Capítulo 2. Infiltrados
Los rayos del alba
se asomaban tímidamente por los tejados de las casas, anunciando la hora de
levantarse para ir a trabajar o, para otros, la hora de dormir. Las tabernas,
los burdeles, los rincones oscuros donde los contrabandistas intercambiaban
mercancía, quedaron vacíos, mientras que carpinteros, herreros, granjeros,
agricultores y comerciantes se preparaban para una larga jornada de trabajo.
Irsis y Yilan
estaban apoyados contra el muro de piedra de una casa abandonada. Shunuk había
decidido regresar a la posada para que pudieran hablar a solas y, de paso,
recoger las cosas para ir a la siguiente ciudad.
El chico miraba al
hombre con cierto nerviosismo, mientras que este le dedicaba una sonrisa
amable, que pretendía tranquilizarlo.
—Vaya, hombre
—comentó Irsis, rascándose la nuca—, podrías haberme dicho que eras como yo.
—No estaba seguro
de que fueras mi hermano, aunque lo suponía.
—¿Qué te hizo
sospechar de mí?
—Me resultaste
familiar desde el principio, así que decidí vigilarte. Que me siguieras me lo
puso bastante fácil, y cuando te hice la zancadilla y te caíste, me pareció ver
algo en tu espalda. También me percaté de tus cuervos, y que luego lucharas tan
bien contra esos hombres…
—Je, je, gracias.
—La próxima vez
intenta no hacer alarde de esas facultades —le recomendó—, mucho menos delante
de los soldados, si no quieres que te cojan.
—Mira, no nací
ayer. Sé cuándo tengo que comportarme como un simple humano y no hacer
preguntas y cuándo encargarme de aquel que se meta demasiado en mis asuntos.
Yilan sonrió.
—Como yo, ¿no?
Irsis le devolvió
el gesto.
—Eras mi presa
desde el principio. Me daba igual decirte demasiado o no, estaba seguro de que
podría matarte.
—Eres un chico muy
listo.
El joven soltó una
carcajada.
—Tú tampoco te
quedas corto, mira que descubrirme y vencerme en mi forma demoníaca… Mis
antepasados se burlarán de mí.
—No lo creo. Tu
antecesor y yo entrenábamos juntos. Yo solía ganar.
Eso llamó la
atención de Irsis.
—¿Cuándo fue la
última vez?
—Yo tenía
veinticuatro años.
El chico
retrocedió.
—¿Qué dices? ¡Si
parece que tienes treinta años!, y mi antecesor murió hace más de diecisiete
años…
—Irsis, tengo
sesenta y cinco años. —El pobre seguía mirándolo como si estuviera frente a una
aparición de Tanri. Yilan suspiró—. Los naik
dejamos de envejecer entre los veinticinco y los treinta y tampoco morimos con
el paso del tiempo.
—¿Quieres decir
que somos inmortales?
—Pueden matarnos
de la misma forma que pueden matar a un ser humano normal y corriente, pero sí,
aparte de eso, somos inmortales.
Irsis dio un salto
de alegría que hizo reír a Yilan. Pronto el chico se acercó a él para
atosigarlo a preguntas, pero el hombre lo detuvo.
—Tranquilo,
tranquilo, te contaré lo que quieras pero antes tengo una oferta que hacerte.
—¿Cuál?
Por el rostro
serio de Yilan, Irsis intuyó que no se trataba de ir a una taberna y celebrar
una pequeña reunión familiar.
—Estoy buscando al
resto de nuestros hermanos, ¿quieres venir conmigo?
Irsis se quedó
parado, mirándolo. Siempre había sentido curiosidad por su especie, los naik, hijos de Zeker y demonios del
inframundo. Había soñado muchas veces con encontrar a uno de los suyos, alguien
que comprendiera lo que era tener a una extraña criatura en su interior pero en
la que confiaba plenamente. Sin embargo, nunca se le había pasado por la cabeza
ir a buscarlos por su cuenta.
—¿Quieres decir…
fuera de la ciudad?
—Sí, ¿hay algún
problema?
Irsis se removió
un poco.
—Siempre he sabido
que acabaría marchándome de aquí, pero… esperaba hacer una cosa antes de irme.
—Se quedó pensativo unos momentos antes de encogerse de hombros—. Bueno,
supongo que no importa, puedo hacerlo si algún día regreso a esta ciudad.
Yilan ladeó la
cabeza con curiosidad.
—¿De qué se trata?
Tal vez podamos solucionarlo antes de irnos.
—No, da igual —su
tono de voz se volvió amargo—, no creo que esté preparado para enfrentarme a
eso. Me encargaré cuando vuelva.
—¿Eso significa
que vendrás conmigo?
La voz de Irsis
volvió a ser alegre y jovial.
—¡Claro que sí!
Nada me retiene aquí y, como buen ladrón, sé aprovechar una oportunidad cuando
esta se pone delante de mis narices.
Yilan sonrió y le
revolvió el pelo.
—Entonces debemos
irnos cuanto antes de aquí, no me gusta pasar más tiempo del necesario en un
mismo lugar. Sobre todo cuando está lleno de humanos.
Comenzó a caminar
en dirección a la posada, pero Irsis se había quedado quieto donde estaba.
Yilan también se detuvo.
—¿Qué pasa?
El joven alzó la
vista y lo miró.
—¿Podemos recoger
antes una cosa? Llevo mucho tiempo guardándolo…
—Claro, coge todo
lo que necesites.
Irsis sonrió y
corrió a reunirse con su hermano para seguir haciéndole preguntas sobre los
hijos de Zeker.
—Oye, he oído que
tenemos nombres naik, aparte del que
nos ponen nuestros padres. ¿Cuál es el mío?
—No soy yo quien
debe decírtelo, Irsis.
—¿Eh? ¿Entonces quién?
—Nuestro padre,
esta noche le conocerás.
Irsis tragó saliva
al saber de quién hablaba.
—¿Tienes miedo del
ser que te dio la vida? —le preguntó Yilan.
—¿Me hará daño?
—Eres hijo suyo,
¿cómo va a hacerte daño? —Al ver que Irsis seguía dubitativo, eligió las
palabras adecuadas para intentar calmarlo—. Comprendo que te hayas criado en
una sociedad donde nuestro padre no es muy bien recibido, pero es el único que
está de nuestro lado. Todos los demás intentarán matarnos o utilizarnos para su
propio beneficio —añadió, apretando los puños.
Por su forma de
hablar, Irsis intuyó que su hermano había pasado por alguna de esas cosas, tal
vez las dos.
—¿Te refieres a
los humanos?
—Por desgracia, no
son los únicos.
Eso hizo que
sintiera un escalofrío recorriendo su espalda.
—¿Vendrán a por
nosotros?
—Llevan
generaciones persiguiéndonos, así que dalo por hecho.
Después de
aquello, se quedaron en silencio durante un rato mientras caminaban por las
calles, que empezaban a llenarse de gente. Yilan había vuelto a colocarse la
capucha, sabiendo que su aspecto llamaba la atención entre los humanos y
temiendo que algún soldado lo reconociera. Lo último que necesitaba era que
todas las guarniciones de la ciudad se abalanzaran sobre ellos.
—Yilan —le llamó
el chico de repente.
—¿Qué?
—Pretendes liberar
a Zeker, ¿verdad?
Yilan se detuvo y
miró a Irsis a los ojos.
—No te parece bien
—concluyó, suspirando.
—Ahora mismo no sé
qué pensar de él.
—¿Por qué no
esperas a que te lo presente y luego me das tu opinión?
Irsis respondió
asintiendo y continuaron su camino en un nuevo silencio, que no duró mucho, ya
que el joven le preguntó.
—Yilan, ¿cuál es
tu nombre naik?
—¿El mío? —El
hombre esbozó una sonrisa torcida—. Damballa.
Yeralti Vala
Una semana más
tarde, una criatura abrió los ojos de repente, sintiendo una perturbación en
sus dominios. ¿Quiénes eran? ¿Cómo se atrevían a entrar en su territorio? No
sabía si se trataba de unos estúpidos o unos suicidas, o las dos cosas juntas,
pero daba lo mismo, no sobrevivirían allí, no si seguían adelante.
Más tranquilo,
volvió a cerrar los ojos, sin embargo, no logró dormirse. Aquellos viajeros… le
hacían sentirse inquieto, una sensación que detestaba. Se levantó y miró hacia
arriba al escuchar el movimiento familiar de aquellas gruesas patas y el aleteo
que tan bien conocía. Eso es, no tenía por qué preocuparse, ellos se
encargarían de matarlos; al fin y al cabo, aquellos dominios que ahora eran
suyos les había pertenecido tiempo atrás y, aunque ya no fueran los amos de
aquel lugar, continuarían protegiéndolo hasta el día de su muerte.
Esta vez, pudo
tumbarse en el suelo, más relajado, y cerró los ojos, conciliando por fin el
sueño.
Mevkut, Asikhava
Irsis y Yilan,
junto a Shunuk, habían llegado a la frontera entre los reinos de Asikhava y
Kurakarazi. En aquellos tiempos, estaba prohibido pasar de un reino a otro a
menos que fueras comerciante, soldado fronterizo, mensajero del rey o sacerdote
en un retiro espiritual. De esa forma, los tres habían planeado quedarse en
Mevkut un par de días para observar las pautas que seguían los soldados para
cambiar de turno y aprovechar ese momento para saltar los muros e ir hacia el
desierto.
Pero no tardaron
en descubrir que no era tan fácil salir de allí. Los soldados no dejaban ni un
solo hueco libre en cuanto cambiaban de guardia; en las torres siempre había
alguien que vigilaba quién se acercaba a los muros, tanto por fuera como por
dentro; y todos iban armados con arco y flechas para matar a cualquiera que
intentara escalarlos. Y, aunque lograran escapar, después tenían que
enfrentarse al desierto, el cual no era fácil de cruzar debido a los akrehler y los akbalar, criaturas que vivían allí y que muy pocos habían logrado
enfrentarse a ellas y salir con vida. Tampoco había que olvidar la comida y el
refugio, prácticamente inexistentes en aquel paisaje, ni las tormentas de arena
o los huracanes. Tenían que estar bien preparados para semejante odisea.
—¿Y no podemos
cruzar volando? Yo puedo llevarte en mi espalda, aunque no estoy acostumbrado a
tener a nadie encima —preguntó Irsis en voz baja cuando se reunieron en una
taberna de los barrios bajos de la ciudad, donde a nadie le llamaría la
atención ver a dos hombres hablando en voz baja con tono confidencial.
Yilan negó con la
cabeza, inclinándose para que Irsis pudiera oírle.
—Un cuervo gigante
llamaría demasiado la atención, más aún si ven a dos hombres montados. No
tienes que olvidarte de Shunuk.
Irsis hizo una
mueca.
—Cierto, no estoy
seguro de poder con los dos. Tú eres una mole gigante —dicho esto, frunció el
ceño—. Oye, ¿cómo es que Shunuk va contigo? A pesar de ser un humano, quiero
decir.
—Él no cree que
los naik seamos como dicen las
leyendas, por eso no tiene nada contra nosotros. Además, hemos estado muchos
años juntos y somos amigos, nunca me ha fallado. Puedes confiar en él aunque no
sea un naik.
El muchacho
asintió.
—Tranquilo, yo
tengo un par de amigos humanos. Sé que se puede confiar en algunos —dicho esto,
volvió a centrarse en su plan para ir al desierto—. No se me ocurre nada para
salir de aquí. Robar y matar lo que quieras, pero nunca había salido de una
ciudad con esta protección. Por cierto, ¿a qué se debe esto?
—Por la victoria
de Siyagun sobre los reinos del Gun[1] hace unos cuarenta años.
Los otros cuatro reinosdel continente temían que les invadieran y por eso
aumentaron la seguridad en las fronteras. En principio, a estas alturas no
debería de haber peligro, pero no confían en el rey de Siyagun.
Irsis resopló con
evidente disgusto.
—Pues qué bien.
Gracias a esa brillante invasión no podemos cruzar la frontera de ninguna
forma, y aunque lo logremos tenemos ese maravilloso desierto que se muere de
ganas por comerse hasta el último trocito de carne de nuestros cuerpos… y eso
que yo ya soy bastante escuálido.
—No te preocupes,
a los veintitantos serás como yo si entrenas duro —dijo Yilan con una sonrisa.
—¡Ugh! No te
ofendas, pero no me gusta nada tu color de pelo.
El hombre rodó los
ojos.
—Me refiero a la
complexión, no al físico.
—Ah. Entonces está
bien.
—¿Qué insinúas,
chico?
La discusión fue
interrumpida por Shunuk, que apareció por la puerta de la taberna y avanzó a
grandes zancadas hacia Yilan.
—¿Has conseguido
algo?
—Eso creo
—respondió mientras se sentaba.
Irsis y Yilan se inclinaron,
expectantes.
—Cuéntanos.
—Varias tropas de
soldados llegaron aquí ayer y saldrán esta noche hacia el desierto para
dirigirse a Dumanli Dag, donde se rumorea que hay un naik.
Los dos casi
saltaron al escuchar aquella información. Un naik en Dumanli Dag… Eso hacía que Yilan pensara quién de sus
hermanos estaría allí. Había un volcán cerca de esa ciudad, por lo que tal vez…
—Un momento —dijo
Yilan con el ceño fruncido. Había algo que no encajaba en todo eso—, los
soldados que van a salir, ¿de dónde son?
—De Siyagun.
Irsis y Yilan se
miraron, después volvieron a centrar su atención en Shunuk.
—¿Por qué diablos
les han dejado entrar? Creía que ningún reino tenía buena relación con Siyagun
—reflexionó Irsis.
—Probablemente el
capitán de las tropas habrá hablado antes con el general de esta ciudad…
—murmuró Yilan pensativamente—. ¿Qué sabes sobre eso, Shunuk?
—Por lo que me han
contado otros esclavos, se ve que los soldados han hecho un trato con el
general. —Miró a Yilan con seriedad—. Le han dado quinientos althin[2]
a cambio de provisiones y transporte para atravesar el desierto.
Irsis silbó al
escuchar la cantidad.
—Quinientos althin… En todos mis años de ladrón solo
he conseguido setecientos gumush[3]…
Shunuk y Yilan
miraron al chico con los ojos abiertos, sorprendidos por la cantidad de dinero
que había conseguido Irsis.
—¿Y eso te parece
poco? —preguntó Shunuk con una ceja alzada.
—¿Cómo has
conseguido tanto dinero?
Irsis se mostró
ofendido ante esa pregunta.
—Os dije que soy
un profesional. No solo he robado la calderilla de los nobles que pasaban por
mi ciudad, a los que viven allí, les he quitado la mitad de su dinero… —Al ver
la expresión de sus compañeros, el chico se corrigió a regañadientes—. Vale, un
poco más de la mitad, pero solo me hice famoso hace unos meses, cuando le robé
al general esta preciosidad. —Dejó una pequeña bolsa de cuero sobre la mesa.
Yilan la abrió un momento y la cerró rápidamente al ver lo que había dentro.
—¿Cómo se te
ocurre robarle esto al general? —Le devolvió la bolsa de un empujón—.
¡Estúpido! ¿A quién le echaste la culpa?
Irsis ocultó su
pequeño tesoro.
—A un capitán. No
fue muy difícil, más que nada porque sé quién le tiene manía al general. De
todas formas, este sabía que no había sido ese hombre, pero tampoco pudo
atraparme. Y quedaría muy raro que no acusara a nadie del crimen. —Soltó una
risotada y, disimuladamente, cogió una de las cervezas que una camarera llevaba
a otra mesa sin que se diera cuenta. Después tomó un trago y señaló la jarra—.
¿Lo veis? Soy bueno. Muy bueno, en realidad.
Shunuk y Yilan se
miraron con una sonrisa en los labios.
—¿Eso era lo que
querías recoger?
—Sí, eso y mis
ingresos.
—Que supongo que
superan los setecientos gumush.
El joven sonrió y
bebió otro trago antes de volver a dejar la jarra vacía en la bandeja de la
camarera, la cual no se percató de que había aparecido otro vaso.
—Veo que empiezas
a conocerme, amigo.
—Tú guarda ese
dinero hasta que nos haga falta. Ahora lo que tenemos que hacer es infiltrarnos
en las tropas de los soldados. La pregunta es cómo lo haremos.
Shunuk carraspeó,
con lo que los dos naik le prestaron
atención.
—Conozco a alguien
que nos ayudará.
—Mi amo le
agradece su ayuda —dijo Shunuk mientras ayudaba al hombre, encapuchado a causa
del frío de aquella noche, a llevar el carro y a enganchar los caballos—. ¿Cómo
puede agradecérselo?
—No es necesario
que me des nada a cambio, solo quería ayudar —dijo el hombre amablemente.
—Al menos, dígame
su nombre. Mi amo querrá saberlo.
El hombre dudó
unos momentos, pero finalmente dijo:
—Deger. Mi nombre
es Deger. —Terminó de enganchar las riendas y se las tendió a Shunuk—. En la
parte de atrás tenéis todo lo que necesitáis: comida, mantas, agua… Aseguraos
de ser puntuales cuando los soldados de Siyagun reciban los carros del general
de Mevkut o sospecharán al ver que hay un carro de más. —Hizo una pausa y le
dedicó una inclinación de cabeza—. Tened mucho cuidado en el desierto. Rezaré
para que vuestra travesía sea un éxito.
Shunuk cogió las
riendas y le devolvió el gesto. Sin embargo, seguía sintiendo desconfianza por
aquel desconocido que se le había acercado sin más y le había ofrecido su ayuda
sin tan siquiera preguntar quién era él. Solo le había dicho que sabía que su
amo quería cruzar el desierto y que podía darle un carro, caballos y
provisiones.
—¿Por qué le
ayuda? —preguntó educadamente, aunque con cautela—, ni siquiera conoce a mi
amo.
De no ser por la
capucha que cubría sus ojos y la mitad de su rostro, habría jurado que el
hombre lo miraba fijamente.
—Sé perfectamente
quién es el hombre al que llamas amo, y por qué queréis ir a Dumali Dag.
—¿Y cómo lo sabes?
—preguntó Shunuk, dejando a un lado su papel de esclavo y aferrando el arma que
llevaba oculta bajo la capa.
—Su padre me dijo
que necesitaba ayuda, y también me dijo dónde encontrarle —respondió a la vez
que le mostraba el brazo derecho, donde llevaba una marca. Al verla, Shunuk
retrocedió con los ojos muy abiertos.
—No puede ser…
—murmuró, mirándole estupefacto—. ¿Tú eres…?
Deger asintió.
—No se lo digas.
Si supiera que existo podría hacer alguna locura, y antes necesitamos que reúna
a los naik para llevar a cabo nuestro
cometido. Ahora debes irte, o los soldados se marcharán y ya no podréis salir
de aquí.
Después de unos
minutos de silencio, Shunuk asintió, le dedicó una respetuosa inclinación de
cabeza y se marchó.
Deger observó cómo
el carro se alejaba, pero incluso cuando desapareció de su vista se quedó donde
estaba, rezándole una plegaria a Zeker en voz baja y dibujando su símbolo en el
suelo.
Mientras tanto,
Yilan e Irsis habían ido al cementerio y se habían postrado frente al monumento
dedicado a su padre. Yilan había comenzado con el ritual para comunicarse con
él, lo que ponía al joven de los nervios. Había escuchado las historias sobre
aquel dios, y aunque no se avergonzaba de ser un naik, sí le asustaba conocer al ser que lo había creado.
—Pronto aparecerá
—anunció su hermano, alzando la vista hacia la estatua.
Esta no tardó en
mover la cabeza para dirigirla hacia ambos y se agachó para poner su fría mano
de piedra en la mejilla de Irsis.
—Has vuelto—murmuró
con una sonrisa y ojos relucientes. A pesar de ser una estatua, parecía estar a
punto de llorar—. Han pasado tantos años… Dime, ¿cuál es tu nombre ahora?
El joven tragó el
nudo que se le había formado en la garganta. Aunque fuera increíble, se sentía
emocionado por conocer al padre del demonio que llevaba dentro.
—Ahora me llamo
Irsis.
La estatua soltó
una risotada que resonó entre las tumbas silenciosas del cementerio.
—Es un nombre
adecuado, magnífico para ti. Al fin y al cabo, siempre fuiste quien más afición
tenía por tomar cosas prestadas—comentó sin dejar de reírse—. ¿Quién es tu
padre humano? Tendré que felicitarle por ponerte ese nombre…
—Mi padre me llamó
así —dijo Irsis con voz amarga—, porque le robé la vida a mi madre cuando nací.
Al escuchar esas
palabras, un tenso silencio se extendió entre los tres. Yilan miró a su padre
con ojos preocupados, pero este lo tranquilizó con un gesto y luego volvió su
atención hacia su otro hijo, al cual le acarició la cabeza con suavidad.
—Hijo mío, siempre
ha habido mujeres que mueren durante el parto, así que no debes sentirte
culpable.
—Sé que yo no
tengo la culpa. Pero mi padre siempre pensó que sí. —Instintivamente, se llevó
una mano al pecho—. De todos modos, él ya no importa.
La estatua
entrecerró los ojos, observando a su hijo con un brillo frío e iracundo.
—Cierto, tu padre
humano no tiene importancia. Ahora me tienes a mí, y tienes a tu hermano
Damballa. Y, con suerte, pronto tendrás más hermanos, Tegu.
Irsis sonrió
cuando miró a su padre.
—Así que mi nombre
naik es Tegu.
—Sí. Dime, hijo,
¿conoces todos tus poderes? Porque, por lo que presiento, ya puedes adoptar tu
forma demoníaca, lo cual tiene mérito teniendo en cuenta tu juventud.
Irsis se rascó la
nuca con un leve sonrojo. Que el mismísimo Zeker le haya hecho un cumplido…
—Sí, ya puedo
transformarme en cuervo sin dificultad.
—Y también sabes
luchary empuñar cualquier arma sin que nadie te haya enseñado, ¿verdad? Fue un
regalo de Sava, la antigua diosa de la guerra, te lo concedió cuando todavía no
habías renacido en un cuerpo humano. Gracias a eso, no importa cuán fuerte sea
tu adversario, nadie podrá vencerte en combate.
—Oye, Yilan, ¿es
normal que nuestro padre nos haga tantos cumplidos?
—La verdad es que
no. De hecho, a lo largo de tus otras vidas has sido bastante imprudente, por
lo que solía regañarte.
La estatua
carraspeó y miró duramente a sus hijos.
—Aún no he terminado
de hablar, niños.
—Disculpa, padre
—dijeron al unísono.
—Bueno, como iba
diciendo, tienes buenas habilidades, pero todavía no las has aprendido todas.
Como Tegu, tienes el poder de aparecer en los sueños de los humanos y de poseerlos
mientras estén dormidos, y también puedes controlar el viento. Una vez hayas
aprendido a utilizar tus poderes, estarás preparado para cualquier batalla.
—¿Batalla? ¿Qué
batalla? Creía que sólo íbamos a liberarte.
—Me temo que para
ello vais a tener luchar en más de una ocasión, hijo, como hicieron vuestros
antecesores. —Hizo una pausa, en la cual se escucharon una especie de crujidos,
como si la piedra se quebrara—. Me temo que mi tiempo con vosotros ha
terminado, debo regresar a mi cautiverio… Hasta que volvamos a vernos, niños.—La
estatua regresó a su posición inicial y permaneció inmóvil, dejando a solas a
Irsis y a Yilan en aquel cementerio, junto a las tumbas de piedra.
Gokhabis, Zennet
Zeker cerró los
ojos, cansado al haber agotado el poco poder que tenía para hablar con sus
hijos. Le había alegrado volver a verlos sanos y salvos, a ambos, pero sobre
todo al pequeño Tegu. No necesitaba preocuparse por Damballa, él fue el primero
al que creó y quien más sentido común poseía. Aunque sus habilidades en el
combate nunca habían superado las de Tegu, tendía a vencerle gracias a su
astucia. Pero el cuervo era otro caso, era el menor de sus hijos y el más
impulsivo, pero también alegre y amable, al fin y al cabo. Carácter que le
había llevado a la muerte varias veces a lo largo de sus rencarnaciones.
Dejó de pensar en
ellos al escuchar los pasos de uno de los vasi[4],
concretamente, de uno de los pocos que no le temía, odiaba o despreciaba.
—Iyilik, siempre es agradable verte por aquí—le
saludó.
El guardián le
respondió con una inclinación.
—¿Cómo se
encuentra hoy, Zeker?
La criatura siseó
y un crujido sonó en el interior de la celda donde se encontraba encadenada.
—Atrapado, como un vulgar conejo en una
trampa humana. Pero aparte de eso, acabo de tener una conversación con uno de
mis hijos, lo cual alivia un poco ese sentimiento de frustración que lleva
acompañándome durante más de quinientos años.
—¿Damballa otra
vez?
—No solo él, mi primogénito ha encontrado a
uno de sus hermanos. Y si todo va bien, muy pronto encontrará a otro.
Iyilik esbozó una
leve sonrisa. Como todos los de su especie, el vasi tenía forma humana con rasgos animales. Era alto, de casi
metro noventa, y de constitución delgada, pero atlética y fuerte, como marcaban
los músculos de su torso y sus brazos. La parte inferior de su cuerpo era de
lobo, desde sus poderosas patas hasta la cola, y en su espalda nacían dos
grandes alas, similares a las de un ave de gran tamaño. Su piel era blanca como
la nieve, a juego con su cabello, que llevaba largo y recogido en una coleta
baja que caía por uno de sus hombros. Sus dedos eran largos y terminaban en afiladas
uñas, como el resto de los guardianes, y sus orejas también eran como las de un
lobo, las cuales sobresalían de entre su cabello. Era apuesto, su rostro tenía
facciones más suaves que la mayoría de los hombres, aunque su expresión
normalmente seria solía persuadir a los demás de que no era una persona
especialmente sociable o cercana. Lo que más llamaba la atención en él eran sus
extraños ojos; el borde de sus irises era negro, pero el resto era de un tono
blanco grisáceo, tan claros que algunos creían que era ciego.
Al esbozar la
sonrisa, su cola se movió alegremente.
—Me alegro mucho
de que haya encontrado a uno de sus hermanos. Eso le salvará, ¿verdad? No
tendrá que sufrir un castigo por haberlos asesinado años atrás.
—Así es, pero antes debe encontrarlos a
todos, o de lo contrario Kirmi se verá obligada a castigarlo… el día que muera.
Iyilik arrugó la
frente por la tristeza y bajó la cola, que quedó laxa.
—Pero ha encontrado
a uno, eso ya es algo —le dijo al dios, quien ahora se movía en círculos en el
interior de su celda, la cual se encontraba detrás de una enorme puerta de
mármol negro con decoraciones de oro y plata, que representaba una batalla que
se libró más de quinientos años atrás, en la que la criatura fue derrotada.
Solo una pequeña ventanilla con barrotes permitía observar el interior,
demasiado luminoso para el ser que solía morar en las sombras y que lograba
sobrevivir gracias a la niebla negra con la que se cubría y que le protegía de
la luz.
—Damballa lo logrará, estoy seguro. Además,
no está solo.
La frente de
Iyilik volvió a alisarse, más relajada al escuchar las palabras de Zeker.
—Yo también tengo
fe en él. —Miró el suelo, asaltado por una duda que llevaba algún tiempo
rondándole por la cabeza.
—Si tienes algo que decirme, dilo sin miedo.
En este lugar apenas tengo poder para comunicarme con el mundo humano, así que
no puedo hacerte ni un rasguño. Además, eres el único con el que puedo hablar
aquí.
Iyilik lo meditó
unos momentos antes de hacerle la pregunta.
—¿Aún le guarda
rencor a Tanri?
La criatura
permaneció en silencio mucho rato, pero cuando el vasipensaba que no iba a responder, Zeker le dijo:
—Comprendo perfectamente por qué me hizo
aquello, pero sí, aún le guardo rencor. Sin embargo, no tienes nada que temer,
Iyilik. Aunque quisiera, sé que, al final, no podría hacerle daño.
El guardián
parecía aliviado y triste al mismo tiempo. Iba a contarle lo que pensaba, pero
unos nuevos pasos acercándose le obligaron a permanecer en silencio.
No tardó en
aparecer una vasi, Hasalik. Era
delgada pero voluptuosa, y la parte inferior de su cuerpo era de zorro. Su piel
tenía varios colores; la mayor parte era rojiza como las hojas de los árboles
en otoño, pero su vientre era blanco, y sus manos y las pezuñas de las patas
eran negras. Sus alas también eran coloridas, resaltando más el tono rojo,
combinado con unas cuantas plumas negras repartidas aquí y allá y unas pocas
blancas. Sus uñas eran largas y filosas como las de Iyilik, y sus orejas de
zorro, aunque solían estar ocultas bajo los largos tirabuzones pelirrojos que
enmarcaban un rostro con forma de corazón. Sus facciones eran tiernas y dulces;
los ojos de color ámbar, casi dorados; su sonrisa solía ser cálida y amable; y
tenía una pequeña nariz.
Se acercó a Iyilik
y le cogió de la mano.
—Kinskalik está
reuniendo a todos los vasi, dice que
se trata de los naik —le comunicó,
preocupada y mirando la ventanilla por donde se vislumbraba una pequeña parte
de la criatura que, al escucharla, se había envarado y ahora siseaba furiosa.
Iyilik asintió y
apoyó una mano en la puerta de la celda.
—No te preocupes,
me aseguraré de que no les pase nada a tus hijos.
Hasalik imitó el
gesto.
—Nos aseguraremos
los dos.
Zeker no dijo
nada, pero su cuerpo se relajó y dejó de sisear. Ahora que estaba más calmado,
pudo colocarse en posición para intentar descansar y dormir un poco.
—Gracias—murmuró antes de cerrar los ojos
y quedarse profundamente dormido.
Mevkut, Asikhava
—Vosotros no os
mováis demasiado y nadie se dará cuenta de que estáis aquí —les dijo Shunuk
antes de tapar el carro con una manta para evitar que Yilan e Irsis fuesen
vistos por los soldados.
Irsis estaba muy
incómodo. Había estado en lugares pequeños, pero nunca tan estrechos como en
aquel carro lleno de provisiones y con un hombre corpulento de dos metros. Aun
así, no se quejó, sabía que era necesario para cruzar la frontera y llegar al
desierto. Solo esperaba que aquello durara poco.
Tanto él como
Yilan escucharon entonces que un soldado se acercaba al vehículo y hablaba con
Shunuk.
—¡Tú, esclavo!
Enséñame qué llevas en ese carro.
—Provisiones, amo
—respondió con tono impasible, sin acobardarse ante la presencia del otro
hombre.
—Déjame verlas.
Shunuk fue a la
parte trasera del carro y destapó una pequeña parte, procurando que no se viera
a ninguno de los naik. El soldado
pareció satisfecho, pero no se marchó, se quedó mirando al esclavo con una
sonrisa torcida llena de desprecio.
—¿Qué? ¿Te asusta
el desierto?
Shunuk permaneció
en silencio con la cabeza agachada, manteniendo la actitud de un esclavo frente
a su propietario. Sin embargo, el soldado lo achacó al miedo y soltó una
risotada.
—Claro que te
asusta, ¿a quién no? Te voy a contar un secreto, una vez entremos en el
desierto, os daremos una sorpresa a ti y a tus compañeros.
En cuanto se
marchó, Irsis se atrevió a susurrar:
—No tengo ni idea
de qué será esa sorpresa, pero algo en su tono de voz me dice que no nos va a
gustar.
Yilan entrecerró
los ojos.
—Quieren usar a
los esclavos para algo. Y teniendo en cuenta el trato que les dan, estoy de
acuerdo contigo.
Después de eso,
permanecieron un rato en silencio, escuchando las órdenes que ladraba el
capitán a los soldados, sirvientes y esclavos que iban en la expedición. Tras
unos veinte minutos que a Irsis se le hicieron eternos, el carro empezó a
moverse, dirigiéndose al desierto.
—Oye, Yilan, ¿hace
mucho que estás con Shunuk?
—Treinta y un
años.
Irsis soltó una
exclamación, sorprendido.
—Vaya, sí que es
bastante tiempo. ¿Cómo os conocisteis?
Yilan cerró los
ojos mientras recordaba aquella noche. Estaba huyendo de los soldados cuando
olió el humo. Cabalgó hasta la colonia, que se consumía rápidamente por las
llamas. Las colonias de esclavas estaban formadas únicamente por mujeres que
eran violadas y que daban a luz niños destinados a servir a cualquiera que
pudiera pagar un precio por ellos en cuanto llegaban a la adolescencia. Cuando
él llegó, los soldados ya se habían ido, dejando a su paso un rastro de fuego y
de cadáveres. No les bastó con matar a las mujeres, los pequeños que vivían
allí tampoco se salvaron.
Excepto Shunuk.
Yilan abrió los
ojos y observó a Irsis, que esperaba a que le respondiera.
—Yo huía de los
soldados de Olum Isik cuando percibí el olor de un incendio. La colonia de
Shunuk estaba siendo destruida por los soldados del rey.
—Espera, ¿entonces
Shunuk es un esclavo de verdad? —preguntó Irsis, sorprendido—. Creía que solo
fingía.
—Tiene el tatuaje
que lo identifica como uno en el hombro, pero lo oculta siempre, a menos que
necesite hacerse pasar por uno.
—Tú nunca le has
tratado como tal, que yo haya visto.
—¿Tú lo harías?
Irsis se quedó
pensativo unos segundos. Finalmente, se encogió de hombros.
—No. Me crie con
mi abuelo, y él jamás creyó en la esclavitud. No ve que haya diferencias entre
los esclavos y el resto de personas, salvo las que crean ciertos sujetos para
beneficiarse —dicho esto, se centró de nuevo en la historia—. ¿Los soldados
destruyeron la colonia? ¿En serio?
—Sí. Cuando llegué
ya se habían marchado, las casas estaban ardiendo y los habían matado a todos.
La madre de Shunuk era la única que seguía con vida. La habían violado y
golpeado, sabía que no iba a sobrevivir y por eso me pidió que salvara a su
hijo, que estaba escondido en la casa cubierta de llamas. Me pidió que lo
salvara y yo le prometí que cuidaría de él.
—Y lo hiciste.
—Así es, no podía
dejar morir a un niño pequeño. Desde entonces, ha estado conmigo.
Irsis sonrió.
—Así que es como
una especie de hijo para ti, ¿no?
Yilan le devolvió
el gesto.
—La verdad es que
sí.
Durante un rato,
ninguno dijo nada, simplemente se dedicaron a permanecer en silencio,
disfrutando de la mutua compañía sin dejar de estar atentos a las
conversaciones de los soldados por si ocurría algo. Pronto notaron que el carro
se movía más suavemente, sin baches ni piedras que hicieran saltar el vehículo.
—Hemos llegado al
desierto —anunció Yilan—, Yeralti Vala.
—¿Por qué vamos en
carro, a todo esto? —preguntó Irsis—. Las ruedas se hundirán en la arena, ¿no?
—No si vamos por
Taz Yol, el único camino lo suficientemente sólido como para que los caballos
crucen el desierto llevando carros. Sin embargo, los akrehler sabrán que vendremos por aquí en cuanto nos oigan.
—Entonces, ¿por
qué vamos por este camino?
—Para tres tropas
de doce soldados que nunca han estado en el desierto, les es imposible cruzarlo
a caballo sin agotar las pocas provisiones que podrían llevar encima. Así que
la mejor forma de atravesar Yeralti Vala para ellos es por el Taz Yol con un
par de carros.
—Mmm… Tú ya has
estado aquí antes, ¿verdad?
—Sí, pero fue
mucho antes de que nacieras.
—¿Cómo lo
cruzaste?
—En mi forma
diabólica. —Yilan esbozó una sonrisa perversa—. Las serpientes como yo
sobrevivimos bastante bien aquí.
—¿Y qué comías?
—Créeme, eso no
quieres saberlo.
Unos gritos
interrumpieron la conversación. El capitán gritaba órdenes para organizar a los
soldados y a los esclavos que conducían los carros, quienes chillaban
aterrados. Escucharon que uno de los soldados intentaba llevarse a Shunuk.
—¡Vamos! ¡Ven
aquí!
—Está bien, está
bien, tranquilo. Usted quédese atrás.
Irsis intentó
salir para ayudarle, pero Yilan lo agarró por la nuca y lo pegó al suelo del
carro.
—¿Qué haces?
—Nos ha dicho que
estemos tranquilos y que nos quedemos aquí.
—Eso se lo decía
al soldado.
—¿Crees que Shunuk
se preocupa por él? Te aseguro que no. Si salimos ahora, nos descubrirán, y eso
no nos conviene teniendo en cuenta que esto está lleno de soldados. Espera un
poco y no te preocupes. Shunuk no es tan inofensivo como parece.
Pese a que aún
tenía sus dudas, Irsis se quedó donde estaba, con la inquietud carcomiéndole
las entrañas.
Mientras tanto,
los soldados habían reunido a todos los esclavos que iban con ellos y los
habían echado dunas abajo, como cebo de algo que se acercaba rápidamente y que
provocaba grandes nubes de humo.
Shunuk fue el
primero en ponerse en pie. Era el único que mantenía la calma, observando a sus
posibles depredadores, mientras que el resto intentaba escalar la duna para
volver a los carros, cosa que los soldados les impedían mientras avanzaban,
tratando de dejarlos atrás, abandonados a su suerte.
Lo primero que vio
fueron las pinzas rojas de los akrehler,
grandes escorpiones que eran poseedores de dos colas acabadas en mortíferos
aguijones y con cuatro pinzas con las que machacaban a sus presas. Por arriba
parecían negros con reflejos rojizos, pero el abdomen y las pinzas eran de un
tono rojo más claro, casi brillante. Aparecieron dos en total, y fue cuestión
de segundos que se lanzaran al ataque; uno se abalanzó sobre los esclavos, pero
el otro, curiosamente, los ignoró y cargó contra los soldados y los carros.
Solo Shunuk
permaneció quieto, con la mano en el interior de sus ropas, preparado para
sacar su arma. El akrehlerse situó
frente a él, chasqueando las pinzas en una clara amenaza, y esperó a que el
humano huyera. Pero en vez de eso, Shunuk se lanzó a por él y, cuando el
escorpión intentó golpearlo con una de las pinzas, saltó en el último momento,
esquivándola, sacó su arma y la cortó limpiamente.
La criatura soltó
un horrible chirrido y se movió de un lado a otro, sorprendida por el ataque.
Shunuk se dio la vuelta y se deslizó por debajo del cuerpo del akrehler para, con su arma, consistente
en una hoz con un largo mango enganchado a una cadena para luchas a larga
distancia, apuñalar su abdomen. El escorpión lanzó otro chirrido, pero esta vez
fue acompañado por uno de los aguijones, que rápidamente buscó al humano para
atravesarlo. Shunuk se aferró a su hoz, todavía clavada en el vientre de la
bestia, y cogiéndose a ella, alzó las piernas para esquivar el mortífero
aguijón.
Una vez fuera de
peligro, Shunuk quitó el arma del abdomen ensangrentado y la utilizó para
cortar las tres pinzas que le quedaban al monstruo de una en una, escondiéndose
bajo el animal para que no lo viera y esquivando los aguijones que empezaban a
dar latigazos furiosos contra el suelo de arena.
Finalmente, Shunuk
se colocó detrás y, utilizando la cadena, atrapó ambos aguijones y los llevó
hasta el suelo para poder cortarlos con la hoz. Pero el akrehler aún no estaba acabado; dio media vuelta e hizo fuerza con
los aguijones para lanzarlo al aire y aplastarlo contra el suelo, lo que dejó a
Shunuk aturdido y malherido. El escorpióniba a darle el golpe de gracia, pero
una sombra negra surgió de repente, llevándose a Shunukconsigo.
—¿Irsis? —preguntó
Shunuk, todavía un poco mareado por el golpe.
—El mismo.El grandioso y magnífico Irsis a tu
servicio. Mi ayuda son cinco gumush
pero por ser tú te lo rebajo a tres.
Shunuk esbozó una
media sonrisa antes de sentir que el cuervo lo dejaba suavemente en el carro.
Desde ahí, pudo ver a los soldados que habían sido asesinados por el otro
escorpión.
—¿Dónde está
Yilan? —Shunuk hizo una mueca de dolor al intentar levantarse, pero el ala de
Irsis lo detuvo.
—Quédate quieto, Yilan y yo nos encargamos de
esos dos. Volveremos enseguida —dicho esto, el cuervo alzó el vuelo y se
dirigió hacia el escorpión con el que Shunuk había luchado.
Descendió en
picado y le arrancó una pata de un picotazo, luego repitió el proceso una y
otra vez hasta que lo dejó sin patas, siempre sorteando los aguijones que aún
seguían enrollados por la cadena de la hoz de Shunuk. Pronto lo dejó
prácticamente indefenso, retorciéndose en la arena sin dejar de chillar, para
después desgarrarle la cabeza con sus garras.
Por otro lado,
Yilan no tenía dificultades con el otro akrehler.
Al igual que Irsis, había adoptado su forma diabólica, consistente en una
gigantesca serpiente blanca. Ya había luchado contra esas criaturas
anteriormente y sabía cuál era su punto débil, así que se sumergió bajo la
arena y apareció justo debajo de la bestia, donde se enroscó alrededor de su
cuerpo, inmovilizándola, y luego la estrechó fuerza hasta que todos sus huesos
se rompieron, matándola en el acto.
Poco después,
Yilan e Irsis se unieron a Shunuk, quien había sufrido solamente un par de
golpes no muy graves y había recogido su arma del cuerpo del escorpión.
—Gracias por
salvarme, Irsis.
—No hay de qué,
pero reconozco que me ha sorprendido que fueras capaz de luchar de esa manera.
—Yilan me ha
enseñado bien.
Irsis miró a su
hermano con una sonrisa torcida.
—Entonces supongo
que podrías enseñarme algo, ¿no crees?
—Tú no necesitas
que te entrene en ese aspecto, solo tienes que coger un arma y recordarás cómo
la usabas en tus otras rencarnaciones.
—¿Qué cojones
sois?
Los tres se
giraron al escuchar aquella pregunta, que provenía de un soldado atrapado bajo
un carro. Era el mismo que había interrogado a Shunuk antes de salir de Mevkut.
Irsis fue el
primero en adelantarse y darle una patada en la mandíbula.
—Esto por usar a
Shunuk como cebo, hijo de perra —le dijo con la voz llena de desprecio y
escupiéndole en la cara.
El soldado gruñó y
le lanzó una mirada envenenada.
—Golpéame todo lo
que quieras, pajarraco de mierda, pero si vuelves a escupirme encontraré a tu
padre, lo despellejaré, me mearé en sus entrañas y utilizaré su cabeza para
limpiar el estiércol de mis caballos.
Irsis dejó escapar
un silbido, impresionado.
—Menuda lengua
tiene. ¿Nos lo podemos quedar, Yilan? Solo será por un tiempo, me gustaría ver
si es capaz de hacerle todo eso a mi padre; sería divertido y además lo
disfrutaría.
Yilan miró al
susodicho con cara de pocos amigos. Si a Shunuk le hubiese pasado algo, habría
descuartizado a ese hombre por entregarlo a los akrehler sin pensárselo dos veces. Pero, afortunadamente para él,
no había sido el caso.
—Shunuk decidirá
qué hacer con él. Al fin y al cabo, es a él a quien han echado a los
escorpiones.
El aludido se
adelantó y se agachó frente al soldado. Este no retrocedió, sino que lo desafió
con la mirada, preparado para afrontar la tortura a la que lo sometería el
esclavo. Conocía bien a los hombres, y sabía que, por naturaleza, eran
rencorosos y vengativos, él mismo lo era. Sin embargo, sorprendentemente, el
esclavo alzó el carro, liberando su pierna, lo arrastró lejos del mismo y
comenzó a examinar su extremidad herida.
—¿Qué coño estás
haciendo? —le preguntó el guerrero a pleno pulmón.
—Eso mismo quiero
saber yo —intervino Irsis, cruzándose de brazos.
—Inspeccionar tu
pierna —respondió Shunuk tranquilamente, como si estuviera hablando del calor
que hacía en el desierto—. Tendré que desinfectar la herida. ¿Puedes pasarme
una botella de ron, Yilan? Habrá alguna en los carros.
Yilan, en absoluto
sorprendido, fue a buscar lo que le había pedido. Irsis, por otro lado, estaba
incrédulo.
—¿No vas a
matarle?
—Es obvio que no.
—¿Por qué?
—preguntó el soldado en esta ocasión—. Te he usado de cebo.
—Y no te ha
servido para nada. Yo estoy vivo, tus amigos muertos y tú herido. He salido
ganando —respondió como si no fuera nada del otro mundo.
—¿Y qué opina tu
amo de todo esto?
—A mí me da igual
—contestó Yilan desde uno de los carros—. Por mí, Shunuk puede hacer lo que
quiera.
El soldado lo miró
como si estuviera chiflado.
—Es un esclavo.
—Y yo, por si no
te has dado cuenta, un soluk, en
teoría debería ser un esclavo también.
El hombre negaba
con la cabeza, incapaz de creer lo que estaba viendo. Un esclavo al que había
intentado matar tenía intención de curarle la pierna, un soluk en libertad, y el otro joven… Bueno, parecía el más normal de
todos a pesar de que lo había visto transformándose en cuervo.
—¿Tú qué piensas
de todo esto?
El chico se
encogió de hombros.
—Yo personalmente
te habría degollado.
—Yo también lo
habría hecho.
—Sí, ¿verdad?
—Sin duda, y me
habría hecho un collar con tus dientes después de arrancártelos uno a uno.
Irsis rio
alegremente.
—¿Sabes, Shunuk?
Será un cabronazo y un hijo de perra, pero me cae bien; tiene huevos, a
diferencia de otros soldados maricones que abundan últimamente.
El hombre soltó
una estruendosa carcajada.
—Deberías entrar
en el ejército, chico, serías un buen soldado.
—Agradezco el
cumplido, pero prefiero el oficio de ladrón. Es más económico y no tienes
superiores que te digan lo que tienes que hacer.
El soldado asentía
con la cabeza, mostrando su acuerdo con él.
—Cierto, yo
debería haber seguido un camino parecido, pero mi padre me obligó a seguir la
tradición.
—Yo tampoco le
tengo un afecto especial a mi padre, pero gracias a él entré en el negocio.
—Irsis soltó un suspiro, mirando al cielo—. Fueron unos años estupendos, sobre
todo cuando le robé.
—¿Robaste a tu
propio progenitor? —preguntó incrédulo el soldado y después volvió a reír. En
ese momento, Yilan regresó con la botella de ron y se la tendió a Shunuk—. Eso
sí que es tener cojones para… ¡Ah! —gritó cuando notó que la herida de la
pierna le escocía horrores—. ¡Joder! Me cago en…
—No seas quejica
—le interrumpió Shunuk mientras volcaba el licor sobre la herida—, que hay
cosas peores.
En un par de
minutos, Shunuk terminó de desinfectar la herida y de vendarla. Después, todos
subieron al carro y continuaron el viaje, acompañados por el soldado, que se
llamaba Zhor.
—Y yo que pensaba
que no podía caer más bajo, y ahora mírame. Una pierna herida que tardará meses
en curarse, salvado por un vulgar esclavo y viajando con dos naik. A mi padre le dará un infarto
cuando se entere —dicho esto, soltó una carcajada, seguida de un comentario
sobre lo mucho que le gustaría ver cómo le daba un ataque a su viejo.
—Oye, Shunuk, sé
que ahora ese loco es responsabilidad tuya —le susurró Irsis al oído—, pero ¿no
podríamos darle unos azotes? Solo unos veinte, para que aprenda a estar
callado. ¿No opinas lo mismo, Yilan?
—A un hombre como
él no podrás hacerle callar. Además, creo que podrá sernos de utilidad en un
futuro.
Irsis reconoció
una sonrisa calculadora en el rostro de su hermano.
—Tú estás tramando
algo, y creo que a los humanos no les va a gustar.
—Por supuesto que
no. He tenido tiempo de sobra para pensar lo que tendremos que hacer una vez
estemos todos reunidos. Ya lo verás, Irsis. Los naik vamos a traer muchos problemas a estos reinos.
El joven sonrió,
satisfecho con la idea.
—Me gusta cómo suena eso, hermano. Me
gusta.
[1]N.
del A. El Gun es
la región donde se encuentra Siyagun. Años atrás, estaba formada por los reinos
independientes de Siyagun, Mavigun, Kirmigun y Altingun.
[2]N.
del A.El althin es la moneda de oro, la más
valiosa de todas. Una moneda equivale a cincuenta gumush y a cien bakir.
[3]N.
del A. El gumush es la moneda de plata, la segunda
más valiosa. Una moneda equivale a cincuenta bakir, y cincuenta monedas, a un althin.
[4]N.
del A. Los vasi son criaturas que están al servicio
de Tanri, la divinidad que cuida de los humanos y contraparte de Zeker. También
se les llama guardianes.
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