Capítulo 2. Libertad
Vane esperó hasta
que oyó la puerta de la habitación de arriba cerrarse, tal y como sospechaba
que haría 354. Si estuviera en su lugar, también lo habría hecho. Poner un
obstáculo entre él y sus enemigos, por pequeño y ridículo que fuera, reportaba
cierta seguridad.
Se sentó en el
sillón y se pasó una mano por el pelo, cerrando los ojos y tratando de mantener
la calma. Lo que le había contado su invitado superaba todo a lo que se había
enfrentado hasta el momento y, si estaba en lo cierto, la situación que tenía
entre manos era muy delicada. Por un lado, tendría que tratar con cuidado a 354
para evitar que hiciera daño a nadie o a sí mismo, y por otro… dudaba que
pudieran acudir a cualquier tipo de autoridades.
Tras unos minutos
en silencio, se levantó y fue a la cocina, separada del salón por una puerta
corrediza de cristal opaco, la cual estaba decorada con dibujos de plantas que
se enredaban entre sí. Esta era espaciosa, de paredes blancas que combinaban
con el banco negro y la estilizada barra de bar donde solía desayunar. Podría
haber puesto una mesa y sillas, pero puesto que ya tenía en el salón, prefirió
poner algo diferente.
Allí estaban
terminando de cenar Max y Ethan, quienes alzaron la cabeza al verlo entrar.
Bear y Nocturn fueron tras él; el primero permaneció a su lado mientras que el
segundo se tumbó fielmente junto a su dueño.
—Teniendo en
cuenta que no he oído gritos o insultos, diría que todo ha ido bien, ¿no?
—preguntó Max, sonriente y aliviado.
Vane metió su
plato en el microondas y lo puso a calentar antes de apoyarse contra el banco y
cruzarse de brazos.
—No confía en
nosotros, está confuso y alerta, algo que esperábamos. Sin embargo, estábamos
totalmente equivocados con él.
Su hermano frunció
el ceño.
—¿Qué quieres
decir?
—Antes que nada,
escuchad todo lo que me ha contado. —Tanto Max como Ethan asintieron y le
miraron en completo silencio—. Su nombre es 354. Al parecer, ha estado
encerrado toda su vida en algún lugar y le han estado sometiendo a pruebas
constantemente: le dan palizas y después le curan con medicamentos, le hacen
luchar contra otros tras administrarle drogas y le obligan a tener sexo con
mujeres. Parece que la forma de su nariz no es a consecuencia de una operación
estética que salió mal, y tiene colmillos. Además, su sentido del olfato es más
agudo que el nuestro; sabía que éramos tres hombres y que había tres perros en
la casa.
Cuando terminó de
hablar, Max y Ethan ya estaban pálidos como la cera. Su hermano bajó la vista y
frunció el ceño ligeramente, pensativo, mientras que el joven doctor se levantó
de un salto, casi con brusquedad.
—¿Cómo sabes que
no miente? —preguntó este.
—Sus conocimientos
sobre el mundo parecen demasiado básicos. Creía que perro y animal eran
insultos y bajaba las escaleras con inseguridad. También se refiere a nosotros
como humanos.
Ethan perdió el
color de la cara.
—Estamos hablando
de un sujeto de pruebas, ¿verdad? —dijo Max. Sus facciones tenían ahora un aire
sombrío.
El otro hombre se
sobresaltó.
—Experimentar con
seres humanos es totalmente ilegal.
—Eso no ha evitado
que se haya hecho —comentó Vane—. A lo largo de este siglo se ha rumoreado
sobre utilizar humanos para crear armas biológicas, pero nunca ha habido
pruebas de ello y por tanto nadie lo cree.
Max bufó.
—Tampoco había
pruebas de que existieran los campos de concentración, y mira si había en toda
Europa.
Recuperado de la
impresión, Ethan se puso a pasear por la cocina mientras que Vane sacaba su
plato y tomaba asiento en la barra junto a Max.
—Has dicho que
usaban drogas tanto para curarle tras una paliza como para obligarle a luchar
contra otros, ¿verdad? —recordó Ethan. Vane asintió y su amigo se detuvo, con
la vista baja—. Parece que estén creando nuevos medicamentos para acelerar el
proceso de recuperación de una persona. Pero lo de drogarlo para que haga daño
a alguien… No veo cuál puede ser el fin médico.
—Dudo que lo tenga
—comentó Max, apretando los puños—. ¿Has visto lo grande y fuerte que es?,
apuesto a que le han estado dando anabolizantes.
Vane miró al
doctor con el ceño fruncido.
—¿Es posible que
se los hayan estado dando desde pequeño, Ethan?
Este se rascó la
nuca e hizo una mueca.
—Es muy peligroso,
pero con una pequeña dosis controlada se los podrían haber estado suministrando
a partir de los catorce o quince años para que en la etapa de crecimiento
desarrolle más masa muscular de forma natural. También le habrán dado mucho
calcio y vitaminas para que sus huesos crezcan a la par que sus tejidos. Aun
así, es un tratamiento muy complicado y delicado. Un mal cálculo y ese pobre
hombre podría haber terminado con una malformación en alguna extremidad o en el
torso.
—¿Qué me dices de
la forma de su nariz y sus colmillos? Me dijo que los tiene desde que tiene
memoria.
Ethan asintió.
—La nariz es
perfectamente posible que la tuviera así al nacer; hay personas que quieren
tener niños rubios o de ojos azules, algo posible de conseguir modificando las
células de los embriones, y lo mismo ocurre con la nariz. En cuanto a los
colmillos… No es imposible, pero tampoco se ha intentado. Nadie ha pedido nunca
tener un hijo que parezca un vampiro.
—¿Y el sentido del
olfato? —preguntó Max esta vez—. Me intriga mucho que haya podido detectarnos a
todos los que estamos aquí sin que Vane le diera esa información.
En esta ocasión,
el médico se pasó una mano por el pelo.
—Eso supera
totalmente mis conocimientos. Si os soy sincero, ya se ha hablado de intentar
desarrollar los sentidos humanos, agudizarlos para que sean similares a los de
los animales, pero solo hay hipótesis y, desde luego, ninguna lo
suficientemente segura como para ponerla en práctica con seres humanos.
—Pues alguien lo
ha hecho —reflexionó Max—, y no con buenas intenciones.
Ethan frunció el
ceño.
—¿Qué quieres
decir?
—Piénsalo un
momento, Ethan. Anabolizantes para su desarrollo muscular, colmillos, sentidos
agudos… ¿Para qué crees que alguien usaría todo eso en un ser humano?
No tuvo tiempo de
pensarlo, ya que Vane respondió por él.
—Es un prototipo
militar.
El doctor le miró
con ojos horrorizados.
—¿Qué?
—No hay nada que
más valore el ejército que hombres grandes y fuertes, con resistencia
suficiente para soportar largos combates cuerpo a cuerpo, de ahí que le droguen
para que luche con otros, para valorar su fuerza física. Los colmillos son un
extra para permitirle desgarrar carne con más facilidad, producir un mayor daño
en el adversario. En cuanto al sentido del olfato, una habilidad muy útil para
rastrear a un enemigo o localizar al objetivo. Además, esas mismas drogas que
utilizan para que pelee con otros se pueden echar fácilmente en el agua del
adversario, de modo que esté lo bastante cegado como para atacar a sus propios
compañeros. Y en cuanto a los medicamentos para que sane más rápido, una simple
droga que serviría con el fin de que los soldados se recuperen en poco tiempo.
—Vane hizo una pausa para comer un trozo de carne a la vez que seguía
pensando—. Lo único que no entiendo es por qué le obligan a tener sexo con
mujeres. No veo qué pueden sacar de ello.
—O bien esos
cabrones son morbosos —masculló Max, claramente enfadado—, o tal vez quieren
suprimir cualquier sentimiento de compasión en nuestro hombre.
Vane ladeó la
cabeza, todavía obligando a su cerebro a encontrar esa pieza que faltaba en
toda aquella historia.
—Tal vez. Pero hay
algo más que me preocupa.
—¿Más? —gimió
Ethan, pálido.
—354 dijo que
había más gente como él, hombres y mujeres.
Su hermano también
perdió el color de la cara.
—¿Un centro de
pruebas? ¿Te ha dicho cuántos puede haber?
—No, y es posible
que ni siquiera él lo sepa. Sus captores parecen muy interesados en mantenerlo
a él y a los demás en la ignorancia. Cuanto menos sepan, más poder ganan esos
hijos de puta, ya que pueden mentirles sin que ellos sospechen. Es la peor
situación posible.
Ethan hizo un
gesto negativo con la cabeza, incapaz de soportar aquellas teorías.
—Esto no puede
quedarse así. Vamos a llamar a la policía y a contarles lo que sabemos —dicho
esto, se dirigió al teléfono y empezó a marcar el número, pero Vane se lo
arrebató de las manos con facilidad y colgó. Ethan frunció el ceño—. ¿Qué
haces?
—No podemos llamar
a nadie, Ethan.
El doctor le miró
confundido.
—¿Por qué?
Max se levantó
lentamente con un suspiro.
—Estamos hablando
de sujetos de pruebas con propósitos militares. ¿Quién crees que podría estar
subvencionando algo así?
Ethan lo entendió
al instante y le lanzó una mirada dubitativa a Vane.
—¿El ejército está
detrás de esto?
Él se encogió de
hombros.
—Puede que sí o
puede que no. No puedo saberlo con seguridad sin colarme en sus cuentas
bancarias, pero sí sé decirte lo que ocurrirá con 354 si llamamos a la policía:
vendrán un montón de hombres armados que lo pondrán nervioso, él atacará y
lastimará a alguien, así que o bien acabará muerto por los disparos o lo
inmovilizarán, lo llevarán a un calabozo donde evaluarán su estado mental y lo
encerrarán en un psiquiátrico, y eso a menos que las personas que lo
mantuvieron cautivo se las apañen para llevarlo de vuelta adonde estaba, cosa
que sucederá con seguridad si los altos mandos del ejército están metidos en
esto.
Ethan tragó saliva
y asintió.
—De acuerdo.
Entonces, ¿qué hacemos? Porque creo que debo entender que estamos solos en
esto, ¿verdad?
Vane asintió.
—Por ahora,
debemos encargarnos de 354. Hay que cuidarlo y protegerlo, demostrarle que no
somos un peligro para él y ganarnos su confianza, así puede que nos diga más
cosas sobre los otros que están encerrados. En cuanto sepamos más sobre ellos,
decidiremos cómo ocuparnos de este asunto. Ahora es demasiado arriesgado y no
estamos preparados para nada, mucho menos para un rescate a gran escala si hay
mucha gente encerrada. Habrá que esperar.
Max hizo un gesto
afirmativo, mostrando su acuerdo.
—¿Has pensado ya
en algo?
—Podríamos llevar
mañana a 354 al exterior, así verá que no es nuestra intención mantenerlo
cautivo aquí. También podemos mostrarle la casa para que sepa dónde se
encuentra y pueda ir por ella sin miedo —dicho esto, se masajeó una sien y
siguió comiendo—. Dejémoslo así por ahora. Necesito comer y pensar en esto con
calma para saber en qué diablos nos hemos metido.
En su habitación,
354 escuchaba cada palabra que intercambiaban los humanos con suma atención. No
había sido su intención espiarlos, al menos no al principio. Había visto que no
le habían ocultado la visión del otro lado del cristal, esa oscuridad iluminada
por cientos de luces que le mostraban aquellas cosas gigantescas cubiertas por
un manto verde que sostenían cientos de palos. Así que se había tumbado frente
a la pared de cristal con Sam a su lado, la cual también se recostó en el suelo
y permitió que la acariciara.
Entonces, había
oído las voces de los tres hombres que había en la casa. Le sorprendió bastante
que no hubieran ido a algún lugar donde su aguda audición no pudiera
detectarlos; todos los humanos sabían que sus sentidos eran mucho más agudos
que los suyos, de modo que los médicos siempre habían procurado mantenerse
alejados para que desconocieran sus planes… tal y como Vane había señalado.
Pero, a pesar de
su confusión en ese aspecto, había estado alerta y escuchado toda la conversación.
Gran parte de ella no había podido entenderla, algo muy frustrante, pero le
pareció que los humanos estaban enfadados con los médicos que los encerraron y
preocupados por su gente. Al menos, esa fue su primera impresión… Al instante
siguiente, pensó que tal vez estaban aprovechando su oído para que les
escuchara hablar y pensara que estaban de su parte, así, confiaría en ellos y
les daría lo que querían.
Las dudas que
asaltaban sus pensamientos le frustraron, haciéndole gruñir con fuerza y sobresaltando
a Sam, que se había quedado medio dormida. La acarició para calmarla y luego se
dirigió a la cama, con la esperanza de que después de dormir, cuando vinieran a
despertarlo, entendería mejor aquella confusa situación.
Se sentó en el
colchón, agradecido de que fuera más blando que el de su otra celda y tuviera
mantas suaves y calientes. Miró a Sam y dio unas palmaditas a su lado,
invitándola a subir. Esta obedeció de un salto y lo observó hasta que se tumbó.
Solo entonces, apoyó la cabeza entre las patas y cerró los ojos.
Decidió imitarla y
trató de conciliar el sueño. Estaba deseoso de que los sedantes desaparecieran
de su cuerpo y quería descansar antes de lidiar con las pruebas que
probablemente le harían al día siguiente.
Tras bajar los
párpados, deseó que Vane hubiera dicho la verdad y solo quisiera ayudarle a él
y a su gente. Sin embargo, sabía que cuando volviera a abrir los ojos estaría
en su jaula, encadenado y obligado a luchar un poco más por su vida y la de
alguno de sus compañeros, o por la de una pobre hembra que le llevarían para
que criara con él.
Una brillante y
molesta luz hizo que soltara un gruñido mientras se despertaba. Los médicos
estaban iluminando su celda para despertarlo, anunciando que había llegado el
momento de continuar con las pruebas. Furioso con los humanos, abrió los ojos y
se preparó para mostrarles los colmillos en ademán amenazador. Pero no estaba
en su celda, ni tampoco llevaba aquella cadena que enganchaban a su muñeca para
sacarle el brazo fuera de los barrotes cuando querían extraerle sangre.
Seguía en aquella
extraña habitación, totalmente suelto, vestido y con Sam a sus pies, durmiendo.
Nadie le había encerrado ni atado.
Confuso por estar
todavía libre, se sentó en la cama. No sintió mareos o dolor de cabeza, y ya no
notaba su cuerpo tan entumecido. Los efectos de los sedantes parecían haber
desaparecido; flexionó los músculos y movió los dedos de las manos para
comprobarlo. Sí, estaba recuperado pero, entonces, ¿por qué seguía sin
restricciones?
Miró hacia atrás,
buscando las luces que le habían despertado y que provenían de la pared de
cristal. Se le secó la boca al darse cuenta de que la visión había cambiado. Ya
no había oscuridad, todo estaba iluminado por una enorme luz en lo alto que
cegaba sus ojos. Las cosas gigantescas que veía a lo lejos tenían ahora un
claro color marrón con algunas zonas verdes, y los palos ya no sostenían un
manto verdoso, sino de colores rojos y amarillos muy brillantes, haciendo que
se quedara observándolos, maravillado.
Aquella visión le
gustó tanto como la anterior, especialmente por los colores. En su celda,
mirara adonde mirara, todo era blanco o gris, excepto por la tonalidad de pelo
u ojos de su gente o de los humanos. Allí, en cambio, había colores que nunca
había visto antes, y lo mejor era que estaban repartidos por todas partes.
El bostezo de Sam
le sobresaltó. La perra se estiró perezosamente antes de bajar del colchón y
arañar la puerta. 354 la observó fijamente. Esos machos humanos no le habían
devuelto a su celda ni le habían encadenado, pero tal vez sí le habían
encerrado.
Solo había un modo
de comprobarlo. Se acercó y giró el pomo, que cedió con facilidad. Sam se coló
por la abertura con rapidez, abriendo en el proceso la puerta del todo. Él se
quedó asombrado, no entendía por qué Vane le dejaba suelto cuando los sedantes
ya no le hacían efecto y podía matarlo en cualquier momento.
Sin estar seguro
de qué pensar, salió de su habitación y se encaminó hacia las escaleras. Esta
vez, las bajó con más confianza, pero se agarró de todos modos a la barra que
había junto a esta por si acaso. Llegó a la misma sala donde había hablado con
Vane unas horas antes, solo que esta vez estaba bien iluminada, su pared de
cristal tenía una visión bastante parecida a la que él tenía desde su nueva
celda.
No había nadie
allí, pero sí en una habitación contigua. Inseguro, se acercó lentamente hasta
quedar a pocos metros de distancia y se asomó al mismo tiempo que olisqueaba
para analizar la situación. Percibió diferentes olores, reconociendo en primer
lugar el de Vane, los perros y el de uno de los machos humanos, y después el de
algo desconocido, pero que hizo que le rugiera el estómago. Intuyó que era
comida, aunque no creía que fuera para él.
Se acercó unos
pasos más, los suficientes para ver a Vane y al otro hombre junto a un banco,
manejando unos objetos negros y extraños, de los cuales provenía el olor de la
comida. Los tres perros estaban sentados frente a ellos, con las orejas
levantadas y moviendo esa cosa larga que tenían en el trasero.
De repente, Vane
se giró y se fijó en él. Esperó a detectar el miedo en sus ojos, pero tan solo
le dedicó una pequeña sonrisa que parecía querer que se sintiera seguro. A
decir verdad, aún no sabía qué pensar, no había esperado que le dejaran suelto cuando
los sedantes desaparecieran de su sistema.
—Buenos días —le
dijo y señaló el objeto que tenía en la mano—, ¿te apetece desayunar conmigo y
con Max?
354 observó al
otro hombre. Este se asomó por el hombro de Vane y le dedicó una enorme sonrisa
alegre que le dejó con la boca abierta. Los humanos no le sonreían de ese modo,
como si estuvieran genuinamente contentos de verle, pero ese tal Max lo hacía.
No era tan alto
como Vane ni tampoco parecía tan fuerte, pero se percató de que, a pesar de su
cuerpo delgado, los músculos se delineaban ligeramente bajo su ropa, indicando
que no era tan débil como podría parecer. Tenía la misma tonalidad de piel que
el otro macho, al igual que los ojos azules, y le llamó mucho la atención que
ambos tuvieran caras parecidas, aunque la del tal Max parecía más suave. Su
cabello era rubio brillante, le recordaba a esa enorme luz que había visto en
lo alto poco antes en su habitación.
—Buenos días
—repitió este, aún sonriéndole—, yo soy Max y es un placer conocerte —y dicho
esto, se concentró de nuevo en esa extraña cosa negra que ambos sostenían.
Él frunció el
ceño, sin entender.
—¿Qué
significa días? ¿Y qué tiene de
bueno? ¿Qué quieres decir con desayunar?
Fue Vane quien le
respondió señalando una de las paredes, donde había un trozo de cristal con
barrotes cruzados. Por ahí entraba la luz y se veían palos altos y de color
marrón claro.
—Has visto esa luz
brillante en tu habitación, ¿verdad?, la que lo ilumina todo.
—Sí.
—Se llama sol. Cuando sale el sol, es de día, y cuando
todo está oscuro y ves una tenue luz blanca, es de noche. El lugar donde se
encuentran, allá arriba, lo llamamos cielo.
354 asintió,
tratando de recordarlo todo.
—¿Y por qué es un
buen día?
Vane se encogió de
hombros.
—No es ni bueno ni
malo, en realidad. Buenos días es
una forma educada de saludar a alguien.
Ladeó la cabeza,
intrigado con las palabras nuevas.
—¿Educada?
Por un momento,
temió que demasiadas preguntas agobiaran a Vane y se negara a explicárselo.
Hasta ahora, había accedido a responder a su curiosidad y no quería que eso
cambiara. Afortunadamente, este contestó con calma, sin dar indicios de que
estaba enfadado. Cuando estaba en su celda, los médicos gritaban cuando hacía
demasiadas preguntas o le costaba entender lo que le decían.
—Ser educado significa tratar con respeto a
alguien.
Eso le sorprendió.
—¿Tú me estás
tratando con respeto?
—Sí.
No supo cómo
reaccionar ante eso. Era probable que le estuviera mintiendo y lo sabía, pero
le resultaba muy difícil recordarlo cuando todo lo que hacía ese humano carecía
de sentido para él.
—¿Por qué? —se
atrevió a preguntar tras un momento de duda.
Vane movió a un
lado la cabeza. Su forma de hacerlo y su expresión le dijeron que estaba
buscando un modo de responder.
—No has hecho nada
como para que quiera tratarte mal —dicho esto, sacudió la cabeza—. No me has
atacado y has actuado bien conmigo, así que lo normal es que yo haga lo mismo
contigo.
Sus palabras
hicieron que comprendiera un poco. Para asegurarse, preguntó:
—¿Quieres decir
que eres bueno conmigo porque no he intentado matarte?
Vane sonrió un
poco, parecía divertirle su expresión.
—Sí, creo que
podría decirse así.
—Entonces, si no
intento matar a nadie, ¿los guardias dejarán libre a mi gente?
El rostro del
macho humano cambió, como si le entristeciera. Miró un momento a Max y le pidió
que terminara el desayuno antes de alejarse del banco de la sala y acercarse un
paso. 354 no retrocedió esta vez. Quería creer que Vane era un buen humano y
que dejaría salir a su gente si hacía lo que le decía.
—Escucha, 354. Yo
no soy uno de los hombres que ha encerrado a tu gente. No sabía nada de
vosotros hasta ayer, cuando hablamos. Quiero ayudarte, y quiero ayudar a tus
amigos también. Pero necesito algo de tiempo, hay cosas que aún no sé sobre
vosotros, ¿lo entiendes?
—Creo que sí
—respondió con reticencia. Todavía no sabía si confiar en él o no, el hecho de
no ver a ninguno de los suyos cerca y estar en un lugar completamente distinto
le tenía preocupado. Sin embargo, por ahora se conformaba con aprender más
sobre esos extraños humanos que, por el momento, le estaban tratando mucho
mejor de lo que esperaba—. ¿Eso significa que no vais a encerrarme ni a atarme?
—Exacto —dijo
Vane, sonriendo un poco.
—¿No habrá drogas
ni pruebas? —Quería estar seguro.
—Nadie te hará
daño aquí.
Con eso estaba
satisfecho. Sin embargo, para estar seguro de que cumpliría su palabra,
preguntó:
—¿Puedo comer
algo? Tengo hambre.
Una vez más, Vane
le sorprendió dedicándole una amable sonrisa.
—Claro. Por favor,
siéntate y te traeré el desayuno.
Lo vio alejarse,
de vuelta al banco de donde provenía el olor de la comida. Una vez allí, se
atrevió a entrar en la nueva estancia. Era blanca, pero no le causó el disgusto
que le producían las salas a las que solían conducirlo los médicos, tal vez
porque combinaba con un negro brillante y tenía una barra con asientos
extraños. Curioso, se dirigió hacia allí y se sentó. Le sorprendió que la silla
pudiera moverse hasta el punto de dar una vuelta entera sin necesidad de tocar
el suelo con los pies.
La risa de uno de
los hombres le sorprendió y observó a Max, quien llevaba tres platos de comida
en las manos.
—Es divertido,
¿verdad? Yo me paso un buen rato haciéndolo —dicho esto, dejó los platos en un
rincón, adonde se dirigieron los perros. Al ver que comían, la curiosidad lo
picó.
—¿Qué comen?
—Pienso mezclado
con albóndigas. —Max debió de entender por su expresión desconcertada que no
había entendido nada, teniendo en cuenta que volvió a explicárselo—. ¿Sabes lo
que es una bola? —Él asintió—. Bien, pues el pienso son unas pequeñas bolitas
que les dan energía, y que son buenas para su cuerpo. Las albóndigas son bolas
de carne más grandes, se las ponemos porque les gusta su sabor.
354 ladeó la
cabeza.
—¿Les dais cosas
que les gustan?
—Sí. —Max se sentó
al otro lado de donde él estaba, pero un poco alejado, respetando su espacio.
Agradeció que el humano comprendiera que no lo quería muy cerca de él—. ¿A ti
te gusta algo en particular? Puedes pedirlo, tenemos casi de todo y lo que no,
podemos conseguirlo.
Su pregunta le
hizo fruncir el ceño. Los guardias siempre le habían alimentado con agua y
cuatro filetes de carne. Estos estaban cubiertos de sangre y tenían un sabor
metálico, desagradable, pero era lo único que le habían dado.
—No lo sé, siempre
como lo mismo.
La mirada de Max
parecía compasiva, un sentimiento que se le antojaba extraño en un humano.
Vane, por otro lado, se había girado y le observaba con la frente arrugada.
—¿Qué comías?
—Carne. Mucha
carne.
—¿Puedes
describirla?
—Es de un color extraño,
entre blanco y rojo muy claro. Sale sangre cuando la muerdo y cuesta
masticarla.
La expresión de
Vane le dijo que estaba enfadado. Sin embargo, no comprendía qué había hecho
mal, solo había respondido a sus preguntas.
—Te han estado
dando carne cruda —comentó antes de mover la cabeza a un lado y a otro—. No te
han estado alimentando bien.
—¿Qué significa
eso? —preguntó con irritación. Empezaba a cansarse de no entender sus palabras.
Max fue quien se
lo explicó pacientemente.
—Te han estado
dando un solo tipo de comida. Hay más cosas aparte de la carne que se pueden
comer.
Eso sí despertó su
interés. Recordó que anoche había comido carne, pero tenía mucho mejor sabor y
no estaba impregnada de sangre. Además, también le habían puesto esa cosa
blanca con la que la había mezclado. Había sido una buena comida.
—¿Qué otras cosas
se pueden comer?
—Hay demasiadas
como para decírtelas ahora mismo —respondió Vane a la vez que traía tres platos
en las manos y los dejaba en la mesa. Uno de estos terminó delante de él—, pero
podemos empezar por tu desayuno. Irás aprendiendo a medida que vayamos
comiendo.
354 contempló su
comida con curiosidad. Había una masa blanca y amarilla, cuatro tiras de carne
de color rojo oscuro muy brillante y dos cosas cuadradas de un tono marrón
claro. Vane le trajo también un recipiente con un líquido de un color extraño.
—¿Qué es cada
cosa?
Max se lo explicó
a la vez que le señalaba los diferentes ingredientes.
—Esto son
tostadas, las puedes mezclar con el beicon y el huevo revuelto, así es como
nosotros lo hacemos. Y para beber tienes zumo de naranja. Es muy bueno para el
cuerpo.
Él asintió.
—¿Esto es un
desayuno?
—En realidad, un
desayuno es la primera comida del día —respondió Vane—. Puede ser esto o puede
ser otra cosa. Iremos haciendo cosas distintas cada día para que las pruebes.
Habrá algunas que te gustarán y otras que no, cada persona tiene un gusto
diferente.
Agradeció que esta
vez lo hubiera entendido todo. Quiso sentirse del mismo modo cuando Vane dijo
que dejaría que probara cosas diferentes, pero aún era pronto para decirlo.
Solo el tiempo le diría si podía confiar o no en esos humanos.
—Está bien
—accedió.
Max le tendió
entonces unos objetos. Al darse cuenta de que no iba a cogerlos mientras los
sostuviera, los dejó en la mesa y permitió que los tomara por su cuenta. No
eran mucho más grandes que sus manos y estaban hechos de metal, uno de ellos
parecía un diminuto cuchillo, mientras que el otro tenía un extremo que
terminaba en cuatro largas puntas.
—¿Qué es esto?
—Son cubiertos —le
explicó Vane a la vez que le mostraba los suyos—. Las personas los usamos para
comer.
—¿No coméis con
las manos? —Su gente lo hacía, pero no estaba seguro respecto a los humanos,
nunca los había visto comiendo.
—Algunas cosas sí,
y otras no, normalmente usamos los cubiertos para cortar la comida y
llevárnosla a la boca —dicho esto, le mostró cómo lo hacía—. ¿Lo ves? Pinchas
con el tenedor, cortas con el cuchillo y a comer. Es bastante sencillo.
A continuación,
354 observó cómo comían Vane y Max. Ambos cogieron una tostada y usaron el
tenedor para echarse encima la mitad del huevo revuelto y dos tiras de beicon.
Después, dejaron el cubierto en la mesa y comieron con una mano.
Él los imitó
mientras Max y Vane comían. Le gustó que no parecieran estar muy pendientes de
lo que hacía, le daba cierta seguridad que no vigilaran cada uno de sus
movimientos. Una vez hubo preparado su tostada, se la llevó a la boca y saboreó
la nueva comida con curiosidad. Fue una agradable sorpresa encontrar el desayuno
tan bueno como lo que le había dado Vane horas antes. El beicon era sabroso, y
combinaba muy bien con el jugoso huevo revuelto. La tostada era dura, pero
resultaba muy sencillo de masticar ya que cedía fácilmente a la presión de sus
dientes, y el sabor tampoco era especialmente malo.
—Está bueno
—comentó tras tragar.
Los dos humanos le
miraron y sonrieron.
—Nos alegra que te
guste —dijo Vane.
354 siguió
comiendo casi con voracidad. Los humanos tardaban más tiempo en alimentar a su
gente, querían que estuvieran lo suficientemente débiles como para no poder
resistirse demasiado a las pruebas. A veces, cuando los castigaban, se negaban
a darles comida durante un tiempo.
Cuando terminó,
con el estómago satisfecho, Max retiró los platos y los metió debajo de una
especie de manguera pequeña de metal, de la cual salió agua. Observó con
curiosidad cómo limpiaba los platos hasta que Vane llamó su atención.
—¿Te has quedado
con hambre? —le preguntó.
—Estoy bien. —Y
era verdad. Una vez más, su vientre estaba saciado y no necesitaba más comida
de momento.
—Entonces, ¿te
gustaría salir fuera?
Su pregunta hizo
que frunciera el ceño, sin comprender.
—¿Fuera?
En vez de
responder, Vane le señaló el trozo de cristal por el cual se veían los palos.
Al entender lo que quería decir, abrió los ojos como platos.
—¿Quieres dejarme
salir?
Que él asintiera
le produjo un nudo en el pecho.
—Queremos
enseñarte cómo es el exterior. Dijiste que habías estado encerrado toda tu vida
y nos gustaría mostrarte cómo es el mundo en el que vives.
354 se levantó de
un salto.
—¿Puedo salir
ahora?
—¡Espera! —exclamó
Max, dejando lo que estaba haciendo y saliendo corriendo de la estancia. Volvió
a los pocos segundos con un montón de ropa en la mano y unas zapatillas—. Toma,
ponte esto.
Él miró la ropa
con el ceño fruncido. Le estaban dando prendas humanas otra vez, no lo
entendía.
—¿Por qué?
—Fuera hace frío,
con esto estarás abrigado.
Aceptó la ropa y
la dejó encima de la mesa. Se quitó la camiseta y la dejó a un lado antes de
disponerse a bajarse los pantalones…
—¡Para! —gritaron
los humanos. Él los miró confundido. Le contemplaban con los ojos muy abiertos
y las mejillas de color rojo. Eso le llamó mucho la atención, pero estaba
confuso. Le decían que se cambiara de ropa, pero no querían que se desnudara
para hacerlo.
—¿Qué pasa?
—Esto… —empezó
Max, pero se calló al instante y buscó a Vane con la mirada, quien parecía no
saber hacia dónde poner los ojos.
—No es necesario
que te cambies delante de nosotros, puedes ir a tu habitación.
—¿Por qué?
Esta vez, el macho
le miró con el ceño fruncido.
—Cuando estabas
encerrado ¿os cambiabais delante de otras personas?
—No, siempre
íbamos desnudos.
Su respuesta hizo
que los dos hombres le miraran boquiabiertos. Él retrocedió un paso, sin saber
qué hacer.
—¿Qué?
—Ni siquiera les
daban ropa —masculló Max, cruzándose de brazos. Supo que estaba enfadado por la
forma en que sus ojos se estrecharon y sus labios se apretaron.
Vane parecía más
calmado, pero la furia era visible en sus ojos. Lo vio inspirar hondo, algo que
hacía su gente cuando tenía que reprimir su ira.
—Normalmente la
gente no va desnuda, llevamos prendas de vestir. Es muy raro que nos veamos los
unos a los otros sin ellas, tendrías que tener mucha confianza con alguien para
ir sin ropa delante de él. Tú no nos conoces, así que no tienes por qué
mostrarnos tu cuerpo.
Lo había
entendido, aunque no estaba seguro de por qué los humanos no querían estar
desnudos.
—¿Por qué no
queréis que otros os vean sin ropa?
—Nos da vergüenza.
—¿Qué es eso?
—No sentirse
cómodo con algo. A las personas les incomoda estar desnudas en presencia de
otras personas, sobre todo si no las conocen. Se sienten más expuestas.
354 bajó la vista.
Recordaba que él se había sentido así continuamente en su celda, cuando los
ojos inquisitivos de los médicos observaban su cuerpo desnudo de arriba abajo.
Sin embargo, con Vane y Max no se había sentido de aquel modo. No confiaba en
ellos, pero no le miraban como si le estuviesen evaluando para la siguiente
prueba de cría o quisiesen abusar de su cuerpo. Llevar ropa puesta le ayudaba
también, se dio cuenta de eso en ese instante.
Asintió
bruscamente y cogió su ropa.
—Voy a la
habitación a cambiarme —y se fue. Esperó que uno de los dos le siguiera para
vigilarlo o quedar apostado junto a su puerta, pero no lo hicieron. Se quedaron
en aquella estancia, terminando de limpiar sus platos y los de los perros.
En su habitación,
se desnudó rápidamente y se puso la ropa, consistente en unos pantalones
elásticos y holgados, bastante cómodos, una camiseta de manga larga que le
venía un poco ajustada, y otra camiseta parecida, solo que más gruesa y que se
abría por la mitad. El conjunto era de un tono azul muy oscuro, casi negro, y
su textura no era tan suave como las matas, pero era agradable y cálida, así
que no se quejó.
Cuando terminó,
bajó a la gran sala, donde Vane y Max le esperaban. No se había dado cuenta
hasta entonces de que su ropa era muy parecida a la suya, solo que la del
primero era oscura y la del otro de un azul más claro. Bear y Nocturn
correteaban a su alrededor, a punto de dar saltos, mientras que a Sam le
estaban poniendo una cuerda alrededor del cuello. Esa imagen le congeló.
—¿Qué estáis
haciendo? —gruñó, poniendo las manos en forma de garras y mostrando los
colmillos—. ¿Por qué la estáis atando? ¿Qué vais a hacerle?
Ambos se
sobresaltaron al ver su postura. Aún no olía su miedo, pero harían bien en
tenerlo. No dejaría que le hicieran daño a Sam.
Vane levantó las
manos para calmarlo y se interpuso entre Max y él, tapando a la perra. Él gruñó
más fuerte y centró su atención en el macho a regañadientes, no quería perder
de vista a Sam por si intentaban alejarla de él.
—Cálmate, 354,
solo queremos sacarla fuera.
Eso no tenía
sentido, pero decidió no atacar todavía. Los perros estaban sanos, no les
habían maltratado hasta ahora, así que tal vez había otro motivo. Dejó de
gruñir y ocultó los colmillos, sin embargo, no abandonó su posición de ataque.
—No es necesario
atarla.
La mirada de Vane
parecía triste.
—Ella no saldrá a
menos que la saquemos.
—Si quiere
quedarse, no deberíais obligarla a salir.
—No lo entiendes,
354 —intervino Max—. Sam necesita hacer ejercicio, andar y correr, o se le
atrofiarán las patas.
Retrocedió un poco
al escuchar las palabras, desconocidas para él. Gruñó, frustrado por no
entender.
—¿Atrofiar?
¿Patas?
—Las patas de los
perros son como nuestras piernas, lo que usamos para caminar —dicho esto, le
lanzó a Sam una mirada llena de pena—. Si no se mueve, se le paralizarán y no
podrá volver a usarlas.
Él palideció. A
veces, las palizas que les daban los guardias eran tan brutales que algunos
machos y hembras no habían podido volver a usar un brazo o una pierna. Poco
después de aquello, desaparecían. Se los llevaban de su celda y no volvían a
verlos. Sabía que se deshacían de ellos porque ya no les eran útiles en las
pruebas.
—¿Les pasa eso a
todos los perros? —nada más preguntarlo, dirigió su vista hacia Bear y Nocturn.
Sin embargo, ellos no dejaban de moverse alrededor de los humanos, parecían
estar bien.
—No —contestó
Vane—, Sam hace tiempo que no se encuentra bien.
Eso lo sobresaltó.
La había olido antes, se había asegurado de que no estaba enferma o herida,
pero podría haber estado demasiado débil por los sedantes y no haberse dado
cuenta.
—¿Está enferma?
—No —respondió Max
esta vez, mirando hacia abajo—. Perdió a un buen amigo.
354 supo lo que
eso significaba. 311, un macho con el que había convivido, se negó a comer o a
moverse cuando los médicos mataron a su compañera durante las pruebas que les
hacían a sus mujeres. Tanto él como los otros machos trataron de animarlo a
seguir luchando por su vida, pero fue inútil. Los compañeros tenían un vínculo
muy fuerte, los hombres eran especialmente dependientes de sus hembras, se
volvían locos si no tenían su olor en su cuerpo o simplemente no las veían
durante un tiempo. Cuando ellas morían, sus compañeros tendían a seguirlas. 311
se reunió con su querida hembra cuando los médicos decidieron que ya no les era
de utilidad y le pegaron un tiro en la cabeza. 311 solo trató de defenderse
para matar a todos los responsables de la muerte de su compañera que pudiera.
—Yo sé lo duro que
es eso —dijo él, sorprendiendo a los dos humanos. Tras unos segundos de duda,
se acercó a Sam. Detestó estar tan cerca de ellos, pero quería que ella luchara
por vivir. Se arrodilló frente a la perra y le acarició la cabeza. Ni Vane ni
Max le detuvieron—. Tu compañero no querría esto para ti, Sam, yo no lo habría
querido para mi hembra. Habría deseado que ella sobreviviera, y que algún día
escapara de su celda y fuera feliz en alguna parte lejos de los humanos. Tienes
que vivir por él.
Sam gimió
suavemente y le lamió la cara. 354 le tocó la cabeza con cariño y le quitó la
cuerda. Le alegró ver que no estaba muy apretada, lo que le confirmó que no
querían hacerle daño. En cuanto estuvo libre, la perra lo miró un momento y se
dirigió a la puerta. Cuando la arañó, escuchó que Vane y Max jadeaban. Al
mirarlos, vio que la observaban con los ojos muy abiertos.
—Vane, está
pidiendo salir.
—Vamos.
Se apresuró a
abrir la puerta y dejar que Sam saliera. Al instante, Bear y Nocturn la
siguieron. 354 también se acercó adonde estaban, un poco más cerca de los
humanos de lo que le habría gustado, pero quería saber qué hacía Sam.
Estaba sobre un
suelo de colores rojizos, trotando delante de unas escaleras que conducían a la
puerta donde se encontraba con los hombres. Bear y Nocturn se le unieron y
dieron unas cuantas vueltas juntos mientras se lamían los unos a los otros.
Entonces, Sam saltó sobre Bear y le dio con una pata.
Él estaba listo
para detener la pelea, pero se detuvo en seco cuando escuchó que Max exclamaba:
—¡Está jugando!
—Es increíble,
puede que lo supere —dijo Vane con una sonrisa aliviada en el rostro. De
repente, se giró y le miró. No le gustó estar tan cerca de él, a un paso, y
tenía pensado retroceder hasta que el macho le dijo algo que ningún humano le
había dicho jamás—. Gracias.
No supo qué hacer
o cómo responder. Estaba confuso porque Vane sintiera gratitud hacia él.
—¿Por qué?
—Sam es importante
para mí. Llevaba mucho tiempo deprimida y ya había abandonado la esperanza de
que se recuperara. Tú la has ayudado. No sé cómo lo has hecho, pero te lo
agradezco.
Él bajó la cabeza.
—No lo he hecho
por ti. Quería ayudarla.
—No me importa que
no lo hayas hecho por mí, me importa que ella esté bien y tú lo has hecho
posible. Gracias.
Sintiéndose un
tanto incómodo, inclinó la cabeza y observó el exterior. Los palos estaban allá
adonde mirara, y sostenían lo mismo que había en el suelo, unas cosas finas y
pequeñas de vivos colores rojos y castaños, incluso amarillos y otros que nunca
había visto. No vio paredes que le mantuvieran encerrado, y el cielo no le
pareció un techo, puesto que era tan alto que no parecía tener fin. El aire
fresco inundó sus pulmones, una sensación maravillosa, junto a otros olores
desconocidos y agradables que despertaron su curiosidad.
Fue algo extraño y
hermoso a la vez. El hecho de estar en un lugar del que no sabía nada le
asustaba un poco, pero no había nada que pudiera impedirle correr o saltar.
Pensar en ello hizo que su corazón se acelerara. Siempre había deseado poder
hacer una de las dos cosas hasta cansarse, algo que en su reducida celda era
imposible. Allí tan solo había podido hacer algunos ejercicios para fortalecer sus
músculos o golpear los barrotes hasta doblarlos para aumentar su fuerza.
—Estás deseando
correr.
Se sobresaltó al
escuchar a Max. Este le sonreía alegremente, pero eso no le tranquilizaba. No
le gustaba que hubiera sabido lo que pensaba.
—Conozco esa mirada
en tu rostro, la he visto en mí mismo. A mí me encanta correr —dicho esto, le
tendió unas zapatillas con unos calcetines—. Póntelos.
Él frunció el
ceño.
—¿Para qué?
—Sirven para
protegerte los pies, así no te harás daño con las piedras.
—¿Qué son las
piedras?
Antes de que Max
pudiera responder, Vane fue hacia las escaleras y las saltó ágilmente para
terminar en el suelo. Por un momento, sus movimientos fluidos lo dejaron
perplejo, no imaginaba que pudiera deslizarse de ese modo, le recordaba a los
pocos machos felinos que había visto. Rebuscó algo en el suelo y después le
mostró lo que había cogido. Era un objeto sin una forma concreta, y parecía muy
duro.
—Esto es una
piedra. Hay de todos los tamaños, y son muy molestas si te las clavas con los
pies descalzos. —Dejó la piedra de nuevo en su lugar y colocó una de sus
zapatillas sobre ella antes de pisarla. Esta no cedió, tan solo se movió un
poco—. ¿Ves?, con las deportivas puestas no me hago daño.
Después de su
demostración, accedió a ponérselas. Fue tan fácil como vestirse hasta que se
fijó en las pequeñas cuerdas que tenía. Intuyó que servían para ajustar las
zapatillas a sus pies, pero no supo cómo hacerlo.
—Puedo hacerlo yo,
si quieres —se ofreció Vane.
Él le lanzó una
mirada de advertencia. Ya se había permitido tener demasiada cercanía con los
humanos, no necesitaba más. Aun así, Vane insistió.
—Por favor, no
quiero que te tropieces con algo por no tener bien las zapatillas.
Sus palabras le
hicieron dudar. Tampoco le hacía gracia caerse al suelo y hacerse daño. Las
piedras parecían ser muy dolorosas.
—Está bien.
Se sentó en las
escaleras, estiró las piernas y echó el cuerpo hacia atrás, intentando poner la
mayor distancia posible entre ellos. Vane se acercó despacio y con cautela,
aunque no olió su miedo ni tampoco lo vio en su expresión. Lentamente, se
detuvo frente a sus pies y se arrodilló. No le miró en ningún momento, se
limitó a hacerle un nudo en los cordones con rapidez. Eso le ayudó a relajarse
un poco.
Ahora que lo
pensaba, nunca había estado tan cerca de un humano sin que hubiera violencia de
por medio. Decidió aprovechar la situación para analizar a Vane. Su rostro
parecía muy diferente al suyo, sobretodo por la forma de su nariz y sus
facciones, menos duras que la mayoría de los machos de su especie. No le había
parecido una gran amenaza, ya que los guardias que le vigilaban eran más
grandes y robustos que él, pero tras ver su forma de moverse ya no estaba tan
seguro. Tenía piernas largas y atléticas, torso fuerte y brazos cuyos músculos
se tensaban cuando los movía. Pero lo que más le fascinaba era su pelo.
Nunca había visto
el cabello tan de cerca, a escasos centímetros, ni siquiera en su gente. Los
técnicos les rapaban la cabeza en cuanto les crecía un poco, aunque nunca había
estado seguro de por qué lo hacían. Siempre había deseado poder dejárselo
largo, quería saber qué se sentía al tenerlo sobre su piel. El de Vane parecía
suave y agradable al tacto, quería tocarlo.
Justo en ese
momento, él terminó de atarle las cuerdas de las zapatillas.
—Bueno, esto ya
está. ¿Te lo he apretado mucho?
—No, no duele. —Y
era cierto, le sorprendió que no hubiera aprovechado la ocasión de hacerle
daño, a pesar de que le había dado su palabra de que nadie trataría de herirle.
Cuando vio que se levantaba, lo detuvo antes de pensar—. Vane.
—¿Sí?
Se mordió la
lengua al instante. Era incómodo pedirle algo así a un humano; en una situación
normal, le abofetearían por ello. Pero Vane no había actuado como los demás
hasta el momento.
Al ver su
indecisión, el macho le sonrió levemente.
—No tengas reparos
en pedir cualquier cosa. Max y yo estamos aquí para ayudarte en lo que
necesites.
Sus palabras le
relajaron un poco. Miró un instante su cabello y después sus ojos.
—¿Puedo tocarte el
pelo?
Su pregunta
sorprendió a los dos hombres. Max abrió mucho los ojos, mientras que Vane
frunció el ceño. No parecía enfadado, sino más bien confundido.
—¿Por qué?
—Siento curiosidad
—dicho esto, se pasó una mano por su cabeza rapada. Pinchaba un poco, signo de
que su pelo estaba volviendo a crecer—. Siempre he querido tocar el cabello, a
mi gente se lo cortan continuamente.
Los dos hombres se
miraron extrañados. O bien fingían muy bien no entender lo que decía, o tal vez
era cierto que no sabían nada de su gente. A veces traían humanos que no sabían
nada sobre ellos, pero la siguiente vez que los había visto, ya conocían las
diferentes formas de mantenerlos alejados, que no debían soltarlos a menos que
estuvieran fuertemente drogados y todas las pruebas que tenían que hacerles. La
gran mayoría actuaban con miedo. Esos eran bastante dóciles, procuraban no
hacerles enfadar a menos que los médicos lo ordenaran. Pero otros eran crueles,
les divertía causarles dolor o abusar de sus hembras, unos cuantos sentían
placer al violar a los hombres, aunque era mucho más difícil ya que los machos
de su especie eran más grandes y fuertes.
—¿Por qué os lo
cortan? —preguntó Max.
Él se encogió de
hombros.
—No lo sé.
Este parecía
querer decir algo más, pero Vane le detuvo y le dedicó una mirada que no supo
interpretar. Al cabo de unos segundos, su atención se desvió a él. Una sonrisa
se asomó a sus labios.
—No me importa que
me toques el pelo, solamente ten cuidado de no tirar fuerte de los mechones. —Y
sin más, se arrodilló y agachó la cabeza, permitiendo así que saciara su
curiosidad.
354 no supo cómo
empezar. Por instinto, acercó su rostro a la mata de cabello y olfateó. El olor
que desprendía Vane era agradable, no apestaba a esos desagradables productos
químicos como los técnicos, ni a sudor como los guardias. En realidad, era un
aroma embriagador, lo inducía a hundir la nariz entre sus mechones hasta que su
olor se mezclara con el suyo.
Confuso por ese
pensamiento, se apartó y lo observó, inseguro. Siempre que había hecho contacto
con un humano, había habido dolor de por medio. Normalmente, prefería
permanecer lejos de su alcance. Sin embargo, se descubrió a sí mismo levantando
la mano hasta colocarla sobre la cabeza de Vane. No hubo ningún golpe
desprevenido por atreverse a tocarlo, ni ninguna inyección por la espalda.
Simplemente, se quedó quieto.
Agradecido,
exploró su cabello. Era muy suave, le gustó su textura y el modo en que sus
dedos pasaban sin dificultad entre los mechones, que se ondulaban de nuevo tras
su paso. Con la otra mano, se tocó su cabeza rapada, y anheló tener un pelo
así.
—Tu cabello es
hermoso.
Le pareció que
Vane sonreía.
—Gracias, eres muy
amable.
Por un instante,
esa palabra le desconcertó. Los humanos le habían llamado muchas cosas: perro,
animal, bestia, monstruo. Pero nunca le habían definido como amable. Decidió
dejar estar ese misterio, como muchos otros que había observado en esos
humanos, y se concentró de nuevo en su pelo. Se fijó entonces en lo largo que
lo llevaba, hasta casi rozar sus hombros, algo que le había llamado la atención
la primera vez que lo vio.
—¿Por qué lo
llevas tan largo?
Vane se encogió de
hombros.
—Me gusta largo.
—Creía que solo
las mujeres lo tenían así.
—La mayoría de los
hombres lo llevan como Max, pero a mí siempre me ha gustado un poco largo.
—¿Yo podría
tenerlo así?
El hombre levantó
la mirada y le sonrió.
—Puedes tenerlo
como quieras, 354.
Por primera vez
desde que estaba allí, se le escapó una sonrisa.
—Me gusta el tuyo.
—Me pregunto de
qué color lo tendrás —dijo Max de repente, quien miraba su cabeza con aire
pensativo. En cuanto 354 lo observó, él sonrió y se pasó una mano por su
cabello—. Tienes los ojos de un azul muy claro, estarías bien con el pelo
dorado como el mío.
Vane bufó.
—Negro sería
mejor, los resaltaría.
—¿Resaltar?
—Quiero decir que
si tuvieras el cabello de ese color haría que tus ojos fueran más bonitos.
Eso le sobresaltó.
Él tenía muy buena audición, pero no estaba seguro de haberlo oído bien.
—¿Has dicho que
mis ojos son bonitos?
El macho asintió y
le dedicó una sonrisa que parecía sincera.
—Son azules, pero
claros y muy brillantes. Me gustan.
Su aparente
sinceridad provocó algo muy extraño en su rostro; notó las mejillas ardiendo, y
sintió el irrefrenable deseo de apartar la vista. Los humanos que abusaban
sexualmente de ellos lo hacían para humillarlos y hacerles daño, en el fondo no
pensaban que su gente fuera hermosa. Pero que Vane viera algo de atractivo en
él… le gustó, a pesar de que sabía que era un error sentirse de esa manera.
—Gra… ¿cias?
—dijo, no muy seguro de qué hacer.
Vane volvió a
sonreírle y retrocedió un paso.
—Ahora ya estás
listo, ¿qué te parece si damos una vuelta?
De golpe, recordó
dónde estaba y se levantó de un salto. Las zapatillas no eran incómodas, pero
prefería ir con los pies descalzos. Sin embargo, se olvidó rápidamente de ello
cuando bajó la escaleras y se concentró en su alrededor. Aparte de la casa,
allá adonde mirara todo era esos altos y enormes palos, que sostenían otros más
pequeños que a su vez sujetaban esas mismas cosas que cubrían el suelo y que
eran de colores rojizos, castaños y amarillos. No había muros, barrotes o
paredes. Era libre.
—Sienta bien,
¿verdad? —rio Max.
354 sonrió, dando
vueltas sobre sí mismo, mirándolo todo y sin saber qué hacer en primer lugar.
—Corre —le dijo
Vane de repente, también sonriéndole—. Cuando yo quiero desahogarme, corro
hasta que no puedo más —dicho esto, buscó al otro hombre con la mirada y le
hizo un gesto con la cabeza—. Nosotros nos adelantaremos, ¿verdad, Max?
El rostro de este
se iluminó y, de repente, se agazapó. 354 se tensó, convencido de que se
abalanzaría sobre él para atacarle, por eso lo sorprendió cuando salió
disparado hacia un camino libre de árboles.
—¡Capullo el
último, Vane! —gritó por encima de su hombro.
Vio cómo el otro
macho ponía los ojos en blanco antes de salir tras él. Bear, Nocturn y Sam, al
ver que desaparecían entre los árboles, también echaron a correr, dejándolo
solo.
Tardó unos
momentos en ser consciente de ese hecho. Ya no estaba metido en una jaula,
encadenado a las paredes y con guardias rodeándolo y vigilando cada uno de sus
movimientos. Estaba en el exterior, suelto, sin nadie que le observara. Nada le
impedía ir adonde quisiera. Era libre.
Una ancha sonrisa
se extendió por su rostro. Tal vez Vane no le había mentido. Tal vez decía la
verdad y quería ayudar realmente a su gente.
Observó el lugar
por el que habían desaparecido. Su olor aún estaba en el aire, podría seguirlo
fácilmente.
“Corre”, le había
dicho. No lo pensó dos veces, se agazapó y saltó hacia adelante, obligando a
sus piernas a moverse tan rápido como pudieran. Obedecieron dócilmente,
alcanzando fácilmente los límites de su velocidad, pero negándose a detenerse
hasta que no pudiera más. El suelo se difuminaba bajo sus pies, algo fresco e
invisible golpeaba su rostro, sus piernas ardían por el esfuerzo. Se sentía
bien.
Se detuvo en seco
cuando oyó las voces de Vane y Max a lo lejos. Los oía reír y lanzarse pullas,
completamente ajenos a él. Saber que no estaban interesados en si les había
seguido o no le tranquilizó.
Miró de nuevo a su
alrededor, sonriendo y calmado por primera vez en su vida. Aún no podía creer
que ya no estuviera en una celda, luchando por cada respiración, por cada
latido de su corazón, o sacrificándose por su gente.
“Puedo marcharme”,
pensó. Sin embargo, un segundo después, desechó la idea. Su gente aún estaba
encerrada, no podía abandonarlos a su suerte. Tampoco creía posible poder
liberarlos solo, sobre todo si debía enfrentarse a un montón de humanos, y no
tenía ni idea de dónde estaban o cómo encontrarlos siquiera.
Contempló el lugar
por donde captaba las voces de los machos que le habían acogido. Ellos parecían
buenos humanos, los primeros que había conocido en realidad. Aún no confiaba
plenamente en ellos, pero el hecho de que le hubieran dejado suelto y sin
vigilancia le hacía pensar que no eran como los médicos.
Tomó una decisión.
Los usaría para aprender todo cuanto pudiera sobre los humanos y el mundo que
le rodeaba y, mientras tanto, averiguaría si eran de fiar. Si ese era el caso y
decían la verdad sobre ayudar a su gente, podría liberarlos llegado el momento.
Dispuesto a
conseguirlo, se dirigió adonde se encontraban. Estaban en una zona extensa
despejada de los enormes palos, de forma que una porción del cielo era visible.
Max corría entre carcajadas perseguido por los perros, mientras que Vane los
observaba, también riendo, apoyado en un palo grueso con los brazos cruzados.
354 se acercó
lentamente hasta colocarse a su lado, a un paso de distancia. Todavía le
resultaba difícil estar tan cerca de un humano.
Vane no le miró
cuando le dijo:
—¿Cómo te sientes?
—Estoy bien.
El macho le
observó un momento con detenimiento.
—Adaptarse a la
libertad puede ser difícil, especialmente si has estado siempre encerrado. Todo
debe de ser nuevo para ti, es probable que te sientas confuso o asustado.
Que supiera
exactamente cómo se sentía le dejó intranquilo. Además, había algo en su forma
de decirlo que… Era como si a él también le hubieran mantenido cautivo.
—¿Te han encerrado
alguna vez?
—A mí no, pero sí
a mi hermano Shawn.
Él le miró con
mala cara.
—Creía que solo
había tres humanos en la casa.
—Así es, Shawn no
está aquí.
Sus palabras le
confundieron.
—Pensaba que los
hermanos permanecen juntos.
—Algunos están más
unidos que otros, depende de la familia. Shawn y yo, como el resto de mis
hermanos, nos llevamos muy bien entre nosotros, pero normalmente no vivimos
juntos. —Hizo una pausa y le observó frunciendo el ceño—. ¿Tú tienes hermanos?
—Mi gente no tiene
familia, pero entiendo lo que significa, algunos de los humanos que tienen a mi
gente son parientes —explicó e hinchó el pecho, orgulloso—. Todos nosotros
somos una gran familia. Cuidamos los unos de los otros.
Vane sonrió.
—Eso está muy
bien.
—¿Por qué
encerraron a tu hermano? —preguntó con curiosidad. Sabía que algunos humanos se
hacían daño entre sí, sobre todo si no cumplían las órdenes de los médicos,
pero no conocía a ninguno al que le hubieran enjaulado como a su gente—. Yo
creía que no erais crueles con los de vuestra propia especie.
El hombre bajó la
vista. Parecía triste.
—Desgraciadamente,
somos más crueles entre nosotros que con otros. A Shawn lo capturaron porque
querían información sobre mí y mis otros hermanos. Le golpearon y le hirieron
para que hablara, pero nunca lo hizo. Se negó a traicionarnos.
354 asintió.
—Nosotros también
aguantamos. Nunca haríamos daño a otro de los nuestros a menos que estemos
fuertemente drogados.
Vane se apartó del
palo de repente y le miró con seriedad.
—354, hay algo que
quiero pedirte.
Sus palabras
hicieron que se tensara. Ahí estaba. En cuanto bajaba la guardia, los humanos
aprovechaban para conseguir lo que querían.
—¿Qué? —gruñó,
retrocediendo un paso.
En vez de
responder, el macho empezó a caminar en una dirección.
—Acompáñame,
quiero que veas algo.
Estuvo a punto de
negarse. A punto. No quería que volvieran a meterlo en una jaula y que lo
ataran, no quería más pruebas, se lo prometieron. Pero, ¿y si tenían a uno de
los suyos?, ¿y si era eso lo que quería mostrarle? Tenso, le siguió con
cautela, mirando a todas partes en busca de la amenaza inminente.
No se alejaron
mucho del lugar donde estaban antes. Vane se detuvo en un punto concreto con el
ceño fruncido, pensativo, antes de alzar la vista hacia él.
—Este es el lugar
donde te encontré.
Ese simple
comentario lo trastocó. ¿No era una trampa?, ¿no había más de los suyos
atrapados en aquel lugar?
Vane se agachó y
tocó el suelo.
—Estabas justo
aquí, desnudo y cubierto con una manta. Sé que alguien te dejó aquí. Dijiste
que tenías un sentido del olfato más desarrollado que el de los humanos,
¿podrías decirme si notas algún olor que te sea familiar?
Semejante cambio
lo desconcertó. ¿No iba a hacerle daño?
—¿Eso era lo que
querías?
—Sí.
Eso lo relajó un
poco, aunque tampoco perdió el tiempo. Se agachó cerca de donde estaba Vane e
inspiró profundamente. Olió de inmediato a los tres hombres que lo habían
acogido, era relativamente reciente. También fue consciente del ligero aroma de
los sedantes, imperceptible para los humanos.
Continuó
olisqueando el suelo, desplazándose por si detectaba algo un poco más lejos.
Fue un olor muy tenue, pero lo percibió de todos modos. Al reconocerlo, pegó un
salto.
—Cooper.
—¿Lo conoces?
—preguntó Vane.
—Es uno de los
técnicos, me saca muestras de sangre a mí y a los demás. —Inspiró
profundamente, analizando el resto de olores—. Huelo a otros dos machos
humanos, pero no sé quiénes son. —Se movió un poco más, parándose en seco al
percibir el último aroma. Se quedó congelado—. Brower.
—Entonces,
reconoces a dos. —Él asintió—. Háblame de ellos, tal vez así podamos entender
por qué te trajeron aquí.
Él también quería
saberlo. No tenía ningún sentido que le hubieran alejado de los demás y dejado
con unos hombres que, por el momento, le habían tratado mejor que ningún otro
humano antes.
—Cooper nos saca
sangre de vez en cuando. Es un macho adulto, delgado, no parece muy fuerte.
—¿Os trataba bien?
—No abusaba de
nosotros ni nos golpeaba, es el único que intenta evitar que otros nos hagan
daño. Yo siempre he creído que lo hace por su propio beneficio, pero 345 no
está tan seguro.
—¿345? ¿Es uno de
los tuyos?
Él asintió.
—Cooper le salvó
una vez.
—Pero tú no
confías en él.
—No.
Vane no dijo nada
más al respecto, aunque se quedó callado unos momentos. Después, se concentró
en Brower.
—¿Qué puedes
decirme del otro?
—Es Brower. —Notó
un nudo en el corazón al pensar en ella—. Cuando nos golpean demasiado fuerte
nos llevan con ella para que nos cure. Siempre es muy cuidadosa con nosotros,
trata muy bien a nuestras hembras. Ellas nos prohibieron hacerle daño. Los
machos no le habríamos causado ningún dolor de todas formas, no nos gusta pegar
a las mujeres, son más frágiles que nosotros. Brower es pequeña, y olemos su
miedo cuando se acercan los médicos.
—¿Has dicho
médicos?
Se puso alerta al
ver que Vane se sobresaltaba. Tenía el ceño fruncido, pero había algo sombrío
en sus ojos.
—Sí.
—¿Quiénes son?
¿Qué os hacen?
354 apretó los
labios con rabia.
—Ellos dan las
órdenes. Nos hacen las pruebas.
Esta vez fue el
turno de Vane de enfurecerse. Podía oler su rabia en el aire, algo que le
sorprendió. Su especie tenía muy buen olfato, hasta el punto de que olían el
miedo y el deseo sexual, pero el dolor o la ira eran sentimientos que solo
detectaban si eran lo bastante fuertes. Que Vane se enfadara de ese modo por
culpa de los médicos… ¿quería decir que, después de todo, no estaba de su
lado?, ¿que le había dicho la verdad?
—Os han mentido,
354. Los médicos son personas como Brower, gente que cura heridas o
enfermedades. Ethan, el otro hombre que está en mi casa, se dedica a eso
también.
—Entonces, ¿qué
son?
Vane movió la
cabeza a un lado y se rascó el mentón.
—Aún no estoy
seguro, pero no puede ser nada bueno. —Hizo una pausa, mirando de un lado a
otro antes de concentrarse en él—. ¿Notas algo más que te resulte familiar?
¿Puedes saber si había otro de los tuyos por aquí?
Él negó con la
cabeza, convencido.
—Si hubiera
alguien como yo cerca lo olería, y él a mí.
—Así que solo te
trajeron a ti —reflexionó en voz alta.
En eso mismo
estaba pensando. Comprendía que Cooper, Brower y otros dos hombres le habían
llevado lejos de su gente y, al parecer, también de los médicos. ¿Eso quería
decir que habían intentado ayudarle? Pero, ¿por qué solo a él? ¿Por qué habían
dejado atrás a los demás? ¿Y por qué Cooper les había mentido?
—345 tenía razón
—murmuró.
—Cooper está de
vuestro lado —coincidió Vane, asintiendo levemente, todavía pensando—. Y está
claro que Brower también, al igual que los otros dos hombres.
—¿Por qué lo han
ocultado, entonces?
El macho le dedicó
una mirada penetrante.
—¿Cuántas personas
hay en el lugar de donde vienes?
—¿Te refieres a
humanos?, son muchos.
—Ahora trata de
ponerte en su lugar, 354. Imagina que estás solo entre un montón de enemigos
que te matarán en cuanto descubran quién eres. Tu única oportunidad es hacerte
pasar por uno de ellos, fingir que estás de acuerdo con lo que hacen. Si Cooper
y los demás os hacen creer a ti y a tus compañeros que son el enemigo, ellos
pensarán que están de su parte.
Él lo meditó unos
instantes. Tenía razón, los médicos matarían a Cooper e incluso a Brower si
supieran que le habían dejado salir de aquel lugar.
—Entiendo. Es
inteligente.
—Aun así, por lo
que me has contado parece que han intentado protegeros lo mejor que han podido
—dicho esto, suspiró—. Debe de ser duro para ellos ver lo que os hacen día a
día y no poder hacer gran cosa para evitarlo.
—¿Pero por qué me
liberaron solo a mí? ¿Qué pasa con los demás?
—Dudo que tuvieran
tiempo o recursos para sacar a nadie más —respondió Vane. 354 casi podía
escuchar cómo su mente trabajaba a un ritmo incansable—. No sabrás por
casualidad cuántos de los tuyos están encerrados, ¿verdad?
Él hizo un gesto
negativo.
—Conmigo había
otros cuatro machos, pero sé que tienen más en otras celdas.
—Lo imaginaba.
Probablemente solo te liberaron a ti porque se quedaron sin tiempo. O tal vez
no podían ayudar al resto. No lo sé.
Después de eso, se
quedaron en silencio. 354 contemplaba fijamente a Vane, quien se había quedado
con la mirada perdida, sumido en sus pensamientos. Esperó a que dijera algo
pero, a juzgar por el modo en que frunció el ceño, tuvo la impresión de que no
había llegado a ninguna conclusión. Estaba tan confuso como él.
Unos instantes
después, alzó la vista hacia él y esbozó una sonrisa dubitativa.
—Ya pensaremos en
esto con más calma en otro momento. ¿Volvemos?
Él asintió y
siguió a Vane hasta donde se había quedado Max con los perros. Al reparar en su
presencia, este le lanzó al otro hombre una mirada interrogativa, a lo que Vane
respondió con un gesto negativo de la cabeza. Su interacción le pareció muy
curiosa, los humanos tendían a comunicarse entre ellos con palabras, al menos
hasta donde él había visto. Que los dos machos lo hubieran hecho de forma
similar a la que utilizaban 345 y él le confirmó que tenían un vínculo muy
fuerte.
De repente, Max se
acercó a él con una resplandeciente sonrisa.
—¿Listo para
volver? Vane y yo queremos enseñarte la casa, para que puedas pasar el rato
donde quieras.
Su forma de
tratarlo, como si fuera un amigo, le sorprendía. Ningún humano le había hablado
de esa manera antes, exceptuando a Vane, aunque él era más… calmado. Algo que
agradecía. El otro macho hablaba muy rápido y le costaba entender lo que decía
o lo que esperaba de él. Por otro lado, Vane era más pausado, más suave,
procuraba ir despacio para que él pudiera seguirle el ritmo, como si
comprendiera que aquello era difícil para él. De hecho, mientras caminaban de
regreso a la casa, le nombró todas las cosas que había a su alrededor y las que
fueron surgiendo durante la conversación: los árboles, las hojas, la tierra, el
bosque, las montañas, la luna, las estrellas… Siempre intentaba retener en su
mente todo cuanto pudiera.
En cuanto llegaron
a su destino, Vane sostuvo la puerta para dejarlos pasar. Los perros fueron los
primeros en entrar, quienes fueron directos a beber agua y después se tumbaron
en esa cosa redonda y esponjosa que había en el centro de la habitación.
—Bueno, ¿qué te
parece si empezamos por esta habitación? —le preguntó Vane al mismo tiempo que
se quitaba los zapatos. Le llamó la atención que Max imitara su gesto.
—¿Por qué os
quitáis las zapatillas?
—La mayoría de la
gente no se las quita, pero a mí y al resto de mis hermanos siempre nos ha
gustado ir descalzos, es más cómodo para nosotros —le explicó antes de señalar
sus deportivas—. Tú puedes ir como quieras, 354, aunque te recomendamos que te
dejes los calcetines puestos o pasarás frío en los pies.
Se miró sus
zapatillas un segundo, meditándolo. Al final, se encogió de hombros y se las
quitó de un tirón, dejándolas junto a la puerta, como habían hecho Vane y Max.
—Háblame de esta
habitación —pidió, regresando su atención a la casa. Ahora que conocía el
exterior, quería inspeccionar el lugar donde viviría por el momento.
Vane le explicó
que estaban en un salón, un lugar donde la gente se reunía para hablar o donde
simplemente pasaban el rato. Una vez más, le dijo el nombre de las cosas que
había allí y su utilidad, al igual que le mostró cómo se usaba la televisión,
una de las pocas cosas que conocía. Los médicos la habían usado para
demostrarles que sus compañeros estaban bien, pero no sabía que tenía otro uso
más corriente, dedicado a algo llamado entretenimiento.
También le dijo que podía aprender mucho sobre el mundo en el que vivía viendo
las noticias.
Poco a poco, le
fue mostrando el resto de la casa, empezando por la cocina. Prestó especial
atención a la nevera y la despensa, donde Max le enseñó cómo abrir los envases
o las latas cuando tuviera hambre o sed. Después, pasaron a un espacioso cuarto
de baño, cuya utilidad también conocía en general, aunque le gustó que tuviera
una puerta para que nadie viera cómo hacía sus necesidades. Siguieron el
recorrido por las habitaciones, la mayoría eran bastante parecidas, pero
cambiaban los colores y los muebles. También le enseñaron otro baño, bastante
más grande y donde había algo llamado bañera, la cual servía para llenarse de
agua, algo que llamó su atención.
Sin embargo, fue
la última planta la que le pareció más interesante. Había tres habitaciones, la
primera de las cuales lo dejó boquiabierto. Era enorme y tenía una gran pared
de cristal por la cual podía ver el exterior. El suelo era de parqué y había
diferentes tipos de máquinas por todas partes.
—¿Qué es este
lugar?
—Se llama
gimnasio, es donde hacemos ejercicio —respondió Max alegremente, subiéndose
rápidamente a una de ellas—. ¿Ves?, las pones en marcha usando unos botones
—dicho esto, el aparato hizo un ruido que lo sobresaltó y empezó a moverse, de
modo que el humano no tuvo más remedio que caminar a un ritmo lento—. Puedes
estar el tiempo que quieras, aunque si las quieres usar te recomiendo que nos
preguntes a Vane o a mí cómo funcionan, no queremos que te enganches con algo.
Vane se colocó
junto a la máquina y le dedicó a 354 una sonrisa perversa. Sin embargo, más que
maliciosa como la que le dedicaban los médicos cuando iban a hacerle alguna
prueba, parecía cómplice.
—También puedes
decidir el nivel de dificultad. Mira, Max está en el nivel más bajo, pero si
aprieto aquí… —nada más decir eso, la máquina comenzó a moverse más rápido,
obligando a Max a adaptarse a la marcha. Al poco rato, estaba corriendo todo
cuanto podía y maldiciendo a Vane mientras este reía a carcajadas.
—¡Vane, eres un
maldito cabrón! ¡Baja eso!
—¿Y si no quiero?
—¡Te meteré esta
cosa por el culo!
—Mmm, interesante.
¿Desafiarás las leyes espaciales porque me ha dado por joderte un rato?
—¡Solo me gusta
que me jodan de una manera!, ¡y te digo yo que no es esta! —masculló, jadeante.
354 no podía
evitar sonreír al ver la discusión amistosa entre los dos hermanos. Supuso que
a eso se refería Max cuando le había hablado de divertirse, un concepto
completamente extraño para él, y que Vane lo había definido sencillamente como
estar bien o sentirse contento, era algo que se reconocía cuando uno sonreía o
reía.
Finalmente, Vane
se apiadó de Max y redujo la velocidad hasta que la máquina se detuvo. Este le
lanzó una mirada asesina a su hermano, pero al menos no trató de cumplir su
amenaza. Mientras se recuperaba de la carrera, Vane le mostró cómo usar otras
cosas, como el saco de boxeo u objetos similares que, según le explicó, servían
para aprender a golpear.
—¿Tú me enseñarías
a pelear? —preguntó, ilusionado ante la idea de poder defenderse. Pese a que
era más grande y fuerte que los guardias, ellos siempre habían conseguido
noquearle.
El macho se quedó
paralizado un instante. Después, hizo una mueca y bajó la mirada. Le pareció
ver tristeza en sus ojos.
—Max puede
hacerlo, yo no estoy ahora mismo en condiciones.
Él frunció el
ceño.
—¿Qué quieres
decir?
—¡Eh, Vane!
El grito hizo que
todos pegaran un salto. Su agudo olfato fue el primero que se percató del
tercer humano que habitaba en aquella casa. Curioso, se movió un poco para
poder verlo. No era un macho especialmente alto, aunque había visto algunos
técnicos y médicos bastante más bajos, y su figura delgada le informó de que no
era una amenaza inmediata. Su piel era más blanca que la de los hermanos, y su
cabello rubio un tono más pálido que el de Max, además de que lo llevaba liso y
corto hasta la nuca. Sus ojos, de un tono dorado tostado, se abrieron al verle.
Sin embargo, más que asustado, parecía sorprendido.
—Oh, lo siento,
pensaba que 354 estaría duchándose después de la caminata. —Hizo una pausa y se
acercó unos pasos—. Mi nombre es Ethan, es un placer conocerte.
Él inclinó la
cabeza, un tanto dudoso de cómo responder. Tener a tantos machos humanos que le
trataban de forma amistosa empezaba a ser muy extraño.
Vane se giró hacia
él.
—¿Recuerdas lo que
te he explicado sobre los médicos?
Asintió y se
dirigió al hombre.
—Tú curas heridas
y enfermedades.
Ethan sonrió.
—Y cualquier
malestar físico —añadió y se acercó un paso más. Sus ojos le observaron
repentinamente con preocupación—. ¿Cómo te encuentras? ¿Sientes mareos o
entumecimiento? Los sedantes ya deberían de haber abandonado tu sistema.
—Estoy bien —respondió,
confuso por su abrumadora inquietud.
Max apareció en
ese instante por detrás de Ethan y le pasó un brazo por los hombros.
—No le pasa nada,
hombre. ¡Míralo!, aún podría hacer cincuenta flexiones contigo sentado encima.
Vane soltó una
carcajada, mientras que 354 no supo muy bien cómo reaccionar a ese comentario.
Le había dado la impresión de que Max quería decir que él aún tenía fuerzas
suficientes.
Ethan, sin
embargo, puso los ojos en blanco y le mostró unos papeles que llevaba en la
mano.
—No, él no está
bien del todo, mira esto.
Fue Vane quien los
cogió y los analizó atentamente con el ceño fruncido.
—¿Qué significan
estos niveles?
—Que está bajo en
casi todo, ha tenido una alimentación horrible. Durante las próximas semanas
tendrá que seguir una dieta, quiero que tome todo tipo de alimentos.
—Esa era nuestra
intención —comentó Max alegremente.
Ethan le observó
entonces. Sus facciones se suavizaron un poco.
—Si no es mucha
molestia, me gustaría saber tu altura y tu peso.
Que le pidiera
permiso seguía siendo un poco desconcertante, pero empezaba a acostumbrarse a
la forma de ser de aquellos curiosos humanos. Puesto que ya le habían medido la
altura y el peso antes, y sabía que no era doloroso, asintió.
Le guiaron a una
nueva habitación. No era tan grande como el gimnasio y no le gustó por las
paredes blancas y el banco gris, le recordaban a un lugar adonde los técnicos
le habían llevado algunas veces: le ponían una droga que lo mantenía
inmovilizado, aunque despierto; le inyectaban muchas agujas, y le pegaban cosas
extrañas en la piel. Al menos, Ethan tenía una camilla en vez de una simple
mesa de metal.
Afortunadamente,
ninguno de los hombres lo obligaron a conectarse a aparatos extraños o trataron
de hacerle daño. Simplemente se dedicaron a medirlo.
—Mides un metro
noventaisiete y pesas ochentaicinco quilos —musitó Ethan, frunciendo el ceño.
—¿Eso es algo
malo? —preguntó.
—Teniendo en
cuenta tu altura y masa muscular, tendrías que pesar unos cien quilos. —Hizo
una pausa y lo miró con seriedad—. Me gustaría que intentaras comer todo cuanto
puedas. Intenta terminar los platos que haga Max para ti y no te prives de
picar algo cuando tengas hambre. La verdad es que me sorprende que no tengas
problemas de salud.
Que le dijera que
tenía que comer más fue toda una sorpresa. Con el tiempo, había aprendido a
devorar los pocos platos que les llevaban los guardias, sabiendo que
necesitaría todas sus fuerzas para aguantar un poco más. Y ahora le decían que
podía comer cuanto quisiera y cuando tuviese hambre, le estaban dando libertad
para coger comida y también para andar suelto por la casa. Lo trataban como…
como si fuera uno de ellos.
—Está bien.
—No lo agobies con
consejos médicos, Ethan —comentó Max con una gran sonrisa—. Vane y yo le
enseñaremos a comer al estilo Hagel.
—Antes que eso,
deberíais daros una ducha —dijo Ethan, moviendo la mano de un lado a otro
delante de su rostro—. Apestáis.
354 ya lo sabía,
pero estaba tan acostumbrado a ese hedor que no había dicho nada. Además, los
médicos tampoco le permitían limpiarse hasta que terminaran con las pruebas y
fueran a dormir. Los humanos de aquella casa parecían diferentes, pero temía
decir o hacer algo que les hiciera enfadar y lo devolvieran a su celda.
Vane se giró para
dedicarle una sonrisa de disculpa que lo confundió.
—Es verdad. Lo
siento, supongo que con tu sentido del olfato esto debe de ser bastante
desagradable para ti.
—A mi gente no le
gusta oler mal —reconoció, aunque evitó la parte en la expresaba sus deseos de
limpiarse.
El hombre le
observó de un modo extraño, como si pudiera ver en su mente.
—Déjame adivinar,
tampoco os dejan ducharos.
—Hasta que no
terminan las pruebas, no.
—Aquí nadie va a
hacerte ninguna prueba y, por supuesto, puedes lavarte cuando quieras —dicho
esto, le hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera—. Ven, te enseñaré a
usar la ducha.
Salieron del
gimnasio y Vane le guio de vuelta al último cuarto de baño. Sus paredes eran de
color azul oscuro, con una gran pila para lavarse las manos, sobre la cual
había un elegante armario. También había un retrete y una enorme bañera con una
puerta corrediza opaca que tenía unos dibujos extraños.
Vane le mostró
cómo usar la manguera y a regular el agua. Averiguar que podía escoger entre
fría o caliente le dejó anonadado.
—¿El agua puede
ser caliente?
—Claro —respondió,
abriendo el grifo y mostrándole lo que tenía que hacer. 354 metió la mano bajo
el agua, retirándola al instante al darse cuenta de que, en efecto, salía
caliente.
—Increíble
—susurró.
El hombre sonrió.
—¿Prefieres una
ducha o un baño?
—¿Qué quieres
decir con un baño? ¿Te estás refiriendo a esta habitación?
—No. ¿Recuerdas lo
que te hemos dicho antes sobre llenar la bañera de agua? Darse un baño es eso;
te metes dentro de la bañera y vas enjabonándote. Es muy relajante.
—Me gustaría
probarlo.
Vane procedió
entonces a tapar un agujero que había en la bañera y a llenarla de agua
caliente. También le dio una toalla para secarse y una nueva muda de ropa,
incluso le permitió elegir las prendas que más le gustaban. A él le bastó con
tocarlas, escogió las texturas que más le gustaron y el macho se las dejó a un
lado. Después, le enseñó el gel y cerró el grifo, ya con la bañera llena.
—Tómate el tiempo
que necesites, Max y yo nos ducharemos en el otro lado. Estaremos en el comedor
por si necesitas algo —dicho esto, se dirigió a la puerta, aunque se detuvo en
el último momento—. Por cierto, no te asustes si se te arrugan las manos.
Ocurre cuando pasas mucho tiempo dentro del agua, pero vuelven a la normalidad
al cabo de un rato. —Hizo una pausa a la vez que salía de la estancia—.
¿Quieres que cierre o te lo dejo junto? Más que nada es por si pasa alguien, no
quiero que te sientas incómodo si pasamos por aquí.
Él dudó un
instante. No quería que los humanos le observaran mientras estaba desnudo, ya
lo habían hecho muchos otros antes y ahora le gustaba la idea de no sentirse
tan expuesto. Por otro lado, tampoco quería que le cerrara la puerta, temía que
volvieran a encerrarlo… a pesar de que empezaban a ganarse su confianza. El hecho
de que Vane le ofreciera opciones continuamente y que le diera libertad para
estar donde quisiera hacía que sus sospechas sobre él y los machos con los que
convivía se redujeran poco a poco.
—Junto —respondió
finalmente.
Este sonrió, al
parecer nada enfadado con su respuesta.
—De acuerdo, si
necesitas algo, estoy en el otro baño —y se marchó, juntando la puerta tal y
como le había prometido.
Una vez solo, miró
la bañera con la cabeza ladeada. Le resultaba difícil asimilar todo lo que
había ocurrido; había estado encerrado desde que tenía uso de razón y, de
repente, despertaba en un lugar completamente desconocido, acogido por tres
aparentes humanos amables que intentaban ayudarlo. Parecía más bien un sueño.
Sacudió la cabeza
y empezó a desnudarse. Necesitaba unos momentos a solas para pensar en lo que
estaba ocurriendo, y no le pareció mal escoger ese mismo instante para hacerlo,
mientras se limpiaba. Volvió a tocar el agua con los dedos, todavía sorprendido
porque estuviera caliente, y se metió poco a poco dentro de la bañera, hasta
quedar tumbado, con la espalda y la cabeza recostadas. Vane tenía razón, era
muy relajante. No tenía frío y no había nadie que pudiera observarle mientras
se lavaba.
Con los ojos
cerrados y abandonándose a aquel estado de calma, empezó a reflexionar. Cooper,
Brower y otros dos hombres le habían dejado allí. Nada le aseguraba que no
fuera una trampa de los médicos, pero le resultaba difícil de creer. Brower
siempre había tratado a su gente con cuidado, incluso las hembras aseguraban
que intentaba protegerlas de los guardias cuando intentaban abusar de ellas
aprovechando que estaban heridas. En cuanto a Cooper, 345 le contó cómo una de
las técnicas le había dado drogas de cría y lo había inmovilizado en una
habitación para violarlo, incluso apagó las cámaras de vigilancia para evitar
que nadie la descubriera. Pero Cooper lo hizo. Echó de allí a la mujer y envió
sano y salvo a 345 a su celda. Esa humana no volvió a atenderlos nunca, Cooper
ocupó su lugar. Él era cuidadoso cuando les sacaba muestras de sangre, apenas
les hacía daño alguno, y tampoco los insultaba o abofeteaba. Además, siempre
que él estaba presente, había evitado que los guardias les golpearan.
Ahora entendía,
gracias a Vane, que no podían decirles que estaban de su parte, ya que corrían
el peligro de morir si eran descubiertos por el enemigo. Siendo así, les debía
más de lo que creía, sobretodo después de liberarle.
Eso le devolvió a
la última vez que estuvo en su celda. Entonces, ¿fueron ellos los que le
sedaron? Si intentaban ayudarle, ¿por qué no se lo dijeron? Él podría haberles
echado una mano, podría haber liberado a más de su gente…
La respuesta lo
golpeó con fuerza. Él no les habría creído, habría desconfiado del mismo modo
que hacía en esos momentos con Vane, Max y Ethan. Si le hubieran soltado
estando despierto, les habría atacado y probablemente matado. Por eso tenían
que sedarlo, para poder sacarlo de ese lugar sin oponer resistencia.
Sin embargo,
seguía sin entender por qué le habían llevado con Vane. Podrían haberle
explicado que estaban de su lado, que querían ayudar a su gente, aunque hubiese
tenido que estar retenido al principio, él… Él tal vez les habría creído con el
tiempo.
Frustrado, gruñó
suavemente y cogió el bote de gel. Necesitaba más respuestas, necesitaba
entender lo que estaba pasando. Y solo había un hombre en aquel lugar que podía
darle lo que necesitaba. Un humano en el que, muy a su pesar, empezaba a
confiar.