Capítulo 3. Un trato con el demonio
Kusuk, Yayla
Habían pasado
varios días desde que liberaron a Xana y pusieron rumbo al norte, hacia Feryat
Dag. No habían querido acortar camino cruzando la ciudad, no después de saber
que el rey de Siyagun había puesto precio a sus cabezas. Los soldados debían de
saber suficiente sobre ellos como para dar una buena descripción y no iban a
arriesgarse a que les reconocieran.
Así, habían dado
un prudente rodeo a Kusuk para continuar con su viaje.
Esa noche, Yilan
contemplaba el cielo con aire ausente, pensando en Fenrian mientras retorcía el
pañuelo que llevaba siempre atado en el brazo. Las imágenes de su anterior naik todavía permanecían en su memoria.
Su pobre hermana se transformó por primera vez cuando era poco menos que una
adolescente y los ciudadanos la encarcelaron y la utilizaron para el
divertimento de la nobleza; anularon sus poderes y la obligaron a enfrentarse a
sacerdotes que acababan venciéndola y torturándola, pero sin llegar nunca a
matarla.
Cuando ella no
pudo soportarlo más, perdió el control. Logró escapar de su celda y asesinó a
todo aquel que se pusiera por delante, sin importar que fueran gente que no le
había hecho daño.
Sintió un
escalofrío al recordar la primera vez que la vio. Llevaba entre sus fauces a
una niña, a la que prácticamente había partido por la mitad.
Rezaba porque ese
nuevo Fenrian no fuera como el anterior…
—Pareces inquieto.
No se sorprendió
al escuchar a Shunuk, que se sentó a su lado.
—Estaba pensando
en Fenrian —dijo sencillamente.
Este asintió,
comprendiendo a lo que se refería.
—Que esté con los
hombres lobo no significa nada. Puede que sean seres agresivos, pero solo si
entra alguien en su territorio…
—Y si es una
amenaza. A diferencia de los humanos, saben diferenciar a los hombres armados
de los niños.
—Pero es
precisamente por el otro Fenrian que tú…
—Sí, lo sé. No
puedo juzgar a este naik por lo que
hizo el otro.
Repentinamente,
recordó cuando mató a ese Fenrian y al resto de sus hermanos, y miró a los que
tenía ahora y que dormían profundamente.
Ellos sí le
juzgarían cuando lo supieran. Era inútil ocultarlo, incluso si vencían al rey
de Siyagun y liberaban a Zeker, se enterarían de una forma u otra. Y aunque lo
sabía, no se atrevía a decírselo. No todavía.
—¿Qué crees que
pensarán ellos cuando sepan que los maté?
Shunuk bajó la
mirada, entristecido de repente.
—Se enfadarán.
Pero si vas a decírselo, tendrás que contarles toda tu historia. Solo así creo
que podrán comprender que estabas en una situación crítica.
Esta vez fue Yilan
quien apartó la vista, un poco más brusco de lo que pretendía.
—No tienen por qué
saber eso.
—Entonces, tal vez
te matarán.
—Bien. Mientras
hayamos matado al rey y liberado a nuestro padre, me parece un precio justo.
Shunuk hizo un
gesto negativo con la cabeza antes de contemplar el cielo. Así que Yilan quería
decirles a sus hermanos que él los mató en su otra vida pero no por qué lo
hizo. Todo por la sencilla razón de que pensaba que fue un egoísta y un
cobarde.
Suspiró. Él estaba
convencido de que sus hermanos lo entenderían. Lo único que tenía que hacer era
contarles toda la historia.
Esos pensamientos
se vieron interrumpidos por algo que le llamó la atención en el cielo. Qué
extraño, le había parecido ver un brillo.
—Yilan, ¿tú has
visto algo en el cielo?
Este frunció el
ceño y alzó la vista. En ese momento, vieron una especie de resplandor rojo que
se volvió morado y que después desapareció.
—¿Qué es eso?
De repente, todo
el cielo cambió. Unas luces brillantes, de todos los colores, aparecieron desde
el norte y penetraron en el bosque, envolviéndoles sin hacerles ningún daño.
Les pareció
escuchar unas risas, a lo que Yilan respondió sonriendo.
—Es la aurora
boreal.
—¿Qué coño es
esto?
Tanto él como
Shunuk se giraron al escuchar a Zhor. Todos estaban despiertos y sobresaltados,
a excepción de Irsis, por supuesto, que correteaba intentando atrapar las luces
que, a su vez, se deslizaban esquivándole juguetonamente.
—Tranquilos,
chicos. Solo quiere jugar —los tranquilizó Yilan, riendo al ver que el soldado
intentaba ahuyentarla dando estocadas con su espada sin conseguir nada.
Zhor la señaló con
un dedo.
—¿Qué es esto?
—La aurora boreal.
No te preocupes, Zhor, es un espíritu inofensivo.
—¿Un espíritu?
—preguntó Kafa, que observaba cómo los tibicenas,
al igual que Irsis, intentaban atrapar las luces.
Yilan alzó una
mano, en la cual una luz que adoptó forma de serpiente se posó antes de
deslizarse por su brazo y descender por su cuerpo lentamente antes de volver a
convertirse en un velo multicolor.
—Nadie sabe nada
de ella, ni por qué apareció ni quién la creó. Algunos creen que Hayat la puso
en el cielo nocturno para iluminar a los humanos las noches más frías y oscuras
del invierno, otros creen que son las pinturas que hacen los dioses en el
cielo. Hay incluso quien piensa que es el espíritu de Hayat, antiguo señor de
todos los dioses. —Hizo una pausa mientras contemplaba las formas que adoptaban
las luces. Unas cuantas se convirtieron en cuervos que revolotearon alrededor
de Irsis y otras imitaban la forma de los tibicenas
y, también, cada movimiento que hacían—. Pero una cosa sí es segura. Es un
espíritu benévolo que ha ayudado a muchas personas que se han perdido en las
montañas a encontrar el camino de vuelta o ha mostrado las plantas que se
utilizan para fabricar el medicamento a una enfermedad.
—Pues a mí me
gusta —comentó Irsis tras intentar, sin éxito, atrapar una de las luces que
había adoptado la forma de un conejo.
La aurora hizo un
sonido suave al que se le añadieron muchos otros. Era melodioso, pausado,
tranquilizador.
—Parece música
—comentó Alev mientras la contemplaba.
Pero eso no fue
todo lo que hizo. Sin previo aviso, entre las luces apareció una imagen, la de
un desierto por cuyas dunas paseaban los akrehler
mientras los akbalar los
sobrevolaban.
—¡Eso es Yeralti
Vala!
Yilan ladeó la
cabeza.
—Como os he dicho,
puede mostrar cosas.
La imagen cambió y
les mostró unas islas nevadas, con grandes montañas escarpadas, a duras penas
exploradas por el hombre.
—Las Tierras
Pálidas —susurró con el corazón encogido. Hacía tantos años que no veía su
hogar… Y, a pesar de la invasión de Siyagun, aquellas islas seguían siendo tan
hermosas como las recordaba.
Estuvo a punto de
preguntarle a la aurora por su familia, pero no lo hizo. Lo más seguro era que
todos estuvieran muertos, y ya tenía bastante con saberlo como para que además
se lo enseñara.
En vez de eso,
preguntó otra cosa.
—¿Sabes dónde está
Fenrian?
La aurora boreal
cambió ligeramente la imagen, mostrando una solitaria montaña más transitable,
desde la cual se escuchaban gritos y rugidos. Se acercó más al lugar de donde
provenía el ruido, mostrando así una sangrienta batalla entre docenas de
soldados que llevaban el símbolo de un halcón blanco y un montón de lobos.
Eran enormes,
serían un poco más grandes que Alev y Kafa cuando se transformaban, se movían a
gran velocidad y tenían una fuerza bruta digna de los demonios que eran. Todos
tenían el pelaje oscuro y los ojos dorados… Todos excepto uno.
Este era a duras
penas visible gracias a la nieve y los troncos oscuros de los árboles, lo que
le permitía camuflarse mejor en el bosque. Era enorme como ellos, pero su
pelaje era de distintos tonos grises, siendo más oscuros el lomo y la parte
superior de la cabeza, mientras que los ojos eran azules.
Atacaba con la
misma ferocidad que sus compañeros, pero parecía estar más interesado en los
campesinos y cazadores voluntarios que se habían unido a los guerreros que en
estos. Estaba a punto de alcanzarlos cuando una flecha salió volando en su
dirección y dio contra el tronco de un árbol que había justo enfrente, haciendo
que se detuviera y observara al arma. Mirar en esa dirección le salvó de los
arqueros que le estaban apuntando y pudo escapar a tiempo.
Sin embargo, estos
soldados fueron rápidamente atacados por otro grupo de lobos que salió por sus
espaldas y los derribó.
Tras analizar la
batalla y ver que estaban en desventaja, el capitán de la partida de caza
ordenó la retirada. Protegidos por los pocos arqueros y lanceros que quedaban,
retrocedieron hacia la salida del bosque sin sufrir muchas más bajas.
Incluso cuando llegaron
al pie de la montaña, lejos del territorio de los lobos, Fenrian intentó
seguirlos, pero un hombre lobo, que parecía el líder de la manada, se interpuso
y le gruñó sin llegar a mostrar del todo los colmillos. Fenrian soltó un
ladrido, pero dio media vuelta y corrió de nuevo hacia el bosque. En ese
momento, la aurora boreal dejó de mostrar Feryat Dag y volvió a hacer ese
sonido que recordaba a la música antes de alzarse hacia el cielo.
—Se marcha —dijo
Yilan mientras la seguía con la mirada.
La aurora boreal
desapareció entre las copas de los árboles, alejándose en dirección al norte y
dejando paso al alba.
Los naik no dijeron nada durante un buen
rato; se limitaron a recoger sus cosas y a prepararse para seguir su viaje
hacia Feryat Dag, cada uno sumergido en sus propios pensamientos y sacando
conclusiones sobre Fenrian.
Olum Isik, Siyagun
Cuando llamaron a
la puerta de su casa, frunció el ceño y se apresuró a vestirse y a coger la
espada, solo por si acaso.
Su mujer lo miró
con ojos asustados, pero en cuanto le ordenó que fuera con las niñas, ella
obedeció rápidamente después de pedirle que tuviera cuidado.
Fue a la entrada,
se colocó tras la puerta y la abrió. Iba a dar una estocada con su arma que
habría dejado inconsciente al hombre de no ser porque lo reconoció en el último
momento. Bajó la espada y soltó una maldición mientras cerraba la puerta.
—¡Me has dado un
susto de muerte!
Su hermano menor
le ignoró por completo.
—Tenemos que
hablar.
Soltó un gruñido y
avisó a su mujer y sus hijas de que todo iba bien, que solo era su tío. Más
aliviadas, todas volvieron a sus habitaciones y dejaron solos a los dos
hombres.
—¿Se puede saber
qué haces aquí a estas horas de la noche, Kuvet?
Este le hizo un
gesto para que se sentara en una de las sillas que había alrededor de la mesa.
Por otra parte, él se cruzó de brazos y se apoyó en la pared.
—Voy a ayudar a
los naik, Askeri —le dijo muy serio.
Eso lo pilló tan
de sorpresa que dejó caer la espada con un gran estruendo. Oyó que varios
vecinos se quejaban, pero hizo caso omiso y apoyó ambas manos en la mesa,
frente a su hermano.
—¿De qué estás
hablando? Si es una broma, no tiene ni una maldita gracia.
Kuvet alzó una
ceja.
—¿Crees que habría
venido a estas horas de la noche para gastarte una broma?
—Zhor era capaz.
—Yo no soy Zhor,
aunque nos parezcamos mucho.
Esta vez sí tuvo
que sentarse en la mesa a la vez que se pasaba una mano por el cabello oscuro.
—¿A qué viene eso
de repente? Zhor perdió la fe en el ejército hace años, pero tú siempre has
estado dispuesto a tolerarlo mientras te sigan pagando un sueldo. Así que, ¿por
qué ahora?
Los ojos azules de
Kuvet lo miraron con rabia.
—Porque el rey es
un asesino y no estoy dispuesto a protegerlo.
Askeri se levantó
de un salto, ofuscado.
—¡Matar a los que
cometen crímenes no es ser un asesino, es hacer justicia!
Kuvet también se
levantó. Si había algo que caracterizaba a la familia Vasci, era que ninguno se
acobardaba ante los gritos.
—¿Matar a nuestro
hermano es hacer justicia?
—Nuestro padre
evitará que le maten. Nos lo prometió. —Askeri movió la cabeza a un lado y a
otro y le señaló la puerta con rostro cansado—. Vuelve a casa, Kuvet. Descansa
un poco y mañana verás las cosas con más claridad.
Su hermano menor
apretó los puños mientras contemplaba cómo subía las escaleras, totalmente
despreocupado. ¿No quería ver la realidad? Está bien. No quería recurrir a eso,
Askeri fue el que estuvo más afectado de los tres, pero ya era hora de que
abriera los ojos y viera qué clase de hombre era su padre.
Solo otro
lameculos del rey, como decía Zhor.
—También nos
prometió que salvaría a Hata y fue él quien le cortó la cabeza con la misma
espada que llevas en la mano.
Al escuchar sus
palabras, Askeri se detuvo en seco. Al principio no dijo nada, parecía
demasiado ocupado intentando dejar de temblar de rabia.
—Eso es mentira.
—Es la verdad,
solo que no quieres aceptar que nuestro padre…
—¡Sal de esta casa
o te mato! —gritó mientras le apuntaba con la espada y bajaba bruscamente las
escaleras.
Aunque no quería
huir, estaba bastante seguro de que había cabreado lo suficiente a Askeri como
para que se enzarzaran en una pelea que podría acabar muy mal.
Lo cierto era que
quería darle un par de puñetazos, puede que así abriera los ojos, pero Askeri
era el más mayor, tenía mucha más experiencia y solo el loco de Zhor se habría
atrevido a enfrentarse a él en esas circunstancias. Así que optó por marcharse de
la casa, aunque lo hizo a zancadas furiosas.
Justo cuando
pasaba por una calle, vio una figura que estaba apoyada en la pared con los
brazos cruzados.
—Lamento lo de tu
hermano.
Kuvet se detuvo y
suspiró, tratando de calmarse.
—Me temo que no
vamos a poder contar con Askeri. Tiene a mi padre en un altar desde que murió
nuestra madre y jamás creyó que él matara a Hata.
—¿Hata era familia
vuestra?
—Era el hermano
gemelo de Askeri. Estaban muy unidos. —Hizo una pausa y miró a Deger, quien no
hizo ningún comentario—. Me he enterado de que el bufón también está de tu
lado.
Deger asintió.
—Así es.
—Él también está
dentro de palacio. Entonces, ¿para qué necesitas mi ayuda? Él puede espiar al
rey.
—No completamente.
Sakasi solo puede hacer de espía cuando actúa, escuchando las conversaciones de
los nobles durante el banquete y poco más. Tú puedes enterarte de muchas más
cosas gracias a tu posición de soldado. —Hizo una mueca—. Si tu hermano nos
ayudara, tendríamos mucha más información, puesto que él es capitán y
estratega, actúa bajo órdenes directas de los generales o el rey, pero me temo
que tendremos que conformarnos con lo que tenemos. —Deger dudó un momento antes
de decir lo siguiente—. Además, si las cosas se ponen muy feas, Sakasi tiene
algo que hacer en el palacio y que tú no puedes hacer.
Kuvet frunció el
ceño.
—¿Qué es?
—Es solo si las
cosas salen muy mal. En realidad, depende de lo que decida hacer el rey si
descubre cierto secretito.
—¿Qué secreto es
ese?
Deger esbozó una
sonrisa torcida.
—Paciencia, Kuvet.
A medida que vayas trabajando para mí, te enteraras de muchos trapos sucios.
—Miró el cielo, que empezaba a esclarecerse—. Y, hablando de eso, vamos a tu
casa. Voy a contarte cuál es el plan.
En su sueño, Kedi
corría por una llanura. El cielo estaba totalmente despejado y el viento
golpeaba su cara. No estaba persiguiendo a nadie y tampoco estaba huyendo.
Sencillamente, el hecho de poder correr a campo abierto le daba una gran
sensación de libertad.
No estaba solo.
Había otras personas junto a él, personas importantes a las que debía proteger
por encima de cualquier cosa.
Ojalá pudiera
reunirse pronto con ellas…
De repente, oyó
unas voces. Las conocía muy bien, eran aquellas que se metían en su cabeza como
agujas que le impedían descansar. Normalmente, eran los pensamientos de algún
que otro vecino ofuscado por nimiedades de su vida cuotidiana.
Quiso ignorarlos
para dormir un poco más y continuar con su sueño, pero no pudo hacerlo cuando
escuchó ciertas palabras que le hicieron reaccionar con rapidez.
Se levantó de un
salto, se vistió como pudo a toda prisa y recogió lo necesario para marcharse
de su habitación cuanto antes; una muda, sus ahorros y sus garras de duelo.
Justo cuando acababa de atar su bolsa, Karali entró con el rostro somnoliento.
—Haces mucho
ruido… —Entonces, se fijó en que iba vestido y que tenía una bolsa de viaje en
la mano. Eso pareció despertarla del todo—. Kedi, ¿a dónde vas?
—Van a venir.
—¿Quién?
—Van a venir a por
mí. —Se echó la bolsa al hombro y la cogió por los hombros—. Despídete de los demás
por mí y no dejéis que encuentren a Nokta, ¿entendido?
Karali asintió sin
comprender lo que estaba pasando, pero si Kedi estaba asustado, debía de ser
algo bastante gordo.
La besó en la
frente y la abrazó con fuerza. Justo cuando ella iba a devolverle el gesto,
Kedi se apartó, abrió la ventana de su habitación y saltó. Corrió a ver si se
había hecho daño, pues estaban en un segundo piso. Pero cuando se asomó, la
calle estaba totalmente desierta.
Kusuk, Yayla
Irsis estaba en la
gloria. Los rayos del sol veraniego acariciaban su rostro y una tenue brisa
revoloteaba sus cabellos. Oía a los pájaros trinando por encima de su cabeza,
en los árboles, y casi podía escuchar el aleteo de alguna mariposa que habría volando
por ahí. La calma y la tranquilidad reinaban en el bosque, algo de agradecer
teniendo en cuenta el constante estrés y las prisas por encontrar al resto de
sus hermanos que solían atenazar a su grupo.
Sí, todo fue
maravilloso hasta que cierto sujeto de cabello y barba oscuros y ojos azules
dejara caer una bolsa sobre su cabeza.
—¡Espabila, niño!
Mmm… ¿Por qué
sería que aquella escena le resultaba tan familiar? Bueno, si Zhor fuera calvo
y tuviera un buen barrigón probablemente encontraría la respuesta.
—¿Qué prisas son
esas? Alev hace rato que se ha ido a buscar agua…
—Y mientras, los
demás estamos cazando y cogiendo provisiones. ¡Ponte a trabajar tú también!
Irsis soltó un
gruñido y se levantó. Ambos se adentraron en el bosque al mismo tiempo que se
quedaban inmersos en una de sus muchas discusiones.
—Deberías
relajarte un poco, Zhor. Si siempre llevas esas prisas te saldrán canas a tus
treinta años.
El soldado se
detuvo y lo fulminó con la mirada.
—Tengo veintiocho,
niño.
Irsis lo miró
fijamente unos segundos antes de agarrarse el estómago y doblarse de risa. A
Zhor, sin embargo, no le sentó tan bien, pero no tuvo mucho tiempo para darle
un buen golpe, porque una sustancia pegajosa lo tiró al suelo y lo envolvió a
la vez que le propinaba una fuerte descarga eléctrica.
—¡Zhor!
El joven corrió a
echarle una mano, pero justo cuando sacaba el cuchillo para liberarlo de la
extraña red, él también acabó atrapado en otra.
Gritó y trató de
luchar, pero en ese momento, la electricidad recorrió su cuerpo, haciendo que
se convulsionara violentamente.
En ese instante,
de entre los árboles, aparecieron unos soldados con el uniforme de Yayla que
tenían apresados a Yilan, Shunuk, Kafa, Suh y los tibicenas. De haber podido, habría soltado una maldición al ver al
sacerdote que llevaba una túnica blanca con dibujos azules en los bordes y un
halcón blanco dentro de un círculo celeste en el pecho.
Lo que le faltaba.
—Vaya, vaya, pero
si había dos más —dijo el que parecía ser el líder de los soldados—. Cogedlos y
lleváoslos con los demás.
Quiso resistirse y
usar los poderes que heredó de su abuelo, pero la corriente eléctrica seguía
fluyendo por cada centímetro de su cuerpo y las convulsiones tampoco le
permitían pronunciar ningún hechizo.
Un par de soldados
se acercaron para cogerlos, pero un gruñido furioso les llamó la atención.
Theror estaba mordiendo las redes del resto de su manada y sus hijos ya estaban
libres. Veba no tardó también en escaparse, pero justo cuando estaba
mordisqueando la red de Theror, el sacerdote gritó un hechizo y lanzó esa
sustancia de nuevo.
Afortunadamente,
Theror logró saltar y apartar a Veba, de forma que la hembra escapó con sus
cachorros mientras que su líder le ladraba con los colmillos al descubierto al
soldado que se acercó a él.
—Este no nos hace
falta para nada, ¿verdad? —le preguntó al sacerdote.
Era un hombre
joven, tendría apenas uno o dos años más que Irsis y su rostro destilaba
arrogancia desde el alto mentón hasta las puntas del cabello corto.
Miró al demonio
con cara de aburrimiento e hizo un gesto de desprecio con la mano.
—Mátalo.
Kafa gritó e
intentó librarse de la red y de los soldados que lo mantenían sujeto. Tanto sus
hermanos como Shunuk y Zhor lo imitaron, pero al sacerdote le bastó una palabra
para que todos cayeran al suelo, presos de nuevas corrientes eléctricas.
Frustrados y entre
gritos de dolor, observaron cómo el soldado alzaba la espada… solo para
hundirla en el pecho de Theror, que chilló y gimió antes de quedarse extendido
en el suelo y cerrar poco a poco los ojos.
Kafa siguió
gritando e intentando arrastrarse hasta su amigo, pero uno de los soldados le
dio una patada en el estómago. No pareció importarle demasiado mientras
contemplaba con los ojos empañados el cuerpo del cachorro que recogió en el
bosque cuando era poco más que un adolescente.
El soldado volvió
a darle otra patada, ante lo cual Yilan y Suh volvieron a forcejear, pero solo
les sirvió para que otra descarga los dejara definitivamente inconscientes.
Kafa ya estaba
sangrando por la boca mientras llamaba una y otra vez a Theror cuando el
sacerdote detuvo al soldado. Irsis alcanzó a oír algo de que lo necesitaban
vivo, al igual que a los otros seis naik,
pero no escuchó mucho más.
Incluso cuando lo subieron
a él y a sus hermanos en los caballos para llevárselos, él seguía con la vista
fija en el fiel demonio con el rostro bañado de lágrimas.
Gokhabis, Zennet
Iyilik caminaba
silenciosamente en dirección a la celda de Zeker. Hacía ya varios días que
escuchaba sus constantes siseos y eso empezaba a preocuparlo. Al principio,
pensó que solo lo hacía para fastidiar a Kinskalik, pero después empezó a dar
golpes contra las paredes de su prisión y a escuchar sus gemidos de dolor.
Solo en ese
instante se apartó de la cama de Hainlik, que seguía en coma, y se dirigió al
Gokhabis, donde Zeker parecía haberse tranquilizado un poco. Aun así, le
preocupaba que Kinskalik hubiera encontrado alguna forma de hacerle daño.
—¿Zeker?
—preguntó, asomándose por la pequeña rejilla, encontrándose con la niebla negra
que siempre le protegía.
—Iyilik… Cuánto tiempo sin vernos.
—¿Se encuentra
bien?
—…
—¿Zeker? Zeker, dígame
algo, ¿está bien?
—… Esa chica ha muerto.
El vasi bajó la cabeza al comprender a
quién se refería.
—Lo sé. Zekilik me
lo dijo hace un par de días.
—… Yo… no quería provocar su muerte
maldiciendo a esa escoria. Solo quería que sufriera un poco… Y, con eso, he
conseguido que muera.
—No es culpa suya,
Zeker.
El dios no dijo
nada durante unos momentos. No estuvo muy seguro de en qué estaba pensando,
aunque cuando escuchó un nuevo siseo, le pareció que estaba inspeccionando una
herida.
—¿Qué le ha
ocurrido?
—Me he puesto un poco violento y la luz se ha
intensificado unos instantes. No es nada, Iyilik, solo me ha quemado un poco la
piel. —El dios hizo una breve pausa—. Espero
que Kirmi reciba muy bien a esa pobre chica y a su hija.
—No me cabe la
menor duda. —Iyilik se sobresaltó un poco, recordando algo de repente—. Me
gustaría ir al Zehennem y preguntarle a su esposa por ella, pero me temo que
Kinskalik ha hecho algo, porque ya no puedo entrar.
—Mmm… Así que el Sello de Bilghik no solo
retiene, sino que también protege todo lo que hay dentro. Ahora entiendo que el
Zehennem estuviera a salvo de Sidet e Imha durante la Guerra de los Antiguos.
El vasi se quedó pensativo unos momentos,
reflexionando sobre aquel extraño sello.
—¿En qué consiste
el Sello de Bilghik, exactamente?
Zeker se quedó muy
callado, pensando un modo de responder.
—Lo cierto es que ni siquiera Tanri y yo
estamos muy seguros de cuáles son las limitaciones de ese sello, por lo que
dudo que Kinskalik las sepa tampoco. Lo único que tengo claro es que se trata
de una barrera que, al pronunciar lo que deseas que retenga, lo hace.
—Pero Zehena y los
sabuesos lograron salir.
—Lo más seguro es que Kinskalik deseara que
todo aquel que tuviera poder para abrir portales no pudiera usarlo y mantener
encerrados a los dioses del Zehennem. Lo más seguro es que se le olvidara
mencionar a los demonios.
—Entonces, ellos
sí pueden salir siempre y cuando alguien que esté fuera del Zehennem abra la
puerta.
—Sí, pero no creo que Kinskalik sea tan
estúpido como para no haber rectificado después de que Zehena y sus cachorros
salvaran a mis hijos. Ahora ya habrá ordenado al Sello de Bilghik que nada ni
nadie que esté en el Zehennem pueda salir y, después de lo que me has dicho,
tampoco pueda entrar.
—Tal vez Koruy aún
pueda.
—… Tal vez. Aun así, no dejes que se
arriesgue a ir allí, Iyilik. Koruy es necesario para que el Zennet esté
protegido de… —Zeker se interrumpió a mitad de frase e hizo un movimiento
brusco que retumbó en la celda, sobresaltando a Iyilik.
—¿Qué ocurre?
—Es Hainlik. Ha despertado.
No se lo pensó dos
veces en abrir las alas y volar velozmente en dirección a su habitación. Cuando
llegó a esta, no estaba solo. Kinskalik también se encontraba allí,
contemplando la cama donde había estado su amigo durante siete meses.
—Se ha ido —dijo
con voz amarga antes de marcharse.
Se acercó un poco
a la cama, viendo las sábanas removidas. Cuando las tocó, notó que aún estaban
calientes, por lo que no podía hacer mucho que el vasi se había ido.
—Hainlik… ¿Qué
pretendes?
Kusuk, Yayla
Tras los muros de
la ciudad, bajo el castillo del general, los naik estaban siendo encarcelados en las mazmorras. El sacerdote les
aplicaba un hechizo de inmovilización antes de quitarles las redes eléctricas;
entonces, les aplicaba una sustancia, la misma que le puso Kaziran a Irsis
cuando le secuestró.
El muchacho no
pudo hacer otra cosa que maldecirle mientras se encargaba de Suh, la cual
fulminaba al joven sacerdote que le ponía la crema en las zonas de piel
expuesta, demorándose más de lo debido en el pecho.
—Acaba de una
jodida vez. Pareces un adolescente que nunca ha visto a una mujer desnuda
—masculló Suh, que esbozó una sonrisa cruel—. Seguro que todavía eres virgen.
Irsis y Zhor
soltaron una carcajada que hizo que el sacerdote se sonrojara, aunque eso no
evitó que abofeteara a Suh.
—Me he acostado
con más mujeres de las que puedas imaginar.
—Sí, pero solo en
tus sueños.
El hombre volvió a
golpearla en la cara, pero Suh seguía sonriendo, burlona.
—Hasta pegas como
una anciana moribunda, no me extraña que ninguna abra las piernas para ti.
El sacerdote
seguía golpeándola, pero Suh tampoco paraba de humillarlo de todas las formas
que se le ocurrían. Sin embargo, cuando Irsis vio que los golpes eran cada vez
más fuertes y violentos, decidió intervenir.
—Eh, ¿no nos
necesitas vivos? —le preguntó a la vez que un soldado le encadenaba los pies y
las manos—. Entonces, deja de golpearla o no valdremos una mierda.
El sacerdote se
giró para mirarle, se acercó a él y le propinó un puñetazo en el estómago que
hizo gruñir a Kafa como si fuera un perro. Ya había tenido bastante con que
Theror muriera como para que ahora ese hijo de puta golpeara a sus compañeros.
Si solo pudiera liberarse… podría matarlo de un mordisco.
—Por ahora, sí.
Pero en cuanto tengamos que mataros, me la cepillaré por delante y por detrás
por su insolencia —dijo a la vez que señalaba a Suh, aunque sus ojos tenían un
brillo lujurioso.
Irsis se encogió
de hombros.
—Bueno, si quieres
que te caiga la maldición, allá tú.
El sacerdote lo
miró con recelo.
—¿Qué
maldición?
El joven soltó una
risotada.
—Eres un sacerdote
y no tienes ni idea de lo que les pasa a los humanos que se acuestan con los naik. Te compadezco.
El sacerdote le
dio otro puñetazo, esta vez en la cara, algo que hizo que el gruñido de Kafa se
intensificara.
—Ya estás
hablando, demonio de mierda.
Irsis le fulminó
con la mirada pero, aun así, dijo:
—No somos humanos,
estúpido. ¿Crees que puedes acostarte con uno de nosotros sin que te pase nada?
A los pocos días de hacerlo, se te caerá la piel a trozos y te saldrá pelo por
todas partes. El sabor de la comida empezará a ser insípido, dejarás de
saborearla y observarás a la gente que te rodea con otros ojos, hasta que al
final… —Esbozó una sonrisa cruel—. Al final, los destriparás y te comerás sus
entrañas. Pero no es lo único que harás.
El sacerdote tragó
saliva. Parecía realmente asustado.
—¿Qué más pasaría?
—No podrás caminar
erguido, te moverás como los animales y querrás joder con ellos. Cada noche,
volverás a la ciudad a matar y no podrás evitarlo. Una vez has probado la carne
humana ya no puedes parar de comerla. —Irsis se relamió los labios—. ¿O qué te
crees que hacemos nosotros con los humanos que intentan matarnos?
El joven los miró
horrorizados y salió rápidamente de la celda mientras ordenaba a gritos que los
encerraran. Solo cuando escucharon que sus pisadas se alejaban a toda prisa después
de cerrar de un portazo las mazmorras, Zhor soltó una estruendosa carcajada.
—¡Por los dioses,
no me puedo creer que se lo haya tragado!
Irsis también rio
con ganas.
—¿No ves que ese
sacerdote no tiene ni puñetera idea? No es más que un aprendiz, ¡ni siquiera se
ha dado cuenta de que Shunuk y tú no sois naik!
—De lo contrario,
los habría matado —murmuró Kafa con voz amarga.
Todos lo miraron
con tristeza. La muerte de Theror les había afectado, al fin y al cabo, había
estado con ellos durante meses, los había cuidado y protegido muchas veces,
había cazado para ellos e incluso habían jugado con él. Pero Kafa era quien más
tiempo había pasado con el tibicena.
—Kafa… —empezó
Irsis, pero su hermano hizo un gesto negativo con la cabeza. No quería hablar,
necesitaba recuperarse por sí solo, y la única forma que tenía de aguantar el
dolor era el deseo de ver la garganta de ese sacerdote entre sus fauces y
aplastarla.
Yilan apretó la
mandíbula.
—Le mataremos,
Kafa. Te lo juro.
El naik alzó la vista. Sus ojos castaños
brillaban de una forma que al sacerdote le habría puesto los pelos de punta sin
duda alguna.
—Lo sé.
Yilan miró
entonces a Suh, cuya cara estaba llena de sangre.
—¿Estás bien?
La joven asintió y
le dedicó a Irsis una breve inclinación de cabeza para después apartar
bruscamente la vista. Este sonrió, sabiendo que le estaba agradecida. Suh no
era la clase de persona que daría las gracias abiertamente, por lo que ese
gesto le bastaba.
Solo entonces se
paró a pensar en su situación, y no era el único, porque Zhor no tardó en
preguntar:
—¿Alguien puede
moverse?
—No, ni tampoco
podremos hasta que hayan pasado varias horas —respondió Irsis mientras se
contemplaba a sí mismo y hacía una mueca de repugnancia—. Qué asco, estoy
completamente pringado de esta cosa. Es peor que la sangre de akbalar…
—Alev —dijo Kafa
de repente antes de mirarlos a todos—. Él no está aquí, ¿verdad?
Shunuk frunció el
ceño.
—No iba con
nosotros cuando nos atraparon, eso seguro.
Yilan contempló
los barrotes de la mazmorra con el semblante serio.
—Intentará
salvarnos. Solo espero que no le cojan en el intento.
En ese mismo
lugar, en una de las torres, la reina de Yayla contemplaba desde sus aposentos
cómo su esposo paseaba con su sirvienta personal cogiéndola por la cintura y
sonriendo estúpidamente, sin importarle que todo el mundo le mirara… Ni que la
miraran a ella.
Con los puños
apretados, apartó la vista con la cabeza alta y se colocó delante del espejo para
peinarse. Era consciente de que no era una mujer bella; tenía el cabello de un
color rubio apagado y la piel de una palidez enfermiza, sus ojos castaños eran
oscuros y su figura muy delgada, lo que remarcaba su aspecto frágil.
Tal vez no fuera
hermosa, pero desde luego era mucho más inteligente que su marido. Mientras él
bebía y coqueteaba con la sirvienta, ella dirigía su país con mano de hierro y
lo hacía funcionar. Con la ayuda de sus consejeros, planificaba una
administración que hiciera que su reino enriqueciera, ordenaba a sus generales
que entrenaran día tras día a sus hombres, presionaba a los artesanos y
herreros para conseguir los mejores materiales y entregaba más tierras fértiles
a los agricultores para que pudieran cosechar más.
Gracias a ella, su
reino era el más rico de Tohum. Y, sin embargo, la gente la miraba
compadeciéndola por culpa de esa sirvienta que había seducido a su marido. Él
podría ser un buen gobernante si no estuviera tan ridículamente pendiente de
todo cuanto ella hacía, incluso tenía un par de soldados que la acompañaban a todas
partes cuando el rey no estaba con ella. Por el amor de Tanri, ¡la trataba como
si fuera una dama de la nobleza!
—No parece tener
un buen día, majestad.
Se sobresaltó al
escuchar esa voz desconocida.
Apoyado en la
puerta de la habitación, había un hombre joven muy atractivo. Era alto y tenía
una figura esbelta y atlética, algo que remarcaban sus músculos tensados bajo
la piel tostada. El cabello castaño rojizo caía por su frente, apenas cubriendo
unos fieros ojos dorados que dejaban bastante claro que no estaba de buen
humor.
Retrocedió al
sentir su aura agresiva.
—¿Quién es usted?
Sin decir una
palabra, se abrió un poco más el chaleco de cuero, dejando ver el tatuaje en
forma de coyote que tenía en el costado izquierdo.
Abrió los ojos
como platos al reconocerlo.
—Eres uno de los naik.
—Exacto. —El
demonio se paseó por la habitación sin prestarle atención alguna a los lujos
que esta poseía. Sus ojos fríos y cautelosos no se apartaron de ella en ningún
momento—. Voy a dejarlo muy claro, majestad. Solo hay dos formas de solucionar
esto, por las buenas o por las malas. A mí me da igual cuál sea siempre y
cuando consiga lo que quiero. Usted elige.
La reina
entrecerró los ojos.
—Si te diera
igual, ya me habrías matado.
El naik alzó una ceja y esbozó una sonrisa
torcida que le dio escalofríos.
—Como he dicho,
usted elige.
—No tengo por qué
escucharte. Mi reino ganará mucho dinero si entrego a los naik al rey…
—Y usted ganará
mucho más si está de mi parte. —Ladeó la cabeza y señaló por la ventana—.
Mientras venía hacia aquí, he visto a su marido muy ocupado con cierta
sirvienta a la que no le quitaba las manos de encima. Debe de sentirse muy
humillada, no solo por la infidelidad, sino por la imagen que debe de presentar
ante sus súbditos.
La reina apretó
los labios, viendo por dónde iba, pero esperó a que el demonio terminara de
hablar.
—¿Para qué
necesita tanto dinero cuando su país es el más rico de Tohum? ¿No es hora de
que sea egoísta? Es una reina, no debería estar haciendo el trabajo de su
marido.
Ella alzó una
ceja, muy interesada de repente.
—¿Y qué propones?
El naik se acercó a ella.
—Libere a mis
hermanos, entrégueme a los hombres que los han atrapado y deje que nosotros nos
encarguemos de Fenrian. A cambio, mataré a esa sirvienta cómo y cuándo usted
quiera —dicho esto, se cruzó de brazos—. Aunque si prefiere que haga otra cosa
con ella, me da exactamente igual.
La reina de Yayla
no dijo nada mientras se dirigía a la ventana y contemplaba a la feliz pareja
riendo tontamente.
Sería un demonio,
pero tenía razón. Era hora de que fuera egoísta y que el rey asumiera sus
responsabilidades.
Cuando dio media
vuelta, le dedicó una sonrisa cómplice al naik.
—Creo que podemos
llegar a un acuerdo, demonio.
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