viernes, 25 de mayo de 2018

Presa del Demonio

Capítulo 4. Arlet


“No sé si habéis visto llorar alguna vez a un ángel. Si no es así, es una experiencia que no os recomiendo. Las lágrimas de un ángel son más perturbadoras que la risa de un demonio.”
Laura Gallego García

Evar se sintió mucho mejor tras adoptar su forma demoníaca y sobrevolar los cielos cálidos del infierno. Sintió el ardiente humo que desprendían los volcanes de la Sierra de Ceniza en la piel y el olor intenso y cargado del fuego y la sangre. Vislumbró a Damián justo en el lugar que él había ocupado hacía poco como vigilante, y le saludó con un movimiento de cabeza al que el Nefilim le respondió con otro idéntico.
Fue más allá de las Laderas de los Gritos, los Acantilados de los Encadenados y los picos de las Montañas Tortuosas, hasta llegar al Lago de Sangre, en cuyo centro se alzaba el Palacio de Ébano donde moraba Lucifer.
En vez de entrar por la puerta principal, dio un rodeo y buscó la ventana del despacho del Diablo. Este era en realidad una gran biblioteca, cuyas paredes estaban recubiertas de estanterías llenas de libros de todo tipo. El techo era una hermosa pintura de ángeles caídos que tocaban distintos instrumentos.
Evar encontró a Lucifer recostado en un sillón de cuero negro tras una gran mesa ovalada que estaba despejada. A los pies de esta, vio a un lobo negro tumbado con cola de serpiente que alzó las orejas al verle y cuyos grandes ojos amarillos brillaron al verle.
A pesar de que Evar le sacaba más de metro y medio de altura, inclinó respetuosamente la cabeza.
—Amón.
El demonio le devolvió el gesto.
—Evaristo.
Lucifer alzó una mano.
—¿Hola? Yo también estoy aquí, ¿a mí no me saludas?
Evar soltó un gruñido y le miró.
—No vas a aceptar ese trato con Hera.
Tanto el Diablo como Amón se quedaron sorprendidos. Se miraron un momento de una forma que Evar no logró identificar antes de volver a dirigirse a él.
—¿A qué viene esa negativa tan firme? —interrogó Lucifer con aire pensativo.
—No me fío de Hera, y Nico tampoco.
—Todos los Nefilim me habéis dicho lo mismo. Sin embargo, Amón ha visto el futuro y dice que Hera cumplirá su parte del trato si yo le entrego a Dariel. —Hizo una pausa al mismo tiempo que contemplaba a Evar con los ojos entrecerrados—. La verdad es que deseo librarme de ese control que tiene Dios sobre mí. Sería agradable salir del infierno y enseñarle mi culo desde el mundo humano.
Sí, eso significaría una victoria para Lucifer, pero también supondría la muerte de Dariel. Evar no podía permitirlo. Ese hombre no tenía nada que ver ni con que Zeus fuera un mujeriego ni con la guerra contra Dios. No tenía por qué morir. Su cuerpo y su mente se rebelaban contra esa idea.
—Lucifer, no lo hagas —dijo en un tono de voz bajo, casi suplicante.
El Diablo alzó las cejas ante su extraña petición. Lo miró fijamente, pero Evar no pudo sostenerle la mirada, estaba demasiado avergonzado sin saber por qué… O mejor dicho, no quería reconocer sus verdaderos motivos como para contradecir las órdenes de Lucifer.
Esperó que este se enfadara, pero en vez de eso, el Demonio se levantó, rodeó el escritorio y le cogió el mentón para poder verle mejor la cara. Evar supo lo que vio por su expresión horrorizada.
—Evaristo… Otra vez no…
Él apartó de nuevo la mirada.
—Lo lamento, pero sabes que no puedo luchar contra ello.
Lucifer, para la sorpresa de Evar, se acercó un poco más a él y lo abrazó. Teniendo en cuenta que estaba en su forma demoníaca, con lo que le sacaba poco menos de media cabeza al Diablo, la escena resultaba un tanto incómoda, puede que incluso cómica para algunos. Pero a Evar le pareció un poco reconfortante, aunque extraña.
—Lo sé, sé que no puedes evitar esto —dijo con voz atormentada—. Es culpa mía. Tal vez tendría que haberos despojado de esos deseos pero… Supongo que me pareció demasiado cruel. La pasión es algo que todos deberíamos experimentar al menos una vez, y siento mucho que en tu caso no fuera bien.
Evar cerró los ojos con fuerza al recordar a Arlet. Ya no sentía ningún deseo por ella, pero el dolor sí seguía ensartado en su corazón como un vil cuchillo que no dejaba de hurgar en la herida.
Lucifer se apartó y lo miró a los ojos. Los del Diablo estaban nublados por muchas emociones, algunas pertenecían al presente pero, muchas otras, eran de su propio pasado.
—No entregaré a Dariel a Hera, si eso es lo que quieres.
Evar asintió, agradecido.
—No es solo por deseo. Dariel… Creo que es un buen hombre. Puede que tenga sangre de ángel, pero no se parece a ellos.
—Dariel no se ha criado con los ángeles, por lo que es muy difícil que tenga una fe ciega en Dios y mucho menos que comparta su forma de pensar y actuar. Eso es bueno… —Hizo una pausa y continuó, muy serio—. Pero no te confíes. No quiero que vuelvan a hacerte daño como te lo hizo Arlet.
Evar negó con la cabeza.
—No estoy enamorado de él.
—Te creo, Evaristo, pero de todas formas ten cuidado. Entre el deseo y el amor hay una línea muy fina. Y, sin quererlo, la rebasamos a menudo. —Lucifer le palmeó el hombro y esbozó una leve sonrisa torcida—. Regresa con Dariel, tigre. Y dale como tú sabes.
El Nefilim no pudo evitar sonreír. Dariel parecía estar dispuesto a entregarse a él, a juzgar por la forma en que se habían besado y acariciado hacía apenas media hora. Cómo había disfrutado…
—Una cosa más —le dijo Lucifer. Él se giró y le miró con una ceja alzada—. Dile a Nico que puede quedarse a cenar en casa de Dariel bajo la condición de que me traiga una porción de cada plato que hagan.
Evar sonrió.
—Veo que le conoces bien.
—Me gusta tener vida social.
El demonio mostró sus largos colmillos al ensanchar su sonrisa y después se dirigió al amplio balcón del despacho. No se lo pensó dos veces en saltar al vacío y remontar el vuelo para regresar al mundo humano.
Por otro lado, Lucifer tenía una expresión preocupada en el rostro.
—¿Te arrepientes de no haber aceptado el trato de Hera? —le preguntó Amón, que no había hecho ningún comentario durante la conversación de Lucifer con el Nefilim.
El Diablo hizo un gesto negativo.
—No. Les debo demasiado a esa raza de demonios como para negarles cualquier cosa que me pidan. Lo único que me preocupa son los sentimientos de Evar.
Amón esbozó una leve sonrisa.
—Yo si fuera tú no me preocuparía tanto.
Al oírle, Lucifer alzó una ceja.
—¿Qué es lo que has visto?
El lobo movió alegremente la cola.
—Que Dariel no es absoluto como Arlet. Por muy mal que se pongan las cosas, y aunque todo se vuelva muy negro, confía en esos dos.


Evar apareció en el salón del piso de Dariel vestido con una sencilla camiseta negra ajustada y unos vaqueros. Olores desconocidos y agradables inundaron su nariz y, al alzar la vista, vio que en la mesa había un montón de platos llenos de comida totalmente desconocida para él.
Unas pisadas desde la cocina llamaron su atención. Nico y Dariel aparecieron por la puerta con los brazos repletos de más platos. Se quedaron parados al verle, pero Nico apenas tardó un segundo en dejar la comida sobre la mesa y acercarse a él.
—¿Cómo ha ido?
Evar sonrió.
—Dariel se queda.
Nico pegó un salto con un grito alegre y se abrazó a Dariel. Ante esa visión, Evar le lanzó una mirada fulminante a su compañero quien, al percibir su hostilidad, se apresuró a apartarse y a colocar bien la mesa. Dariel, por otra parte, dio un paso hacia él y le dijo en voz baja:
—Gracias.
Él quería agarrarlo por la cintura y pegarlo a su cuerpo para besarlo, pero Dariel no parecía estar de mucho humor, así que se limitó a asentir brevemente. Después de eso, Nico prácticamente lo obligó a sentarse en la mesa y se dedicó a ponerle delante todos los platos que hubiera a mano. Si no fuera porque ese Nefilim era el más amable de toda su raza, Evar estaba seguro de que le habría metido la cabeza de lleno en la comida.
Mientras cenaban y charlaban, siendo Nico el centro de atención para variar, Evar se percató de que había algo extraño en Dariel. Parecía distraído y lo miraba constantemente de reojo para, al instante, apartar la vista de nuevo. Le dio la sensación de que algo lo incomodaba, que lo inquietaba incluso. Al final, no pudo contenerse más y le preguntó mentalmente a Nico:
¿Sabes qué le pasa a Dariel?
Nico seguía hablando con ambos, pero le respondió sin que Dariel se diera cuenta de que los dos demonios mantenían una conversación totalmente diferente a las recetas de cocina.
Hemos estado hablando un poco y surgió el tema de las relaciones sexuales de los Nefilim. Una cosa llevó a otra y le conté un poco lo que sucedió con Arlet.
La mención de ese nombre hizo que su sangre empezara a hervir. Antes de poder recurrir a su autocontrol, se levantó bruscamente y le lanzó una mirada furibunda a Nico.
—¿Le has contado lo de Arlet? —bramó.
Dariel también se levantó e hizo amago de ir hacia él y defender a Nico, pero este le detuvo con un gesto de la mano.
—No te acerques, Dariel. No es bueno estar cerca de un Nefilim cuando está así de enfadado.
Evar sabía que tenía que tranquilizarse, pero no podía. Los recuerdos de aquel ángel y de las consecuencias de amarle habían inundado su mente y no podía pensar. Ni siquiera fue consciente de que su piel cambiaba intermitentemente desde el tostado hasta el marrón veteado de amarillo.
—¿Por qué se lo has contado? —le preguntó a Nico con voz demoníaca y los colmillos al descubierto.
Nico se quedó mirándolo fijamente sin un asomo de culpa.
—Era una advertencia.
Dariel se sobresaltó y contempló al demonio con los ojos muy abiertos.
—¿Una advertencia?
—Para que no le hagas lo mismo que le hizo Arlet —contestó antes de mirarle. El brillo de sus ojos lavanda provocó un escalofrío en el semidiós—. Porque si se lo haces, puedo asegurarte que no habrá nada ni nadie en ningún mundo que me impida hacerte pedazos.
Dariel tragó saliva, pero no tuvo tiempo de acobardarse mucho más, ya que Evar se encogió, abrazándose a sí mismo. Su camiseta se rasgó entonces, naciendo así de su espalda dos grandes alas, cuyas plumas se erizaron un instante antes de colocarse correctamente en su sitio.
Evar dio media vuelta bruscamente, abrió la ventana del piso y se lanzó de cabeza al vacío. Dariel corrió hacia el demonio a tiempo de ver cómo esquivaba edificios y se elevaba hacia el cielo.
Decidido, colocó un pie en la ventana y se dispuso a saltar, pero una mano sobre su hombro lo detuvo. Al girarse, vio a Nico.
—No le sigas. Está demasiado avergonzado.
Dariel frunció el ceño.
—¿Avergonzado?
El Nefilim dejó escapar un suspiro.
—No lo entiendes. Evar amaba a Arlet y lo dejó todo por ella. Y a cambio, ¿qué recibió? Solo dolor y un sentimiento de culpa que lo ha acompañado durante milenios. Él sabía que los ángeles tienen un enorme poder de convicción y, a pesar de ello, creyó en Arlet cuando le dijo que podían estar juntos sin ser enemigos.
Dariel se quedó en silencio. Contempló la noche iluminada por las luces de los edificios y, finalmente, bajó de la ventana. Tenía los puños apretados y sus ojos turquesa se habían oscurecido.
—Siempre creí que los demonios eran los malos y los ángeles los buenos. ¿Por qué tiene que ser al revés?
Nico hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Ninguno de nosotros somos buenos o malos. Sencillamente, cada uno cumple su papel. Los demonios torturamos las almas malvadas y ofrecemos tentaciones a los humanos, y los ángeles cuidan a los humanos y, tras su muerte, los llevan al Cielo. —Las facciones de su rostro se endurecieron—. Lo que ocurre es que, cuando estás en una guerra, nadie puede permitirse ser amable con el enemigo.


Sobre una de las azoteas más altas de la ciudad, Evar se mantenía en su forma demoníaca, incapaz de tranquilizarse y olvidar lo sucedido tres mil años atrás. En aquel entonces, también odiaba a los ángeles. Asesinaron a su abuela cuando él apenas era un joven demonio y su padre murió milenios más tarde durante la masacre. Solo quedaron él y su hermano Stephan.
Y entonces, conoció a Arlet. Ella era diferente de los demás ángeles, a pesar de que confiaba plenamente en Dios. No pertenecía al ejército de Miguel, sino que cuidaba las almas de los niños humanos, y puede que fuera esa la razón por la que, al verlo, no lo atacó.
El deseo que surgió entre ellos los condujo a un amor peligroso. Los Nefilim no lo entendían, al igual que tampoco comprendieron su confianza ciega en Arlet y su deseo de estar con ella. Pero Lucifer sí lo hizo. Y solo por eso, le dejó marchar.
Pero lo que le esperaba en el Cielo era muy diferente a lo que Arlet le había prometido.
¡Evar!
Aquel grito en su mente lo sobresaltó. Se levantó saltando sobre sus poderosas patas y se apoyó con ellas en el borde de la azotea, alerta de repente.
¿Nico?
¡Necesito ayuda! ¡Los griegos han venido a por Dariel!
No se lo pensó dos veces. Regresó a su forma humana y apareció en el salón de la casa de Dariel, donde se había desencadenado una guerra. Nico luchaba ferozmente contra un hombre alto y musculoso, de piel morena y espeso cabello negro que blandía una espada. Dariel, por otro lado, se las apañaba como podía con Enio y Eris.
Los tres eran hijos de Hera.
Al ver que era Dariel quien tenía más dificultades, corrió hasta él y atrapó a Enio con un brazo antes de golpearla contra el suelo. Eris desvió su atención de Dariel y se apresuró a ayudar a su hermana, pero Evar hizo aparecer su cola de dragón y la enrolló alrededor de la diosa para atraparla y empezar a estrangularla.
—¡Ares! —gritó.
El dios de la guerra se apartó de Nico y miró horrorizado a sus hermanas.
—Si quieres que sigan con vida, más te vale desaparecer de aquí ahora mismo. —Para afirmar sus acciones, apretó un poco más a Eris y acercó el cuello de Enio a sus largos colmillos.
Ares apretó la mandíbula, pero al final, optó por desaparecer. Solo entonces, Evar aflojó la presión sobre Eris hasta dejarla libre.
—Tu turno.
La diosa miró a su hermana, cuya vida dependía del Nefilim, y también desapareció. Por último, Evar liberó a Enio, quien retrocedió y le fulminó con la mirada.
—Lucifer ha cometido un grave error al rechazar la oferta de mi madre. Recordadlo —dicho esto, se desvaneció.
Evar soltó un suspiro aliviado y miró a Nico.
—¿Estás bien?
Su amigo sonrió anchamente y le mostró la camisa desgarrada. Pese a que la prenda estaba destrozada, Nico no tenía ni un solo rasguño.
—Ares necesitará una espada mejor que esa para herir a un Nefilim.
Evar también sonrió y dirigió su atención a Dariel. El olor a sangre fresca llegó a su nariz y sus ojos contemplaron el líquido rojo que manaba de uno de los costados de Dariel.
Se agachó junto a él y le desgarró la camiseta para ver los daños. No era muy profunda, pero el hecho de que estuviera herido no le hizo ninguna gracia.
—¿Cómo estás?
Dariel clavó sus ojos turquesa en los de él.
—¿Y tú?
Evar apartó la vista y lo ayudó a levantarse.
—Tenemos que desinfectarte eso. Nico, ¿puedes vigilar mientras tanto? —Al ver que no contestaba, se giró para mirarle. Nico estaba de pie en el centro del salón, totalmente quieto y con los ojos entrecerrados—. ¿Nico?
—Hay un intruso en el infierno, tengo que irme —y sin más, desapareció en un fogonazo de luz.
Dariel miró al Nefilim frunciendo el ceño.
—¿Un intruso en el infierno?
Evar asintió con la mandíbula apretada.
—No es la primera vez.
—¿Pero los ángeles pueden entrar con tanta facilidad en el infierno?
—No.
—Entonces, ¿qué…?
El demonio lo detuvo con un gesto de la mano. Dariel optó por permanecer en silencio mientras Evar se quedaba en la misma postura que Nico hacía apenas un minuto. Pasaron segundos y minutos hasta que se convirtieron en un cuarto de hora y después en media. Dariel estaba a punto de perder la paciencia cuando Evar finalmente relajó su postura y le miró.
—Ya está.
—¿Le han capturado?
Evar hizo un gesto negativo.
—No, pero le han ahuyentado.
Dariel se acercó a él. Estudió sus facciones y la expresión de sus ojos. Evar no parecía estar contento con el resultado, y había algo… Dariel no sabría definirlo con total exactitud, pero le dio la impresión de que había cierta tristeza.
—¿Qué es lo que ocurre? ¿Quién era ese intruso?
Evar suspiró y lo miró con cautela. Dariel ya sabía lo que quería decir esa mirada.
—Déjame adivinar, no tengo por qué saberlo.
—Lo siento.
Dariel se sintió herido sin acabar de saber por qué.
—No confías en mí.
—Tú tampoco confías en mí. Ni en Lucifer tampoco. No podemos contarte nuestros secretos si no estás de nuestro lado, ya lo sabes. Podrías unirte a los ángeles.
Eso último lo enfureció.
—Yo no soy como Arlet.
En esta ocasión, Evar dejó caer los hombros y bajó la vista.
—No he dicho eso.
—Pero lo piensas. Crees que porque soy un ángel voy a irme al Cielo y seguir a Dios como un jodido cordero. Así que voy a dejártelo bien claro; me he educado en un colegio católico pero nunca he sido seguidor de Dios ni de nadie. Y después de que me contaras lo que le hizo a tu raza no me apetece en absoluto matar a cualquiera que le contradiga. Tal vez no me una al Diablo, pero tampoco voy a unirme a él —dicho esto, se marchó a su habitación y se encerró dando un portazo.
Dariel no sabía qué estaba haciendo. No tenía por qué darle explicaciones, ni tampoco tenía por qué ponerse así. Sin embargo, se sentía dolido. Él no era la clase de persona que traicionaba a los demás, mucho menos a una persona a la que quisiera.
Él no era en absoluto como Arlet.
Se quitó la camiseta y se miró la herida. Era más superficial que otra cosa, pero a saber en qué cosas había estado clavada el arma de esa mujer. Iba a ir al baño cuando percibió una presencia familiar a su espalda. Resopló y se giró para contemplar a Evar.
—Por si no te has dado cuenta, no quiero hablar contigo —gruñó.
Evar se acercó a él a paso firme.
—Me da exactamente lo mismo.
Antes de que Dariel pudiera hacer nada, Evar lo cogió del brazo y lo llevó al baño. Una vez allí, lo obligó a sentarse y se inclinó sobre él. Dariel pegó un salto al notar el roce de su lengua en la herida.
—¿Pero qué haces? —gritó al mismo tiempo que intentaba apartarlo de él, pero Evar lo inmovilizó con sus poderes. Dariel maldijo no tener tanto dominio sobre los suyos para poder quitárselo de encima.
—Desinfectarte la herida.
—¿Lamiéndola?
—Así es como lo hacemos los Nefilim.
Ante eso último, Dariel no supo qué decir o hacer. Estando inmovilizado, no podría hacer gran cosa contra Evar hasta que él terminara, así que se limitó a no dirigirle la palabra y mucho menos a mirar cómo su lengua se deslizaba por su piel, limpiando la sangre y provocando pequeños escalofríos que por poco no le pusieron la piel de gallina.
—Ya sé que no eres como Arlet —le dijo Evar de repente.
Dariel no pudo evitar mirarle.
—Ella no era una guerrera. Se limitaba a cuidar las almas de los niños humanos. Por eso, la primera vez que la vi, no me atacó, sino que intentó huir de mí. —Hizo una pausa para lamerle de nuevo la herida—. Pero el deseo estalló en mí y no pude controlarme. Logré atraparla y empecé a acariciarla. Al principio, se resistió… Pero después se entregó a mí.
Dariel esperó a que siguiera contándole la historia, pero Evar parecía estar dudando entre seguir o no. Tras un par de minutos, el demonio tragó saliva y continuó sin mirarle.
—Los dos sabíamos que cometíamos un error y decidimos separarnos. Por desgracia, volvimos a encontrarnos en un par de ocasiones y, de nuevo, yo no pude controlarme y ella no se resistió. —Dejó escapar un suspiro tembloroso—. Supongo que fue inevitable enamorarme de ella. Arlet era amable y cariñosa conmigo, y me aceptaba a pesar de ser un Nefilim.
—¿Qué pasó?
—Queríamos estar juntos. Nos amábamos y no queríamos esconderlo. Mis compañeros Nefilim no comprendían lo que sentía porque ellos nunca lo habían experimentado. Más de uno se enfadó conmigo. Al final, Arlet me dijo que Dios me aceptaría, que si me marchaba con ella me acogería como si fuera uno de los suyos. —Evar alzó la vista para mirar a Dariel. Este sintió una opresión en el pecho al ver la expresión atormentada del demonio—. No fue fácil tomar una decisión, ¿sabes? Los Nefilim eran mi familia, el infierno era mi hogar. Arlet me estaba pidiendo que renunciara incluso a mi propio hermano por nuestro amor.
Dariel tragó saliva. Se había inclinado sobre Evar, totalmente absorto en la historia.
—¿Qué hiciste?
—Hablé con Lucifer. Él era el único que comprendía lo que estaba sintiendo y lo difícil que era para mí al mismo tiempo abandonar todo lo que era. —Evar esbozó una diminuta sonrisa—. Me dijo que me deseaba lo mejor y que, si quería volver, que no tuviera reparos en hacerlo.
Dariel sintió un nudo en la garganta. Jamás habría pensado que el Diablo pudiera ser tan… ¿amable? ¿Generoso? Eran cualidades que nunca habría asociado con él.
—¿Qué hay de tu hermano? ¿Qué pensaban los Nefilim?
—Mi hermano solo quería que yo fuera feliz, aunque no comprendiera lo que me estaba pasando. Nico y Kiro también estaban de mi lado, pero el resto se enfadó muchísimo, sobre todo Skander.
Dariel asintió.
—Entonces, te fuiste al Cielo.
—Sí. Pero lo que encontré allí no se parecía en nada a lo que Arlet me había contado.
—¿Qué era?
—El ejército de Miguel estaba allí. Me atraparon, me ataron y me llevaron a una celda donde me torturaron. Querían información sobre Lucifer y mi raza, al igual que sobre la disposición del infierno. Su intención era volver a invadirlo como hicieron cuando exterminaron a los Nefilim, pero esta vez querían estar seguros de que lograban llegar hasta Lucifer.
Dariel sintió náuseas. Por la forma en que Evar hablaba de Arlet, estaba seguro de que su traición le habría hecho pedazos. En cuanto a ella… No podía creer que alguna vez le hubiera amado.
—Arlet te tendió una trampa.
Evar dejó escapar un largo suspiro.
—No. Ella no sabía nada.
Esta vez, Dariel frunció el ceño, confuso.
—No lo entiendo. Nico me dijo que ella…
—Para Nico sí fue una traición. Piensa que Arlet tendría que haber sabido los planes que Dios tenía para mí. Pero no fue así. Ella confiaba ciegamente en él y por eso no sospechó lo que iban a hacer conmigo. En cuanto se dio cuenta de lo que estaba pasando, intentó protegerme, pero solo consiguió que la torturaran a ella también y la encerraran en su habitación hasta que recapacitara. Escapó varias veces para intentar ayudarme…
—Pero no lo consiguió.
El demonio afirmó sus palabras.
—Siempre acababa recibiendo un castigo.
Dariel se mordió el labio inferior.
—¿Cómo lograste regresar al infierno?
—Damián, Zephir, Skander, Nico, Kiro y mi hermano Stephan vinieron a por mí. Arlet les ayudó a entrar en el Cielo y les guio adonde estaba. Lograron liberarme. —Hizo una pausa para tragar saliva—. Mi hermano murió mientras huíamos. Se quedó en la retaguardia para cubrirnos.
Dariel sintió un nudo en la garganta. Incapaz de permanecer quieto mucho más tiempo, alzó una mano para posarla sobre el hombro de Evar y darle un apretón. La fuerza invisible que lo paralizaba hacía un rato que había desaparecido, pero estaba tan absorto en la historia que no se había dado cuenta hasta aquel momento.
—¿Qué hay de los demás?
—Estábamos heridos, pero llegamos a casa con vida.
—¿Y Arlet?
Evar no dijo nada. Un manto oscuro cubría sus ojos, y Dariel no podía identificar la emoción que había en ellos.
—Se quedó en el Cielo.
Eso sí que no lo entendía.
—¿Por qué? Ella te quería.
—También se quedó en la retaguardia. Intentó salvar a mi hermano con sus poderes curativos, pero llegó demasiado tarde. Por entonces, nosotros estábamos en la puerta que conducía al infierno y los ángeles estaban a punto de cogernos. Ella nos obligó a cruzar el portal y lo cerró para evitar que nos cogieran. Se quedó allí dentro.
—¿Murió? —preguntó, sintiendo el corazón en un puño.
Evar hizo un gesto afirmativo.
No dijeron nada durante un par de minutos. Evar se dedicó a terminar de desinfectarle la herida y vendársela. Después, Dariel fue a limpiar los platos mientras el demonio se quedaba solo en el salón, tumbado y dándole la espalda.
Durante ese tiempo, Dariel tuvo tiempo para pensar, puede que demasiado. Llegó a la conclusión de que no quería saber nada de Dios y los ángeles, que no se uniría a ellos de ninguna de las maneras, ni siquiera quería saber más cosas de su madre por miedo a lo que podría descubrir sobre ella, sobre las cosas horribles que podría haber hecho. A él le bastaba saber que le había querido.
Y sobre unirse al Diablo… Seguía sin estar seguro y sin hacerle mucha gracia, pero tenía la sensación de que tras su historia había mucho más que un intento de destronar a Dios.
Respecto a los Nefilim, no podía evitar sentir cierta compasión. Nico había sido sincero con él y le había dicho que ellos solo cumplían con el papel que les había tocado en la vida, que por lo que le había dicho Evar, era vigilar el infierno. Y aun así, a pesar de ser demonios y estar al servicio de Lucifer, tenía la sensación de que no eran seres tan malvados.
Dios asesinó a sus madres humanas, a casi toda su raza, y mintieron a Arlet para que les entregara a Evar. A él le torturaron quién sabe por cuánto tiempo.
Dariel se apoyó en la pila y suspiró cansado. Había demasiadas cosas que desconocía y que necesitaba saber para tomar una decisión respecto al trato del Demonio. Pero eso implicaba tener que hablar con él personalmente… Y aún no estaba seguro de querer hacerlo.
Se dirigió al salón y contempló a Evar. Estaba encogido en el sofá, de cara al respaldo, por lo que no podía verle los ojos. A juzgar por su postura, parecía que revivir tantos recuerdos dolorosos le había pasado factura. Sin estar seguro de lo que hacía pero deseando al mismo tiempo levantarle el ánimo, se sentó a su lado y entrelazó los dedos, un tanto incómodo.
Carraspeó e intentó un buen comienzo.
—Siento lo que te pasó. De verdad.
Evar asintió, pero no dijo nada.
Dariel lo intentó de nuevo.
—Eh… —No se le ocurría nada. Se había quedado en blanco. Nervioso y avergonzado por ser incapaz de decirle una sola palabra de ánimo, se levantó bruscamente y se dirigió a la puerta—. Buenas noches.
Antes de que pudiera llegar, sin embargo, Evar apareció justo delante de él, impidiéndole el paso. Tenía los músculos un poco tensos, pero su diminuta sonrisa parecía sincera.
—Gracias —y dicho esto, se inclinó y lo besó.
La caricia de sus labios lo dejó sin aliento y le disparó el pulso, aunque no fue capaz de moverse y mucho menos de apartarse. Evar le rozó el labio inferior con la lengua, y él abrió la boca para darle total acceso y dejar que la suya se enredara con la de él.
El demonio lo abrazó entonces por la cintura y lo acercó a él despacio. No intentaba obligarle ni presionarle, al contrario, le daba el tiempo necesario para asimilar lo que estaba haciendo y rechazarle si quería.
El problema era que lo último que deseaba Dariel era apartarse. Le gustaba demasiado sentir ese cuerpo musculoso contra el suyo, su boca explorando sus labios y las caricias de sus manos en la piel.
Se apretó contra Evar y le devolvió el beso. Este se intensificó poco a poco hasta que se convirtió en un combate voraz por apoderarse de la boca del otro, ansiando algo más que aquel simple roce. Dariel coló sus manos bajo la camiseta de Evar y le acarició el duro vientre y los fuertes pectorales, haciendo que el demonio soltara un gruñido ronco que lo puso a cien.
—Así no me lo pones fácil —le susurró al oído antes de lamerle la oreja.
Un escalofrío lo recorrió entero, pero no se detuvo. Siguió acariciándole sin piedad alguna.
—¿Qué ha sido de tu autocontrol? —preguntó en un gemido. Evar le estaba mordisqueando el cuello, y a él le costaba mantener la concentración.
—Lo estás echando por los suelos.
De repente, ya no estaban de pie. Evar lo había tumbado en el sofá y estaba sobre su cuerpo. Se quitó la camiseta con un simple movimiento y levantó la de Dariel. En cuanto le acarició la cadera con la lengua, se arqueó y gimió, sintiendo cómo el placer enardecía su cuerpo y se concentraba en una parte de su anatomía que ansiaba desesperadamente atención.
Como si Evar leyera sus pensamientos, clavó los dedos en su muslo y los hizo ascender hacia arriba, hasta su parte dolorida. En cuanto lo acarició, Dariel jadeó y se sentó de un salto, solo para que Evar lo obligara a tumbarse otra vez.
—No te muevas —le ordenó.
Dariel no quería obedecer, pero se descubrió tumbado de nuevo en el sofá, con el cuerpo expectante y ardiendo de deseo. Evar acarició el bulto entre sus piernas suavemente, procurando no hacerle daño, al mismo tiempo que recorría todo su pecho y vientre con la lengua. Dariel intentó moverse en un par de ocasiones, pero la mirada ardiente de Evar le advirtió de que no lo hiciera.
Aun así, le fue imposible estarse quieto. Arqueaba la espalda, se retorcía y gemía incontrolablemente; intentaba evitarlo, pero no podía hacer nada. Todo era demasiado nuevo e intenso para él, placentero y excitante. Ansiaba esas nuevas sensaciones, y cuanto más lo acariciaba Evar, más lo deseaba.
Este interrumpió su beso y lo miró a los ojos. El fuego que chispeaba en ellos le produjo un estremecimiento.
—Desnúdate.
Dariel estaba demasiado aturdido por todo lo que sentía como para comprender su orden. Solo pensaba en que había dejado de besarlo y tocarlo y eso no le gustaba nada. Intentó incorporarse para atrapar sus labios, pero Evar volvió a tumbarlo y se inclinó sobre él, rozando sus labios pero sin llegar a besarlo.
—Ahora, Dariel. Desnúdate.
Con un gemido, Dariel obedeció. Se quitó los pantalones y la ropa interior y la dejó tirada en cualquier lado. Después, cogió a Evar por la nuca para buscar su lengua y colocó su mano justo donde más deseaba que lo tocara.
Evar soltó un ronroneo.
—Te gusta que te toque aquí, ¿eh? —dicho esto, cogió su miembro con delicadeza y lo acarició de arriba abajo. Dariel arqueó la espalda y jadeó de placer. Después, movió la cintura, intentando frotarse contra la mano de Evar, anhelando más caricias.
—Sí, creo que sí.
—Maldita sea, Evar…
El demonio esbozó una gran sonrisa.
—¿Qué quieres?
—Ya lo sabes, bastardo.
—Quiero oírtelo decir.
El semidiós le lanzó una mirada fulminante y llena de deseo.
—Ni hablar.
—¿Ah, sí?
Volvió a acariciarlo, una y otra vez, lentamente. Dariel se aferró al sofá y se mordió el labio inferior, intentando acallar sus gemidos. Sabía que le faltaba algo, algo que necesitaba y que lo aliviaría, calmando la sed de ese fuego abrasador que lo cubría entero y que le daría un placer que no había experimentado antes.
Pero Evar seguía torturándole. Una tortura deliciosa que nublaba su mente y estremecía su cuerpo, pero que tenía que culminar, alcanzar el clímax. Lo necesitaba, y tenía que ser ahora.
—Evar…
—¿Sí? —preguntó el demonio sin dejar de sonreír, divertido e impaciente a un tiempo.
—Te odio…
Evar ascendió por su cuerpo, sin dejar de acariciarlo, y lo besó largamente en los labios.
—Yo te deseo, Dariel. Ardo en deseos de hundirme dentro de ti mientras me arañas la espalda, de que grites mi nombre mientras te corres. —Le mordisqueó el lóbulo de la oreja y le susurró al oído con la voz ronca y cargada de deseo—. Pídemelo, Dariel. Pídemelo y seré todo tuyo.
No pudo resistirse. Estaba al límite y, aunque más tarde se sentiría herido en el orgullo, no podía soportarlo más.
—Por favor, Evar —gimió en voz baja.
Los ojos del demonio resplandecieron y, antes de darse cuenta, estaba totalmente desnudo y encima de él, devorando sus labios mientras sus manos lo acariciaban por todas partes. Dariel se entregó por completo, le devolvió el beso con la misma pasión y recorrió su cuerpo con las manos, incluso se atrevió a acariciarle su virilidad, logrando así que Evar jadeara y gimiera puramente satisfecho.
Evar le mordisqueó de nuevo la cintura, un punto erógeno que Dariel desconocía que tuviera y le cogió el trasero con fuerza. En ese momento, Evar deslizó un dedo en su interior.
Dariel se quedó paralizado.
Un recuerdo borroso y que se había esmerado en borrar de su mente se hizo paso en la neblina de la memoria y estalló. De repente, se encontraba en el suelo, temblando incontrolablemente y abrazándose las rodillas. Ya no estaba en su casa en Compton, había vuelto a un lugar que se había jurado a sí mismo no volver a pisar jamás.
—¡Dariel! —gritó alguien a lo lejos, pero él no podía responderle.
Había regresado a aquel pozo del que había tardado años en salir.
—No lo haga, no lo haga —repetía una y otra vez mientras los ojos se le llenaban los ojos de lágrimas.

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