jueves, 24 de enero de 2019

El Reino de los Zorros


Capítulo 17. El Reino del Hielo

Sasuke no estaba seguro de qué era lo que le había despertado, pero lo primero que notó fue que Naruto no estaba en sus brazos. Se sentó de un salto y echó un vistazo a su alrededor, sin verlo por ninguna parte; salió de la cama, se puso una capa con mangas y salió al gélido aire de la noche.
Hacía ya un par de semanas que habían zarpado y ahora estaban a pocos días de llegar al Reino del Hielo. Durante el trayecto, había estado preocupado porque Naruto lo pasara mal en alta mar, no estaba acostumbrado a navegar, o eso creía… pero resultaba que su prometido, al haber nacido en un archipiélago, era un marinero nato, al menos durante su niñez, cuando le estaba permitido ir de una isla a otra en compañía de sus padres, que fueron los que le enseñaron. Su alegría al poder volver a manejar los cabos e izar velas resultaba contagiosa; corría de aquí para allá gritando y riendo, provocando que hasta los serios y fríos hombres de su reino que le habían acompañado en sus aventuras tuvieran una sonrisa en la cara la mayor parte del día, observando al feliz creador. Tampoco había sufrido mareos ni pasaba malas noches a pesar del austero (en comparación con su cama) camastro en el que dormía con Sasuke, al contrario, al final del día estaba tan cansado que se dormía nada más tumbarse sobre el duro colchón. En lo referente a la comida, Sasuke ya había supuesto que Naruto no tendría ningún problema en comer pescado ni marisco, ya que era algo bastante habitual en su reino pese a que se solía preferir la carne entre la clase noble. Al final, el hecho de que su prometido hubiera nacido en una isla hacía que el mar, de forma directa e indirecta, fuera parte de su vida.
Sin embargo, ahora que estaban cerca de su reino, estaba más atento a su bienestar: las temperaturas estaban cayendo en picado y, aunque aún no llegaban al grado bajo cero, hacía bastante frío para alguien que se había criado en un clima muy caluroso; el brillante sol del sur no era más que una mortecina luz blanca en el norte que apenas daba luz y calor suficiente como para hacer crecer las plantas; las tranquilas y cristalinas aguas se volvían negras y encrespadas a medida que avanzaban, así como la suave brisa se convertía en un viento aullador y las olas golpeaban el barco con más violencia. Aquellos últimos días, Sasuke y sus hombres habían demostrado su pericia manejando la nave incluso en situaciones extremas, y Naruto, pese a no estar acostumbrado a aquel clima, estuvo a la altura ayudándoles y trabajando duro. Al final de esos días se había acostado totalmente agotado, pero él se sentía muy orgulloso por cómo se esforzaba.
En cubierta, Sasuke echó un vistazo al cielo para asegurarse de que no había peligro. Esa noche el mar estaba en calma y no había nubes a la vista, por lo que podrían dormir tranquilos, sin temor a ser sorprendidos por una tormenta. Después de eso, sus oscuros ojos recorrieron la cubierta, buscando a Naruto; no vio a nadie fuera a primera vista, lo cual empezó a preocuparle.
—¿Naruto? —lo llamó.
—Aquí arriba.
Sasuke levantó la vista hacia el mástil que tenía más próximo (en esa nave, había dos mástiles), en cuya punta había una pequeña tarima circular con barandilla que servía para otear el horizonte. Sonrió aliviado al ver la cabecita rubia de su prometido, que le sonreía, y se dirigió a los cabos trenzados que creaban una especie de escalera para subir. Los años de práctica le habían dado tanta destreza que llegó hasta Naruto en un minuto, el cual le dejó espacio para que se quedara a su lado.
—Ey, ¿qué haces aquí? —le preguntó, rodeando su cintura con los brazos.
Su esposo se dejó hacer y le sonrió.
—Me he despertado y he salido a tomar el aire.
—¿Aquí arriba?
—Es donde se ve mejor.
—¿El qué?
Naruto lo colocó a su lado y señaló el horizonte.
—El mar está tan quieto que refleja el cielo. Si le echas un poco de imaginación, es como si el barco estuviera flotando. Es hermoso.
Sasuke levantó la vista y se concentró. Su esposo tenía razón; en alta mar el cielo era perfectamente visible como una amalgama de nebulosas azules con tintes violáceos e inundado por miles y miles de estrellas brillantes y titilantes, un espectáculo nocturno que era fielmente reflejado por el espejo que eran las aguas quietas y profundas, creando la sensación de que el barco navegaba por el mismo cielo.
La verdad era que nunca se había fijado en ello; para alguien del Reino del Hielo, el mar era un territorio hostil e impredecible, por lo que sus marineros solían estar más atentos a la probabilidad de una tormenta que de apreciar la belleza que también podía ofrecer cuando estaba en calma. Ahora, Sasuke se daba cuenta de las muchas cosas que se habría perdido en sus viajes; tan concentrado había estado en el peligro, en hacerse más fuerte y ganarse una reputación por su cuenta que no dependiera de su apellido, que no se había parado a contemplar un amanecer desde un acantilado, el sol sumergirse en el océano al caer la noche, la luna ascendiendo entre dos montañas. Su visión del mundo había sido totalmente práctica, centrada en estrategias de supervivencia, cuadriculada… cuando podría haber apreciado tantas pinceladas de belleza… No es que no hubiera visto cosas hermosas, no era ciego, pero no las había apreciado como lo habría hecho ahora, y estaba seguro de que muchas otras se le habrían pasado por alto.
Como el océano que lo había visto nacer al ser inundado de estrellas.
Con una pequeña sonrisa, abrazó a Naruto por la espalda y apoyó el mentón en su hombro.
—Tienes razón. Es hermoso. —Hizo una pequeña pausa, hasta que sintió el frío en sus mejillas—. Pero no deberías quedarte tanto rato aquí, te puedes resfriar.
Naruto se dio la vuelta sin salir de su abrazo y le lanzó una misteriosa sonrisa, de esas que le decían que tenía un secreto guardado. Entonces, se quitó un guante y puso su mano sobre su mejilla; se sorprendió al sentir su tacto.
—Está caliente —dijo, sin comprenderlo—. No es posible, no con estas temperaturas.
El rubio soltó una risilla.
—Es otra de mis habilidades, puedo manipular mi propia temperatura corporal.
Sasuke parpadeó.
—¿De veras?
En vez de responder, Naruto mantuvo su mano contra el rostro de Sasuke y fue bajando y subiendo su temperatura, dejando que este notara los cambios. El Uchiha, al entenderlo, lo miró con cara de pocos amigos.
—No es justo, yo pasé un calor de mil demonios en tu reino.
Su esposo soltó una carcajada.
—¿Prefieres que pase frío?
Al oír eso, Sasuke gruñó y estrechó a su prometido contra sí.
—No. Ya has estado tres meses enfermo, no quiero que pases tu primer viaje en cama.
Naruto sonrió y se apoyó en el pecho de su futuro marido.
—De todos modos, solo puedo controlar mi temperatura si tengo energía suficiente.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el varón, separándose para mirarlo a la cara.
—Recuerdas que yo absorbo energía solar, ¿cierto?
—Sí —asintió Sasuke.
—Una cantidad excesiva hace que mi cuerpo se sobrecaliente y sea difícil de soportar, pero la falta de ella, provoca que pierda mi poder.
El príncipe del Hielo se sintió inquieto por sus palabras. En su reino, el sol era raro de ver, normalmente durante los meses de primavera y verano se asomaba la mayor parte del día, pero ahora, en otoño, sería difícil, las nubes lo ocultarían por las constantes nevadas y tormentas.
—Espera, ¿vas a enfermarte otra vez? —preguntó, alarmado.
Naruto le acarició el pecho para calmarlo.
—No, no. Verás, hay habilidades que tengo de forma permanente, mis sentidos y mi agilidad o velocidad, por ejemplo; pero hay otras que requieren una cantidad de energía que es la que me aporta el sol, como la capacidad de crear fuego, aumentar mi temperatura corporal o transformarme.
Sasuke frunció el ceño.
—¿Necesitas energía para cambiar?
—Sí, no es algo que pueda hacer de manera natural, se requiere mucho poder para cambiar la forma de los músculos y los huesos. El caso es que no es que me vaya a pasar algo malo en tu reino, simplemente, no seré tan poderoso allí como lo soy en el mío. Por eso los creadores rara vez salían de sus territorios, la mayoría pierden algo de su fuerza si se van a otra parte o no están en su hábitat.
—Espera —lo interrumpió el varón—, ¿los creadores no salían de sus reinos?
—Solo lo hicieron durante períodos muy cortos de tiempo por ese mismo motivo, son más vulnerables cuando están en otra parte porque no tienen todo su poder. Por ese motivo, a lo largo de la historia, los creadores han sido siempre los legítimos herederos de su reino, sin importar que no nacieran primero o su sexo. Los pocos que se fueron al extranjero murieron o enfermaron tanto que regresaron a su tierra para no volver a salir de ella.
—Pero a ti no te pasará nada, ¿verdad? —Quería estar seguro de que Naruto estaría a salvo.
Este le sonrió.
—No, puedes estar tranquilo. Mi fuerza viene del sol, es raro que me quede sin energía; tendría que estar metido en alguna parte donde no llegara la luz durante mucho tiempo para quedarme sin poder y, de todas formas, seguiría teniendo algunas de mis otras habilidades para sobrevivir.
Sasuke se relajó y lo estrechó con más fuerza contra sí.
—Si estar en mi reino te hace daño de cualquier manera, dímelo enseguida. No quiero que te pase nada.
Naruto le sonrió con dulzura y lo abrazó por la cintura.
—Lo sé. No te preocupes, Sasuke, todo irá bien y sé que estarás ahí si te necesito. Además, el Reino del Hielo es uno de los lugares más seguros y vamos a estar en tu casa, ¿qué puede pasar?


Unos días más tarde, el barco avistó el imponente Reino del Hielo.
Pese a ser uno de los países más grandes del mundo, esta vasta extensión de tierra se encontraba prácticamente deshabitada; su clima crudo, compuesto por fuertes y afilados vientos, lluvias de granizo, nevadas constantes y mortíferas ventiscas, habían hecho que el territorio se convirtiera en un cúmulo de parajes hostiles en los que apenas crecía nada y donde prevalecía la ley del más fuerte. Los desiertos árticos congelaban las costas del sur y el este, cuyas aguas negras y profundas, de olas encrespadas, escondían criaturas marinas que los pescadores temían, antes de que el terreno fuera elevándose poco a poco, llegando a praderas de tundra que eran el hogar de caballos salvajes que los habitantes domaban, así como de algunas manadas de renos, que bajaban de las montañas en primavera y verano para aprovechar el pasto que solo crecía en esa época. Estas precedían a una hilera interminable de sierras, cuyas montañas escarpadas apenas habían podido ser exploradas por el hombre debido a sus caminos tortuosos de piedra dura, surcadas por ríos caudalosos que bajaban desde los picos, siempre cubiertos de nieve, además de que escondía múltiples precipicios profundos y cuevas que eran la madriguera de más de un depredador; entre estas, había valles repletos de bosques tan frondosos como oscuros, cubiertos de árboles milenarios y exuberante vegetación que era capaz de sobrevivir al clima, los cuales solían ascender por gran parte de las montañas, pero jamás llegaban hasta arriba, donde el tiempo era tan gélido en cualquier época que marchitaba prácticamente cualquier cosa.
Estas zonas eran de las pocas que se encontraban habitadas, pues era la fuente principal de comida, así como la costa del sur, en la cual se encontraba el único puerto de todo el reino, pues era el único lugar donde el hielo no era tan duro como para poder picarlo en otoño (en invierno, este estaba helado, de ahí que el país estuviera aislado en esa época), desde el cual salían grandes pesqueros en busca de peces y marisco. Otra zona habitada, al menos, durante la primavera y el verano, eran varias montañas pequeñas de las cuales el reino sacaba su principal riqueza: las minas. Si bien este país era más conocido por su fuerza militar, no podría sobrevivir únicamente con sus defensas, necesitaban una fuente de beneficios para obtener todo aquello que no podían sacar de sus tierras, y eso era la minería, de las cuales sustraían carbón, materia prima necesaria en toda casa en aquel país helado, por lo que se vendía a un precio reducido, pero su principal fuerza económica eran las piedras preciosas, especialmente abundantes. Los mineros eran muy apreciados allí porque pasaban seis meses al año casi aislados en las montañas extrayendo los minerales que necesitaban para comerciar otros productos, principalmente, por diferentes tipos de cosecha (por eso tenían en alta estima al Reino del Fuego, que era un país muy fértil en ese aspecto).
En realidad, cualquier oficio en ese país era bastante agradecido por sus ciudadanos, todos sabían que se necesitaban los unos a los otros para sobrevivir, no había tiempo para menospreciar a un sector, todos eran importantes a su manera: desde los soldados que pasaban la mayor parte del tiempo vigilando su territorio (las piedras preciosas se vendían a precios altísimos, de ahí la enorme riqueza de este país, por lo que eran altamente codiciadas y más de uno intentaba colarse para arrebatárselas, había sido también el motivo principal por el que este reino había sufrido tantos intentos de conquista), hasta los cazadores y pescadores que aportaban la única comida que se podía conseguir allí, muy pocos eran agricultores ya que a duras penas crecía nada en esa zona.
Desde el barco que se acercaba poco a poco a esta inhóspita y misteriosa tierra, Naruto observaba fascinado la increíble entrada al puerto, flanqueada por dos enormes estatuas de piedra con la forma de unas criaturas extrañas: tenían una figura homínida pero eso era lo único humano que poseían, ya que el resto era de halcón; sus brazos y piernas eran en realidad zarpas de ave rapiña, las cuales se aferraban al alto pedestal en el que estaban mientras el resto de la bestia yacía inclinado en su dirección; las majestuosas alas estaban extendidas, como si estuviera a punto de alzar el vuelo, y sus cabezas de halcón tenían ojos afilados y los picos abiertos, una clara amenaza de que no querían ser molestados.
Le parecieron intimidantes y fascinantes a la vez.
Tras la entrada, se encontraba el puerto más grande que jamás hubiera visto, algo que no debió sorprenderle ya que era el único en aquel reino pero, aun así, resultaba impresionante de ver. Había embarcaciones de todos los tamaños y mezcladas entre sí, algunas eran barcas individuales para gente que se autoabastecía de pescado, luego habían pesqueros grandes y otros que contenían jaulas que servían para cazar cangrejos, pero lo que más llamó la atención del creador fueron los imponentes buques de guerra del rey, de madera oscura con aspecto de pertenecer a árboles antiguos y fuertes, con velas negras y el dibujo de un halcón blanco acechando desde las alturas impreso en ellas, los cuales estaban anclados de manera que formaban un pasillo por el que su nave avanzaba. En sus cubiertas, los soldados de Fugaku, hombres y mujeres, saludaron solemnemente a Naruto, reconociéndolo rápidamente por su cabello rubio como el esposo de uno de sus príncipes. Y también como el famoso creador.
En el Reino del Hielo, las creencias religiosas eran aún muy importantes, de ahí que el hecho de estar en presencia de un creador después de un milenio sin tener noticias de esas misteriosas personas bendecidas por los dioses fuera un privilegio para ellos.
Naruto devolvió el saludo con el mismo respeto.
—Parece que alguien es muy popular.
El rubio se dio la vuelta al escuchar la voz de su prometido. Este le dedicaba una de sus descaradas medias sonrisas, como si estuviera divertido por algo.
—¿Tú crees? —preguntó, removiéndose inquieto.
Sasuke se dio cuenta de eso y se acercó un poco más.
—¿Estás nervioso?
—¿Por qué? ¿Por conocer a tu padre y causar una buena impresión a tu país?
El varón negó con la cabeza y pasó un brazo alrededor de su cintura para estrecharlo contra sí. Naruto estaba admirando lo que había a su alrededor y no quería aguarle las vistas.
—Mi padre fue el que te eligió para convertirte en mi esposo —le recordó—, así que no te preocupes, tuviste su visto bueno sin tan siquiera tener que conocerlo. En cuanto a mis súbditos, no tienen nada que decir, no es asunto suyo con quién me caso, y si a alguien no le gusta, le invito a que me rete a un duelo.
El rubio puso los ojos en blanco.
—No es momento de ponerse chulo.
Sasuke frunció el ceño.
—No me pongo chulo, es la verdad. Nadie va a impedir que me case contigo. Nadie.
Naruto se puso rojo hasta las orejas al escuchar eso, haciendo sonreír al Uchiha, que lo besó en la cabeza y después le acarició el cabello.
—Estamos a punto de desembarcar —comentó antes de mirarlo de arriba abajo con una sonrisa—. Te queda bien la ropa de aquí.
Y era muy cierto, su rubio llevaba una gruesa piel de oso castaño que destacaba su linaje real (los nobles llevaban pieles de lobo y los campesino de venado) y que lo cubría hasta los muslos, bajo la cual tenía una camiseta interior negra de manga larga sobre la que se había puesto un poncho de lana de oveja blanca de cuello alto, con el que se veía especialmente adorable… hasta que bajaba la vista a sus piernas, enfundadas en unos pantalones de cuero negro que se ceñían a sus sexys muslos y a ese trasero que le hizo recordar que hacía meses que no follaban. Entre que Naruto estuvo enfermo y débil todo el verano (y que él no hizo más que estar preocupado por su salud y por la rata de Mizuki) y que esas semanas su lindo prometido había estado agotado por las largas jornadas de navegación, ninguno de los dos había tenido tiempo o energías para intentar algo más que unos besos y caricias suaves y estar en los brazos del otro.
Pero esa noche… Sasuke sonrió ampliamente al pensar en todo lo que haría con él esa noche.
Naruto le devolvió el gesto, con las mejillas aún sonrojadas.
—Tú también te ves mejor con esa ropa. Pareces más tú.
Esas palabras le hicieron fruncir el ceño.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Pareces un bárbaro pirata —se burló, riendo.
Sasuke puso los ojos en blanco, sabiendo que su futuro esposo iba a usar su escapada al mar como objeto de pullas durante el resto de sus vidas.
—Anda, vamos a prepararnos para bajar.
Naruto le siguió cuando este le cogió de la mano, todavía riéndose. Sin embargo, cuando se colocó en su posición, presidiendo la comitiva de marineros junto a Sasuke, su risa se apagó para dejar paso al nerviosismo, que este percibió de inmediato. Le dio un apretón en la mano para tranquilizarlo.
—No te preocupes, todo irá bien.
Su rubio le devolvió el apretón para darle las gracias y ya no se soltaron. No era un comportamiento habitual en el Reino del Hielo, allí eran un poco más discretos en lo referente a tocarse en público (no por ello estaba mal visto pero, simplemente, era raro ver a dos personas tocarse tan íntimamente frente a otros), pero Sasuke ya estaba habituado a ello por la influencia del Reino del Fuego y, además, no podría importarle menos si alguien se quedaba mirándole; Naruto le necesitaba y no había más que hablar, si hacía falta, se pondría un sombrero floreado y botas con tacones altos.
Entonces, unieron el navío con tierra firme a través de un tablón de madera y descendieron. En el puerto, los esperaba en primer lugar una comitiva de soldados montados a unos grandes caballos, de aspecto fuerte y corpulento, con cabeza maciza y pelaje oscuro. Los dirigía una mujer joven, que tendría unos pocos años más que Sasuke, iba vestida con una armadura bajo una túnica negra y una piel de lobo gris, con el cabello largo y oscuro enmarcando un rostro de facciones afiladas, pero hermosas y frías a la vez, con los labios finos y unos ojos grisáceos que analizaron al grupo con cautela, como si buscara una amenaza.
Finalmente, se centró en Sasuke, a quien le hizo una profunda reverencia.
—Alteza.
Este inclinó la cabeza a modo de saludo.
—Korin.
La mujer se incorporó y, esta vez, repasó a Naruto con curiosidad. Un sentimiento que este no llegó a identificar brilló en sus ojos, pero esta volvió a hacer una reverencia y no tuvo tiempo de averiguar de qué se trataba.
—Su alteza Namikaze, sea bienvenido al Reino del Hielo. Es un honor tenerlo aquí.
Naruto realizó una inclinación respetuosa.
—El honor es mío por tener la oportunidad de visitar vuestra tierra.
Korin volvió a levantarse con expresión impasible.
—Soy la comandante Korin Yukino, os escoltaré hasta el palacio de su majestad. Seguidme —dijo con toda la seriedad que caracterizaba a la gente del Reino del Hielo.
Sasuke se dio cuenta de que les habían traído caballos para que montaran. La capital del reino se encontraba en aquella misma ciudad portuaria, la más grande del país, pero al ser el centro de las actividades marítimas, era tan enorme que el palacio se encontraba bastante lejos a pie, pues se hallaba en el terreno más elevado de la zona para tener una vista privilegiada sobre los enemigos y ser más difícilmente conquistado.
Estaba a punto de coger uno cuando Naruto tiró tímidamente de su manga.
—Sasuke, la ofrenda.
Ah, sí, casi se le olvidaba. Su prometido le había dicho que era la obligación de un creador traer un regalo al dios del reino de otro país y que, lo primero que debía hacer al poner un pie en este, era ofrecérselo.
—Por supuesto, ¿qué tienes que hacer?
—Será rápido. ¿En qué dirección está vuestro lugar sagrado?
Sasuke señaló en dirección oeste, hacia una montaña tan alta que las nubes coronaban su pico, el cual se veía afilado e imponente, y que siempre se encontraba cubierta de nieve, sin importar qué época del año fuera. Curiosamente, pese a ser el lugar sagrado de los Uchiha, de su familia, no sabía de nadie que hubiera llegado a explorar todos sus rincones ocultos, sus cuevas y precipicios, mucho menos que hubiera alcanzado la cima, donde se decía que Taka los observaba con sus privilegiados ojos, que lo abarcaban todo.
Naruto asintió y dio unos pocos pasos para alejarse del grupo de soldados, que se le quedaron mirando extrañados. Su tripulación, entre la cual también se encontraba Sai, también lo observaron con curiosidad, sabiendo que el rubio no hacía cosas raras porque sí.
El creador se arrodilló sobre la nieve, miró la Montaña Sagrada e hizo una reverencia profunda, apoyando las manos en el suelo e inclinando la frente hasta prácticamente rozarlo. Luego, se irguió, aún sentado sobre sus rodillas, y sacó algo de debajo de su piel de oso; era una hermosa daga de empuñadura dorada y con la vaina de un color rojo muy vivo e intenso con finas decoraciones de oro que parecían ser llamas, las cuales daban la impresión de abrazar el arma. Naruto la alzó en dirección a la montaña, como si la estuviera ofreciendo, y luego la dejó suavemente en la nieve con otra reverencia.
Sasuke abrió la boca para decirle que no debería dejar un objeto tan valioso allí, ya que cualquiera podría llevársela…, pero, entonces, un graznido hizo que todos los presentes se sobresaltaran, buscando el origen del mismo.
No hubo uno solo que no quedara boquiabierto al vislumbrar al halcón blanco que planeaba veloz y elegantemente hacia ellos, el cual parecía provenir precisamente de la Montaña Sagrada. De inmediato, todos, soldados, marineros y el propio Sasuke, se arrodillaron para hacerle una reverencia a la criatura; si bien los halcones eran en aquel reino los emisarios de Taka, se creía que un halcón blanco, sumamente raro y dificilísimo de ver, era la misma encarnación de su dios. Y no se había visto uno desde hacía muchas décadas, se decía que la última vez fue cuando el rey Fugaku era todavía un joven príncipe y lideró al ejército que presentó batalla contra el Reino del Amanecer, cuyo monarca asesinó a traición a su padre Madara con la intención de conquistar después su país, algo que no llegó a ocurrir gracias a la maestría de los soldados del Hielo y a las duras condiciones climáticas de su tierra. Ni siquiera lograron desembarcar.
El halcón blanco llegó hasta ellos, sin prestar demasiada atención a todos los hombres y mujeres arrodillados en señal de respeto y devoción, sino que su interés había sido capturado por el joven creador que también le hacía una reverencia. Aterrizó sobre la nieve aleteando graciosamente sus alas moteadas, echó un vistazo rápido a la daga y luego se concentró exclusivamente en Naruto, acercándose tanto a él que solo tenía que inclinar la cabeza para tocarlo.
Sasuke levantó un poco la cabeza para poder observar lo que sucedía. El halcón hizo un sonido suave, como llamando al creador, que alzó un poco la vista para ver qué quería la criatura. Sus ojos azules se encontraron con los grandes irises dorados del ave, en los cuales el varón creyó leer una inmensa alegría y felicidad, pero también algo más intenso e íntimo, tanto que sintió que estaba invadiendo su privacidad y tuvo el impulso de apartar los ojos.
Finalmente, el halcón hizo otro sonido, esta vez más alegre, y picoteó suavemente los mechones rubios de Naruto, el cual sonrió, como una especie de caricia o muestra de afecto, antes de retroceder hasta la daga, cogerla con sus garras y alzar el vuelo, elevándose de nuevo en dirección a la Montaña Sagrada.
Una vez se hubo alejado lo suficiente, todos levantaron la vista para admirar al místico ser, sabiendo que probablemente sería la única vez que podrían contemplarlo.
Sai se acercó a su primo y le susurró:
—No tengo ni la más remota idea de lo que acaba de pasar, pero sea lo que sea, estoy impresionado.
Sasuke se sentía exactamente igual. No estaba seguro de si aquello había sido una especie de presentación, algún tipo de reconocimiento por parte de Taka o qué coño sabía él de la relación real entre dioses y creadores, pero si había algo que tenía claro, era que Naruto debía de ser lo suficientemente importante como para que un halcón blanco se hubiera mostrado tan abiertamente ante él. Hasta le había tocado. Estaba convencido de que eso nunca había pasado, tan solo habían visto a la misteriosa ave en lo alto, volando sobre sus cabezas, nada más.
Su prometido se levantó al fin y regresó con ellos con una sonrisa satisfecha y feliz en el rostro.
—Ya estoy listo. ¿Nos vamos?
Sasuke solo atinó a asentir.


La marcha hacia el castillo de los Uchiha fue muy tranquila. A diferencia de la gente del Reino del Fuego, los ciudadanos de aquel país eran más sobrios y serios, por lo que no armaron ningún alboroto cuando su príncipe, acompañada de su prometido, el creador, tan solo formaron tranquilamente un pasadizo e hicieron reverencias cuando pasaban sin abrir la boca. Naruto entendió que solo era su forma de ser, ya que se dio cuenta de que todo el mundo se había puesto sus mejores pieles para recibirlo, y que en sus miradas había un profundo respeto y también rebosaban curiosidad, probablemente no esperaban llegar a ver a alguien como él en su vida.
Muchos de los marineros que les habían acompañado en el viaje se fueron por su cuenta nada más desembarcar para reunirse con su familia, y unos pocos, que habían sido hombres del rey, los acompañaron como si fueran parte de la comitiva de recepción. Él y Sasuke, montados en el mismo caballo (pues Naruto seguía sin ser amante de cabalgar), justo detrás de Korin y rodeados por el resto de soldados. Durante el trayecto, el rubio tuvo la oportunidad de ver la ciudad, toda construida de sólida piedra gris, fuerte y resistente para soportar las embestidas del viento y mantener la casa caliente por dentro; los caminos también parecían pedregosos a juzgar por el sonido de los cascos de los caballos al golpear el suelo, pero la nieve los escondía, además de recubrir los tejados de las casas, en las cuales no había ni una que no tuviera una torrecita para la chimenea que echara humo blanco, signo de que estaban encendidas, así como algunos árboles que había aquí y allí, muchos desnudos, pero otros aún conservaban sus hojas.
No podía evitar sentirse emocionado y nervioso a la vez. Estaba en un país distinto con tantas cosas que eran tan extrañas y exóticas para él, tantas que le causaban una gran curiosidad y que quería tocar y experimentar…, y, al mismo tiempo, estaba algo cohibido porque estaba a punto de conocer a su suegro.
Afortunadamente, se distrajo de sus preocupaciones cuando el palacio del rey se alzó ante él. Más que un palacio, debería llamarlo fortaleza: un gran foso de aguas negras y heladas era la primera barrera para entrar, el cual se cruzaba por un puente levadizo que debía caer desde la otra orilla; a continuación, y lo primero que había visto Naruto al acercarse lo suficiente, eran las altas murallas que protegían el edificio, hechas de oscura piedra y cuyas almenas estaban recubiertas de nieve, la cual, a lo largo del día, se derretía lo suficiente como para hacer de los muros una superficie resbaladiza, y allí, los soldados los saludaban en perfecta formación, con las lanzas en alto y agarradas con firmeza. Tras pasar esa muralla, Naruto se encontró con un gran patio de armas, que era el lugar donde el ejército hacía sus entrenamientos; en el primer piso se encontraban las caballerizas y, aunque no pudo verlos, estaba seguro de que en la parte trasera del castillo había establos para otros animales de granja que empleaban para obtener ropa y comida, mientras que en el segundo probablemente se encontraban las dependencias de los soldados que residían allí para hacer las guardias, aunque esa planta no era más que una estratagema para el enemigo, pues era desde donde los arqueros atacaban a las tropas aprovechando que en el patio de armas no había lugar donde esconderse.
Se sorprendió al ver de frente un segundo muro, no tan alto como las murallas que protegían con celo la imponente estructura, pero supo que el motivo era para que los arqueros pudieran acertar a una distancia más corta y, además, vio calderos y montones de piedras perfectamente colocadas, unos sin duda para guardar aceite que echaban sobre los enemigos antes de incendiarlo con fuego, y las otras para ser lanzadas contra los soldados. Al traspasar esa segunda barrera, protegida por una puerta de hierro forjado que era tan pesada que debía abrirse con un sistema de poleas, se encontró por fin con la residencia principal: un castillo hecho de rocas, sobrio e intimidante, con tres plantas, cada una dedicada a una función concreta; la primera para la recepción, el salón de banquetes, el de baile, la sala de estar donde se reunía la gente para pasar tiempo juntos, en la parte delantera, y en la trasera, las cocinas y los talleres donde se realizaban las tareas domésticas; la segunda estaba dedicada a las artes y al conocimiento, había una biblioteca, una sala de música, salas para el entrenamiento privado de la nobleza, entre otras cosas, y en la tercera se hallaban los aposentos. Naruto pudo contar, además, cuatro torres en cada esquina que solían contener las escaleras de caracol que conducían a varias secciones del castillo, usualmente en la zona más alta había un puesto de vigilancia, pero la que le llamó bastante la atención era una que se hallaba en el centro, más delgada y hecha de piedras blancas, en cuya cima habían hecho un bonito tejado cónico con tejas azules. Intuyó que sería alguna especie de capilla o algo religioso que fuera especial para la familia real.
—Naruto, prepárate —le dijo Sasuke de repente.
Había estado tan abstraído examinando el castillo que no se había dado cuenta de que ya estaban a punto de llegar hasta la entrada principal; los soldados, una vez más, habían creado un pasadizo en el que se encontraban en perfecta formación, sosteniendo sus lanzas y portando espadas que eran visibles por el lado que no les cubría sus pieles de lobo. Korin y su escolta, al traspasar el muro interior del castillo, se había hecho a un lado para que los príncipes presidieran la marcha junto a su escolta (los hombres que habían acompañado a Sasuke) y después se había colocado en la retaguardia. Ahora, Naruto podía ver de frente a la familia real esperándolos en las puertas dobles que precedían la recepción, donde los esperaban Itachi junto a una mujer que supuso que era su esposa… y Fugaku Uchiha.
Era un hombre alto y grande, corpulento, cuya piel de oso negro no hacía más que acentuar su tamaño; la piel pálida, característica en aquel reino, curiosamente no le hacía más mayor o parecer más enfermo, más bien acentuaba la severidad de sus rasgos y le daba cierto aire majestuoso a su boca firme, su nariz aguileña y sus negros ojos, enmarcados por una melena de cabello gris que le llegaba hasta los hombros. Bajo la piel de oso, llevaba una túnica de color azul oscuro con un halcón blanco en el torso que ocultaba varias capas de ropa, una de lana trenzada de color hueso y otra interior blanca, así como sus pantalones oscuros a juego con unas botas altas. En el cinto, llevaba también una espada que a Naruto le llamó la atención, aunque no estuvo seguro de por qué.
—Sasuke —saludó con su voz profunda y grave a su hijo.
Este le sorprendió inclinando la cabeza. Era consciente de que su relación no era la mejor del mundo, de hecho, la última vez que se vieron no intercambiaron palabras muy amables, pero había percibido cierto cambio en su actitud desde que Sasuke le envió aquella carta pidiéndole que le permitiera traer al creador a su reino para que lo conociera.
Itachi ya le había dicho que su carácter había mejorado desde que tenía contacto con Naruto, pero una cosa era oírlo y otra cosa, verlo.
Por otro lado, Sasuke había aprendido muchas cosas desde que estaba en el Reino del Fuego; había aprendido a superar la muerte de su madre y a tratarla como lo que realmente había sido, una terrible enfermedad, pero sin ser culpa de nadie, así como había comprendido por qué su padre estuvo tan en contra de que se fuera al mar sin más, la gran irresponsabilidad que cometió entonces pese a toda la fama que había ganado. Por eso, y porque gracias a él había conocido a Naruto, había decidido tratar de ser más tolerante con él y menos agresivo; no podría perdonarle tan fácilmente que no le permitiera ver a su madre en sus últimos días y que lo dejara tan de lado, pero ya no le odiaba y sentía que estaba preparado para un trato más cordial con él, después de todo, su padre hacía aceptado sin problemas que su prometido pudiera visitar su reino y le había prometido que se encargaría personalmente de todos los preparativos para que su estancia allí fuera cómoda y agradable.
—Padre —le devolvió el saludo.
Fugaku le correspondió con otra inclinación y luego le dio otra a Sai, que también le hizo una respetuosa reverencia. Entonces, el rey pudo concentrarse en la persona que más le interesaba.
—Y aquí está el joven Namikaze. Soy Fugaku Uchiha, es un honor tenerte aquí —le dijo y, en vez de hacerle una inclinación, le ofreció la mano.
Naruto la tomó y la estrechó con fuerza, aunque él sí hizo una breve reverencia con la cabeza en señal de respeto. Aun así, sus ojos no dejaban de desviarse hacia la espada una y otra vez, lo cual, captó la atención de Fugaku.
—¿Te gusta mi espada?
El rubio lo miró con ojos brillantes. Su nerviosismo se había evaporado de repente, siendo sustituido por la curiosidad.
—Me llama la atención.
Fugaku lo soltó y retrocedió. De un fluido movimiento que denotaba años de práctica, sacó su espada, dejando a Naruto y a gran parte de los presentes impactados. Se podía ver a simple vista que no era una espada normal y corriente: su empuñadura, hecha con algún tipo de acero oscuro, era gruesa y de tallado afilado, con algún tipo de inscripción extraña e ilegible, pero lo que realmente te dejaba sin respiración era la hoja; su columna parecía haber sido fabricada con roca negra, de hecho, ni siquiera era lisa, se podía apreciar una textura accidentada e incluso afilada, mientras que el filo, por otro lado, parecía ser una lisa y filoso capa de hielo.
Fugaku la sostuvo de tal forma que Naruto pudiera verla bien. Este la contempló con ojos emocionados antes de alzarlos hacia el rey.
—¿Puedo? —le preguntó, levantando la mano.
El Uchiha asintió, curioso por lo que quería hacer el creador, el cual se quitó el guante y apoyó la mano sobre la espada, cerrando los ojos. Fugaku se sobresaltó cuando su arma estalló en un chispazo de pura emoción y, cuando el rubio la acarició, la sintió temblar entre sus dedos, ronroneando.
—Sharingan —dijo este de repente.
El rey lo miró con sorpresa.
—¿Cómo sabes su nombre? —No era algo que hubiera compartido con nadie, tan solo con su padre, Madara, que, siguiendo la tradición, le hizo entrega de la espada, y con Itachi, que pasaría a ser suya cuando se convirtiera en rey.
Naruto le dedicó una misteriosa sonrisa que parecía decir a todas luces: “Ella me lo ha dicho”, y después pasó los dedos por su filo. Vio que todos a su alrededor estuvieron a punto de detenerlo, pero no tardaron en ver que la espada ni siquiera le hacía un mísero rasguño, lo cual sorprendió aún más a Fugaku, pues Sharingan siempre estaba afilada de manera natural, lista para derramar la sangre de sus enemigos. Sin embargo, esta vez, parecía estar encantada con el creador, podía sentir su alegría por su presencia y cierta añoranza, sobre todo tenía curiosidad por él.
—Un arma fascinante —comentó Naruto, apartando la mano y poniéndose el guante de nuevo—. Probablemente sea de las más antiguas del mundo, lleva muchos milenios en su filo y ha librado un sinfín de batallas, no debe de ser fácil de controlar. —Hizo una pequeña pausa, mirándole con ojos brillantes—. Fue la primera que se forjó en las entrañas de la Montaña Sagrada, ¿verdad?
Fugaku esbozó una media sonrisa.
Lo sabía, siempre había sabido que las leyendas sobre su antepasado creador eran ciertas y que todas esas historias sobre un género afeminado y débil no eran más que patrañas que esos idiotas machistas de allende los mares habían inventado para ridiculizar el auténtico poder que ostentaban aquellos que habían sido bendecidos por los dioses.
Cuando era más joven, él había sido como su hijo Sasuke, un escéptico que no creía en las supersticiones, que pensaba que su reino estaba estancado en unas creencias viejas y anticuadas que nada aportaban y que, de hecho, creía que frenaban el avance de su nación. Su padre Madara solía replicarle: “Nuestra tierra depende del poder de los dioses, y ellos dependen de nosotros”, algo que en aquel momento no había comprendido y no se había molestado en tratar de entender, había estado más centrado en hacerse fuerte, en ser un guerrero listo y preparado para asombrar al mundo, para demostrar lo grande que era su reino.
Pero, entonces, su padre fue traicionado por el monarca del Reino del Amanecer y vino la guerra. En aquellos funestos días, comprendió que no había nada de glorioso en la batalla; a pesar de que su ejército llevó ventaja durante los dos meses de asedio, se dio cuenta de que no había más que dolor y sangre, miedo e inseguridad, compañeros caídos de formas horribles y muchos, muchos sacrificios. Se dio cuenta de que las grandes gestas épicas que tanto había admirado no mostraban lo que había realmente, todo aquel sufrimiento y el temor de no saber si había cometido un error que haría que sus enemigos les vencieran. Hubo un tiempo en el que estuvo muy asustado al ver que esos barcos no se retiraban, que no se rendían y daban media vuelta. Pero, entonces, en el fragor de la batalla, un halcón blanco surcó sus tropas.
Y Fugaku sintió un inmenso alivio al ver a la encarnación del dios Taka. Él, que había sido un escéptico toda su vida, sintió esperanza al creer que su deidad protectora estaba allí con ellos, y se aferró a ella con uñas y dientes, dándole las fuerzas necesarias para actuar con seguridad y obligar a las tropas enemigas a retirarse.
Desde ese día, ya no volvió a dudar de los dioses y se pasó décadas estudiando todo lo que sabía sobre ellos, todas las leyendas habidas y por haber, todos los secretos y misterios que entrañaban. Se aseguró de que su reino siguiera siendo leal a sus tradiciones y a sus creencias, creyendo firmemente que así Taka recompensaría su fe y, hasta ahora, les había ido bien. Por supuesto, no esperaba que él lo hiciera todo por ellos, no era tan ingenuo como para pretender que rezando se solucionaba cualquier cosa, pero entendía que había un equilibrio entre el esfuerzo que ponían los hombres y los regalos que les hacían los dioses.
Por ese motivo, era importante para él que el joven Namikaze le hubiera demostrado que todo en lo que había aprendido a creer, no había sido en vano. Su padre Madara le había contado desde niño las leyendas sobre su antepasado creador, el mismo que puso fin a la masacre de su género y que lideró un ejército para rescatar a los pocos que aún quedaban vivos, aquel del que se decía que evitó la invasión de su tierra por el ejército de las Nueve Naciones, del que se dice que podía caminar sobre el agua y sobrevolaba la cima de la Montaña Sagrada gracias a las alas que crecían de su espalda. Por eso le indignaban tanto las habladurías de que los creadores eran afeminados y débiles por naturaleza, le ofendía que hubieran insinuado que lo que se contaba de su antepasado eran mentiras y cuentos fantásticos cuando al fin había empezado a creer que podía ser verdad.
Y ahora lo sabía. Tenía la prueba delante de sus ojos.
—Probablemente —respondió a la pregunta del rubio. No, no estaba tan ensimismado como para no recordar de lo que estaban hablando, después de todo, un rey siempre estaba atento.
Naruto sonrió y Fugaku le devolvió el gesto con complicidad, como si compartieran el mismo secreto. Sasuke los miró con el ceño fruncido, sin estar seguro de cómo reaccionar a esa interacción, pero sabiendo que no le gustaba demasiado que su padre pareciera estar tan encantado con su prometido.
Por suerte, Itachi carraspeó y avanzó un paso para abrazar al joven, que correspondió con una sonrisa.
—Itachi —lo saludó.
—Naruto, me alegro de verte otra vez —dicho esto, se separó y cogió de la mano a su esposa para que se acercara—. Deja que te presente a Izumi, mi esposa.
Naruto le sonrió a la mujer. Izumi era una belleza casi tan alta como su marido y tenía una complexión esbelta y delgada que estaba ataviada por un elegante y discreto vestido de color violeta con mangas largas y anchas, que dejaban ver a su vez las mangas largas de su camiseta interior negra, y cuyos bordes estaban recubiertos de pelo; la falda larga llegaba hasta sus tobillos, ocultando unas mayas oscuras y gruesas que protegían sus piernas del frío, así como unas botas altas y cómodas; el tono de su piel era un poco más rosado que el de la familia Uchiha, sin esa palidez que los caracteriza, dándole a su rostro en forma de corazón una calidez que acentuaban sus facciones dulces y sus ojos de mirada amable; el cabello castaño oscuro lo tenía muy largo, alcanzando su cintura, y no llevaba ningún tipo de adorno, sino que dejaba que cayera suelto por su espalda, la cual estaba cubierta por una piel de oso pardo, a juego con la de Itachi.
Ella se acercó y extendió las manos para saludar a su futuro cuñado.
—Es un placer conocerte, Naruto. Itachi me ha hablado muy bien de ti.
—El placer es mío… —Su voz se apagó en cuanto sus manos se tocaron.
Incrédulo, Naruto las miró y luego alzó el rostro hacia Izumi antes de descender por su cuerpo. No era posible que estuviera notando lo que él creía, ¿verdad? ¿O es que hacía tanto tiempo que había perdido esa esperanza que no concebía esa posibilidad…?
—¿Te encuentras bien? —le preguntó la mujer, preocupada. Se quitó un guante y tocó su frente, para ver si tenía fiebre, haciendo que una descarga de energía invadiera a Naruto.
Ahora no había ninguna duda. Era eso.
Una oleada de felicidad lo invadió. Al final, después de tanto tiempo, por fin estaba ocurriendo, los dioses iban a darles otra oportunidad.
—No parece que tengas fiebre —dijo Izumi, acariciando maternalmente el rostro de Naruto. A sus ojos, no era más que un muchacho y se sentía un poco protectora, sobre todo si Sasuke iba a ser su marido—. ¿Te ha sentado mal comer tanto pescado? Entiendo que la gente que no está acostumbrada a pasar tanto tiempo en el mar no tiene el estómago a prueba de esa dieta.
Sasuke, ante esa posibilidad, se acercó un poco más a su prometido y pasó un brazo por su cintura.
—Eh, ¿estás bien, Naruto?
Este sacudió la cabeza, tratando de centrarse, y les dedicó una sonrisa de disculpa.
—Lo siento, ha sido un pequeño mareo, nunca había estado tanto tiempo en el mar.
El más joven de los Uchiha frunció un poco el ceño. Se dio cuenta de inmediato de que su futuro esposo estaba mintiendo; pese a que Naruto era lindo, tierno y dulce, no tenía nada de delicado, al menos cuando se trataba de su salud, si en tres semanas de viaje en alta mar, alguna de las cuales la había pasado luchando contra el viento y la marea para ayudarles a mantener el barco estable, mucho menos iba a marearse en tierra firme.
Izumi volvió a acariciar sus mejillas como si fuera su madre.
—Pobrecillo, estará cansado y nosotros aquí fuera charlando con el frío que hace. Será mejor que entremos para que puedas bañarte y relajarte antes de ir a cenar.
Itachi soltó una risilla.
—Cariño, estás tratando al príncipe del Fuego como si fuera un bebé.
Al oír eso, Izumi se sonrojó y retrocedió un paso.
—Mis disculpas, alteza.
Naruto negó con la cabeza.
—No me molesta.
—Pero tiene razón —intervino Fugaku con su voz grave y potente—. El viaje ha sido largo y estaréis cansados. Pasemos dentro.
La familia real entró en el edificio, mientras que Korin y sus solados, así como los marineros que habían acompañado a Sasuke, se dispersaron para regresar a sus puestos o volver a sus casas con sus seres queridos. Ahí, mientras avanzaban por la recepción, el joven Uchiha le lanzó una mirada interrogativa a su esposo, queriendo saber qué había pasado realmente, y este le respondió con una enorme sonrisa, haciéndole saber que era algo bueno, pero negando con la cabeza, diciéndole que no iba a decírselo… al menos, no en ese momento. Decidió esperar a la hora de cenar para hablar con tranquilidad.
—Habéis llegado con el tiempo justo —dijo Fugaku de repente—, podéis daros un baño y prepararos para la cena. —Hizo una pausa en la que observó a su hijo y al creador con detenimiento—. Namikaze, ¿me permite que le acompañe a sus aposentos? Quiero mostrarle algo.
Sasuke frunció el ceño, sin gustarle demasiado cómo sonaba eso, pero no tuvo más remedio que ceder, sabía que su padre no estaba pidiendo permiso realmente, solo era una cordial orden. Naruto, que percibió su humor, le acarició el brazo con una sonrisa y se despidió de él con una mirada tranquila a la que él respondió con un asentimiento. Ese intercambio de comunicación no pasó desapercibido a nadie, sobre todo a Fugaku e Izumi, que se sorprendieron al ver que Sasuke permitía un contacto físico con alguien a quien había odiado al principio y la facilidad con la que se comprendían sin tan siquiera hablarse.
Itachi tenía razón, ese creador era de lo más intrigante.
Así, Fugaku condujo a Naruto hasta sus aposentos mientras que los demás se dirigían a los suyos, salvo Sasuke, que acompañó a Itachi hasta la biblioteca para tener intimidad. Había algo que le había pedido por carta, mientras preparaba todo el viaje para su rubio y quería saber si lo había conseguido… Aunque en esos momentos estaba enfurruñado porque su padre estaba a solas con él.
—¿Qué querrá enseñarle a Naruto? —preguntó con un gruñido, haciendo reír a Itachi.
—Tranquilo, hermano, te recuerdo que fue nuestro padre quien te comprometió a ti con él. No va a hacerle nada raro, lo tiene en un pedestal.
Sasuke se relajó un poco.
—¿Sabías que Naruto estaba nervioso por conocerlo?
—¿Que Naruto estaba nervioso? Tendrías que haber visto a nuestro padre esta mañana; ha revisado el castillo dos veces para asegurarse de que todo estaba perfecto y hasta le ha preguntado opinión a Izumi para saber qué ponerse.
Eso hizo que volviera a fruncir el ceño.
—Ahora vuelve a ser raro.
Itachi puso los ojos en blanco mientras rebuscaba algo debajo de su ropa.
—No te agobies, Sasuke. Es un hombre que cree en las antiguas leyendas y para él es todo un honor tener a un creador en su casa, sobre todo si va a formar parte de nuestra familia. Además, tú no te acuerdas porque eras muy pequeño, pero cuando nació Naruto y nuestro padre se enteró de que era un creador, se volvió loco esperando a que los reyes del Reino del Fuego le confirmaran que le permitían ir allí para celebrar su nacimiento. Hasta gritó cuando supo que habían aceptado, era muy gracioso verlo tan emocionado. —Al fin, encontró lo que estaba buscando, una cajita de terciopelo que le tendió a Sasuke—. Por cierto, tengo lo que me pediste.
Este parpadeó y cogió rápidamente el objeto.
—¿De verdad?
—Te dije que podía conseguirlo.
Sasuke abrió la caja y sonrió al ver lo que había dentro.
—Gracias.
—Jamás pensé que se lo darías a alguien —admitió Itachi.
Su hermano le dedicó una media sonrisa.
—La verdad, yo tampoco.
Itachi se acercó y le dio un abrazo.
—Me alegra haber estado equivocado, que te hayas encontrado con Naruto y que los dos estéis aquí.
Sasuke se lo devolvió sin vacilar.
—Créeme, yo también.


Fugaku se hizo a un lado para dejar pasar a Naruto a unos aposentos enormes. Era evidente que le había dado la mejor habitación que tenía; había chimenea junto a la cual había un cómodo diván para leer, así como una mesita que contenía una tetera con algún tipo de bebida que se colocaba al fuego, a juzgar por el objeto de metal que había al lado de la chimenea, y una cama enorme con postes que sostenían un dosel de pieles y llena de mantas de lana.
—Espero que sea de tu agrado —dijo el rey.
Naruto le sonrió.
—Es más que suficiente, majestad.
—Por favor, llámame Fugaku. Vamos a ser familia, después de todo —dicho esto, cerró la puerta del dormitorio y fue hacia algo que estaba tapado con una tela—. Acércate, esto es lo que quería enseñarte.
El rubio se acercó, curioso.
—¿De qué se trata?
Fugaku puso la mano sobre la tela y la quitó de un movimiento. Naruto parpadeó, sin esperar encontrarse precisamente una prenda de ropa; era hermosa y estaba muy bien confeccionada, sin duda, pero había creído que el rey querría mostrarle otra cosa, algo relacionado con su reino o con el castillo, puede que incluso con Sasuke. Sin embargo, cambió de opinión al ver la reverencia con la que este acarició una de las mangas.
—Mi familia lo ha guardado desde hace un milenio —comentó Fugaku—, perteneció a mi antepasado creador, Indra.
Al escuchar eso, Naruto se acercó, rebosante de curiosidad, para observar más de cerca la pieza de ropa. Ahora que comprendía su relevancia, podía apreciarla mejor, sobre todo teniendo en cuenta que, quienquiera que hubiera guardado esa prenda, había hecho un excelente trabajo de conservación.
—Es hermoso. ¿Cómo han podido conservarlo tanto tiempo?
—Los Uchiha aún empleamos algunas túnicas y otras prendas ceremoniales antiguas para los eventos más importantes, por lo que los tejedores llevan generaciones mejorando sus técnicas para conservarlas. Por supuesto, han tenido que hacer algunos retoques —comentó, señalando los motivos plateados—, pero la pieza principal es la original. —Hizo una pequeña pausa en la que esbozó una sonrisa orgullosa—. Pensé que no viviría lo suficiente para ver a alguien usarlo… —dicho esto, miró a Naruto—. Me honraría que lo llevaras esta noche para la cena de presentación.
El joven acarició la zona pectoral del traje. Mil años… y perteneció ni más ni menos que a Indra, el creador que terminó con la masacre y rescató a los pocos de su sexo que quedaban con vida.
Tragó saliva, un tanto emocionado, y miró a Fugaku.
—Será un gran honor para mí.


Un par de horas más tarde, Sasuke se encontraba en la recepción del castillo, aseado y vestido para la cena de presentación.
Su padre había convocado a todos los nobles del reino para que conocieran al futuro esposo del príncipe que se marchó tres años al mar en busca de aventuras, forjando su propia fama al margen de su apellido, mostrando su valía y su fuerza allá adonde fuera, siendo motivo de orgullo de su pueblo. El joven Uchiha tuvo que reconocer que era un alivio estar por fin entre personas que no hablaran de su prometido como si fuera una yegua de cría o poco más que un objeto decorativo que había adquirido por convención social, sino que sentían mucha curiosidad por él y realmente tenían interés en conocerlo y saber cómo era, de hecho, se les veía un tanto ansiosos y emocionados, algo extraño de ver entre su gente.
A pesar de eso, estaba impaciente por reunirse con Naruto. Quería saber qué quería exactamente su padre de él y también preguntarle qué pasaba con Izumi… Y, además, no deseaba dejarlo solo en un lugar que era desconocido para él, le provocaba cierta ansiedad a pesar de que sabía que allí estaría muy seguro y a salvo. Probablemente era porque era consciente de que estaba un poco nervioso por estar rodeado de tantos extraños y porque quería causarles buena impresión, y él sentía la necesidad de tenerlo cerca para calmarlo, para que supiera que estaba con él y que todo iría bien. Irónicamente, solo por ser creador, en ese reino ya tenía una buena reputación…
—Hola, Sasuke.
Se dio la vuelta, buscando el origen de la voz… y apretando los labios al encontrarlo.
—Sakura —la saludó con frialdad.
Esta trató de sonreírle, pero solo le salió una mueca extraña. Había recuperado algo de peso desde la última vez que la vio en el Reino del Fuego, durante el destierro, sin embargo, la mujer de curvas voluptuosas había desaparecido para dejar paso a una joven de constitución muy delgada y aspecto frágil, incluso quebradizo, como si fuera a romperse con tan solo tocarla. En su rostro aún podían notarse algunas secuelas de su encierro en el país de Naruto, su expresión no había recuperado la alegría que poseía antes e incluso estaba algo pálido, remarcando unas ojeras que le dijeron que hacía tiempo que no dormía bien, y se había cortado el cabello, que ahora llevaba hasta los hombros.
—Te veo bien —dijo ella con cierto desdén.
Sasuke frunció el ceño.
—No puedo quejarme —respondió en el mismo tono.
Sakura lo observó un momento con mil emociones cruzando su rostro, oscilando entre la rabia, la traición, la decepción y la tristeza. Finalmente, su mirada se suavizó y agachó la cabeza soltando un suspiro.
—¿Podemos hablar un momento en privado?
A Sasuke no le apetecía nada en absoluto pero, por otro lado, tampoco quería que ella armara un numerito, no en la cena de presentación que había organizado su padre, no en la primera noche que Naruto estaría allí, merecía tener un viaje agradable y relajado después de todo por lo que habían pasado. Así que la guio hasta la sala de banquetes, donde tendrían privacidad pero no la suficiente como para considerarse muy íntima si alguien los descubría; además, su charla no iba a ser muy amistosa, al menos, no por su parte.
—¿Qué quieres, Sakura?
Ella le lanzó una mirada entre enfadada y dolida.
—¿Por qué me dejaste sin más, Sasuke? ¿Por qué permitiste que me hicieran aquello?
Joder, esto iba a terminar en una fuerte discusión.
—Porque te lo merecías —respondió sin un ápice de remordimiento—. ¿Es que aún no te ha entrado en la cabeza? Entraste en el lugar sagrado de un reino extranjero, Sakura, ya sabes que eso es una violación grave de las leyes.
—Tú podrías haberme salvado. Eres su rey.
—No, soy su futuro rey; hasta el día de la coronación no tengo poder real allí para hacer nada.
El rostro de la joven denotó un gran alivio.
—Entonces, no podías hacer nada. Me habrías ayudado si hubieras podido, ¿verdad?
Los ojos de Sasuke eran gélidos cuando dijo:
—No.
Sakura palideció.
—Pero… Pero… Tú no eres así, Sasuke, me habrías elegido por encima de esa gente. ¡Me habrías protegido!
—La que cometió un error fuiste tú, Sakura, no ellos. Quebrantaste una ley y fuiste castigada en consecuencia, ¿qué esperabas que hiciera? ¿Ponerme de tu lado? ¿Y cómo, Sakura?
—¡Los dos somos del Reino del Hielo!
—¿Y solo porque hayamos nacido en el mismo lugar tengo que darte preferencia? ¿A pesar de que hayas hecho algo malo?
—¡Por el amor de los dioses, Sasuke! ¡No era más que el maldito bosque del Reino del Fuego!, ¿qué demonios importaba si ponía un pie allí?
Sasuke se acercó de un modo amenazador a ella.
—¿Qué coño pasa contigo? ¿Te crees que somos superiores a ellos?
—Pues claro que sí, ellos ya van por detrás de nosotros en cuanto a ideología con sus arcaicas ideas machistas y jerárquicas, por no hablar de que no tienen ni la menor idea de lo que es tener que trabajar duro para sobrevivir. Jamás han tenido que esforzarse por nada, mereces algo mejor que eso.
El hombre entrecerró los ojos peligrosamente.
—¿Te refieres a un reino? ¿O tal vez a un esposo?
Sakura apretó los labios.
—Yo habría sido perfecta para ti, Sasuke.
Sasuke se inclinó sobre ella con ojos fieros.
—No eres nada para mí, Sakura.
—Soy tu amante.
—No, ya no. Nos acostamos una vez y eso fue todo lo que hubo entre nosotros. Antes de eso, creía que eras una persona inteligente y respetable, admiraba tu trabajo aquí, pero veo que estaba equivocado. No eres más que otra mujer egoísta y superficial que cree que tiene algún derecho sobre mí solo porque le haya dedicado un par de horas de mi tiempo, y no tienes ni idea de lo mucho que me arrepiento de haberlo hecho —dicho esto, dio media vuelta para marcharse, siendo consciente de que empezaba a costarle mantener el control. Ya estaba cansado de aquella mierda, de menospreciar a los demás cuando solo se tenía una visión superficial, él había cometido ese mismo error y entendía que Naruto hubiera estado tan molesto con él.
Sin embargo, Sakura no estaba tan dispuesta a dar su brazo a torcer.
—Has cambiado, Sasuke. Te estás ablandando como ellos, has olvidado quién eres.
Sasuke se detuvo en seco, soltando una seca carcajada.
—Tú no tienes ni idea de quién soy. —Ninguna mujer la tenía, solo veían lo que había por fuera, ninguna había tratado de ver más allá del rebelde príncipe Uchiha que se había hecho pirata y, ¿por qué? Porque eso era lo que les gustaba, lo que querían. No a él.
—Te conozco mejor de lo que crees, y este no eres tú. Ese creador te está cambiando y no para bien.
Al mencionar a Naruto, Sasuke giró sobre sí mismo y la enfrentó con las facciones crispadas por la furia.
—Deja a Naruto fuera de esto.
Ella lo asesinó con la mirada.
—¡Por su culpa, lo he perdido todo! He sido desheredada y aislada en una casa de mi familia, ya no se me permite asistir a las reuniones de la Corte y tu padre me prohibió la entrada al castillo salvo para realizar mis investigaciones como médico. ¡Me humillaron en público, Sasuke! ¡Aquí me cortaron el cabello delante de todos y ahora visto prendas rojas para que todo el mundo sepa que he cometido una falta! ¡Y en el Reino del Fuego me hicieron desfilar desnuda! ¡Desnuda! ¡¿Y todo por qué?! ¡Por los celos de ese creador!
De repente, Sasuke ya estaba sobre ella. La agarró del cuello con una mano y, sin ningún miramiento, la alzó y la empotró contra la mesa, dejándola tumbada boca arriba e inmovilizándola del cuello, presionando su garganta lo suficiente para que sintiera la amenaza.
—Te dije que mantuvieras a Naruto fuera de esto.
Ella lo fulminó con los ojos.
—Me quitó a mis hijos.
Sasuke gruñó.
—Joder, Sakura, me tienes hasta los putos huevos, así que te lo repetiré solo una vez más; fuiste tú quien tuvo la estúpida idea de meterse en el Bosque Sagrado para buscarme cuando no fuiste más que un polvo para mí, fuiste tú quien eligió entre la muerte y el castigo, así que TÚ eres la única culpable de que tu vida sea una puta mierda. ¿Te ha quedado claro?
A la mujer se le llenaron los ojos de lágrimas, pero eran de rabia.
—¿Por qué le defiendes? ¿Acaso le quieres?
El varón ni se inmutó cuando respondió:
—¿Y qué si es así?
El rostro de Sakura se volvió blanco como la cera.
No podía ser. ¿Era posible que el creador hubiera logrado engañar a Sasuke hasta el punto de conquistar su rebelde e independiente corazón? ¿Cómo? ¿Acaso los rumores eran ciertos y habían…?
—Entonces, ¿es verdad? —preguntó con un hilo de voz, dolida en lo más hondo de su ser—. ¿Ya hay un heredero del Fuego?
Sasuke frunció levemente el ceño, pero fue un gesto tan imperceptible que su rostro apenas dio señales de confusión.
Él ya sabía que, desde que hizo su llamativa demostración de que Naruto y él ya tenían relaciones sexuales (mostrando su espalda llena de sexys arañazos), circulaban muchos rumores acerca de que pronto tendrían un heredero o que incluso su prometido ya estaba embarazado y que lo estaba ocultando para poder anunciarlo en la boda, lo cual no era cierto porque, en primer lugar, de eso hacía ya más de cuatro meses y su rubio no tenía barriga; en segundo, no habían tenido sexo en ese tiempo debido a los duros ciclos fértiles de verano y al ajetreado viaje a su reino, y tercero, sabía que Naruto seguía tomando esa infusión anticonceptiva para prevenir el embarazo, de hecho, se había traído bastantes hojas para su estancia allí.
Así que no, por ahora, eso de tener bebés parecía un poco lejano, lo cual él respetaba, los dos deberían sentirse preparados antes de tenerlos, pero no por ello tenía por qué responder a Sakura, igual que se había negado a contestar a los nobles de su reino, no era asunto suyo. Solo le había dicho la verdad a su hermano porque era familia y alguien de confianza, pero al resto no le concernía si Naruto y él iban a tener hijos o no.
—Eso no es de tu incumbencia —dijo finalmente con frialdad—, pero tranquila, que cuando llegue el momento, mi esposo y yo lo anunciaremos.
La reacción de Sakura fue de lo más extraña y desconcertante a sus ojos. Fue como si algo dentro de su mirada se rompiera, quedando una especie de vacío que, poco a poco, parecía hervir a fuego lento hasta rellenarse de una ira pura y visceral. Su rostro se crispó y abrió la boca para decir algo…
—¿Va todo bien?
Sasuke se apartó rápidamente de Sakura y se giró, encontrándose con Izumi. La mujer ya no era la cándida princesa que había recibido maternalmente a Naruto, sino una guerrera fría e impasible. Su mirada gélida se posó en Sakura, que se encogió bajo sus oscuros ojos.
—Te recuerdo que se te ha vetado la entrada al hogar de los Uchiha salvo para hacer tu trabajo. Está a punto de anochecer, así que deberías salir antes de que bajen las temperaturas del todo.
Sakura apretó los labios y cerró las manos en puños con tal fuerza que se clavó las uñas, pero no dijo nada. Se levantó, lanzándole una última mirada asesina a Sasuke de reojo, y luego se marchó resueltamente de la estancia, fingiendo que la futura reina, Izumi Uchiha, no le causaba ningún temor… A pesar de que sabía que era una mujer mortífera a lomos de su caballo y usando el arco.
Cuando ella se fue, Izumi se acercó a su cuñado.
—¿Debería preguntar?
Sasuke gruñó.
—Mejor no.
La mujer lo analizó con ojo crítico.
—Itachi me contó que tuviste una historia con ella y que eso fue la causa de que esa chica se metiera en el Bosque Sagrado. Sé sincero, ¿debo estar preocupada por eso?
El varón le lanzó una mirada de advertencia.
—Solo fue cosa de una noche, no significó nada para mí. Es ella la que no quiere entenderlo.
Izumi lo observó unos segundos más y luego asintió.
—Está bien. Lo que hizo causó cierta tensión en el reino, sobre todo en tu padre. La habría azotado delante de todos si no fuera porque ya había recibido un castigo físico, pero no dudó en cortarle el pelo públicamente y en ponerle la Túnica de Sangre encima para mostrar su vergüenza y humillación. No necesitamos más problemas, ya es bastante incómodo tenerla aquí cuando tiene algún trabajo que hacer.
—Ella y yo ya no tenemos ningún tipo de relación —gruñó Sasuke, aunque sonó un poco a una promesa.
La princesa asintió y recuperó su sonrisa alegre.
—Mejor, porque Naruto me gusta e Itachi habló muy bien de él, así que daré por sentado que es una gran persona.
—Lo es —afirmó Sasuke, esta vez con más suavidad. Pensar en su prometido le ayudó a relajarse, algo que captó Izumi y que la hizo sonreír más ampliamente, aunque no hizo ningún comentario al respecto.
—Hablando de él, está a punto de bajar con tu padre, por eso te estaba buscando. Pensé que querrías… —Antes de poder terminar la frase, Sasuke pasó rápidamente por su lado en dirección a la salida para regresar a la recepción—, verlo. Ya veo que sí —musitó con una risilla y lo siguió.
El Uchiha se abrió paso entre la multitud de nobles que había en la gran estancia que había tras las puertas principales del castillo y que conducían al resto de salas comunes para llegar hasta la escalinata por donde sabía que bajaría su prometido con su padre. Este fue el primero en aparecer por una de las escaleras laterales, donde se detuvo para dirigirse a todos sus invitados:
—Mis nobles hermanos y hermanas de armas, es un honor, como siempre, teneros en mi casa para compartir mi fuego y mi comida, y os agradezco que hayáis dejado vuestro hogar para pasar esta fría noche aquí con motivo del compromiso de mi hijo —dijo, señalándolo.
Hombres y mujeres de la más alta alcurnia hicieron una respetuosa reverencia a Sasuke, que correspondió al gesto con una inclinación elegante de cabeza. Pese a que la gran mayoría residía en aquella ciudad, controlando y protegiendo territorios concretos, había algunos que venían de ciudades un poco más lejanas, situadas junto a los bosques, las llanuras y las montañas, dependiendo del núcleo económico de la zona, pues siempre tenía que haber alguien que protegiera a los campesinos de la zona de cualquier amenaza interna o externa. Así que a estos se les daba un agradecimiento especial por haber viajado lejos, a través del duro clima, para estar allí y, normalmente, se les compensaba con las mejores habitaciones de invitados.
Fugaku continuó hablando:
—El prometido de mi hijo, como ya sabéis, es el heredero del Reino del Fuego, un creador —dijo con orgullo—. El primero que ha nacido después de un milenio. Así que es para mí todo un honor que los Namikaze hayan accedido a este casamiento y que se encuentre aquí dispuesto a conocernos a todos nosotros y a nuestro reino. Démosle la bienvenida que se merece después de un viaje tan largo —dicho esto, se volvió hacia la derecha—. Naruto, acompáñame.
Sasuke sonrió, contento por poder verlo al fin… Sin embargo, cuando apareció por las escaleras, se quedó con la boca abierta.
Decir que su esposo estaba espectacular era quedarse corto, muy, muy corto. Se había vestido con una túnica de falda larga que llegaba hasta el suelo, cuyo borde estaba adornado por una fina tira de pelo corto blanco, igual que los de las mangas, que llegaban hasta el codo y eran anchas, dejando ver una especie de camisa interior y ajustada que era de encaje, con hilos de oro blanco trabajados en forma de copos de nieve entrelazados que llegaban hasta el dorso de la mano, donde se cogían a su dedo corazón; la prenda era de terciopelo y tenía un azul muy oscuro y profundo, contrastando con la camisa y los hilos plateados e iridiscentes del cuello del traje, que abrazaba la garganta del rubio; era ceñido por el torso, dejando la espalda al aire y dándole una forma ovalada elegante y sensual a la vez, sin embargo, a partir de la cintura, la falda caía libremente por sus largas piernas, sin ajustarse demasiado, pero tampoco sin llegar a ser tan amplio, tan solo insinuaba la forma inferior de su cuerpo; pese a que no se veían, calzaba unas botas negras bajas con un poco de tacón ancho (más del tipo que usaban los hombres que las mujeres), sobre las cuales llevaba puestas unas mayas blancas y muy finas de algodón que protegían sus pies y piernas del frío, y sobre sus hombros, portaba una impresionante y gruesa piel de oso blanco, una que Fugaku le regaló a su esposa como regalo de bodas hace muchos años, y que tan solo le había permitido llevar a Izumi el día en el que se casó con Itachi.
Sasuke era incapaz de pensar ningún halago que pudiera ajustarse a cómo veía a Naruto en esos momentos. Su piel tostada resaltaba de un modo intrigante y tentador sobre la camiseta de encaje blanca, su cabello parecía aún más dorado y cálido en contraste con el color oscuro del vestido que, curiosamente, armonizaba con el azul cielo de sus ojos de un modo misterioso.
No fue el único que se quedó con la boca abierta; todos los nobles se quedaron maravillados ante la visión que bajaba elegantemente por las escaleras, aceptando el brazo que le ofrecía Fugaku para acompañarlo a reunirse con los invitados, era una belleza espectacular, exótica para la gente de aquel reino y estaba muy lejos de verse delicado o frágil, había algo en su forma lenta e incitante de moverse que recordaba a un peligroso depredador, y cuya mirada decidida destilaba fuerza y seguridad.
Les costó un poco pero, finalmente, todos hicieron una nueva reverencia mientras Fugaku entregaba a Naruto a Sasuke, el cual solo pudo moverse automáticamente para cogerlo de las manos, rojo hasta las orejas por lo bello que estaba su prometido y, a la vez, avergonzado porque no sabía qué decir, tenía la mente en blanco.
Este le sonrió con un pequeño sonrojo, halagado porque, por primera vez, el Uchiha parecía haberse quedado mudo, y le dio un beso casto en la mejilla antes de susurrarle al oído:
—Tú también estás muy sexy y salvaje con la piel de oso encima.
Eso sacó de su estupor a Sasuke, que le regaló una mirada agradecida al rubio por su comprensión y, a la vez, se puso duro como una piedra por el comentario. Puede que Naruto no lo hubiera dicho con esa intención, pero eso no le ayudaba a matar sus ganas…
Puesto que seguía sin saber muy bien cómo decirle lo hermoso que estaba, le besó las manos con cariño y luego lo cogió por la cintura, guiándolo al salón de banquetes después de que Fugaku anunciara que la cena estaba lista.
No se dio cuenta de que, escondida en una esquina, una envidiosa y furiosa Sakura los había estado observando con atención, maquinando en silencio.

2 comentarios:

  1. Lo repito estoy enganchada, me encanta la historia

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    1. ¡Me alegra mucho! :D Espero que la sigas disfrutando como hasta ahora ^^

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