viernes, 30 de noviembre de 2018

Night


Capítulo 2. Libertad

Vane esperó hasta que oyó la puerta de la habitación de arriba cerrarse, tal y como sospechaba que haría 354. Si estuviera en su lugar, también lo habría hecho. Poner un obstáculo entre él y sus enemigos, por pequeño y ridículo que fuera, reportaba cierta seguridad.
Se sentó en el sillón y se pasó una mano por el pelo, cerrando los ojos y tratando de mantener la calma. Lo que le había contado su invitado superaba todo a lo que se había enfrentado hasta el momento y, si estaba en lo cierto, la situación que tenía entre manos era muy delicada. Por un lado, tendría que tratar con cuidado a 354 para evitar que hiciera daño a nadie o a sí mismo, y por otro… dudaba que pudieran acudir a cualquier tipo de autoridades.
Tras unos minutos en silencio, se levantó y fue a la cocina, separada del salón por una puerta corrediza de cristal opaco, la cual estaba decorada con dibujos de plantas que se enredaban entre sí. Esta era espaciosa, de paredes blancas que combinaban con el banco negro y la estilizada barra de bar donde solía desayunar. Podría haber puesto una mesa y sillas, pero puesto que ya tenía en el salón, prefirió poner algo diferente.
Allí estaban terminando de cenar Max y Ethan, quienes alzaron la cabeza al verlo entrar. Bear y Nocturn fueron tras él; el primero permaneció a su lado mientras que el segundo se tumbó fielmente junto a su dueño.
—Teniendo en cuenta que no he oído gritos o insultos, diría que todo ha ido bien, ¿no? —preguntó Max, sonriente y aliviado.
Vane metió su plato en el microondas y lo puso a calentar antes de apoyarse contra el banco y cruzarse de brazos.
—No confía en nosotros, está confuso y alerta, algo que esperábamos. Sin embargo, estábamos totalmente equivocados con él.
Su hermano frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Antes que nada, escuchad todo lo que me ha contado. —Tanto Max como Ethan asintieron y le miraron en completo silencio—. Su nombre es 354. Al parecer, ha estado encerrado toda su vida en algún lugar y le han estado sometiendo a pruebas constantemente: le dan palizas y después le curan con medicamentos, le hacen luchar contra otros tras administrarle drogas y le obligan a tener sexo con mujeres. Parece que la forma de su nariz no es a consecuencia de una operación estética que salió mal, y tiene colmillos. Además, su sentido del olfato es más agudo que el nuestro; sabía que éramos tres hombres y que había tres perros en la casa.
Cuando terminó de hablar, Max y Ethan ya estaban pálidos como la cera. Su hermano bajó la vista y frunció el ceño ligeramente, pensativo, mientras que el joven doctor se levantó de un salto, casi con brusquedad.
—¿Cómo sabes que no miente? —preguntó este.
—Sus conocimientos sobre el mundo parecen demasiado básicos. Creía que perro y animal eran insultos y bajaba las escaleras con inseguridad. También se refiere a nosotros como humanos.
Ethan perdió el color de la cara.
—Estamos hablando de un sujeto de pruebas, ¿verdad? —dijo Max. Sus facciones tenían ahora un aire sombrío.
El otro hombre se sobresaltó.
—Experimentar con seres humanos es totalmente ilegal.
—Eso no ha evitado que se haya hecho —comentó Vane—. A lo largo de este siglo se ha rumoreado sobre utilizar humanos para crear armas biológicas, pero nunca ha habido pruebas de ello y por tanto nadie lo cree.
Max bufó.
—Tampoco había pruebas de que existieran los campos de concentración, y mira si había en toda Europa.
Recuperado de la impresión, Ethan se puso a pasear por la cocina mientras que Vane sacaba su plato y tomaba asiento en la barra junto a Max.
—Has dicho que usaban drogas tanto para curarle tras una paliza como para obligarle a luchar contra otros, ¿verdad? —recordó Ethan. Vane asintió y su amigo se detuvo, con la vista baja—. Parece que estén creando nuevos medicamentos para acelerar el proceso de recuperación de una persona. Pero lo de drogarlo para que haga daño a alguien… No veo cuál puede ser el fin médico.
—Dudo que lo tenga —comentó Max, apretando los puños—. ¿Has visto lo grande y fuerte que es?, apuesto a que le han estado dando anabolizantes.
Vane miró al doctor con el ceño fruncido.
—¿Es posible que se los hayan estado dando desde pequeño, Ethan?
Este se rascó la nuca e hizo una mueca.
—Es muy peligroso, pero con una pequeña dosis controlada se los podrían haber estado suministrando a partir de los catorce o quince años para que en la etapa de crecimiento desarrolle más masa muscular de forma natural. También le habrán dado mucho calcio y vitaminas para que sus huesos crezcan a la par que sus tejidos. Aun así, es un tratamiento muy complicado y delicado. Un mal cálculo y ese pobre hombre podría haber terminado con una malformación en alguna extremidad o en el torso.
—¿Qué me dices de la forma de su nariz y sus colmillos? Me dijo que los tiene desde que tiene memoria.
Ethan asintió.
—La nariz es perfectamente posible que la tuviera así al nacer; hay personas que quieren tener niños rubios o de ojos azules, algo posible de conseguir modificando las células de los embriones, y lo mismo ocurre con la nariz. En cuanto a los colmillos… No es imposible, pero tampoco se ha intentado. Nadie ha pedido nunca tener un hijo que parezca un vampiro.
—¿Y el sentido del olfato? —preguntó Max esta vez—. Me intriga mucho que haya podido detectarnos a todos los que estamos aquí sin que Vane le diera esa información.
En esta ocasión, el médico se pasó una mano por el pelo.
—Eso supera totalmente mis conocimientos. Si os soy sincero, ya se ha hablado de intentar desarrollar los sentidos humanos, agudizarlos para que sean similares a los de los animales, pero solo hay hipótesis y, desde luego, ninguna lo suficientemente segura como para ponerla en práctica con seres humanos.
—Pues alguien lo ha hecho —reflexionó Max—, y no con buenas intenciones.
Ethan frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Piénsalo un momento, Ethan. Anabolizantes para su desarrollo muscular, colmillos, sentidos agudos… ¿Para qué crees que alguien usaría todo eso en un ser humano?
No tuvo tiempo de pensarlo, ya que Vane respondió por él.
—Es un prototipo militar.
El doctor le miró con ojos horrorizados.
—¿Qué?
—No hay nada que más valore el ejército que hombres grandes y fuertes, con resistencia suficiente para soportar largos combates cuerpo a cuerpo, de ahí que le droguen para que luche con otros, para valorar su fuerza física. Los colmillos son un extra para permitirle desgarrar carne con más facilidad, producir un mayor daño en el adversario. En cuanto al sentido del olfato, una habilidad muy útil para rastrear a un enemigo o localizar al objetivo. Además, esas mismas drogas que utilizan para que pelee con otros se pueden echar fácilmente en el agua del adversario, de modo que esté lo bastante cegado como para atacar a sus propios compañeros. Y en cuanto a los medicamentos para que sane más rápido, una simple droga que serviría con el fin de que los soldados se recuperen en poco tiempo. —Vane hizo una pausa para comer un trozo de carne a la vez que seguía pensando—. Lo único que no entiendo es por qué le obligan a tener sexo con mujeres. No veo qué pueden sacar de ello.
—O bien esos cabrones son morbosos —masculló Max, claramente enfadado—, o tal vez quieren suprimir cualquier sentimiento de compasión en nuestro hombre.
Vane ladeó la cabeza, todavía obligando a su cerebro a encontrar esa pieza que faltaba en toda aquella historia.
—Tal vez. Pero hay algo más que me preocupa.
—¿Más? —gimió Ethan, pálido.
—354 dijo que había más gente como él, hombres y mujeres.
Su hermano también perdió el color de la cara.
—¿Un centro de pruebas? ¿Te ha dicho cuántos puede haber?
—No, y es posible que ni siquiera él lo sepa. Sus captores parecen muy interesados en mantenerlo a él y a los demás en la ignorancia. Cuanto menos sepan, más poder ganan esos hijos de puta, ya que pueden mentirles sin que ellos sospechen. Es la peor situación posible.
Ethan hizo un gesto negativo con la cabeza, incapaz de soportar aquellas teorías.
—Esto no puede quedarse así. Vamos a llamar a la policía y a contarles lo que sabemos —dicho esto, se dirigió al teléfono y empezó a marcar el número, pero Vane se lo arrebató de las manos con facilidad y colgó. Ethan frunció el ceño—. ¿Qué haces?
—No podemos llamar a nadie, Ethan.
El doctor le miró confundido.
—¿Por qué?
Max se levantó lentamente con un suspiro.
—Estamos hablando de sujetos de pruebas con propósitos militares. ¿Quién crees que podría estar subvencionando algo así?
Ethan lo entendió al instante y le lanzó una mirada dubitativa a Vane.
—¿El ejército está detrás de esto?
Él se encogió de hombros.
—Puede que sí o puede que no. No puedo saberlo con seguridad sin colarme en sus cuentas bancarias, pero sí sé decirte lo que ocurrirá con 354 si llamamos a la policía: vendrán un montón de hombres armados que lo pondrán nervioso, él atacará y lastimará a alguien, así que o bien acabará muerto por los disparos o lo inmovilizarán, lo llevarán a un calabozo donde evaluarán su estado mental y lo encerrarán en un psiquiátrico, y eso a menos que las personas que lo mantuvieron cautivo se las apañen para llevarlo de vuelta adonde estaba, cosa que sucederá con seguridad si los altos mandos del ejército están metidos en esto.
Ethan tragó saliva y asintió.
—De acuerdo. Entonces, ¿qué hacemos? Porque creo que debo entender que estamos solos en esto, ¿verdad?
Vane asintió.
—Por ahora, debemos encargarnos de 354. Hay que cuidarlo y protegerlo, demostrarle que no somos un peligro para él y ganarnos su confianza, así puede que nos diga más cosas sobre los otros que están encerrados. En cuanto sepamos más sobre ellos, decidiremos cómo ocuparnos de este asunto. Ahora es demasiado arriesgado y no estamos preparados para nada, mucho menos para un rescate a gran escala si hay mucha gente encerrada. Habrá que esperar.
Max hizo un gesto afirmativo, mostrando su acuerdo.
—¿Has pensado ya en algo?
—Podríamos llevar mañana a 354 al exterior, así verá que no es nuestra intención mantenerlo cautivo aquí. También podemos mostrarle la casa para que sepa dónde se encuentra y pueda ir por ella sin miedo —dicho esto, se masajeó una sien y siguió comiendo—. Dejémoslo así por ahora. Necesito comer y pensar en esto con calma para saber en qué diablos nos hemos metido.


En su habitación, 354 escuchaba cada palabra que intercambiaban los humanos con suma atención. No había sido su intención espiarlos, al menos no al principio. Había visto que no le habían ocultado la visión del otro lado del cristal, esa oscuridad iluminada por cientos de luces que le mostraban aquellas cosas gigantescas cubiertas por un manto verde que sostenían cientos de palos. Así que se había tumbado frente a la pared de cristal con Sam a su lado, la cual también se recostó en el suelo y permitió que la acariciara.
Entonces, había oído las voces de los tres hombres que había en la casa. Le sorprendió bastante que no hubieran ido a algún lugar donde su aguda audición no pudiera detectarlos; todos los humanos sabían que sus sentidos eran mucho más agudos que los suyos, de modo que los médicos siempre habían procurado mantenerse alejados para que desconocieran sus planes… tal y como Vane había señalado.
Pero, a pesar de su confusión en ese aspecto, había estado alerta y escuchado toda la conversación. Gran parte de ella no había podido entenderla, algo muy frustrante, pero le pareció que los humanos estaban enfadados con los médicos que los encerraron y preocupados por su gente. Al menos, esa fue su primera impresión… Al instante siguiente, pensó que tal vez estaban aprovechando su oído para que les escuchara hablar y pensara que estaban de su parte, así, confiaría en ellos y les daría lo que querían.
Las dudas que asaltaban sus pensamientos le frustraron, haciéndole gruñir con fuerza y sobresaltando a Sam, que se había quedado medio dormida. La acarició para calmarla y luego se dirigió a la cama, con la esperanza de que después de dormir, cuando vinieran a despertarlo, entendería mejor aquella confusa situación.
Se sentó en el colchón, agradecido de que fuera más blando que el de su otra celda y tuviera mantas suaves y calientes. Miró a Sam y dio unas palmaditas a su lado, invitándola a subir. Esta obedeció de un salto y lo observó hasta que se tumbó. Solo entonces, apoyó la cabeza entre las patas y cerró los ojos.
Decidió imitarla y trató de conciliar el sueño. Estaba deseoso de que los sedantes desaparecieran de su cuerpo y quería descansar antes de lidiar con las pruebas que probablemente le harían al día siguiente.
Tras bajar los párpados, deseó que Vane hubiera dicho la verdad y solo quisiera ayudarle a él y a su gente. Sin embargo, sabía que cuando volviera a abrir los ojos estaría en su jaula, encadenado y obligado a luchar un poco más por su vida y la de alguno de sus compañeros, o por la de una pobre hembra que le llevarían para que criara con él.


Una brillante y molesta luz hizo que soltara un gruñido mientras se despertaba. Los médicos estaban iluminando su celda para despertarlo, anunciando que había llegado el momento de continuar con las pruebas. Furioso con los humanos, abrió los ojos y se preparó para mostrarles los colmillos en ademán amenazador. Pero no estaba en su celda, ni tampoco llevaba aquella cadena que enganchaban a su muñeca para sacarle el brazo fuera de los barrotes cuando querían extraerle sangre.
Seguía en aquella extraña habitación, totalmente suelto, vestido y con Sam a sus pies, durmiendo. Nadie le había encerrado ni atado.
Confuso por estar todavía libre, se sentó en la cama. No sintió mareos o dolor de cabeza, y ya no notaba su cuerpo tan entumecido. Los efectos de los sedantes parecían haber desaparecido; flexionó los músculos y movió los dedos de las manos para comprobarlo. Sí, estaba recuperado pero, entonces, ¿por qué seguía sin restricciones?
Miró hacia atrás, buscando las luces que le habían despertado y que provenían de la pared de cristal. Se le secó la boca al darse cuenta de que la visión había cambiado. Ya no había oscuridad, todo estaba iluminado por una enorme luz en lo alto que cegaba sus ojos. Las cosas gigantescas que veía a lo lejos tenían ahora un claro color marrón con algunas zonas verdes, y los palos ya no sostenían un manto verdoso, sino de colores rojos y amarillos muy brillantes, haciendo que se quedara observándolos, maravillado.
Aquella visión le gustó tanto como la anterior, especialmente por los colores. En su celda, mirara adonde mirara, todo era blanco o gris, excepto por la tonalidad de pelo u ojos de su gente o de los humanos. Allí, en cambio, había colores que nunca había visto antes, y lo mejor era que estaban repartidos por todas partes.
El bostezo de Sam le sobresaltó. La perra se estiró perezosamente antes de bajar del colchón y arañar la puerta. 354 la observó fijamente. Esos machos humanos no le habían devuelto a su celda ni le habían encadenado, pero tal vez sí le habían encerrado.
Solo había un modo de comprobarlo. Se acercó y giró el pomo, que cedió con facilidad. Sam se coló por la abertura con rapidez, abriendo en el proceso la puerta del todo. Él se quedó asombrado, no entendía por qué Vane le dejaba suelto cuando los sedantes ya no le hacían efecto y podía matarlo en cualquier momento.
Sin estar seguro de qué pensar, salió de su habitación y se encaminó hacia las escaleras. Esta vez, las bajó con más confianza, pero se agarró de todos modos a la barra que había junto a esta por si acaso. Llegó a la misma sala donde había hablado con Vane unas horas antes, solo que esta vez estaba bien iluminada, su pared de cristal tenía una visión bastante parecida a la que él tenía desde su nueva celda.
No había nadie allí, pero sí en una habitación contigua. Inseguro, se acercó lentamente hasta quedar a pocos metros de distancia y se asomó al mismo tiempo que olisqueaba para analizar la situación. Percibió diferentes olores, reconociendo en primer lugar el de Vane, los perros y el de uno de los machos humanos, y después el de algo desconocido, pero que hizo que le rugiera el estómago. Intuyó que era comida, aunque no creía que fuera para él.
Se acercó unos pasos más, los suficientes para ver a Vane y al otro hombre junto a un banco, manejando unos objetos negros y extraños, de los cuales provenía el olor de la comida. Los tres perros estaban sentados frente a ellos, con las orejas levantadas y moviendo esa cosa larga que tenían en el trasero.
De repente, Vane se giró y se fijó en él. Esperó a detectar el miedo en sus ojos, pero tan solo le dedicó una pequeña sonrisa que parecía querer que se sintiera seguro. A decir verdad, aún no sabía qué pensar, no había esperado que le dejaran suelto cuando los sedantes desaparecieran de su sistema.
—Buenos días —le dijo y señaló el objeto que tenía en la mano—, ¿te apetece desayunar conmigo y con Max?
354 observó al otro hombre. Este se asomó por el hombro de Vane y le dedicó una enorme sonrisa alegre que le dejó con la boca abierta. Los humanos no le sonreían de ese modo, como si estuvieran genuinamente contentos de verle, pero ese tal Max lo hacía.
No era tan alto como Vane ni tampoco parecía tan fuerte, pero se percató de que, a pesar de su cuerpo delgado, los músculos se delineaban ligeramente bajo su ropa, indicando que no era tan débil como podría parecer. Tenía la misma tonalidad de piel que el otro macho, al igual que los ojos azules, y le llamó mucho la atención que ambos tuvieran caras parecidas, aunque la del tal Max parecía más suave. Su cabello era rubio brillante, le recordaba a esa enorme luz que había visto en lo alto poco antes en su habitación.
—Buenos días —repitió este, aún sonriéndole—, yo soy Max y es un placer conocerte —y dicho esto, se concentró de nuevo en esa extraña cosa negra que ambos sostenían.
Él frunció el ceño, sin entender.
—¿Qué significa días? ¿Y qué tiene de bueno? ¿Qué quieres decir con desayunar?
Fue Vane quien le respondió señalando una de las paredes, donde había un trozo de cristal con barrotes cruzados. Por ahí entraba la luz y se veían palos altos y de color marrón claro.
—Has visto esa luz brillante en tu habitación, ¿verdad?, la que lo ilumina todo.
—Sí.
—Se llama sol. Cuando sale el sol, es de día, y cuando todo está oscuro y ves una tenue luz blanca, es de noche. El lugar donde se encuentran, allá arriba, lo llamamos cielo.
354 asintió, tratando de recordarlo todo.
—¿Y por qué es un buen día?
Vane se encogió de hombros.
—No es ni bueno ni malo, en realidad. Buenos días es una forma educada de saludar a alguien.
Ladeó la cabeza, intrigado con las palabras nuevas.
—¿Educada?
Por un momento, temió que demasiadas preguntas agobiaran a Vane y se negara a explicárselo. Hasta ahora, había accedido a responder a su curiosidad y no quería que eso cambiara. Afortunadamente, este contestó con calma, sin dar indicios de que estaba enfadado. Cuando estaba en su celda, los médicos gritaban cuando hacía demasiadas preguntas o le costaba entender lo que le decían.
Ser educado significa tratar con respeto a alguien.
Eso le sorprendió.
—¿Tú me estás tratando con respeto?
—Sí.
No supo cómo reaccionar ante eso. Era probable que le estuviera mintiendo y lo sabía, pero le resultaba muy difícil recordarlo cuando todo lo que hacía ese humano carecía de sentido para él.
—¿Por qué? —se atrevió a preguntar tras un momento de duda.
Vane movió a un lado la cabeza. Su forma de hacerlo y su expresión le dijeron que estaba buscando un modo de responder.
—No has hecho nada como para que quiera tratarte mal —dicho esto, sacudió la cabeza—. No me has atacado y has actuado bien conmigo, así que lo normal es que yo haga lo mismo contigo.
Sus palabras hicieron que comprendiera un poco. Para asegurarse, preguntó:
—¿Quieres decir que eres bueno conmigo porque no he intentado matarte?
Vane sonrió un poco, parecía divertirle su expresión.
—Sí, creo que podría decirse así.
—Entonces, si no intento matar a nadie, ¿los guardias dejarán libre a mi gente?
El rostro del macho humano cambió, como si le entristeciera. Miró un momento a Max y le pidió que terminara el desayuno antes de alejarse del banco de la sala y acercarse un paso. 354 no retrocedió esta vez. Quería creer que Vane era un buen humano y que dejaría salir a su gente si hacía lo que le decía.
—Escucha, 354. Yo no soy uno de los hombres que ha encerrado a tu gente. No sabía nada de vosotros hasta ayer, cuando hablamos. Quiero ayudarte, y quiero ayudar a tus amigos también. Pero necesito algo de tiempo, hay cosas que aún no sé sobre vosotros, ¿lo entiendes?
—Creo que sí —respondió con reticencia. Todavía no sabía si confiar en él o no, el hecho de no ver a ninguno de los suyos cerca y estar en un lugar completamente distinto le tenía preocupado. Sin embargo, por ahora se conformaba con aprender más sobre esos extraños humanos que, por el momento, le estaban tratando mucho mejor de lo que esperaba—. ¿Eso significa que no vais a encerrarme ni a atarme?
—Exacto —dijo Vane, sonriendo un poco.
—¿No habrá drogas ni pruebas? —Quería estar seguro.
—Nadie te hará daño aquí.
Con eso estaba satisfecho. Sin embargo, para estar seguro de que cumpliría su palabra, preguntó:
—¿Puedo comer algo? Tengo hambre.
Una vez más, Vane le sorprendió dedicándole una amable sonrisa.
—Claro. Por favor, siéntate y te traeré el desayuno.
Lo vio alejarse, de vuelta al banco de donde provenía el olor de la comida. Una vez allí, se atrevió a entrar en la nueva estancia. Era blanca, pero no le causó el disgusto que le producían las salas a las que solían conducirlo los médicos, tal vez porque combinaba con un negro brillante y tenía una barra con asientos extraños. Curioso, se dirigió hacia allí y se sentó. Le sorprendió que la silla pudiera moverse hasta el punto de dar una vuelta entera sin necesidad de tocar el suelo con los pies.
La risa de uno de los hombres le sorprendió y observó a Max, quien llevaba tres platos de comida en las manos.
—Es divertido, ¿verdad? Yo me paso un buen rato haciéndolo —dicho esto, dejó los platos en un rincón, adonde se dirigieron los perros. Al ver que comían, la curiosidad lo picó.
—¿Qué comen?
—Pienso mezclado con albóndigas. —Max debió de entender por su expresión desconcertada que no había entendido nada, teniendo en cuenta que volvió a explicárselo—. ¿Sabes lo que es una bola? —Él asintió—. Bien, pues el pienso son unas pequeñas bolitas que les dan energía, y que son buenas para su cuerpo. Las albóndigas son bolas de carne más grandes, se las ponemos porque les gusta su sabor.
354 ladeó la cabeza.
—¿Les dais cosas que les gustan?
—Sí. —Max se sentó al otro lado de donde él estaba, pero un poco alejado, respetando su espacio. Agradeció que el humano comprendiera que no lo quería muy cerca de él—. ¿A ti te gusta algo en particular? Puedes pedirlo, tenemos casi de todo y lo que no, podemos conseguirlo.
Su pregunta le hizo fruncir el ceño. Los guardias siempre le habían alimentado con agua y cuatro filetes de carne. Estos estaban cubiertos de sangre y tenían un sabor metálico, desagradable, pero era lo único que le habían dado.
—No lo sé, siempre como lo mismo.
La mirada de Max parecía compasiva, un sentimiento que se le antojaba extraño en un humano. Vane, por otro lado, se había girado y le observaba con la frente arrugada.
—¿Qué comías?
—Carne. Mucha carne.
—¿Puedes describirla?
—Es de un color extraño, entre blanco y rojo muy claro. Sale sangre cuando la muerdo y cuesta masticarla.
La expresión de Vane le dijo que estaba enfadado. Sin embargo, no comprendía qué había hecho mal, solo había respondido a sus preguntas.
—Te han estado dando carne cruda —comentó antes de mover la cabeza a un lado y a otro—. No te han estado alimentando bien.
—¿Qué significa eso? —preguntó con irritación. Empezaba a cansarse de no entender sus palabras.
Max fue quien se lo explicó pacientemente.
—Te han estado dando un solo tipo de comida. Hay más cosas aparte de la carne que se pueden comer.
Eso sí despertó su interés. Recordó que anoche había comido carne, pero tenía mucho mejor sabor y no estaba impregnada de sangre. Además, también le habían puesto esa cosa blanca con la que la había mezclado. Había sido una buena comida.
—¿Qué otras cosas se pueden comer?
—Hay demasiadas como para decírtelas ahora mismo —respondió Vane a la vez que traía tres platos en las manos y los dejaba en la mesa. Uno de estos terminó delante de él—, pero podemos empezar por tu desayuno. Irás aprendiendo a medida que vayamos comiendo.
354 contempló su comida con curiosidad. Había una masa blanca y amarilla, cuatro tiras de carne de color rojo oscuro muy brillante y dos cosas cuadradas de un tono marrón claro. Vane le trajo también un recipiente con un líquido de un color extraño.
—¿Qué es cada cosa?
Max se lo explicó a la vez que le señalaba los diferentes ingredientes.
—Esto son tostadas, las puedes mezclar con el beicon y el huevo revuelto, así es como nosotros lo hacemos. Y para beber tienes zumo de naranja. Es muy bueno para el cuerpo.
Él asintió.
—¿Esto es un desayuno?
—En realidad, un desayuno es la primera comida del día —respondió Vane—. Puede ser esto o puede ser otra cosa. Iremos haciendo cosas distintas cada día para que las pruebes. Habrá algunas que te gustarán y otras que no, cada persona tiene un gusto diferente.
Agradeció que esta vez lo hubiera entendido todo. Quiso sentirse del mismo modo cuando Vane dijo que dejaría que probara cosas diferentes, pero aún era pronto para decirlo. Solo el tiempo le diría si podía confiar o no en esos humanos.
—Está bien —accedió.
Max le tendió entonces unos objetos. Al darse cuenta de que no iba a cogerlos mientras los sostuviera, los dejó en la mesa y permitió que los tomara por su cuenta. No eran mucho más grandes que sus manos y estaban hechos de metal, uno de ellos parecía un diminuto cuchillo, mientras que el otro tenía un extremo que terminaba en cuatro largas puntas.
—¿Qué es esto?
—Son cubiertos —le explicó Vane a la vez que le mostraba los suyos—. Las personas los usamos para comer.
—¿No coméis con las manos? —Su gente lo hacía, pero no estaba seguro respecto a los humanos, nunca los había visto comiendo.
—Algunas cosas sí, y otras no, normalmente usamos los cubiertos para cortar la comida y llevárnosla a la boca —dicho esto, le mostró cómo lo hacía—. ¿Lo ves? Pinchas con el tenedor, cortas con el cuchillo y a comer. Es bastante sencillo.
A continuación, 354 observó cómo comían Vane y Max. Ambos cogieron una tostada y usaron el tenedor para echarse encima la mitad del huevo revuelto y dos tiras de beicon. Después, dejaron el cubierto en la mesa y comieron con una mano.
Él los imitó mientras Max y Vane comían. Le gustó que no parecieran estar muy pendientes de lo que hacía, le daba cierta seguridad que no vigilaran cada uno de sus movimientos. Una vez hubo preparado su tostada, se la llevó a la boca y saboreó la nueva comida con curiosidad. Fue una agradable sorpresa encontrar el desayuno tan bueno como lo que le había dado Vane horas antes. El beicon era sabroso, y combinaba muy bien con el jugoso huevo revuelto. La tostada era dura, pero resultaba muy sencillo de masticar ya que cedía fácilmente a la presión de sus dientes, y el sabor tampoco era especialmente malo.
—Está bueno —comentó tras tragar.
Los dos humanos le miraron y sonrieron.
—Nos alegra que te guste —dijo Vane.
354 siguió comiendo casi con voracidad. Los humanos tardaban más tiempo en alimentar a su gente, querían que estuvieran lo suficientemente débiles como para no poder resistirse demasiado a las pruebas. A veces, cuando los castigaban, se negaban a darles comida durante un tiempo.
Cuando terminó, con el estómago satisfecho, Max retiró los platos y los metió debajo de una especie de manguera pequeña de metal, de la cual salió agua. Observó con curiosidad cómo limpiaba los platos hasta que Vane llamó su atención.
—¿Te has quedado con hambre? —le preguntó.
—Estoy bien. —Y era verdad. Una vez más, su vientre estaba saciado y no necesitaba más comida de momento.
—Entonces, ¿te gustaría salir fuera?
Su pregunta hizo que frunciera el ceño, sin comprender.
—¿Fuera?
En vez de responder, Vane le señaló el trozo de cristal por el cual se veían los palos. Al entender lo que quería decir, abrió los ojos como platos.
—¿Quieres dejarme salir?
Que él asintiera le produjo un nudo en el pecho.
—Queremos enseñarte cómo es el exterior. Dijiste que habías estado encerrado toda tu vida y nos gustaría mostrarte cómo es el mundo en el que vives.
354 se levantó de un salto.
—¿Puedo salir ahora?
—¡Espera! —exclamó Max, dejando lo que estaba haciendo y saliendo corriendo de la estancia. Volvió a los pocos segundos con un montón de ropa en la mano y unas zapatillas—. Toma, ponte esto.
Él miró la ropa con el ceño fruncido. Le estaban dando prendas humanas otra vez, no lo entendía.
—¿Por qué?
—Fuera hace frío, con esto estarás abrigado.
Aceptó la ropa y la dejó encima de la mesa. Se quitó la camiseta y la dejó a un lado antes de disponerse a bajarse los pantalones…
—¡Para! —gritaron los humanos. Él los miró confundido. Le contemplaban con los ojos muy abiertos y las mejillas de color rojo. Eso le llamó mucho la atención, pero estaba confuso. Le decían que se cambiara de ropa, pero no querían que se desnudara para hacerlo.
—¿Qué pasa?
—Esto… —empezó Max, pero se calló al instante y buscó a Vane con la mirada, quien parecía no saber hacia dónde poner los ojos.
—No es necesario que te cambies delante de nosotros, puedes ir a tu habitación.
—¿Por qué?
Esta vez, el macho le miró con el ceño fruncido.
—Cuando estabas encerrado ¿os cambiabais delante de otras personas?
—No, siempre íbamos desnudos.
Su respuesta hizo que los dos hombres le miraran boquiabiertos. Él retrocedió un paso, sin saber qué hacer.
—¿Qué?
—Ni siquiera les daban ropa —masculló Max, cruzándose de brazos. Supo que estaba enfadado por la forma en que sus ojos se estrecharon y sus labios se apretaron.
Vane parecía más calmado, pero la furia era visible en sus ojos. Lo vio inspirar hondo, algo que hacía su gente cuando tenía que reprimir su ira.
—Normalmente la gente no va desnuda, llevamos prendas de vestir. Es muy raro que nos veamos los unos a los otros sin ellas, tendrías que tener mucha confianza con alguien para ir sin ropa delante de él. Tú no nos conoces, así que no tienes por qué mostrarnos tu cuerpo.
Lo había entendido, aunque no estaba seguro de por qué los humanos no querían estar desnudos.
—¿Por qué no queréis que otros os vean sin ropa?
—Nos da vergüenza.
—¿Qué es eso?
—No sentirse cómodo con algo. A las personas les incomoda estar desnudas en presencia de otras personas, sobre todo si no las conocen. Se sienten más expuestas.
354 bajó la vista. Recordaba que él se había sentido así continuamente en su celda, cuando los ojos inquisitivos de los médicos observaban su cuerpo desnudo de arriba abajo. Sin embargo, con Vane y Max no se había sentido de aquel modo. No confiaba en ellos, pero no le miraban como si le estuviesen evaluando para la siguiente prueba de cría o quisiesen abusar de su cuerpo. Llevar ropa puesta le ayudaba también, se dio cuenta de eso en ese instante.
Asintió bruscamente y cogió su ropa.
—Voy a la habitación a cambiarme —y se fue. Esperó que uno de los dos le siguiera para vigilarlo o quedar apostado junto a su puerta, pero no lo hicieron. Se quedaron en aquella estancia, terminando de limpiar sus platos y los de los perros.
En su habitación, se desnudó rápidamente y se puso la ropa, consistente en unos pantalones elásticos y holgados, bastante cómodos, una camiseta de manga larga que le venía un poco ajustada, y otra camiseta parecida, solo que más gruesa y que se abría por la mitad. El conjunto era de un tono azul muy oscuro, casi negro, y su textura no era tan suave como las matas, pero era agradable y cálida, así que no se quejó.
Cuando terminó, bajó a la gran sala, donde Vane y Max le esperaban. No se había dado cuenta hasta entonces de que su ropa era muy parecida a la suya, solo que la del primero era oscura y la del otro de un azul más claro. Bear y Nocturn correteaban a su alrededor, a punto de dar saltos, mientras que a Sam le estaban poniendo una cuerda alrededor del cuello. Esa imagen le congeló.
—¿Qué estáis haciendo? —gruñó, poniendo las manos en forma de garras y mostrando los colmillos—. ¿Por qué la estáis atando? ¿Qué vais a hacerle?
Ambos se sobresaltaron al ver su postura. Aún no olía su miedo, pero harían bien en tenerlo. No dejaría que le hicieran daño a Sam.
Vane levantó las manos para calmarlo y se interpuso entre Max y él, tapando a la perra. Él gruñó más fuerte y centró su atención en el macho a regañadientes, no quería perder de vista a Sam por si intentaban alejarla de él.
—Cálmate, 354, solo queremos sacarla fuera.
Eso no tenía sentido, pero decidió no atacar todavía. Los perros estaban sanos, no les habían maltratado hasta ahora, así que tal vez había otro motivo. Dejó de gruñir y ocultó los colmillos, sin embargo, no abandonó su posición de ataque.
—No es necesario atarla.
La mirada de Vane parecía triste.
—Ella no saldrá a menos que la saquemos.
—Si quiere quedarse, no deberíais obligarla a salir.
—No lo entiendes, 354 —intervino Max—. Sam necesita hacer ejercicio, andar y correr, o se le atrofiarán las patas.
Retrocedió un poco al escuchar las palabras, desconocidas para él. Gruñó, frustrado por no entender.
—¿Atrofiar? ¿Patas?
—Las patas de los perros son como nuestras piernas, lo que usamos para caminar —dicho esto, le lanzó a Sam una mirada llena de pena—. Si no se mueve, se le paralizarán y no podrá volver a usarlas.
Él palideció. A veces, las palizas que les daban los guardias eran tan brutales que algunos machos y hembras no habían podido volver a usar un brazo o una pierna. Poco después de aquello, desaparecían. Se los llevaban de su celda y no volvían a verlos. Sabía que se deshacían de ellos porque ya no les eran útiles en las pruebas.
—¿Les pasa eso a todos los perros? —nada más preguntarlo, dirigió su vista hacia Bear y Nocturn. Sin embargo, ellos no dejaban de moverse alrededor de los humanos, parecían estar bien.
—No —contestó Vane—, Sam hace tiempo que no se encuentra bien.
Eso lo sobresaltó. La había olido antes, se había asegurado de que no estaba enferma o herida, pero podría haber estado demasiado débil por los sedantes y no haberse dado cuenta.
—¿Está enferma?
—No —respondió Max esta vez, mirando hacia abajo—. Perdió a un buen amigo.
354 supo lo que eso significaba. 311, un macho con el que había convivido, se negó a comer o a moverse cuando los médicos mataron a su compañera durante las pruebas que les hacían a sus mujeres. Tanto él como los otros machos trataron de animarlo a seguir luchando por su vida, pero fue inútil. Los compañeros tenían un vínculo muy fuerte, los hombres eran especialmente dependientes de sus hembras, se volvían locos si no tenían su olor en su cuerpo o simplemente no las veían durante un tiempo. Cuando ellas morían, sus compañeros tendían a seguirlas. 311 se reunió con su querida hembra cuando los médicos decidieron que ya no les era de utilidad y le pegaron un tiro en la cabeza. 311 solo trató de defenderse para matar a todos los responsables de la muerte de su compañera que pudiera.
—Yo sé lo duro que es eso —dijo él, sorprendiendo a los dos humanos. Tras unos segundos de duda, se acercó a Sam. Detestó estar tan cerca de ellos, pero quería que ella luchara por vivir. Se arrodilló frente a la perra y le acarició la cabeza. Ni Vane ni Max le detuvieron—. Tu compañero no querría esto para ti, Sam, yo no lo habría querido para mi hembra. Habría deseado que ella sobreviviera, y que algún día escapara de su celda y fuera feliz en alguna parte lejos de los humanos. Tienes que vivir por él.
Sam gimió suavemente y le lamió la cara. 354 le tocó la cabeza con cariño y le quitó la cuerda. Le alegró ver que no estaba muy apretada, lo que le confirmó que no querían hacerle daño. En cuanto estuvo libre, la perra lo miró un momento y se dirigió a la puerta. Cuando la arañó, escuchó que Vane y Max jadeaban. Al mirarlos, vio que la observaban con los ojos muy abiertos.
—Vane, está pidiendo salir.
—Vamos.
Se apresuró a abrir la puerta y dejar que Sam saliera. Al instante, Bear y Nocturn la siguieron. 354 también se acercó adonde estaban, un poco más cerca de los humanos de lo que le habría gustado, pero quería saber qué hacía Sam.
Estaba sobre un suelo de colores rojizos, trotando delante de unas escaleras que conducían a la puerta donde se encontraba con los hombres. Bear y Nocturn se le unieron y dieron unas cuantas vueltas juntos mientras se lamían los unos a los otros. Entonces, Sam saltó sobre Bear y le dio con una pata.
Él estaba listo para detener la pelea, pero se detuvo en seco cuando escuchó que Max exclamaba:
—¡Está jugando!
—Es increíble, puede que lo supere —dijo Vane con una sonrisa aliviada en el rostro. De repente, se giró y le miró. No le gustó estar tan cerca de él, a un paso, y tenía pensado retroceder hasta que el macho le dijo algo que ningún humano le había dicho jamás—. Gracias.
No supo qué hacer o cómo responder. Estaba confuso porque Vane sintiera gratitud hacia él.
—¿Por qué?
—Sam es importante para mí. Llevaba mucho tiempo deprimida y ya había abandonado la esperanza de que se recuperara. Tú la has ayudado. No sé cómo lo has hecho, pero te lo agradezco.
Él bajó la cabeza.
—No lo he hecho por ti. Quería ayudarla.
—No me importa que no lo hayas hecho por mí, me importa que ella esté bien y tú lo has hecho posible. Gracias.
Sintiéndose un tanto incómodo, inclinó la cabeza y observó el exterior. Los palos estaban allá adonde mirara, y sostenían lo mismo que había en el suelo, unas cosas finas y pequeñas de vivos colores rojos y castaños, incluso amarillos y otros que nunca había visto. No vio paredes que le mantuvieran encerrado, y el cielo no le pareció un techo, puesto que era tan alto que no parecía tener fin. El aire fresco inundó sus pulmones, una sensación maravillosa, junto a otros olores desconocidos y agradables que despertaron su curiosidad.
Fue algo extraño y hermoso a la vez. El hecho de estar en un lugar del que no sabía nada le asustaba un poco, pero no había nada que pudiera impedirle correr o saltar. Pensar en ello hizo que su corazón se acelerara. Siempre había deseado poder hacer una de las dos cosas hasta cansarse, algo que en su reducida celda era imposible. Allí tan solo había podido hacer algunos ejercicios para fortalecer sus músculos o golpear los barrotes hasta doblarlos para aumentar su fuerza.
—Estás deseando correr.
Se sobresaltó al escuchar a Max. Este le sonreía alegremente, pero eso no le tranquilizaba. No le gustaba que hubiera sabido lo que pensaba.
—Conozco esa mirada en tu rostro, la he visto en mí mismo. A mí me encanta correr —dicho esto, le tendió unas zapatillas con unos calcetines—. Póntelos.
Él frunció el ceño.
—¿Para qué?
—Sirven para protegerte los pies, así no te harás daño con las piedras.
—¿Qué son las piedras?
Antes de que Max pudiera responder, Vane fue hacia las escaleras y las saltó ágilmente para terminar en el suelo. Por un momento, sus movimientos fluidos lo dejaron perplejo, no imaginaba que pudiera deslizarse de ese modo, le recordaba a los pocos machos felinos que había visto. Rebuscó algo en el suelo y después le mostró lo que había cogido. Era un objeto sin una forma concreta, y parecía muy duro.
—Esto es una piedra. Hay de todos los tamaños, y son muy molestas si te las clavas con los pies descalzos. —Dejó la piedra de nuevo en su lugar y colocó una de sus zapatillas sobre ella antes de pisarla. Esta no cedió, tan solo se movió un poco—. ¿Ves?, con las deportivas puestas no me hago daño.
Después de su demostración, accedió a ponérselas. Fue tan fácil como vestirse hasta que se fijó en las pequeñas cuerdas que tenía. Intuyó que servían para ajustar las zapatillas a sus pies, pero no supo cómo hacerlo.
—Puedo hacerlo yo, si quieres —se ofreció Vane.
Él le lanzó una mirada de advertencia. Ya se había permitido tener demasiada cercanía con los humanos, no necesitaba más. Aun así, Vane insistió.
—Por favor, no quiero que te tropieces con algo por no tener bien las zapatillas.
Sus palabras le hicieron dudar. Tampoco le hacía gracia caerse al suelo y hacerse daño. Las piedras parecían ser muy dolorosas.
—Está bien.
Se sentó en las escaleras, estiró las piernas y echó el cuerpo hacia atrás, intentando poner la mayor distancia posible entre ellos. Vane se acercó despacio y con cautela, aunque no olió su miedo ni tampoco lo vio en su expresión. Lentamente, se detuvo frente a sus pies y se arrodilló. No le miró en ningún momento, se limitó a hacerle un nudo en los cordones con rapidez. Eso le ayudó a relajarse un poco.
Ahora que lo pensaba, nunca había estado tan cerca de un humano sin que hubiera violencia de por medio. Decidió aprovechar la situación para analizar a Vane. Su rostro parecía muy diferente al suyo, sobretodo por la forma de su nariz y sus facciones, menos duras que la mayoría de los machos de su especie. No le había parecido una gran amenaza, ya que los guardias que le vigilaban eran más grandes y robustos que él, pero tras ver su forma de moverse ya no estaba tan seguro. Tenía piernas largas y atléticas, torso fuerte y brazos cuyos músculos se tensaban cuando los movía. Pero lo que más le fascinaba era su pelo.
Nunca había visto el cabello tan de cerca, a escasos centímetros, ni siquiera en su gente. Los técnicos les rapaban la cabeza en cuanto les crecía un poco, aunque nunca había estado seguro de por qué lo hacían. Siempre había deseado poder dejárselo largo, quería saber qué se sentía al tenerlo sobre su piel. El de Vane parecía suave y agradable al tacto, quería tocarlo.
Justo en ese momento, él terminó de atarle las cuerdas de las zapatillas.
—Bueno, esto ya está. ¿Te lo he apretado mucho?
—No, no duele. —Y era cierto, le sorprendió que no hubiera aprovechado la ocasión de hacerle daño, a pesar de que le había dado su palabra de que nadie trataría de herirle. Cuando vio que se levantaba, lo detuvo antes de pensar—. Vane.
—¿Sí?
Se mordió la lengua al instante. Era incómodo pedirle algo así a un humano; en una situación normal, le abofetearían por ello. Pero Vane no había actuado como los demás hasta el momento.
Al ver su indecisión, el macho le sonrió levemente.
—No tengas reparos en pedir cualquier cosa. Max y yo estamos aquí para ayudarte en lo que necesites.
Sus palabras le relajaron un poco. Miró un instante su cabello y después sus ojos.
—¿Puedo tocarte el pelo?
Su pregunta sorprendió a los dos hombres. Max abrió mucho los ojos, mientras que Vane frunció el ceño. No parecía enfadado, sino más bien confundido.
—¿Por qué?
—Siento curiosidad —dicho esto, se pasó una mano por su cabeza rapada. Pinchaba un poco, signo de que su pelo estaba volviendo a crecer—. Siempre he querido tocar el cabello, a mi gente se lo cortan continuamente.
Los dos hombres se miraron extrañados. O bien fingían muy bien no entender lo que decía, o tal vez era cierto que no sabían nada de su gente. A veces traían humanos que no sabían nada sobre ellos, pero la siguiente vez que los había visto, ya conocían las diferentes formas de mantenerlos alejados, que no debían soltarlos a menos que estuvieran fuertemente drogados y todas las pruebas que tenían que hacerles. La gran mayoría actuaban con miedo. Esos eran bastante dóciles, procuraban no hacerles enfadar a menos que los médicos lo ordenaran. Pero otros eran crueles, les divertía causarles dolor o abusar de sus hembras, unos cuantos sentían placer al violar a los hombres, aunque era mucho más difícil ya que los machos de su especie eran más grandes y fuertes.
—¿Por qué os lo cortan? —preguntó Max.
Él se encogió de hombros.
—No lo sé.
Este parecía querer decir algo más, pero Vane le detuvo y le dedicó una mirada que no supo interpretar. Al cabo de unos segundos, su atención se desvió a él. Una sonrisa se asomó a sus labios.
—No me importa que me toques el pelo, solamente ten cuidado de no tirar fuerte de los mechones. —Y sin más, se arrodilló y agachó la cabeza, permitiendo así que saciara su curiosidad.
354 no supo cómo empezar. Por instinto, acercó su rostro a la mata de cabello y olfateó. El olor que desprendía Vane era agradable, no apestaba a esos desagradables productos químicos como los técnicos, ni a sudor como los guardias. En realidad, era un aroma embriagador, lo inducía a hundir la nariz entre sus mechones hasta que su olor se mezclara con el suyo.
Confuso por ese pensamiento, se apartó y lo observó, inseguro. Siempre que había hecho contacto con un humano, había habido dolor de por medio. Normalmente, prefería permanecer lejos de su alcance. Sin embargo, se descubrió a sí mismo levantando la mano hasta colocarla sobre la cabeza de Vane. No hubo ningún golpe desprevenido por atreverse a tocarlo, ni ninguna inyección por la espalda. Simplemente, se quedó quieto.
Agradecido, exploró su cabello. Era muy suave, le gustó su textura y el modo en que sus dedos pasaban sin dificultad entre los mechones, que se ondulaban de nuevo tras su paso. Con la otra mano, se tocó su cabeza rapada, y anheló tener un pelo así.
—Tu cabello es hermoso.
Le pareció que Vane sonreía.
—Gracias, eres muy amable.
Por un instante, esa palabra le desconcertó. Los humanos le habían llamado muchas cosas: perro, animal, bestia, monstruo. Pero nunca le habían definido como amable. Decidió dejar estar ese misterio, como muchos otros que había observado en esos humanos, y se concentró de nuevo en su pelo. Se fijó entonces en lo largo que lo llevaba, hasta casi rozar sus hombros, algo que le había llamado la atención la primera vez que lo vio.
—¿Por qué lo llevas tan largo?
Vane se encogió de hombros.
—Me gusta largo.
—Creía que solo las mujeres lo tenían así.
—La mayoría de los hombres lo llevan como Max, pero a mí siempre me ha gustado un poco largo.
—¿Yo podría tenerlo así?
El hombre levantó la mirada y le sonrió.
—Puedes tenerlo como quieras, 354.
Por primera vez desde que estaba allí, se le escapó una sonrisa.
—Me gusta el tuyo.
—Me pregunto de qué color lo tendrás —dijo Max de repente, quien miraba su cabeza con aire pensativo. En cuanto 354 lo observó, él sonrió y se pasó una mano por su cabello—. Tienes los ojos de un azul muy claro, estarías bien con el pelo dorado como el mío.
Vane bufó.
—Negro sería mejor, los resaltaría.
—¿Resaltar?
—Quiero decir que si tuvieras el cabello de ese color haría que tus ojos fueran más bonitos.
Eso le sobresaltó. Él tenía muy buena audición, pero no estaba seguro de haberlo oído bien.
—¿Has dicho que mis ojos son bonitos?
El macho asintió y le dedicó una sonrisa que parecía sincera.
—Son azules, pero claros y muy brillantes. Me gustan.
Su aparente sinceridad provocó algo muy extraño en su rostro; notó las mejillas ardiendo, y sintió el irrefrenable deseo de apartar la vista. Los humanos que abusaban sexualmente de ellos lo hacían para humillarlos y hacerles daño, en el fondo no pensaban que su gente fuera hermosa. Pero que Vane viera algo de atractivo en él… le gustó, a pesar de que sabía que era un error sentirse de esa manera.
—Gra… ¿cias? —dijo, no muy seguro de qué hacer.
Vane volvió a sonreírle y retrocedió un paso.
—Ahora ya estás listo, ¿qué te parece si damos una vuelta?
De golpe, recordó dónde estaba y se levantó de un salto. Las zapatillas no eran incómodas, pero prefería ir con los pies descalzos. Sin embargo, se olvidó rápidamente de ello cuando bajó la escaleras y se concentró en su alrededor. Aparte de la casa, allá adonde mirara todo era esos altos y enormes palos, que sostenían otros más pequeños que a su vez sujetaban esas mismas cosas que cubrían el suelo y que eran de colores rojizos, castaños y amarillos. No había muros, barrotes o paredes. Era libre.
—Sienta bien, ¿verdad? —rio Max.
354 sonrió, dando vueltas sobre sí mismo, mirándolo todo y sin saber qué hacer en primer lugar.
—Corre —le dijo Vane de repente, también sonriéndole—. Cuando yo quiero desahogarme, corro hasta que no puedo más —dicho esto, buscó al otro hombre con la mirada y le hizo un gesto con la cabeza—. Nosotros nos adelantaremos, ¿verdad, Max?
El rostro de este se iluminó y, de repente, se agazapó. 354 se tensó, convencido de que se abalanzaría sobre él para atacarle, por eso lo sorprendió cuando salió disparado hacia un camino libre de árboles.
—¡Capullo el último, Vane! —gritó por encima de su hombro.
Vio cómo el otro macho ponía los ojos en blanco antes de salir tras él. Bear, Nocturn y Sam, al ver que desaparecían entre los árboles, también echaron a correr, dejándolo solo.
Tardó unos momentos en ser consciente de ese hecho. Ya no estaba metido en una jaula, encadenado a las paredes y con guardias rodeándolo y vigilando cada uno de sus movimientos. Estaba en el exterior, suelto, sin nadie que le observara. Nada le impedía ir adonde quisiera. Era libre.
Una ancha sonrisa se extendió por su rostro. Tal vez Vane no le había mentido. Tal vez decía la verdad y quería ayudar realmente a su gente.
Observó el lugar por el que habían desaparecido. Su olor aún estaba en el aire, podría seguirlo fácilmente.
“Corre”, le había dicho. No lo pensó dos veces, se agazapó y saltó hacia adelante, obligando a sus piernas a moverse tan rápido como pudieran. Obedecieron dócilmente, alcanzando fácilmente los límites de su velocidad, pero negándose a detenerse hasta que no pudiera más. El suelo se difuminaba bajo sus pies, algo fresco e invisible golpeaba su rostro, sus piernas ardían por el esfuerzo. Se sentía bien.
Se detuvo en seco cuando oyó las voces de Vane y Max a lo lejos. Los oía reír y lanzarse pullas, completamente ajenos a él. Saber que no estaban interesados en si les había seguido o no le tranquilizó.
Miró de nuevo a su alrededor, sonriendo y calmado por primera vez en su vida. Aún no podía creer que ya no estuviera en una celda, luchando por cada respiración, por cada latido de su corazón, o sacrificándose por su gente.
“Puedo marcharme”, pensó. Sin embargo, un segundo después, desechó la idea. Su gente aún estaba encerrada, no podía abandonarlos a su suerte. Tampoco creía posible poder liberarlos solo, sobre todo si debía enfrentarse a un montón de humanos, y no tenía ni idea de dónde estaban o cómo encontrarlos siquiera.
Contempló el lugar por donde captaba las voces de los machos que le habían acogido. Ellos parecían buenos humanos, los primeros que había conocido en realidad. Aún no confiaba plenamente en ellos, pero el hecho de que le hubieran dejado suelto y sin vigilancia le hacía pensar que no eran como los médicos.
Tomó una decisión. Los usaría para aprender todo cuanto pudiera sobre los humanos y el mundo que le rodeaba y, mientras tanto, averiguaría si eran de fiar. Si ese era el caso y decían la verdad sobre ayudar a su gente, podría liberarlos llegado el momento.
Dispuesto a conseguirlo, se dirigió adonde se encontraban. Estaban en una zona extensa despejada de los enormes palos, de forma que una porción del cielo era visible. Max corría entre carcajadas perseguido por los perros, mientras que Vane los observaba, también riendo, apoyado en un palo grueso con los brazos cruzados.
354 se acercó lentamente hasta colocarse a su lado, a un paso de distancia. Todavía le resultaba difícil estar tan cerca de un humano.
Vane no le miró cuando le dijo:
—¿Cómo te sientes?
—Estoy bien.
El macho le observó un momento con detenimiento.
—Adaptarse a la libertad puede ser difícil, especialmente si has estado siempre encerrado. Todo debe de ser nuevo para ti, es probable que te sientas confuso o asustado.
Que supiera exactamente cómo se sentía le dejó intranquilo. Además, había algo en su forma de decirlo que… Era como si a él también le hubieran mantenido cautivo.
—¿Te han encerrado alguna vez?
—A mí no, pero sí a mi hermano Shawn.
Él le miró con mala cara.
—Creía que solo había tres humanos en la casa.
—Así es, Shawn no está aquí.
Sus palabras le confundieron.
—Pensaba que los hermanos permanecen juntos.
—Algunos están más unidos que otros, depende de la familia. Shawn y yo, como el resto de mis hermanos, nos llevamos muy bien entre nosotros, pero normalmente no vivimos juntos. —Hizo una pausa y le observó frunciendo el ceño—. ¿Tú tienes hermanos?
—Mi gente no tiene familia, pero entiendo lo que significa, algunos de los humanos que tienen a mi gente son parientes —explicó e hinchó el pecho, orgulloso—. Todos nosotros somos una gran familia. Cuidamos los unos de los otros.
Vane sonrió.
—Eso está muy bien.
—¿Por qué encerraron a tu hermano? —preguntó con curiosidad. Sabía que algunos humanos se hacían daño entre sí, sobre todo si no cumplían las órdenes de los médicos, pero no conocía a ninguno al que le hubieran enjaulado como a su gente—. Yo creía que no erais crueles con los de vuestra propia especie.
El hombre bajó la vista. Parecía triste.
—Desgraciadamente, somos más crueles entre nosotros que con otros. A Shawn lo capturaron porque querían información sobre mí y mis otros hermanos. Le golpearon y le hirieron para que hablara, pero nunca lo hizo. Se negó a traicionarnos.
354 asintió.
—Nosotros también aguantamos. Nunca haríamos daño a otro de los nuestros a menos que estemos fuertemente drogados.
Vane se apartó del palo de repente y le miró con seriedad.
—354, hay algo que quiero pedirte.
Sus palabras hicieron que se tensara. Ahí estaba. En cuanto bajaba la guardia, los humanos aprovechaban para conseguir lo que querían.
—¿Qué? —gruñó, retrocediendo un paso.
En vez de responder, el macho empezó a caminar en una dirección.
—Acompáñame, quiero que veas algo.
Estuvo a punto de negarse. A punto. No quería que volvieran a meterlo en una jaula y que lo ataran, no quería más pruebas, se lo prometieron. Pero, ¿y si tenían a uno de los suyos?, ¿y si era eso lo que quería mostrarle? Tenso, le siguió con cautela, mirando a todas partes en busca de la amenaza inminente.
No se alejaron mucho del lugar donde estaban antes. Vane se detuvo en un punto concreto con el ceño fruncido, pensativo, antes de alzar la vista hacia él.
—Este es el lugar donde te encontré.
Ese simple comentario lo trastocó. ¿No era una trampa?, ¿no había más de los suyos atrapados en aquel lugar?
Vane se agachó y tocó el suelo.
—Estabas justo aquí, desnudo y cubierto con una manta. Sé que alguien te dejó aquí. Dijiste que tenías un sentido del olfato más desarrollado que el de los humanos, ¿podrías decirme si notas algún olor que te sea familiar?
Semejante cambio lo desconcertó. ¿No iba a hacerle daño?
—¿Eso era lo que querías?
—Sí.
Eso lo relajó un poco, aunque tampoco perdió el tiempo. Se agachó cerca de donde estaba Vane e inspiró profundamente. Olió de inmediato a los tres hombres que lo habían acogido, era relativamente reciente. También fue consciente del ligero aroma de los sedantes, imperceptible para los humanos.
Continuó olisqueando el suelo, desplazándose por si detectaba algo un poco más lejos. Fue un olor muy tenue, pero lo percibió de todos modos. Al reconocerlo, pegó un salto.
—Cooper.
—¿Lo conoces? —preguntó Vane.
—Es uno de los técnicos, me saca muestras de sangre a mí y a los demás. —Inspiró profundamente, analizando el resto de olores—. Huelo a otros dos machos humanos, pero no sé quiénes son. —Se movió un poco más, parándose en seco al percibir el último aroma. Se quedó congelado—. Brower.
—Entonces, reconoces a dos. —Él asintió—. Háblame de ellos, tal vez así podamos entender por qué te trajeron aquí.
Él también quería saberlo. No tenía ningún sentido que le hubieran alejado de los demás y dejado con unos hombres que, por el momento, le habían tratado mejor que ningún otro humano antes.
—Cooper nos saca sangre de vez en cuando. Es un macho adulto, delgado, no parece muy fuerte.
—¿Os trataba bien?
—No abusaba de nosotros ni nos golpeaba, es el único que intenta evitar que otros nos hagan daño. Yo siempre he creído que lo hace por su propio beneficio, pero 345 no está tan seguro.
—¿345? ¿Es uno de los tuyos?
Él asintió.
—Cooper le salvó una vez.
—Pero tú no confías en él.
—No.
Vane no dijo nada más al respecto, aunque se quedó callado unos momentos. Después, se concentró en Brower.
—¿Qué puedes decirme del otro?
—Es Brower. —Notó un nudo en el corazón al pensar en ella—. Cuando nos golpean demasiado fuerte nos llevan con ella para que nos cure. Siempre es muy cuidadosa con nosotros, trata muy bien a nuestras hembras. Ellas nos prohibieron hacerle daño. Los machos no le habríamos causado ningún dolor de todas formas, no nos gusta pegar a las mujeres, son más frágiles que nosotros. Brower es pequeña, y olemos su miedo cuando se acercan los médicos.
—¿Has dicho médicos?
Se puso alerta al ver que Vane se sobresaltaba. Tenía el ceño fruncido, pero había algo sombrío en sus ojos.
—Sí.
—¿Quiénes son? ¿Qué os hacen?
354 apretó los labios con rabia.
—Ellos dan las órdenes. Nos hacen las pruebas.
Esta vez fue el turno de Vane de enfurecerse. Podía oler su rabia en el aire, algo que le sorprendió. Su especie tenía muy buen olfato, hasta el punto de que olían el miedo y el deseo sexual, pero el dolor o la ira eran sentimientos que solo detectaban si eran lo bastante fuertes. Que Vane se enfadara de ese modo por culpa de los médicos… ¿quería decir que, después de todo, no estaba de su lado?, ¿que le había dicho la verdad?
—Os han mentido, 354. Los médicos son personas como Brower, gente que cura heridas o enfermedades. Ethan, el otro hombre que está en mi casa, se dedica a eso también.
—Entonces, ¿qué son?
Vane movió la cabeza a un lado y se rascó el mentón.
—Aún no estoy seguro, pero no puede ser nada bueno. —Hizo una pausa, mirando de un lado a otro antes de concentrarse en él—. ¿Notas algo más que te resulte familiar? ¿Puedes saber si había otro de los tuyos por aquí?
Él negó con la cabeza, convencido.
—Si hubiera alguien como yo cerca lo olería, y él a mí.
—Así que solo te trajeron a ti —reflexionó en voz alta.
En eso mismo estaba pensando. Comprendía que Cooper, Brower y otros dos hombres le habían llevado lejos de su gente y, al parecer, también de los médicos. ¿Eso quería decir que habían intentado ayudarle? Pero, ¿por qué solo a él? ¿Por qué habían dejado atrás a los demás? ¿Y por qué Cooper les había mentido?
—345 tenía razón —murmuró.
—Cooper está de vuestro lado —coincidió Vane, asintiendo levemente, todavía pensando—. Y está claro que Brower también, al igual que los otros dos hombres.
—¿Por qué lo han ocultado, entonces?
El macho le dedicó una mirada penetrante.
—¿Cuántas personas hay en el lugar de donde vienes?
—¿Te refieres a humanos?, son muchos.
—Ahora trata de ponerte en su lugar, 354. Imagina que estás solo entre un montón de enemigos que te matarán en cuanto descubran quién eres. Tu única oportunidad es hacerte pasar por uno de ellos, fingir que estás de acuerdo con lo que hacen. Si Cooper y los demás os hacen creer a ti y a tus compañeros que son el enemigo, ellos pensarán que están de su parte.
Él lo meditó unos instantes. Tenía razón, los médicos matarían a Cooper e incluso a Brower si supieran que le habían dejado salir de aquel lugar.
—Entiendo. Es inteligente.
—Aun así, por lo que me has contado parece que han intentado protegeros lo mejor que han podido —dicho esto, suspiró—. Debe de ser duro para ellos ver lo que os hacen día a día y no poder hacer gran cosa para evitarlo.
—¿Pero por qué me liberaron solo a mí? ¿Qué pasa con los demás?
—Dudo que tuvieran tiempo o recursos para sacar a nadie más —respondió Vane. 354 casi podía escuchar cómo su mente trabajaba a un ritmo incansable—. No sabrás por casualidad cuántos de los tuyos están encerrados, ¿verdad?
Él hizo un gesto negativo.
—Conmigo había otros cuatro machos, pero sé que tienen más en otras celdas.
—Lo imaginaba. Probablemente solo te liberaron a ti porque se quedaron sin tiempo. O tal vez no podían ayudar al resto. No lo sé.
Después de eso, se quedaron en silencio. 354 contemplaba fijamente a Vane, quien se había quedado con la mirada perdida, sumido en sus pensamientos. Esperó a que dijera algo pero, a juzgar por el modo en que frunció el ceño, tuvo la impresión de que no había llegado a ninguna conclusión. Estaba tan confuso como él.
Unos instantes después, alzó la vista hacia él y esbozó una sonrisa dubitativa.
—Ya pensaremos en esto con más calma en otro momento. ¿Volvemos?
Él asintió y siguió a Vane hasta donde se había quedado Max con los perros. Al reparar en su presencia, este le lanzó al otro hombre una mirada interrogativa, a lo que Vane respondió con un gesto negativo de la cabeza. Su interacción le pareció muy curiosa, los humanos tendían a comunicarse entre ellos con palabras, al menos hasta donde él había visto. Que los dos machos lo hubieran hecho de forma similar a la que utilizaban 345 y él le confirmó que tenían un vínculo muy fuerte.
De repente, Max se acercó a él con una resplandeciente sonrisa.
—¿Listo para volver? Vane y yo queremos enseñarte la casa, para que puedas pasar el rato donde quieras.
Su forma de tratarlo, como si fuera un amigo, le sorprendía. Ningún humano le había hablado de esa manera antes, exceptuando a Vane, aunque él era más… calmado. Algo que agradecía. El otro macho hablaba muy rápido y le costaba entender lo que decía o lo que esperaba de él. Por otro lado, Vane era más pausado, más suave, procuraba ir despacio para que él pudiera seguirle el ritmo, como si comprendiera que aquello era difícil para él. De hecho, mientras caminaban de regreso a la casa, le nombró todas las cosas que había a su alrededor y las que fueron surgiendo durante la conversación: los árboles, las hojas, la tierra, el bosque, las montañas, la luna, las estrellas… Siempre intentaba retener en su mente todo cuanto pudiera.
En cuanto llegaron a su destino, Vane sostuvo la puerta para dejarlos pasar. Los perros fueron los primeros en entrar, quienes fueron directos a beber agua y después se tumbaron en esa cosa redonda y esponjosa que había en el centro de la habitación.
—Bueno, ¿qué te parece si empezamos por esta habitación? —le preguntó Vane al mismo tiempo que se quitaba los zapatos. Le llamó la atención que Max imitara su gesto.
—¿Por qué os quitáis las zapatillas?
—La mayoría de la gente no se las quita, pero a mí y al resto de mis hermanos siempre nos ha gustado ir descalzos, es más cómodo para nosotros —le explicó antes de señalar sus deportivas—. Tú puedes ir como quieras, 354, aunque te recomendamos que te dejes los calcetines puestos o pasarás frío en los pies.
Se miró sus zapatillas un segundo, meditándolo. Al final, se encogió de hombros y se las quitó de un tirón, dejándolas junto a la puerta, como habían hecho Vane y Max.
—Háblame de esta habitación —pidió, regresando su atención a la casa. Ahora que conocía el exterior, quería inspeccionar el lugar donde viviría por el momento.
Vane le explicó que estaban en un salón, un lugar donde la gente se reunía para hablar o donde simplemente pasaban el rato. Una vez más, le dijo el nombre de las cosas que había allí y su utilidad, al igual que le mostró cómo se usaba la televisión, una de las pocas cosas que conocía. Los médicos la habían usado para demostrarles que sus compañeros estaban bien, pero no sabía que tenía otro uso más corriente, dedicado a algo llamado entretenimiento. También le dijo que podía aprender mucho sobre el mundo en el que vivía viendo las noticias.
Poco a poco, le fue mostrando el resto de la casa, empezando por la cocina. Prestó especial atención a la nevera y la despensa, donde Max le enseñó cómo abrir los envases o las latas cuando tuviera hambre o sed. Después, pasaron a un espacioso cuarto de baño, cuya utilidad también conocía en general, aunque le gustó que tuviera una puerta para que nadie viera cómo hacía sus necesidades. Siguieron el recorrido por las habitaciones, la mayoría eran bastante parecidas, pero cambiaban los colores y los muebles. También le enseñaron otro baño, bastante más grande y donde había algo llamado bañera, la cual servía para llenarse de agua, algo que llamó su atención.
Sin embargo, fue la última planta la que le pareció más interesante. Había tres habitaciones, la primera de las cuales lo dejó boquiabierto. Era enorme y tenía una gran pared de cristal por la cual podía ver el exterior. El suelo era de parqué y había diferentes tipos de máquinas por todas partes.
—¿Qué es este lugar?
—Se llama gimnasio, es donde hacemos ejercicio —respondió Max alegremente, subiéndose rápidamente a una de ellas—. ¿Ves?, las pones en marcha usando unos botones —dicho esto, el aparato hizo un ruido que lo sobresaltó y empezó a moverse, de modo que el humano no tuvo más remedio que caminar a un ritmo lento—. Puedes estar el tiempo que quieras, aunque si las quieres usar te recomiendo que nos preguntes a Vane o a mí cómo funcionan, no queremos que te enganches con algo.
Vane se colocó junto a la máquina y le dedicó a 354 una sonrisa perversa. Sin embargo, más que maliciosa como la que le dedicaban los médicos cuando iban a hacerle alguna prueba, parecía cómplice.
—También puedes decidir el nivel de dificultad. Mira, Max está en el nivel más bajo, pero si aprieto aquí… —nada más decir eso, la máquina comenzó a moverse más rápido, obligando a Max a adaptarse a la marcha. Al poco rato, estaba corriendo todo cuanto podía y maldiciendo a Vane mientras este reía a carcajadas.
—¡Vane, eres un maldito cabrón! ¡Baja eso!
—¿Y si no quiero?
—¡Te meteré esta cosa por el culo!
—Mmm, interesante. ¿Desafiarás las leyes espaciales porque me ha dado por joderte un rato?
—¡Solo me gusta que me jodan de una manera!, ¡y te digo yo que no es esta! —masculló, jadeante.
354 no podía evitar sonreír al ver la discusión amistosa entre los dos hermanos. Supuso que a eso se refería Max cuando le había hablado de divertirse, un concepto completamente extraño para él, y que Vane lo había definido sencillamente como estar bien o sentirse contento, era algo que se reconocía cuando uno sonreía o reía.
Finalmente, Vane se apiadó de Max y redujo la velocidad hasta que la máquina se detuvo. Este le lanzó una mirada asesina a su hermano, pero al menos no trató de cumplir su amenaza. Mientras se recuperaba de la carrera, Vane le mostró cómo usar otras cosas, como el saco de boxeo u objetos similares que, según le explicó, servían para aprender a golpear.
—¿Tú me enseñarías a pelear? —preguntó, ilusionado ante la idea de poder defenderse. Pese a que era más grande y fuerte que los guardias, ellos siempre habían conseguido noquearle.
El macho se quedó paralizado un instante. Después, hizo una mueca y bajó la mirada. Le pareció ver tristeza en sus ojos.
—Max puede hacerlo, yo no estoy ahora mismo en condiciones.
Él frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—¡Eh, Vane!
El grito hizo que todos pegaran un salto. Su agudo olfato fue el primero que se percató del tercer humano que habitaba en aquella casa. Curioso, se movió un poco para poder verlo. No era un macho especialmente alto, aunque había visto algunos técnicos y médicos bastante más bajos, y su figura delgada le informó de que no era una amenaza inmediata. Su piel era más blanca que la de los hermanos, y su cabello rubio un tono más pálido que el de Max, además de que lo llevaba liso y corto hasta la nuca. Sus ojos, de un tono dorado tostado, se abrieron al verle. Sin embargo, más que asustado, parecía sorprendido.
—Oh, lo siento, pensaba que 354 estaría duchándose después de la caminata. —Hizo una pausa y se acercó unos pasos—. Mi nombre es Ethan, es un placer conocerte.
Él inclinó la cabeza, un tanto dudoso de cómo responder. Tener a tantos machos humanos que le trataban de forma amistosa empezaba a ser muy extraño.
Vane se giró hacia él.
—¿Recuerdas lo que te he explicado sobre los médicos?
Asintió y se dirigió al hombre.
—Tú curas heridas y enfermedades.
Ethan sonrió.
—Y cualquier malestar físico —añadió y se acercó un paso más. Sus ojos le observaron repentinamente con preocupación—. ¿Cómo te encuentras? ¿Sientes mareos o entumecimiento? Los sedantes ya deberían de haber abandonado tu sistema.
—Estoy bien —respondió, confuso por su abrumadora inquietud.
Max apareció en ese instante por detrás de Ethan y le pasó un brazo por los hombros.
—No le pasa nada, hombre. ¡Míralo!, aún podría hacer cincuenta flexiones contigo sentado encima.
Vane soltó una carcajada, mientras que 354 no supo muy bien cómo reaccionar a ese comentario. Le había dado la impresión de que Max quería decir que él aún tenía fuerzas suficientes.
Ethan, sin embargo, puso los ojos en blanco y le mostró unos papeles que llevaba en la mano.
—No, él no está bien del todo, mira esto.
Fue Vane quien los cogió y los analizó atentamente con el ceño fruncido.
—¿Qué significan estos niveles?
—Que está bajo en casi todo, ha tenido una alimentación horrible. Durante las próximas semanas tendrá que seguir una dieta, quiero que tome todo tipo de alimentos.
—Esa era nuestra intención —comentó Max alegremente.
Ethan le observó entonces. Sus facciones se suavizaron un poco.
—Si no es mucha molestia, me gustaría saber tu altura y tu peso.
Que le pidiera permiso seguía siendo un poco desconcertante, pero empezaba a acostumbrarse a la forma de ser de aquellos curiosos humanos. Puesto que ya le habían medido la altura y el peso antes, y sabía que no era doloroso, asintió.
Le guiaron a una nueva habitación. No era tan grande como el gimnasio y no le gustó por las paredes blancas y el banco gris, le recordaban a un lugar adonde los técnicos le habían llevado algunas veces: le ponían una droga que lo mantenía inmovilizado, aunque despierto; le inyectaban muchas agujas, y le pegaban cosas extrañas en la piel. Al menos, Ethan tenía una camilla en vez de una simple mesa de metal.
Afortunadamente, ninguno de los hombres lo obligaron a conectarse a aparatos extraños o trataron de hacerle daño. Simplemente se dedicaron a medirlo.
—Mides un metro noventaisiete y pesas ochentaicinco quilos —musitó Ethan, frunciendo el ceño.
—¿Eso es algo malo? —preguntó.
—Teniendo en cuenta tu altura y masa muscular, tendrías que pesar unos cien quilos. —Hizo una pausa y lo miró con seriedad—. Me gustaría que intentaras comer todo cuanto puedas. Intenta terminar los platos que haga Max para ti y no te prives de picar algo cuando tengas hambre. La verdad es que me sorprende que no tengas problemas de salud.
Que le dijera que tenía que comer más fue toda una sorpresa. Con el tiempo, había aprendido a devorar los pocos platos que les llevaban los guardias, sabiendo que necesitaría todas sus fuerzas para aguantar un poco más. Y ahora le decían que podía comer cuanto quisiera y cuando tuviese hambre, le estaban dando libertad para coger comida y también para andar suelto por la casa. Lo trataban como… como si fuera uno de ellos.
—Está bien.
—No lo agobies con consejos médicos, Ethan —comentó Max con una gran sonrisa—. Vane y yo le enseñaremos a comer al estilo Hagel.
—Antes que eso, deberíais daros una ducha —dijo Ethan, moviendo la mano de un lado a otro delante de su rostro—. Apestáis.
354 ya lo sabía, pero estaba tan acostumbrado a ese hedor que no había dicho nada. Además, los médicos tampoco le permitían limpiarse hasta que terminaran con las pruebas y fueran a dormir. Los humanos de aquella casa parecían diferentes, pero temía decir o hacer algo que les hiciera enfadar y lo devolvieran a su celda.
Vane se giró para dedicarle una sonrisa de disculpa que lo confundió.
—Es verdad. Lo siento, supongo que con tu sentido del olfato esto debe de ser bastante desagradable para ti.
—A mi gente no le gusta oler mal —reconoció, aunque evitó la parte en la expresaba sus deseos de limpiarse.
El hombre le observó de un modo extraño, como si pudiera ver en su mente.
—Déjame adivinar, tampoco os dejan ducharos.
—Hasta que no terminan las pruebas, no.
—Aquí nadie va a hacerte ninguna prueba y, por supuesto, puedes lavarte cuando quieras —dicho esto, le hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera—. Ven, te enseñaré a usar la ducha.
Salieron del gimnasio y Vane le guio de vuelta al último cuarto de baño. Sus paredes eran de color azul oscuro, con una gran pila para lavarse las manos, sobre la cual había un elegante armario. También había un retrete y una enorme bañera con una puerta corrediza opaca que tenía unos dibujos extraños.
Vane le mostró cómo usar la manguera y a regular el agua. Averiguar que podía escoger entre fría o caliente le dejó anonadado.
—¿El agua puede ser caliente?
—Claro —respondió, abriendo el grifo y mostrándole lo que tenía que hacer. 354 metió la mano bajo el agua, retirándola al instante al darse cuenta de que, en efecto, salía caliente.
—Increíble —susurró.
El hombre sonrió.
—¿Prefieres una ducha o un baño?
—¿Qué quieres decir con un baño? ¿Te estás refiriendo a esta habitación?
—No. ¿Recuerdas lo que te hemos dicho antes sobre llenar la bañera de agua? Darse un baño es eso; te metes dentro de la bañera y vas enjabonándote. Es muy relajante.
—Me gustaría probarlo.
Vane procedió entonces a tapar un agujero que había en la bañera y a llenarla de agua caliente. También le dio una toalla para secarse y una nueva muda de ropa, incluso le permitió elegir las prendas que más le gustaban. A él le bastó con tocarlas, escogió las texturas que más le gustaron y el macho se las dejó a un lado. Después, le enseñó el gel y cerró el grifo, ya con la bañera llena.
—Tómate el tiempo que necesites, Max y yo nos ducharemos en el otro lado. Estaremos en el comedor por si necesitas algo —dicho esto, se dirigió a la puerta, aunque se detuvo en el último momento—. Por cierto, no te asustes si se te arrugan las manos. Ocurre cuando pasas mucho tiempo dentro del agua, pero vuelven a la normalidad al cabo de un rato. —Hizo una pausa a la vez que salía de la estancia—. ¿Quieres que cierre o te lo dejo junto? Más que nada es por si pasa alguien, no quiero que te sientas incómodo si pasamos por aquí.
Él dudó un instante. No quería que los humanos le observaran mientras estaba desnudo, ya lo habían hecho muchos otros antes y ahora le gustaba la idea de no sentirse tan expuesto. Por otro lado, tampoco quería que le cerrara la puerta, temía que volvieran a encerrarlo… a pesar de que empezaban a ganarse su confianza. El hecho de que Vane le ofreciera opciones continuamente y que le diera libertad para estar donde quisiera hacía que sus sospechas sobre él y los machos con los que convivía se redujeran poco a poco.
—Junto —respondió finalmente.
Este sonrió, al parecer nada enfadado con su respuesta.
—De acuerdo, si necesitas algo, estoy en el otro baño —y se marchó, juntando la puerta tal y como le había prometido.
Una vez solo, miró la bañera con la cabeza ladeada. Le resultaba difícil asimilar todo lo que había ocurrido; había estado encerrado desde que tenía uso de razón y, de repente, despertaba en un lugar completamente desconocido, acogido por tres aparentes humanos amables que intentaban ayudarlo. Parecía más bien un sueño.
Sacudió la cabeza y empezó a desnudarse. Necesitaba unos momentos a solas para pensar en lo que estaba ocurriendo, y no le pareció mal escoger ese mismo instante para hacerlo, mientras se limpiaba. Volvió a tocar el agua con los dedos, todavía sorprendido porque estuviera caliente, y se metió poco a poco dentro de la bañera, hasta quedar tumbado, con la espalda y la cabeza recostadas. Vane tenía razón, era muy relajante. No tenía frío y no había nadie que pudiera observarle mientras se lavaba.
Con los ojos cerrados y abandonándose a aquel estado de calma, empezó a reflexionar. Cooper, Brower y otros dos hombres le habían dejado allí. Nada le aseguraba que no fuera una trampa de los médicos, pero le resultaba difícil de creer. Brower siempre había tratado a su gente con cuidado, incluso las hembras aseguraban que intentaba protegerlas de los guardias cuando intentaban abusar de ellas aprovechando que estaban heridas. En cuanto a Cooper, 345 le contó cómo una de las técnicas le había dado drogas de cría y lo había inmovilizado en una habitación para violarlo, incluso apagó las cámaras de vigilancia para evitar que nadie la descubriera. Pero Cooper lo hizo. Echó de allí a la mujer y envió sano y salvo a 345 a su celda. Esa humana no volvió a atenderlos nunca, Cooper ocupó su lugar. Él era cuidadoso cuando les sacaba muestras de sangre, apenas les hacía daño alguno, y tampoco los insultaba o abofeteaba. Además, siempre que él estaba presente, había evitado que los guardias les golpearan.
Ahora entendía, gracias a Vane, que no podían decirles que estaban de su parte, ya que corrían el peligro de morir si eran descubiertos por el enemigo. Siendo así, les debía más de lo que creía, sobretodo después de liberarle.
Eso le devolvió a la última vez que estuvo en su celda. Entonces, ¿fueron ellos los que le sedaron? Si intentaban ayudarle, ¿por qué no se lo dijeron? Él podría haberles echado una mano, podría haber liberado a más de su gente…
La respuesta lo golpeó con fuerza. Él no les habría creído, habría desconfiado del mismo modo que hacía en esos momentos con Vane, Max y Ethan. Si le hubieran soltado estando despierto, les habría atacado y probablemente matado. Por eso tenían que sedarlo, para poder sacarlo de ese lugar sin oponer resistencia.
Sin embargo, seguía sin entender por qué le habían llevado con Vane. Podrían haberle explicado que estaban de su lado, que querían ayudar a su gente, aunque hubiese tenido que estar retenido al principio, él… Él tal vez les habría creído con el tiempo.
Frustrado, gruñó suavemente y cogió el bote de gel. Necesitaba más respuestas, necesitaba entender lo que estaba pasando. Y solo había un hombre en aquel lugar que podía darle lo que necesitaba. Un humano en el que, muy a su pesar, empezaba a confiar.