miércoles, 20 de junio de 2018

La Sombra de la Destrucción

Capítulo 2. Infiltrados


Los rayos del alba se asomaban tímidamente por los tejados de las casas, anunciando la hora de levantarse para ir a trabajar o, para otros, la hora de dormir. Las tabernas, los burdeles, los rincones oscuros donde los contrabandistas intercambiaban mercancía, quedaron vacíos, mientras que carpinteros, herreros, granjeros, agricultores y comerciantes se preparaban para una larga jornada de trabajo.
Irsis y Yilan estaban apoyados contra el muro de piedra de una casa abandonada. Shunuk había decidido regresar a la posada para que pudieran hablar a solas y, de paso, recoger las cosas para ir a la siguiente ciudad.
El chico miraba al hombre con cierto nerviosismo, mientras que este le dedicaba una sonrisa amable, que pretendía tranquilizarlo.
—Vaya, hombre —comentó Irsis, rascándose la nuca—, podrías haberme dicho que eras como yo.
—No estaba seguro de que fueras mi hermano, aunque lo suponía.
—¿Qué te hizo sospechar de mí?
—Me resultaste familiar desde el principio, así que decidí vigilarte. Que me siguieras me lo puso bastante fácil, y cuando te hice la zancadilla y te caíste, me pareció ver algo en tu espalda. También me percaté de tus cuervos, y que luego lucharas tan bien contra esos hombres…
—Je, je, gracias.
—La próxima vez intenta no hacer alarde de esas facultades —le recomendó—, mucho menos delante de los soldados, si no quieres que te cojan.
—Mira, no nací ayer. Sé cuándo tengo que comportarme como un simple humano y no hacer preguntas y cuándo encargarme de aquel que se meta demasiado en mis asuntos.
Yilan sonrió.
—Como yo, ¿no?
Irsis le devolvió el gesto.
—Eras mi presa desde el principio. Me daba igual decirte demasiado o no, estaba seguro de que podría matarte.
—Eres un chico muy listo.
El joven soltó una carcajada.
—Tú tampoco te quedas corto, mira que descubrirme y vencerme en mi forma demoníaca… Mis antepasados se burlarán de mí.
—No lo creo. Tu antecesor y yo entrenábamos juntos. Yo solía ganar.
Eso llamó la atención de Irsis.
—¿Cuándo fue la última vez?
—Yo tenía veinticuatro años.
El chico retrocedió.
—¿Qué dices? ¡Si parece que tienes treinta años!, y mi antecesor murió hace más de diecisiete años…
—Irsis, tengo sesenta y cinco años. —El pobre seguía mirándolo como si estuviera frente a una aparición de Tanri. Yilan suspiró—. Los naik dejamos de envejecer entre los veinticinco y los treinta y tampoco morimos con el paso del tiempo.
—¿Quieres decir que somos inmortales?
—Pueden matarnos de la misma forma que pueden matar a un ser humano normal y corriente, pero sí, aparte de eso, somos inmortales.
Irsis dio un salto de alegría que hizo reír a Yilan. Pronto el chico se acercó a él para atosigarlo a preguntas, pero el hombre lo detuvo.
—Tranquilo, tranquilo, te contaré lo que quieras pero antes tengo una oferta que hacerte.
—¿Cuál?
Por el rostro serio de Yilan, Irsis intuyó que no se trataba de ir a una taberna y celebrar una pequeña reunión familiar.
—Estoy buscando al resto de nuestros hermanos, ¿quieres venir conmigo?
Irsis se quedó parado, mirándolo. Siempre había sentido curiosidad por su especie, los naik, hijos de Zeker y demonios del inframundo. Había soñado muchas veces con encontrar a uno de los suyos, alguien que comprendiera lo que era tener a una extraña criatura en su interior pero en la que confiaba plenamente. Sin embargo, nunca se le había pasado por la cabeza ir a buscarlos por su cuenta.
—¿Quieres decir… fuera de la ciudad?
—Sí, ¿hay algún problema?
Irsis se removió un poco.
—Siempre he sabido que acabaría marchándome de aquí, pero… esperaba hacer una cosa antes de irme. —Se quedó pensativo unos momentos antes de encogerse de hombros—. Bueno, supongo que no importa, puedo hacerlo si algún día regreso a esta ciudad.
Yilan ladeó la cabeza con curiosidad.
—¿De qué se trata? Tal vez podamos solucionarlo antes de irnos.
—No, da igual —su tono de voz se volvió amargo—, no creo que esté preparado para enfrentarme a eso. Me encargaré cuando vuelva.
—¿Eso significa que vendrás conmigo?
La voz de Irsis volvió a ser alegre y jovial.
—¡Claro que sí! Nada me retiene aquí y, como buen ladrón, sé aprovechar una oportunidad cuando esta se pone delante de mis narices.
Yilan sonrió y le revolvió el pelo.
—Entonces debemos irnos cuanto antes de aquí, no me gusta pasar más tiempo del necesario en un mismo lugar. Sobre todo cuando está lleno de humanos.
Comenzó a caminar en dirección a la posada, pero Irsis se había quedado quieto donde estaba. Yilan también se detuvo.
—¿Qué pasa?
El joven alzó la vista y lo miró.
—¿Podemos recoger antes una cosa? Llevo mucho tiempo guardándolo…
—Claro, coge todo lo que necesites.
Irsis sonrió y corrió a reunirse con su hermano para seguir haciéndole preguntas sobre los hijos de Zeker.
—Oye, he oído que tenemos nombres naik, aparte del que nos ponen nuestros padres. ¿Cuál es el mío?
—No soy yo quien debe decírtelo, Irsis.
—¿Eh? ¿Entonces quién?
—Nuestro padre, esta noche le conocerás.
Irsis tragó saliva al saber de quién hablaba.
—¿Tienes miedo del ser que te dio la vida? —le preguntó Yilan.
—¿Me hará daño?
—Eres hijo suyo, ¿cómo va a hacerte daño? —Al ver que Irsis seguía dubitativo, eligió las palabras adecuadas para intentar calmarlo—. Comprendo que te hayas criado en una sociedad donde nuestro padre no es muy bien recibido, pero es el único que está de nuestro lado. Todos los demás intentarán matarnos o utilizarnos para su propio beneficio —añadió, apretando los puños.
Por su forma de hablar, Irsis intuyó que su hermano había pasado por alguna de esas cosas, tal vez las dos.
—¿Te refieres a los humanos?
—Por desgracia, no son los únicos.
Eso hizo que sintiera un escalofrío recorriendo su espalda.
—¿Vendrán a por nosotros?
—Llevan generaciones persiguiéndonos, así que dalo por hecho.
Después de aquello, se quedaron en silencio durante un rato mientras caminaban por las calles, que empezaban a llenarse de gente. Yilan había vuelto a colocarse la capucha, sabiendo que su aspecto llamaba la atención entre los humanos y temiendo que algún soldado lo reconociera. Lo último que necesitaba era que todas las guarniciones de la ciudad se abalanzaran sobre ellos.
—Yilan —le llamó el chico de repente.
—¿Qué?
—Pretendes liberar a Zeker, ¿verdad?
Yilan se detuvo y miró a Irsis a los ojos.
—No te parece bien —concluyó, suspirando.
—Ahora mismo no sé qué pensar de él.
—¿Por qué no esperas a que te lo presente y luego me das tu opinión?
Irsis respondió asintiendo y continuaron su camino en un nuevo silencio, que no duró mucho, ya que el joven le preguntó.
—Yilan, ¿cuál es tu nombre naik?
—¿El mío? —El hombre esbozó una sonrisa torcida—. Damballa.


Yeralti Vala

Una semana más tarde, una criatura abrió los ojos de repente, sintiendo una perturbación en sus dominios. ¿Quiénes eran? ¿Cómo se atrevían a entrar en su territorio? No sabía si se trataba de unos estúpidos o unos suicidas, o las dos cosas juntas, pero daba lo mismo, no sobrevivirían allí, no si seguían adelante.
Más tranquilo, volvió a cerrar los ojos, sin embargo, no logró dormirse. Aquellos viajeros… le hacían sentirse inquieto, una sensación que detestaba. Se levantó y miró hacia arriba al escuchar el movimiento familiar de aquellas gruesas patas y el aleteo que tan bien conocía. Eso es, no tenía por qué preocuparse, ellos se encargarían de matarlos; al fin y al cabo, aquellos dominios que ahora eran suyos les había pertenecido tiempo atrás y, aunque ya no fueran los amos de aquel lugar, continuarían protegiéndolo hasta el día de su muerte.
Esta vez, pudo tumbarse en el suelo, más relajado, y cerró los ojos, conciliando por fin el sueño.


Mevkut, Asikhava

Irsis y Yilan, junto a Shunuk, habían llegado a la frontera entre los reinos de Asikhava y Kurakarazi. En aquellos tiempos, estaba prohibido pasar de un reino a otro a menos que fueras comerciante, soldado fronterizo, mensajero del rey o sacerdote en un retiro espiritual. De esa forma, los tres habían planeado quedarse en Mevkut un par de días para observar las pautas que seguían los soldados para cambiar de turno y aprovechar ese momento para saltar los muros e ir hacia el desierto.
Pero no tardaron en descubrir que no era tan fácil salir de allí. Los soldados no dejaban ni un solo hueco libre en cuanto cambiaban de guardia; en las torres siempre había alguien que vigilaba quién se acercaba a los muros, tanto por fuera como por dentro; y todos iban armados con arco y flechas para matar a cualquiera que intentara escalarlos. Y, aunque lograran escapar, después tenían que enfrentarse al desierto, el cual no era fácil de cruzar debido a los akrehler y los akbalar, criaturas que vivían allí y que muy pocos habían logrado enfrentarse a ellas y salir con vida. Tampoco había que olvidar la comida y el refugio, prácticamente inexistentes en aquel paisaje, ni las tormentas de arena o los huracanes. Tenían que estar bien preparados para semejante odisea.
—¿Y no podemos cruzar volando? Yo puedo llevarte en mi espalda, aunque no estoy acostumbrado a tener a nadie encima —preguntó Irsis en voz baja cuando se reunieron en una taberna de los barrios bajos de la ciudad, donde a nadie le llamaría la atención ver a dos hombres hablando en voz baja con tono confidencial.
Yilan negó con la cabeza, inclinándose para que Irsis pudiera oírle.
—Un cuervo gigante llamaría demasiado la atención, más aún si ven a dos hombres montados. No tienes que olvidarte de Shunuk.
Irsis hizo una mueca.
—Cierto, no estoy seguro de poder con los dos. Tú eres una mole gigante —dicho esto, frunció el ceño—. Oye, ¿cómo es que Shunuk va contigo? A pesar de ser un humano, quiero decir.
—Él no cree que los naik seamos como dicen las leyendas, por eso no tiene nada contra nosotros. Además, hemos estado muchos años juntos y somos amigos, nunca me ha fallado. Puedes confiar en él aunque no sea un naik.
El muchacho asintió.
—Tranquilo, yo tengo un par de amigos humanos. Sé que se puede confiar en algunos —dicho esto, volvió a centrarse en su plan para ir al desierto—. No se me ocurre nada para salir de aquí. Robar y matar lo que quieras, pero nunca había salido de una ciudad con esta protección. Por cierto, ¿a qué se debe esto?
—Por la victoria de Siyagun sobre los reinos del Gun[1] hace unos cuarenta años. Los otros cuatro reinosdel continente temían que les invadieran y por eso aumentaron la seguridad en las fronteras. En principio, a estas alturas no debería de haber peligro, pero no confían en el rey de Siyagun.
Irsis resopló con evidente disgusto.
—Pues qué bien. Gracias a esa brillante invasión no podemos cruzar la frontera de ninguna forma, y aunque lo logremos tenemos ese maravilloso desierto que se muere de ganas por comerse hasta el último trocito de carne de nuestros cuerpos… y eso que yo ya soy bastante escuálido.
—No te preocupes, a los veintitantos serás como yo si entrenas duro —dijo Yilan con una sonrisa.
—¡Ugh! No te ofendas, pero no me gusta nada tu color de pelo.
El hombre rodó los ojos.
—Me refiero a la complexión, no al físico.
—Ah. Entonces está bien.
—¿Qué insinúas, chico?
La discusión fue interrumpida por Shunuk, que apareció por la puerta de la taberna y avanzó a grandes zancadas hacia Yilan.
—¿Has conseguido algo?
—Eso creo —respondió mientras se sentaba.
Irsis y Yilan se inclinaron, expectantes.
—Cuéntanos.
—Varias tropas de soldados llegaron aquí ayer y saldrán esta noche hacia el desierto para dirigirse a Dumanli Dag, donde se rumorea que hay un naik.
Los dos casi saltaron al escuchar aquella información. Un naik en Dumanli Dag… Eso hacía que Yilan pensara quién de sus hermanos estaría allí. Había un volcán cerca de esa ciudad, por lo que tal vez…
—Un momento —dijo Yilan con el ceño fruncido. Había algo que no encajaba en todo eso—, los soldados que van a salir, ¿de dónde son?
—De Siyagun.
Irsis y Yilan se miraron, después volvieron a centrar su atención en Shunuk.
—¿Por qué diablos les han dejado entrar? Creía que ningún reino tenía buena relación con Siyagun —reflexionó Irsis.
—Probablemente el capitán de las tropas habrá hablado antes con el general de esta ciudad… —murmuró Yilan pensativamente—. ¿Qué sabes sobre eso, Shunuk?
—Por lo que me han contado otros esclavos, se ve que los soldados han hecho un trato con el general. —Miró a Yilan con seriedad—. Le han dado quinientos althin[2] a cambio de provisiones y transporte para atravesar el desierto.
Irsis silbó al escuchar la cantidad.
—Quinientos althin… En todos mis años de ladrón solo he conseguido setecientos gumush[3]
Shunuk y Yilan miraron al chico con los ojos abiertos, sorprendidos por la cantidad de dinero que había conseguido Irsis.
—¿Y eso te parece poco? —preguntó Shunuk con una ceja alzada.
—¿Cómo has conseguido tanto dinero?
Irsis se mostró ofendido ante esa pregunta.
—Os dije que soy un profesional. No solo he robado la calderilla de los nobles que pasaban por mi ciudad, a los que viven allí, les he quitado la mitad de su dinero… —Al ver la expresión de sus compañeros, el chico se corrigió a regañadientes—. Vale, un poco más de la mitad, pero solo me hice famoso hace unos meses, cuando le robé al general esta preciosidad. —Dejó una pequeña bolsa de cuero sobre la mesa. Yilan la abrió un momento y la cerró rápidamente al ver lo que había dentro.
—¿Cómo se te ocurre robarle esto al general? —Le devolvió la bolsa de un empujón—. ¡Estúpido! ¿A quién le echaste la culpa?
Irsis ocultó su pequeño tesoro.
—A un capitán. No fue muy difícil, más que nada porque sé quién le tiene manía al general. De todas formas, este sabía que no había sido ese hombre, pero tampoco pudo atraparme. Y quedaría muy raro que no acusara a nadie del crimen. —Soltó una risotada y, disimuladamente, cogió una de las cervezas que una camarera llevaba a otra mesa sin que se diera cuenta. Después tomó un trago y señaló la jarra—. ¿Lo veis? Soy bueno. Muy bueno, en realidad.
Shunuk y Yilan se miraron con una sonrisa en los labios.
—¿Eso era lo que querías recoger?
—Sí, eso y mis ingresos.
—Que supongo que superan los setecientos gumush.
El joven sonrió y bebió otro trago antes de volver a dejar la jarra vacía en la bandeja de la camarera, la cual no se percató de que había aparecido otro vaso.
—Veo que empiezas a conocerme, amigo.
—Tú guarda ese dinero hasta que nos haga falta. Ahora lo que tenemos que hacer es infiltrarnos en las tropas de los soldados. La pregunta es cómo lo haremos.
Shunuk carraspeó, con lo que los dos naik le prestaron atención.
—Conozco a alguien que nos ayudará.


—Mi amo le agradece su ayuda —dijo Shunuk mientras ayudaba al hombre, encapuchado a causa del frío de aquella noche, a llevar el carro y a enganchar los caballos—. ¿Cómo puede agradecérselo?
—No es necesario que me des nada a cambio, solo quería ayudar —dijo el hombre amablemente.
—Al menos, dígame su nombre. Mi amo querrá saberlo.
El hombre dudó unos momentos, pero finalmente dijo:
—Deger. Mi nombre es Deger. —Terminó de enganchar las riendas y se las tendió a Shunuk—. En la parte de atrás tenéis todo lo que necesitáis: comida, mantas, agua… Aseguraos de ser puntuales cuando los soldados de Siyagun reciban los carros del general de Mevkut o sospecharán al ver que hay un carro de más. —Hizo una pausa y le dedicó una inclinación de cabeza—. Tened mucho cuidado en el desierto. Rezaré para que vuestra travesía sea un éxito.
Shunuk cogió las riendas y le devolvió el gesto. Sin embargo, seguía sintiendo desconfianza por aquel desconocido que se le había acercado sin más y le había ofrecido su ayuda sin tan siquiera preguntar quién era él. Solo le había dicho que sabía que su amo quería cruzar el desierto y que podía darle un carro, caballos y provisiones.
—¿Por qué le ayuda? —preguntó educadamente, aunque con cautela—, ni siquiera conoce a mi amo.
De no ser por la capucha que cubría sus ojos y la mitad de su rostro, habría jurado que el hombre lo miraba fijamente.
—Sé perfectamente quién es el hombre al que llamas amo, y por qué queréis ir a Dumali Dag.
—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Shunuk, dejando a un lado su papel de esclavo y aferrando el arma que llevaba oculta bajo la capa.
—Su padre me dijo que necesitaba ayuda, y también me dijo dónde encontrarle —respondió a la vez que le mostraba el brazo derecho, donde llevaba una marca. Al verla, Shunuk retrocedió con los ojos muy abiertos.
—No puede ser… —murmuró, mirándole estupefacto—. ¿Tú eres…?
Deger asintió.
—No se lo digas. Si supiera que existo podría hacer alguna locura, y antes necesitamos que reúna a los naik para llevar a cabo nuestro cometido. Ahora debes irte, o los soldados se marcharán y ya no podréis salir de aquí.
Después de unos minutos de silencio, Shunuk asintió, le dedicó una respetuosa inclinación de cabeza y se marchó.
Deger observó cómo el carro se alejaba, pero incluso cuando desapareció de su vista se quedó donde estaba, rezándole una plegaria a Zeker en voz baja y dibujando su símbolo en el suelo.


Mientras tanto, Yilan e Irsis habían ido al cementerio y se habían postrado frente al monumento dedicado a su padre. Yilan había comenzado con el ritual para comunicarse con él, lo que ponía al joven de los nervios. Había escuchado las historias sobre aquel dios, y aunque no se avergonzaba de ser un naik, sí le asustaba conocer al ser que lo había creado.
—Pronto aparecerá —anunció su hermano, alzando la vista hacia la estatua.
Esta no tardó en mover la cabeza para dirigirla hacia ambos y se agachó para poner su fría mano de piedra en la mejilla de Irsis.
—Has vuelto—murmuró con una sonrisa y ojos relucientes. A pesar de ser una estatua, parecía estar a punto de llorar—. Han pasado tantos años… Dime, ¿cuál es tu nombre ahora?
El joven tragó el nudo que se le había formado en la garganta. Aunque fuera increíble, se sentía emocionado por conocer al padre del demonio que llevaba dentro.
—Ahora me llamo Irsis.
La estatua soltó una risotada que resonó entre las tumbas silenciosas del cementerio.
—Es un nombre adecuado, magnífico para ti. Al fin y al cabo, siempre fuiste quien más afición tenía por tomar cosas prestadas—comentó sin dejar de reírse—. ¿Quién es tu padre humano? Tendré que felicitarle por ponerte ese nombre…
—Mi padre me llamó así —dijo Irsis con voz amarga—, porque le robé la vida a mi madre cuando nací.
Al escuchar esas palabras, un tenso silencio se extendió entre los tres. Yilan miró a su padre con ojos preocupados, pero este lo tranquilizó con un gesto y luego volvió su atención hacia su otro hijo, al cual le acarició la cabeza con suavidad.
—Hijo mío, siempre ha habido mujeres que mueren durante el parto, así que no debes sentirte culpable.
—Sé que yo no tengo la culpa. Pero mi padre siempre pensó que sí. —Instintivamente, se llevó una mano al pecho—. De todos modos, él ya no importa.
La estatua entrecerró los ojos, observando a su hijo con un brillo frío e iracundo.
—Cierto, tu padre humano no tiene importancia. Ahora me tienes a mí, y tienes a tu hermano Damballa. Y, con suerte, pronto tendrás más hermanos, Tegu.
Irsis sonrió cuando miró a su padre.
—Así que mi nombre naik es Tegu.
—Sí. Dime, hijo, ¿conoces todos tus poderes? Porque, por lo que presiento, ya puedes adoptar tu forma demoníaca, lo cual tiene mérito teniendo en cuenta tu juventud.
Irsis se rascó la nuca con un leve sonrojo. Que el mismísimo Zeker le haya hecho un cumplido…
—Sí, ya puedo transformarme en cuervo sin dificultad.
—Y también sabes luchary empuñar cualquier arma sin que nadie te haya enseñado, ¿verdad? Fue un regalo de Sava, la antigua diosa de la guerra, te lo concedió cuando todavía no habías renacido en un cuerpo humano. Gracias a eso, no importa cuán fuerte sea tu adversario, nadie podrá vencerte en combate.
—Oye, Yilan, ¿es normal que nuestro padre nos haga tantos cumplidos?
—La verdad es que no. De hecho, a lo largo de tus otras vidas has sido bastante imprudente, por lo que solía regañarte.
La estatua carraspeó y miró duramente a sus hijos.
—Aún no he terminado de hablar, niños.
—Disculpa, padre —dijeron al unísono.
—Bueno, como iba diciendo, tienes buenas habilidades, pero todavía no las has aprendido todas. Como Tegu, tienes el poder de aparecer en los sueños de los humanos y de poseerlos mientras estén dormidos, y también puedes controlar el viento. Una vez hayas aprendido a utilizar tus poderes, estarás preparado para cualquier batalla.
—¿Batalla? ¿Qué batalla? Creía que sólo íbamos a liberarte.
—Me temo que para ello vais a tener luchar en más de una ocasión, hijo, como hicieron vuestros antecesores. —Hizo una pausa, en la cual se escucharon una especie de crujidos, como si la piedra se quebrara—. Me temo que mi tiempo con vosotros ha terminado, debo regresar a mi cautiverio… Hasta que volvamos a vernos, niños.—La estatua regresó a su posición inicial y permaneció inmóvil, dejando a solas a Irsis y a Yilan en aquel cementerio, junto a las tumbas de piedra.


Gokhabis, Zennet

Zeker cerró los ojos, cansado al haber agotado el poco poder que tenía para hablar con sus hijos. Le había alegrado volver a verlos sanos y salvos, a ambos, pero sobre todo al pequeño Tegu. No necesitaba preocuparse por Damballa, él fue el primero al que creó y quien más sentido común poseía. Aunque sus habilidades en el combate nunca habían superado las de Tegu, tendía a vencerle gracias a su astucia. Pero el cuervo era otro caso, era el menor de sus hijos y el más impulsivo, pero también alegre y amable, al fin y al cabo. Carácter que le había llevado a la muerte varias veces a lo largo de sus rencarnaciones.
Dejó de pensar en ellos al escuchar los pasos de uno de los vasi[4], concretamente, de uno de los pocos que no le temía, odiaba o despreciaba.
Iyilik, siempre es agradable verte por aquí—le saludó.
El guardián le respondió con una inclinación.
—¿Cómo se encuentra hoy, Zeker?
La criatura siseó y un crujido sonó en el interior de la celda donde se encontraba encadenada.
Atrapado, como un vulgar conejo en una trampa humana. Pero aparte de eso, acabo de tener una conversación con uno de mis hijos, lo cual alivia un poco ese sentimiento de frustración que lleva acompañándome durante más de quinientos años.
—¿Damballa otra vez?
No solo él, mi primogénito ha encontrado a uno de sus hermanos. Y si todo va bien, muy pronto encontrará a otro.
Iyilik esbozó una leve sonrisa. Como todos los de su especie, el vasi tenía forma humana con rasgos animales. Era alto, de casi metro noventa, y de constitución delgada, pero atlética y fuerte, como marcaban los músculos de su torso y sus brazos. La parte inferior de su cuerpo era de lobo, desde sus poderosas patas hasta la cola, y en su espalda nacían dos grandes alas, similares a las de un ave de gran tamaño. Su piel era blanca como la nieve, a juego con su cabello, que llevaba largo y recogido en una coleta baja que caía por uno de sus hombros. Sus dedos eran largos y terminaban en afiladas uñas, como el resto de los guardianes, y sus orejas también eran como las de un lobo, las cuales sobresalían de entre su cabello. Era apuesto, su rostro tenía facciones más suaves que la mayoría de los hombres, aunque su expresión normalmente seria solía persuadir a los demás de que no era una persona especialmente sociable o cercana. Lo que más llamaba la atención en él eran sus extraños ojos; el borde de sus irises era negro, pero el resto era de un tono blanco grisáceo, tan claros que algunos creían que era ciego.
Al esbozar la sonrisa, su cola se movió alegremente.
—Me alegro mucho de que haya encontrado a uno de sus hermanos. Eso le salvará, ¿verdad? No tendrá que sufrir un castigo por haberlos asesinado años atrás.
Así es, pero antes debe encontrarlos a todos, o de lo contrario Kirmi se verá obligada a castigarlo… el día que muera.
Iyilik arrugó la frente por la tristeza y bajó la cola, que quedó laxa.
—Pero ha encontrado a uno, eso ya es algo —le dijo al dios, quien ahora se movía en círculos en el interior de su celda, la cual se encontraba detrás de una enorme puerta de mármol negro con decoraciones de oro y plata, que representaba una batalla que se libró más de quinientos años atrás, en la que la criatura fue derrotada. Solo una pequeña ventanilla con barrotes permitía observar el interior, demasiado luminoso para el ser que solía morar en las sombras y que lograba sobrevivir gracias a la niebla negra con la que se cubría y que le protegía de la luz.
Damballa lo logrará, estoy seguro. Además, no está solo.
La frente de Iyilik volvió a alisarse, más relajada al escuchar las palabras de Zeker.
—Yo también tengo fe en él. —Miró el suelo, asaltado por una duda que llevaba algún tiempo rondándole por la cabeza.
Si tienes algo que decirme, dilo sin miedo. En este lugar apenas tengo poder para comunicarme con el mundo humano, así que no puedo hacerte ni un rasguño. Además, eres el único con el que puedo hablar aquí.
Iyilik lo meditó unos momentos antes de hacerle la pregunta.
—¿Aún le guarda rencor a Tanri?
La criatura permaneció en silencio mucho rato, pero cuando el vasipensaba que no iba a responder, Zeker le dijo:
Comprendo perfectamente por qué me hizo aquello, pero sí, aún le guardo rencor. Sin embargo, no tienes nada que temer, Iyilik. Aunque quisiera, sé que, al final, no podría hacerle daño.
El guardián parecía aliviado y triste al mismo tiempo. Iba a contarle lo que pensaba, pero unos nuevos pasos acercándose le obligaron a permanecer en silencio.
No tardó en aparecer una vasi, Hasalik. Era delgada pero voluptuosa, y la parte inferior de su cuerpo era de zorro. Su piel tenía varios colores; la mayor parte era rojiza como las hojas de los árboles en otoño, pero su vientre era blanco, y sus manos y las pezuñas de las patas eran negras. Sus alas también eran coloridas, resaltando más el tono rojo, combinado con unas cuantas plumas negras repartidas aquí y allá y unas pocas blancas. Sus uñas eran largas y filosas como las de Iyilik, y sus orejas de zorro, aunque solían estar ocultas bajo los largos tirabuzones pelirrojos que enmarcaban un rostro con forma de corazón. Sus facciones eran tiernas y dulces; los ojos de color ámbar, casi dorados; su sonrisa solía ser cálida y amable; y tenía una pequeña nariz.
Se acercó a Iyilik y le cogió de la mano.
—Kinskalik está reuniendo a todos los vasi, dice que se trata de los naik —le comunicó, preocupada y mirando la ventanilla por donde se vislumbraba una pequeña parte de la criatura que, al escucharla, se había envarado y ahora siseaba furiosa.
Iyilik asintió y apoyó una mano en la puerta de la celda.
—No te preocupes, me aseguraré de que no les pase nada a tus hijos.
Hasalik imitó el gesto.
—Nos aseguraremos los dos.
Zeker no dijo nada, pero su cuerpo se relajó y dejó de sisear. Ahora que estaba más calmado, pudo colocarse en posición para intentar descansar y dormir un poco.
Gracias—murmuró antes de cerrar los ojos y quedarse profundamente dormido.


Mevkut, Asikhava

—Vosotros no os mováis demasiado y nadie se dará cuenta de que estáis aquí —les dijo Shunuk antes de tapar el carro con una manta para evitar que Yilan e Irsis fuesen vistos por los soldados.
Irsis estaba muy incómodo. Había estado en lugares pequeños, pero nunca tan estrechos como en aquel carro lleno de provisiones y con un hombre corpulento de dos metros. Aun así, no se quejó, sabía que era necesario para cruzar la frontera y llegar al desierto. Solo esperaba que aquello durara poco.
Tanto él como Yilan escucharon entonces que un soldado se acercaba al vehículo y hablaba con Shunuk.
—¡Tú, esclavo! Enséñame qué llevas en ese carro.
—Provisiones, amo —respondió con tono impasible, sin acobardarse ante la presencia del otro hombre.
—Déjame verlas.
Shunuk fue a la parte trasera del carro y destapó una pequeña parte, procurando que no se viera a ninguno de los naik. El soldado pareció satisfecho, pero no se marchó, se quedó mirando al esclavo con una sonrisa torcida llena de desprecio.
—¿Qué? ¿Te asusta el desierto?
Shunuk permaneció en silencio con la cabeza agachada, manteniendo la actitud de un esclavo frente a su propietario. Sin embargo, el soldado lo achacó al miedo y soltó una risotada.
—Claro que te asusta, ¿a quién no? Te voy a contar un secreto, una vez entremos en el desierto, os daremos una sorpresa a ti y a tus compañeros.
En cuanto se marchó, Irsis se atrevió a susurrar:
—No tengo ni idea de qué será esa sorpresa, pero algo en su tono de voz me dice que no nos va a gustar.
Yilan entrecerró los ojos.
—Quieren usar a los esclavos para algo. Y teniendo en cuenta el trato que les dan, estoy de acuerdo contigo.
Después de eso, permanecieron un rato en silencio, escuchando las órdenes que ladraba el capitán a los soldados, sirvientes y esclavos que iban en la expedición. Tras unos veinte minutos que a Irsis se le hicieron eternos, el carro empezó a moverse, dirigiéndose al desierto.
—Oye, Yilan, ¿hace mucho que estás con Shunuk?
—Treinta y un años.
Irsis soltó una exclamación, sorprendido.
—Vaya, sí que es bastante tiempo. ¿Cómo os conocisteis?
Yilan cerró los ojos mientras recordaba aquella noche. Estaba huyendo de los soldados cuando olió el humo. Cabalgó hasta la colonia, que se consumía rápidamente por las llamas. Las colonias de esclavas estaban formadas únicamente por mujeres que eran violadas y que daban a luz niños destinados a servir a cualquiera que pudiera pagar un precio por ellos en cuanto llegaban a la adolescencia. Cuando él llegó, los soldados ya se habían ido, dejando a su paso un rastro de fuego y de cadáveres. No les bastó con matar a las mujeres, los pequeños que vivían allí tampoco se salvaron.
Excepto Shunuk.
Yilan abrió los ojos y observó a Irsis, que esperaba a que le respondiera.
—Yo huía de los soldados de Olum Isik cuando percibí el olor de un incendio. La colonia de Shunuk estaba siendo destruida por los soldados del rey.
—Espera, ¿entonces Shunuk es un esclavo de verdad? —preguntó Irsis, sorprendido—. Creía que solo fingía.
—Tiene el tatuaje que lo identifica como uno en el hombro, pero lo oculta siempre, a menos que necesite hacerse pasar por uno.
—Tú nunca le has tratado como tal, que yo haya visto.
—¿Tú lo harías?
Irsis se quedó pensativo unos segundos. Finalmente, se encogió de hombros.
—No. Me crie con mi abuelo, y él jamás creyó en la esclavitud. No ve que haya diferencias entre los esclavos y el resto de personas, salvo las que crean ciertos sujetos para beneficiarse —dicho esto, se centró de nuevo en la historia—. ¿Los soldados destruyeron la colonia? ¿En serio?
—Sí. Cuando llegué ya se habían marchado, las casas estaban ardiendo y los habían matado a todos. La madre de Shunuk era la única que seguía con vida. La habían violado y golpeado, sabía que no iba a sobrevivir y por eso me pidió que salvara a su hijo, que estaba escondido en la casa cubierta de llamas. Me pidió que lo salvara y yo le prometí que cuidaría de él.
—Y lo hiciste.
—Así es, no podía dejar morir a un niño pequeño. Desde entonces, ha estado conmigo.
Irsis sonrió.
—Así que es como una especie de hijo para ti, ¿no?
Yilan le devolvió el gesto.
—La verdad es que sí.
Durante un rato, ninguno dijo nada, simplemente se dedicaron a permanecer en silencio, disfrutando de la mutua compañía sin dejar de estar atentos a las conversaciones de los soldados por si ocurría algo. Pronto notaron que el carro se movía más suavemente, sin baches ni piedras que hicieran saltar el vehículo.
—Hemos llegado al desierto —anunció Yilan—, Yeralti Vala.
—¿Por qué vamos en carro, a todo esto? —preguntó Irsis—. Las ruedas se hundirán en la arena, ¿no?
—No si vamos por Taz Yol, el único camino lo suficientemente sólido como para que los caballos crucen el desierto llevando carros. Sin embargo, los akrehler sabrán que vendremos por aquí en cuanto nos oigan.
—Entonces, ¿por qué vamos por este camino?
—Para tres tropas de doce soldados que nunca han estado en el desierto, les es imposible cruzarlo a caballo sin agotar las pocas provisiones que podrían llevar encima. Así que la mejor forma de atravesar Yeralti Vala para ellos es por el Taz Yol con un par de carros.
—Mmm… Tú ya has estado aquí antes, ¿verdad?
—Sí, pero fue mucho antes de que nacieras.
—¿Cómo lo cruzaste?
—En mi forma diabólica. —Yilan esbozó una sonrisa perversa—. Las serpientes como yo sobrevivimos bastante bien aquí.
—¿Y qué comías?
—Créeme, eso no quieres saberlo.
Unos gritos interrumpieron la conversación. El capitán gritaba órdenes para organizar a los soldados y a los esclavos que conducían los carros, quienes chillaban aterrados. Escucharon que uno de los soldados intentaba llevarse a Shunuk.
—¡Vamos! ¡Ven aquí!
—Está bien, está bien, tranquilo. Usted quédese atrás.
Irsis intentó salir para ayudarle, pero Yilan lo agarró por la nuca y lo pegó al suelo del carro.
—¿Qué haces?
—Nos ha dicho que estemos tranquilos y que nos quedemos aquí.
—Eso se lo decía al soldado.
—¿Crees que Shunuk se preocupa por él? Te aseguro que no. Si salimos ahora, nos descubrirán, y eso no nos conviene teniendo en cuenta que esto está lleno de soldados. Espera un poco y no te preocupes. Shunuk no es tan inofensivo como parece.
Pese a que aún tenía sus dudas, Irsis se quedó donde estaba, con la inquietud carcomiéndole las entrañas.
Mientras tanto, los soldados habían reunido a todos los esclavos que iban con ellos y los habían echado dunas abajo, como cebo de algo que se acercaba rápidamente y que provocaba grandes nubes de humo.
Shunuk fue el primero en ponerse en pie. Era el único que mantenía la calma, observando a sus posibles depredadores, mientras que el resto intentaba escalar la duna para volver a los carros, cosa que los soldados les impedían mientras avanzaban, tratando de dejarlos atrás, abandonados a su suerte.
Lo primero que vio fueron las pinzas rojas de los akrehler, grandes escorpiones que eran poseedores de dos colas acabadas en mortíferos aguijones y con cuatro pinzas con las que machacaban a sus presas. Por arriba parecían negros con reflejos rojizos, pero el abdomen y las pinzas eran de un tono rojo más claro, casi brillante. Aparecieron dos en total, y fue cuestión de segundos que se lanzaran al ataque; uno se abalanzó sobre los esclavos, pero el otro, curiosamente, los ignoró y cargó contra los soldados y los carros.
Solo Shunuk permaneció quieto, con la mano en el interior de sus ropas, preparado para sacar su arma. El akrehlerse situó frente a él, chasqueando las pinzas en una clara amenaza, y esperó a que el humano huyera. Pero en vez de eso, Shunuk se lanzó a por él y, cuando el escorpión intentó golpearlo con una de las pinzas, saltó en el último momento, esquivándola, sacó su arma y la cortó limpiamente.
La criatura soltó un horrible chirrido y se movió de un lado a otro, sorprendida por el ataque. Shunuk se dio la vuelta y se deslizó por debajo del cuerpo del akrehler para, con su arma, consistente en una hoz con un largo mango enganchado a una cadena para luchas a larga distancia, apuñalar su abdomen. El escorpión lanzó otro chirrido, pero esta vez fue acompañado por uno de los aguijones, que rápidamente buscó al humano para atravesarlo. Shunuk se aferró a su hoz, todavía clavada en el vientre de la bestia, y cogiéndose a ella, alzó las piernas para esquivar el mortífero aguijón.
Una vez fuera de peligro, Shunuk quitó el arma del abdomen ensangrentado y la utilizó para cortar las tres pinzas que le quedaban al monstruo de una en una, escondiéndose bajo el animal para que no lo viera y esquivando los aguijones que empezaban a dar latigazos furiosos contra el suelo de arena.
Finalmente, Shunuk se colocó detrás y, utilizando la cadena, atrapó ambos aguijones y los llevó hasta el suelo para poder cortarlos con la hoz. Pero el akrehler aún no estaba acabado; dio media vuelta e hizo fuerza con los aguijones para lanzarlo al aire y aplastarlo contra el suelo, lo que dejó a Shunuk aturdido y malherido. El escorpióniba a darle el golpe de gracia, pero una sombra negra surgió de repente, llevándose a Shunukconsigo.
—¿Irsis? —preguntó Shunuk, todavía un poco mareado por el golpe.
El mismo.El grandioso y magnífico Irsis a tu servicio. Mi ayuda son cinco gumush pero por ser tú te lo rebajo a tres.
Shunuk esbozó una media sonrisa antes de sentir que el cuervo lo dejaba suavemente en el carro. Desde ahí, pudo ver a los soldados que habían sido asesinados por el otro escorpión.
—¿Dónde está Yilan? —Shunuk hizo una mueca de dolor al intentar levantarse, pero el ala de Irsis lo detuvo.
Quédate quieto, Yilan y yo nos encargamos de esos dos. Volveremos enseguida —dicho esto, el cuervo alzó el vuelo y se dirigió hacia el escorpión con el que Shunuk había luchado.
Descendió en picado y le arrancó una pata de un picotazo, luego repitió el proceso una y otra vez hasta que lo dejó sin patas, siempre sorteando los aguijones que aún seguían enrollados por la cadena de la hoz de Shunuk. Pronto lo dejó prácticamente indefenso, retorciéndose en la arena sin dejar de chillar, para después desgarrarle la cabeza con sus garras.
Por otro lado, Yilan no tenía dificultades con el otro akrehler. Al igual que Irsis, había adoptado su forma diabólica, consistente en una gigantesca serpiente blanca. Ya había luchado contra esas criaturas anteriormente y sabía cuál era su punto débil, así que se sumergió bajo la arena y apareció justo debajo de la bestia, donde se enroscó alrededor de su cuerpo, inmovilizándola, y luego la estrechó fuerza hasta que todos sus huesos se rompieron, matándola en el acto.
Poco después, Yilan e Irsis se unieron a Shunuk, quien había sufrido solamente un par de golpes no muy graves y había recogido su arma del cuerpo del escorpión.
—Gracias por salvarme, Irsis.
—No hay de qué, pero reconozco que me ha sorprendido que fueras capaz de luchar de esa manera.
—Yilan me ha enseñado bien.
Irsis miró a su hermano con una sonrisa torcida.
—Entonces supongo que podrías enseñarme algo, ¿no crees?
—Tú no necesitas que te entrene en ese aspecto, solo tienes que coger un arma y recordarás cómo la usabas en tus otras rencarnaciones.
—¿Qué cojones sois?
Los tres se giraron al escuchar aquella pregunta, que provenía de un soldado atrapado bajo un carro. Era el mismo que había interrogado a Shunuk antes de salir de Mevkut.
Irsis fue el primero en adelantarse y darle una patada en la mandíbula.
—Esto por usar a Shunuk como cebo, hijo de perra —le dijo con la voz llena de desprecio y escupiéndole en la cara.
El soldado gruñó y le lanzó una mirada envenenada.
—Golpéame todo lo que quieras, pajarraco de mierda, pero si vuelves a escupirme encontraré a tu padre, lo despellejaré, me mearé en sus entrañas y utilizaré su cabeza para limpiar el estiércol de mis caballos.
Irsis dejó escapar un silbido, impresionado.
—Menuda lengua tiene. ¿Nos lo podemos quedar, Yilan? Solo será por un tiempo, me gustaría ver si es capaz de hacerle todo eso a mi padre; sería divertido y además lo disfrutaría.
Yilan miró al susodicho con cara de pocos amigos. Si a Shunuk le hubiese pasado algo, habría descuartizado a ese hombre por entregarlo a los akrehler sin pensárselo dos veces. Pero, afortunadamente para él, no había sido el caso.
—Shunuk decidirá qué hacer con él. Al fin y al cabo, es a él a quien han echado a los escorpiones.
El aludido se adelantó y se agachó frente al soldado. Este no retrocedió, sino que lo desafió con la mirada, preparado para afrontar la tortura a la que lo sometería el esclavo. Conocía bien a los hombres, y sabía que, por naturaleza, eran rencorosos y vengativos, él mismo lo era. Sin embargo, sorprendentemente, el esclavo alzó el carro, liberando su pierna, lo arrastró lejos del mismo y comenzó a examinar su extremidad herida.
—¿Qué coño estás haciendo? —le preguntó el guerrero a pleno pulmón.
—Eso mismo quiero saber yo —intervino Irsis, cruzándose de brazos.
—Inspeccionar tu pierna —respondió Shunuk tranquilamente, como si estuviera hablando del calor que hacía en el desierto—. Tendré que desinfectar la herida. ¿Puedes pasarme una botella de ron, Yilan? Habrá alguna en los carros.
Yilan, en absoluto sorprendido, fue a buscar lo que le había pedido. Irsis, por otro lado, estaba incrédulo.
—¿No vas a matarle?
—Es obvio que no.
—¿Por qué? —preguntó el soldado en esta ocasión—. Te he usado de cebo.
—Y no te ha servido para nada. Yo estoy vivo, tus amigos muertos y tú herido. He salido ganando —respondió como si no fuera nada del otro mundo.
—¿Y qué opina tu amo de todo esto?
—A mí me da igual —contestó Yilan desde uno de los carros—. Por mí, Shunuk puede hacer lo que quiera.
El soldado lo miró como si estuviera chiflado.
—Es un esclavo.
—Y yo, por si no te has dado cuenta, un soluk, en teoría debería ser un esclavo también.
El hombre negaba con la cabeza, incapaz de creer lo que estaba viendo. Un esclavo al que había intentado matar tenía intención de curarle la pierna, un soluk en libertad, y el otro joven… Bueno, parecía el más normal de todos a pesar de que lo había visto transformándose en cuervo.
—¿Tú qué piensas de todo esto?
El chico se encogió de hombros.
—Yo personalmente te habría degollado.
—Yo también lo habría hecho.
—Sí, ¿verdad?
—Sin duda, y me habría hecho un collar con tus dientes después de arrancártelos uno a uno.
Irsis rio alegremente.
—¿Sabes, Shunuk? Será un cabronazo y un hijo de perra, pero me cae bien; tiene huevos, a diferencia de otros soldados maricones que abundan últimamente.
El hombre soltó una estruendosa carcajada.
—Deberías entrar en el ejército, chico, serías un buen soldado.
—Agradezco el cumplido, pero prefiero el oficio de ladrón. Es más económico y no tienes superiores que te digan lo que tienes que hacer.
El soldado asentía con la cabeza, mostrando su acuerdo con él.
—Cierto, yo debería haber seguido un camino parecido, pero mi padre me obligó a seguir la tradición.
—Yo tampoco le tengo un afecto especial a mi padre, pero gracias a él entré en el negocio. —Irsis soltó un suspiro, mirando al cielo—. Fueron unos años estupendos, sobre todo cuando le robé.
—¿Robaste a tu propio progenitor? —preguntó incrédulo el soldado y después volvió a reír. En ese momento, Yilan regresó con la botella de ron y se la tendió a Shunuk—. Eso sí que es tener cojones para… ¡Ah! —gritó cuando notó que la herida de la pierna le escocía horrores—. ¡Joder! Me cago en…
—No seas quejica —le interrumpió Shunuk mientras volcaba el licor sobre la herida—, que hay cosas peores.
En un par de minutos, Shunuk terminó de desinfectar la herida y de vendarla. Después, todos subieron al carro y continuaron el viaje, acompañados por el soldado, que se llamaba Zhor.
—Y yo que pensaba que no podía caer más bajo, y ahora mírame. Una pierna herida que tardará meses en curarse, salvado por un vulgar esclavo y viajando con dos naik. A mi padre le dará un infarto cuando se entere —dicho esto, soltó una carcajada, seguida de un comentario sobre lo mucho que le gustaría ver cómo le daba un ataque a su viejo.
—Oye, Shunuk, sé que ahora ese loco es responsabilidad tuya —le susurró Irsis al oído—, pero ¿no podríamos darle unos azotes? Solo unos veinte, para que aprenda a estar callado. ¿No opinas lo mismo, Yilan?
—A un hombre como él no podrás hacerle callar. Además, creo que podrá sernos de utilidad en un futuro.
Irsis reconoció una sonrisa calculadora en el rostro de su hermano.
—Tú estás tramando algo, y creo que a los humanos no les va a gustar.
—Por supuesto que no. He tenido tiempo de sobra para pensar lo que tendremos que hacer una vez estemos todos reunidos. Ya lo verás, Irsis. Los naik vamos a traer muchos problemas a estos reinos.
El joven sonrió, satisfecho con la idea.
—Me gusta cómo suena eso, hermano. Me gusta.


[1]N. del A. El Gun es la región donde se encuentra Siyagun. Años atrás, estaba formada por los reinos independientes de Siyagun, Mavigun, Kirmigun y Altingun.
[2]N. del A.El althin es la moneda de oro, la más valiosa de todas. Una moneda equivale a cincuenta gumush y a cien bakir.
[3]N. del A. El gumush es la moneda de plata, la segunda más valiosa. Una moneda equivale a cincuenta bakir, y cincuenta monedas, a un althin.
[4]N. del A. Los vasi son criaturas que están al servicio de Tanri, la divinidad que cuida de los humanos y contraparte de Zeker. También se les llama guardianes.

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