miércoles, 28 de noviembre de 2018

Night


Prólogo. La última voluntad

No se oía ni un solo ruido. Las luces estaban apagadas, los corredores vacíos, el personal dormido. De vez en cuando, el tenue gemido quejumbroso de las cañerías rompía el silencio, pero tan solo durante unos escasos segundos. Después, la calma volvía de un modo espeluznante, de hecho, para algunos de los vigilantes que trabajaban en la instalación, esas horas de la noche les recordaban a aquellas películas de terror ambientadas en un hospital psiquiátrico. Solo ellos permanecían despiertos y alerta, asegurando que todo estuviera en orden y que nadie entrara… o saliera.
Pero esa noche, alguien había preparado una sorpresa para los guardias del sector 12. Estos apenas llegaban a la docena, pero iban bien provistos de armas: dos pistolas semiautomáticas, un taser, varios cuchillos y un fusil de asalto. En caso de máxima necesidad, había unos armarios en algunas paredes que contenían metralletas.
Por desgracia para ellos, no tendrían tiempo de usar nada de eso. Sus adversarios los conocían bien y llevaban meses preparando aquella incursión.
Era el momento de acabar con todo.


—Esto es una mierda —bostezó Billy mientras estiraba los brazos.
Gordon hizo un gesto negativo con la cabeza. A él le gustaba el turno de noche, lo mantenía alejado de la peor parte de aquel trabajo.
Estaban patrullando el ala norte, donde aparte de las salas que había en todos los sectores, se encontraban unas oficinas donde se hacían cargo del papeleo. Desde que abrieron las instalaciones, no habían tenido muchos intrusos, solo unos pocos curiosos fáciles de ahuyentar, y se esperaba que siguiera siendo así mientras se proseguía con los experimentos.
Billy le dio un codazo en el brazo.
—Vamos, tío, di algo. Si no hablo con alguien mientras hago esto me moriré de aburrimiento.
Gordon contuvo un suspiro y se encogió de hombros.
—Pídele a otro que cambie su puesto contigo. Estoy seguro de que muchos querrán este turno.
—Yo no lo tengo tan claro. Por el día esto está lleno de mujeres, apostaría mi dinero a que los demás ya habrán coqueteado con ellas —dijo, lamiéndose los labios, haciendo que Gordon se estremeciera.
Tratando de ignorar a aquel niñato que había entrado a trabajar hacía un par de meses en las instalaciones, se concentró en su ronda. Levantó la vista y se paró en seco. Al final del pasillo, a unos pocos metros de distancia, había un hombre mayor, de más de sesenta años, vestido con una bata que lo identificaba como un médico. Pese a su edad, no había perdido mucho cabello, de hecho, lo llevaba ligeramente largo y rizado, a juego con su barba blanca. Unos ojos claros e inteligentes se asomaban tras unas estilizadas gafas, y les observaba con frialdad y decisión.
Gordon le conocía de cuando trabajaba en el turno de día.
—¿Doctor Therian?
Este no les respondió. Se puso la máscara de gas que llevaba en la mano y lanzó un tubo metálico con la otra. Antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar, el objeto desprendió un fuerte humo blanco que hizo rápidamente el efecto deseado. Ambos hombres cayeron pesadamente al suelo, inconscientes.
El doctor Therian miró hacia el pasillo que se metía por la izquierda e hizo un gesto con la mano a la vez que pulsaba un botón de la máscara, accionando un intercomunicador.
—Vamos, vamos, vamos —murmuró.
El primero en salir fue un hombre alto armado con un fusil de asalto y con otra máscara de gas que se arrodilló delante del anciano. Después, movió el brazo de un lado a otro, haciendo saber que el perímetro era seguro. Tres personas más aparecieron, una mujer y dos hombres, todos ellos armados con pistolas semiautomáticas y cubiertos con máscaras que evitaban la absorción de gases tóxicos. La mujer fue hacia una de las salas acorazadas y se colocó frente a un teclado que abría las compuertas. Los otros dos se agacharon a ambos lados de las puertas de acero y le hicieron una señal a su compañera. Esta tecleó un código y, nada más abrirse la entrada, lanzaron otro tubo metálico.
No se movieron de su posición durante un minuto entero. Entonces, oyeron cinco golpes sordos y entraron. El doctor Therian se unió a ellos con una camilla con retenciones y una manta.
—Coged al 354 y largaos —ordenó.
—¿Estará bien usted solo, doctor?
—Tengo que encargarme de un par de cosas antes del amanecer, y vosotros también deberíais cumplir vuestra parte antes de que salga el sol. Si nos descubren y nos cogen, acabarán con nosotros.
—Puedo quedarme si le hago falta, doctor —se ofreció el hombre del fusil que vigilaba.
—Eres muy amable, Rick, pero eres el más fuerte y Tyler necesitará ayuda para bajarlo del camión.
—¡Eh! ¿Y qué hay de mí? —se quejó el cuarto hombre.
—Tú eres un fideo con patas, Norm.
Rick y la mujer rieron disimuladamente. Tyler trató de poner orden.
—Menos cháchara y más trabajo. Vamos, ponedlo en la camilla y larguémonos de aquí.
Diez minutos más tarde, los cinco caminaban a paso rápido por los pasillos del sector 12 hacia la salida de vehículos. Rick iba delante, con el fusil en la mano y armado con otro tubo metálico por si aparecían más guardias pero, afortunadamente, habían tan pocos intrusos que la mayoría no tenía mucha prisa por recorrer todo su sector. El resto empujaba la pesada camilla, cubierta por una manta que delineaba la figura de lo que parecía ser un hombre.
Al llegar al garaje, Rick inspeccionó el área, sin preocuparse por las cámaras de seguridad que habían desconectado antes de dirigirse al ala norte, y al ver que estaba desierta, corrió hacia uno de los camiones y lo puso en marcha. La mujer que les acompañaba abrió las puertas traseras del camión y bajó la rampa para que Norm y Tyler pudieran subir la camilla, no sin cierto esfuerzo. Una vez hecho, Tyler ordenó a Norm y a Ellie, la mujer, que se quedaran junto al 354 mientras que él se dirigía al doctor Therian, quien ya se había quitado la máscara.
—¿Está seguro de que podemos dejarle solo? El guardia de seguridad de las cámaras y esos dos vigilantes vieron su rostro.
El anciano esbozó una media sonrisa.
—No te preocupes, Tyler, al amanecer yo ya no estaré aquí.
El otro hombre asintió.
—De acuerdo. Si surge cualquier imprevisto, avísenos —y dicho esto, se metió en el camión con Norm y Ellie y cerró las puertas. Dos golpes sordos avisaron a Rick de que ya podían marcharse. La persiana de acero del garaje se abrió y el conductor pisó el acelerador sin encender las luces, procurando que nadie viera que salía un vehículo hasta que estuvieran un poco más lejos de las instalaciones.
El doctor Therian vio cómo se perdía en la oscuridad con el corazón en un puño. Lo habían conseguido. Era un pequeño paso, pero ese diminuto logro podría abarcar algo muy grande, si estaba en lo cierto. Y teniendo en cuenta su coeficiente intelectual, estaba bastante seguro de haber confiado su secreto a la persona adecuada.
Sabiendo que aún tenía cosas que hacer antes de que el alba se apoderara del cielo, cerró el garaje y regresó rápidamente al ala norte del sector 12. Allí, en el pasillo donde aún estaban inconscientes los dos guardias, había dejado un par de mochilas pesadas. Las cargó a sus cansados hombros y se dirigió a las oficinas de papeleo. Una vez allí, las dejó en el suelo y encendió el horno que usaban en las instalaciones para quemar cualquier información peligrosa que pudiera perjudicar a la empresa en caso de que tuvieran que evacuar el edificio.
Mientras se calentaba, sacó todos los papeles y carpetas de las mochilas y las preparó para su inmediata destrucción. Más de treinta años de investigación que quedarían reducidos a cenizas. Toda su carrera, sus títulos, sus logros, sus brillantes y revolucionarias ideas y teorías… eran el único error que había cometido en su vida, y el mayor de todos. Por culpa de su genialidad, había destruido miles de vidas, y esos papeles que tenía delante, en las manos equivocadas, podrían acabar con tantas otras miles, puede que incluso millones.
Había soñado con cambiar el mundo… Y lo había hecho. Para peor. Había creado el infierno para cientos de personas que no habían hecho nada malo, vidas que el azar cruelmente había dispuesto para que padecieran un sufrimiento que muy pocas personas llegaban a experimentar.
Mientras el horno terminaba de calentarse, quería hacer una última cosa. Encendió el ordenador y puso la cámara a grabar. Su confesión era la última pieza del rompecabezas para el señor Hagel, en él depositaba su confianza para que ayudara a aquellos a los que él no había podido salvar. Cuando terminó, colocó el archivo en un correo electrónico y lo programó para que fuera enviado un mes más tarde a partir de ese día. Después, borró cualquier rastro y lo apagó.
Miró los archivos que él mismo había redactado con repugnancia. Apretando los labios, los cogió en pequeños montones y los lanzó al horno, viendo cómo desaparecían uno tras otro entre las llamas. Saber que todo cuanto había hecho, que toda su vida, la había dedicado a crear una auténtica masacre, le enfureció y le frustró. Como si el fuego pudiera destruir los últimos treinta años, arrojó todos los papeles hasta que el último permaneció ahí, consumiéndose.
Sentado en una silla, mirando fijamente los últimos resquicios de su trabajo, esperó y esperó. Ya no quedaba nada de su investigación cuando sonó su móvil. Era Tyler. Lo cogió de inmediato.
—¿Tyler?
—Lo hemos conseguido, doctor.
Él suspiró de puro alivio.
—¿El 354 está a salvo?
—Se despertó durante el trayecto y tuvimos que ponerle otra inyección, pero aparte de eso está bien.
—Bien.
—Doctor, usted ya está fuera de las instalaciones, ¿verdad?
Se quedó muy callado y bajó la vista. En su mano derecha, llevaba la pistola que Rick le había prestado por si necesitaba usarla.
—¿Doctor? ¿Está ahí?
—Sigo aquí, Tyler —respondió con una leve sonrisa—. ¿Sabes?, creo que aún no os he dado las gracias, a ti, a Ellie, a Norm y a Rick por haberme ayudado.
—Era lo que había que hacer, doctor, no todos somos unos desalmados hijos de puta.
Se le escapó una sonrisa y una lágrima.
—Es hora de que os diga adiós, Tyler. Muchas gracias por todo. Espero que encuentres a tu hermano.
—¿Doctor? —le llamó con inquietud. Tyler era inteligente, seguro que había entendido lo que quería decir—. Doctor, ¿qué está haciendo? ¿Adam? ¡Adam, responda!
Cortó la llamada y metió el mismo móvil en el horno para evitar que descubrieran a Tyler y los demás. Ellos todavía tenían una misión que cumplir hasta que el señor Hagel pudiera ayudarles. Puede que tardara unos meses, o tal vez un año. Lo importante era que aquella pesadilla terminara de una vez.
—No me defraude, señor Hagel —murmuró—. Sálvelos. Sálvelos a todos —dicho esto, se metió la pistola en la boca y apretó el gatillo.


—¿Adam? ¡Adam! —gritó Tyler, pero el doctor había colgado. Intentó llamarlo otra vez en vano, solo para recibir las palabras de una grabación que anunciaba que el teléfono al que llamaba estaba desconectado o fuera de cobertura. Soltó una palabrota y lo tiró al suelo antes de pasarse las manos por el pelo.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Norm, alarmado.
Tyler no sabía qué decir. Su cerebro le decía que eso había sido una despedida, pero no quería aceptarlo. Habían tardado tres años en tener aquella oportunidad, y ahora que lo habían conseguido, el doctor no podía marcharse, no de esa forma.
—Tyler, ¿qué te ha dicho? —le preguntó Ellie.
¿Qué iba a decirles? ¿Por qué había tenido que ser él quien hiciera la maldita llamada?
Rick se acercó a ellos con las facciones tensas.
—Se ha quitado la vida, ¿verdad?
Un silencio tenso siguió a esa pregunta, mientras los demás trataban de asimilarlo. Ellie se llevó una mano a la boca y Norm golpeó el camión con rabia y lágrimas en los ojos.
—Lo habíamos logrado. Joder, lo hemos hecho, ¿por qué ahora? —le preguntó.
Gracias a Dios, Tyler no tuvo que ser quien respondiera. Rick le dio una palmadita reconfortante a Norm en el hombro.
—El sentimiento de culpa era demasiado para él. Algunos, sencillamente, no pueden vivir con ello. Ahora está en paz —tras pronunciar esas palabras, le dio un apretón en el hombro a Ellie y se metió en la parte trasera del camión para bajar la camilla.
Tyler, poco dispuesto a rendirse al dolor en esos momentos, le siguió y le echó una mano. Dejaron la camilla junto al camino cubierto de hojas y, con cuidado y mucho esfuerzo, dejaron al 354 en el suelo envuelto en la manta. Este profirió un gruñido escalofriante a la vez que abría los ojos.
Tyler perdió el color de la cara. No debería estar despierto.
—¡Ellie!, ¡inyección!
La mujer se sobresaltó, pero fue Norm quien saltó al interior del camión para conseguir el sedante.
Por otro lado, el 354 miró de un lado a otro entre gruñidos, como si buscara algo. Al menos, el efecto de los sedantes no había desaparecido del todo, eso les daría algo de tiempo.
Todavía recordaba la primera vez que entró en la sala de las jaulas y vio a uno de ellos. Cada día durante los últimos tres años, había tenido que convivir con el horror y lo inhumano de aquellas instalaciones, había tenido que fingir que no le importaba una mierda lo que ocurría, tratar con frialdad a personas que no habían hecho nada malo.
Pero si el doctor tenía razón… todo terminaría. No sabía cuándo, ni siquiera estaba seguro de si podía confiar en Hagel. La naturaleza humana tendía a desconfiar de todo aquello que fuera diferente a ella.
Observó el rostro confuso y desorientado del 354 y le tocó la frente. Este gruñó.
—Si puedes oírme, presta atención a lo que voy a decirte, 354.
La garganta del hombre retumbó pero, al menos, dejó de gruñir.
—El doctor Therian creía… No. Él estaba convencido de que tú podías ayudar a tu gente, siempre que tuvieras la oportunidad de hacerlo. Nosotros te hemos dado esa oportunidad, tienes la ocasión de darles la libertad. Lo único que tienes que hacer es pensar antes de actuar, no dejes que el odio y la ira te cieguen. Su futuro ahora depende de lo que hagas a partir de ahora, ¿lo entiendes?
El 354 se giró hacia él y le miró, confundido. En ese momento, Norm llegó a su lado y le puso la inyección. El hombre gruñó con fuerza y se movió levemente antes de volver a quedarse inconsciente.
Tyler suspiró y le colocó bien la manta para evitar que pasara frío. Detestaba dejarlo sedado y a la intemperie, pero no tenía otra opción. Afortunadamente, no estaría solo mucho tiempo.
—Tyler, tenemos que irnos —le dijo Norm, cogiéndole suavemente por el brazo.
Él asintió y miró un segundo el camino rodeado por árboles.
—No nos falles, Hagel —dicho esto, le echó un último vistazo al 354 y regresó al camión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario