Prólogo. Compromiso
Tsunade inspiró
hondo antes de llamar un par de veces a la puerta. No le gustaba lo que había
hecho, pero tampoco tenía otra opción; era eso o perder su reino, y no iba a permitir
que todo el sacrificio de su familia, todo por lo que habían luchado a lo largo
de los siglos, terminara en manos de ese degenerado.
Le dieron permiso
para pasar y ella entró en la habitación. Sonrió al contemplar el dormitorio de
su nieto: era amplio y sus paredes estaban revestidas de madera, como si
estuviera en el interior de una cabaña; las columnas parecían troncos de
árboles y, de hecho, del propio techo colgaban diferentes tipos de plantas,
hojas y flores, simulando un bosque, aunque ella sabía por qué tenía allí esas
plantas; el suelo estaba cubierto con mullidas alfombras, ya que a su nieto le
gustaba ir descalzo; en el fondo había una gran cama cubierta con una enorme
piel de color rojo y con muchos cojines; a su izquierda, un pequeño armarito
con sus objetos personales, y a su derecha, una especie de fuente hecha de
rocas negras, en cuyas aguas había un par de nenúfares y plantas acuáticas.
Su nieto estaba
sobre la cama, leyendo muy concentrado un libro al que solo él tenía acceso.
Sonrió orgullosa al contemplarlo: se parecía muchísimo a su padre, era alto y
tenía la piel tostada, en claro contraste con su cabello dorado, el cual
llevaba largo hasta rozarle los hombros, y con sus ojos azules; sin embargo, la
belleza era de su madre, tenía una figura esbelta y movimientos gráciles y
elegantes, no eran pocos los hombres que se volvían para verlo, a pesar de su
figura atlética, considerada muy masculina para un creador.
También había
heredado su carácter fuerte: desde que había tenido uso de razón, se había
negado en redondo a ser un creador como los demás, delicado, femenino y con
modales refinados. No, su nieto era perfectamente capaz de cuidarse solo, y no
eran pocos los que habían tenido la mala fortuna de comprobarlo. Podía ser
también un poco rebelde, pero tenía claro cuáles eran sus responsabilidades…
Por eso, esperaba
que aceptara la decisión que había tomado.
Su nieto levantó
la mirada al escuchar sus pasos y dejó el libro sobre la cama, aunque detrás de
él. Los creadores eran los únicos que tenían acceso a conocer el contenido de
esas páginas, por lo que no le molestó que tratara de ocultarlo de su vista.
—Abuela, ¿qué te
trae por aquí? —le preguntó.
Ella suspiró y se
sentó en el borde la cama, cerca de él.
—Tenemos que
hablar, Naruto.
Este frunció el
ceño, pero irguió la espalda y la miró con seriedad. Sabía que cuando su abuela
pronunciaba las palabras “tenemos que hablar” era para un asunto muy
importante.
—¿Ha pasado algo?
—inquirió, temiendo que alguna amenaza se cerniera sobre su reino.
Tsunade le
acarició la cabeza.
—Tranquilo, no es
nada grave. Es solo que… ya has cumplido la mayoría de edad…
Naruto cerró los
ojos con fuerza. Sabía lo que quería decir y, aunque le desagradara la idea,
comprendía por qué su abuela había hecho lo que él creía.
—¿Quién es?
A la reina le
sorprendió que le preguntara con tanta calma. Conociendo a su querido nieto,
estaría hecho una furia y armaría tanto escándalo que ni los más aguerridos
hombres osarían acercarse a él. Enarcó una ceja, muy impresionada por su
actitud.
—Me sorprende que
te lo estés tomando tan bien.
Naruto arrugó la
frente y se levantó, encarándose al ventanal que había junto a su cama para
contemplar la ciudad que lo había visto nacer. No, no es que se lo estuviera
tomando bien, es que tampoco había muchas opciones, y prefería aquella antes de
que ese bastardo consiguiera algo que no era suyo.
—No se trata de
eso. Simplemente, no quiero que Mizuki se apodere de este reino.
Mizuki era el
hermanastro de su padre. Era sabido por todos que su abuelo, Jiraiya Namikaze,
había tenido muchísimas amantes antes de comprometerse con su abuela y, en
consecuencia, había tenido una gran cantidad de hijos. Como padre, Jiraiya se
había encargado de que estuvieran bien atendidos, y no eran pocos los que se
habían presentado ante Minato, su padre y legítimo heredero al trono, para
servirle y jurarle lealtad renunciando a cualquier derecho sobre el reino. Lo
cierto es que, a pesar de ser hermanastros, todos se habían llevado muy bien.
Excepto Mizuki. Él
había acudido a Jiraiya con diecisiete años, tras la muerte de su madre, y el
rey decidió acogerlo en palacio como había hecho con otros de sus hijos que
también habían perdido a su familia. Sin embargo, Mizuki era diferente; cuando
llegó al palacio ya estaba corrompido por la avaricia y el deseo de poder,
aunque al principio nadie se dio cuenta. Tsunade sospechó en su día que había
atentado contra la vida de su hijo Minato para convertirse en rey, puesto que
él era el único de sus hermanastros que se había negado a renunciar a sus
derechos sobre el Reino del Fuego. Por desgracia, no pudo demostrarlo… Y
esa duda la carcomió hasta que, unos años atrás, Minato y Kushina murieron en
un accidente. Inmediatamente después de eso, Mizuki exigió ejercer como regente,
puesto que Naruto era menor de edad y además un creador, así como pidió su mano
en matrimonio para asegurarse de que cuando creciera no se casara con otro para
dejar el reino en otras manos que no fueran las suyas.
Desgraciadamente
para él, su condición de bastardo no fue favorable y Tsunade logró ser reina
regente hasta que Naruto fuese mayor de edad y, por si no fuera poco, ella
recurrió a que ambos eran familia; no eran parientes muy cercanos y el
matrimonio sería aceptado, pero ella comentó que sería preferible casar a
Naruto con el hijo menor de un rey extranjero para afianzar alianzas, lo que el
Consejo vio muy recomendable. Incluso en ese entonces, Tsunade ya sabía con
quién quería casar a su nieto, pero no dijo nada hasta tener una confirmación
del Reino del Hielo, que llegó un año atrás. Aun así, no informó a Naruto para
que pudiera sentirse libre un poco más… pero ahora ya había cumplido los
dieciocho y era la hora, debía casarse antes de que Mizuki pudiera hacer nada.
—Él es cruel
—prosiguió Naruto, apretando los puños—, menosprecia a los campesinos por ser
de origen humilde, piensa que las mujeres deberían limitarse a parir y criar a
los niños y que la homosexualidad es un acto repugnante, por no hablar de su
política de conquista. No quiero que mi reino se vea sumido en una guerra
cuando llevamos más de dos generaciones en paz con los otros reinos.
Tsunade parpadeó.
No esperaba que su nieto se hubiera fijado tanto en Mizuki.
—¿Cómo sabes tanto
sobre él?
Cuando Naruto
apartó la vista, supo que no iba a responder. Pese a que quería saber qué
ocultaba, no le preguntó nada. Como creador, había cosas que su nieto no
compartía con nadie excepto con el dios de su región, Kurama.
—En fin, ¿quién es
mi prometido? —le preguntó Naruto, cambiando de tema. Su tono era de desgana, y
Tsunade lo entendía; a ella tampoco le hizo mucha ilusión casarse con Jiraiya
pero, a pesar de que nunca se amaron como Minato y Kushina, sí lograron
llevarse bien y convertirse en buenos amigos, de hecho, su muerte fue muy dura
para ella. Solo esperaba que su nieto y su prometido tuvieran una relación
similar, ya que no era tan estúpida como para esperar que los dos se
enamoraran.
Con un suspiro,
respondió:
—Sasuke Uchiha.
Al oír el nombre,
Naruto pegó un salto y la miró con desconfianza.
—¿Sasuke Uchiha?
¿Ese Sasuke Uchiha?
—El mismo.
—… —Naruto miró a
su abuela un tanto confundido. Ella quería lo mejor para su reino, igual que él
pero, entonces, ¿por qué Sasuke Uchiha? No era ningún secreto que ese hombre no
parecía tener mucho interés en su país, sino que prefería ir al mar en busca de
aventuras y, aunque Naruto no creía que fuera nada malo, el hecho de que no
acatara sus responsabilidades como príncipe hacía que no lo viera como alguien
adecuado para encargarse de su gente—. ¿Por qué él? Sé que eras amiga de Madara
Uchiha, y sé que es una familia poderosa, pero ese hombre no tiene intención
alguna de cuidar un país.
—Lo que él quiera
es irrelevante —dijo Tsunade, haciendo un gesto con la mano para quitarle
importancia—, ha nacido siendo príncipe y tarde o temprano tendrá que casarse
con alguien, y si no es contigo, será con otro.
Naruto frunció el
ceño.
—Aun así, eso no
nos asegura que vaya a ser responsable de nuestra gente.
—Para eso estás
tú, querido. —Tsunade sonrió con malicia—. No irás a decirme que aceptarás tu
papel como creador y permanecerás al margen de lo que ocurre en tu reino,
¿verdad?
Naruto enrojeció,
claramente enfadado.
—Son mi gente y mi
responsabilidad. Tengo más derecho que él a procurar su bienestar y seguridad,
¡me da igual ser un creador! ¡Puedo cuidar de mis hijos y del reino a la vez!
—¡Ese es el
espíritu! —exclamó Tsunade, dándole un golpe cariñoso a su nieto en el brazo
que provocó que este hiciera una mueca de dolor—. Por tus venas corre la sangre
de los Namikaze y los Uzumaki, no he conocido a nadie que pueda someterte, y
ese Uchiha no lo logrará tampoco. No dudo que no te lo pondrá fácil, pero
nosotros contamos con el factor sorpresa.
—¿Factor sorpresa?
Tsunade posó sus
manos en los hombros de Naruto y le sonrió.
—Apuesto todo el
vino de nuestro reino a que no espera casarse con un creador tan rebelde,
cabezota e imprevisible como tú.
—¡No puedes estar
hablando en serio!
Itachi Uchiha se
encogió al escuchar aquel grito, proveniente ni más ni menos que de su siempre
ausente hermano pequeño. Hacía tres años que Sasuke había cogido un barco con
algunos de sus hombres y se había hecho a la mar sin mirar atrás ni una sola
vez, tan solo habían mantenido el contacto mediante mensajes cortos. Había cambiado
mucho durante ese tiempo: era casi tan alto como él y su cuerpo se había
fortalecido, tenía las espaldas más anchas, y la camisa de algodón se adhería a
un torso fuerte y musculoso, producto del esfuerzo físico que pedía el mar y de
las luchas contra piratas y ladrones; el cabello, de un negro brillante, le
había crecido hasta rozarle los hombros, cuyos mechones acariciaban su rostro
de pálidas y perfectas facciones, y sus ojos, tan oscuros como una noche sin
luna, se habían endurecido, volviéndose mucho más fríos de lo que ya eran antes
de marcharse.
Itachi temía que
su hermano se hubiese vuelto como su padre, frío de corazón. No es que fuera
alguien malvado, sabía que él les amaba a su manera, pero desde la muerte de su
madre no había vuelto a ser el mismo… sobre todo con Sasuke.
Notó que su esposa
Izumi se apretaba un poco contra él. Al ver el motivo, palideció; su padre se
había levantado del trono y fulminaba a Sasuke con la mirada.
—Eres mi hijo y
tienes una responsabilidad con tu reino, así que aceptarás ese matrimonio te
guste o no.
—¡Itachi es el
primogénito!, ¡es él quien hereda tu reino, por lo que a mí déjame en paz!
Fugaku Uchiha hizo
acopio de toda su fuerza de voluntad para no abalanzarse sobre su propio hijo.
Sinceramente, no había esperado un gran reencuentro con Sasuke teniendo en
cuenta que desde la muerte de su esposa se habían distanciado mucho… pero
tampoco se le había pasado por la cabeza que se mostrara tan reacio a cumplir
con su obligación.
—Pero sigues
siendo príncipe y sigues siendo responsable de este reino. Eso significa que
debes aceptar este compromiso. Los Uchiha y los Namikaze hemos tenido una buena
relación desde que tu abuelo Madara entablara amistad con el rey del Reino del
Fuego, pero este matrimonio creará un vínculo más fuerte y una alianza mucho
más firme.
Sasuke le miró con
odio.
—¿Y tenías que
acordarlo sin tan siquiera preguntarme?
—¿Habrías aceptado
cualquier otro matrimonio?
El joven apretó
los labios, sabiendo que no lo habría hecho sin importar quién fuera. Nunca
había sentido deseos de unirse para siempre a una sola persona, prefería ir por
libre y tener relaciones con quien le apeteciera, sin preocuparse de si una
persona u otra saldría herida. Y ahora, su padre le había comprometido no solo
sin preguntarle, sino con un creador, ¡un maldito creador! Sí, eran hombres
hermafroditas con la extraña capacidad de quedarse embarazados, pero él no se
dejaba engañar, ¡tenían huevos y pene por muy femeninos que fueran!
—¿Y tenía que ser
con un creador?
Fugaku enrojeció de
rabia.
—Los creadores son
sagrados y extremadamente raros. Los héroes más grandes de nuestra historia
eran todos hijos suyos, y hacía más de un siglo que no había nacido uno de
ellos. Siéntete honrado de estar prometido con él.
—¡No! No me casaré
ni con él ni con nadie. ¡Yo me largo! —dicho esto, dio media vuelta y caminó a
paso rápido y furioso hacia la salida de la sala.
Izumi miró
preocupada a su esposo, quien a su vez buscó con la mirada a su padre, temiendo
su reacción y preguntándose si tendría que intervenir. Sin embargo, Fugaku
mantuvo la calma y utilizó su último recurso.
—¿Acaso has
olvidado tu juramento?
Sasuke se paró en
seco. No dijo nada ni tampoco se volvió, solo se quedó muy quieto.
Su padre
prosiguió.
—“Juro por mi
sangre real de la casa Uchiha, fidelidad y lealtad. En las malas blandiré mi
espada contra los enemigos, y en las buenas hincaré la rodilla para mis
aliados. Seré un miembro leal a mi familia hasta mi último aliento.”
Su hijo pequeño
apretó los puños con rabia y se giró. Sus ojos negros, normalmente gélidos,
ahora parecían estar a punto de escupir llamas.
—No, no lo he
olvidado.
—¿Y vas a faltar a
ese juramento? ¿Quieres deshonrar a tu familia y a ti mismo de esta forma?
Sasuke recordó el
hermoso rostro de su madre, mirándole con orgullo y adoración. Cerró los ojos
con fuerza y dijo entre dientes:
—No, no lo haré.
Itachi e Izumi se
relajaron, igual que Fugaku, que dejó de tensar los hombros y asintió para sí
mismo.
—Mañana partirás
hacia el Reino del Fuego para conocer a tu prometido. Espero que tu
comportamiento con él sea el adecuado, hijo, no nos avergüences más.
Las palabras de su
padre dolieron, y eso que creía que ya estaba acostumbrado. Aun así, como buen
Uchiha, no permitió que se le notara y se marchó sin dirigirle la palabra a
nadie hacia lo que tiempo atrás había sido su dormitorio. Se encerró de un
portazo y se apoyó contra la puerta, maldiciendo a su padre. Toda una vida
dándole la espalda y ahora le comprometía con un completo extraño.
Cuando se fue de
casa tres años atrás, pensó que por fin podría ser libre y olvidarse de su
familia; aunque le dolió dejar a Itachi e Izumi, estaba convencido de que había
hecho lo mejor para él. Y ahora… ahora estaba atado a un completo extraño por
el que no sentía ninguna clase de afecto.
Soltó un gruñido
de disgusto. Seguro que ese creador estaría encantado de casarse con él; todas
las mujeres caían rendidas ante él no solo por su atractivo sino también por su
reputación, era un hombre aventurero y fuerte, perteneciente a un linaje real y
con un apellido reconocido en todo el mundo por ser grandes guerreros.
Apretó los dientes
hasta que rechinaron. Joder, iba a pasar el resto de su vida con un hombre
afeminado y mimado que seguro que creía que él sería romántico y sensible. Pues
bien, iba a llevarse una desagradable sorpresa, porque pensaba dejarle muy
claro cómo iba a ser su vida a su lado: cumpliría con sus obligaciones, nunca
lo deshonraría y le protegería porque ese era su deber, pero se aseguraría de
que supiera que entre ellos jamás habría nada remotamente parecido al amor.
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