Capítulo 5. El recibimiento de los lobos
Shade alzó las
orejas cuando escuchó los gritos. Dejó escapar un gruñido al reconocer a esas
desagradables criaturas que los humanos habían llevado a sus bosques.
Eran seres
extraños, olían a muerte y sentía su desesperación y furia. Habían matado a
varios de sus lobos cuando estaban solos, pero siempre que iban en grupo se
mantenían alejados de ellos. Había intentado echarlos de su territorio varias
veces, pero nada parecía herirles y mucho menos matarles.
Al principio, solo
eran dos o tres, pero con el paso del tiempo aparecieron más, y no tenía ni la
menor idea de cómo se multiplicaban. No eran demonios, ni tampoco parecían
espíritus. Los árboles se referían a ellos como la muerte, pero ella los
llamaba espectros.
Una sonrisa se
extendió por su rostro al escuchar a quiénes estaban atacando.
—Fenrian.
El lobo gris trotó
hasta colocarse a su lado y contempló el espeso bosque que había bajo la roca
donde se encontraban vigilando su territorio.
—¿Humanos? —preguntó con una sádica
sonrisa y arañando el suelo.
—Tus hermanos.
Fenrian se
sobresaltó y la miró mostrando los colmillos.
—Los naik no son mis hermanos. No significan absolutamente nada para mí.
—Y, aun así, cuando he dicho que eran tus
hermanos, lo primero en lo que has pensado ha sido en ellos.
El lobo gruñó como
única respuesta.
—¿Están en nuestro territorio?
—Sí.
—Bien—dicho esto, dio un salto y empezó a
correr cuesta abajo.
Shade ladeó la
cabeza sin dejar de sonreír. Al parecer, tendría la oportunidad de ver un
enfrentamiento muy interesante.
Yilan y los demás
no lo estaban teniendo nada fácil. A pesar de la protección que les prestaba el
bininci, que golpeaba a diestro y
siniestro a los extraños seres, estos de vez en cuando lograban escabullirse y
atacarles.
Así que tenían dos
problemas muy graves. El primero lo descubrieron cuando una sombra atacó de
frente a Zhor y este ni siquiera se movió. Irsis tuvo que ponerse en medio y
ahuyentar a la criatura con una patada giratoria y lanzando sus abanicos, la
cual logró esquivarlos antes de desaparecer.
—¿Qué coño haces,
Zhor? ¡Defiéndete, hombre!
El soldado frunció
el ceño.
—¿De qué? ¡No
había nada!
Esta vez fue Irsis
quien lo miró confuso. Después, se giró hacia sus hermanos.
—Vosotros los
veis, ¿no?
Todos asintieron
excepto Shunuk, que estaba igual que Zhor.
—Yo no veo nada
tampoco. ¿Qué nos está atacando?
Los naik se miraron y después se dirigieron
al árbol, que contratacaba sin descanso.
—Si vosotros dos no podéis verlos, es porque
no tenéis ningún tipo de poder. Quedaos atrás y dejad que los demás nos
encarguemos.
A Zhor no le hizo
ni puñetera gracia, pero obedeció después de que Shunuk tirara de él sin
miramientos para ponerlo a salvo.
La segunda mala
noticia la descubrió Suh. Logró ensartar a uno de los seres con un sable,
atravesando su pecho. La sombra se quedó muy quieta unos instantes, pero
después cogió a Suh por la garganta y la alzó a varios metros del nivel del
suelo, deshaciéndose al mismo tiempo del arma y dejándola caer al suelo.
Afortunadamente,
Irsis, adoptando forma de cuervo, atacó el espectro golpeando su cabeza con sus
garras, liberando así a Suh, que fue recogida por una rama del bininci.
Tras ver aquello,
Alev intentó quemarlos a todos con una ola de fuego, pero las llamas los
traspasaban como si nada.
—¿Qué hacemos?
—preguntó tras ahuyentar a su contrincante con un golpe de su alabarda.
—No podéis matarlos —les dijo el árbol,
el único que parecía no estar cansado—. Lo
único que podemos hacer es esperar a que se cansen y se marchen.
—¿Solo eso?
—exclamó Irsis, frustrado, al volver a su forma humana y ponerse únicamente los
pantalones como pudo.
No tuvieron tiempo
de seguir hablando. Esas bestias no parecían cansarse, pero los naik sí lo estaban haciendo. Suh y Alev
podían atacar a cierta distancia gracias a sus armas largas, Irsis tuvo que
invocar a Kalem cuando, tras lanzar sus abanicos, una de las criaturas lo atacó
e impidió que los recogiera, y Yilan también se vio obligado a usar el látigo
para mantenerlos alejados. Mientras tanto, Shunuk y Zhor contemplaban,
frustrados e impotentes, el penoso combate.
Poco a poco, las
sombras iban esquivando más a menudo las ramas del bininci y obligaron a los naik
a luchar espalda contra espalda.
—Esto… ¿Soy el
único que piensa que necesitamos un milagro ya? —preguntó Irsis sin dejar de
dar diestras estocadas. Fue curioso, pero su espada y la alabarda de Alev
parecían atemorizar a los seres, que procuraban evitar las afiladas hojas,
aunque no se retiraron.
Suh gruñó,
mostrando su acuerdo, al igual que Alev, que provocó una nueva llamarada con
Yanar que les dio un par de segundos para hablar.
—¿Qué hacemos,
Yilan?
Él pensaba a toda
velocidad, intentando encontrar una vía de escape. Sin embargo, era imposible.
Gracias al árbol, todavía podían aguantar pero, sin él, no tendrían muchas
oportunidades y Kafa también tendría dificultades para ayudarlos cuando
volviera.
Entonces, no tenía
opción. Se prometió a sí mismo que no volvería a usar ese poder, pero si no lo
hacía, él y sus hermanos morirían. Y no iba a permitirlo. Otra vez no.
Concentrando sus
energías con un siseo, aparecieron, enredadas en sus brazos, unas finas cadenas
de un verde luminoso que envolvieron a su grupo antes de dar fuertes latigazos
a las criaturas, que se apartaron con un chillido horrendo.
Hizo una mueca.
Después de tanto tiempo sin usar esa habilidad estaba un poco desentrenado…
Pero, justo
entonces, el milagro del que hablaba Irsis se produjo.
Las criaturas se
detuvieron en pleno ataque y alzaron la vista hacia el cielo. Fue la primera
vez que los oyeron producir una especie de susurros ininteligibles, como si
estuvieran hablando entre ellas.
A los naik les pareció que los escrutaban,
aunque no podían estar seguros ya que no se les veían los ojos, y, después, las
sombras alzaron el vuelo, desapareciendo en una dirección concreta.
Sorprendidos pero aliviados, Yilan, Alev, Suh e Irsis se dejaron caer en el
suelo al mismo tiempo que Shunuk y Zhor corrían hacia ellos para asegurarse de
que estaban bien. Gracias a los dioses, no tenían más que unos cuantos arañazos
y algunos moratones.
—¿Qué has hecho,
Yilan? —preguntó el más joven, jadeando. Su espada Kalem se convirtió en un
resplandor blanco con forma de pluma que se instaló en su antebrazo, de la
misma forma que Yanar desapareció con un fogonazo de luz roja antes de reaparecer
en el pecho de Alev.
Yilan hizo un
gesto negativo con la cabeza mientras contemplaba las cadenas, que se
desvanecieron.
—Aún no les había
dado ningún golpe. No creo que haya sido yo quien les ha hecho marcharse.
—Contempló el cielo con el ceño fruncido—. Ha tenido que ser otra cosa.
—Qué lástima.
Todos dieron media
vuelta al escuchar aquella voz desconocida. Ninguno de ellos estaba preparado
para la bestia que apareció ante ellos, caminando lentamente, como si fuera el
rey de ese lugar, y con una sonrisa arrogante que dejaba al descubierto sus
colmillos.
Yilan lo reconoció
de inmediato.
Fenrian.
El enorme lobo
gris los contemplaba con fríos ojos azules, analizándolos uno a uno mientras se
paseaba a su alrededor.
—Y yo que esperaba que nuestra pelea fuera
más entretenida. Pero estáis cansados y heridos. Menuda pérdida de tiempo. —Se
agazapó con un gruñido que retumbó en su pecho—. En fin, no se puede tenerlo todo en la vida.
Zhor y Shunuk se
colocaron frente a los naik, pero
Yilan se hizo a un lado y caminó un par de pasos en dirección al gigantesco
lobo con las manos en alto, haciéndole entender que no tenía intención de
luchar, lo cual hizo que Fenrian pusiera los ojos en blanco. Parecía incluso
aburrido.
—No queremos
luchar, Fenrian…
—Peor para vosotros porque yo me muero de
ganas—le interrumpió con un feroz ladrido antes de abalanzarse sobre Yilan.
Sin embargo,
Fenrian no llegó a tocarle, porque un coyote de color canela con reflejos
rojizos apartó al lobo de un empujón y lo amenazó con los colmillos al
descubierto.
—No seas estúpido y escúchale—gruñó Alev.
Fenrian se sacudió
y volvió a sonreír.
—Eso es lo que quería. —Soltó un aullido,
excitado, y volvió a saltar sobre Alev para desgarrarle el cuello.
Kafa frunció el
ceño mientras esperaba escuchar más gritos, pero no los hubo. Tenía una
sensación muy desagradable en el estómago, además de un mal presentimiento.
¿Estarían bien sus hermanos? Tal vez estaban en peligro.
No le gustaba
tener que dejar los cuerpos ahí tirados, pero si los demás le necesitaban,
tenía que darse prisa y ayudarles.
Les echó un último
vistazo a los cadáveres, momento en que pegó un salto y cayó al suelo, retrocediendo
todo lo que le permitieron sus piernas. Diez personas encapuchadas estaban
frente a las tumbas que había hecho él mismo con sus poderes, contemplando los
cadáveres que había arrastrado hasta estas.
No se les veía la
cara, ni mucho menos cualquier otra parte de su cuerpo, ya que una capa medio
rota los envolvía por completo. Pero no se habría asustado tanto de no ser
porque los bordes rotos de las prendas parecían humo y que los seres se
mantenían a varios centímetros por encima del suelo.
Aun así, se
recuperó con rapidez y se colocó en posición defensiva, preparado para lo que
fuera que iban a hacer esas criaturas.
—¿Quiénes sois?
Los diez
levantaron las cabezas hacia él y una de ellas se adelantó un poco. Al ver que
retrocedía, la criatura alzó una manga sin mostrar mano alguna, como si
quisiera detenerlo, y empezó a hacer un ruido extraño.
Kafa ladeó la
cabeza, confuso. Más que hacerle daño, parecían querer algo de él.
—¿Qué queréis?
El que se había
adelantado siguió haciendo un ruido, pero esta vez comprendió lo que pretendía.
Intentaba hablar, intentaba decirle algo. Sin embargo, tras varios intentos
más, se encogió con ambas mangas cubriendo su cabeza y soltó un grito que lo
obligó a taparse los oídos. Después, la sombra empezó a volar violentamente
alrededor de los otros nueve seres y después sobre los cuerpos y las tumbas.
De repente, se le
hizo la luz.
—¿Tiene que ver
con los cadáveres?
La criatura se
detuvo en seco y las otras alzaron rápidamente la cabeza. Todas asintieron al
unísono, mucho más animadas.
Más confiado, se
acercó hasta quedarse al pie de las tumbas y las miró. Instantes después,
levantó la cabeza para dirigirse a las criaturas y señaló los profundos
agujeros. Estas murmuraron entre ellas algo que no comprendió y revolotearon a su
alrededor, señalando primero los cadáveres y después las tumbas.
—Queréis que los
entierre, ¿verdad? —adivinó.
Las bestias
profirieron un chillido de alegría y volaron mucho más rápido a su alrededor
mientras que él se apresuraba a arrastrar los cuerpos al interior. Una vez
hecho, levantó ambas manos y cerró los puños, sellando así las tumbas con una
gran roca en cada una.
Después, se giró
hacia las criaturas, que tenían la vista clavada en el cielo. Le pareció que
suspiraban un segundo antes de convertirse en humo gris y desaparecer… Al
menos, nueve de ellas lo hicieron.
La última se quedó
donde estaba, observándole.
—Gracias.
Se sobresaltó al
escuchar su dulce voz femenina.
—¡Pero si puedes
hablar!
—Ahora puedo
hacerlo. —Flotó en el aire para acercarse a él y alzó una manga. Esta vez, una
mano rosada apareció por ella y le acarició la cara—. ¿Cómo te llamas?
Aunque confuso por
lo que acababa de pasar, respondió:
—Kafa.
—Kafa. —La
criatura se apartó un poco para echar la capucha hacia atrás y mostrarle su
rostro—. Yo me llamo Minettar. Y estoy en deuda contigo por habernos liberado.
Alev creó un
círculo de llamas que acorralaron a Fenrian. El lobo gimió cuando una de sus
patas rozó el fuego, pero después miró al coyote con un brillo alegre en los
ojos.
—Así que tú controlas el fuego. Qué
interesante.
—Haz el favor de escucharnos, no te hemos
estado buscando para pelear.
Fenrian resopló.
—¿Creéis que no sé que me estabais buscando?
Si hubiera querido hablar con vosotros haría meses que nos conoceríamos. Pero,
adivinad qué, me importáis una mierda. —Sonrió al ver que el comentario no
le había hecho gracia al coyote—. Solo quiero
acabar con vuestras vidas —dicho esto, soltó un aullido que fue acompañado
por una gélida ráfaga de viento que apagó el fuego.
Fenrian lanzó un
puñado de tierra a los ojos del coyote, que gimió y se restregó con la pata en
un acto instintivo, y, inmediatamente después, se abalanzó sobre su yugular. Y
habría uno menos. ¡Ja! Estuvo a punto de plantearse ir a Siyagun con la cabeza
del naik para reclamar la recompensa,
pero lo cierto era que no quería tener nada que ver con ese insignificante
mortal.
Odiaba a los
humanos. Pero también a los naik y,
en consecuencia, a Zeker. Y no había nada en el mundo que lo complaciera más
que joder a aquellos a quienes odiaba.
Sin embargo,
celebró su victoria demasiado rápido, porque notó que algo le arañaba el lomo
sin compasión y que una sombra oscura lo apartaba del coyote.
Rugió iracundo al
ver el enorme cuervo que se había posado en su espalda y que le clavaba las
garras con fuerza. Se movió con brusquedad, intentando quitárselo de encima,
pero el pájaro se mantuvo sobre su cuerpo mientras hacía cabriolas y daba
vueltas. Ni siquiera cuando dio una voltereta en el suelo logró librarse de él;
al cuervo le bastó dejar que hiciera la pirueta para después volver a agarrarse
a su lomo por detrás.
Yilan y los demás,
que habían atendido a Alev mientras Irsis distraía a su rebelde hermano,
contemplaban la escena, que llegaba a ser incluso cómica.
—Parece que no necesitaréis mi ayuda
—comentó el bininci con un tono de
voz que les recordó a una sonrisa.
—Tranquilo, muchas
gracias por todo —le dijo Yilan.
—De nada, amigos de las anjanas. Es una pena no poder apoyaros hasta el
final, pero incluso yo me he quedado agotado al luchar con la muerte. Si me
disculpáis, descansaré el resto del día. Os deseo mucha suerte.
—Gracias.
El bininci dejó caer las ramas al suelo y
se quedó totalmente inmóvil salvo por la copa del árbol, que el viento mecía
con suavidad. Habría sido una escena de lo más apacible de no ser por el
ridículo combate que se libraba entre el lobo y el cuervo.
—¡Quítate de encima! —gritó Fenrian,
furioso.
El cuervo hizo un
movimiento con las alas muy parecido a encogerse de hombros.
—Como quieras.
Antes de que el
lobo se diera cuenta, el ave volvió a su forma humana, un chiquillo delgado,
aunque cubierto de músculos que estaban en proceso de fortalecerse, que sacó
una espada de la nada y lo golpeó en el cuello con ella.
Jadeó cuando acabó
en el suelo con la punta de la espada en su garganta. ¿Cómo era posible que una
espada pesara tanto en manos de ese renacuajo? ¡Si parecía que le hubiera
golpeado un soldado de cien quilos con un garrote!
Así, furibundo y
desde el suelo, contempló cómo el soluk
que iba con ellos le lanzaba unos pantalones al chico, que se los puso como
pudo sin apartar la punta de la espada de su cuello.
—¿Vas a
escucharnos ahora?
Fenrian le gruñó
mostrando los colmillos.
—Nada de lo que digáis me hará ir con
vosotros, mucho menos para liberar a Zeker.
El muchacho soltó
un silbido.
—Yilan, este
parece difícil.
El soluk se acercó al lobo con el ceño
fruncido.
—¿Por qué nos atacas?
Comprendo que, aunque seamos hermanos a nivel espiritual, no nos veas de esa
manera, pero nosotros tampoco te hemos hecho nada.
Fenrian fulminó a
ese capullo con la mirada, sintiéndose humillado de repente. Por supuesto que
ellos no le habían hecho nada, sencillamente, necesitaba alguien con quien
desfogarse, alguien a quien poder destrozar. Porque, desgraciadamente, él no
podía luchar hasta la muerte consigo mismo.
Irsis frunció el
ceño al ver el dolor y la culpa bajo toda la ira que hervía en esos ojos fríos,
que parecía pasar inadvertida entre los demás. Para la sorpresa de todos,
incluida la del propio Fenrian, el joven apartó la espada y se colocó frente a
él.
—Nos odias porque
te odias a ti mismo, ¿verdad? —Cuando dijo eso, el lobo pegó un salto y se
alejó entre gruñidos, como si hubiera intentado atacarle—. Deja que te diga una
cosa, lobo. No tenemos la culpa de ser quienes somos y mucho menos debemos
mortificarnos por eso o culpar a los demás. Eso último está muy feo, por
cierto.
Fenrian lo miró
con una expresión que ninguno supo interpretar. Parecía una extraña mezcla
entre sorprendido, impresionado y curioso, pero el caso es que se pensó mucho
mejor lo de atacarles.
Sin embargo,
tampoco tuvo tiempo para tomar una decisión. Unas redes salidas de la nada,
cuyos extremos estaban atados a unas grandes flechas, cayeron sobre Fenrian,
haciéndole tropezar y caer al suelo, enredándose así con las cuerdas mientras
aullaba, frustrado.
Irsis se recuperó
rápidamente de la sorpresa y le lanzó una mirada significativa a Yilan. Su
hermano asintió y ordenó a Alev que volviera a su forma humana y se vistiera.
El muchacho también se colocó bien los pantalones y se puso una camisa sin
mangas para después empuñar mejor a Kalem.
—¿Qué…? —empezó a preguntar Fenrian, pero
Irsis lo obligó a callar.
—Confía un poco en
nosotros —le dijo.
El resto se acercó
y sacó sus respectivas armas, colocándose alrededor del lobo.
—Hazte el muerto
—le ordenó al escuchar que muchas voces se acercaban.
—¿Cómo?
—Ya me has oído,
lobo —dicho esto, se dirigió al hombre que se transformaba en coyote—. Alev,
clava a Yanar aquí y procura no romper las cuerdas, tienen que creer que estas
la han atravesado limpiamente.
Su hermano
obedeció, clavando así la punta de la alabarda muy cerca del cuello de Fenrian.
Entonces, el muchacho movió una de sus patas.
—Mantenla ahí y
cierra los ojos. Te sacaremos de esta —le prometió antes de mirar de nuevo al
coyote—. Estamos de cacería, tú eres el jefe. Reclama tu premio —le dijo a toda
velocidad antes de alejarse un poco.
A pesar de sus
recelos, Fenrian decidió que su mejor opción era hacerle caso por el momento.
No escaparía de la red lo suficientemente rápido como para huir de los
cazadores sin llevarse alguna que otra herida, él mejor que nadie sabía lo
habilidosos que eran con armas arrojadizas y no quería arriesgarse a que
hirieran sus patas y lo dejaran inmóvil tan lejos del territorio de su manada.
Así que se hizo el muerto como mejor pudo, aunque mantuvo un ojo entreabierto
para observar.
Un gran grupo de
hombres, armados con arcos, lanzas y más redes, gritaban victoriosos mientras
corrían hacia allí. Sin embargo, la euforia cesó al instante al ver al hombre
coyote con los brazos cruzados y fulminándolos con la mirada.
—¿Qué coño creéis
que estáis haciendo? Quitadle las redes ahora mismo para que podamos
llevárnoslo.
Uno de los
hombres, robusto y con cara de pocos amigos, se adelantó y le señaló con un
dedo.
—¡Ni hablar!
¡Llevamos años tras ese lobo! ¡Nos pertenece! —gritó, furioso.
Alev alzó una
ceja, sin inmutarse siquiera.
—Mala suerte,
amigo. Nosotros lo hemos matado, por tanto, el lobo es nuestro.
El hombre miró con
los ojos abiertos como platos el enorme animal inmóvil, con el cuello
atravesado por una alabarda. Sin acabar de creérselo, recorrió con la mirada al
grupo de cazadores, deteniéndose de repente en Suh. Se acercó a ella, dio una
vuelta a su alrededor y se detuvo a su lado para dirigirse a Alev con una
sonrisa socarrona.
—¿Y quién se
creería que esta preciosidad sabe usar estos sables? —dijo, señalando las armas
antes de darle un azote en el culo.
Fenrian se extrañó
al ver que los naik se tensaban, pero
no tardó en comprenderlo cuando la mujer, con un rápido movimiento, enganchó
los atributos masculinos del hombre y le clavó las uñas, haciendo que el cazador
se doblara de dolor.
Tuvo que hacer un
enorme esfuerzo por no estallar en carcajadas al ver la expresión de ese
gilipollas.
Por otra parte,
Suh le dedicaba una sonrisa cruel.
—Si vuelves a
ponerme la mano encima, te haré una demostración de mis habilidades con los
sables usando lo que tengo ahora en la mano. Aunque, si te soy sincera, no sé
si me servirá. No hay mucho que cortar.
Yilan, Alev y
Shunuk no pudieron evitar que sus labios se curvaran hacia arriba con
diversión, mientras que Zhor se tapaba la boca, intentando no soltar una
risotada, e Irsis la miraba con ojos risueños.
—¿Soy el único al
que le pone cachondo verla retorcerle los huevos a ese tío? —le preguntó al
soldado, que intentó mantener la compostura sin mucho éxito.
—Sí, niño, sí. Es
que tú eres muy raro para ciertas cosas… Bueno, en realidad, para todas.
Como respuesta,
Irsis se encogió de hombros y continuó contemplando a Suh. La naik había soltado por fin las partes
nobles del líder de los cazadores y le había tirado al suelo de una patada.
—Estos tíos me
aburren, Alev. No tienen pelotas, lo sé de primera mano —añadió, haciendo que
esta vez Zhor se doblara de la risa.
Sin embargo,
también hirió profundamente la hombría de Amasiz, que miró a los naik con odio tras levantarse y apuntarles
con la lanza.
—¡Matadlos y coged
al lobo!
Nada más oír esas
palabras, Irsis le hizo un gesto a Zhor y, entre ambos, cortaron las cuerdas que
mantenían preso a Fenrian, el cual no tardó en sacudirse para quitárselas de
encima y gruñir amenazadoramente a los cazadores de Kuzey.
—¡Está vivo! ¡Está
vivo!
El lobo iba a
atacarles, pero Irsis se interpuso y lo miró con fiereza.
—Tú aquí no pintas
nada. Vete.
Fenrian le mostró
los colmillos.
—Tu plan ha fallado. No te ofendas, era muy
creativo y me he reído un rato con esa amiga tuya, pero ahora me toca a mí.
—Por si no te has
fijado, llevan más redes. Si te vuelven a coger nosotros estaremos demasiado
ocupados luchando como para encargarnos de ti, lobezno. Y, a juzgar por lo que
he oído, no eres muy popular entre esos hombres.
Fenrian gruñó al
escuchar cómo lo llamaba, pero tras contemplar la batalla, soltó un gruñido y
corrió en dirección contraria, perdiéndose entre la maleza.
Irsis, por otra
parte, esbozó una ancha sonrisa mientras empuñaba a Kalem. Bueno, hora de
luchar contra algo que sí sabía muy bien que podía matar.
La batalla duró
muy poco. Los naik habían mejorado
mucho en combate, pero se encontraron con un problema que todavía no llevaban
muy bien; las flechas. Ninguno de ellos era amante de la pelea a larga
distancia y tuvieron una desventaja clara al verse obligados a retroceder
continuamente para escapar de las armas arrojadizas.
Ninguno quería
transformarse o usar sus poderes. No tenían muy claro si podrían matarlos a
todos y arriesgarse a que supieran que había más naik con Fenrian podría no solo atraer a más cazarrecompensas
indeseables, sino también a los soldados de Siyagun. Encontrar al resto de sus
hermanos ya era bastante difícil y, cuanto menos llamaran la atención entre los
humanos, mejor. Por eso pelearon manteniéndose juntos por si alguno necesitaba
ayuda y para ayudarse a cubrirse los uno de los otros de las flechas y las
lanzas.
Afortunadamente, los
refuerzos no tardaron en llegar.
La mayoría de los
arqueros cayeron al suelo, siendo atacados por grandes perros de color gris
oscuro que reconocieron al instante.
—¡Los tibicenas! —exclamó Irsis antes de
soltar un grito alegre.
Kafa tampoco tardó
en aparecer empuñando su machete y atacando a diestro y siniestro.
—¿Estáis bien?
—les preguntó cuando le quitó de encima un cazador a Alev.
—¡De momento
aguantamos! ¡Pero son muchos!
—¡Tranquilo! ¡He
traído una amiga!
—¿Kafa? ¿Una
amiga? —gritó Irsis, que pasó cerca de ellos—. ¡Pero qué calladito lo tenías,
cabroncete!
Su hermano rodó
los ojos, pero lo ignoró.
—¡Minettar!
Como una
exhalación, una sombra que dejaba un rastro de humo a su paso llenó el campo de
batalla. Se detenía entre los guerreros y, al tocarlos, caían inmóviles al
suelo como sacos.
Los cazadores, al
no ver qué era lo que les estaba atacando, corrieron de regreso a casa, a pesar
de las órdenes de Amasiz, a quien arrastró su hijo, quien hizo caso omiso a sus
protestas.
Pero incluso
cuando hubieron desaparecido en el bosque, los naik no se relajaron. Miraron fijamente al ser que se había
detenido frente a ellos, flotando en el aire, muy cerca de Kafa, quien trató de
explicarles lo que sucedía.
—No os preocupéis,
ya no tiene que haceros daño. Estaba atrapada.
La criatura
asintió.
—Kafa tiene razón
—dijo una insospechada voz femenina, pues la criatura seguía totalmente
envuelta por la capa gris—. Lamento haberos atacado, pero no podíamos hacer
otra cosa.
—¿Podíamos?
—interrogó Suh, aún desconfiada.
—Yo y los demás.
Estábamos atrapados aquí.
Al ver que ninguno
comprendía nada, Kafa decidió darles una explicación.
—Minettar y los
otros nueve son los espíritus de diez personas cuyos cuerpos tiraron aquí, sin
tan siquiera enterrarlos.
Yilan hizo una
mueca adolorida.
—Eso es muy cruel.
—Al no estar
enterrados, Seri no pudo llevarnos con ella al Zehennem. Para poder guiarnos al
inframundo, necesita que el ritual funerario esté terminado. Sentíamos un dolor
inmenso, era como si siguieran matándonos, como si a cada instante me estuvieran
apuñalando. —Se encogió, como si en ese momento le doliera—. Estábamos furiosos
y enloquecidos, queríamos abandonar este lugar pero no podíamos hacerlo y
descargamos nuestra ira y el dolor que sentíamos contra todo ser, sobre todo
humanos, que eran los que nos habían dejado atrapados aquí.—Cuando Kafa puso
una mano en su espalda, se irguió de nuevo y se acercó un poco más a él—. Lamento
haberos atacado.
—¿Qué hay de tus
amigos? —preguntó Yilan.
—Han ido a buscar
a Seri. Seguro que se alegrará de ver que estamos bien.
—¿Y tú no vuelves
con ellos?
Minettar negó con
la cabeza.
—Queríamos
agradecerle a Kafa que nos haya liberado, así que he decidido quedarme y
echaros una mano. —Se elevó un poco más para mirar por encima de las copas de
los árboles—. Kafa me ha dicho que estáis buscando a Fenrian. Yo puedo llevaros
hasta él.
Shade no podía
evitar esbozar una enorme sonrisa al contemplar a Fenrian, que se movía
inquieto de un lado a otro, mirando constantemente las zonas más bajas de la
montaña. Se paraba, observaba, gruñía sacudiendo la cabeza y volvía a retomar
la marcha. No pudo contener una risotada cuando el lobo gris pareció estar a
punto de decidir ir en busca de lo que estaba aguardando, pero se detuvo en el
último momento.
—¿Qué te hace tanta gracia? —gruñó este.
—Que a pesar de que has intentado matar a los
naik, ellos te han salvado la vida. Y
ahora te preocupa su seguridad. Es para partirse de risa.
Fenrian gruñó,
pero tampoco lo negó. No dijo nada durante varios minutos, hasta que finalmente
se plantó frente a ella con cara de pocos amigos.
—Voy a dejarlo bien claro. Esos naik no me importan lo más mínimo, no son mis
hermanos y no quiero tener nada que ver con ellos. Sin embargo, me han salvado
de esos hijos de puta, así que lo mínimo que puedo hacer es dejarlos en paz.
Shade alzó una
ceja, sin dejar de sonreír.
—Pero eso no quiere decir que vayas a ir a salvarlos,
¿verdad?
—Bastante hago ya dejándolos con vida. —La
loba iba a decir algo más, pero Fenrian la interrumpió—. Y sí, preferiría que no murieran a manos de esos humanos. No le tengo
cariño a mi especie, pero odio a los hombres más que a cualquier otra cosa en
este mundo.
—En ese caso, si vienen hacia aquí, y no dudo
que lo harán, no quieres que los mate, ¿verdad?
Fenrian hizo un
gesto muy similar a encogerse de hombros.
—Haz lo que te plazca. Yo les dejaré vivir,
pero tú no tienes por qué hacerlo.
Shade rio
alegremente y se levantó. Los árboles volvían a susurrar y le anunciaban la
llegada de los naik.
Convocó a la
manada para recibirlos. Podía percibir la expectación de sus lobos, que
arañaban el suelo con las garras, excitados ante la idea de poder enfrentarse a
enemigos tan poderosos como Fenrian.
Pero había una
diferencia. A esos naik podían
matarlos.
No había muchos
lobos que se alegraran de la presencia de Fenrian. No era uno de ellos; por
mucho que ella se hubiera esforzado en que la manada lo viera desde su punto de
vista, seguían sin estar de acuerdo y sin aceptarle por su lado humano. Aun
así, ninguno de ellos se atrevería a ponerle una sola zarpa encima sin su
consentimiento.
Aún recordaba el
día en el que lo encontró en el bosque, siendo un niño herido y asustado que no
tenía a dónde ir. Podría haberlo matado y acabar con su sufrimiento, pero en
vez de eso, lo llevó con ella y lo adoptó como hijo suyo. Nunca se había
arrepentido, al igual que tampoco se arrepentiría de lo que estaba a punto de
hacer.
Observó con ojos
brillantes a los intrusos. A la cabeza, iba un soluk muy alto, de dos metros de altura, espaldas anchas y
complexión musculosa. Su piel pálida y su cabello rubio platino suelto llamaban
la atención, aunque no tanto como sus ojos verdes, demasiado oscuros para ser
un hombre de las Tierras Pálidas. A su lado, había otro hombre de cabello
castaño y ojos almendrados, cuya expresión impasible no se inmutó al ver a sus
lobos. Tenía una estatura normal y figura atlética, aunque no tan musculosa
como la del soluk.
Detrás de ellos, los
seguían otros cinco hombres. El primero era muy atractivo; tenía la piel
tostada, la cual armonizaba con el cabello castaño claro con reflejos rojos, y
sus facciones perfectas habrían despertado el deseo de muchas mujeres y
provocado los celos de muchos hombres. Aun así, sus ojos dorados, tan duros
como la piedra, intimidaban lo suficiente como para que la mayoría se
mantuviera alejada de esa criatura feroz.
Junto a él, había
otros dos hombres. Ambos eran más robustos, aunque uno destacaba más por este
aspecto. Tenía una barba de pocos días y el cabello negro muy corto. Su rostro
y sus ojos azules denotaban un hombre duro, difícil de dominar y que no se
tomaba muy bien recibir órdenes, pero también le dio la impresión de ser
alguien noble y, para su sorpresa, de los pocos que no apuñalarían a los demás
por la espalda.
El otro tenía
facciones más suaves, enmarcadas por el cabello rizado oscuro, que a la vez
cubría unos ojos castaños. Sus músculos quedaban ocultos bajo la piel tostada,
que combinaba perfectamente con su cabello y sus ojos.
En la retaguardia,
finalmente, había un joven y una mujer. El primero no era muy alto y estaba
bastante delgado, aunque no se le escaparon las pequeñas líneas que definían
unos músculos en proceso de desarrollo. Tenía la piel clara y rostro juvenil, y
su cabello oscuro y corto hacía una perfecta sincronización con sus ojos, tan
negros como la noche.
Por otro lado, la
mujer era esbelta y bella, pero le llamó la atención que estuviera en buena
forma, signo de que no era la típica joven que se dedicaba a cocinar esperando
a que su marido volviera a casa. Su largo cabello negro caía por sus hombros y
su espalda, y el hecho de que su piel fuera morena no hacía más que resaltar
los vivos ojos azules que los miraban expectantes. Tenía tantas ganas de luchar
como ellos. Eso le gustaba.
No pudo evitar
esbozar una ancha sonrisa. Era un grupo muy interesante, lo cual le producía
una sorpresa de lo más agradable. Ninguno mostró miedo al encontrarse con su
manada, sino que parecían más que dispuestos a enzarzarse en una batalla.
Igual que Fenrian.
Qué pena que no se llevara bien con ellos.
El soluk, que parecía ser el líder, se
adelantó un paso y la miró fijamente a los ojos sin la menor vacilación. Ella
hizo lo mismo, sin dejar de sonreír.
—Hemos venido a
hablar con Fenrian.
Los lobos gruñeron
ferozmente, pero ella los hizo callar con un ladrido. Miró a su hijo adoptivo,
que se mantenía oculto entre unos arbustos, renuente a participar en la batalla
pero observándoles.
—Ven aquí, Fenrian.
Justo cuando el
lobo gris se acercaba, apareció algo que creía que no volvería a ver en lo que
le quedaba de existencia.
Tibicenas. Se colocaron frente a los naik con los colmillos al descubierto y,
en un instante, su tamaño aumentó hasta ser varios centímetros más altos que
ella. Se agazapó, preparada para saltar, pero el hombre de cabello rizado se
interpuso y ordenó a los demonios que se apartaran.
Los tibicenas miraron a los hombres lobo con
abierta desconfianza, sobre todo Veba, pero obedeció a su dueño y llevó a sus
cachorros detrás de todo el grupo, aunque no disminuyeron de tamaño.
—¿Pero qué coño
les has dado de comer para que se hagan tan grandes de repente? —le preguntó
Irsis a Kafa, que parecía tan confuso como él.
—Los hombres lobo y los tibicenas somos enemigos naturales. —Los naik miraron a la loba, que observaba a
su vez a Kafa con un brillo que calificaron de asombro—. Sidet nos creó para luchar en la Guerra de los Antiguos y Yangin creó a
los tibicenas para detenernos. Solo
adoptan ese tamaño cuando ven a un hombre lobo. —Esta vez, se dirigió
únicamente a Kafa—. ¿Eres tú quien los
controla?
—No los controlo.
Son mis compañeros.
La loba pareció
sorprendida, pero no tardó en volver a sonreír.
—Qué curioso…
—¿Qué diablos estamos haciendo? —preguntó
uno de los lobos, que se adelantó y se agazapó—. ¡Matémoslos de una vez!
Antes de que nadie
pudiera hacer ningún movimiento, una sombra apartó al lobo de un empujón y se
colocó frente a los naik, soltando un
chillido que obligó a los lobos a retroceder, gimiendo mientras bajaban las
orejas.
Era Minettar. Al
ver que el lobo iba a atacar a Kafa, lo había apartado sin dificultad y se
había limitado a amenazar al resto de la manada. Los naik le habían dicho que no querían provocar un enfrentamiento con
los hombres lobo, no les beneficiaría en nada y puede que con eso solo conseguirían
que Fenrian les atacara también.
La loba la miró
con precaución, pero al ver que no se disponía atacar, ladeó la cabeza.
—¿Los tuyos también están de su parte?
Minettar siseó.
—No. Los otros
nueve se han marchado, no van a regresar.
La líder se
sorprendió al escucharla hablar.
—¿Ahora nos hablas?
—Antes no podía
hacerlo. Gracias a ellos he recuperado mi voz y mi libertad. Y si alguno de tus
lobos intenta ponerles la mano encima, lo mataré.
La manada
contempló a la loba, que lentamente esbozó una sonrisa divertida antes de dar
media vuelta y dirigirse al hombre lobo que había atacado. Para la sorpresa de
todos, lo agarró con sus fauces por el cuello y lo tiró al suelo con violencia,
colocándose encima para mantenerlo inmóvil. No lo soltó hasta que este dejó de
resistirse y se sometió con un gemido sumiso, agachando las orejas y rehuyendo
su mirada. Entonces, lo dejó libre con un gruñido de advertencia y se dirigió a
su manada:
—¡Los naik son bienvenidos en mi territorio, tanto ellos como sus acompañantes!
¡Cualquiera que se atreva a mostrarle los colmillos, lo mataré! ¿He sido
bastante clara?
Toda la manada
hizo una reverencia con las orejas pegadas a la cabeza. Shade no podía
permitirse el lujo de que sus propios lobos la desobedecieran o cuestionaran
sus órdenes, por eso había tenido que someter a ese gilipollas, para no mostrar
debilidad, para que vieran que ella seguía siendo el miembro más fuerte de la
manada.
Las hembras, por
regla general, no solían liderar una manada, pero ella se ganó ese privilegio
por su compañero, asesinado milenios atrás, durante la Guerra de los Antiguos.
No había sido nada fácil ser respetada entre los suyos y no iba a permitir que
nadie le quitara aquello por lo que había luchado tanto.
Dio media vuelta
para dirigirse a los hijos de Zeker.
—Sed bienvenidos, naik. Porque supongo que todos lo sois, ¿no?
El soluk señaló al hombre de pelo negro
corto y el que había estado a su lado todo el tiempo.
—Ambos son
humanos, pero son nuestros compañeros, igual que los tibicenas y Minettar.
Shade asintió.
—Como he dicho, sois bienvenidos. Id adonde
queráis, no hay depredadores más poderosos que nosotros en estas tierras.
El más joven
contempló a su manada, que volvieron a sus cosas. Los cachorros reprendieron el
juego que habían dejado a medias, las hembras los vigilaban y algunos machos se
echaron a dormir, otros a entrenar y algunos se fueron al bosque a cazar.
—Esto… ¿Tienes nombre?
La loba sonrió.
—Shade.
—¿Vosotros no
adoptáis forma humana nunca, Shade? Bueno, como os llaman hombres lobo… Aparte, Alev y Kafa han tenido alguna que otra época
de pulgas y hasta yo sufría al verlos. ¿No sería más cómodo para vosotros?
El muchacho le
pareció divertido al instante. Nadie en su manada, ni siquiera su propio hijo,
se atrevía a hablarle con tanta familiaridad.
Se encogió de
hombros.
—No nos gusta nuestra forma humana. En
realidad, es incómoda y solo la usamos para una función en concreto.
El chico lo miró
con los ojos oscuros relucientes de curiosidad.
—¿Cuál?
Se acercó a él
hasta que su hocico estuvo prácticamente rozando su rostro y esbozó una sonrisa
que dejó al descubierto sus colmillos. Aun así, el joven no cambió su expresión
ni tampoco se movió. No parecía asustado, ni lo más mínimo.
Tras mirarlo una
vez más de arriba abajo, se apartó.
—En mi caso, solo volvería a mi forma humana
para tirarte al suelo y montarte hasta que supliques piedad.
Soltó una risotada
al ver la cara que pusieron los compañeros del chico. Él, sin embargo, sonrió e
hizo una reverencia.
—Su comentario me
halaga profundamente.
—No te doy ni un poco de miedo, ¿verdad?
—Estoy seguro de
que una loba tan feroz como usted me habría matado ya si hubiera querido.
Ella bufó,
divertida.
—No solo no me tienes miedo y te atreves
incluso a coquetear conmigo, sino que también eres encantador. —Le dedicó
una mirada pícara—. Me muero por darte un
bocado.
—Y un servidor la
complacería encantado, desafortunadamente, soy hombre de una sola mujer.
—Es una verdadera lástima. —La loba dio
media vuelta y les hizo un gesto con la cabeza, invitándoles a seguirla—. Disfrutad de vuestra estancia aquí, pero no
puedo hacer nada en lo que se refiere a Fenrian. Es decisión suya ayudaros o
no.
—No es nuestra
intención forzarle a hacer nada —dijo el soluk,
el único que mantenía su paso sin dificultad.
—Mejor. Porque si ese fuera el caso, tendría
que descuartizaros —dicho esto, les sonrió amablemente—. Ahora, si me disculpáis, tengo que vigilar a
los humanos —tras esas palabras, se dirigió a la roca que hacía de techo de
la cueva, desde la cual podía observar el bosque y a los humanos que se
escondían entre sus frondosas ramas.
No se sorprendió
cuando Fenrian apareció de la nada a su lado, mirándola con el ceño fruncido.
—¿A qué ha venido eso?
Shade se hizo la
tonta con una gran sonrisa.
—No tengo ni la menor idea de qué me estás
hablando.
El lobo gris le
gruñó.
—Hablo de los naik. ¿Por qué les has invitado? No es propio de ti dejar que intrusos se
instalen a sus anchas en tu territorio, incluso has humillado a uno de los
tuyos por ellos.
La sonrisa de
Shade desapareció al instante y fue sustituida por un profundo gruñido que
habría puesto los pelos de punta a todos sus hombres lobo. Pero no a Fenrian,
por supuesto.
—Ha atacado sin esperar una orden mía. No
puedo permitir ese comportamiento y lo sabes. —Fenrian iba a decir algo,
pero le interrumpió—. Y respecto a los naik… Te diré solamente que no me gusta estar en
deuda con nadie.
Su hijo negó con
la cabeza, confuso.
—¿Se puede saber qué le debes a esos extraños
a los que nunca habías visto hasta hoy?
Shade no
respondió. Miró el cielo, que empezaba a oscurecerse con la llegada del atardecer,
recordando una noche de un tiempo muy lejano…
3466 a. Z. Kirmigun, reinos del Gun
Movió el hocico de
Koa sin obtener ninguna respuesta. A pesar de todo, le dio suaves empujones e
intentó levantarlo mientras gemía con los ojos anegados de lágrimas.
Alzó la cabeza y
contempló la llanura que se había convertido en el campo de batalla… y, horas
después, en un cementerio. Los cuerpos de los hombres lobo y los tibicenas estaban desperdigados por
doquier, al igual que algunos de sus compañeros gravemente heridos.
Incluso estaban
los cadáveres de sus jóvenes hijos. Había sido testigo de su muerte mientras la
llamaban con aullidos de agonía y ella no había podido salvarlos. Tampoco podía
perder a Koa. Si los dioses le habían quitado a sus hijos, que no le quitaran a
su compañero.
Por desgracia, era
muy consciente de la cruda realidad, lo supo en cuanto vio los desgarrones de
su cuello, sus patas traseras y su vientre. No podía hacer nada por él. Había
muerto antes de que ella llegara hasta su cuerpo. Y, aun así, se negaba a
aceptarlo.
Gimió, llamándole
suavemente y, al ver que no respondía, soltó un aullido antes de tumbarse a su
lado. Ahí sería donde esperaría a la muerte. Sus heridas eran graves, lo único
que le había dado fuerzas para ir hasta Koa había sido el miedo y el dolor.
Pero si sus hijos y su compañero ya estaban muertos, no tenía ningún sentido
que ella siguiera existiendo. Esperaría a desangrarse. No era una muerte noble,
pero era una muerte al fin y al cabo.
Así, cerró los
ojos y esperó.
No supo cuánto
tiempo estuvo tumbada junto al cuerpo inerte de Koa, pero tuvo la sensación de
que había pasado una eternidad cuando oyó un poderoso aleteo que se detenía
frente a ella. Gruñó y alzó la vista, quedándose paralizada al instante al ver
a la criatura que se había posado en una roca y que la miraba con unos ojos
morados de pupilas rasgadas.
Era un dios. No lo
conocía ni lo había visto nunca, pero no dudaba del inmenso poder que
desprendía cada centímetro de su cuerpo.
La bestia
contempló el campo de batalla antes bajar la vista y mirarla.
—¿Eres la compañera del líder de la manada?
Tragó saliva antes
de asentir.
El dios entrecerró
los ojos mientras estiraba el cuello hasta el cadáver de uno de sus hijos. Le
dio un leve empujón antes de alzar nuevamente la cabeza.
—Algunos de tus compañeros están vivos. Y
también ese cachorro.
Se levantó de un
salto y corrió hacia su pequeño. Su corazón latió con fuerza al detectar un minúsculo
movimiento en su pecho. Le lamió la herida en un acto instintivo, olvidando de
repente la presencia del dios.
—Dime, ¿quieres vivir?
Alzó las orejas al
oírle hablar. Con un rápido movimiento, ocultó el cuerpo de su hijo bajo el
suyo mientras le gruñía amenazadoramente.
—No dejaré que le pongas la mano encima a mi
manada. Me da exactamente igual que seas un dios, acabaré contigo antes de que
mates a uno de los míos. Daré mi vida si es necesario.
El dios entrecerró
los ojos.
—No es mi intención haceros daño. Solamente
he venido a negociar.
—¿Negociar? —preguntó con cautela.
—Vuestra retirada de esta guerra. Os
marcharéis a Feryat Dag hasta que todo haya terminado. Después, podréis seguir
haciendo vuestra vida poniéndoos a mi servicio. No sé qué trato habréis
recibido de Sidet, pero juro que seréis respetados y queridos por mi parte.
—Pero fuimos creados por Sidet y hemos
luchado contra vosotros.
—Eso ya no tiene ninguna importancia, siempre
y cuando aceptéis abandonar esta guerra.
Tras mirarle unos
instantes fijamente, bajó la vista hacia su hijo y después observó a los pocos
lobos que habían conseguido levantarse y acercarse un poco para escuchar lo que
decidía. Otros, que no podían moverse, habían levantado sencillamente la
cabeza.
Finalmente, y
sabiendo que no tenía precisamente muchas opciones, estiró las patas delanteras
e inclinó el cuerpo hacia delante, haciéndole una reverencia al dios.
—Soy Shade, líder de los hombres lobo a
partir de hoy. —Se levantó para mirar al dios, que había inclinado la
cabeza con respeto—. ¿Cómo se llama el
dios al que serviré ahora y durante el resto de mi existencia?
La bestia se alzó
en toda su altura, contemplando a los demonios que a partir de ese día serían
sus protegidos.
—Mi nombre es Zeker.