miércoles, 9 de enero de 2019

El Reino de los Zorros


Capítulo 4. Leyendas salvajes

Sasuke apartó un segundo los papeles del libro de los creadores para frotarse los ojos. Llevaba ya varias horas en aquel claro con Naruto, buscando algo que pudiera parecerse a la epidemia que estaba asolando a los niños del reino sin demasiado éxito. Casi todo lo que había leído de momento eran conocimientos botánicos sobre plantas medicinales o complejas y misteriosas operaciones que solo los creadores podían llevar a cabo. Al parecer, su prometido, como todos los de su género, poseía habilidades mágicas que le permitían regenerar órganos enfermos e incluso ayudar a las mujeres a dar a luz, sobre todo estaban relacionados con la fertilidad y con la capacidad de dar vida o hacer que esta florezca. Pese a que no había logrado entender muy bien esos místicos poderes otorgados por los dioses, no podía evitar sentirse un poco impresionado.
Por desgracia, y por muy interesante que lo encontrara, no había visto nada parecido a una enfermedad que solo afectara a los niños y con esos síntomas. Además, tenía que calentarse la cabeza encontrando la traducción adecuada a todas las palabras según su contexto.
—¿Estás bien? —le preguntó Naruto sin despegar los ojos de sus propios papeles. ¿Cómo se había dado cuenta de su cansancio si ni siquiera le estaba mirando?
—Sí, es solo que hay mucha información y que no encuentro nada útil.
—Le dijo al que se ha pasado dos semanas buscando —se burló el creador, todavía sin dignarse a mirarlo.
Sasuke esbozó una media sonrisa y siguió con la tarea. El dibujo que había en el papel que cogió le llamó rápidamente la atención; se trataba de un grupo de mujeres encapuchadas que sujetaban al creador, del cual salía una especie de espíritu con forma de zorro. Al comenzar a leer, se dio cuenta de que era alguna especie de ritual que se llevaba a cabo en verano y, según sus palabras textuales: “proveerá de vida a toda criatura de las islas, haciendo de sus tierras las más fértiles, salvándolas de una abrasadora onda de fuego. Las que le sirven acogerán ese regalo en su seno y lo compartirán…” y seguía contando algo más, pero a Sasuke le costaba entender a lo que se refería.
—Oye, Naruto, aquí se habla de un ritual que se celebra en verano y… —Antes de poder terminar de hablar, el creador le arrebató los papeles y se los guardó. Sasuke lo miró con el ceño fruncido—. ¿Qué haces?
—Ese ritual no es cosa tuya.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que haces exactamente?
—No quiero hablar de eso.
El Uchiha miró a su prometido sin entender qué había pasado. No hacía mucho, Naruto le había confiado algunos de sus secretos, y él le había hecho un juramento de sangre en el que se comprometía a no revelarlos por ningún motivo, ni siquiera en una cuestión de vida o muerte. ¿Qué había pasado con esa confianza?
Bueno, de acuerdo, aún se estaban conociendo, tal vez había cosas que el creador consideraba que eran demasiado importantes como para revelárselas tan pronto.
—Está bien si no me lo puedes contar —dijo con suavidad—. Entiendo que es difícil para ti confiarme todo esto sin apenas conocerme.
—… No se trata de eso —admitió finalmente Naruto.
Sasuke se dio cuenta de que se le veía claramente incómodo, aunque no entendía por qué.
—¿Entonces?
El creador dudó unos momentos antes de dejar su libro cuidadosamente a un lado y encararse a él. Mantuvo la cabeza gacha al principio, mirándose sus nerviosos dedos que jugueteaban entre ellos, antes de inspirar hondo y atreverse a contemplar sus ojos.
—Mmm… A ver… ¿Cómo explicarlo? —caviló, como si le costara encontrar la forma de explicarse. Cuando abrió ligeramente los ojos, Sasuke supo que había dado con algo—. Está bien, tú sabes… que a las mujeres les incomoda hablar sobre su… su menstruación, ¿verdad? —Le costó un poco decir la palabra, al parecer a él también le daba vergüenza hablar sobre el tema.
Sasuke parpadeó, sin estar seguro de a dónde quería llegar con eso.
—Sí, no es algo de lo que hablen con los hombres.
—Vale, pues… digamos… que a mí me pasa algo parecido —concluyó.
Oh.
De acuerdo, no esperaba algo así y mucho menos tener que ser él quien le diera la charla al respecto… Mierda, ni siquiera sabía que les decían las madres a sus hijas cuando sangraban por primera vez.
Aun así, hizo acopio de la poca delicadeza que tenía y se acercó un poco más a Naruto para decirle con toda la suavidad de la que era capaz.
—Escucha, es algo natural, ¿de acuerdo? Todas las mujeres pasan por eso al llegar a la pubertad y… ah… —Se estaba quedando sin ideas. Joder, él no había pasado por eso y, tal y como había dicho, a las mujeres no les gustaba compartir esas cosas con los hombres, así que no tenía ni la más remota idea de lo que se sentía o si dolía o si necesitaba algún cuidado.
Por suerte, Naruto lo miró con una ceja levantada.
—Sasuke, yo no sangro pero, por favor, continúa. Tus conocimientos sobre ese aspecto de las mujeres me tienen fascinado.
Uf, menos mal.
—Intentaba ayudar —replicó, mirándole con mala cara.
—Te he dicho que me pasaba algo similar, no que pudiera menstruar.
—Así que… ¿no sangras?
—Gracias a los dioses, no.
—Entonces, ¿qué te ocurre?
El creador se removió de nuevo, incómodo otra vez.
—Se llama ciclo fértil. Son… los días en los que tengo más probabilidades de quedar embarazado. Me pasa una vez al mes y… no me gusta hablar de ello —dicho esto, señaló los papeles que le había quitado—. Ahí se habla de un ritual que está relacionado con eso y me da vergüenza que lo veas.
Sasuke asintió, aunque no pudo evitar preguntar:
—¿Las mujeres no tienen también días en los que les es más fácil que se queden embarazadas?
—Yo no soy una mujer, mi anatomía es diferente. ¿Podemos ahora cambiar de tema, por favor? —le pidió, ansioso por dejar de hablar de su ciclo.
El Uchiha se dio cuenta de que empezaba a estresarlo y decidió no volver a molestarlo con eso. Además, eso le hizo recordar que, en un futuro, tendría que acostarse con Naruto para consumar el matrimonio y tener hijos. Tenía que reconocer que ya no le causaba repulsión tener que acostarse con alguien cuyo cuerpo parecía el de un hombre, sobre todo porque su prometido empezaba a caerle bien, pero le seguía pareciendo… raro. Algo incómodo, también. Por suerte, Naruto tampoco parecía tener prisa en ese aspecto, por lo que tenía tiempo para mentalizarse antes de que tuvieran su noche de bodas.
En ese momento, lo asaltó un pensamiento que por poco le hizo palidecer.
¿Y si Naruto era virgen? Ni siquiera había estado con una mujer que lo fuera, no le parecía adecuado que el primer hombre con el que estuviera fuera alguien como él, que solo buscaba a las mujeres por satisfacer una necesidad física. Tenía que ser alguien que, como mínimo le importara el bienestar de la joven, hacerle el menor daño posible. Él era más brusco, le gustaba follar duro y sin contemplaciones, odiaba tener que estar pendiente de si le hacía daño o no.
Con Naruto era distinto. Era su prometido y pronto sería su compañero de por vida. Encima, se sentía un tanto protector con él por su situación, merecía a alguien que supiera ser delicado y considerado para su primera vez, no a un salvaje como él entre las piernas al que, además, no le gustaban los hombres.
Joder… Probablemente ese sería su mayor reto en el matrimonio.
Cuando escuchó que Naruto pasaba una página de su libro, logró hacer a un lado esas preocupaciones y centrarse de nuevo en los papeles. Ya se preocuparía por eso dentro de un año, para entonces suponía que sabría si su prometido había estado con otro hombre o no y podría mentalizarse para consumar su unión.
Pasaron toda la mañana buscando en el libro de los creadores sin encontrar nada sobre la misteriosa epidemia, lo cual dejó más frustrado a Sasuke que a Naruto, puesto que este estaba ya acostumbrado a no hallar nada de momento, pero tenía la esperanza de que, en alguna de sus páginas, se encontraba lo que buscaban.
En el camino de vuelta al palacio, el Uchiha insistió en que fuera esta vez él quien dirigiera al caballo. Naruto se negó en un principio, alegando que él no tenía la menor idea de cómo hacerlo y que probablemente cometería alguna tontería en la que ambos acabarían con el cuello roto tras una horrible caída, lo cual hizo reír a Sasuke. Sin embargo, este logró ganar la discusión y colocó al creador delante de él, sosteniendo las riendas con un recelo que provocó que estuviera casi todo el camino riéndose a carcajadas.
Por suerte para los dos, Naruto lo hizo bastante bien con su guía, pero se negó en redondo a intentar cabalgar, de modo que Sasuke no lo forzó a ir más allá de un ritmo tranquilo. Se dijo a sí mismo que primero era mejor que su futuro esposo ganara un poco más de seguridad sobre el caballo, que ya habría tiempo de animarlo a ir más rápido.
Una vez llegaron a su destino, le preguntó qué pensaba hacer por la tarde. Naruto le dijo que pasaba las tardes en el Bosque Sagrado cumpliendo tareas y deberes que solo los creadores hacían, así como para estudiar y adquirir conocimientos que le legaron sus antepasados. Sasuke no necesitó que le dijera que él no podía estar presente mientras tanto, a pesar de que una parte de él tenía mucha curiosidad desde que sabía que tenía habilidades mágicas; por tanto, le preguntó a dónde podía ir a cazar, con quién podía practicar con la espada y con quién podía hablar para aprender más sobre el Reino del Fuego.
Su prometido le respondió con tres nombres: Kiba Inuzuka, Rock Lee e Iruka Umino. El primero pertenecía a una de las casas nobles más pequeñas del país; eran un clan familiar reducido y que llegó al país de una tierra lejana no hacía mucho, fue el padre de Naruto quien les permitió quedarse, de ahí que muchos todavía fueran desconfiados con ellos por considerarlos todavía extranjeros. Sin embargo, su prometido le recomendó que no los subestimara por las habladurías, porque su padre les había dado todas las extensiones de tierras salvajes que eran el principal coto de caza de la capital, es decir, toda la carne provenía de ellos. Además, los Inuzuka eran de los pocos nobles que le eran leales todavía a los Namikaze, le aseguró que podía confiar en ellos a pesar de no llevar tanto tiempo en aquel reino como otros.
El segundo era Rock Lee, hijo de Ser Gai, el general que comandaba los ejércitos del Reino del Fuego. A pesar de que tenía la edad de Sasuke, era amigo íntimo de Naruto y, en cierto modo, se consideraba su protector personal dentro del palacio, nadie podía tocarle un solo pelo de la cabeza si Lee estaba cerca de él. Tenía la personalidad extravagante que caracterizaba a la gente del Reino del Fuego, abierto y espontáneo, pero el creador le aseguró que era un luchador formidable. Sasuke no puso pegas a ello, aunque en el fondo estaba convencido de que no era para tanto; después de todo, el propio Naruto había afirmado que su reino era pacifista y que llevaban siglos sin tener guerras, por lo que no creía que fueran grandes guerreros, aunque era lo bastante inteligente como para no menospreciarlos.
Por último, Iruka Umino había sido el maestro de Naruto cuando era niño y se le permitía estudiar de todo. Rápidamente se dio cuenta del cariño con el que hablaba de ese hombre y cómo se le iluminaban los ojos por la admiración. Por un segundo, pensó que tal vez albergaba sentimientos por él, pero entonces le contó que estaba casado con su tío Kakashi y comprendió que no era más que un pariente al que apreciaba mucho, aunque se le escapa el motivo.
Los tres parecían ser personas de confianza de los Namikaze, pero Sasuke quería tantearlos por su cuenta, ver cómo eran, cómo podía usarlos en la lucha de poder actual contra el Consejo y cómo podrían ayudarle en su futuro reinado.
De modo que decidió empezar por Kiba. Después de una comida en palacio que habría sido muy incómoda de no ser porque Itachi mantuvo una agradable conversación con Tsunade sobre su reino, Naruto lo llevó a las tierras de los Inuzuka, en la parte más profunda e inhóspita de la isla, un territorio gobernado por bosques frondosos y oscuros, sin contar el pequeño castillo que pertenecía a la familia noble y a la aldea que estaba poblada por cazadores que trabajaban para ellos, proveyendo a la isla de carne de jabalíes, ciervos y algunas especies de venado salvaje.
Al llegar allí, Sasuke vio rápidamente por qué el resto de nobles recelaban de esos nobles. No pudo evitar quedarse asombrado al entrar al castillo y encontrarse con gente que llevaba el cabello algo desaliñado y ropa cómoda de cuero, además de unos símbolos rojos en las mejillas, un claro distintivo de su clan. Había visto gente así más allá de los mares del este, bárbaros que habían tratado de conquistar las tierras del rey y cuya forma de vida era considerada primitiva. Todo el mundo los llamaba bárbaros.
No pudo evitar tensarse y apretar a Naruto contra sí, en ademán protector. Este, que iba tras él en el caballo, lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa?
—Estas personas no deberían estar aquí —gruñó, haciendo ademán de retroceder para sacarlos de ese lugar.
Sin embargo, el rubio tenía otras ideas.
—Por favor —resopló y, sin previo aviso, saltó del caballo. Sasuke no tuvo más remedio que seguirlo, bajando del caballo también y tratando de alcanzarlo.
—Naruto, no sabes nada de esta gente —masculló en voz baja, mirando a todos lados con la mano empuñando fuertemente su espada, listo para defenderse. Los Inuzuka que había cerca habían reparado en ellos y ahora se estaban acercando.
—Esta gente lleva con nosotros desde que mi padre inició su reinado. Los conozco mejor que tú.
Por fin, Sasuke logró alcanzarlo y lo detuvo cogiéndolo de un brazo. Lo sujetó con fuerza y lo obligó a mirarlo a los ojos.
—Luché contra esta gente en el este —le dijo en un susurro, sin dejar de observar su alrededor, siendo muy consciente de que estaban siendo rodeados—. Son unos salvajes, intentaron apoderarse de las tierras de un rey a base de sangre…
—Suéltame —lo interrumpió Naruto con una nota de advertencia en la voz.
Sasuke lo ignoró y continuó reteniéndolo.
—Asesinaron a las mujeres, Naruto, mujeres indefensas que no tenían oportunidad de defenderse…
Esta vez fue el creador quien lo ignoró. Sasuke le caía bien, y comprendía por qué pensaba que clanes como el de Kiba eran unos bárbaros… pero, como la mayoría de las personas, solo estaba viendo una versión de la historia. Él había visto mucho más, igual que su padre en su momento, cuando los Inuzuka llegaron a su reino para pedirles ayuda. De modo que Sasuke tendría que aprender a confiar más en su juicio… y también que Naruto Namikaze solo advertía una única vez.
Y el muy idiota no le había hecho caso.
Sin pensarlo dos veces, agarró su brazo, lo retorció de forma que su cuerpo se inclinara hacia atrás y luego le dio una patada en el pie que le hizo perder el equilibrio. El Uchiha cayó de espalda en el suelo, haciendo una mueca de dolor antes de mirar a su prometido con los ojos como platos. ¿Cómo coño había hecho eso?
El rubio se agachó para decirle:
—Voy a dejarte una cosa muy clara. Puede que tú hayas visto mucho mundo, puede que sepas más cosas de lo que hay ahí fuera de las que yo sabré jamás, pero cuando se trata de mi reino, tú eres el tonto aquí.
—Uh, ¡cuidado, chicos! ¡Naruto ha venido con ganas de patear traseros!
Sasuke miró confundido a ambos lados al ver que todos los Inuzuka se estaban riendo. Un hombre de la edad de Naruto se acercó hasta donde estaba y se agachó junto a su prometido. No era tan alto ni tan robusto como él, pero podía apreciar su figura delgada y atlética, perfecta para movimientos veloces y una rápida evasión, su contrincante lo tendría difícil tanto para alcanzarle de un golpe como para evitar los suyos. Tenía la piel morena, a juego con su corto cabello castaño algo revuelto, dándole una apariencia salvaje que resaltaban sus afilados ojos negros, las marcas rojas de las mejillas que indicaban el clan al que pertenecía y unos caninos inusualmente grandes, que caracterizaban a los bárbaros.
Este le palmeó la espalda a Naruto.
—¿Este es tu prometido?
—Sí.
El joven le dedicó una sonrisa divertida.
—Macho, no sé qué has hecho para cabrearlo, pero te aconsejo que no lo hagas. No son formas de empezar bien un matrimonio.
Sasuke se incorporó rápidamente, poco dispuesto a estar desprotegido en presencia de salvajes. Sin embargo, estos parecían más concentrados en Naruto, a quien abrazaron dándole la bienvenida a su humilde castillo, como si lo conocieran de toda la vida. Observó confundido cómo todos lo contemplaban con un respeto casi equivalente al de una deidad, como si estuvieran en presencia de una… personificación de su dios o algo parecido.
Al menos, nadie estaba intentando arrancarle la garganta con los dientes.
Naruto intercambió un abrazo con el hombre que estaba más cerca.
—Hola, Kiba —lo saludó el rubio alegremente antes de dirigirse a Sasuke—. Mi futuro marido quiere conocer la fauna salvaje de nuestro reino. —Al oír eso, el Uchiha lo miró sobresaltado, haciendo que esbozara una radiante sonrisa—. Y he pensado, ¿quién mejor que mi amigo Kiba para enseñársela?
Kiba observó a Sasuke, también sonriendo. El pobre príncipe del Reino del Hielo no acababa de creerse que el creador, aparte de tumbarlo en el suelo con una facilidad humillante, le hubiese vendido a un salvaje como venganza.
El joven se acercó a él como si fueran amigos de toda la vida y le sacudió los hombros con un claro ademán de camaradería.
—Pues voy a por mi perro y ¡nos vamos de caza! Estoy ansioso por ver qué puede hacer un Uchiha con nuestras bestias.
En cuanto él se marchó, el resto de Inuzuka se dispersó de vuelta a sus labores habituales, dejando solos a Sasuke y Naruto. El primero se encaró al rubio y le soltó:
—¿Qué demonios estás haciendo?
Su prometido sonrió satisfecho.
—Acordamos que usarías este año de cortejo para aprender todo lo que pudieras sobre mi reino. Bueno, los Inuzuka son una de las casas nobles en las que más confío, y ahora tienes la oportunidad de conocer a su líder.
—Es un bárbaro, Naruto, no se puede confiar en él —trató de razonar con él.
Pero el rubio no se daba por vencido. Sasuke había luchado contra bárbaros en el este, solo podía verlos como sus enemigos. Naruto se había criado con Kiba, los dos habían gateado juntos por el palacio, y conocía a los Inuzuka desde que tenía uso de razón.
Su prometido estaba cometiendo el mismo error que cometió con él. Había juzgado al clan demasiado rápido, con ideas preconcebidas. Debía demostrarle que, a pesar de sus prejuicios, debía confiar en él cuando se trataba de su reino. ¿Cómo si no pretendía que gobernaran juntos? Sasuke le había prometido que cambiarían las cosas para mejor, pero todavía le costaba creer que un creador más joven que él tuviera lo que había que tener para dirigir un reino.
Lo miró con suma seriedad.
—He dejado que vieras los secretos de mis antepasados, secretos que otros podrían usar en mi contra. Confié en ti. Ahora es tu turno —dicho esto, le dio la espalda y se dirigió a Kiba, que acababa de regresar con un enorme perro blanco que iba a su lado. Le agarró un hombro—. Hazme un favor, no lo mates.
Su amigo levantó las cejas.
—¿Estás seguro? Sé que no quieres casarte, un accidente de caza lo resolvería todo.
Naruto negó con la cabeza, sonriendo. Kiba era lo más parecido a un hermano mayor que había tenido, siempre dispuesto a hacer lo que fuera por él.
—Ya hablamos de esto, es el mejor candidato que hay. Además, no es un mal tipo. Sé bueno con él.
El hombre le dio su palabra con un simple asentimiento y luego lo abrazó.
—Pasa por aquí cuando necesites estar lejos de palacio. Siempre eres bienvenido.
—Gracias.
Se apartó y después se volvió hacia Sasuke para despedirse con un gesto de la mano. Sin embargo, este se acercó a él y le tendió las riendas del caballo.
—Deberías volver a caballo, a pie está muy lejos.
Naruto no aceptó su ofrecimiento.
—¿Lo has olvidado? Obito y Kakashi siempre están cerca. Volveré con ellos. —Al ver la cara hastiada de su prometido, el creador sonrió con diversión—. Alégrate un poco. Te prometo que los Inuzuka son de fiar, solo necesitas conocerlos un poco.
Sasuke gruñó, pero reconoció que tenía razón en su fuero interno. Naruto ya había arriesgado mucho al confiar en él, sería injusto que él no estuviera dispuesto a correr los mismos riesgos. Tenía que demostrarle que estaba realmente comprometido con él, no en el sentido de que iban a casarse, sino que hablaba en serio cuando le había dicho que quería hacer cambios en su reino, cambios que incluían a su futuro esposo reinando a su lado, si bien no como amantes, al menos como compañeros.
Aunque debía reconocer que no esperaba que le pidiera que se llevara bien con unos salvajes. Ahora se daba cuenta de lo mucho que le había costado a Naruto mostrarle fragmentos de su libro.
A regañadientes, siguió a Kiba y a su enorme perro a las afueras del castillo, hacia las zonas boscosas que predominaban en esa tierra. Pese a que estaba dispuesto a intentar conocer mejor al bárbaro, le resultaba difícil no mantenerse tras él para evitar que le apuñalara por la espalda, así como mantenía una de sus manos sobre la empuñadura de su espada, preparado para defenderse al menor movimiento brusco.
Sin embargo, Kiba no parecía tener el menor interés en ello; le habló durante todo el camino hacia los bosques sobre sus terrenos, los cuales, como le había explicado Naruto antes, consistían en la pequeña aldea habitada por los cazadores de esa isla, el castillo en el que vivía el clan Inuzuka y las vastas tierras vírgenes en las que cazaban, en las cuales se había prohibido edificar para asegurar así la protección del hábitat de los animales, de manera que así estarían provistos de alimento.
Pero al ver que el Uchiha no abría la boca, Kiba se detuvo en seco con un suspiro y se volvió hacia él, el cual se tensó e inclinó ligeramente el cuerpo, listo para atacar. Alzó las manos en señal de rendición.
—Oye, no es necesario que estés tan tenso. No voy a hacerte daño, eres mi futuro rey.
—¿Desde cuándo los bárbaros le son leales a los reyes? —escupió Sasuke, recordando cómo esos salvajes habían cargado sin piedad contra la población del Reino de la Hierba sin piedad.
El rostro de Kiba se volvió sombrío.
—Ni se te ocurra cuestionar mi lealtad o la de mi clan hacia los Namikaze. Tú no sabes nada sobre los Clanes.
—Ilumíname, entonces —lo desafió Sasuke.
El otro hombre se acercó más a él con las facciones descompuestas por la rabia, pero no hizo amago de sacar un arma o de golpearle, por lo que el Uchiha permaneció quieto, aunque atento.
—¿Crees que los reyes del este siempre estuvieron allí?, ¿que siempre habían gobernado esas tierras? Pues te equivocas, eran el hogar de los Clanes, de mi gente, y nos iba muy bien hasta que vosotros vinisteis a conquistarnos hace siglos. Desde entonces hemos intentado recuperar nuestras tierras, las que vosotros tomasteis tras masacrarnos y esclavizarnos.
Sasuke parpadeó, no sabía eso. Sin embargo, no era excusa para su comportamiento.
—Estuve en el Reino de la Hierba. Vi lo que hacíais con la población, con personas que no sabían defenderse, las asesinabais sin piedad.
—Los Clanes somos cazadores, guerreros, todos nosotros, hombres y mujeres. Nos enseñan a pelear cuando aprendemos a andar. Muchos no saben que vosotros hacéis distinciones en ese aspecto, el clan contra el que luchaste probablemente no es consciente de que condenáis a vuestras mujeres a estar indefensas ante un enemigo o que no permitís que todos sepan luchar. Ellos actuaron como si se enfrentaran a otro clan, sin dejar supervivientes que pudieran matarlos por la espalda. ¿Sabes qué es lo que hicisteis vosotros? Esclavizasteis a mi pueblo para exhibirlo como una atracción o para violar a nuestras mujeres.
Retrocedió un poco al escuchar esas palabras. Entonces, esos bárbaros contra los que luchó, ¿solo intentaban recuperar las tierras que les habían pertenecido a sus antepasados? ¿Había cometido un error al dejarse contratar por aquel rey para exterminar a ese clan?
—Lo siento —dijo finalmente—, no lo sabía.
Kiba se calmó y retomó la marcha, esta vez con Sasuke a su lado en vez de más atrás.
—Mi clan también lo intentó —comentó, perdido en las historias que le había contado su madre—. Mi familia viene del Reino de los Colmillos, mi madre se unió al resto de Clanes para intentar recuperarlo cuando los extranjeros que lo colonizaron tiempo atrás vinieron a hacer una purga. Fueron un gran ejército, el más grande que había visto alguna vez cualquier clan, pero… otros reinos se unieron para cazarnos. Les machacaron. Los pocos que sobrevivieron huyeron hacia el sur, en busca de un lugar donde pudieran asentarse. Mi gente está compuesta por cazadores, no por marineros, así que muchos murieron durante las travesías y, los que no, fueron asesinados en las tierras a las que llegábamos, ya que nadie quería a unos salvajes en sus dominios. Solo quedaban unos pocos cuando llegaron al Reino del Fuego, y la mayoría estaban débiles por el hambre o enfermos. Mi madre fue a suplicarle al rey que nos ayudara, se puso de rodillas y le juró que haría lo que fuera para que salvara a su clan.
—¿Accedió? —preguntó Sasuke, sintiéndose un poco mal por la trágica historia de los Inuzuka.
Kiba esbozó una cálida sonrisa.
—En ese momento, el padre de Naruto acababa de ser coronado rey. Cuando mi clan llegó, todo el mundo no vio más que unos bárbaros asesinos, pero Minato solo vio gente hambrienta y enferma. Su primera acción como rey fue acogernos y ordenar que cuidaran de nosotros.
—Eso fue muy osado.
—Sí, no muchos se lo tomaron bien, y mi clan hizo lo posible por integrarse ya que no querían defraudar a Minato después de que los hubiera salvado. Él nos dio estas tierras porque estaban algo aisladas para infundir seguridad en el resto de sus ciudadanos y también porque nosotros, como ya sabrás, siempre nos hemos sentido más cómodos viviendo en mitad de la naturaleza.
Sasuke frunció ligeramente el ceño.
—Entonces, no erais una casa noble, ¿no?
Kiba soltó una carcajada.
—Claro que no, unos extranjeros no se convierten en una casa noble de la noche a la mañana. Pasaron algunos años en los que mi gente poco a poco se fue adaptando, como éramos cazadores, proveíamos a la isla de carne, que es un producto de lujo, como ya sabes. Todavía había cierta tensión entre nosotros y el resto de ciudadanos del reino, pero apenas salíamos de nuestro territorio, así que nos dejaron tranquilos. El caso es que, en esa época, apareció una criatura que empezó a causar estragos en la ciudad.
—¿Una criatura? —inquirió el Uchiha.
El otro hombre lo miró con seriedad.
—Mi madre decía que se parecía a una pantera… pero diferente. Era más grande que un caballo y robusta como un toro; su pelaje tan negro como el carbón hacía que fuera casi imposible distinguirla en la oscuridad; tenía dientes como cuchillas, garras como lanzas y unos ojos amarillos que destilaban maldad. Merodeaba por las noches por la ciudad en busca de carne humana, y solo sabías que estaba allí cuando escuchabas los gritos. —Hizo una pausa en la cual contempló la oscura arboleda que se extendía a pocos metros de distancia—. El rey envió a sus hombres a cazarla… en vano. Sus zarpas atravesaban el metal y era mucho más inteligente que los animales, no cayó en las trampas que le tendieron o, sencillamente, no bastaron para contenerla. Muchos murieron durante esas noches, parecía que no había forma de detenerla en combate, de modo que intentaron hallar su guarida para atacarla mientras dormía.
—Pero no la encontraron —adivinó Sasuke.
—No. Así que Minato acudió a mi clan, sabiendo que éramos los mejores rastreadores de su reino y probablemente de muchos otros. A mi familia le produjo una gran alegría que les encomendara una tarea tan importante porque así podrían demostrar que su lealtad hacia Minato no eran simples palabras, que realmente le agradecían que les hubiera dado un hogar aquí.
—¿Y dieron con la bestia?
—¡Pues claro! No hay animal en este reino que se resista a un Inuzuka, ¿verdad, Akamaru? —El perro, que iba por delante de ellos, ladró y movió la cola alegremente, como si le hubiera entendido—. Ahí fue cuando los ciudadanos empezaron a aceptarnos, igual que algunas casas nobles, aunque no todas. Viendo el cambio de actitud de su pueblo y teniendo en cuenta que habíamos salvado al reino, el rey le dio a mi familia un título nobiliario. —Hizo una pausa en la cual se puso serio—. Los Inuzuka hemos servido a los Namikaze desde entonces, no hay nada que no haríamos por ellos, los Clanes nunca olvidan quién les ha ayudado y quién les ha traicionado. Mi familia y yo lucharemos por Naruto y su descendencia hasta la muerte.
Sasuke esbozó una media sonrisa, comprendiendo por qué su prometido no dudaba de la lealtad de ese clan salvaje. Al final, él tenía razón; se había precipitado al juzgar a unas personas a las que no conocía realmente.
En ese momento, Kiba se detuvo y señaló el bosque que se extendía ante ellos.
—Bueno, hemos llegado. ¿Listo para mostrarme qué eres capaz de hacer? —dicho esto, le tendió una de las lanzas que había cogido antes de salir del castillo.
Sasuke sonrió con anticipación.
—Nací listo.
El otro hombre bufó.
—Eres muy chulito para ser alguien que no ha nacido en los Clanes, a ver si eres tan buen cazador como crees.
Después de eso, ambos se adentraron en los bosques y buscaron alguna presa que poder cazar. Pese a que Sasuke era buen cazador, no pudo evitar quedarse impresionado con las habilidades de Kiba, que fue el primero en encontrar un rastro oculto de huellas de ciervo entre unos matorrales; en esos bosques deshabitados, no existían caminos marcados y, por tanto, la vegetación emergía por todas partes, haciendo difícil hallar marcas de pezuñas o patas en el suelo cubierto de musgo, hierba alta o todo tipo de plantas.
Ambos siguieron el rastro con Akamaru delante, que iba atento a cualquier amenaza y, al mismo tiempo, buscaba el olor de la manada de ciervos. Pese a que les costó un par de horas, por fin llegaron a un río en el cual los animales se habían detenido a beber. Los ciervos del Reino del Fuego tenían un color castaño claro casi rojizo y, a ojos de Sasuke, no eran tan grandes y velludos como los de su tierra natal, ni tenían cuernos tan afilados, en estos se veían grandes, sí, pero no tan terribles.
Una vez detectadas sus presas, dejó que Kiba le mostrara la técnica de caza que empleaba su clan, consistente en que Akamaru asustara a la manada y obligara al macho dominante a defenderla; entonces, ellos dos junto con el perro rodearían al enorme animal, ellos dos lo amenazarían con las lanzas manteniendo una distancia prudente y Akamaru atacaría a sus patas para que no pudiera dar coces ni tampoco escapar. Tuvo que reconocer que era una buena estrategia, la cual demostró dar resultado cuando el cuadrúpedo cayó al suelo con un bramido de dolor antes de que Kiba, con un golpe certero de su lanza, atravesó la aorta, dando una muerte rápida al animal.
En cuanto terminaron, dejaron que el ciervo terminara de desangrarse mientras tomaban un descanso, en el cual Sasuke admitió:
—Tenías razón, eres un cazador nato.
Kiba soltó una carcajada.
—Todos los Inuzuka lo somos, es nuestro estilo de vida —dicho esto, le señaló con un dedo—. Tú tampoco lo haces mal, Uchiha.
—Mi reino es gélido, allí apenas crece nada que se pueda comer, y la mitad del año nuestro mar está congelado, es difícil pescar nada. Así que dependemos mucho de la caza, también.
Kiba le dedicó una pequeña sonrisa.
—Debes de echar de menos tu hogar.
Sasuke entrecerró los ojos. El Reino del Hielo era el lugar en el que había nacido pero, tras la muerte de su madre, no había vuelto a ser su hogar, aunque eso no significaba que no se sintiera orgulloso de haber nacido allí.
—Echo más de menos navegar —dijo, evadiendo esa cuestión.
—Ah, eso tiene que estar bien; descubrir nuevas tierras, vivir aventuras…
Sasuke sonrió de lado.
—¿Eres aventurero, Inuzuka?
—Sí, siempre que sea en tierra firme. Ya te lo he dicho, mi gente no es muy marinera que digamos, lo cual tiene gracia ya que estamos en una isla y la gente de aquí vive de los barcos.
En ese instante, Sasuke escuchó el roce de unas ramas y se levantó de un salto, alerta. Observó los alrededores con sus negros ojos, evaluando si había peligro. Sin embargo, Kiba movió la mano de un lado a otro, despreocupado.
—No te preocupes, si hubiera algo peligroso cerca de nosotros, Akamaru nos avisaría.
El Uchiha volvió a sentarse, aunque seguía algo intranquilo.
—No he podido evitar imaginarme a esa pantera que has descrito antes acechándonos.
Al oírle, Kiba se puso serio.
—Uchiha, no hay panteras en este reino.
Eso lo dejó confundido.
—Pero… antes has dicho…
—Esa criatura no era una pantera, no con ese tamaño y menos con una inteligencia equiparable a la de un ser humano. Apareció de la nada, de la noche a la mañana. Era un demonio, la personificación de un mal presagio.
Sasuke frunció el ceño y lo miró con atención.
—¿Un mal presagio?
—Llámanos anticuados, pero mi clan sigue creyendo en las leyendas de antaño. Los Clanes creían que cuando ocurría algo a lo que no encontraban explicación, algo mágico que desencadenaba funestas consecuencias, era un presagio de que algo malo estaba a punto de ocurrir.
No pudo evitar resoplar ante ese comentario.
—Eso son solo suposiciones. Siempre hay una explicación para todo.
—Entonces explícame cómo pudo ese ser diabólico pasar tantos años en el Reino del Fuego sin que nadie supiera de su existencia. Mi clan encontró su guarida, pero no halló rastros de otros congéneres, ni otras cavernas, ni huesos de sus padres, ni nada que pudiera indicar que hubiera una población de esas cosas. Tampoco creo que hubiera llegado hasta estas islas nadando o en un barco, alguien se habría dado cuenta. Explícame cómo es que empezó a atacar a la ciudad de repente si hubiera estado aquí antes. Explícame cómo es que el rey Jiraiya falleciera poco después de aquello.
Esas últimas palabras llamaron su atención.
—¿Jiraiya murió?
—A los pocos días se puso muy enfermo de repente y murió. En su pecho aparecieron cuatro extrañas marcas parecidas a un zarpazo. Mi madre me contó que tenían un horrible color morado y negro, y que era de donde provenía la enfermedad que se extendió al resto de su cuerpo. Cinco días después, murió sin que nadie pudiera hacer nada por salvarlo. Mi clan declaró que la pantera fue un augurio de su muerte… como podría serlo la enfermedad que asola a nuestros niños.
Al escuchar que mencionaba la epidemia, Sasuke se tensó. No es que pensara ni mucho menos que fuera un mal presagio o algo parecido, pero tal vez en las leyendas de los Clanes hubiera algo que pudiera indicarle a lo que se estaba enfrentando.
—¿Qué sabes sobre eso?
Kiba negó con la cabeza, intuyendo que el Uchiha esperaba que tuviera más información.
—Lo mismo que todo el mundo. En cuanto a medicina, vosotros siempre habéis estado más avanzados que los Clanes. Mi clan está especialmente nervioso por eso… y por lo que pueda venir después.
—¿Creen que es otro mal presagio?
—Sí. Puede que vosotros hayáis olvidado las leyes ancestrales de los dioses, pero los Clanes nunca lo olvidan. Recuerdan que son señales para advertir lo que está por venir, lo que está a punto de asolarnos. Cuando la pantera atacó esta isla, solo mató a hombres adultos, todos ellos eran cabezas de familia, y luego murió el rey Jiraiya, el líder de la casa real.
Sasuke frunció el ceño.
—Entonces, ¿qué significaría que solo los niños estén enfermando?
Kiba lo miró con el rostro sombrío.
—Que nadie está a salvo de lo que va a venir. Ni siquiera los más pequeños.
Sus palabras le provocaron un desagradable escalofrío que le recorrió el espinazo. Él hacía tiempo que había dejado de creer en que los dioses se preocupaban por los mortales, por lo que tampoco creía que enviaran señales de lo que estaba por venir, en los presagios y los augurios. Sin embargo, una parte de él, un instinto primario, tenía la sensación de que una misteriosa enfermedad que nunca había atacado a ese reino antes y que parecía haber salido de la nada, era de todo excepto una buena señal.
Aun así, su lado racional todavía predominaba sobre su mente, a pesar de que la sensación de que había algo que no iba bien no desaparecía.
—De todos modos, no te dejes llevar por las supersticiones de mi clan tan rápido —continuó Kiba, que en ese momento acariciaba la enorme cabeza de Akamaru—. Naruto todavía tiene que averiguar qué es esto.
Sasuke enarcó una ceja.
—Entonces, ¿no crees en las supersticiones?
—Creo en las leyendas de mi clan, pero creo que es precipitado considerar esta enfermedad como un mal augurio. Tengo fe en que Naruto encontrará algo que explique lo que está pasando con los niños.
En ese instante, se dio cuenta del tono reverencial en el que hablaba del rubio, como si fuera algún tipo de deidad. Eso llamó su curiosidad, ya que se suponía que no había nadie que conociera la existencia del libro de los creadores salvo las familias reales, por lo tanto, y en teoría, el Inuzuka no debería saber acerca de sus habilidades.
—¿Por qué crees que él solucionará esto?
—Mi pueblo siempre ha venerado a los creadores, todo mi clan confía en él para dirigir este reino —respondió como si fuera algo totalmente normal.
Sin embargo, Sasuke no comprendía a qué venía aquello.
—¿Por qué?
—¡Oh, vamos! ¿Crees de verdad que la persecución en la que se masacró a los creadores fue producto de un odio irracional hacia ellos por ser de un sexo extraño? Muchos de vosotros tenéis sometidas a las mujeres, las despreciáis por considerarlas el sexo débil, pero no las matáis, así que, ¿por qué asesinar a los creadores sin más?, ¿por qué no subyugarlos también?
—¿Estás insinuando que hay otra historia?
—Sí, en mi pueblo siempre ha habido leyendas antiguas sobre los creadores y, no sé si serán del todo ciertas, pero conozco a Naruto desde que tengo uso de razón y sí estoy seguro de que hay algo de verdad en ellas.
Eso sí llamó mucho su curiosidad. Desde esa mañana, había estado leyendo por encima sobre las mágicas habilidades curativas de los creadores y su conexión con la fertilidad y la vida. Además, Naruto ya le había confirmado que, antaño, los hombres usaron en su contra los conocimientos que hoy estaban reservados a las personas como su prometido. Entonces había creído que se refería a que los emplearon para asesinarlos pero, si lo pensaba bien, si los creadores tenían poderes sobrenaturales, ¿no sería más beneficioso mantenerlos con vida para utilizarlos a favor de los hombres? ¿O tal vez era precisamente ese poder el que había despertado el odio y el temor de los demás y por eso los habían perseguido hasta su práctica extinción?
No lo sabía, pero tal vez Kiba tenía algo que decir al respecto.
—Cuéntame.
Este levantó una ceja.
—¿Seguro? Al Consejo le parecen ofensivas nuestras creencias.
Sasuke bufó.
—Me da igual lo que crea el Consejo. Háblame de esas leyendas.
Kiba lo contempló un momento, como si no estuviera seguro de que fuera una buena idea. Pero al cabo de unos segundos, se encogió de hombros y comenzó su relato:
—Se dice que cuando los dioses nos crearon, estábamos indefensos. No teníamos el pelaje de los animales que nos protegía de los elementos, ni garras o colmillos para defendernos de los depredadores, ni sus sentidos, ni su fuerza física. Nos dieron, sin embargo, una inteligencia superior, una capacidad para comprender el mundo parecida a la de los inmortales, pero más limitada, aunque eso sería lo que nos permitiría coronarnos como la especie dominante. Sin embargo, aprendíamos despacio, nos costaba mucho entender muchas cosas, por lo que no conseguíamos adaptarnos y empezamos a morir, víctimas del clima y los animales. El miedo nos impidió seguir adelante, así que nos recluimos en pequeños grupos y nos escondimos donde pudimos. Esos grupos serían los antecesores de mi pueblo, los fundadores de los Clanes.
Sasuke se sorprendió al oír eso, no sabía que la gente de Kiba tuviera su propia versión de la creación. Aun así, decidió guardarse esa interesante información para más tarde y concentrarse en la leyenda.
—Los dioses temieron que los humanos estuvieran al borde la extinción y buscaron una solución, que fue engendrar una nueva especie mortal, pero a la que dotaron con los conocimientos necesarios para que los hombres salieran adelante y a la que bendijeron con poderes sobrenaturales, para que nadie dudara de que eran enviados de los dioses, sus hijos en la tierra. Ellos eran los creadores.
—¿Por qué los creadores? ¿Por qué no hombres o mujeres?
Kiba se encogió de hombros.
—No lo sé, mi pueblo cree que así era más fácil diferenciar a los hijos de los dioses del resto de los mortales. Además, muchos lo interpretaron como un mensaje divino; los creadores parecen hombres, pero pueden dar a luz como las mujeres, por tanto, los favoritos de los inmortales no son ni los hombres ni las mujeres, sino ambos sexos, eso nos hace iguales a sus ojos. Por eso, los Clanes pueden ser dirigidos tanto por hombres como por mujeres, mi madre, por ejemplo, fue la líder de los Inuzuka antes que yo, no mi padre. Tenemos los mismos derechos y las mismas oportunidades, a diferencia de vuestra gente.
Sasuke podría haber dicho que en su reino también se aplicaban las mismas leyes tanto a hombres como mujeres, pero no lo hizo, porque se quedó pensando en que, desde tiempos ancestrales, su país había tenido esas mismas directrices. No pudo evitar preguntarse si, tal vez, en el caso de que la leyenda fuera cierta, sus antepasados también llegaron a esa misma conclusión y por eso no tenían la misma ideología que otros reinos. Además, ocurría lo mismo en lugares como el Reino de los Bosques o el del Remolino. ¿Era posible que, en algún momento, hubieran compartido las mismas leyendas que los Clanes y de ahí que tuvieran una visión diferente del mundo?
Difícil de saber.
Sus cavilaciones fueron interrumpidas por Kiba, que siguió narrando la historia.
—El caso es que los creadores llegaron a nuestro mundo, y que cada uno fue a un clan y le mostró cómo sobrevivir. De niño, mi madre me contaba historias sobre cómo eran capaces de hacer rejuvenecer la tierra para que floreciera, o que podían manipular el clima a su antojo, manifestar su poder en los elementos de la naturaleza, incluso hay quien dice que tenían la habilidad de cambiar de forma cuando iban a la batalla. No sé cuánta verdad o no habrá en eso, solo los dioses y Naruto lo saben, pero mis antepasados creían en ellas y veneraron a los creadores como si fueran encarnaciones de los dioses en la tierra, o hijos suyos, lo que prefieras.
—La conclusión es que pensaban en ellos como en seres divinos —resumió Sasuke.
Kiba asintió.
—Por eso, se les comprometía con los líderes de los Clanes. En el inicio de los tiempos, eran los creadores y no sus parejas las que gobernaban sobre los clanes, sus maridos, en cambio, tenían el deber sagrado de protegerlos con su vida y de cuidarlos cuando les dieran un hijo. También hay muchas leyendas sobre ellos.
—¿Te refieres a los hijos de los creadores?
—Sí, se cree que la sangre del creador que corría por sus venas les confería parte de sus habilidades mágicas.
—Mi gente es descendiente de un creador, y puedo asegurarte que en mi familia no hay nadie que posea… la capacidad de hacer que deje de nevar o de convertirse en rana.
A Kiba casi se le escapa una carcajada al escuchar la broma.
—Puede que no, pero no me negarás que los Uchiha habéis tenido fama por ser de las familias más poderosas del mundo. Es un hecho que todos vosotros sois grandes guerreros, fuertes y valientes, y justos y sabios dirigentes. Vuestras hazañas a lo largo de los siglos han sido transmitidas en forma de canciones y leyendas. Puede que no tengáis nada de magia, pero no puedes decirme que es mucha casualidad que toda tu familia tenga tanta destreza en combate.
Sasuke bufó, diciendo así lo que creía de esa suposición.
—Nos entrenan desde niños.
Kiba se encogió de hombros.
—Puede que tengas razón, pero yo conozco a Naruto desde pequeño y sé que es más de lo que parece a simple vista.
Eso sí llamó la atención del Uchiha.
—¿Cómo lo sabes?
El otro hombre bajó los ojos, perdido en un recuerdo.
—El entrenamiento de un Inuzuka empieza en cuanto aprende a andar. No nos dan armas, pero nos enseñan a través de juegos a correr y a saltar. En aquel entonces, Naruto todavía tenía permitido aprender a luchar, pero como era Namikaze, no empezaría a entrenar hasta que tuviera doce años. Sin embargo, venía mucho por aquí, le gustaba vernos practicar. Teníamos seis años cuando le llevé al bosque, hacía poco que me habían enseñado a rastrear y quería mostrarle cómo lo hacía, para un Inuzuka era motivo de orgullo. El problema fue que, mientras seguía las huellas de un grupo de carneros, no me di cuenta de que habíamos entrado en el territorio de una manada de lobos.
Al oír eso, Sasuke se estremeció, intuyendo lo que pasó.
—¿Ibais solos?
—Sí. Sé que fue una estupidez, pero estaba convencido de que era un buen rastreador y que no nos pasaría nada. Obviamente, no fui tan bueno si no pude detectar las señales de los lobos.
—¿Os detectaron?
A Kiba se le escapó una carcajada amarga.
—Claro que lo hicieron, y nos rodearon. Yo estaba muy arrepentido porque Naruto no solo era mi príncipe, también era mi amigo e iba a morir por mi culpa. Decidí que tenía que impedir que eso ocurriera, aunque tuviera que entregar mi vida a cambio. Le pedí que corriera mientras me enfrentaba a un montón de lobos con la única ayuda de los palos y piedras que encontré por el suelo, obviamente, sin éxito. Una de las bestias se abalanzó sobre mí, y me habría matado de no ser porque Naruto le golpeó en un flanco con tanta fuerza que la tiró al suelo.
Sasuke abrió los ojos como platos, sin poder creérselo.
—¿Me estás diciendo que un crío de seis años tumbó a un lobo adulto con un golpe?
—Y eso no es todo. Cuando le miré… —Kiba se estremeció como si no pudiera evitar la reacción de su cuerpo—. Cuando le miré, tenía un fulgor rojo en los ojos. Sé que parece una tontería, pero sentí… sentí que no era el mismo Naruto. Había un aura salvaje a su alrededor, como la de un depredador que acababa de salir de su jaula. Miró a los ojos a los lobos y gruñó profundamente, fue como escuchar a una enorme bestia, no a un niño pequeño. Los animales agacharon las orejas y gimieron, y cuando Naruto les ordenó que se fueran, lo hicieron.
… Vale, tenía que reconocer que eso era… era… escalofriante.
Sin embargo, Kiba no había terminado.
—Y no es solo eso, le he visto trepando y corriendo entre los árboles como si fuera un maldito gato, tiene una agilidad impresionante, por no hablar de que le he visto saltar desde tres metros de altura sin hacerse ni un rasguño… También sabe cosas. Sé que… las escucha o las ve, a veces se queda muy quieto como si estuviera concentrado en algo que ha oído o se queda mirando las llamas fijamente, como en trance. Así que no sé hasta qué punto son reales o no las leyendas de mis antepasados, pero sí sé que los creadores tienen algo especial.
Sasuke se quedó un tanto sobrecogido al recordar que él, de hecho, había presenciado algunas de esas cosas; la noche en la que Naruto se escabulló del palacio para ir a ver a los niños, lo vio salvar una distancia de dos metros con un salto perfecto, digno de un felino, así como bajó muy fácilmente por la pared del castillo, sin despeinarse siquiera. Incluso aunque esas cosas podían aprenderse con años de entrenamiento, Naruto era un creador y no le estaba permitido saber esa clase de cosas, así que, en teoría, nadie le había enseñado. Además, si los papeles que había leído esa mañana hablaban de las habilidades curativas mágicas que poseían los creadores, no tenía motivos para dudar de que también tenían otra clase de poderes. Le costaba creer aún en la manipulación de la naturaleza o la transformación en una bestia, pero podía aceptar que tuvieran una capacidad física más desarrollada. Tampoco acababa de estar seguro sobre lo de que Naruto pudiera ver y oír cosas con lo que había dicho Kiba, le parecía demasiado extraño.
—Eh, Uchiha —lo llamó este, sacándolo de sus pensamientos—, deberíamos ir pensando en volver. Anochecerá en un par de horas y tenemos que llevarnos a este grandullón.
Sasuke asintió y ayudó a Kiba a cargar al ciervo enganchándolo a un palo largo que encontraron cerca y atando sus patas al mismo. Pesaba un montón, pero Kiba y él eran fuertes y contaban con la ayuda de Akamaru, que se colocó bajo el animal de forma que cargara con algo del peso del lomo. Pasaron la mayor parte del camino en silencio, al menos por parte de Sasuke, ya que Kiba maldecía de vez en cuando, sobre todo si tenían que subir su presa por algún lugar más complicado, lo cual hacía que el príncipe del Hielo sonriera, divertido. Cuando por fin llegaron al castillo, algunos Inuzuka que estaban cerca fueron a echarles una mano y librarles de la carga; Kiba les ordenó que cortaran dos de las patas para dárselas a Sasuke, así podrían cocinarlas en el palacio y servirlas de cena.
Mientras esperaban, el Uchiha aprovechó para decirle a Kiba:
—No me has dicho el final de la leyenda.
Este pareció confundido.
—¿Qué final?
—Qué ocurre con los creadores de vuestros Clanes.
—Ah, sí. —El hombre frunció el ceño con un gesto grave—. Fueron tiempos oscuros, como ya sabes, hay muy poca información sobre esa época, solo sabemos que fue una masacre. Entre los Clanes circulan historias acerca de vuestra gente irrumpiendo en nuestras tierras no solo para conquistarlas y asesinarnos, sino también para secuestrar a nuestros creadores, y eso sé que es verdad. Si los asesinaron o no, no lo sé con certeza, pero sé que, si yo fuera como vosotros, no me habría limitado a matar criaturas con tal poder, las habría utilizado para mi beneficio.
A Sasuke no le gustó esa teoría, sobre todo porque tenía mucho sentido. Sin embargo, fuera lo que fuera lo que ocurrió realmente, ya no podía saberlo. Lo único que sabía era lo que relataban los libros de historia, que los creadores fueron perseguidos y asesinados hasta su práctica extinción, y desde entonces, apenas habían vuelto a nacer. Naruto era el primero en mucho tiempo.
Sus fúnebres pensamientos fueron interrumpidos por un Inuzuka que fue a entregarle las dos patas de ciervo. Pidió que se las enganchara a su caballo mientras se despedía de Kiba, al cual le ofreció la mano.
—Ha sido un placer, Kiba. Lamento lo que he dicho antes.
Este parpadeó, sorprendido, pero luego sonrió y le estrechó la mano.
—No hay problema. Ha estado bien conocerte, vuelve por aquí si te apetece cazar otro día.
—Lo haré —prometió Sasuke antes de subir a su caballo y espolearlo para regresar a palacio.
El sol casi se había ocultado cuando llegó al hogar de los Namikaze. Primero fue a las cocinas para dejar las patas y pedir que las hicieran para esa noche, y luego preguntó si Naruto había regresado del Bosque Sagrado. Los criados respondieron que sí, que se encontraba en sus aposentos bañándose, por lo que Sasuke decidió no molestarlo e ir a asearse también para la cena.
Alrededor de una hora más tarde, mientras estaba terminando de secarse el cabello, lo llamaron para reunirse en el salón del banquete, por lo que se puso una camisa de color azul medianamente elegante y unos pantalones oscuros a juego con sus botas. Fue de los primeros en llegar junto a su hermano y la reina, los cuales habían pasado gran parte del día juntos hablando de la alianza que supondría entre sus reinos el matrimonio de Sasuke y Naruto o sobre sus respectivos reinos, así como de los cambios que Tsunade esperaba ver en su país cuando Sasuke fuera coronado rey.
Los siguientes en llegar fueron los consejeros, puntuales como un reloj, haciendo que el ambiente se volviera denso de repente. Estos intercambiaron unas pocas palabras con los príncipes del Hielo, ignorando por completo a Tsunade, la cual tampoco se molestó en hablarles. Por suerte para todos, fue innecesario intentar forzar una conversación amistosa, ya que Sai llegó a los pocos minutos con una sonrisa satisfecha. Tras saludar a todo el mundo, habló con Sasuke e Itachi acerca de Rock Lee, el hijo de Ser Gai y quien había dicho Naruto que era un gran luchador. Sai no tuvo reparos en admitir que así era, pues había estado entrenando con los hombres de Gai para distraerse y había tenido el privilegio de enfrentarse a su hijo.
Eso llamó rápidamente la atención de Sasuke.
—¿De verdad es tan fuerte?
Su primo asintió.
—Es muy veloz y ligero, y tiene una forma física excelente —dicho esto, se quedó pensativo—. Creía que el Reino del Fuego no tenía un ejército destacable.
Itachi y Sasuke lo fulminaron con la mirada. Como de costumbre, el muy idiota no pensaba antes de hablar y, obviamente, no había reflexionado acerca de cómo podía sentarle a la reina que dijera, en otras palabras, que la armada de aquel reino fuera de risa.
Sin embargo, Tsunade soltó una carcajada.
—Hace mucho tiempo que no estamos en guerra, por eso el resto del mundo cree que somos unos blandengues que solo saben hacer vino. Pero en el pasado ya nos atacaron por sorpresa y no estuvimos preparados, y no permitiré que eso vuelva a pasar.
—Tal vez tendríamos que hacer gala de nuestra fuerza, majestad —comentó Mizuki con una fingida sonrisa amable en su afable rostro—. Ya sabe, como una advertencia. Hay quien podría creer que sería fácil conquistar las islas.
Su declaración solo hizo que la reina apretara los labios. A Sasuke tampoco le hizo gracia, menos todavía sabiendo que ese hombre planeaba iniciar una guerra absurda por un objetivo que no tenía nada claro. ¿Iba a condenar a su pueblo a un destino incierto, pero violento, solo para poder aparecer en la historia como un gran conquistador? ¿Acaso merecía la muerte de miles de hombres para eso? Si se tratara de defenderse de una amenaza inminente, sí, por supuesto que lo comprendería, pero esto… Era sencillamente inadmisible. Entendía que Naruto detestara a ese hombre.
—No creo que sea en absoluto sensato, Mizuki —dijo la reina con gesto severo—. Una demostración de fuerza podría interpretarse también como una amenaza, el miedo hace que la gente haga cosas estúpidas. Es mejor mantener una postura y apariencia pacíficas. Además —añadió, sonriendo complacida—, el matrimonio de mi nieto con el príncipe Sasuke nos proporciona una alianza con el Reino del Hielo, conocido por ser invencible en la batalla. Dudo que alguien quiera hacerles frente a los Uchiha.
—De todos modos —señaló Sasuke, pensativo—, es bueno mantener en secreto la fuerza de los ejércitos. Si todo el mundo cree que será fácil derrotar a las tropas del Reino del Fuego, pocos esperarán que sus guerreros sean tan diestros como afirma mi primo. No se lo tomarán tan en serio y su fuerza les cogerá por sorpresa. Es una buena baza a nuestro favor.
Ante su observación, Danzo hizo una mueca de disgusto, como si algo le molestara, tal vez el no poder exhibir sus fuerzas o reconocer que tenía razón, a lo mejor ambas cosas. Mizuki, por otro lado, esbozó una diminuta sonrisa e inclinó la cabeza, sumiso. Sasuke quiso resoplar, detestaba a la gente que tenía tan pocos escrúpulos a la hora de engañar y manipular a las personas y, sobre todo, lo odiaba porque hubiera intentado alejarlo de Naruto y dejarlo desprotegido ante ese maldito consejo. También reconocía que estaba enojado consigo mismo por haber sido tan necio como para creer en esa vil serpiente.
Poco después, llegó Naruto con pasos apresurados, sabiendo que llegaba un poco más tarde de lo esperado. Sasuke detectó rápidamente que estaba cansado, ya que no vio en su forma de andar la ligereza y gracilidad que había visto aquella noche, cuando lo había visto bailando con los campesinos. Eso lo preocupó un poco, aunque supuso que estaba relacionado con los deberes y prácticas que tenía que cumplir como creador.
—Disculpadme, mis señores. Espero no haberles hecho esperar demasiado —se excusó Naruto mientras se dirigía a su puesto con un gesto exasperado. Era consciente de que los consejeros no dudarían en recriminarle su falta de impuntualidad.
Antes de que ninguno pudiera pronunciar palabra, Sasuke se levantó y dijo en un tono de voz que no admitía réplica:
—En absoluto —dicho esto, recorrió con la mirada al resto, desafiando a que alguien lo contradijera. Nadie lo hizo. Una vez estuvo seguro de que nadie faltaría al respeto a su prometido, apartó la silla y le ofreció el asiento—. Ven, pareces cansado.
A Naruto le sorprendió un poco ver que Sasuke poseía un lado caballeroso, era… raro. Aun así, esbozó una media sonrisa y aceptó que le ayudara a sentarse por esta vez, más que nada porque le divertía que tuviera controlados a los consejeros y que no les hubiera permitido amonestarlo por llegar tarde. Estaría bien que, por una vez, pudiera comer tranquilo sin que criticaran una cosa u otra sobre él.
En cuanto los criados empezaron a servir la cena, Sasuke se dirigió a él:
—¿La tarde bien?
Naruto sonrió. Aunque no lo había dicho específicamente, supo que lo que quería saber en realidad era si estaba bien. Le tocó el brazo con suavidad, apreciando que le preguntara por su bienestar.
—Sí. Gracias.
Vio cómo el Uchiha relajaba los hombros, lo cual provocó una extraña calidez dentro de él. No esperaba que su prometido fuera tan atento con él, al menos no al principio, no tan rápido. A decir verdad, en el fondo esperaba que el orgulloso Sasuke Uchiha no cediera tan fácilmente a su matrimonio, creía que habría más discusiones entre ambos por ello, o que trataría de imponer su voluntad al ser un hombre y él un creador.
Pero no. Estaba intentando ayudarle a salvar a los niños de su reino, le apoyaba contra los consejeros y, ahora, parecía realmente interesado en su bienestar. Era extraño, porque no era lo que había esperado, pero agradable a la vez.
La cena transcurrió con tranquilidad gracias a que Tsunade, Itachi y Sai mantuvieron una anodina conversación sobre el reino, en la cual intervenían de vez en cuando Sasuke o los consejeros, los cuales parecían muy interesados en averiguar qué pensaba su futuro rey sobre el país o qué intenciones tenía para con él. Eso molestó un poco al Uchiha, ya que podía notar cómo lo tanteaban con un sutil interrogatorio, de manera que podrían tratar de controlarlo para sus propios intereses… al menos eso creía en el caso de Danzo y Mizuki, ya que Homura y Koharu tan solo parecían tener curiosidad y querer saber a qué tendrían que atenerse en un futuro no muy lejano.
Aun así, respondió vagamente a las preguntas sin querer dar demasiada información sobre los cambios que tenía pensados, aunque le parecía raro que no sospecharan que, al ser del Reino del Hielo, no fuera a reimplantar las reformas que comenzó Tsunade y que su hijo continuó.
Naruto, por otro lado, permaneció muy callado, tratando de que su presencia pasara desapercibida. Temía que si abría la boca para decir cualquier cosa, el Consejo le replicaría de varias formas diferentes según su comentario: un creador no debía hablar de temas políticos porque era cosa de hombres (a pesar de que Tsunade sí podía hacerlo, pero solo porque era la reina regente), sus ideas mancillaban las tradiciones del reino o sus modales eran totalmente ofensivos para sus invitados, que además eran su prometido y su familia. De modo que mantuvo la cabeza gacha y se aguantó las ganas de contradecir algunas de las cosas que decían los consejeros o de mostrar su acuerdo con Sasuke o su hermano mayor.
Fue el primero en terminar y en retirarse a sus aposentos, no sin que antes Sasuke le deseara las buenas noches con una mirada significativa. No pudo contener una sonrisa al comprender que su prometido quería acompañarlo de nuevo para ver a los niños. Eso hizo que sintiera un poco más de simpatía por él; no sería el típico rey que se quedaría sentado en su trono a la espera de que todo el mundo cumpliera sus órdenes, sino que iba en persona a ver qué sucedía y cómo se desarrollaban los acontecimientos. Aunque, siendo sincero, tendría que habérselo imaginado, ya que Sasuke había tenido la osadía de irse de su reino en busca de aventuras.
Fue a su habitación y se cambió de ropa por unas más discretas y oscuras, así podría camuflarse mejor para salir del palacio; después, preparó su bolsa con todas las plantas que necesitaba para tratar a los niños con el ceño fruncido por la preocupación. No le gustaba no saber a lo que se estaba enfrentando, más todavía no encontrar ninguna pista ni, tampoco, cuáles serían las consecuencias si no encontraban una cura. Podía enfrentarse a unas fiebres virulentas, todos los veranos había alguien que enfermaba por ellas, pero la dificultad de los pequeños para respirar lo tenía muy preocupado.
En cuanto estuvo listo, sacó la cuerda que ocultaba bajo la cama para salir por la ventana y la ató a una de las gruesas columnas de su habitación con un firme nudo marinero, sabiendo que así que no se soltaría. Después, cargó su bolsa sobre la espalda y salió al exterior.
Su sangre hirvió por la excitación cuando sus pies descalzos tocaron la piedra de la torre y su cuerpo se echó hacia atrás, siendo sujetado tan solo por la cuerda. Había una suave brisa que mecía su cabello y su ropa, y la oscuridad de la noche lo protegía de aquellos que supieran dónde mirar para detectar su presencia. Era de los pocos momentos en los que se sentía medianamente libre, porque podía hacer cosas que se le había prohibido desde la muerte de sus padres, cosas que, se suponía, debía ejercer como creador.
Con una sonrisa de anticipación, dio un pequeño salto, cayendo rápidamente al vacío hasta que sus pies chocaron de nuevo contra la piedra de la pared. Flexionó las piernas, amortiguando el golpe, y luego volvió a saltar, repitiendo el proceso una y otra vez para bajar con seguridad hasta el límite de la cuerda, donde debía hacer un espectacular salto para llegar a la muralla del palacio que lo separaba de la ciudad. Echó la cabeza hacia atrás, calculando la distancia a pesar de que ya la conocía de los muchos años que había pasado usando la misma vía de escape, y luego se encogió sobre sus piernas, listo para impulsarse.
Reuniendo la cantidad de fuerza necesaria para llegar a su destino, saltó. Ese instante en el que flotaba en el aire mientras su cuerpo giraba siempre le producía una inmensa satisfacción, hacía que el lado más primitivo de su ser gruñera de puro gozo, pues disfrutaba de la sensación de poder y control que le conferían sus propios movimientos. Era como liberar la parte más salvaje de sí mismo, una parte que los creadores ocultaron con celo para impedir que nadie más descubriera sus secretos.
Para poder sobrevivir.
Cayó sobre sus pies y manos, pisando el muro con fuerza, pero sin hacerse daño. El dios Kurama había moldeado su cuerpo para saltar grandes distancias, pocos sabían que su densidad ósea era superior y más resistente que la de los mortales corrientes; era una característica propia de los creadores de aquel reino.
Tras mirar a un lado y a otro, asegurándose de que no había nadie, fue hacia el árbol que usaba para traspasar la muralla y bajar al suelo. Una vez más, poder saltar ágilmente entre las ramas hasta aterrizar en tierra firme le dio una refrescante sensación de libertad… que terminó en cuanto levantó la vista y se encontró con su prometido.
Esbozó una sonrisa insegura; no tenía ni idea de cómo reaccionaría al haberlo visto moviéndose tan hábilmente en un árbol… ni siquiera sabía si lo había visto saltar desde la muralla hasta este.
—Hola.
Sasuke sonrió de medio lado.
—Hola.
Al ver que no mencionaba nada sobre el hecho de que había saltado desde un muro alto hasta la copa del árbol, decidió no darle importancia y actuar como si nada. Empezó a caminar en dirección a la ciudad, que a esas horas estaba desierta, tan solo iluminada por algunas luces que se veían en el interior de las casas, seguido de Sasuke. Entonces, pensó en que había pasado la tarde con Kiba y no pudo contener una sonrisa divertida.
—Teniendo en cuenta que todavía me hablas, imagino que cazar con un Inuzuka no ha sido tan malo.
El Uchiha soltó un bufido.
—Vale, lo reconozco. Tenías razón.
Naruto esbozó una amplia sonrisa satisfecha.
—¿Cómo has dicho? No te he oído bien.
Su futuro marido gruñó y le dio un empujón suave, casi amistoso. Tuvo que ponerse una mano en la boca para sofocar su risa, no quería molestar a los ciudadanos.
—¿Te das cuenta de que te voy ganando por dos? —No pudo evitar decírselo, era gracioso restregarle por la cara que le había ganado bebiendo y que se había equivocado con el clan de Kiba.
Sasuke lo miró estrechando los ojos.
—No es una competición.
—En realidad, lo beber vino hasta caer tumbado sí que lo era —corrigió él, todavía riéndose por lo bajo.
Por favor…
Su risa cesó en el acto y se detuvo, haciendo que Sasuke lo mirara confundido.
—Naruto, ¿qué…?
—¡Chist! —ordenó él, cerrando los ojos y tratando de concentrarse en la voz.
Por favor, mi señor… No se la lleve. Haré lo que sea, ¡lo que sea!, pero no se lleve a mi niña.
Todos sus músculos se estiraron por la tensión y alzó la cabeza, sabiendo de forma instintiva de dónde venía la plegaria.
Sasuke soltó una maldición cuando el rubio salió disparado hacia alguna parte sin previo aviso. ¿A qué demonio venía eso? ¿Por qué tenía que hacer cosas tan raras de repente en vez de decirle qué le pasaba como la gente normal? No tuvo más remedio que seguirlo como pudo, ya que su prometido era muy veloz; su constitución física tendría que haberle advertido de antemano, ya que era delgado y ligero de peso, por tanto, no tenía que hacer tanto esfuerzo para correr pero, aun así, ¡joder! Le recordó a los guepardos que había visto en unas tierras salvajes, más al sur del Reino del Fuego.
Por fin pudo parar al ver a Naruto asomado por la esquina de una casa, observando algo.
—¿Qué demonio te pasa? —le preguntó, sin recibir respuesta.
Confundido por su actitud, buscó lo que estaba mirando… y se estremeció.
En una casa cercana, había un pequeño cúmulo de gente consolando a una pareja que se abrazaba con desesperación. Pudo ver el rostro del hombre inundado de lágrimas, y los sollozos de la mujer le partieron el corazón en dos. Antes de que pudiera sospechar lo que estaba ocurriendo, salió de la casa otro hombre con un pequeño cuerpo envuelto en unas sábanas blancas.
Tragó saliva al entender lo que Naruto parecía haber presentido. Uno de los niños enfermos había muerto.
De repente, el rubio dio un golpe en la pared de piedra más cercana y dio media vuelta para salir de allí rápidamente. Sasuke lo observó marcharse con tristeza, incapaz de imaginar cómo debía de sentirse al haber estado cuidando del pequeño durante más de dos semanas. Él había perdido a su madre cuando era pequeño, y a lo largo de sus viajes a algunos de sus hombres… pero un niño era algo totalmente distinto.
Volvió a observar al cúmulo de gente, el cual se apartó un poco del hombre que llevaba el cuerpo, dejándole ver, con un escalofrío, el pequeño ataúd en el que depositaron con sumo cuidado al pequeño. Después, todos rezaron juntos una plegaria a Kurama para que su alma descansara en paz, aunque eso no apaciguó a los padres que todavía lloraban desconsolados.
La escena le provocó una desagradable sensación, era como ver un futuro demasiado cercano. Si Naruto y él no encontraban una cura pronto, muchos padres tendrían que pasar por lo que estaba pasando ante él.
Dio media vuelta, incapaz de seguir mirando, y fue a buscar a su prometido. Echó un vistazo en los callejones contiguos y en la avenida principal que conducía a la plaza de la ciudad, pero no lo vio en ninguna parte. Eso lo inquietó; Naruto acababa de presenciar algo horrible, un suceso en el que estaba directamente implicado y en el que había la muerte de un niño. Pese a que no había pasado por una experiencia similar, no era difícil adivinar lo que debía de estar sintiendo: tristeza, impotencia, fracaso, incluso culpa. Él había estado cuidando de ese niño y ahora ya no estaba, sus esfuerzos no habían sido suficientes para salvarlo de ese vil destino.
No podía permitir que se sintiera de esa forma, la culpa era muy peligrosa, te ahogaba si no eras capaz de salir de ese vórtice de sufrimiento.
—¿Kakashi? ¿Obito? —llamó a la oscuridad, esperando que los guardias de Naruto estuvieran cerca y que lo tuvieran controlado.
—Alteza.
Pegó un salto al escuchar la voz de Kakashi a su lado. Habría soltado un improperio si no fuera por lo que el guardia dijo a continuación:
—Naruto ha desaparecido.
—¿Qué? ¿Cómo ha podido ocurrir? —preguntó enfadado. ¡Esos hombres estaban entrenados específicamente para proteger a la familia real!, ¡¿cómo habían podido perderlo de vista?!
Kakashi frunció el ceño.
—A veces lo hace cando quiere estar solo.
—No irás en serio, ¿cómo es posible que os haya despistado?
—No conoce a mi sobrino, alteza —respondió el guardia con seriedad—. No sabe las cosas de las que es capaz.
Esas palabras le produjeron una sensación extraña, una inquietud que era producto de las leyendas que le había contado Kiba acerca de los creadores… y de los múltiples dones que los dioses les habían concedido.
Lo que dijo Kakashi lo sacó de su estupor.
—Obito ha ido a buscarlo a la playa, a veces le gusta ir allí. Yo voy a ver si ha ido al palacio.
Sasuke asintió.
—Yo iré al Bosque Sagrado.
—Cuando acabe, venga a palacio, nos reuniremos allí con Obito.
Él asintió y después se separaron en direcciones opuestas. Sasuke fue corriendo hacia el bosque con la esperanza de poder encontrarlo allí, aunque tampoco lo conocía tan bien como para saber dónde podía estar. Sin embargo, aquel lugar estaba restringido para la mayoría y Naruto tenía un poco más de libertad, al fin y al cabo, era el sitio donde no tenía que ocultar sus secretos como creador… su refugio.
Cuando vislumbró los altos árboles milenarios de copas anaranjadas, aceleró el paso y se internó en el bosque, siguiendo el camino de esa misma mañana. No conocía bien aquel terreno, por lo que buscó primero en el lago en el que se habían instalado para revisar los documentos del libro de los creadores. Tras echar un vistazo rápido, no parecía que estuviera por allí, pero esa noche no había luna llena y la iluminación era escasa, por lo que tendría que bordear el lago para poder fijarse mejor en los helechos y arbustos, por si acaso estuviera detrás de alguno.
Al darse la vuelta, vio una sombra enorme que se cernía sobre él y el brillo de unos ojos rojos, por lo que retrocedió con un salto y desenvainó la espada, preparado para atacar. La bestia soltó un rugido furioso y chasqueó las fauces, un claro ademán de advertencia para que no se acercara. Sasuke mantuvo su posición, atento a sus movimientos y tratando de discernir qué era con exactitud.
La criatura salió de la sombra de los árboles y se dejó ver a la escasa luz de la luna. Se sorprendió al darse cuenta de que era el zorro que había visto el día anterior y que lo había guiado sano y salvo fuera del bosque. Por desgracia, esta vez tenía el pelo erizado y le estaba enseñando los dientes.
Sabiendo que probablemente era un sirviente de Kurama y que no tenía permitido matar a ninguna criatura dentro del bosque, hizo de tripas corazón y bajó su arma, levantando una mano para demostrarle que no iba a hacerle daño. Lentamente, se agachó y, muy a su pesar, dejó la espada en el suelo antes de incorporarse de nuevo sin hacer movimientos bruscos.
—Tranquilo. Shh… —trató de calmar a la bestia, que todavía le gruñía—. Me llamo Sasuke, nos conocimos ayer, ¿recuerdas?
El gigantesco zorro levantó las orejas como si le hubiera entendido y empezó a ocultar los dientes, aunque seguía gruñendo, pero no tan alto. Era como si le estuviera dando permiso para explicarse.
Tragó saliva y continuó hablando:
—He venido desde muy lejos para casarme con vuestro creador. Es mi prometido —dicho esto, se le escapó una carcajada sarcástica—. Si hubieras oído hablar de mí pensarías que no soy digno de estar con él y probablemente me desgarrarías el cuello, pero no fue decisión mía.
Al fin, la criatura dejó de gruñir, pero aún tenía el morro arrugado y lo observaba con desconfianza.
—Yo tampoco quería este matrimonio, ¿sabes? Habría preferido seguir navegando y vivir aventuras, no me hizo gracia que me emparejaran con él. Pensaba que sería una molestia, poco más que un crío afeminado con la idea del amor verdadero y toda esa mierda sensiblera que les meten a las mujeres en la cabeza cuando son niñas. Pero me equivocaba —al decir eso, sonrió—. Es fuerte y valiente, no tiene miedo de decir lo que piensa o siente ni de enfrentarse a cualquiera que trate de doblegarlo. He empezado a… respetarlo por ello. —Entonces, pensó en la muerte de aquel niño y miró al zorro a los ojos, esperando que pudiera entender lo que sentía—. Un niño al que cuidaba ha muerto, y sé que le ha afectado mucho. Estoy preocupado por él, no quiero… que se haga daño a sí mismo pensando que ha sido culpa suya. Solo quiero encontrarlo.
Para ese momento, el zorro ya se había calmado y tenía una postura relajada mientras lo observaba con atención. Sasuke decidió que se había salvado por el momento y decidió probar suerte con él para encontrar a Naruto.
—¿Puedes… decirme si está aquí?
La bestia asintió, haciendo que al Uchiha le invadiera una oleada de alivio.
—¿Puedes llevarme hasta él?
Esta vez, el zorro movió la cabeza a un lado y a otro, descorazonándole. No era tan idiota como para exigirle al sirviente de un dios que lo condujera hasta su prometido, menos aún si este medía más de dos metros y tenía colmillos y garras. Así que tenía que pensar en otra cosa…
—Puedes… ¿Puedes decirle que sus tíos y yo estamos preocupados por él?
Soltó un suspiro de alivio cuando la bestia asintió. La vio dar media vuelta y perderse entre los árboles a un trote rápido. Ahora, lo único que podía hacer era esperar, así que recogió su espada y, sin otra cosa que hacer, empezó a pasearse de un lado a otro con la esperanza de que Naruto acudiera allí. Si quería estar solo, no podría hacer mucho más aparte de avisar a Kakashi y Obito de dónde estaba para que no estuvieran preocupados, pero seguía sin hacerle gracia no estar con él para asegurarse de que no se deprimía. La muerte de ese niño era una tragedia y no podía, ni quería, evitar que se sintiera triste, pero temía que eso le atormentara hasta un punto en el que se ahogara en su propio dolor.
Eso no era bueno, y no iba a consentirlo. Había visto mucho mundo y sabía mejor que nadie que necesitaba gente mejor de la que había, personas que no fueran avariciosas o estuvieran cegadas por el deseo de obtener más poder y que, para ello, no tuvieran ningún reparo en perjudicar a los demás. Como el Consejo de ese reino, los detestaba por eso. El mundo necesitaba buenas personas, como Naruto, que ayudaran a los demás porque realmente les preocupaba su bienestar, y que tuvieran tanta determinación y valentía como la que había observado en él.
No quería que esas virtudes desaparecieran de la noche a la mañana.
—Sasuke.
Se giró al escuchar la suave voz de su prometido. No le había oído llegar y por eso se sorprendió al verlo a unos pocos metros de él, con el pelo revuelto por la carrera y la ropa manchada de tierra. Sin embargo, fue el dolor que vio en sus ojos lo que lo sacudió por dentro.
Naruto bajó la mirada, no queriendo que se diera cuenta de lo roto que se sentía.
—Siento haberos preocupado.
El varón apretó los labios y fue hacia él. El rubio esperaba que le echara la bronca por haberse marchado así, pero estaba tan enfadado y dolido consigo mismo que solo había pensado en salir de allí y descargar su furia contra algo que no fuera un ser vivo. Así que se había ido corriendo al Bosque Sagrado, el único lugar donde podía utilizar su poder sin correr peligro de que nadie lo viera. Allí había podido dejar salir su lado más salvaje y galopar y rugir entre los árboles hasta acabar rendido, encogido en el suelo recuperando el aire y pensando con dolor en el pecho qué había hecho mal… o qué más podría haber hecho para evitar que esa niña muriera.
Pero, entonces, Sasuke había aparecido. No quería que nadie se preocupara por él, por eso había ido a reunirse con el Uchiha.
Sin embargo, no esperaba que su prometido, un hombre orgulloso y arrogante, del que se decía que era tan frío como su país y emocionalmente distante, uno que había odiado su reino desde el instante en el que lo pisó, que le había menospreciado y juzgado por ser un creador, lo estrechara entre sus brazos para darle un fuerte abrazo. El gesto lo dejó tan sorprendido que no pudo moverse de la impresión.
—¿Estás bien? —le preguntó con un tono suave, casi aterciopelado.
No pudo evitar pensar que tenía una voz muy bonita, grave y viril, profunda de un modo muy agradable, íntima… cuando no estaba en modo “soy un ser superior” o burlándose de él para picarlo. Le llegó al alma, sobre todo porque tanto su pregunta como el abrazo indicaban que realmente le importaba cómo se sentía… y, pese a que no quería mostrarse débil frente al Gran Sasuke Uchiha, se echó a temblar violentamente tratando de retener las lágrimas que inundaron sus ojos; porque, en el fondo, necesitaba consuelo con desesperación, lo anhelaba, y tampoco podía olvidar a la niña que había muerto, a la que se suponía debía salvar.
—No lo hagas —susurró Sasuke—. No dejes que se te quede dentro, sácalo —dicho esto, lo abrazó con más fuerza—. No te contengas por mí, te prometo que no me parecerás menos después. Lo que ha pasado es terrible, pero no es culpa tuya.
Esas palabras fueron las que lograron romperlo. Pese a que le avergonzaba llorar delante de Sasuke, simplemente no pudo aguantarlo más. No había vuelto a derramar lágrimas desde la muerte de sus padres, no se lo había podido permitir, no cuando los consejeros aprovecharon la oportunidad para destruir todo lo que su familia había logrado cambiar en su reino. Mostrar debilidad ante ellos no era una opción si quería sobrevivir, le habrían hecho pedazos y sometido con facilidad antes de entregar su trasero al mejor postor, a alguien con sus mismas convicciones arcaicas, o incluso podrían haberlo dejado a merced de Mizuki.
Pero lo de esa niña lo había dejado hecho polvo. Y Sasuke, en vez de decirle que no se comportara como una nenaza y aguantara como un hombre, le había ofrecido su hombro para llorar. Había sido demasiado, así que se aferró a él y escondió su rostro en su pecho mientras sollozaba tan silenciosamente como era posible.
Por otra parte, a Sasuke no le incomodó en absoluto ver a su prometido en ese estado, al contrario, fue ahí cuando se dio cuenta de que, a pesar de que Naruto era alguien fuerte, desafiante y valiente, en el fondo, seguía siendo un chico muy joven que acarreaba una carga demasiado pesada. Eso era lo que veía en ese momento, un niño vulnerable que había acatado responsabilidades demasiado pronto, y sin ayuda de nadie. Estaba solo.
De repente, el sentimiento de protección hacia él aumentó. Tras echar un vistazo a su alrededor sin soltarlo, lo levantó en brazos sin dificultad y fue hacia un árbol, en cuyo tronco se recostó antes de bajar lentamente hasta acabar sentado en el suelo con Naruto sobre su regazo. Este no protestó cuando lo acunó suavemente contra su pecho como si fuera un recién nacido, solo se aferró a él con la cara todavía escondida. Podía comprender que no quisiera que lo viera llorar, su prometido tenía su orgullo y comprendía que quedaría herido si lo hacía, así que se limitó a darle consuelo a través del contacto físico, acariciándole la espalda y la nuca.
Un rato más tarde, notó que cesaban los espasmos y que parecía calmarse. Aun así, no hizo amago de apartarse de él, como si todavía lo necesitara cerca, de modo que él tampoco se movió. Era extraño, porque a él no solía gustarle que la gente lo tocara, pero con Naruto no le ocurría lo mismo, tal vez porque no se aferraba a su cuello como si no quisiera soltarlo como hacían las mujeres o para molestarlo como tendía a hacer Sai y el resto de sus hombres, él solo permanecía apoyado en él, dejando que fuera su decisión dónde tocarlo y cómo.
Sin dejar de acariciarlo, por si eso le hacía sentir mejor, recordó que le había prometido que si le ganaba bebiendo, le contaría las aventuras que había vivido en los mares. Tenía una, no la más agradable, pero la situación que estaba viviendo Naruto en ese momento le recordó a aquel momento.
—Cuando me fui de mi reino, algunos hombres me siguieron, la mayoría eran de mi misma edad o un poco más mayores, pero los conocía a todos por los entrenamientos. Lo hicieron porque les atraía la idea de viajar y ver qué había más allá de nuestras montañas heladas, pero los más veteranos vinieron conmigo por un sentido del deber para con mi familia. Como mi padre y mi hermano no pudieron convencerme de quedarme, decidieron que era su misión asegurarse de que no me ocurría nada. —Hizo una pausa, pensando en aquellos hombres—. Un par de meses después de embarcar, fuimos atacados por unos piratas. La noticia de que el hijo pequeño del rey del Hielo estaba vagabundeando por ahí solo atrajo a muchos piratas por la recompensa que podían cobrar por un rescate. Un día, una banda grande nos atacó en mitad del mar, estábamos cruzando entre unos islotes y nos tendieron una emboscada, por lo que no los vimos venir. Asaltaron nuestra nave, por poco nos vencieron… y por poco me cogieron. —Cerró un momento los ojos, recordando ese día con pesar—. Me había quedado rodeado por siete hombres, no había manera de que pudiera escapar. Uno de los veteranos se abrió paso entre el resto de piratas y se enfrentó a aquellos hombres para que yo pudiera salir y atacar desde el otro extremo. Recibió heridas mortales durante el enfrentamiento, pero aun así luchó hasta el final para salvarme. Ahí me di cuenta… de que, a pesar de que había huido de mi reino, seguía teniendo una responsabilidad para con mis hombres. Ellos estaban dispuestos a morir por mí, y yo debía encargarme de que eso no sucediera… pero lo que hacía para evitarlo a veces no era suficiente.
—Lo siento.
Sasuke bajó la vista, dándose cuenta de que Naruto había levantado la cabeza para mirarlo. Todavía tenía los ojos brillantes por haber llorado, y no pudo evitar limpiarle un poco la cara con delicadeza.
—Yo siento lo de ese niño. Sé que hiciste todo lo que estuvo en tu mano por él.
El dolor volvió a hacerse presente en esos cristalinos ojos azules.
—Era una niña. —Hizo una pausa en la cual volvió a apoyarse en su pecho. Sasuke lo consintió—. Llevo… seis años ocupándome de la gente. Puedo oírlos, Sasuke, soy capaz de escuchar sus plegarias dirigidas a Kurama, por eso sé dónde tengo que ir. —Su revelación sorprendió mucho al varón, que recordó repentinamente lo que Kiba le había dicho acerca de que Naruto “sabía cosas”. Aun así, no interrumpió—. Es como estar en un gran salón y oír muchas voces a la vez, es difícil entenderlas, así que solo puedo escuchar bien algunas cada vez… por eso, no siempre llego a tiempo. Ya he perdido pacientes antes, muchos ancianos, por los que ya no podía hacer nada salvo mitigar su dolor, algunos hombres, incluso un par de mujeres… pero nunca un niño.
Sasuke le limpió otra lágrima que se le escapó.
—A veces, no podemos hacer más.
—Lo sé… pero duele.
—Porque te importaba. Está bien que te importe, pero hay que seguir adelante porque hay más niños que te necesitan y a los que puedes salvar. Todavía no es tarde para ellos. —Le acarició una mejilla intentando reconfortarle y le dedicó una pequeña sonrisa—. Además, yo voy a ayudarte, no vas a hacer esto solo.
Esta vez, Naruto logró sonreír, aunque fuera solo un poco. Aun así, para Sasuke significó toda una victoria.
—Gracias, Sasuke.
Él sonrió y lo abrazó una vez más antes de soltarlo.
—Anda, vamos. Tus tíos están preocupados… y tú eres muy feo cuando lloras.
Naruto se levantó con una risilla.
—Eres mi prometido, se supone que tienes que decirme que soy hermoso sin importar qué.
Sasuke también se incorporó y fue al lado de Naruto mientras emprendían el camino de regreso.
—Eres hermoso sin importar qué —dijo, sonriendo con diversión.
El rubio soltó una carcajada.
—No te creo.
Él no pudo hacer otra cosa que seguir sonriendo.
—Ahora tú deberías decirme lo guapo que soy.
—Jamás —replicó Naruto, todavía riéndose.
Fueron juntos hasta el palacio, donde se encontraron con Kakashi y Obito. El primero suspiró aliviado al verlos juntos, mientras que el segundo fue corriendo a revisar que su querido sobrino no estuviera herido… antes de empezar a echarle la bronca por haberse escapado de ellos, ante lo cual, Naruto bajó la cabeza, avergonzado.
Sasuke intervino, sabiendo que el estado emocional de su prometido era delicado aún.
—Ya sabe que ha hecho mal, déjalo.
—¡Pero…! —empezó a protestar Obito, sumamente molesto con el Uchiha porque no hacía ni dos días que estaba allí y ya se atrevía a darle órdenes, ¡y encima sobre su sobrino!, ¡al que iba a desvirgar sin su consentimiento!
Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, Kakashi le tapó la boca y les dedicó una sonrisa (bajo la máscara) a los príncipes.
—Que pasen una buena noche, altezas.
Ambos se fueron dejando a solas a los guardias, quienes empezaron a discutir en voz baja, Kakashi con más calma para hacer entrar en razón a su hermano. Naruto volvió a conducir a Sasuke por el pasadizo secreto y después marcharon en silencio hacia los aposentos del rubio. El varón quería acompañarlo para asegurarse de que estaba bien y que no necesitaba más su compañía.
Cuando el creador abrió con una llave su habitación, se volvió hacia él y le sonrió con cierta timidez que le sorprendió y enterneció a la vez.
—Gracias… por lo de antes.
—De nada. —Los dos hicieron una pausa, sin saber muy qué más decir hasta que Sasuke decidió despedirse—. Buenas noches.
—Buenas noches.
Tras un segundo más de duda, dio media vuelta y se encaminó hacia sus aposentos…
—Sasuke.
Se detuvo al instante y se giró para mirar a Naruto. Una vez más, parecía muy tímido, a juzgar por lo que le costó poder preguntarle:
—¿Me contarías otra de tus historias?
Sasuke sonrió y volvió a ir hacia él.
—Claro.


A la mañana siguiente, el Uchiha estaba apoyado contra el muro que había enfrente de la habitación de Naruto, esperándolo para ir a desayunar.
Había pasado una noche realmente extraña. Se había quedado en la habitación de Naruto hasta bien entrada la madrugada, contándole sus aventuras alrededor del mundo. Su prometido, a diferencia de las mujeres con las que había estado, mostraba auténtico interés y curiosidad por las tierras que había encontrado, por la gente que había conocido y por los peligros y obstáculos que había sorteado, no era un simple fingimiento para poder acostarse con él después. Eso era agradable; sus amantes nunca se habían molestado en escucharle de verdad, tan solo sonreían y asentían mientras le tocaban íntimamente, ansiosas por darle un bocado a su cuerpo… Luego se quejaban de que las abandonara al día siguiente. Si ellas no se molestaban en prestarle un mínimo de atención, él tampoco tenía por qué ser considerado con ellos ni tampoco tener interés en alguien que solo se preocupaba por sus propias necesidades. Al final, había acabado por dejar de esforzarse con ellas y tan solo las utilizaba para el sexo, convencido de que no querían nada más de él. Sin embargo, con Naruto había sido distinto, en ningún momento le había tocado, solo le había observado con atención y un brillo feliz en los ojos, realmente había disfrutado de sus historias, incluso, en ocasiones, había atisbado cierta admiración y respeto que le hizo sentirse orgulloso de sí mismo.
Pero, al darse cuenta de que el pobre luchaba por mantener los ojos abiertos con tal de seguir escuchando sus aventuras, se había inventado una historia en la que él y sus hombres estuvieron en una taberna escuchando una melancólica canción sobre una guerra que había acontecido en la tierra en la que se encontraban, con la excusa de cantarle una nana del Reino del Hielo, una que solía cantarle su madre. Por supuesto, Naruto tardó poco en quedarse dormido y él lo metió en la cama y lo arropó con una vaporosa sábana. Sin embargo, en vez de marcharse inmediatamente después, se quedó sentado al borde de la cama, viendo cómo dormía, asegurándose de que sus sueños eran pacíficos.
Eso lo había sorprendido, ya que nunca había hecho algo así… a excepción de una vez en que su hermano se puso enfermo cuando era niño y se quedó toda la noche con él, temiendo que muriera por unas fiebres como había hecho su madre. Pero Naruto no era su hermano, sino su prometido… uno por el que sentía un fuerte instinto protector que se había incrementado al verlo en un estado tan frágil y vulnerable.
Al final, decidió que se sentía de esa manera porque, viéndolo ahí dormido, recordó que, pese a que poseía una fortaleza envidiable, seguía siendo un muchacho que cargaba sobre sus hombros demasiada responsabilidad en una situación en la que todo parecía estar en su contra.
No quería que ese chico se rompiera, no cuando tenía tantas cosas buenas que ofrecer.
Al final, logró marcharse a su habitación y dormir un poco hasta la hora de levantarse de nuevo. Lo primero que hizo en cuanto estuvo vestido y arreglado fue ir a la habitación de su prometido para asegurarse de que estaba bien; había llamado a la puerta y este le había respondido que estaría listo en unos minutos.
Por fin salió Naruto que, al verle, sonrió.
—¡Sasuke! ¿Eras tú?
Este le devolvió la sonrisa.
—No quería que los consejeros te echaran la bronca por llegar tarde al desayuno. Así que he pensado que si íbamos juntos, no podrán decirte nada —dicho esto, le ofreció el brazo con un gesto burlón—. ¿Vamos, mi príncipe?
Naruto rio de buena gana y lo tomó.
—Sí, mi señor.
Caminaron hacia el salón del banquete en un cómodo silencio. Naruto no mencionó nada sobre que anoche Sasuke hizo trampa para quedarse dormido y este no le preguntó cómo se encontraba respecto a la muerte de esa niña. Fue como si acordaran un pacto para, simplemente, andar juntos sin decir nada, un instante de tranquilidad antes de tener que hacer frente a un incómodo desayuno con los consejeros. De hecho, Sasuke podía sentir la creciente tensión del rubio a medida que se acercaban al salón. En un intento por reconfortarlo, usó su mano libre para colocarla sobre la de Naruto y darle un apretón, haciéndole saber que estaba con él. Este se la aferró con fuerza.
En cuanto llegaron, hubo diferentes reacciones al verlos llegar juntos; los consejeros los miraron con los ojos como platos, evidentemente sin esperarlo, Tsunade sonreía ampliamente con satisfacción, Sai tenía la cabeza ladeada con curiosidad y el ceño ligeramente fruncido, como si no entendiera lo que ocurría, e Itachi también tenía los labios curvados hacia arriba con orgullo.
Una vez más, Sasuke se mostró caballeroso, como se esperaba de una pareja prometida, y apartó la silla de Naruto para ayudarlo a sentarse. Después, todos empezaron a desayunar, de nuevo todos entablando conversación excepto el rubio, que trató de pasar desapercibido… esta vez, sin éxito. Todo vino por lo que dijo Koharu:
—Majestad —dijo, llamando a Tsunade—, deberíamos plantearnos anunciar oficialmente el compromiso de su nieto con su alteza Sasuke Uchiha.
Este hizo una mueca, sabiendo lo que eso significaba. Un anuncio oficial implicaba invitar a todos los reyes del continente a asistir a una gran festividad en la cual se celebraba la unión de dos príncipes. La celebración solía ser un par de semanas de bailes y fiestas, que muchos aceptaban de paso para hacer negocios entre distintos reinos o para tomarse unas vacaciones en el país anfitrión, a Sasuke no le cabía duda de que muchos reyes aprovecharían la ocasión para ir de caza o disfrutar de los excelentes productos del Reino del Fuego. Sin embargo, también les serviría para analizar a la nueva pareja y ver cómo beneficiarse… lo cual sería una estupidez teniendo en cuenta que él era un Uchiha y no permitiría que nadie le tomara por tonto o tratara de pasarse de listo con él o con su futuro esposo solo porque fueran “novatos” en cuanto a gobernar un reino.
La reacción de Naruto fue mucho peor; se tensó por completo y clavó sus ojos azules en la consejera.
—¿En serio está pensando en invitar a reyes extranjeros ahora? —preguntó con brusquedad.
Al instante, los consejeros lo fulminaron con la mirada.
—¿A qué viene ese tono? —inquirió Homura con severidad.
—Esa no es forma de dirigirse a tu consejera —le reprendió Danzo.
Naruto se agarró al borde de la mesa, tratando de contener su ira.
—Sabéis que hay una enfermedad que afecta a los niños, ¿y vosotros solo pensáis en anunciar mi compromiso?
Mizuki sonrió con fingida amabilidad.
—Los médicos ya se están encargando de ello, no hay de qué preocuparse.
—Sin resultados —replicó Naruto.
—No podemos aplazar un acto tan importante solo por una enfermedad que ha atacado a unos pocos niños —anunció Danzo, implacable.
La furia de Naruto fue tal que su abuela y los Uchiha casi podían olerla en el aire.
—¿Unos pocos? —preguntó lentamente—. Hay una veintena de niños enfermos, ¡podríamos estar ante una epidemia!
Danzo movió despectivamente una mano como si aireara el asunto.
—Pero solo se han enfermado los campesinos, no ha habido problemas entre las casas nobles.
Sasuke vio con cierto temor cómo Naruto temblaba. Sabía que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para contenerse.
—Todavía —gruñó— ¿Qué pasará si vienen los reyes extranjeros con sus hijos y enferman también? Somos responsables de ellos mientras permanezcan aquí y nos culparán a nosotros si les pasa algo.
—Aislaremos las zonas donde ha atacado la enfermedad —dijo Mizuki con un tono práctico—. La mayoría son lugares rurales, nuestros invitados no pasarán por esa clase de asentamientos.
—¿Pero y si la enfermedad se extiende?
—No lo hará —dijo Homura con firmeza.
El creador lo fulminó con la mirada.
—¿Y cómo lo sabe? ¿Es que también estudió medicina mientras metía las narices en las arcas reales a ver cuánto podía sacar?
—¡Alteza! —gritó Koharu, golpeando la mesa—. ¡Esas no son formas de comportarse!
—¡Una niña murió anoche! —bramó Naruto con tal rabia que todo el mundo se quedó en silencio. Sasuke se dio cuenta, por el rabillo del ojo, de que las antorchas, que solían estar apagadas mientras hubiera luz solar, se encendieron todas de repente sin explicación alguna. Frunció el ceño mientras el rubio seguía discutiendo con los consejeros—. ¡Sois vosotros los que no saben comportarse! ¡No os importa lo que les pase a los niños, solo queréis exhibirme a mí y a Sasuke como un trofeo!
—¡Era solo una vulgar campesina! —Danzo golpeó la mesa con los puños con tal fuerza que esta tembló—. No eres consciente de la importancia que tiene nuestra alianza con el Reino del Hielo, mostrará al mundo que no somos unos pobres comerciantes de los que burlarse porque no tienen fuerza suficiente ni para entrenar con decencia a un soldado. Lo que realmente importa es hacer notar nuestra fuerza, ¡no unos niños sin linaje! Hay miles de campesinos, ¡que mueran unos pocos no nos afectará nada!
En ese instante, Naruto se quedó muy callado. No por miedo, Sasuke sabía que su prometido era demasiado valiente como para asustarse por unos gritos, pero que no dijera absolutamente nada y estuviera ahí sentado sin moverse hizo que se sintiera inquieto. Al mirarlo detenidamente, se dio cuenta de que sus ojos estaban cambiando, pues tenían un fulgor rojo que no había visto antes y que hizo que se estremeciera. Estaba tan concentrado en el rubio que ni siquiera se dio cuenta de que las llamas de las antorchas ahora ardían con más fuerza, aumentando su tamaño.
Tras inspirar aire profundamente, Naruto se levantó despacio, asesinando con su mirada rojiza a Danzo.
—Entonces, esperaré —dijo en un tono bajo, frío, y aparentemente calmado—. Puesto que no te importa lo que les suceda a esos niños, esperaré a que una desgracia asole a los niños de tu familia, y entonces recordarás mis palabras: la muerte nos alcanza a todos, incluso a los que tienen sangre noble —dicho esto, se inclinó sobre la mesa, mirando fijamente a Danzo—. Y por cierto, cuando los médicos no puedan ayudarte, no acudas a mí. No pienso hacer nada por ti hasta que comprendas dónde está tu sitio.
—¿Mi sitio? —rezongó el consejero con aires de superioridad—. Eres tú el que no sabe dónde está su sitio, que es o por debajo de los hombres o entre las piernas de uno.
En ese instante, se oyeron como una especie de explosiones, que provenían de las antorchas, cuyo fuego parecía haber estallado. Algunas llamas habían alcanzado unas cortinas y ahora ardían con una fuerza devastadora, convirtiendo en cenizas todo cuanto hallaban a su paso. Todo el mundo se puso en pie, sobresaltado y asustado, siendo Itachi y Sai quienes se apresuraron a tirar de la tela para echarla al suelo de piedra, evitando que se convirtiera en un incendio y pisoteándola hasta lograr, con mucho esfuerzo y ayuda de los sirvientes que trajeron jarrones de agua, apagar las llamas.
Sasuke solo se quedó de pie, viendo cómo Naruto se marchaba a un paso furibundo de la estancia. Todavía estaba confuso por lo que había sucedido con las antorchas, no entendía muy bien qué había pasado… y entonces, sus ojos, al pasearse por la sala, se fijaron en la mesa y en unas marcas que había en la parte de enfrente de donde se sentaba Naruto. Pasó los dedos por estas, largas y afiladas, como las letales garras de una bestia. En ese momento, recordó todo lo que Kiba le había contado sobre los creadores y un escalofrío lo recorrió entero.
Tal vez las leyendas de los Clanes fueran más ciertas de lo que había pensado.

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