comerla. —Irsis se relamió los labios—. ¿O qué te crees que hacemos nosotros con los humanos que intentan matarnos?
El joven los miró horrorizados y salió rápidamente de la celda mientras ordenaba a gritos que los encerraran. Solo cuando escucharon que sus pisadas se alejaban a toda prisa después de cerrar de un portazo las mazmorras, Zhor soltó una estruendosa carcajada.
—¡Por los dioses, no me puedo creer que se lo haya tragado!
Irsis también rio con ganas.
—¿No ves que ese sacerdote no tiene ni puñetera idea? No es más que un aprendiz, ¡ni siquiera se ha dado cuenta de que Shunuk y tú no sois naik!
—De lo contrario, los habría matado —murmuró Kafa con voz amarga.
Todos lo miraron con tristeza. La muerte de Theror les había afectado, al fin y al cabo, había estado con ellos durante meses, los había cuidado y protegido muchas veces, había cazado para ellos e incluso habían jugado con él. Pero Kafa era quien más tiempo había pasado con el tibicena.
—Kafa… —empezó Irsis, pero su hermano hizo un gesto negativo con la cabeza. No quería hablar, necesitaba recuperarse por sí solo, y la única forma que tenía de aguantar el dolor era el deseo de ver la garganta de ese sacerdote entre sus fauces y aplastarla.
Yilan apretó la mandíbula.
—Le mataremos, Kafa. Te lo juro.
El naik alzó la vista. Sus ojos castaños brillaban de una forma que al sacerdote le habría puesto los pelos de punta sin duda alguna.
—Lo sé.
Yilan miró entonces a Suh, cuya cara estaba llena de sangre.
—¿Estás bien?
La joven asintió y le dedicó a Irsis una breve inclinación de cabeza para después apartar bruscamente la vista. Este sonrió, sabiendo que le estaba agradecida. Suh no era la clase de persona que daría las gracias abiertamente, por lo que ese gesto le bastaba.
Solo entonces se paró a pensar en su situación, y no era el único, porque Zhor no tardó en preguntar:
—¿Alguien puede moverse?
—No, ni tampoco podremos hasta que hayan pasado varias horas —respondió Irsis mientras se contemplaba a sí mismo y hacía una mueca de repugnancia—. Qué asco, estoy completamente pringado de esta cosa. Es peor que la sangre de akbalar
—Alev —dijo Kafa de repente antes de mirarlos a todos—. Él no está aquí, ¿verdad?
Shunuk frunció el ceño.
—No iba con nosotros cuando nos atraparon, eso seguro.
Yilan contempló los barrotes de la mazmorra con el semblante serio.
—Intentará salvarnos. Solo espero que no le cojan en el intento.


En ese mismo lugar, en una de las torres, la reina de Yayla contemplaba desde sus aposentos cómo su esposo paseaba con su sirvienta personal cogiéndola por la cintura y sonriendo estúpidamente, sin importarle que todo el mundo le mirara… Ni que la miraran a ella.
Con los puños apretados, apartó la vista con la cabeza alta y se colocó delante del espejo para peinarse. Era consciente de que no era una mujer bella; tenía el cabello de un color rubio apagado y la piel de una palidez enfermiza, sus ojos castaños eran oscuros y su figura muy delgada, lo que remarcaba su aspecto frágil.
Tal vez no fuera hermosa, pero desde luego era mucho más inteligente que su marido. Mientras él bebía y coqueteaba con la sirvienta, ella dirigía su país con mano de hierro y lo hacía funcionar. Con la ayuda de sus consejeros, planificaba una administración que hiciera que su reino enriqueciera, ordenaba a sus generales que entrenaran día tras día a sus hombres, presionaba a los artesanos y herreros para conseguir los mejores materiales y entregaba más tierras fértiles a los agricultores para que pudieran cosechar más.
Gracias a ella, su reino era el más rico de Tohum. Y, sin embargo, la gente la miraba compadeciéndola por culpa de esa sirvienta que había seducido a su marido. Él podría ser un buen gobernante si no estuviera tan ridículamente pendiente de todo cuanto ella hacía, incluso tenía un par de soldados que la acompañaban a todas partes cuando el rey no estaba con ella. Por el amor de Tanri, ¡la trataba como si fuera una dama de la nobleza!
—No parece tener un buen día, majestad.
Se sobresaltó al escuchar esa voz desconocida.
Apoyado en la puerta de la habitación, había un hombre joven muy atractivo. Era alto y tenía una figura esbelta y atlética, algo que remarcaban sus músculos tensados bajo la piel tostada. El cabello castaño rojizo caía por su frente, apenas cubriendo unos fieros ojos dorados que dejaban bastante claro que no estaba de buen humor.
Retrocedió al sentir su aura agresiva.
—¿Quién es usted?
Sin decir una palabra, se abrió un poco más el chaleco de cuero, dejando ver el tatuaje en forma de coyote que tenía en el costado izquierdo.
Abrió los ojos como platos al reconocerlo.
—Eres uno de los naik.
—Exacto. —El demonio se paseó por la habitación sin prestarle atención alguna a los lujos que esta poseía. Sus ojos fríos y cautelosos no se apartaron de ella en ningún momento—. Voy a dejarlo muy claro, majestad. Solo hay dos formas de solucionar esto, por las buenas o por las malas. A mí me da igual cuál sea siempre y cuando consiga lo que quiero. Usted elige.
La reina entrecerró los ojos.
—Si te diera igual, ya me habrías matado.
El naik alzó una ceja y esbozó una sonrisa torcida que le dio escalofríos.
—Como he dicho, usted elige.
—No tengo por qué escucharte. Mi reino ganará mucho dinero si entrego a los naik al rey…
—Y usted ganará mucho más si está de mi parte. —Ladeó la cabeza y señaló por la ventana—. Mientras venía hacia aquí, he visto a su marido muy ocupado con cierta sirvienta a la que no le quitaba las manos de encima. Debe de sentirse muy humillada, no solo por la infidelidad, sino por la imagen que debe de presentar ante sus súbditos.
La reina apretó los labios, viendo por dónde iba, pero esperó a que el demonio terminara de hablar.
—¿Para qué necesita tanto dinero cuando su país es el más rico de Tohum? ¿No es hora de que sea egoísta? Es una reina, no debería estar haciendo el trabajo de su marido.
Ella alzó una ceja, muy interesada de repente.
—¿Y qué propones?
El naik se acercó a ella.
—Libere a mis hermanos, entrégueme a los hombres que los han atrapado y deje que nosotros nos encarguemos de Fenrian. A cambio, mataré a esa sirvienta cómo y cuándo usted quiera —dicho esto, se cruzó de brazos—. Aunque si prefiere que haga otra cosa con ella, me da exactamente igual.
La reina de Yayla no dijo nada mientras se dirigía a la ventana y contemplaba a la feliz pareja riendo tontamente.
Sería un demonio, pero tenía razón. Era hora de que fuera egoísta y que el rey asumiera sus responsabilidades.
Cuando dio media vuelta, le dedicó una sonrisa cómplice al naik.
—Creo que podemos llegar a un acuerdo, demonio.

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