jueves, 27 de diciembre de 2018

El Reino de los Zorros


Prólogo. Compromiso

Tsunade inspiró hondo antes de llamar un par de veces a la puerta. No le gustaba lo que había hecho, pero tampoco tenía otra opción; era eso o perder su reino, y no iba a permitir que todo el sacrificio de su familia, todo por lo que habían luchado a lo largo de los siglos, terminara en manos de ese degenerado.
Le dieron permiso para pasar y ella entró en la habitación. Sonrió al contemplar el dormitorio de su nieto: era amplio y sus paredes estaban revestidas de madera, como si estuviera en el interior de una cabaña; las columnas parecían troncos de árboles y, de hecho, del propio techo colgaban diferentes tipos de plantas, hojas y flores, simulando un bosque, aunque ella sabía por qué tenía allí esas plantas; el suelo estaba cubierto con mullidas alfombras, ya que a su nieto le gustaba ir descalzo; en el fondo había una gran cama cubierta con una enorme piel de color rojo y con muchos cojines; a su izquierda, un pequeño armarito con sus objetos personales, y a su derecha, una especie de fuente hecha de rocas negras, en cuyas aguas había un par de nenúfares y plantas acuáticas.
Su nieto estaba sobre la cama, leyendo muy concentrado un libro al que solo él tenía acceso. Sonrió orgullosa al contemplarlo: se parecía muchísimo a su padre, era alto y tenía la piel tostada, en claro contraste con su cabello dorado, el cual llevaba largo hasta rozarle los hombros, y con sus ojos azules; sin embargo, la belleza era de su madre, tenía una figura esbelta y movimientos gráciles y elegantes, no eran pocos los hombres que se volvían para verlo, a pesar de su figura atlética, considerada muy masculina para un creador.
También había heredado su carácter fuerte: desde que había tenido uso de razón, se había negado en redondo a ser un creador como los demás, delicado, femenino y con modales refinados. No, su nieto era perfectamente capaz de cuidarse solo, y no eran pocos los que habían tenido la mala fortuna de comprobarlo. Podía ser también un poco rebelde, pero tenía claro cuáles eran sus responsabilidades…
Por eso, esperaba que aceptara la decisión que había tomado.
Su nieto levantó la mirada al escuchar sus pasos y dejó el libro sobre la cama, aunque detrás de él. Los creadores eran los únicos que tenían acceso a conocer el contenido de esas páginas, por lo que no le molestó que tratara de ocultarlo de su vista.
—Abuela, ¿qué te trae por aquí? —le preguntó.
Ella suspiró y se sentó en el borde la cama, cerca de él.
—Tenemos que hablar, Naruto.
Este frunció el ceño, pero irguió la espalda y la miró con seriedad. Sabía que cuando su abuela pronunciaba las palabras “tenemos que hablar” era para un asunto muy importante.
—¿Ha pasado algo? —inquirió, temiendo que alguna amenaza se cerniera sobre su reino.
Tsunade le acarició la cabeza.
—Tranquilo, no es nada grave. Es solo que… ya has cumplido la mayoría de edad…
Naruto cerró los ojos con fuerza. Sabía lo que quería decir y, aunque le desagradara la idea, comprendía por qué su abuela había hecho lo que él creía.
—¿Quién es?
A la reina le sorprendió que le preguntara con tanta calma. Conociendo a su querido nieto, estaría hecho una furia y armaría tanto escándalo que ni los más aguerridos hombres osarían acercarse a él. Enarcó una ceja, muy impresionada por su actitud.
—Me sorprende que te lo estés tomando tan bien.
Naruto arrugó la frente y se levantó, encarándose al ventanal que había junto a su cama para contemplar la ciudad que lo había visto nacer. No, no es que se lo estuviera tomando bien, es que tampoco había muchas opciones, y prefería aquella antes de que ese bastardo consiguiera algo que no era suyo.
—No se trata de eso. Simplemente, no quiero que Mizuki se apodere de este reino.
Mizuki era el hermanastro de su padre. Era sabido por todos que su abuelo, Jiraiya Namikaze, había tenido muchísimas amantes antes de comprometerse con su abuela y, en consecuencia, había tenido una gran cantidad de hijos. Como padre, Jiraiya se había encargado de que estuvieran bien atendidos, y no eran pocos los que se habían presentado ante Minato, su padre y legítimo heredero al trono, para servirle y jurarle lealtad renunciando a cualquier derecho sobre el reino. Lo cierto es que, a pesar de ser hermanastros, todos se habían llevado muy bien.
Excepto Mizuki. Él había acudido a Jiraiya con diecisiete años, tras la muerte de su madre, y el rey decidió acogerlo en palacio como había hecho con otros de sus hijos que también habían perdido a su familia. Sin embargo, Mizuki era diferente; cuando llegó al palacio ya estaba corrompido por la avaricia y el deseo de poder, aunque al principio nadie se dio cuenta. Tsunade sospechó en su día que había atentado contra la vida de su hijo Minato para convertirse en rey, puesto que él era el único de sus hermanastros que se había negado a renunciar a sus derechos sobre el Reino del Fuego. Por desgracia, no pudo demostrarlo…  Y esa duda la carcomió hasta que, unos años atrás, Minato y Kushina murieron en un accidente. Inmediatamente después de eso, Mizuki exigió ejercer como regente, puesto que Naruto era menor de edad y además un creador, así como pidió su mano en matrimonio para asegurarse de que cuando creciera no se casara con otro para dejar el reino en otras manos que no fueran las suyas.
Desgraciadamente para él, su condición de bastardo no fue favorable y Tsunade logró ser reina regente hasta que Naruto fuese mayor de edad y, por si no fuera poco, ella recurrió a que ambos eran familia; no eran parientes muy cercanos y el matrimonio sería aceptado, pero ella comentó que sería preferible casar a Naruto con el hijo menor de un rey extranjero para afianzar alianzas, lo que el Consejo vio muy recomendable. Incluso en ese entonces, Tsunade ya sabía con quién quería casar a su nieto, pero no dijo nada hasta tener una confirmación del Reino del Hielo, que llegó un año atrás. Aun así, no informó a Naruto para que pudiera sentirse libre un poco más… pero ahora ya había cumplido los dieciocho y era la hora, debía casarse antes de que Mizuki pudiera hacer nada.
—Él es cruel —prosiguió Naruto, apretando los puños—, menosprecia a los campesinos por ser de origen humilde, piensa que las mujeres deberían limitarse a parir y criar a los niños y que la homosexualidad es un acto repugnante, por no hablar de su política de conquista. No quiero que mi reino se vea sumido en una guerra cuando llevamos más de dos generaciones en paz con los otros reinos.
Tsunade parpadeó. No esperaba que su nieto se hubiera fijado tanto en Mizuki.
—¿Cómo sabes tanto sobre él?
Cuando Naruto apartó la vista, supo que no iba a responder. Pese a que quería saber qué ocultaba, no le preguntó nada. Como creador, había cosas que su nieto no compartía con nadie excepto con el dios de su región, Kurama.
—En fin, ¿quién es mi prometido? —le preguntó Naruto, cambiando de tema. Su tono era de desgana, y Tsunade lo entendía; a ella tampoco le hizo mucha ilusión casarse con Jiraiya pero, a pesar de que nunca se amaron como Minato y Kushina, sí lograron llevarse bien y convertirse en buenos amigos, de hecho, su muerte fue muy dura para ella. Solo esperaba que su nieto y su prometido tuvieran una relación similar, ya que no era tan estúpida como para esperar que los dos se enamoraran.
Con un suspiro, respondió:
—Sasuke Uchiha.
Al oír el nombre, Naruto pegó un salto y la miró con desconfianza.
—¿Sasuke Uchiha? ¿Ese Sasuke Uchiha?
—El mismo.
—… —Naruto miró a su abuela un tanto confundido. Ella quería lo mejor para su reino, igual que él pero, entonces, ¿por qué Sasuke Uchiha? No era ningún secreto que ese hombre no parecía tener mucho interés en su país, sino que prefería ir al mar en busca de aventuras y, aunque Naruto no creía que fuera nada malo, el hecho de que no acatara sus responsabilidades como príncipe hacía que no lo viera como alguien adecuado para encargarse de su gente—. ¿Por qué él? Sé que eras amiga de Madara Uchiha, y sé que es una familia poderosa, pero ese hombre no tiene intención alguna de cuidar un país.
—Lo que él quiera es irrelevante —dijo Tsunade, haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia—, ha nacido siendo príncipe y tarde o temprano tendrá que casarse con alguien, y si no es contigo, será con otro.
Naruto frunció el ceño.
—Aun así, eso no nos asegura que vaya a ser responsable de nuestra gente.
—Para eso estás tú, querido. —Tsunade sonrió con malicia—. No irás a decirme que aceptarás tu papel como creador y permanecerás al margen de lo que ocurre en tu reino, ¿verdad?
Naruto enrojeció, claramente enfadado.
—Son mi gente y mi responsabilidad. Tengo más derecho que él a procurar su bienestar y seguridad, ¡me da igual ser un creador! ¡Puedo cuidar de mis hijos y del reino a la vez!
—¡Ese es el espíritu! —exclamó Tsunade, dándole un golpe cariñoso a su nieto en el brazo que provocó que este hiciera una mueca de dolor—. Por tus venas corre la sangre de los Namikaze y los Uzumaki, no he conocido a nadie que pueda someterte, y ese Uchiha no lo logrará tampoco. No dudo que no te lo pondrá fácil, pero nosotros contamos con el factor sorpresa.
—¿Factor sorpresa?
Tsunade posó sus manos en los hombros de Naruto y le sonrió.
—Apuesto todo el vino de nuestro reino a que no espera casarse con un creador tan rebelde, cabezota e imprevisible como tú.


—¡No puedes estar hablando en serio!
Itachi Uchiha se encogió al escuchar aquel grito, proveniente ni más ni menos que de su siempre ausente hermano pequeño. Hacía tres años que Sasuke había cogido un barco con algunos de sus hombres y se había hecho a la mar sin mirar atrás ni una sola vez, tan solo habían mantenido el contacto mediante mensajes cortos. Había cambiado mucho durante ese tiempo: era casi tan alto como él y su cuerpo se había fortalecido, tenía las espaldas más anchas, y la camisa de algodón se adhería a un torso fuerte y musculoso, producto del esfuerzo físico que pedía el mar y de las luchas contra piratas y ladrones; el cabello, de un negro brillante, le había crecido hasta rozarle los hombros, cuyos mechones acariciaban su rostro de pálidas y perfectas facciones, y sus ojos, tan oscuros como una noche sin luna, se habían endurecido, volviéndose mucho más fríos de lo que ya eran antes de marcharse.
Itachi temía que su hermano se hubiese vuelto como su padre, frío de corazón. No es que fuera alguien malvado, sabía que él les amaba a su manera, pero desde la muerte de su madre no había vuelto a ser el mismo… sobre todo con Sasuke.
Notó que su esposa Izumi se apretaba un poco contra él. Al ver el motivo, palideció; su padre se había levantado del trono y fulminaba a Sasuke con la mirada.
—Eres mi hijo y tienes una responsabilidad con tu reino, así que aceptarás ese matrimonio te guste o no.
—¡Itachi es el primogénito!, ¡es él quien hereda tu reino, por lo que a mí déjame en paz!
Fugaku Uchiha hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no abalanzarse sobre su propio hijo. Sinceramente, no había esperado un gran reencuentro con Sasuke teniendo en cuenta que desde la muerte de su esposa se habían distanciado mucho… pero tampoco se le había pasado por la cabeza que se mostrara tan reacio a cumplir con su obligación.
—Pero sigues siendo príncipe y sigues siendo responsable de este reino. Eso significa que debes aceptar este compromiso. Los Uchiha y los Namikaze hemos tenido una buena relación desde que tu abuelo Madara entablara amistad con el rey del Reino del Fuego, pero este matrimonio creará un vínculo más fuerte y una alianza mucho más firme.
Sasuke le miró con odio.
—¿Y tenías que acordarlo sin tan siquiera preguntarme?
—¿Habrías aceptado cualquier otro matrimonio?
El joven apretó los labios, sabiendo que no lo habría hecho sin importar quién fuera. Nunca había sentido deseos de unirse para siempre a una sola persona, prefería ir por libre y tener relaciones con quien le apeteciera, sin preocuparse de si una persona u otra saldría herida. Y ahora, su padre le había comprometido no solo sin preguntarle, sino con un creador, ¡un maldito creador! Sí, eran hombres hermafroditas con la extraña capacidad de quedarse embarazados, pero él no se dejaba engañar, ¡tenían huevos y pene por muy femeninos que fueran!
—¿Y tenía que ser con un creador?
Fugaku enrojeció de rabia.
—Los creadores son sagrados y extremadamente raros. Los héroes más grandes de nuestra historia eran todos hijos suyos, y hacía más de un siglo que no había nacido uno de ellos. Siéntete honrado de estar prometido con él.
—¡No! No me casaré ni con él ni con nadie. ¡Yo me largo! —dicho esto, dio media vuelta y caminó a paso rápido y furioso hacia la salida de la sala.
Izumi miró preocupada a su esposo, quien a su vez buscó con la mirada a su padre, temiendo su reacción y preguntándose si tendría que intervenir. Sin embargo, Fugaku mantuvo la calma y utilizó su último recurso.
—¿Acaso has olvidado tu juramento?
Sasuke se paró en seco. No dijo nada ni tampoco se volvió, solo se quedó muy quieto.
Su padre prosiguió.
—“Juro por mi sangre real de la casa Uchiha, fidelidad y lealtad. En las malas blandiré mi espada contra los enemigos, y en las buenas hincaré la rodilla para mis aliados. Seré un miembro leal a mi familia hasta mi último aliento.”
Su hijo pequeño apretó los puños con rabia y se giró. Sus ojos negros, normalmente gélidos, ahora parecían estar a punto de escupir llamas.
—No, no lo he olvidado.
—¿Y vas a faltar a ese juramento? ¿Quieres deshonrar a tu familia y a ti mismo de esta forma?
Sasuke recordó el hermoso rostro de su madre, mirándole con orgullo y adoración. Cerró los ojos con fuerza y dijo entre dientes:
—No, no lo haré.
Itachi e Izumi se relajaron, igual que Fugaku, que dejó de tensar los hombros y asintió para sí mismo.
—Mañana partirás hacia el Reino del Fuego para conocer a tu prometido. Espero que tu comportamiento con él sea el adecuado, hijo, no nos avergüences más.
Las palabras de su padre dolieron, y eso que creía que ya estaba acostumbrado. Aun así, como buen Uchiha, no permitió que se le notara y se marchó sin dirigirle la palabra a nadie hacia lo que tiempo atrás había sido su dormitorio. Se encerró de un portazo y se apoyó contra la puerta, maldiciendo a su padre. Toda una vida dándole la espalda y ahora le comprometía con un completo extraño.
Cuando se fue de casa tres años atrás, pensó que por fin podría ser libre y olvidarse de su familia; aunque le dolió dejar a Itachi e Izumi, estaba convencido de que había hecho lo mejor para él. Y ahora… ahora estaba atado a un completo extraño por el que no sentía ninguna clase de afecto.
Soltó un gruñido de disgusto. Seguro que ese creador estaría encantado de casarse con él; todas las mujeres caían rendidas ante él no solo por su atractivo sino también por su reputación, era un hombre aventurero y fuerte, perteneciente a un linaje real y con un apellido reconocido en todo el mundo por ser grandes guerreros.
Apretó los dientes hasta que rechinaron. Joder, iba a pasar el resto de su vida con un hombre afeminado y mimado que seguro que creía que él sería romántico y sensible. Pues bien, iba a llevarse una desagradable sorpresa, porque pensaba dejarle muy claro cómo iba a ser su vida a su lado: cumpliría con sus obligaciones, nunca lo deshonraría y le protegería porque ese era su deber, pero se aseguraría de que supiera que entre ellos jamás habría nada remotamente parecido al amor.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

El Reino de los Zorros


Sinopsis

Naruto Namikaze, heredero del Reino del Fuego, acaba de cumplir la mayoría de edad, por lo que es su obligación contraer matrimonio con el príncipe de una casa extranjera. Pese a que lo último que desea es a un hombre que lo trate como a una mujer por su condición de creador, es consciente de que no tiene otra opción: la gente de su reino está bajo su cuidado y es su responsabilidad protegerla de cualquier cosa… incluso de otro aspirante al trono, un ser cruel y avaricioso que planea acabar con la paz que ha gobernado en su tierra durante siglos.
Aun así, no esperaba que su abuela fuera a comprometerlo con Sasuke Uchiha: príncipe del Reino del Hielo, perteneciente a una familia de grandes guerreros, valientes y poderosos… y también un hombre que había abandonado su hogar durante más de tres años. ¿Cómo puede confiar Naruto en alguien que ha eludido sus responsabilidades para que proteja a su reino?
Por otro lado, el mundo de Sasuke se desmorona al enterarse de que su padre lo ha comprometido con el joven príncipe creador del Reino del Fuego: sin duda alguna un niño malcriado, afeminado y atontado por la idea del amor verdadero. Pese a que accede al casamiento por la fuerza, tiene muy claro que no tolerará ninguna tontería por parte de su prometido.
Sin embargo, ninguno de los dos es lo que el otro piensa. ¿Qué pasará cuando Naruto desafíe a Sasuke? ¿Y cuando Sasuke descubra la verdad que los creadores han ocultado durante milenios?
¿Y qué ocurrirá cuando todos sus enemigos se unan para destruirlos?

Los personajes son propiedad de Masashi Kishimoto y la historia es una adaptación del fanfic Veneno y Antídoto de LadyBondage.

jueves, 20 de diciembre de 2018

La Prisión del Alma


Capítulo 5. El recibimiento de los lobos

Shade alzó las orejas cuando escuchó los gritos. Dejó escapar un gruñido al reconocer a esas desagradables criaturas que los humanos habían llevado a sus bosques.
Eran seres extraños, olían a muerte y sentía su desesperación y furia. Habían matado a varios de sus lobos cuando estaban solos, pero siempre que iban en grupo se mantenían alejados de ellos. Había intentado echarlos de su territorio varias veces, pero nada parecía herirles y mucho menos matarles.
Al principio, solo eran dos o tres, pero con el paso del tiempo aparecieron más, y no tenía ni la menor idea de cómo se multiplicaban. No eran demonios, ni tampoco parecían espíritus. Los árboles se referían a ellos como la muerte, pero ella los llamaba espectros.
Una sonrisa se extendió por su rostro al escuchar a quiénes estaban atacando.
Fenrian.
El lobo gris trotó hasta colocarse a su lado y contempló el espeso bosque que había bajo la roca donde se encontraban vigilando su territorio.
¿Humanos? —preguntó con una sádica sonrisa y arañando el suelo.
Tus hermanos.
Fenrian se sobresaltó y la miró mostrando los colmillos.
Los naik no son mis hermanos. No significan absolutamente nada para mí.
Y, aun así, cuando he dicho que eran tus hermanos, lo primero en lo que has pensado ha sido en ellos.
El lobo gruñó como única respuesta.
¿Están en nuestro territorio?
Sí.
Bien—dicho esto, dio un salto y empezó a correr cuesta abajo.
Shade ladeó la cabeza sin dejar de sonreír. Al parecer, tendría la oportunidad de ver un enfrentamiento muy interesante.


Yilan y los demás no lo estaban teniendo nada fácil. A pesar de la protección que les prestaba el bininci, que golpeaba a diestro y siniestro a los extraños seres, estos de vez en cuando lograban escabullirse y atacarles.
Así que tenían dos problemas muy graves. El primero lo descubrieron cuando una sombra atacó de frente a Zhor y este ni siquiera se movió. Irsis tuvo que ponerse en medio y ahuyentar a la criatura con una patada giratoria y lanzando sus abanicos, la cual logró esquivarlos antes de desaparecer.
—¿Qué coño haces, Zhor? ¡Defiéndete, hombre!
El soldado frunció el ceño.
—¿De qué? ¡No había nada!
Esta vez fue Irsis quien lo miró confuso. Después, se giró hacia sus hermanos.
—Vosotros los veis, ¿no?
Todos asintieron excepto Shunuk, que estaba igual que Zhor.
—Yo no veo nada tampoco. ¿Qué nos está atacando?
Los naik se miraron y después se dirigieron al árbol, que contratacaba sin descanso.
Si vosotros dos no podéis verlos, es porque no tenéis ningún tipo de poder. Quedaos atrás y dejad que los demás nos encarguemos.
A Zhor no le hizo ni puñetera gracia, pero obedeció después de que Shunuk tirara de él sin miramientos para ponerlo a salvo.
La segunda mala noticia la descubrió Suh. Logró ensartar a uno de los seres con un sable, atravesando su pecho. La sombra se quedó muy quieta unos instantes, pero después cogió a Suh por la garganta y la alzó a varios metros del nivel del suelo, deshaciéndose al mismo tiempo del arma y dejándola caer al suelo.
Afortunadamente, Irsis, adoptando forma de cuervo, atacó el espectro golpeando su cabeza con sus garras, liberando así a Suh, que fue recogida por una rama del bininci.
Tras ver aquello, Alev intentó quemarlos a todos con una ola de fuego, pero las llamas los traspasaban como si nada.
—¿Qué hacemos? —preguntó tras ahuyentar a su contrincante con un golpe de su alabarda.
No podéis matarlos —les dijo el árbol, el único que parecía no estar cansado—. Lo único que podemos hacer es esperar a que se cansen y se marchen.
—¿Solo eso? —exclamó Irsis, frustrado, al volver a su forma humana y ponerse únicamente los pantalones como pudo.
No tuvieron tiempo de seguir hablando. Esas bestias no parecían cansarse, pero los naik sí lo estaban haciendo. Suh y Alev podían atacar a cierta distancia gracias a sus armas largas, Irsis tuvo que invocar a Kalem cuando, tras lanzar sus abanicos, una de las criaturas lo atacó e impidió que los recogiera, y Yilan también se vio obligado a usar el látigo para mantenerlos alejados. Mientras tanto, Shunuk y Zhor contemplaban, frustrados e impotentes, el penoso combate.
Poco a poco, las sombras iban esquivando más a menudo las ramas del bininci y obligaron a los naik a luchar espalda contra espalda.
—Esto… ¿Soy el único que piensa que necesitamos un milagro ya? —preguntó Irsis sin dejar de dar diestras estocadas. Fue curioso, pero su espada y la alabarda de Alev parecían atemorizar a los seres, que procuraban evitar las afiladas hojas, aunque no se retiraron.
Suh gruñó, mostrando su acuerdo, al igual que Alev, que provocó una nueva llamarada con Yanar que les dio un par de segundos para hablar.
—¿Qué hacemos, Yilan?
Él pensaba a toda velocidad, intentando encontrar una vía de escape. Sin embargo, era imposible. Gracias al árbol, todavía podían aguantar pero, sin él, no tendrían muchas oportunidades y Kafa también tendría dificultades para ayudarlos cuando volviera.
Entonces, no tenía opción. Se prometió a sí mismo que no volvería a usar ese poder, pero si no lo hacía, él y sus hermanos morirían. Y no iba a permitirlo. Otra vez no.
Concentrando sus energías con un siseo, aparecieron, enredadas en sus brazos, unas finas cadenas de un verde luminoso que envolvieron a su grupo antes de dar fuertes latigazos a las criaturas, que se apartaron con un chillido horrendo.
Hizo una mueca. Después de tanto tiempo sin usar esa habilidad estaba un poco desentrenado…
Pero, justo entonces, el milagro del que hablaba Irsis se produjo.
Las criaturas se detuvieron en pleno ataque y alzaron la vista hacia el cielo. Fue la primera vez que los oyeron producir una especie de susurros ininteligibles, como si estuvieran hablando entre ellas.
A los naik les pareció que los escrutaban, aunque no podían estar seguros ya que no se les veían los ojos, y, después, las sombras alzaron el vuelo, desapareciendo en una dirección concreta. Sorprendidos pero aliviados, Yilan, Alev, Suh e Irsis se dejaron caer en el suelo al mismo tiempo que Shunuk y Zhor corrían hacia ellos para asegurarse de que estaban bien. Gracias a los dioses, no tenían más que unos cuantos arañazos y algunos moratones.
—¿Qué has hecho, Yilan? —preguntó el más joven, jadeando. Su espada Kalem se convirtió en un resplandor blanco con forma de pluma que se instaló en su antebrazo, de la misma forma que Yanar desapareció con un fogonazo de luz roja antes de reaparecer en el pecho de Alev.
Yilan hizo un gesto negativo con la cabeza mientras contemplaba las cadenas, que se desvanecieron.
—Aún no les había dado ningún golpe. No creo que haya sido yo quien les ha hecho marcharse. —Contempló el cielo con el ceño fruncido—. Ha tenido que ser otra cosa.
Qué lástima.
Todos dieron media vuelta al escuchar aquella voz desconocida. Ninguno de ellos estaba preparado para la bestia que apareció ante ellos, caminando lentamente, como si fuera el rey de ese lugar, y con una sonrisa arrogante que dejaba al descubierto sus colmillos.
Yilan lo reconoció de inmediato.
Fenrian.
El enorme lobo gris los contemplaba con fríos ojos azules, analizándolos uno a uno mientras se paseaba a su alrededor.
Y yo que esperaba que nuestra pelea fuera más entretenida. Pero estáis cansados y heridos. Menuda pérdida de tiempo. —Se agazapó con un gruñido que retumbó en su pecho—. En fin, no se puede tenerlo todo en la vida.
Zhor y Shunuk se colocaron frente a los naik, pero Yilan se hizo a un lado y caminó un par de pasos en dirección al gigantesco lobo con las manos en alto, haciéndole entender que no tenía intención de luchar, lo cual hizo que Fenrian pusiera los ojos en blanco. Parecía incluso aburrido.
—No queremos luchar, Fenrian…
Peor para vosotros porque yo me muero de ganas—le interrumpió con un feroz ladrido antes de abalanzarse sobre Yilan.
Sin embargo, Fenrian no llegó a tocarle, porque un coyote de color canela con reflejos rojizos apartó al lobo de un empujón y lo amenazó con los colmillos al descubierto.
No seas estúpido y escúchale—gruñó Alev.
Fenrian se sacudió y volvió a sonreír.
Eso es lo que quería. —Soltó un aullido, excitado, y volvió a saltar sobre Alev para desgarrarle el cuello.


Kafa frunció el ceño mientras esperaba escuchar más gritos, pero no los hubo. Tenía una sensación muy desagradable en el estómago, además de un mal presentimiento. ¿Estarían bien sus hermanos? Tal vez estaban en peligro.
No le gustaba tener que dejar los cuerpos ahí tirados, pero si los demás le necesitaban, tenía que darse prisa y ayudarles.
Les echó un último vistazo a los cadáveres, momento en que pegó un salto y cayó al suelo, retrocediendo todo lo que le permitieron sus piernas. Diez personas encapuchadas estaban frente a las tumbas que había hecho él mismo con sus poderes, contemplando los cadáveres que había arrastrado hasta estas.
No se les veía la cara, ni mucho menos cualquier otra parte de su cuerpo, ya que una capa medio rota los envolvía por completo. Pero no se habría asustado tanto de no ser porque los bordes rotos de las prendas parecían humo y que los seres se mantenían a varios centímetros por encima del suelo.
Aun así, se recuperó con rapidez y se colocó en posición defensiva, preparado para lo que fuera que iban a hacer esas criaturas.
—¿Quiénes sois?
Los diez levantaron las cabezas hacia él y una de ellas se adelantó un poco. Al ver que retrocedía, la criatura alzó una manga sin mostrar mano alguna, como si quisiera detenerlo, y empezó a hacer un ruido extraño.
Kafa ladeó la cabeza, confuso. Más que hacerle daño, parecían querer algo de él.
—¿Qué queréis?
El que se había adelantado siguió haciendo un ruido, pero esta vez comprendió lo que pretendía. Intentaba hablar, intentaba decirle algo. Sin embargo, tras varios intentos más, se encogió con ambas mangas cubriendo su cabeza y soltó un grito que lo obligó a taparse los oídos. Después, la sombra empezó a volar violentamente alrededor de los otros nueve seres y después sobre los cuerpos y las tumbas.
De repente, se le hizo la luz.
—¿Tiene que ver con los cadáveres?
La criatura se detuvo en seco y las otras alzaron rápidamente la cabeza. Todas asintieron al unísono, mucho más animadas.
Más confiado, se acercó hasta quedarse al pie de las tumbas y las miró. Instantes después, levantó la cabeza para dirigirse a las criaturas y señaló los profundos agujeros. Estas murmuraron entre ellas algo que no comprendió y revolotearon a su alrededor, señalando primero los cadáveres y después las tumbas.
—Queréis que los entierre, ¿verdad? —adivinó.
Las bestias profirieron un chillido de alegría y volaron mucho más rápido a su alrededor mientras que él se apresuraba a arrastrar los cuerpos al interior. Una vez hecho, levantó ambas manos y cerró los puños, sellando así las tumbas con una gran roca en cada una.
Después, se giró hacia las criaturas, que tenían la vista clavada en el cielo. Le pareció que suspiraban un segundo antes de convertirse en humo gris y desaparecer… Al menos, nueve de ellas lo hicieron.
La última se quedó donde estaba, observándole.
—Gracias.
Se sobresaltó al escuchar su dulce voz femenina.
—¡Pero si puedes hablar!
—Ahora puedo hacerlo. —Flotó en el aire para acercarse a él y alzó una manga. Esta vez, una mano rosada apareció por ella y le acarició la cara—. ¿Cómo te llamas?
Aunque confuso por lo que acababa de pasar, respondió:
—Kafa.
—Kafa. —La criatura se apartó un poco para echar la capucha hacia atrás y mostrarle su rostro—. Yo me llamo Minettar. Y estoy en deuda contigo por habernos liberado.


Alev creó un círculo de llamas que acorralaron a Fenrian. El lobo gimió cuando una de sus patas rozó el fuego, pero después miró al coyote con un brillo alegre en los ojos.
Así que tú controlas el fuego. Qué interesante.
Haz el favor de escucharnos, no te hemos estado buscando para pelear.
Fenrian resopló.
¿Creéis que no sé que me estabais buscando? Si hubiera querido hablar con vosotros haría meses que nos conoceríamos. Pero, adivinad qué, me importáis una mierda. —Sonrió al ver que el comentario no le había hecho gracia al coyote—. Solo quiero acabar con vuestras vidas —dicho esto, soltó un aullido que fue acompañado por una gélida ráfaga de viento que apagó el fuego.
Fenrian lanzó un puñado de tierra a los ojos del coyote, que gimió y se restregó con la pata en un acto instintivo, y, inmediatamente después, se abalanzó sobre su yugular. Y habría uno menos. ¡Ja! Estuvo a punto de plantearse ir a Siyagun con la cabeza del naik para reclamar la recompensa, pero lo cierto era que no quería tener nada que ver con ese insignificante mortal.
Odiaba a los humanos. Pero también a los naik y, en consecuencia, a Zeker. Y no había nada en el mundo que lo complaciera más que joder a aquellos a quienes odiaba.
Sin embargo, celebró su victoria demasiado rápido, porque notó que algo le arañaba el lomo sin compasión y que una sombra oscura lo apartaba del coyote.
Rugió iracundo al ver el enorme cuervo que se había posado en su espalda y que le clavaba las garras con fuerza. Se movió con brusquedad, intentando quitárselo de encima, pero el pájaro se mantuvo sobre su cuerpo mientras hacía cabriolas y daba vueltas. Ni siquiera cuando dio una voltereta en el suelo logró librarse de él; al cuervo le bastó dejar que hiciera la pirueta para después volver a agarrarse a su lomo por detrás.
Yilan y los demás, que habían atendido a Alev mientras Irsis distraía a su rebelde hermano, contemplaban la escena, que llegaba a ser incluso cómica.
Parece que no necesitaréis mi ayuda —comentó el bininci con un tono de voz que les recordó a una sonrisa.
—Tranquilo, muchas gracias por todo —le dijo Yilan.
De nada, amigos de las anjanas. Es una pena no poder apoyaros hasta el final, pero incluso yo me he quedado agotado al luchar con la muerte. Si me disculpáis, descansaré el resto del día. Os deseo mucha suerte.
—Gracias.
El bininci dejó caer las ramas al suelo y se quedó totalmente inmóvil salvo por la copa del árbol, que el viento mecía con suavidad. Habría sido una escena de lo más apacible de no ser por el ridículo combate que se libraba entre el lobo y el cuervo.
¡Quítate de encima! —gritó Fenrian, furioso.
El cuervo hizo un movimiento con las alas muy parecido a encogerse de hombros.
Como quieras.
Antes de que el lobo se diera cuenta, el ave volvió a su forma humana, un chiquillo delgado, aunque cubierto de músculos que estaban en proceso de fortalecerse, que sacó una espada de la nada y lo golpeó en el cuello con ella.
Jadeó cuando acabó en el suelo con la punta de la espada en su garganta. ¿Cómo era posible que una espada pesara tanto en manos de ese renacuajo? ¡Si parecía que le hubiera golpeado un soldado de cien quilos con un garrote!
Así, furibundo y desde el suelo, contempló cómo el soluk que iba con ellos le lanzaba unos pantalones al chico, que se los puso como pudo sin apartar la punta de la espada de su cuello.
—¿Vas a escucharnos ahora?
Fenrian le gruñó mostrando los colmillos.
Nada de lo que digáis me hará ir con vosotros, mucho menos para liberar a Zeker.
El muchacho soltó un silbido.
—Yilan, este parece difícil.
El soluk se acercó al lobo con el ceño fruncido.
—¿Por qué nos atacas? Comprendo que, aunque seamos hermanos a nivel espiritual, no nos veas de esa manera, pero nosotros tampoco te hemos hecho nada.
Fenrian fulminó a ese capullo con la mirada, sintiéndose humillado de repente. Por supuesto que ellos no le habían hecho nada, sencillamente, necesitaba alguien con quien desfogarse, alguien a quien poder destrozar. Porque, desgraciadamente, él no podía luchar hasta la muerte consigo mismo.
Irsis frunció el ceño al ver el dolor y la culpa bajo toda la ira que hervía en esos ojos fríos, que parecía pasar inadvertida entre los demás. Para la sorpresa de todos, incluida la del propio Fenrian, el joven apartó la espada y se colocó frente a él.
—Nos odias porque te odias a ti mismo, ¿verdad? —Cuando dijo eso, el lobo pegó un salto y se alejó entre gruñidos, como si hubiera intentado atacarle—. Deja que te diga una cosa, lobo. No tenemos la culpa de ser quienes somos y mucho menos debemos mortificarnos por eso o culpar a los demás. Eso último está muy feo, por cierto.
Fenrian lo miró con una expresión que ninguno supo interpretar. Parecía una extraña mezcla entre sorprendido, impresionado y curioso, pero el caso es que se pensó mucho mejor lo de atacarles.
Sin embargo, tampoco tuvo tiempo para tomar una decisión. Unas redes salidas de la nada, cuyos extremos estaban atados a unas grandes flechas, cayeron sobre Fenrian, haciéndole tropezar y caer al suelo, enredándose así con las cuerdas mientras aullaba, frustrado.
Irsis se recuperó rápidamente de la sorpresa y le lanzó una mirada significativa a Yilan. Su hermano asintió y ordenó a Alev que volviera a su forma humana y se vistiera. El muchacho también se colocó bien los pantalones y se puso una camisa sin mangas para después empuñar mejor a Kalem.
¿Qué…? —empezó a preguntar Fenrian, pero Irsis lo obligó a callar.
—Confía un poco en nosotros —le dijo.
El resto se acercó y sacó sus respectivas armas, colocándose alrededor del lobo.
—Hazte el muerto —le ordenó al escuchar que muchas voces se acercaban.
¿Cómo?
—Ya me has oído, lobo —dicho esto, se dirigió al hombre que se transformaba en coyote—. Alev, clava a Yanar aquí y procura no romper las cuerdas, tienen que creer que estas la han atravesado limpiamente.
Su hermano obedeció, clavando así la punta de la alabarda muy cerca del cuello de Fenrian. Entonces, el muchacho movió una de sus patas.
—Mantenla ahí y cierra los ojos. Te sacaremos de esta —le prometió antes de mirar de nuevo al coyote—. Estamos de cacería, tú eres el jefe. Reclama tu premio —le dijo a toda velocidad antes de alejarse un poco.
A pesar de sus recelos, Fenrian decidió que su mejor opción era hacerle caso por el momento. No escaparía de la red lo suficientemente rápido como para huir de los cazadores sin llevarse alguna que otra herida, él mejor que nadie sabía lo habilidosos que eran con armas arrojadizas y no quería arriesgarse a que hirieran sus patas y lo dejaran inmóvil tan lejos del territorio de su manada. Así que se hizo el muerto como mejor pudo, aunque mantuvo un ojo entreabierto para observar.
Un gran grupo de hombres, armados con arcos, lanzas y más redes, gritaban victoriosos mientras corrían hacia allí. Sin embargo, la euforia cesó al instante al ver al hombre coyote con los brazos cruzados y fulminándolos con la mirada.
—¿Qué coño creéis que estáis haciendo? Quitadle las redes ahora mismo para que podamos llevárnoslo.
Uno de los hombres, robusto y con cara de pocos amigos, se adelantó y le señaló con un dedo.
—¡Ni hablar! ¡Llevamos años tras ese lobo! ¡Nos pertenece! —gritó, furioso.
Alev alzó una ceja, sin inmutarse siquiera.
—Mala suerte, amigo. Nosotros lo hemos matado, por tanto, el lobo es nuestro.
El hombre miró con los ojos abiertos como platos el enorme animal inmóvil, con el cuello atravesado por una alabarda. Sin acabar de creérselo, recorrió con la mirada al grupo de cazadores, deteniéndose de repente en Suh. Se acercó a ella, dio una vuelta a su alrededor y se detuvo a su lado para dirigirse a Alev con una sonrisa socarrona.
—¿Y quién se creería que esta preciosidad sabe usar estos sables? —dijo, señalando las armas antes de darle un azote en el culo.
Fenrian se extrañó al ver que los naik se tensaban, pero no tardó en comprenderlo cuando la mujer, con un rápido movimiento, enganchó los atributos masculinos del hombre y le clavó las uñas, haciendo que el cazador se doblara de dolor.
Tuvo que hacer un enorme esfuerzo por no estallar en carcajadas al ver la expresión de ese gilipollas.
Por otra parte, Suh le dedicaba una sonrisa cruel.
—Si vuelves a ponerme la mano encima, te haré una demostración de mis habilidades con los sables usando lo que tengo ahora en la mano. Aunque, si te soy sincera, no sé si me servirá. No hay mucho que cortar.
Yilan, Alev y Shunuk no pudieron evitar que sus labios se curvaran hacia arriba con diversión, mientras que Zhor se tapaba la boca, intentando no soltar una risotada, e Irsis la miraba con ojos risueños.
—¿Soy el único al que le pone cachondo verla retorcerle los huevos a ese tío? —le preguntó al soldado, que intentó mantener la compostura sin mucho éxito.
—Sí, niño, sí. Es que tú eres muy raro para ciertas cosas… Bueno, en realidad, para todas.
Como respuesta, Irsis se encogió de hombros y continuó contemplando a Suh. La naik había soltado por fin las partes nobles del líder de los cazadores y le había tirado al suelo de una patada.
—Estos tíos me aburren, Alev. No tienen pelotas, lo sé de primera mano —añadió, haciendo que esta vez Zhor se doblara de la risa.
Sin embargo, también hirió profundamente la hombría de Amasiz, que miró a los naik con odio tras levantarse y apuntarles con la lanza.
—¡Matadlos y coged al lobo!
Nada más oír esas palabras, Irsis le hizo un gesto a Zhor y, entre ambos, cortaron las cuerdas que mantenían preso a Fenrian, el cual no tardó en sacudirse para quitárselas de encima y gruñir amenazadoramente a los cazadores de Kuzey.
—¡Está vivo! ¡Está vivo!
El lobo iba a atacarles, pero Irsis se interpuso y lo miró con fiereza.
—Tú aquí no pintas nada. Vete.
Fenrian le mostró los colmillos.
Tu plan ha fallado. No te ofendas, era muy creativo y me he reído un rato con esa amiga tuya, pero ahora me toca a mí.
—Por si no te has fijado, llevan más redes. Si te vuelven a coger nosotros estaremos demasiado ocupados luchando como para encargarnos de ti, lobezno. Y, a juzgar por lo que he oído, no eres muy popular entre esos hombres.
Fenrian gruñó al escuchar cómo lo llamaba, pero tras contemplar la batalla, soltó un gruñido y corrió en dirección contraria, perdiéndose entre la maleza.
Irsis, por otra parte, esbozó una ancha sonrisa mientras empuñaba a Kalem. Bueno, hora de luchar contra algo que sí sabía muy bien que podía matar.
La batalla duró muy poco. Los naik habían mejorado mucho en combate, pero se encontraron con un problema que todavía no llevaban muy bien; las flechas. Ninguno de ellos era amante de la pelea a larga distancia y tuvieron una desventaja clara al verse obligados a retroceder continuamente para escapar de las armas arrojadizas.
Ninguno quería transformarse o usar sus poderes. No tenían muy claro si podrían matarlos a todos y arriesgarse a que supieran que había más naik con Fenrian podría no solo atraer a más cazarrecompensas indeseables, sino también a los soldados de Siyagun. Encontrar al resto de sus hermanos ya era bastante difícil y, cuanto menos llamaran la atención entre los humanos, mejor. Por eso pelearon manteniéndose juntos por si alguno necesitaba ayuda y para ayudarse a cubrirse los uno de los otros de las flechas y las lanzas.
Afortunadamente, los refuerzos no tardaron en llegar.
La mayoría de los arqueros cayeron al suelo, siendo atacados por grandes perros de color gris oscuro que reconocieron al instante.
—¡Los tibicenas! —exclamó Irsis antes de soltar un grito alegre.
Kafa tampoco tardó en aparecer empuñando su machete y atacando a diestro y siniestro.
—¿Estáis bien? —les preguntó cuando le quitó de encima un cazador a Alev.
—¡De momento aguantamos! ¡Pero son muchos!
—¡Tranquilo! ¡He traído una amiga!
—¿Kafa? ¿Una amiga? —gritó Irsis, que pasó cerca de ellos—. ¡Pero qué calladito lo tenías, cabroncete!
Su hermano rodó los ojos, pero lo ignoró.
—¡Minettar!
Como una exhalación, una sombra que dejaba un rastro de humo a su paso llenó el campo de batalla. Se detenía entre los guerreros y, al tocarlos, caían inmóviles al suelo como sacos.
Los cazadores, al no ver qué era lo que les estaba atacando, corrieron de regreso a casa, a pesar de las órdenes de Amasiz, a quien arrastró su hijo, quien hizo caso omiso a sus protestas.
Pero incluso cuando hubieron desaparecido en el bosque, los naik no se relajaron. Miraron fijamente al ser que se había detenido frente a ellos, flotando en el aire, muy cerca de Kafa, quien trató de explicarles lo que sucedía.
—No os preocupéis, ya no tiene que haceros daño. Estaba atrapada.
La criatura asintió.
—Kafa tiene razón —dijo una insospechada voz femenina, pues la criatura seguía totalmente envuelta por la capa gris—. Lamento haberos atacado, pero no podíamos hacer otra cosa.
—¿Podíamos? —interrogó Suh, aún desconfiada.
—Yo y los demás. Estábamos atrapados aquí.
Al ver que ninguno comprendía nada, Kafa decidió darles una explicación.
—Minettar y los otros nueve son los espíritus de diez personas cuyos cuerpos tiraron aquí, sin tan siquiera enterrarlos.
Yilan hizo una mueca adolorida.
—Eso es muy cruel.
—Al no estar enterrados, Seri no pudo llevarnos con ella al Zehennem. Para poder guiarnos al inframundo, necesita que el ritual funerario esté terminado. Sentíamos un dolor inmenso, era como si siguieran matándonos, como si a cada instante me estuvieran apuñalando. —Se encogió, como si en ese momento le doliera—. Estábamos furiosos y enloquecidos, queríamos abandonar este lugar pero no podíamos hacerlo y descargamos nuestra ira y el dolor que sentíamos contra todo ser, sobre todo humanos, que eran los que nos habían dejado atrapados aquí.—Cuando Kafa puso una mano en su espalda, se irguió de nuevo y se acercó un poco más a él—. Lamento haberos atacado.
—¿Qué hay de tus amigos? —preguntó Yilan.
—Han ido a buscar a Seri. Seguro que se alegrará de ver que estamos bien.
—¿Y tú no vuelves con ellos?
Minettar negó con la cabeza.
—Queríamos agradecerle a Kafa que nos haya liberado, así que he decidido quedarme y echaros una mano. —Se elevó un poco más para mirar por encima de las copas de los árboles—. Kafa me ha dicho que estáis buscando a Fenrian. Yo puedo llevaros hasta él.


Shade no podía evitar esbozar una enorme sonrisa al contemplar a Fenrian, que se movía inquieto de un lado a otro, mirando constantemente las zonas más bajas de la montaña. Se paraba, observaba, gruñía sacudiendo la cabeza y volvía a retomar la marcha. No pudo contener una risotada cuando el lobo gris pareció estar a punto de decidir ir en busca de lo que estaba aguardando, pero se detuvo en el último momento.
¿Qué te hace tanta gracia? —gruñó este.
Que a pesar de que has intentado matar a los naik, ellos te han salvado la vida. Y ahora te preocupa su seguridad. Es para partirse de risa.
Fenrian gruñó, pero tampoco lo negó. No dijo nada durante varios minutos, hasta que finalmente se plantó frente a ella con cara de pocos amigos.
Voy a dejarlo bien claro. Esos naik no me importan lo más mínimo, no son mis hermanos y no quiero tener nada que ver con ellos. Sin embargo, me han salvado de esos hijos de puta, así que lo mínimo que puedo hacer es dejarlos en paz.
Shade alzó una ceja, sin dejar de sonreír.
Pero eso no quiere decir que vayas a ir a salvarlos, ¿verdad?
Bastante hago ya dejándolos con vida. —La loba iba a decir algo más, pero Fenrian la interrumpió—. Y sí, preferiría que no murieran a manos de esos humanos. No le tengo cariño a mi especie, pero odio a los hombres más que a cualquier otra cosa en este mundo.
En ese caso, si vienen hacia aquí, y no dudo que lo harán, no quieres que los mate, ¿verdad?
Fenrian hizo un gesto muy similar a encogerse de hombros.
Haz lo que te plazca. Yo les dejaré vivir, pero tú no tienes por qué hacerlo.
Shade rio alegremente y se levantó. Los árboles volvían a susurrar y le anunciaban la llegada de los naik.
Convocó a la manada para recibirlos. Podía percibir la expectación de sus lobos, que arañaban el suelo con las garras, excitados ante la idea de poder enfrentarse a enemigos tan poderosos como Fenrian.
Pero había una diferencia. A esos naik podían matarlos.
No había muchos lobos que se alegraran de la presencia de Fenrian. No era uno de ellos; por mucho que ella se hubiera esforzado en que la manada lo viera desde su punto de vista, seguían sin estar de acuerdo y sin aceptarle por su lado humano. Aun así, ninguno de ellos se atrevería a ponerle una sola zarpa encima sin su consentimiento.
Aún recordaba el día en el que lo encontró en el bosque, siendo un niño herido y asustado que no tenía a dónde ir. Podría haberlo matado y acabar con su sufrimiento, pero en vez de eso, lo llevó con ella y lo adoptó como hijo suyo. Nunca se había arrepentido, al igual que tampoco se arrepentiría de lo que estaba a punto de hacer.
Observó con ojos brillantes a los intrusos. A la cabeza, iba un soluk muy alto, de dos metros de altura, espaldas anchas y complexión musculosa. Su piel pálida y su cabello rubio platino suelto llamaban la atención, aunque no tanto como sus ojos verdes, demasiado oscuros para ser un hombre de las Tierras Pálidas. A su lado, había otro hombre de cabello castaño y ojos almendrados, cuya expresión impasible no se inmutó al ver a sus lobos. Tenía una estatura normal y figura atlética, aunque no tan musculosa como la del soluk.
Detrás de ellos, los seguían otros cinco hombres. El primero era muy atractivo; tenía la piel tostada, la cual armonizaba con el cabello castaño claro con reflejos rojos, y sus facciones perfectas habrían despertado el deseo de muchas mujeres y provocado los celos de muchos hombres. Aun así, sus ojos dorados, tan duros como la piedra, intimidaban lo suficiente como para que la mayoría se mantuviera alejada de esa criatura feroz.
Junto a él, había otros dos hombres. Ambos eran más robustos, aunque uno destacaba más por este aspecto. Tenía una barba de pocos días y el cabello negro muy corto. Su rostro y sus ojos azules denotaban un hombre duro, difícil de dominar y que no se tomaba muy bien recibir órdenes, pero también le dio la impresión de ser alguien noble y, para su sorpresa, de los pocos que no apuñalarían a los demás por la espalda.
El otro tenía facciones más suaves, enmarcadas por el cabello rizado oscuro, que a la vez cubría unos ojos castaños. Sus músculos quedaban ocultos bajo la piel tostada, que combinaba perfectamente con su cabello y sus ojos.
En la retaguardia, finalmente, había un joven y una mujer. El primero no era muy alto y estaba bastante delgado, aunque no se le escaparon las pequeñas líneas que definían unos músculos en proceso de desarrollo. Tenía la piel clara y rostro juvenil, y su cabello oscuro y corto hacía una perfecta sincronización con sus ojos, tan negros como la noche.
Por otro lado, la mujer era esbelta y bella, pero le llamó la atención que estuviera en buena forma, signo de que no era la típica joven que se dedicaba a cocinar esperando a que su marido volviera a casa. Su largo cabello negro caía por sus hombros y su espalda, y el hecho de que su piel fuera morena no hacía más que resaltar los vivos ojos azules que los miraban expectantes. Tenía tantas ganas de luchar como ellos. Eso le gustaba.
No pudo evitar esbozar una ancha sonrisa. Era un grupo muy interesante, lo cual le producía una sorpresa de lo más agradable. Ninguno mostró miedo al encontrarse con su manada, sino que parecían más que dispuestos a enzarzarse en una batalla.
Igual que Fenrian. Qué pena que no se llevara bien con ellos.
El soluk, que parecía ser el líder, se adelantó un paso y la miró fijamente a los ojos sin la menor vacilación. Ella hizo lo mismo, sin dejar de sonreír.
—Hemos venido a hablar con Fenrian.
Los lobos gruñeron ferozmente, pero ella los hizo callar con un ladrido. Miró a su hijo adoptivo, que se mantenía oculto entre unos arbustos, renuente a participar en la batalla pero observándoles.
Ven aquí, Fenrian.
Justo cuando el lobo gris se acercaba, apareció algo que creía que no volvería a ver en lo que le quedaba de existencia.
Tibicenas. Se colocaron frente a los naik con los colmillos al descubierto y, en un instante, su tamaño aumentó hasta ser varios centímetros más altos que ella. Se agazapó, preparada para saltar, pero el hombre de cabello rizado se interpuso y ordenó a los demonios que se apartaran.
Los tibicenas miraron a los hombres lobo con abierta desconfianza, sobre todo Veba, pero obedeció a su dueño y llevó a sus cachorros detrás de todo el grupo, aunque no disminuyeron de tamaño.
—¿Pero qué coño les has dado de comer para que se hagan tan grandes de repente? —le preguntó Irsis a Kafa, que parecía tan confuso como él.
Los hombres lobo y los tibicenas somos enemigos naturales. —Los naik miraron a la loba, que observaba a su vez a Kafa con un brillo que calificaron de asombro—. Sidet nos creó para luchar en la Guerra de los Antiguos y Yangin creó a los tibicenas para detenernos. Solo adoptan ese tamaño cuando ven a un hombre lobo. —Esta vez, se dirigió únicamente a Kafa—. ¿Eres tú quien los controla?
—No los controlo. Son mis compañeros.
La loba pareció sorprendida, pero no tardó en volver a sonreír.
Qué curioso…
¿Qué diablos estamos haciendo? —preguntó uno de los lobos, que se adelantó y se agazapó—. ¡Matémoslos de una vez!
Antes de que nadie pudiera hacer ningún movimiento, una sombra apartó al lobo de un empujón y se colocó frente a los naik, soltando un chillido que obligó a los lobos a retroceder, gimiendo mientras bajaban las orejas.
Era Minettar. Al ver que el lobo iba a atacar a Kafa, lo había apartado sin dificultad y se había limitado a amenazar al resto de la manada. Los naik le habían dicho que no querían provocar un enfrentamiento con los hombres lobo, no les beneficiaría en nada y puede que con eso solo conseguirían que Fenrian les atacara también.
La loba la miró con precaución, pero al ver que no se disponía atacar, ladeó la cabeza.
¿Los tuyos también están de su parte?
Minettar siseó.
—No. Los otros nueve se han marchado, no van a regresar.
La líder se sorprendió al escucharla hablar.
¿Ahora nos hablas?
—Antes no podía hacerlo. Gracias a ellos he recuperado mi voz y mi libertad. Y si alguno de tus lobos intenta ponerles la mano encima, lo mataré.
La manada contempló a la loba, que lentamente esbozó una sonrisa divertida antes de dar media vuelta y dirigirse al hombre lobo que había atacado. Para la sorpresa de todos, lo agarró con sus fauces por el cuello y lo tiró al suelo con violencia, colocándose encima para mantenerlo inmóvil. No lo soltó hasta que este dejó de resistirse y se sometió con un gemido sumiso, agachando las orejas y rehuyendo su mirada. Entonces, lo dejó libre con un gruñido de advertencia y se dirigió a su manada:
¡Los naik son bienvenidos en mi territorio, tanto ellos como sus acompañantes! ¡Cualquiera que se atreva a mostrarle los colmillos, lo mataré! ¿He sido bastante clara?
Toda la manada hizo una reverencia con las orejas pegadas a la cabeza. Shade no podía permitirse el lujo de que sus propios lobos la desobedecieran o cuestionaran sus órdenes, por eso había tenido que someter a ese gilipollas, para no mostrar debilidad, para que vieran que ella seguía siendo el miembro más fuerte de la manada.
Las hembras, por regla general, no solían liderar una manada, pero ella se ganó ese privilegio por su compañero, asesinado milenios atrás, durante la Guerra de los Antiguos. No había sido nada fácil ser respetada entre los suyos y no iba a permitir que nadie le quitara aquello por lo que había luchado tanto.
Dio media vuelta para dirigirse a los hijos de Zeker.
Sed bienvenidos, naik. Porque supongo que todos lo sois, ¿no?
El soluk señaló al hombre de pelo negro corto y el que había estado a su lado todo el tiempo.
—Ambos son humanos, pero son nuestros compañeros, igual que los tibicenas y Minettar.
Shade asintió.
Como he dicho, sois bienvenidos. Id adonde queráis, no hay depredadores más poderosos que nosotros en estas tierras.
El más joven contempló a su manada, que volvieron a sus cosas. Los cachorros reprendieron el juego que habían dejado a medias, las hembras los vigilaban y algunos machos se echaron a dormir, otros a entrenar y algunos se fueron al bosque a cazar.
—Esto… ¿Tienes nombre?
La loba sonrió.
Shade.
—¿Vosotros no adoptáis forma humana nunca, Shade? Bueno, como os llaman hombres lobo… Aparte, Alev y Kafa han tenido alguna que otra época de pulgas y hasta yo sufría al verlos. ¿No sería más cómodo para vosotros?
El muchacho le pareció divertido al instante. Nadie en su manada, ni siquiera su propio hijo, se atrevía a hablarle con tanta familiaridad.
Se encogió de hombros.
No nos gusta nuestra forma humana. En realidad, es incómoda y solo la usamos para una función en concreto.
El chico lo miró con los ojos oscuros relucientes de curiosidad.
—¿Cuál?
Se acercó a él hasta que su hocico estuvo prácticamente rozando su rostro y esbozó una sonrisa que dejó al descubierto sus colmillos. Aun así, el joven no cambió su expresión ni tampoco se movió. No parecía asustado, ni lo más mínimo.
Tras mirarlo una vez más de arriba abajo, se apartó.
En mi caso, solo volvería a mi forma humana para tirarte al suelo y montarte hasta que supliques piedad.
Soltó una risotada al ver la cara que pusieron los compañeros del chico. Él, sin embargo, sonrió e hizo una reverencia.
—Su comentario me halaga profundamente.
No te doy ni un poco de miedo, ¿verdad?
—Estoy seguro de que una loba tan feroz como usted me habría matado ya si hubiera querido.
Ella bufó, divertida.
No solo no me tienes miedo y te atreves incluso a coquetear conmigo, sino que también eres encantador. —Le dedicó una mirada pícara—. Me muero por darte un bocado.
—Y un servidor la complacería encantado, desafortunadamente, soy hombre de una sola mujer.
Es una verdadera lástima. —La loba dio media vuelta y les hizo un gesto con la cabeza, invitándoles a seguirla—. Disfrutad de vuestra estancia aquí, pero no puedo hacer nada en lo que se refiere a Fenrian. Es decisión suya ayudaros o no.
—No es nuestra intención forzarle a hacer nada —dijo el soluk, el único que mantenía su paso sin dificultad.
Mejor. Porque si ese fuera el caso, tendría que descuartizaros —dicho esto, les sonrió amablemente—. Ahora, si me disculpáis, tengo que vigilar a los humanos —tras esas palabras, se dirigió a la roca que hacía de techo de la cueva, desde la cual podía observar el bosque y a los humanos que se escondían entre sus frondosas ramas.
No se sorprendió cuando Fenrian apareció de la nada a su lado, mirándola con el ceño fruncido.
¿A qué ha venido eso?
Shade se hizo la tonta con una gran sonrisa.
No tengo ni la menor idea de qué me estás hablando.
El lobo gris le gruñó.
Hablo de los naik. ¿Por qué les has invitado? No es propio de ti dejar que intrusos se instalen a sus anchas en tu territorio, incluso has humillado a uno de los tuyos por ellos.
La sonrisa de Shade desapareció al instante y fue sustituida por un profundo gruñido que habría puesto los pelos de punta a todos sus hombres lobo. Pero no a Fenrian, por supuesto.
Ha atacado sin esperar una orden mía. No puedo permitir ese comportamiento y lo sabes. —Fenrian iba a decir algo, pero le interrumpió—. Y respecto a los naik… Te diré solamente que no me gusta estar en deuda con nadie.
Su hijo negó con la cabeza, confuso.
¿Se puede saber qué le debes a esos extraños a los que nunca habías visto hasta hoy?
Shade no respondió. Miró el cielo, que empezaba a oscurecerse con la llegada del atardecer, recordando una noche de un tiempo muy lejano…


3466 a. Z. Kirmigun, reinos del Gun
Movió el hocico de Koa sin obtener ninguna respuesta. A pesar de todo, le dio suaves empujones e intentó levantarlo mientras gemía con los ojos anegados de lágrimas.
Alzó la cabeza y contempló la llanura que se había convertido en el campo de batalla… y, horas después, en un cementerio. Los cuerpos de los hombres lobo y los tibicenas estaban desperdigados por doquier, al igual que algunos de sus compañeros gravemente heridos.
Incluso estaban los cadáveres de sus jóvenes hijos. Había sido testigo de su muerte mientras la llamaban con aullidos de agonía y ella no había podido salvarlos. Tampoco podía perder a Koa. Si los dioses le habían quitado a sus hijos, que no le quitaran a su compañero.
Por desgracia, era muy consciente de la cruda realidad, lo supo en cuanto vio los desgarrones de su cuello, sus patas traseras y su vientre. No podía hacer nada por él. Había muerto antes de que ella llegara hasta su cuerpo. Y, aun así, se negaba a aceptarlo.
Gimió, llamándole suavemente y, al ver que no respondía, soltó un aullido antes de tumbarse a su lado. Ahí sería donde esperaría a la muerte. Sus heridas eran graves, lo único que le había dado fuerzas para ir hasta Koa había sido el miedo y el dolor. Pero si sus hijos y su compañero ya estaban muertos, no tenía ningún sentido que ella siguiera existiendo. Esperaría a desangrarse. No era una muerte noble, pero era una muerte al fin y al cabo.
Así, cerró los ojos y esperó.
No supo cuánto tiempo estuvo tumbada junto al cuerpo inerte de Koa, pero tuvo la sensación de que había pasado una eternidad cuando oyó un poderoso aleteo que se detenía frente a ella. Gruñó y alzó la vista, quedándose paralizada al instante al ver a la criatura que se había posado en una roca y que la miraba con unos ojos morados de pupilas rasgadas.
Era un dios. No lo conocía ni lo había visto nunca, pero no dudaba del inmenso poder que desprendía cada centímetro de su cuerpo.
La bestia contempló el campo de batalla antes bajar la vista y mirarla.
¿Eres la compañera del líder de la manada?
Tragó saliva antes de asentir.
El dios entrecerró los ojos mientras estiraba el cuello hasta el cadáver de uno de sus hijos. Le dio un leve empujón antes de alzar nuevamente la cabeza.
Algunos de tus compañeros están vivos. Y también ese cachorro.
Se levantó de un salto y corrió hacia su pequeño. Su corazón latió con fuerza al detectar un minúsculo movimiento en su pecho. Le lamió la herida en un acto instintivo, olvidando de repente la presencia del dios.
Dime, ¿quieres vivir?
Alzó las orejas al oírle hablar. Con un rápido movimiento, ocultó el cuerpo de su hijo bajo el suyo mientras le gruñía amenazadoramente.
No dejaré que le pongas la mano encima a mi manada. Me da exactamente igual que seas un dios, acabaré contigo antes de que mates a uno de los míos. Daré mi vida si es necesario.
El dios entrecerró los ojos.
No es mi intención haceros daño. Solamente he venido a negociar.
¿Negociar? —preguntó con cautela.
Vuestra retirada de esta guerra. Os marcharéis a Feryat Dag hasta que todo haya terminado. Después, podréis seguir haciendo vuestra vida poniéndoos a mi servicio. No sé qué trato habréis recibido de Sidet, pero juro que seréis respetados y queridos por mi parte.
Pero fuimos creados por Sidet y hemos luchado contra vosotros.
Eso ya no tiene ninguna importancia, siempre y cuando aceptéis abandonar esta guerra.
Tras mirarle unos instantes fijamente, bajó la vista hacia su hijo y después observó a los pocos lobos que habían conseguido levantarse y acercarse un poco para escuchar lo que decidía. Otros, que no podían moverse, habían levantado sencillamente la cabeza.
Finalmente, y sabiendo que no tenía precisamente muchas opciones, estiró las patas delanteras e inclinó el cuerpo hacia delante, haciéndole una reverencia al dios.
Soy Shade, líder de los hombres lobo a partir de hoy. —Se levantó para mirar al dios, que había inclinado la cabeza con respeto—. ¿Cómo se llama el dios al que serviré ahora y durante el resto de mi existencia?
La bestia se alzó en toda su altura, contemplando a los demonios que a partir de ese día serían sus protegidos.
Mi nombre es Zeker.