Capítulo 16. Juegos de información
La oscuridad fue
cediendo. Muy poco a poco, pero cediendo.
A medida que su
consciencia se abría paso entre las tinieblas, empezó a darse cuenta del fuerte
martilleo que golpeaba su cabeza y del entumecimiento que se había apoderado de
todo su cuerpo. Se sentía pesado y débil, una sensación que se le antojaba
desagradable y familiar a la vez.
—Eh, se mueve —dijo
una voz.
La conocía. Su
cerebro era incapaz de procesar por qué, pero lo hacía.
—Menos mal —suspiró
otra que también le era cercana—. Le lanzaron un montón de sedantes, creía que
eso le haría enfermar.
—354 es fuerte —declaró
una más con firmeza—. Los médicos no acabarán con él fácilmente.
Al oír esta
última, por fin pudo entenderlo.
Era 345.
Y 373 y 322
estaban también allí.
Eso solo podía
significar una cosa: que su peor pesadilla se había hecho realidad.
Abrió los ojos,
con la esperanza de que solo fuera eso, un horrible sueño. Sin embargo, su
vista estaba borrosa, aunque eso no quería decir que no pudiera adivinar dónde
estaba. Lo primero de lo que fue consciente, era de que estaba desnudo, puesto
que sentía su piel contra una superficie fría y dura, nada que ver con el
mullido colchón sobre el que había estado durmiendo últimamente, al igual que
tampoco sintió el cálido cuerpo de Vane a su lado. Su olfato también encendió
alarmas dentro de él, ya que no reconocía los aromas del bosque que se
filtraban en la casa de los humanos que le habían acogido, ni el olor de la
comida procedente del desayuno de Max, tan solo la esencia de tres machos con
los que había convivido tanto tiempo que podría olerlos incluso bajo la
pestilencia de los fármacos y el hedor de la muerte que dominaban ese lugar.
Estaba en Mercile.
Los recuerdos
taladraron su cabeza. Las ventanas del salón estallando, Nocturn saltando sobre
los asaltantes, Max herido en un hombro, Ethan disparando una pistola, Vane… A
Vane le dispararon en el pecho y Bear trataba de protegerlo… Él intentó llegar
hasta él y Sam trató de ayudarlo…
Sam.
Sam había muerto
por ayudarlo.
Y Vane… Max…
¿También estaban muertos? ¿Solo heridos? ¿Los guardias de Mercile los habrían
cogido? ¿Estarían allí encerrados como él?, ¿para torturarlos como hacían con
su gente? ¿Y Bear y Nocturn? ¿Los habrían matado?
El miedo y la
rabia le dieron la fuerza suficiente para apoyar las manos en el suelo con
fuerza e incorporarse a cuatro patas mientras gruñía, curvando los dedos en
forma de garras, jurando que todos y cada uno de los guardias, técnicos y
médicos que les pusieran las manos encima, tendrían una muerte horrible y
bestial.
—¡Joder! —exclamó
373.
Giró la cabeza
hacia la derecha, encontrándose con la mirada sobresaltada de este y de 322.
Como él, ambos eran caninos, altos y musculosos, pero sus ojos eran dorados y
tenían el pelo rapado, por lo que eran difíciles de distinguir a menos que
conocieras bien sus rostros; el de 322 era curtido y algo demacrado, fruto de
las palizas que le daban los guardias para ver cuánto dolor podía soportar
antes de administrarle las drogas que usaban los médicos para probar cuán
efectivas eran para que se recuperara pronto, mientras que el de 373 tenía unas
facciones un poco más afiladas, tan endurecidas como toda su gente por los años
de cautiverio y maltratos, pero tenía una expresión más amable y compasiva, tal
vez porque a él solían llevarlo con las mujeres, que eran quienes peor lo
pasaban y a menudo necesitaban en quien apoyarse y desahogarse.
—¿Te encuentras
bien? —le preguntó. La preocupación era evidente en su tono.
Night apartó la
vista hacia los barrotes de su celda. La visión de verse de nuevo en esa
situación, tan vulnerable e indefenso, incapaz de llegar hasta Vane y los
demás, hizo que su sangre hirviera de pura rabia y frustración y lanzara una
especie de mezcla entre gruñido y rugido, repleto de angustia, miedo e
impotencia.
Sin pensar muy
bien en lo que hacía, se agazapó, flexionando las rodillas sobre sus pies y
tensando los músculos del torso y los brazos. Esos putos barrotes no impedirían
que llegara hasta Vane. No iba a permitir que le hicieran lo mismo que a él, no
consentiría que lo encerraran en una celda para después torturarlo ante sus ojos
por haberle ayudado, por haberle dado la libertad. Por haberle entregado lo más
hermoso que podía darle.
Sus gruñidos se
hicieron más bajos mientras calibraba cuál sería el punto más débil de la
puerta de su prisión cuando 345 lo interrumpió:
—Tranquilízate,
354. Sabes que así no lograrás nada.
Se volvió para
gruñirle a su compañero pero, al verlo, ocultó los colmillos. 345 era el macho
con el que más tiempo había tenido y en quien más confianza tenía, en realidad,
era lo más parecido que tenía a un hermano. Y, en ese instante, le alivió saber
que seguía vivo, que aún no le habían matado. Como a los otros.
—Me alegro de
verte.
345 esbozó una
media sonrisa.
—Yo también,
aunque creo que estabas mejor donde quiera que estuvieras. No sé qué hiciste,
pero tenías a todos los humanos cagados de miedo.
—Estaban tan
acojonados que apenas nos han hecho pruebas —comentó 322, apoyando los brazos
en los barrotes con una sonrisa divertida—. Sea lo que sea lo que has hecho,
¿puedes repetirlo?
Night tragó saliva
mientras los contemplaba a todos.
—Estuve fuera de
aquí. Era libre.
Los tres abrieron
los ojos como platos y se irguieron, agarrándose a los barrotes con tal fuerza
que era como si trataran de salir de sus celdas, incluso sabiendo que ni con su
fuerza era posible.
—¿Lo dices en
serio? —preguntó 322.
—¿Cómo es el
exterior?
Sus ojos brillaron
de emoción al recordar la primera vez que vio el mundo, cómo la noche
acariciaba las gigantes montañas bañadas por un manto de árboles que, a plena
luz del día, tenían los cálidos tonos rojizos del otoño, o cómo los rayos del
sol se filtraban entre las copas de los árboles, mostrando la belleza y la
quietud del bosque, o el modo suave y ligero en que caían los copos de nieve
desde el cielo para cubrir la tierra de blanco.
—Mucho más hermoso
de lo podíamos imaginar.
Todos se miraron
entre sí, esperanzados. Siempre habían temido que, lo que quiera que hubiera
lejos de ese horrible lugar, fuera incluso peor. Más túneles de blancas paredes
asfixiantes, negros e inquebrantables barrotes, espacios pequeños y cerrados en
forma de prisiones, aromas ardientes de fármacos y drogas, humanos crueles y
asesinos que no dejarían de perseguirlos hasta que todos y cada uno de ellos
acabaran muertos.
—¿Y cómo lo
hiciste? —preguntó 322 con impaciencia—. ¿Cómo lograste escapar?
Night se acordó
entonces del doctor Therian, frunciendo un poco el ceño.
—No fue cosa mía.
—¿Qué quieres
decir? —preguntó 373.
Los miró a los
tres con decisión. Era muy importante que le creyeran.
—Los humanos. Hay humanos
aquí que están de nuestra parte.
—Eso es imposible —masculló
322—. Tuvo que ser algún truco.
—No lo fue —replicó
Night, poniéndose en pie—. Me sacaron de aquí, eran los únicos que podían
hacerlo.
—¿Por qué iban a
hacerlo? —replicó su compañero con un gruñido—. Joder, justo cuando creía que
teníamos una oportunidad resulta ser otro de sus retorcidos juegos humanos. Te
han engañado, 354. Han jugado contigo como ya han hecho con otros antes.
Esas palabras se
clavaron en su cabeza con una fuerza demoledora. No pudo evitar pensar en los
primeros días que pasó en la casa de Vane, desconfiado, cauteloso, inquieto y
asustado. Era la primera vez que lo dejaban suelto en una habitación que no
estaba cerrada, la primera vez que le daban ropa y buena comida, la primera vez
que no tenía por qué llevar cadenas. Estaba convencido de que era una trampa,
un nuevo truco humano para hacer quién sabe qué… Pero no había sido así.
Recordó la sensación de absoluta libertad que sintió cuando Vane y Max lo
dejaron a solas en el bosque, dejándole marchar si así lo deseaba, la
curiosidad por el mundo en el que vivía cada vez que el primero le explicaba
cómo funcionaban los humanos, y su absoluta desolación cuando supo la verdad de
boca de su propio creador…
Sin embargo, una
férrea determinación se instaló en su ser al recordar sus palabras. El anciano
le había escogido para ayudar a su gente a ser liberados, tenía que
convencerlos de que Vane y sus hermanos eran buenos humanos. No el enemigo.
—No lo han hecho —declaró
con fuerza, casi gruñendo. Todos percibieron la ira contenida en su tono y lo
observaron con atención—. Vane es el mejor hombre que he conocido en mi vida,
no vuelvas a insultarlo —le advirtió.
322 resopló,
poniendo los ojos en blanco.
—Genial, otro al
que le gustan los humanos. Ahora empezarás a hablar como 345.
Este le lanzó un
gruñido.
—No me gustan los
humanos. Cooper es diferente de ellos, lo sé.
—Y tiene razón —afirmó
Night, pensando en el olor que detectó en el lugar donde fue encontrado y
mirando a su amigo—. Él fue uno de los que me sacaron.
Los ojos de 345
relucieron esperanzados.
—¿En serio?
Él asintió antes
de mirar a 322, que estaba a punto de argumentar en su contra.
—Brower también
estaba con él.
Ante esas
palabras, la expresión del macho cambió y se volvió dubitativa.
—¿Brower? ¿Estás
seguro?
—Conozco su olor.
Ella es compasiva con nuestra especie, no puedes negarlo. Sé que se ocupa a
menudo de ti y nunca he oído a nadie quejarse de ella. ¿Vas a decirme que ella
juega con nosotros?, ¿después de todo lo que ha hecho por ti?
322 apartó la
mirada, como deseando confiar pero aún incapaz de hacerlo. No podía culparlo,
él mejor que nadie sabía lo difícil que era depositar su fe en ellos, sobre
todo teniendo en cuenta para qué lo utilizaban… Pero era necesario. Si Vane… Si
Vane aún estaba vivo… Seguro que se le ocurría algún modo de salir de la
situación en la que estuviera; él era inteligente, valiente y tenaz. Estaba
convencido de que podía superar cualquier cosa siempre que…
345 olfateó en su
dirección y se aferró a los barrotes, como si quisiera acercarse a él.
—Eh, ¿qué ocurre?
Huelo tu dolor.
Night se dejó caer
sobre sus rodillas. No quería vivir sin Vane, libre o no. La sola idea de que
hubiera muerto por su causa, por protegerlo, lo desgarraba por dentro.
—Mi Vane. Le
dispararon. Los guardias les dispararon a todos.
Ante esas
palabras, sus compañeros abrieron los ojos como platos.
—¿Humanos
matándose entre ellos? —murmuró 322.
—¿Qué pasó
exactamente? —preguntó 377.
Night apretó los
puños.
—Me descubrieron.
No sé cómo lo hicieron, pero Mercile supo que yo estaba con Vane.
—¿Mercile? —preguntó
345, confundido.
Alzó la vista
hacia él.
—Así es como se
llaman. Los médicos, los técnicos, los guardias. Todos ellos son Mercile.
Los tres se
miraron entre sí, sin comprender qué implicaba eso exactamente.
—¿No eran humanos?
—preguntó 322.
—Es complicado —respondió
Night.
—Entonces
explícanoslo —pidió 377—. Cuéntanoslo todo, 354. Quiero saber si esos humanos
de los que hablas son buenos de verdad y qué has visto ahí fuera.
Night inspiró
profundamente.
No, ahora no podía
derrumbarse. Debía mantener la cabeza fría y no permitir que sus emociones
nublaran su juicio, tal y como le había repetido Vane una y otra vez cuando
entrenaba con él. Debía ver la situación con perspectiva.
No había nada que
pudiera hacer por él ahora, ni tampoco sabía qué le había ocurrido, por lo que
aún podía estar vivo. Eso lo averiguaría cuando los médicos vinieran a hablar
con él. Era evidente que lo harían; querrían saber qué había aprendido ahí
fuera y el nivel de amenaza que eso suponía.
Tenía que
encontrar una buena estrategia para entonces, mantener el control de la
situación aun estando encerrado. Era todo un reto, pero podía hacerlo. Vane le
había enseñado trucos para manipularlos en caso de que fuera atrapado de nuevo,
como siempre, había previsto todos los escenarios posibles y le había preparado
tanto como había podido en el poco tiempo que habían estado juntos.
Y él tenía
ventaja. Los médicos querrían información que él tenía, y no lo matarían a la
primera teniendo en cuenta que su sola creación y mantenimiento para los
experimentos costaba millones de dólares. Por no hablar de la cantidad de gente
que moría día a día en esas instalaciones.
Sí, ahora podía
jugar a sus retorcidos juegos humanos y, esta vez, no podrían engañarle
fácilmente.
Volvió a
levantarse, sintiendo que la determinación regresaba a él conforme el plan se
iba formando en su cabeza. Primero, debía ocuparse de su gente, transmitirles
todo lo que había aprendido sobre los humanos…
Y después se
encargaría de averiguar qué había sido de Vane y los demás. Incluso aunque
ellos… no estuvieran… Sus hermanos ayudarían a su gente. Debía preparar a todo
el mundo para el rescate. Sabía que llegaría, los Hagel no consentirían que
esos hijos de puta se salieran con la suya después de lo que les habían hecho a
sus hermanos.
Miró a sus amigos
con decisión.
—Night. Ahora me
llamo Night.
—¿Así está bien? —susurró
Ethan.
Vane esbozó una
media sonrisa que no le llegó a los ojos.
—No creo que sirva
por mucho tiempo. —La mirada del doctor se volvió aún más apagada de lo que ya
era. Los dos sabían que sus cuidados no servirían de nada en cuanto los
guardias de Mercile entraran en aquella estancia, pero ninguno lo dijo en voz
alta. En vez de eso, Vane le dio una palmadita en el hombro con el brazo bueno,
ya que el otro estaba roto e inservible—. Ve a ayudar a mi hermano.
Ethan asintió y
cogió su botiquín para después ir con Max, que estaba apoyado en el suelo,
contra uno de los armaritos de la cocina, sujetándose todavía el hombro lleno
de sangre.
Qué puto desastre.
Mercile, de algún
modo, se había enterado de que Night estaba allí, al igual que se habían
percatado de todas las trampas que había puesto alrededor de su terreno para
ser advertido de su llegada en caso de ataque.
No habían tenido
la más mínima posibilidad. Sin ese precioso aviso que les permitía prepararse
para una estrategia táctica en su propia casa, no habían podido hacer gran cosa
contra la veintena de soldados que los habían invadido.
Max estaba herido
en un hombro. No era grave, pero no podría mover demasiado el brazo. Ethan
estaba bien, aparte del par de golpes que había recibido nada más terminó la
munición de su pistola. Bear y Nocturn habían sido encerrados en una de las
habitaciones y…
Sam había muerto.
A ella no la
habían llevado a otra habitación, sino que la habían hecho a un lado, lo que
quería decir que no era una amenaza.
La habían matado.
Cerró por un
momento los ojos con fuerza. La pobre había tenido depresión tras la muerte de
Vic, sus ganas de vivir se habían ido con su dueño. Hasta que llegó Night. No
sabía muy bien cómo, él la había sanado. Y ahora, justo cuando creía que podría
tener una vida feliz, acababan con esa esperanza.
Bastardos hijos de
la gran puta.
Morirían todos.
Sin importar cómo acabaran él, Max y Ethan, su muerte era segura.
—Vane.
Se giró hacia su
hermano, quien le lanzó una mirada significativa.
—Sí, ya lo sé.
Ethan los observó
de reojo un segundo antes de seguir desinfectando la herida de Max.
—¿Qué ocurre?
—Que debemos
prepararnos para lo que va a pasar.
El doctor tragó
saliva.
—Vamos a morir,
¿verdad?
—No —respondió él,
mirándose el brazo roto—. Van a torturarnos.
Ethan palideció.
—Pero… tienen a
Night. Tienen lo que buscaban.
—Pero necesitan
saber quién más sabe de su existencia —dijo Max—. No pueden permitirse tener
cabos sueltos.
—Ahora mismo
estarán buscando en todos los dispositivos electrónicos cualquier información
que tengamos acerca de Night y todo lo que está relacionado con él —comentó
Vane, mirando la cocina—. Por eso aún estamos vivos, y por eso han dejado que
nos cures las heridas.
—Debemos estar
bien sanos para que puedan jodernos después —se burló Max, aunque la sonrisa
cínica le duró solo un segundo, ya que vio el pálido rostro de Ethan. Eso le
hizo recordar que él era médico, no soldado como Vane y él. No estaba
mentalizado para ello, y eso le hizo sentir profundamente mal—. Lo siento,
Ethan —murmuró, tocando su hombro—. No es justo para ti.
—No podemos decir
nada. La información que tenemos es nuestra única baza para seguir con vida —dijo
Vane, también sintiéndose culpable por el destino al que había de enfrentarse
Ethan—. Sé que no podemos pedirte que…
—Aguantaré.
Los hermanos Hagel
se miraron entre sí, sorprendidos por la resolución que había en su voz. Nunca
le habían oído hablar de un modo tan decidido y firme.
—Fue mi decisión
quedarme en esto —explicó Ethan mientras terminaba de vendarle la herida a Max—.
Así que aguantaré.
Ambos miraron al
doctor orgullosos e impresionados a la vez. ¿Qué había sido del buen doctor que
se echaba a temblar ante la idea de que hubiera un enfrentamiento armado? ¿Aquel
que odiaba la violencia lo suficiente como para no querer empuñar un arma?
Ethan parecía ahora una persona muy diferente, era como si hubiera sacado todo
el valor que tenía dentro para arrojarlo en el asador, aunque este viniera en
forma de tortura. Vane no sabía cuánto podría aguantar, pero…
—De todos modos, solo
tenemos que aguantar hasta poner en marcha el Plan H.
El doctor frunció
el ceño.
—¿Qué es eso?
Abrió la boca para
contestar, pero un portazo los sobresaltó a todos. Tres guardias de Mercile
entraron en la cocina armados hasta los dientes, aunque se habían quitado los
chalecos antibalas y los cascos, probablemente para estar más cómodos mientras
trabajaban en sus dispositivos informáticos.
El que supuso que
era el líder clavó sus ojos en él y le tendió su móvil, que estaba vibrando.
—No deja de sonar.
Sea quien sea, líbrate de él —ordenó, estrechando los ojos—. Y ponlo en
altavoz, no quiero trucos. Haz algo raro y le pego un tiro a tu hermano.
Vane apretó la
mandíbula, deseoso de amenazarle con sacarle las tripas por la boca como tocara
a Max, pero, como siempre, prefirió ser prudente.
Porque esa llamada
era su salvavidas.
Cogió su móvil,
sintiéndose aliviado al comprobar que se trataba de Zane, y respondió la
llamada.
—Hola, tigre —lo saludó.
Hubo un segundo de
silencio al otro lado de la línea. Solo uno. Zane había captado su palabra de
seguridad, por supuesto, mientras que los guardias, a los que vigilaba de
reojo, no parecieron darle mucha importancia. Aunque tampoco era de extrañar, ya
que su hermano era todo un maestro del espectáculo.
—¡Vane! ¿Por qué
no contestabas? —preguntó con un tono de voz alegre, a pesar de que en realidad
le estaba preguntando qué había pasado para que estuviera en peligro—. A estas
horas sueles salir a correr, ¿verdad?
—Sí, pero no he
pasado una buena noche, el brazo está volviendo a darme problemas. —Con eso
establecía que el ataque fue anoche. Poner la excusa de su brazo indicaba que
el ataque era militar, ya que dicha herida la obtuvo en la guerra y Zane lo
sabía.
—Vaya, hombre, ¿te
duele mucho? —Ahora quería saber si estaba herido.
—Estoy mejor,
Ethan y Max me han echado una mano, como siempre. —Así le decía que sí, que
estaba herido pero que no era mortal y que su hermano y Ethan estaban vivos.
—Menos mal, me
alegro de que estén contigo. Oye, los chicos y yo estábamos pensando en dar una
fiesta esta noche, ¿hay alguna posibilidad de que podáis venir?
Van a planear el
rescate, y quiere saber si tienen alguna posibilidad de escapar. Se quedó
pensativo unos instantes, sabiendo que no tenía mucho tiempo para responder
antes de que los guardias sospecharan algo, por lo que sopesó sus
posibilidades. Pero no veía ninguna, imposible cuando él tenía una bala en el
pecho y estaban rodeados por guardias que no les quitaban el ojo de encima.
—Creo que hoy me
quedaré en casa, por si acaso me vuelve a doler. Max no querrá irse conmigo así
y Ethan también se quedará para asegurarse de que estoy bien. —De esa forma,
Zane sabía que tendría que sacarlos teniendo en cuenta que estarían como
rehenes, lo que complicaba un poco las cosas, pero al menos tendrían el factor
sorpresa de su lado—. Pero, oye, arrasa en la pista por nosotros, ¿vale?
“Arrasar en la
pista” era su palabra clave para decirle que cogiera artillería pesada porque
había muchos enemigos, los suficientes como para dejar destrozada su casa en
una noche. Eso quería decir que traería consigo a todos los Hagel… y tal vez a
unos cuantos amigos más.
—Dale por hecho,
hermano —respondió con el mismo tono despreocupado, aunque con un pequeño matiz
que le sonó a una promesa—. ¡Nos vemos pronto! —Y con esas palabras que le
decían que iría a por ellos hoy mismo, colgó.
Vane le devolvió
el móvil al guardia que estaba al mando, procurando que su mirada fuera
fulminante para evitar sospechas.
—¿Satisfecho?
—No del todo —respondió
este, arrebatándole el teléfono—. Quiero las contraseñas de todos los
ordenadores y aparatos electrónicos que hay en esta casa, y también la de la
cerradura electrónica de esa trampilla que hay en el suelo.
Él se mantuvo
firme.
—No te daré nada.
El guardia
endureció el gesto.
—¿Sabes lo que te
espera si no me das lo que necesito?
—De sobra.
—Entonces acabarás
muerto.
—Acabaré muerto si
te doy lo que quieres —replicó Vane—. Fui militar y lo sabéis, la vida privada
de un multimillonario es bastante pública hoy en día. Así que no trates de
venderme mierda que ya he tragado antes.
El hombre lo
asesinó con la mirada, pero dio media vuelta, dándole la razón.
—Acabaremos
accediendo a esos ordenadores.
Vane sabía que no
lo harían. Deberían tener un hacker extremadamente bueno, y él no era moco de
pavo, al fin y al cabo, tenía una empresa de seguridad que prestaba servicios
al ejército y a la puñetera Seguridad Nacional.
Sin embargo, sí
que había algo que le interesaba saber.
—¿Cómo supisteis
que estaba aquí?
El guardia se detuvo
y lo miró por encima del hombro.
—Te investigamos
después de que tendieras una emboscada a nuestro equipo. No nos habría parecido
raro que tuvieras tanta seguridad en tu propiedad dado tu trabajo, pero nos
dimos cuenta de que unos compañeros habían inspeccionado esa zona antes. Nos
dimos cuenta de que, por los tiempos, a ellos los pillaste por pura casualidad,
ya que estabas solo y armado con una pistola, mientras que al equipo que
enviamos los recibiste preparado con un plan estratégico, o de lo contrario no
habríais podido tu hermano y tu con tantos hombres. Eso quiere decir que
instalaste sensores de movimiento después de tu primer encuentro con los
nuestros. Nos llamó la atención…
—Y utilizasteis
drones aéreos para espiarnos —concluyó Vane.
El hombre alzó una
ceja.
—¿Cómo lo has
sabido?
—Es lo único que
no habría hecho saltar los sensores mientras los buscabais para desactivarlos —dijo
él, maldiciéndose por haberlos subestimado—. También apagasteis los de la
azotea para poder entrar desde arriba, ¿no es así?
El jefe se giró un
poco para mostrar su pecho henchido, evidentemente orgulloso de su logro.
—Los desactivamos
todos. Sabíamos que 354 escucharía los motores de los jeeps si íbamos con
ellos, así que usamos un helicóptero. Volamos altos para que no nos oyera, pero
parece que lo detectó cuando se detuvo para que nosotros pudiéramos bajar.
Vane asintió.
—Ya veo.
—Después de todo,
no eres tan inteligente como dicen —se mofó el gilipollas antes de marcharse
junto a sus dos hombres, que Vane supuso que dejaría apostados en la puerta
para asegurarse de que no intentarían nada raro.
Nada más
desaparecer por esta, sonrió. Max se dio cuenta de eso y ladeó la cabeza.
—¿Qué has
descubierto? —preguntó en un susurro.
—Buenas noticias.
—¿Cuáles? —murmuró
Ethan, que se había sentado junto a su hermano nada más terminar de vendarle el
hombro.
—La primera, que
no saben que nuestros hermanos también están involucrados en esto o no me
habrían dejado hablar con Zane, si no que habrían hecho un trato con él a cambio
de información.
—El factor
sorpresa —sonrió Max.
—Probablemente no
disponían de drones aéreos y tuvieron que encargarlo, por eso no llegarían a
ver a los chicos aquí. Además, apuesto a que solo invirtieron el tiempo justo
en confirmar que Night estaba aquí y a encontrar los sensores antes de venir.
Sensores que, por cierto, están desactivados.
Los ojos de su
hermano brillaron, al igual que los de Ethan, que comprendió lo que ocurría.
—Eso significa que
no sonará ninguna alarma.
—No habrían sonado
de todas formas —dijo Vane—, les puse al tanto de las medidas de seguridad
cuando estuvieron aquí, pero eso les ahorrará un tiempo precioso.
—Tiempo que los
cabrones invertirán en intentar coger información de nuestros dispositivos —añadió
Max—. Zane no tardará mucho en reunir un equipo eficaz contra estos tipos. Al
anochecer estará aquí, como muy tarde.
Vane asintió.
—Tenemos
probabilidades de salir de esta si jugamos bien nuestras cartas. Por eso,
debemos aguantar.
El sonido de la
puerta acorazada deslizándose alertó a Night de que había llegado el momento
que estaba esperando. Se giró, comprobando que, tal y como sospechaba, un gran
grupo de humanos penetraba en la gran sala blanca donde los retenían en jaulas:
había cuatro guardias, uno por cada uno de ellos, que se colocaron
estratégicamente tras ellos con los fusiles cargados de sedantes por si
intentaban hacer daño a alguien; otro era Parker, el médico encargado de
hacerles las pruebas, ese cabrón de pelo engominado que creía que las hembras
deberían sentirse halagadas por ser folladas por un hombre de verdad y no un
animal; el que encabezada la marcha llevaba la bata de médico, pero no lo había
visto nunca, un tipo bastante rechoncho con gafas y una barba prominente y
cuidada, aun así, adivinó rápidamente que era el que mandaba, y, por último, le
sorprendió y alivió a la vez reconocer a Cooper, que era el único que estaba un
poco pálido y con la mirada inquieta. Supuso que en sus planes no entraba el
que fuera capturado de nuevo y temía por su bienestar.
Despacio, se
levantó del suelo y se irguió en toda su altura, tensando los músculos para
parecer más intimidante. Los médicos se detuvieron un momento, haciéndole saber
que les había pillado por sorpresa verlo tan sano y fuerte, gracias a los
cuidados que le habían dado Vane y Ethan y al entrenamiento de Max.
Bien. Quería que
estuvieran asustados.
345 y los demás lo
imitaron. Los había puesto al corriente de todo lo que le había ocurrido, de
todo lo que había vivido y experimentado, de todo lo que había aprendido en el
exterior. Ahora comprendía lo difícil y frustrante que había sido para Vane y
Max explicarle qué era cada cosa y su función, sobre todo porque sus amigos no
podían ver lo que él había visto, pero creía que habían comprendido los
conceptos más importantes y, sobre todo, los trucos que su macho le había
transmitido para usarlos contra los médicos.
El humano que
estaba al mando se adelantó finalmente y se quedó a poco más de un metro de su
jaula, así se aseguraba de que no pudiera agarrarlo. Más de un técnico había
muerto con un solo golpe contra los barrotes o con el cuello roto por acercarse
más de la cuenta.
—Hola, 354 —lo
saludó con una sonrisa que pretendía ser amable.
Night gruñó,
mostrándole abiertamente los colmillos.
—¿Quién eres?
—Mi nombre es
Dean. Vengo a hacerte unas preguntas.
Él levantó una
ceja.
—Creía que mi
gente no era lo bastante inteligente como para saber responder una pregunta.
Los labios del
hombre se tensaron, como si no esperara esa contestación. Genial, lo estaba descolocando
y confundiendo, era un buen comienzo.
—Bueno… Solo
quería saber… qué te ha parecido nuestro nuevo experimento —repuso con más
confianza.
Night frunció el
ceño, pero permaneció atento, consciente de que era algún tipo de estrategia
para confundirle.
—¿Qué experimento?
—El que ha llevado
a cabo el señor Hagel.
345 y los demás se
tensaron, temiéndose lo peor, que, al final, tal y como había dicho 322, todo
hubiera sido uno de los juegos de los humanos para hacerles daño. Night, por
otro lado, apretó los puños con fuerza al mismo tiempo que su rostro se
crispaba.
Estaban tratando
de enfrentarlo con Vane.
Querían jugar
sucio, como siempre. Está bien, él podía seguirles el juego.
—¿Ah, sí? —preguntó,
esta vez muy tranquilo.
Tal y como
esperaba, su falta de reacción volvió a desconcertar a los humanos, Cooper
incluido, que empezó a mirarlo con interés.
Dean intentó
retomar el control del interrogatorio.
—Eh… Sí. Ha sido
muy interesante ver cómo te desenvolvías ahí fuera.
Night sonrió
ampliamente por dentro. Sí, actuaba tal y como Vane dijo que haría, su
inteligente macho había predicho todas las tácticas que emplearían contra él
para manipularlo de nuevo.
Pero ahora él
conocía las reglas del juego.
—¿Cuál fue la
primera comida que me dieron?
Casi se le escapa
una carcajada al ver la cara que pusieron esos idiotas. Después de todo, el
animal que tenían delante no era tan estúpido como creían.
—Qu… ¿Qué? —balbuceó
Dean.
—¿Cuál fue la
primera comida que me dieron? —repitió Night, empezando a sonreír, sabiendo que
lo había pillado—. ¿De quién era la ropa que me prestaron? ¿Qué tipo de
alimento no me gusta? ¿En qué habitación dormía? —Todas eran preguntas que Vane
le había enseñado que no podían saber a menos que hubieran estado allí con
ellos o en contacto, ya que podían obtener fácilmente información de él y sus
hermanos a través de internet, archivos, revistas y periódicos. Escogía esas
porque sabían que no podrían responder, le demostraban a él y a, sobre todo, a
sus compañeros, que Vane no estaba del lado de Mercile—. Vane no está con
vosotros, o de lo contrario no habríais tenido que entrar en su casa a tiros —dicho
esto, su rostro se endureció—. ¿Dónde está? ¿Qué habéis hecho con él y los
demás?
Dean se puso rojo
de rabia, incapaz de concebir que un maldito animal lo estuviera ridiculizando.
—Que te jodan. Te
pudrirás en esa jaula preguntándote qué les estamos haciendo.
—Así que siguen
vivos —replicó Night, sintiendo el puro alivio recorriendo su cuerpo.
Probablemente estuvieran heridos, pero había esperanza siempre que siguieran
respirando.
El médico apretó
los labios, furioso porque había revelado más información de la que quería, de
nuevo. Hizo amago de dar media vuelta para irse.
—No por mucho
tiempo —declaró.
Pero Night ya
estaba preparado para contratacar.
—Si les haces
daño, jamás sabrás lo que me dijo Therian.
Dean se detuvo al
instante, y supo que había usado la baza perfecta. A partir de ahora, él tenía
el control.
El hombre volvió a
encararlo con los ojos muy abiertos.
—¿Qué has dicho?
—Therian y yo
tuvimos una larga conversación. Me dijo muchas cosas interesantes.
—¿Cuáles? —se
apresuró en preguntar el humano, casi con desesperación.
Sí, ya era suyo.
—¿Qué me darás a
cambio de esa información?
El médico lo asesinó
con la mirada.
—Nada. No tienes
derecho a nada, perro. Vas a darme lo que quiero o haré daño a tus amigos.
Night estrechó los
ojos, en absoluto intimidado.
—Si los tocas no
tendrás una mierda. Si tus guardias se acercan a mis compañeros, no te diré nada.
Si haces daño a Vane, Max y Ethan, ni siquiera abriré la boca. Si me matas, el
secreto de Therian morirá conmigo. Así que tenlo muy claro, bastardo
gilipollas, o juegas con mis reglas o el juego termina. Y el que pierde serás
tú.