domingo, 13 de mayo de 2018

El Lobo del Conde

Capítulo 3. La advertencia del cazador


Edward, parece ser que la condesa de Nottingham tiene otro candidato en mente.
Nota dirigida a Edward Lars.

Vincent se levantó con dolor de cabeza. Había pasado casi toda la noche en la biblioteca bebiendo whisky mientras esperaba a que Alexis regresara y le explicara a dónde había ido, pero se había quedado dormido en el sillón antes de que supiera nada sobre él.
Se levantó y pasó una mano por su cabello, fue entonces cuando se dio cuenta de que no se encontraba en la biblioteca, sino en su cama con solo unos pantalones puestos.
Se estaba preguntando cómo había llegado hasta ahí cuando alguien llamó a la puerta. Después de dar permiso para entrar, una cabeza rubia platina asomó a la puerta y sonrió.
—Buenos días, Vince.
Miró a Alexis sin saber qué hacer. Por un lado, se alegraba de que no le hubiera pasado nada, pero por otro, quería estrangularlo.
—¿Se puede saber dónde estuviste anoche?
Alexis entró en la habitación y cerró la puerta antes de descorrer las cortinas para dejar que entrara la luz, que dañó los ojos del conde.
—Dando una vuelta.
Alzó una ceja con escepticismo.
—Pues esa vuelta duró más de cuatro horas. —Suspiró mientras volvía a tumbarse en la cama—. Si has ido a un burdel puedes decírmelo, yo he ido a muchos.
Alexis lo miró con los ojos abiertos de incredulidad.
—No he ido a ningún burdel, es más, yo nunca… —Se sonrojó y abrió el armario, buscando la ropa que se pondría su amo hoy.  
Pero el conde no estaba satisfecho, quería saber lo que había estado a punto de decir su lacayo.
—Alexis, ¿me estás diciendo que nunca has estado con una mujer? —preguntó un tanto incrédulo.
Alexis hizo caso omiso de la pregunta.
—Alex, ¿cuántos años tienes?
Este suspiró y respondió finalmente:
—Veintidós. Y no, nunca me he acostado con ninguna mujer, ¿satisfecho?
—Más bien confundido, pese a tu posición social, eres lo suficientemente atractivo como para despertar el interés de las damas. No entiendo por qué no has aprovechado eso.
Alexis se quedó pensativo. Nunca se le había pasado por la cabeza acostarse con nadie, ninguna mujer había despertado su interés de esa forma. Pero también reconocía que era algo extraño, los hombres solían tener esa clase de necesidades.
—Yo tampoco lo entiendo, Vince. Admito que ha habido mujeres que me han insinuado que comparta su cama, pero… —Se encogió de hombros—. Supongo que no he encontrada a la adecuada.
Vincent se levantó y se puso la ropa que le había dejado Alexis encima de la cama. Miró a su lacayo, que parecía estar dándole vueltas al asunto sin llegar a ninguna conclusión. Se acercó y puso una mano en su hombro.
—En fin, tampoco creo que debas preocuparte demasiado. Al fin y al cabo, dicen que las mujeres solo traen problemas. Y, hablando de mujeres, yo tengo que comenzar a cortejar a una.
Alexis entrecerró los ojos.
—¿Lady Nottingham?
—Así es.
Alex lo miró con aparente impasibilidad, pero percibió una emoción que no acabó de identificar en sus ojos.
—Supongo que, si te pido que lo reconsideres, no lo harás, ¿cierto?
—Me temo que no, Alex. Lady Nottingham es condesa, no tendrá problemas en cuanto a sus obligaciones como mi esposa, es hermosa, tiene una buena dote y no es tan chismosa como la mayoría de las aristócratas. Creo que será adecuada para mí.
Alexis asintió y empezó a hacer la cama bajo la atenta mirada del conde. Esperaba que Christine rechazara a Vincent, no soportaría verlos casados, estaba seguro. Aún recordaba con dolor en el pecho los momentos felices que pasaron juntos… No, no podría seguir al servicio de Vince si esa mujer se casaba con él.
Por otro lado, Vincent se preguntó una vez más por qué Alex no aprobaba a lady Nottingham. ¿Sería por el aprecio que le tenía a la joven? ¿Creía Alex que le sería infiel una vez casados? Era lo más lógico, después de todo.
Se dijo a sí mismo que tendría que ser muy cuidadoso con la condesa, apreciaba lo suficiente a Alex como para desear que siguiera siendo su lacayo cuando ella fuera su esposa. Confiaba en él, a pesar de que hacía diez años que no se veían.
Una vez estuvo preparado, tomó un carruaje y fue a Hyde Park, donde sabía que estaría la condesa dando un paseo con su doncella. Y allí estaba, con un sencillo vestido de muselina azul claro que, de todas formas, parecía atraer la atención de bastantes caballeros… Con un suspiro, se dispuso a bajar del carruaje cuando vio algo extraño en aquella apacible escena.
Lady Nottingham parecía tener mucha prisa por marcharse, pero lord Leinscer y lord Riverwood no parecían muy contentos por la premura de la joven. Con largas y elegantes zancadas, se acercó y, con una sonrisa engañosamente encantadora, se acercó a los tres.
—¡Vaya, qué coincidencia! —exclamó, llamando la atención de los presentes—. No me imaginaba encontrarme con ustedes durante mi paseo, ¿alguna novedad? —preguntó, dirigiendo su atención a los dos hombres mientras se colocaba al lado de lady Nottingham en actitud protectora.
—Eso deberíamos preguntarle a usted, milord —dijo lord Riverwood con una sonrisa forzada—, se rumorea que está buscando esposa.
—Y así es —respondió, lanzando una mirada significativa a lady Nottingham—, pero ¿y ustedes? ¿También buscan una joven a la que conceder el honor de ser baronesa y marquesa? —El tono de su voz dejaba traslucir cierta burla, a lo que los dos hombres se tensaron en un intento de no cometer una estupidez como desafiar al conde de Norfolk.
—En efecto, milord —dijo lord Leinscer lentamente y controlando su voz—, pero me temo que nos hemos equivocado de lugar. Buenos días —se despidió y giró sobre sus talones para marcharse, seguido de un lord Riverwood bastante iracundo.
Sonrió ampliamente, saboreando la victoria, y clavó su mirada en la joven.
—Disculpe si he malinterpretado lo que estaba sucediendo, pero creo que necesitaba mi ayuda.
—Y así era, milord, le estoy muy agradecida —dijo lady Nottingham, irguiendo los hombros y recuperando la compostura.
—¿Tiene prisa? —preguntó al ver que ella miraba su carruaje.
—La verdad es que sí, voy a visitar a una amiga muy querida de mi madre en Somerset.
Frunció el ceño.
—¿Somerset? Eso está muy lejos para una mujer de su edad, confío en que estará protegida.
—¡Oh! No se preocupe, me acompañan varios lacayos de confianza y mi primo.
Asintió con aprobación.
—Y, ¿qué se le ha perdido en Somerset?
Lady Nottingham abrió los ojos como si estuviera confusa, pero por la forma en la que evitaba mirarlo directamente supo que estaba ocultando algo.
—Yo… Solamente voy a visitar a…
—Una amiga de vuestra madre, ya lo ha dicho, pero una joven aristócrata no hace viajes tan largos para ello, sino que escribe una carta. Usted va por otro motivo.
Lady Nottingham se frotó las manos, nerviosa, pero luego le dirigió al conde una mirada firme.
—Puesto que me ha ayudado con esos dos… caballeros —tuvo que evitar rodar los ojos al mencionar a lord Leinscer y lord Riverwood—, le prometo que, cuando vuelva de Somerset, tendrá noticias mías. Le contaré lo que estoy buscando.
Hizo una reverencia y la acompañó hasta el carruaje.
—Esperaré noticias suyas entonces, mi lady.
—Y yo le aseguro que las tendrá —respondió ella antes de cerrar la puerta del carruaje.
Observó cómo los caballos tiraban del carruaje y desaparecían por una esquina. Se quedó parado donde estaba, rascándose el mentón pensativamente. ¿Tendría lady Nottingham un amante? No, dijo que estaba buscando a alguien… Puede que se tratara del hombre por el que ya no aceptaba atenciones de otros caballeros.
Giró sobre sus talones y volvió a su carruaje con una sonrisa divertida en los labios.


Alexis caminaba por los pasillos vacíos de la mansión de los Lars, buscando algo que hacer sin demasiado éxito. Lady Norfolk había salido a hacer sus compras en Mayfair y no volvería hasta la hora de comer, y gran parte del servicio había acompañado o a la condesa o a Vince. Solo se habían quedado en la mansión el ama de llaves, el mayordomo y un par de lacayos y doncellas.
Sin nada mejor que hacer, decidió ir a las cuadras y pasar un rato con su corcel. Una vez allí, se dirigió directamente a la cuadra de su hermoso caballo negro. Este, al verlo, relinchó de alegría y se movió inquieto.
Sonrió y le acarició el hocico.
—No te preocupes, Sky. Pronto llegará el invierno y las colinas estarán lo suficientemente solitarias como para cabalgar sin que nadie nos moleste.
Como si le entendiera, Sky relinchó con impaciencia, lo que le provocó una sonrisa en los labios.
—Yo también estoy impaciente, amigo.
Entonces, escuchó un ruido cerca. Se agachó y se resguardó detrás de una esquina mientras aferraba una daga que llevaba siempre escondida bajo el chaleco.
Fue en ese momento cuando dos figuras aparecieron en el establo corriendo y riendo. No tardó en darse cuenta de que, por el sonido de las voces, se trataba de una pareja de amantes.
Maldijo entre dientes. ¿Y ahora qué? No le apetecía nada quedarse ahí durante una o dos horas mientras esos dos pasaban un buen rato en las cuadras…
—No deberíamos estar aquí, alguien podría vernos…
—¡No te preocupes tanto! Tanto el conde como la condesa han salido. Nadie nos verá.
Esas voces hicieron que se sobresaltara. Vaya, vaya, sabía que tarde o temprano iba a tener que enfrentarse a esos dos, pero no esperaba que fuera tan pronto. En fin, tampoco tenía motivos para esperar más, de hecho, cuanto antes actuara, antes acabaría con esa amenaza.
Esperó hasta que escuchó el sonido de la ropa cayendo sobre el suelo. No era tan tonto como para acusarlos de ser amantes antes de que estuvieran desnudos, podrían poner alguna excusa.
Supo que había llegado el momento cuando escuchó los gemidos del hombre. Se levantó y, con pasos lentos y tranquilos, se asomó por una de las cuadras que estaban vacías y los vio.
La señorita Redfox estaba sentada a horcajadas sobre Alfred, frotando sus caderas contra las suyas mientras este acariciaba sus senos.
Tranquilamente, se apoyó contra la puerta con una ceja alzada.
—Un gran espectáculo.
Su voz fría y amenazadora alertó a los dos amantes, que se separaron rápidamente e intentaron taparse con sus ropas, aunque era demasiado tarde, estaba claro que los habían pillado in flagrante delito.
—¡Alexis! Yo…
—Alfred, fuera.
—Pero…
—Si no quieres perder tu trabajo, lárgate de aquí ahora mismo.
Alfred cogió su ropa a toda prisa y salió de la cuadra tras dirigirle una mirada preocupada a su amante, de forma que se quedó a solas con Silvya. Esta se levantó y le lanzó al lacayo una sonrisa sensual.
—No es necesario que seas tan duro con él, es solo un niño. Si tienes tanta prisa en poseerme…
—Tengo prisa en que te largues y no vuelvas a esta casa jamás, zorra —dijo con dureza.
Sylvia se quedó con la boca abierta, hacía mucho tiempo que había aprendido que los hombres solo buscaban dos cosas en una mujer: dinero y satisfacer sus necesidades, y ella no tenía escrúpulos en utilizarlas mientras pudiera conseguir lo que deseaba. Pero ese hombre, al parecer, no deseaba su cuerpo…
—¿Quieres dinero, entonces? Te daré todo el que quieras si me ayudas a casarme con el conde…
Él se acercó con esa lentitud amenazadora y elegante, como un depredador que estaba a punto de dar el golpe de gracia a su presa. Se acercó a ella, alzó la mano y le acarició el cuello con un dedo mientras decía:
—Si no quieres que esa cabecita tuya se separe de tu cuerpo de una forma bastante desagradable... te aconsejo que salgas corriendo de aquí. Desnuda o no.
El miedo era evidente en los ojos de Sylvia.
—No puedes hablar en serio, Alfred sabría que has sido tú.
—Bueno, en tal caso, tendré que ir contándole a todo el mundo que os pillé a ti y a un lacayo en las cuadras en una situación un tanto comprometedora y te verás obligada a casarte con él. Y tú no quieres casarte con un lacayo, ¿verdad? Deseas ser una condesa, por eso utilizaste a Alfred, esperabas que confiara en ti para que él te contara algún posible escándalo de lord Norfolk y poder usarlo para chantajear al conde. Inteligente, Alfred es joven e ingenuo, no sabe lo viles que podéis llegar a ser las mujeres con tal de conseguir lo que queréis.
Se dio cuenta de que la señorita Redfox estaba deseando salir de allí cuanto antes, así que le soltó el cuello y dejó que recogiera su ropa y se marchase de allí corriendo.
Se apoyó contra una cuadra y suspiró. Había sido un atrevimiento hablar así a alguien cuya posición social era superior a la suya y lo sabía, pero no iba a permitir que chantajearan a Vince, no le importaba lo que tuviera que hacer para lograr que su viejo amigo fuera feliz.
Aunque esa felicidad incluyera a Christine.


Vince regresó a tiempo para comer. Se sorprendió cuando vio a Alfred abrirle con la cara sonrojada y evitando mirarlo directamente a los ojos. Parecía muy nervioso.
—¿Se encuentra bien, Turner?
El joven se sobresaltó ante la pregunta, pero asintió con brusquedad. Sin darle más importancia, entró en el salón donde se reunía la familia para comer y encontró a Alexis entre los lacayos. Cuando sus miradas se encontraron, se dio cuenta de la repentina seriedad en su mirada. Parecía… preocupado por algo.
—Podéis retiraros —ordenó a los demás sirvientes con un gesto de la mano.
Cuando se quedaron solos, se sentó en la mesa y miró a Alex.
—Siéntate, por favor.
Alex dudó un momento antes de obedecer. No se retorcía las manos ni apartaba la vista. Sin duda, se le daba muy bien ocultar sus emociones, pero lo conocía lo suficiente como para saber que algo preocupaba a su amigo. Y no le gustaba.
—Bien, ¿qué ocurre?
Alex suspiró.
—Ha habido un… pequeño incidente.
—¿Con Turner?
El lacayo lo miró sorprendido.
—¿Cómo lo has sabido?
—Parecía que estuviera a punto de caer desmayado al suelo en cuanto me ha visto. ¿Ha hecho algo malo? ¿Es por lo que sucedió ayer?
—No, no es nada de eso, ya está arreglado —dijo Alex con una voz sospechosamente tranquila.
—¿Y? ¿Qué ha pasado?
Su amigo entrecerró los ojos, hasta que finalmente volvió a mirarle.
—Digamos que le he dejado claro a Turner que, a casa de su señor, no se llevan… ciertos placeres.
Abrió los ojos como platos y soltó una risotada que llenó la habitación. Alex, en cambio, no estaba tan divertido.
—¡Vamos, Alex!, no pongas esa cara. La verdad, me esperaba algo peor.
—¿Peor? Vince, la amante de Turner no es ni mucho menos una prostituta, si alguien se entera de que una joven de su posición ha estado sola en tu casa, ella podría aprovechar para…
—He estado en Hyde Park todo el día, Alex, tengo testigos de sobra para corroborar mi coartada, la única perjudicada sería ella al intentar forzarme a un matrimonio cuando no he hecho nada indecente… esta vez.
Alex pareció más tranquilo después de aquello, pero Vincent no había terminado todavía.
—Y ¿quién es la misteriosa amante de Turner?
—Preferiría… que no me obligaras a revelar su nombre.
Se sorprendió ante la petición de su lacayo. Pero no tardó en relajar los hombros, después de todo, Alex siempre había sido de los que protegían a los demás.
—Muy bien, Alex, pero espero que a Turner le quede claro que no quiero encadenarme a ninguna mujer por un descuido suyo, ¿está claro? Si eso sucede, tomaré medidas.
Alex inclinó la cabeza.
—Asumiré toda la responsabilidad, Vince.
Sonrió. Raras veces sonreía de verdad, pero desde que Alex había vuelto se sentía más tranquilo y relajado, era agradable tener a alguien en quien poder confiar plenamente y sin dudar. Tenía la impresión de que el Vincent Lars que se dedicaba a buscar amantes en damas de la alta sociedad y que había sido famoso por innumerables apuestas y varias peleas había desaparecido casi por completo.
Cuando Alex se retiró para continuar con su trabajo y le dedicó una leve sonrisa, no pudo evitar preguntarse si Dios lo habría llevado hasta él para cambiarlo completamente.


Alfred caminó de un lado a otro en la salita este de la mansión. Lord Norfolk se había dado cuenta, estaba seguro. En cuanto Alexis le dijera que había estado con Sylvia lo echaría a la calle, le hablaría a todo el mundo de ellos para que no encontrara trabajo y se viera obligado a mendigar en la calle y moriría de hambre cuando llegara el invierno y…
—Alfred, deja de murmurar o el conde se enterará de los detalles.
Dio un salto cuando escuchó a Alexis a su espalda. Se había sentado en uno de los sillones y una de sus piernas estaba cruzada elegantemente sobre la otra.
—¡Alexis! —Recuperó la compostura y agachó la cabeza—. Enseguida recogeré mis cosas y…
—¿Vas a dejar que te explique lo que le he dicho a nuestro señor?
Inspiró hondo y esperó con la cabeza alta. Si tenía que abandonar la mansión, lo haría con toda la dignidad posible, ya se sentía bastante avergonzado como para tener que soportar las burlas del resto del servicio.
—Le he dicho al conde que estabas con tu amante, y él se ha reído y ha dicho que esperaba algo peor… Pero no quiere que vuelva a pasar, de lo contrario, sí te quedarás en la calle.
Se quedó con la boca abierta. No iban a echarle, podía quedarse en la mansión y seguir con su trabajo…
—¿El conde no ha… preguntado por el nombre de… mi amante?
—Claro que lo ha hecho, pero le he pedido que no me obligue a decírselo y él me ha concedido ese favor.
Miró a aquel lacayo detenidamente. No se parecía a ninguna otra persona que hubiera visto; su piel era muy pálida, tanto que le daría un aspecto frágil de no ser por su figura atlética disimulada por sus ropas, su cabello rubio era tan claro como los rayos de la luna, y sus ojos, de un curioso tono plateado, como si se tratara de nubes de lluvia, parecían los de un cazador. Su aspecto era tan extraño como su actitud, nadie del servicio era lo suficientemente atrevido como para desobedecer las órdenes del conde… pero él tenía agallas.
—¿Por qué no le has dicho la verdad?
Alexis lo miró de esa forma que le ponía el pelo de punta.
—No me gustaría que un buen lacayo como tú acabara mendigando por culpa de una mujer —murmuró mirando a la nada, y pensando en la mujer que lo traicionó.


Una semana más tarde, lejos de allí, un carruaje se detuvo a las puertas de la magnífica mansión de la duquesa de Wellington. De este, una figura envuelta en una capa bajó con el porte que caracteriza a la aristocracia y subió las escaleras hasta llegar a las puertas del ostentoso edificio. Llamó y un lacayo la invitó a pasar al salón este, donde se tomaba el té, a juzgar por el mobiliario.
Se sentó en uno de los sillones y esperó retorciéndose las manos de impaciencia. Había pasado cuatro años buscándole, cuatro años esperando ese día, el día en que por fin volvería a verle y convencerlo para que volviera a su lado. No sería fácil, lo sabía, le hizo mucho daño, pero estaba dispuesta a todo para que la perdonara y todo volviera a ser como antes.
No tuvo que esperar mucho hasta que la duquesa, con su imponente presencia a pesar de que estaba enferma, apareciera por las puertas del salón. Su rostro era severo de por sí, pero se acentuó cuando la reconoció. Era obvio que no se alegraba de verla.
—Lady Wellington —saludó ella con una profunda reverencia. Necesitaba la colaboración de la duquesa a toda costa, necesitaba que lo liberara para que él se fuera con ella.
—Lady Nottingham —le devolvió el saludo secamente—, no puedo decir que sea un placer volver a verla, la verdad es que hoy no me encuentro muy bien.
—No sabe cuánto lamento haber llegado en un momento tan inoportuno —se disculpó ella con suavidad—, pero, puesto que he hecho un viaje tan largo, me gustaría, si es posible, hablar con usted sobre un asunto que es de vital importancia para mí.
Lady Wellington hizo un gesto con la mano para que volviera a sentarse mientras ella se acomodaba en el sillón de enfrente.
—Por favor, dígame lo que necesita con tanta urgencia, estoy muy ocupada.
Contuvo las ganas de contestar de forma desagradable a esa vieja moribunda. No hacía falta ser médico para saber que a esa arpía orgullosa le quedaba poco tiempo de vida; su forma de andar, su dificultad para respirar, todo indicaba que la muerte no tardaría en visitarla.
—En tal caso, iré al grano. He venido a llevarme a Alexis.

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