jueves, 24 de mayo de 2018

Presa del Demonio

Capítulo 3. La oferta de Hera


“Frío y fuerte en la distancia,
lleno de fuego y caliente por dentro.”
Aristóteles Onassis

Un rayo de sol le dio directamente en la cara. Se puso un brazo sobre los ojos y soltó un gruñido digno del demonio que era. Lo cierto era que nunca había pasado tanto tiempo en su forma humana, a la que no estaba demasiado acostumbrado. Después de todo, él había pasado milenios en su forma demoníaca, sin pisar el mundo de los mortales…
El silencioso sonido de los pasos de unos pies descalzos hizo que apartara un poco el brazo para ver quién era.
Contuvo el impulso de levantarse e ir hacia Dariel. Acababa de ducharse, llevaba el pelo mojado y vestía unos vaqueros rotos y una camiseta de manga larga bastante ancha. Evar hizo una mueca. ¿Por qué no se arreglaba un poco? Porque estaba casi seguro de que lo hacía a propósito.
Dariel se detuvo al ver a Evar tumbado en el sofá. La misma corriente eléctrica que lo invadió ayer cuando se tocaron lo envolvió de arriba abajo, en una sensual caricia que le puso la piel de gallina…
Contempló cómo Evar se incorporaba lentamente hasta quedarse sentado. Dariel se quedó observando cómo sus firmes músculos se contraían con cada movimiento, en una sinfonía seductora que lo invitaba a acariciar su pecho con las manos y la boca.
Una vez más, se sintió irritado por sus pensamientos y emociones. Anoche trató de convencerse de que solo era una atracción pasajera, fruto de un breve lapsus de confusión y de un día duro y cansado, con grandes dosis de información que aún tenía que asimilar.
Sacudió la cabeza, ignorando ese nuevo ardor que sentía en las entrañas.
—Dariel.
Al escuchar que Evar lo llamaba, alzó la cabeza para mirarle. Parecía frustrado, arrepentido y avergonzado al mismo tiempo.
—Te pido disculpas por mi comportamiento de ayer. No era mi intención que las cosas llegaran a ese extremo.
Dariel no comprendió sus palabras.
—¿A qué te refieres?
Evar pareció dudar entre si contárselo o no. Al final, se encogió de hombros.
—Los Nefilim raras veces tenemos… necesidades de ese tipo. Por eso, cuando las sentimos, es algo muy fuerte para nosotros, difícil de controlar.
Eso confundió e intrigó a Dariel al mismo tiempo.
—¿Quieres decir que los Nefilim no tenéis relaciones sexuales?
—Muy pocas veces o ninguna.
—¿Cómo es posible? ¿Cómo podéis tener hijos entonces?
En esta ocasión, Evar echó la espalda hacia atrás, en un gesto de cautela y desconfianza que lo sorprendió.
—No tienes por qué preocuparte por eso. Todo lo que necesitas saber es que procuraré mantenerme bajo control.
Por un lado, Dariel agradeció ese gesto, pero por otro, se sintió decepcionado. Esa parte lo frustraba y lo irritaba, pero procuraba que no se le notara. Si Evar podía controlarse, él también.
Se fue a la cocina y preparó el desayuno. Evar, una vez más, apareció a su espalda, contemplando esta vez con ojos llenos de curiosidad lo que hacía. Todas las mañanas, Dariel optaba por preparar unas sencillas tortitas. No solía dormir bien por las noches, así que se despertaba cansado y a menudo de mal humor. Aquella mañana solamente estaba un poco más agotado de lo normal.
Evar se mantuvo alejado de él, evitando todo contacto físico, pero Dariel fue consciente de alguna que otra mirada hambrienta, y no precisamente de comida. En momentos como aquel, su lado más emocional gruñía satisfecho y con ganas de llegar más lejos, mientras que la parte racional agradecía que se controlara.
Consiguió sorprender a Evar una vez más con la comida. Como anoche, devoró las tortitas como si fueran un manjar de dioses, algo que lo halagó. Después, él recogió la mesa y fregó los platos. Al terminar, se estaba poniendo sus viejas deportivas para salir a la calle.
—¿Nunca te has planteado arreglarte un poco más? —le preguntó Evar de repente.
Dariel hizo una mueca. Claro que sí. A él no le gustaba ir con esas pintas, pero no había otra forma de librarse de las miradas de las mujeres de su trabajo, e incluso así no había forma de que le dejaran en paz.
Al ver que no contestaba, Evar ladeó la cabeza. Por la expresión de Dariel, supo que sí se lo había planteado, y en más de una ocasión. Por eso suponía que debía de haber algún motivo por el que iba como un impresentable.
Unos minutos más tarde, salieron a la calle. Evar no sabía a dónde iban, se limitó a seguir a su protegido por las calles de Compton. No le gustó aquel lugar. Si bien era cierto que él vivía en el infierno y que allí se encontraba la peor escoria posible, no le gustaba la forma en que la gente miraba la cámara que llevaba Dariel colgada de un hombro.
—Dariel, ¿soy yo o tus vecinos quieren atracarte con la mirada?
—Quieren atracarme, y tal vez lo hagan.
—Mmm, ¿así que vamos a tener que pelear?
Dariel le lanzó una sonrisa socarrona.
—¿Es que al infierno ya no van asesinos sangrientos y mucho más temibles que estos adorables cachorritos?
Evar le devolvió el gesto.
—Te sorprendería la cantidad de basura que hay allí. Lucifer tiene algunos a los lleva torturando desde hace milenios.
A medida que iban hablando, más hombres encapuchados se les iban acercando. Dariel y Evar sonrieron.
—¿Te das cuenta de que estamos a punto de meternos en un lío? —preguntó el primero.
—Sí, y me encanta.
Dariel bufó con diversión.
—Se nota que eres un demonio.
—Gracias, es un detalle que no lo hayas olvidado.
Y entonces, los ladrones se abalanzaron sobre ellos.
No fue un gran combate. Dariel era rápido y golpeaba donde más dolía, algo que le pareció muy gracioso a Evar, quien había imaginado a Dariel como alguien demasiado bueno como para joder siquiera a sus adversarios. Al parecer, estaba equivocado, aunque claro, no debía olvidar que llevaba la sangre de Zeus.
Respecto a Evar, apenas hizo esfuerzo alguno. Había pasado la vida entrenando con Nefilim, y después de la masacre, con Damián y Zephir, que fueron aún peores. Así que pelear contra esos diablillos del tres al cuarto fue más un juego para él que cualquier otra cosa.
A los pocos minutos, los ladronzuelos huían por un callejón, provocando que Dariel y Evar se marcharan con sonrisas arrogantes en sus rostros.
—Vaya, vaya, así que el angelito sabe pelear, ¿quién lo diría? —se burló Evar mientras avanzaban por la calle.
Dariel alzó una ceja y torció su sonrisa.
—No soy idiota. Desde que descubrí mis poderes me he entrenado para lo peor. Aunque debo reconocer que no me sirvió de mucho contra esas dos diosas.
—Eso es porque has aprendido a luchar contra humanos, no contra seres sobrenaturales. —Dariel iba a replicar, pero Evar lo detuvo con un gesto de la mano—. Es verdad que eso te sirve para luchar contra algunas criaturas, pero no contra las más importantes.
Dariel se quedó pensativo. Muy a su pesar, tuvo que reconocer que Evar tenía razón. Desde que cumplió los dieciséis años había ido al gimnasio y había aprendido todo tipo de artes marciales, pero nadie le había enseñado a usar sus poderes… Al menos, no completamente. Sabía hacer las cosas más básicas, pero nada impresionante a pesar de ser un semidiós con poderes de ángel.
—Evar.
—¿Sí?
—¿Tú podrías enseñarme a pelear?
El demonio se detuvo y lo miró a los ojos. Tras unos instantes, sus labios se curvaron hacia arriba en una sonrisa que solo podía calificarse como diabólica.
—No tienes ni la menor idea de lo que significa ser entrenado por un Nefilim, ¿verdad?
—No, pero podré soportarlo.
Evar soltó una carcajada burlona e hizo crujir los nudillos.
—Vuelve a repetirlo dentro de veinte minutos.


En el Palacio de Ébano, Lucifer contemplaba con los ojos entrecerrados y el cuerpo tenso por la excitación al demonio que se encontraba agachado frente a él con las alas plegadas y la cola balanceándose.
Nicodemos le estaba enseñando a hacer un suflé. Podía vivir con la trágica desgracia de ser incapaz de cocinar un plato principal a derechas, pero se negaba a rendirse con los postres humanos. Y por sus santos cojones que conseguiría hacer aquel maldito bollo hinchado fuera como fuera…
El timbre del horno sonó y Lucifer por poco se sobresaltó. Contuvo las ganas de exigirle a Nicodemos que le dijera cómo demonios había salido el dichoso postre. Este abrió la puerta sin molestarse en ponerse un guante y sacó la bandeja de hierro con el recipiente. Lucifer tragó saliva cuando Nicodemos inclinó la cabeza, olfateó el suflé y se apartó de golpe.
Ya estaba temiendo otro fracaso cuando el demonio se giró y le dijo con una ancha sonrisa:
—Diablo, abre la botella de champán, ¡porque no eres un caso perdido!
Lucifer soltó un grito triunfal y pegó un buen salto. Nicodemos se unió a él entre carcajadas, probablemente incrédulas y sorprendidas. Acababan de abrir la botella de chorreante champán cuando escucharon un aleteo.
Era Arioch, uno de los ángeles caídos que estaba al servicio del Diablo.
—Tienes visita, Lucifer.
Este, al ver el rostro sombrío de su viejo amigo, se irguió en toda su estatura y entrecerró los ojos.
—¿Quién es?
Arioch arrugó la nariz.
—Hera.
Arqueó las cejas, sorprendido. ¿Qué hacía aquella diosa en el infierno y qué demonios querría?
—¿Ha venido sola?
—Sorprendentemente sí.
Entonces, no podía tratarse de un ataque. Hera no era tan estúpida como para presentarse en sus dominios sin más ayuda que sus poderes, y ella ni siquiera era una deidad guerrera.
—Hazla pasar.
Arioch lo miró con mala cara, pero obedeció. El ángel caído había estado a su lado desde el principio de su guerra personal contra Dios, y se mostraba especialmente protector con él.
Nicodemos se colocó a su lado.
—¿Quieres que me quede?
—Si no te importa.
El demonio resopló.
—No me fío de ella.
—Yo tampoco —murmuró mientras se retorcía un mechón de su pelo rubio.
La imponente y hermosa diosa apareció en la estancia detrás de Arioch. Se paró en seco al fijarse en Nicodemos, algo que provocó una sonrisa en Lucifer.
De todos los Nefilim, Nicodemos era el más afable, pero eso no evitaba que su aspecto atemorizara a cualquier ser o dios que lo tuviera delante. Con sus dos metros de altura, tenía un poderoso cuerpo de anchas espaldas y torso musculoso, algo que sumado a sus fuertes brazos y potentes patas de dragón lo convertía en un adversario formidable. Su piel era plateada y estaba decorada con angulosos y estilizados símbolos dorados, que indicaban su linaje y la familia de Nefilim a la que pertenecía. Llevaba el cabello castaño claro y liso largo hasta rozar sus hombros, tras cuyo flequillo centelleaban unos ojos color lavanda. De su cabeza, nacían dos largos cuernos blancos curvados hacia atrás. Había abierto ligeramente sus alas emplumadas al ver a Hera, y su cola estaba tiesa, señal de que la presencia de la diosa lo ponía tenso.
Hera hizo una mueca y retrocedió prudentemente un paso. Sí señor, una mujer inteligente y con más cabeza que su marido.
—¿Podemos hablar en privado?
Lucifer se cruzó de brazos y alzó una ceja.
—No.
Hera estuvo a punto de decirle que era un cabrón por intentar intimidarla con su enorme demonio, pero se mordió la lengua. Si algo había aprendido sobre los hombres, era que se sentían más fuertes si sabían que tenían enfrente a una mujer asustada.
Ella no era una joven incauta, era la reina de los dioses. Así que alzó la barbilla, altiva, y se acercó un poco más al Diablo.
—Quiero hablar contigo sobre Dariel Bellow.
Lucifer fue consciente de que Nicodemos se tensaba a su lado, probablemente temiendo que Hera pensara hacerle algo a Evaristo, el actual guardián del semidiós.
—Tú dirás —dijo sin perder la calma.
—Quiero que me lo entregues. Sin oponer resistencia y sin derramar sangre.
—Una entrega limpia.
—Exacto.
—¿Y qué gano yo a cambio?
Hera alzó la mano y le enseñó lo que había en ella. Lucifer frunció el ceño, pero al poco tiempo acabó resoplando.
—Yo no necesito ambrosía. Ya soy inmortal.
—Lo sé, pero te servirá para librarte del poco control que Dios tiene sobre ti.
Esas palabras hicieron que todos los músculos de Lucifer vibraran. Un atisbo de esperanza llameó en su interior, al igual que el anhelo que siempre había guardado bajo llave salió a la luz en una inminente explosión. No había podido salir del infierno desde que se marchó del Cielo y se convirtió en un ángel caído, pues en el momento en que saliera, Dios lo llamaría y él no tendría más remedio que acudir ante él.
No te precipites —susurró Nicodemos en su mente. Las plumas de sus alas de platino se habían erizado y las zarpas de sus patas empezaban a clavarse en el suelo de madera clara.
Lucifer acalló la voz de la esperanza y alzó la vista hacia Hera.
—¿Cómo sabes que funcionará?
—Me lo dijeron las Moiras.
Las diosas griegas que controlaban el destino. Lucifer no dudaba de su potencial, pero seguían perteneciendo al panteón griego y él no se fiaba de nadie que no perteneciera a su propio panteón.
Tras meditar lo que debía hacer, soltó un largo suspiro y volvió a mirar a la diosa.
—Déjame pensarlo.
Hera asintió y Arioch la condujo a la salida del palacio y del infierno. Una vez a solas con Nicodemos, se dejó caer en una silla que había junto al banco de la cocina y se cubrió el rostro con una mano.
El demonio se inclinó sobre él.
—¿Qué vas a hacer?
Lucifer se frotó los ojos, intentando pensar.
—Llama a Amón y dile que venga inmediatamente. Él me dirá lo que necesito saber sobre todo este asunto.


Por la tarde, Dariel llegó a casa totalmente sudado y agotado. Evar tenía razón, entrenar con él era la peor decisión que podría haber tomado nunca. Sin embargo, su orgullo le había impedido parar tras los primeros veinte minutos infernales de entrenamiento.
La técnica de Evar había consistido, básicamente, en que él le atacara. A cada intento, Evar le había derribado sin piedad e inmovilizado en el suelo estirándole los músculos hasta provocarle dolor. Y el muy cabrón le decía que aquello solo era un calentamiento.
Después de eso, la cosa fue a peor. Evar le dio la oportunidad de parar en varias ocasiones, pero él se negó. El demonio le enseñó a usar sus poderes al mismo tiempo que atacaba físicamente, lo que le costó una gran dosis de concentración y le provocó un montón de magulladuras por todo el cuerpo.
A pesar de todo, se sentía satisfecho. Había aguantado todo el día sin apenas descansar y, además, se había percatado de la admiración y aprobación que había mostrado la mirada de Evar. Eso le gustó más de lo debido, algo que lo irritó. Y, sin embargo, no podía evitar ese hormigueo en la piel cada vez que sus miradas se cruzaban con intensidad o se rozaban casualmente.
Dariel lo contempló de reojo. Puesto que los dos habían estado sudando por el entrenamiento, Evar se había quitado su chaqueta de cuero, dejando solamente su camiseta blanca de manga corta como única barrera entre su torso desnudo y la vista de Dariel.
Un estremecimiento descendió por su columna al contemplarlo. No podía ignorarlo, quería recorrer esa deliciosa piel tostada con la lengua y enterrar las manos en su sedoso cabello negro mientras se apoderaba de su boca. Deseaba sentir sus manos en su cuerpo, que lo explorara y apaciguara el fuego que ardía en sus entrañas.
Jamás había sentido algo así por nadie. Ni siquiera durante la pubertad le había interesado el sexo, época en la cual todos sus compañeros de clase se encerraban en los cuartos de baño con una revista de mujeres en pelotas.
Por eso se sentía extraño… y excitado al mismo tiempo. Sentía una creciente curiosidad por saber qué sentiría si dejaba que Evar lo tocara.
En ese instante, se dio cuenta de que lo había estado mirando demasiado rato y alzó la vista para centrarla en sus ojos. Su pulso se aceleró. Evar lo estaba contemplando con esos ojos castaños ensombrecidos y llenos de deseo. Su cuerpo reaccionó con una ola de calor que lo recorrió de arriba abajo, desde la cabeza hasta la punta de los pies.
No hizo ningún movimiento cuando Evar se acercó a él. Estaban a unos centímetros de tocarse cuando Dariel aspiró bruscamente y dijo:
—Lo has notado, ¿verdad?
Evar inclinó su rostro. No apartó la mirada de él en ningún momento.
—Los Nefilim tenemos el sentido del olfato muy agudizado —dijo con la voz ronca, lo que le provocó un escalofrío—. Puedo oler tu excitación con la misma claridad con la que yo siento mi deseo por ti.
Dariel no podía moverse, ni tampoco quería. Sus palabras habían hecho que la oleada de pasión que llevaba conteniendo arrastrara las múltiples razones por las que no debería ceder ante ese demonio.
No se resistió cuando Evar rozó su mejilla con la nariz. Notó que lo olía y sintió un suspiro contra su piel.
—Tienes un olor delicioso, ¿lo sabías? Unido al deseo que te está comiendo por dentro, eres irresistible. —Volvió a aspirar su olor y se apartó lo justo para mirarlo a los ojos primero, y después, a los labios—. Me está costando mucho mantener el control.
—¿En serio? —preguntó Dariel con la voz más grave de lo normal. La idea de que a Evar le costara controlarse por su causa le gustaba demasiado. De hecho, estaba deseando hacerle perder el control.
Antes de que pudiera recordar por qué no debía hacer aquello, incluso antes de ser consciente de lo que hacía, alzó una mano y le acarició la mandíbula. Evar no se movió, siguió mirándolo a los ojos mientras él recorría con los dedos el áspero mentón, los pómulos afilados y esos labios que deseaba mordisquear.
La experiencia le gustó. Evar no lo presionaba ni lo obligaba a hacer nada que no quisiera; simplemente, le daba total acceso a su cuerpo. Más curioso que antes, deslizó la mano hacia su cuello, delineó la curva de su hombro y descendió por el musculoso pecho.
—¿Te gusta? —le preguntó Evar con la voz aún más ronca.
Dariel asintió.
—¿Y a ti?
Un gruñido fue su respuesta.
Entonces, Dariel se fijó en la forma en que se tensaban sus músculos cada vez que lo acariciaba, así como en su mandíbula tensa. Se estaba conteniendo. Y Dariel, por alguna razón incomprensible, no quería eso. Deseaba que Evar actuara tan libremente como él, sin obligarle a hacer nada que quisiera pero sin restricciones.
Quería el fuego que brillaba en sus cálidos ojos.
Sin pensárselo dos veces, le aferró la nuca y lo besó. Dariel jadeó en su boca cuando Evar le devolvió el beso. Impaciente y apasionado. Salvaje y primario. De no haber estado tan ocupado devorando sus labios habría soltado un rugido triunfal.
Evar lo acorraló contra una pared y le cogió las nalgas, apretándolo contra él. Dariel contratacó metiendo una mano por debajo de su camiseta para acariciar el musculoso vientre. Evar soltó un gruñido satisfecho y rozó sus labios con la lengua. La sensación hizo que diera un respingo, pero no tardó en sacar la suya y dejar que se entrelazaran, que se exploraran, que juguetearan la una con la otra.
Dariel no podía expresar lo que sentía. Ni en sus más remotos sueños ni en sus pensamientos más creativos habría imaginado que el deseo pudiera así. Notaba el latido de su corazón golpeando su pecho con una fuerza apabullante, su pulso se había disparado, su cuerpo ardía en llamas de pasión y su piel anhelaba el roce desnudo de Evar.
El demonio lo apretó aún más contra él. Dariel gruñó y tiró de él para que se acercara más. A esas alturas, estaba totalmente descontrolado y no dudó en rajarle la camiseta a Evar. Él jadeó contra sus labios en cuanto las manos de Dariel le recorrieron el pecho, la espalda, los costados y el vientre.
El beso se intensificó, sus lenguas lucharon entre ellas por hacerse con el control, sus cuerpos chocaron y forcejearon. Evar, incapaz de soportarlo más, se apartó lo justo para lamerle el cuello y mordisquearlo. Dariel gimió de placer ante la húmeda y ardiente caricia, lo que lo excitó muchísimo más.
Y entonces, su móvil vibró. Evar quiso ignorarlo, pero estaba casi seguro de quién le llamaba y tenía que contestar.
Se apartó a regañadientes de Dariel, en cuyos ojos veía arder el mismo deseo que a él le quemaba la piel. Odiaba dejar las cosas ahí, pero no tenía otra opción.
—¿Diga? —preguntó con un gruñido amenazador.
—¡Hola, Evaristo! ¿Me echabas de menos? —canturreó Lucifer.
Evar sintió deseos de mandarlo a la mierda, pero se mordió la lengua.
—¿Qué quieres?
—Esto… No habréis visto a Hera últimamente en las cercanías, ¿verdad?
La pregunta lo puso tenso. Dariel debió notar el cambio de su expresión, porque lo miró con el ceño fruncido.
—Estuvo aquí anoche.
—Mmm… Eso explica que haya acudido a mí en vez de ir directamente a por nuestro nuevo amigo…
—Aún no ha aceptado, Lucifer.
—Pero ha accedido a pensarlo y eso ya es algo.
Evar puso los ojos en blanco. Como Lucifer no fuera al grano en cinco segundos colgaría y se llevaría a Dariel a la habitación.
—Ve al grano.
—Uh… No estamos de buen humor, ¿eh? —El gruñido de advertencia de Evar fue suficiente para que Lucifer decidiera no poner a prueba su paciencia—. De acuerdo. Hera me ha hecho una oferta sobre nuestro amigo y tengo que hablar contigo antes de decidir nada.
Evar entrecerró los ojos. No le gustaba nada cómo sonaba eso.
—¿Quieres que vaya allí?
—Sí.
—¿Y qué pasa con Dariel?
—Nicodemos le hará compañía. Te espero en mi despacho —y sin más, colgó.
Evar guardó el teléfono y soltó una retahíla de blasfemias en la lengua de los Nefilim, una extraña mezcla entre hebreo y griego, mientras se quitaba su camiseta rota y hacía aparecer una nueva de color negro para ponérsela.
—¿Qué ocurre? —preguntó Dariel, claramente inquieto.
—Tengo que ir al infierno.
Dariel se sobresaltó.
—¿Pasa algo malo?
—Hera quiere hacer un trato con Lucifer. Quiere que te entregue.
El semidiós abrió los ojos como platos y retrocedió un paso. Evar hizo amago de ir hacia él, pero se contuvo en el último momento.
—No voy a dejar que te entregue, Dariel.
—¿Y por qué deberías hacer eso?
—Porque los Nefilim no echamos a los lobos a alguien que no tiene ninguna oportunidad de sobrevivir ante su adversario. La lucha debe ser justa y en igualdad de condiciones. Sin engaños, cara a cara. Si Lucifer te entrega a Hera, acabarás muerto.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Que por muy semidiós que seas no puedes enfrentarte a tu madrastra y a todos sus hijos y séquito. Te matarían antes de que supieras por dónde te están golpeando.
Dariel apretó los labios y cerró los puños. Era obvio que su comentario no le había hecho gracia, pero era la verdad y quería dejárselo claro.
—¿Y qué piensas hacer?
—Convenceré a Lucifer. En cuanto venga Nico…
En ese instante, el timbre sonó.
Evar miró a Dariel y le hizo un gesto para que se quedara donde estaba mientras él se dirigía a la entrada. Un olor familiar se filtró por sus fosas nasales. Abrió la puerta confiado y un hombre de su misma altura y complexión musculosa apareció con una bandeja que contenía una masa rectangular blanca amarillenta y roja intensa.
—Hola, Nico.
—Evar —lo saludó con una ancha sonrisa antes de pasar. Nico fue directamente a buscar a Dariel. Evar no se molestó en detenerlo; conocía a Nico desde que era un adolescente y sabía que a pesar de sus seis mil años seguía comportándose con el mismo carácter impulsivo e hiperactivo de cuando era un niño.
Por otro lado, Dariel contempló al recién llegado con curiosidad. Iba bien vestido; con una camisa negra bajo una americana gris pálida que hacía juego con sus pantalones largos. Tenía la piel clara y unos rasgos agradables a primera vista, enmarcados por el cabello castaño claro que le rozaba los hombros y resaltaba sus ojos color lavanda. Era unos pocos centímetros más alto que él y tenía la misma complexión musculosa de Evar, aunque no poseía unas espaldas tan anchas y la curva de su cintura era un poco más pronunciada.
Este le dedicó una sonrisa amable y le tendió la bandeja que llevaba en las manos.
—Mucho gusto en conocerte. Me llamo Nicodemos Vasilias, pero todos me llaman Nico. He traído tarta de queso con arándanos, espero que no seas alérgico a la lactosa.
Dariel tenía la vaga impresión de que Nico también era un Nefilim, pero le cayó bien al instante. El demonio se quitó la americana con una elegancia innata y la dejó caer sobre el respaldo del sofá.
—Dariel Bellow —se presentó—. Gracias por la tarta.
—Es lo que suelen hacer los humanos, ¿verdad?, traer comida cuando se les invita a pasar —dicho esto, se volvió hacia Evar. Su sonrisa había desaparecido y estaba muy serio—. Ve al infierno y convence a Lucifer de que no acepte ese trato, Evar.
Dariel se sobresaltó ante ese comentario, sin comprender qué interés podía tener Nico en que el Diablo no lo entregara.
Evar también pareció interesado.
—¿No estás de acuerdo?
—No me fío de Hera. Ni de ella ni de ningún dios que quiera hacer tratos con Lucifer. Todo el mundo intenta aprovecharse de su odio hacia Dios para conseguir lo que quieren y después dejarlo tirado. Ningún dios le toma en serio y lo sabes. Hera no será una excepción.
Evar asintió y se acercó un poco más a Nico y Dariel.
—Le convenceré de que no acepte. De todas maneras, pensaba hacerlo aunque no me lo pidieras.
Nico alzó una ceja y miró a Dariel de arriba abajo.
—Vaya, vaya. Debes de haberle caído muy bien como para que se haya encariñado contigo tan rápido.
Dariel no pudo evitar sonrojarse. Lo que había pasado entre Evar y él había sido… ¿Cómo describirlo? Siempre había querido evitar situaciones como esa, tanto con hombres como con mujeres. No quería saber nada del sexo, al menos, no hasta ahora. Hasta que Evar le había demostrado lo que podía ser.
En esos momentos, Dariel tenía la mente más clara y recordaba los motivos por los que no debería ceder a ese incomprensible deseo. Y aun así, cada vez que miraba a Evar, sus entrañas ardían por la excitación y la curiosidad de saber cómo se habría sentido si hubiesen seguido hasta el final.
Evar llamó la atención de Nico y, con ella, la del propio Dariel.
—Me marcho. Encárgate de Dariel mientras tanto. Y estate atento. Que Hera le haya ofrecido un trato a Lucifer no significa que no vaya a intentar atacarle.
Nico le lanzó una sonrisa arrogante.
—Oye, que sea el más joven no significa que no pueda cargarme a un par de dioses. Sobre todo si son griegos —dijo con un bufido—. Los mayas y los aztecas sí que saben dar guerra de verdad.
Evar puso los ojos en blanco y miró a Dariel.
—Ten los ojos bien abiertos.
Dariel asintió bruscamente. La aparente y genuina preocupación de Evar por él le gustaba más de lo debido, y se sintió irritado por ello. Conocía a Evar desde hacía dos días y tenía la sensación de que todo empezaba a girar en torno a él. Y no le gustaba.
Evar desapareció con un fogonazo de luz. Dariel no estaba seguro de qué hacer ahora con Nico, pero fue este quien marcó la conversación.
—Bueno, ¿por qué no hacemos algo típicamente humano que te guste? Dime, ¿qué haces para pasar el rato?
Dariel se quedó un tanto parado, pero al final logró responder.
—Esto… Me gusta grabar y cocinar…
—¿Cocinar? —Los ojos lavanda de Nico brillaron al oír esa palabra—. No me importaría que me enseñaras un poco.
Dariel sonrió. No tardaron en ponerse manos a la obra en la cocina, al igual que a Dariel no le costó en absoluto llevarse bien con Nico. Era abierto y afable, con un sentido del humor muy curioso, y hablador por los codos.
—Nico, ¿tú también eres un Nefilim?
—Sí, y muy orgulloso de serlo —respondió sacando pecho.
Dariel ladeó la cabeza.
—No lo pareces.
Nico soltó un bufido.
—Que no te engañe la actitud de tío duro de Evar. Los Nefilim podemos ser tan sensibles como cualquier humano. La diferencia es que a nosotros nos cuesta demostrarlo… además de que tenemos una forma particular de mostrar afecto.
—¿En serio?
—Sí. Pero creo que tú ya te has dado cuenta de eso —comentó Nico con una sonrisilla y alzando las cejas.
Dariel se hizo el loco.
—No sé de qué me hablas.
—Acabo de decirte que soy un Nefilim, y huelo el deseo de Evar hacia ti de la misma forma que huelo el tuyo hacia él. Si no he dicho nada ha sido simplemente para evitar un momento incómodo.
Dariel bajó la vista, notando cómo un sonrojo cubría todo su rostro.
—Eso es un inconveniente.
—No te preocupes, no es la primera vez que Evar pasa por esto. Se puede soportar.
Esas palabras llamaron la atención de Dariel.
—Espera, creía que los Nefilim no teníais relaciones sexuales.
—Y no solemos tenerlas. Aparte de ti, Evar solamente tuvo interés en otra persona.
—¿Quién era?
Nico alzó entonces la vista hacia él. Dariel retrocedió al ver que sus ojos tenían un brillo peligroso.
—Se llamaba Arlet. Era un ángel.
Esta vez, él no pudo hacer otra cosa que sobresaltarse. ¿Cómo era posible? Estaba claro que Evar odiaba a los ángeles, sobre todo después de que asesinaran a toda su familia.
—¿Pero cómo…?
—Evar tampoco lo comprendía. Pero sucedió, y la primera vez que sentimos el deseo sexual es demasiado fuerte como para controlarnos. Evar no pudo hacer nada por evitarlo.
Dariel tragó saliva.
—¿La violó?
—No, Arlet se entregó a él. Ninguno de los dos quería llegar a eso, pero… No pudieron hacer nada por evitar que sucediera.
Había algo en la forma de hablar de Nico que no le gustaba nada.
—¿Qué ocurrió?
—Se enamoraron… Y después, ella le traicionó. —Antes de que Dariel pudiera decir nada, Nico se lo explicó—. Ella lo llevó al Cielo, donde un montón de ángeles lo esperaban para matarlo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario