Capítulo 2. La trampa del cuervo
Aldatma, Asikhava
Finalmente, habían
llegado a la frontera de Yayla. Separando el reino del norte y Asikhava, había
un gran río de frías y caudalosas aguas, con rápidos que en más de una ocasión
habían acabado con la vida de los que habían intentado cruzarlo.
Yilan y los demás
lo contemplaron fijamente, preguntándose cómo iban cruzar.
—¿Tú puedes hacer
algo para que el agua sea más calmada, Suh? —le preguntó Alev a su hermana, que
negó con la cabeza.
—Yo domino el agua
salada. Me temo que mi poder se limita a la costa. —Miró el cielo con una
mueca—. Ni siquiera aquí puedo crear una tormenta.
—Entonces me
encargo yo —dijo Kafa, que puso ambas manos en la orilla y se concentró en la
tierra que había bajo el río.
Los demás notaron
un leve temblor en el suelo que apenas duró unos instantes; desde la otra orilla
hasta donde se encontraban ellos, surgieron a la superficie un montón de rocas
húmedas que creaban un puente.
Kafa se levantó e
hizo un gesto para que pasaran.
—Solo he tenido
que hacer que las rocas más anchas salieran del suelo. Pero tened cuidado cuando
saltéis, están moja… —No pudo terminar la frase. Como de costumbre, un alegre
Irsis se había adelantado y saltaba de piedra en piedra.
—Ya empieza
—comentó Alev, rodando los ojos y disponiéndose a seguirle—. ¡Irsis! ¡Haz el
favor de tener cuidado! —gritó al mismo tiempo que saltaba a la primera piedra.
—¡Alev tiene
razón! —le advirtió Kafa en esta ocasión—. El río es muy profundo y… —Los
gruñidos de los tibicenas le
interrumpieron.
Los miró
extrañado, viendo cómo el pelo de su lomo se erizaba y la forma en que
fulminaban el río con sus ojos rojos y los colmillos al descubierto. Cuando
dirigió su vista hacia la misma dirección, vio, por un instante, que algo
sobresalía del agua.
—Yilan —le llamó.
Su hermano se colocó rápidamente junto a él y contemplaron el agua. No
volvieron a ver nada, pero los tibicenas
sí debieron hacerlo, pues empezaron a ladrar hacia el lugar donde se encontraba
Irsis, que se había detenido y los miraba con el ceño fruncido.
En ese instante,
algo salió del agua. Todos lo miraron horrorizados, quedándose muy quietos de
repente.
El joven, al ver
su expresión, también se quedó muy quieto.
—Está a mi lado,
¿a que sí? —Nada más pronunciar esas palabras, notó una fuerte corriente de
aire que le revolvió el pelo.
—Irsis, no te
muevas —le dijo Yilan muy lentamente.
Aunque el joven
obedeció, no fue suficiente para que el gigantesco cocodrilo no se percatara de
su presencia y abriera las fauces para tragárselo. Afortunadamente, algo le
cerró la boca antes de que se abalanzara sobre el muchacho.
Era Alev, que se
había transformado en coyote y ahora estaba sobre el morro del animal,
aferrándose a él con fuerza para no caer.
—¡Corre, Irsis!
El joven obedeció,
pero no le sirvió de mucho. El cocodrilo hizo un movimiento brusco y levantó
una ola que lo arrastró y lo llevó a los rápidos. Se golpeó contra varias
piedras antes de ver que se dirigía a unas rocas aún más afiladas…
Pero no llegó a
tocarlas. Suh lo cogió de la camisa con una garra y alzó el vuelo para dejarlo
sano y salvo en la otra orilla.
—¿Estás bien? —le preguntó, inquieta, a
lo que Irsis respondió con un gemido.
Se había dado en
la cabeza y todo le daba vueltas.
—No… No estoy muy…
Suh se asustó
cuando se desmayó, pero el miedo duró solo un instante, ya que vio que todavía
respiraba.
El gemido de Alev
hizo que volviera a prestar atención al combate. El cocodrilo se había librado
de él lanzándolo por los aires y había chocado violentamente contra la orilla
donde estaban ellos.
La bestia iba a
lanzarse sobre ella cuando una piedra salida de la nada lo golpeó en la
mandíbula.
Kafa, transformado
en un perro negro, saltaba sobre piedras que salían del río a su paso y se
abalanzó sobre el cocodrilo, colocándose en su lomo e intentando morderle el
cuello con sus fauces.
—¡Corred! —gritó a sus compañeros.
Estos pasaron el
puente que había creado Kafa mientras él y Suh contenían a la criatura. Él
seguía subido a su lomo y ella le tiraba de la cola, con lo que en más de una
ocasión se ganó algún latigazo mientras que Kafa acabó varias veces en el agua.
Cuando todos
hubieron pasado, Suh voló a la orilla y Kafa saltó hasta llegar a tierra firme.
Una vez ahí, viendo que la bestia se disponía a seguirlos, alzó un muro de
piedra a lo largo del río que le impidiera pasar.
Dejó escapar un
suspiro de alivio mientras se transformaba en humano y regresó con los demás.
Theror y Veba ya le traían sus pantalones y su camisa, totalmente empapados.
—¿Estáis todos
bien? —preguntó mientras se ponía los pantalones.
Suh ya se había
puesto la túnica y Alev acababa de despertarse, un tanto aturdido por el golpe.
Pero Irsis no se movía, a excepción de su pecho que subía y bajaba.
—Tiene sangre en
la cabeza, pero no es mortal —anunció Shunuk tras inspeccionarle.
Yilan contempló a
todo el grupo y después el muro que había levantado Kafa. Desde ahí, se podían
escuchar los rugidos de la bestia y sus intentos por atravesar la pared de
piedra.
—¿Aguantará? —le
preguntó.
—Si sigue
golpeando de esa forma, no durará mucho tiempo.
—Entonces,
pongámonos en marcha.
Para entonces,
Alev, Suh y Kafa estaban totalmente vestidos mientras que Yilan cargaba con el
joven inconsciente. Shunuk, Zhor y los tibicenas,
al igual que el resto, estaban empapados gracias a las olas que había provocado
el combate contra el cocodrilo.
—¿Qué era eso,
Yilan? —le preguntó Kafa al mirar atrás por última vez y ver que su muro se
estaba resquebrajando.
—Tishar. Una
criatura que antiguamente se comía los cadáveres que lanzaban los humanos al
río. —Yilan también miró atrás—. Hay una leyenda que dice que antes vivía en el
mar y que se comía los barcos, pero con el tiempo, el mar se volvió demasiado
salado y tuvo que buscar un río donde vivir. Parece que ahora aprovecha todo lo
que pasa por sus dominios.
Kafa se quedó
pensativo.
—¿Y cómo lo harán los
trasnos para pasar al otro lado?
—Ya oíste lo que
dijeron Alev e Irsis. Lo que mejor se les da es esconderse y huir.
Sí, pero si esos
seres eran capaces de escapar de algo tan feroz como Tishar, ¿cómo iban ellos a
poder atrapar uno solo?
Olum Isik, Siyagun
El funeral de
Aglaya fue muy breve, pero acudieron todas las familias que acostumbraban a ir
a la posada e incluso muchas otras que no la conocían de nada y que solo iban
por curiosidad… y, probablemente, por los rumores que Deger había desperdigado
por toda la ciudad.
Kedi era el único
del burdel que había acudido al funeral. Era trágico lo de esa joven, y
mientras las mujeres lloraban junto a la posadera y su hija pequeña, los
hombres murmuraban palabras que al rey no le gustaría escuchar.
Ningún sacerdote
se había atrevido a dirigir el entierro, por lo que lo hizo un herrero, íntimo
amigo de la familia. Dijo unas palabras de ánimo antes de ceder el turno a las
amigas de la fallecida, que a duras penas pudieron hablar. Después, todos los
asistentes rezaron en silencio para que Tanri acogiera su alma y, finalmente,
le dieron el pésame a la familia tras echar flores blancas sobre la tumba de la
joven.
Él fue de los
últimos en acercarse a la posadera, la cual apenas era consciente de lo que
sucedía a su alrededor.
—Siento mucho lo
que le ha sucedido a su hija, señora —le dijo, a pesar de que sabía que no le
escuchaba. Tal vez fue por eso, o tal vez por sus lágrimas, que se inclinó para
susurrarle—. El rey caerá. Se lo prometo.
Iba a marcharse
cuando una mano firme le cogió del brazo. Los ojos azules de la mujer se
encontraron con los suyos y, esta vez, no había tristeza en ellos, sino un
brillo de reconocimiento en los ojos. Entonces, se dio cuenta de que no le
miraba a la cara, sino al pecho, concretamente a la marca que se entreveía por
su camisa desabrochada.
—Tú eres… —susurró
la posadera con voz temblorosa.
Kedi le guiñó un
ojo, le apartó la mano con suavidad y le acarició el brazo en un gesto de
consuelo antes de marcharse.
La mujer contempló
a aquel completo desconocido durante largo rato, incluso después de desaparecer
entre las tumbas del cementerio.
Solo cuando su
hija pequeña le tiró del vestido volvió a centrarse en la realidad.
—¿Quién era, mamá?
Le sonrió todo lo
que pudo y se inclinó un poco para abrazarla.
—No era nadie,
cariño —le dijo mientras miraba por el rabillo del ojo el lugar por el que
había desaparecido aquel hombre—. No era nadie.
Lejos de allí,
tras los muros blancos del palacio del rey, concretamente en uno de los patios repletos
de ricos jardines, dos soldados hacían su ronda mientras hablaban de la joven a
la que había asesinado el rey.
—¿Tienes idea de
por qué la mató?
—Tuvo una niña, y
ya sabes lo que pasa cuando los reyes tienen hijas.
—En realidad, no.
—¿No sabes lo de
la maldición de Hasade?
El soldado frunció
el ceño.
—¿La princesa que
se enamoró de aquel soluk y traicionó
a Siyagun?
—La misma. Cuando
mataron a su amante, entregó el tesoro a los soluk mientras ella distraía a los soldados. Con su último aliento,
maldijo a todos los reyes de Siyagun a que si tenían una niña, ella los
asesinaría para vengar la muerte de su amante.
—¡Bah! ¿Y el rey
se cree esas chorradas?
—En aquella época
tampoco la creyeron. El hermano menor de la princesa ocupó el trono y tuvo un
hijo que reinó, pero él tuvo una niña. Una niña que, al convertirse en mujer,
mató a sus padres y a gran parte de los soldados.
—¿En serio?
—Afirmó que era la
princesa Hasade que volvía de entre los muertos para vengarse. De ahí que desde
entonces se mate a todas las niñas.
—¿Y qué le pasó a
esa mujer?
—Los soldados la
mataron. Pero antes de morir, dijo que volvería, que mientras nacieran niñas
ella seguiría matando hasta acabar con el linaje real de Siyagun.
—Por Tanri…
—¿Ahora comprendes
que la haya matado?
—Sí… Y yo que
creía que el rey había sido cruel.
—¡Vamos, Kuvet!
¡Era solo una puta a la que el rey se tiraba! ¿Qué más da que muera?
—La pregunta es
qué hacía en el palacio. —Repentinamente, frunció el ceño, extrañado—. Ahora
que lo pienso, yo nunca he visto a la reina, ¿tú sí?
—¡Uf! Hace
muchísimos años y desde lejos. No era más que un novato.
—¿Sabes por qué no
se la ha vuelto a ver en el palacio?
—Los sacerdotes
dicen que padece una terrible enfermedad que no pueden curar, pero su alteza
sigue luchando con todas sus fuerzas, eso es lo que la mantiene viva, aunque no
parece que mejore.
—¿Por eso el rey
necesitaba a esa niña? ¿Para tener un heredero?
—¿Qué estás
diciendo? El rey solamente necesitaba satisfacer sus necesidades. Todo el mundo
sabe que desde muy joven le han ido las rameras. Aunque, siendo sinceros, yo
también me la habría follado. —Soltó una carcajada—. Sí, la jovencita parecía
una de esas zorritas que se hacen las inocentes, pero seguro que lo que más le
gustaba era que le dieran por de…
Kuvet no estuvo
muy seguro de lo que pasó a continuación. Su compañero, un veterano, cayó al
suelo con la nuca llena de sangre. Después, algo lo lanzó contra el pasadizo de
piedra y empezó a darle puñetazos en la cara hasta que se quedó aturdido y
sangrando.
Luego, fuera quien
fuera, lo cogió por el cuello y lo acorraló contra la pared. No podía verle la
cara, pues estaba oculta por una capucha, pero sí veía los labios apretados y
la mandíbula tensa.
—Con que zorra,
¿eh? —comentó con voz gélida.
—¿Quién…?
El extraño le
golpeó la cabeza contra la pared.
—El único que va a
hablar aquí soy yo. —Sin dejar de cogerle del cuello, le puso delante del
cadáver y le obligó a mirarlo—. ¿Lo ves bien? Tú acabarás igual si gritas.
Vamos a tener una charla muy larga en un lugar más privado y, según lo que
contestes, salvarás tu vida o tendrás el mismo destino que tu amigo.
Kusuk, Yayla
Hacía horas que
habían abandonado la frontera y ahora estaban a poca distancia de las murallas
de la ciudad. A pesar de que el verano ya había empezado, el clima en Yayla era
ligeramente más frío, aunque no lo suficiente para dejar de llevar las camisas
sin mangas y ponerse túnicas gruesas y pieles de animales.
Irsis, gracias a
los dioses, había despertado al mediodía y no tenía más que unos moratones y
varios rasguños además de la herida de la cabeza, que no dejaría ningún daño
grave. Suh, Kafa y Alev no tenían nada más que unos cuantos golpes,
afortunadamente.
El resto estaba
bien, pero cansado. Así que al anochecer buscaron un claro en el bosque donde
poder dormir hasta reprender la marcha a primera hora de la mañana.
Lo que no sabían
era que alguien les había estado observando desde que entraron en el bosque,
tras enfrentarse a Tishar. Ahora, campaban a sus anchas entre ellos, pisando
sigilosamente el suelo y rebuscando entre sus bolsillos lo que se les había
caído por el camino.
Eran criaturas que
no superaban el metro de altura, con la piel morena y espesa barba oscura. Iban
vestidos con ropa verdosa y marrón para confundirse con los árboles y se
desplazaban con grandes y veloces saltos.
Al principio, no
encontraron nada más que unas míseras monedas en sus bolsillos, pero tras
rebuscar entre sus cosas vieron, oculta en un forro, una bolsita de cuero que
contenía unos cuantos gumush.
En ese instante,
escucharon un ruido, el ruido de un ave que les aterraba más que ninguna otra
cosa en aquel mundo y que parecía provenir de todas direcciones. Soltaron la
bolsa y empezaron a dar saltos caóticos, chocándose los unos contra los otros
mientras rebotaban en los árboles e intentaban escapar.
Sin embargo,
cuando todos estaban tan confusos que no sabían a dónde ir, algo cayó del
cielo, atrapando a uno de ellos y permitiendo que los demás se desperdigaran
por el bosque, de regreso a su escondite.
—¡Suéltame!
¡Suéltame! —gritó el trasno al mismo
tiempo que intentaba quitarse la bolsa negra de encima, pero Irsis le hizo perder
el equilibrio y, tras pedirle ayuda a Kafa, levantaron a la criatura y la
llevaron junto a sus compañeros.
—Cómo pesa…
—comentó Kafa antes de dejarlo en el suelo y mirar a Shunuk—. ¿Listo?
Este miró a Zhor y
a Yilan.
—Que no se os
escape.
El soluk asintió y miró a sus compañeros.
—Quitádsela.
En cuanto Irsis y
Kafa abrieron la bolsa, el trasno
intentó escapar, pero Yilan y Zhor lo atraparon con sus poderosos brazos y lo
inmovilizaron el tiempo suficiente para que Shunuk lo atara con la cadena de su
arma.
El más joven puso
los brazos en jarra y sonrió.
—Vamos, decidlo.
Soy un genio.
—No hasta que
tengamos la información, niño —gruñó Zhor.
—¡Y dale con el
niño!
—Dejadlo de una
vez —ordenó Alev, dándoles una colleja a cada uno—. Os estáis comportando como unos
críos y no tenemos tiempo para eso.
Ignorándolos por
completo, Yilan se había agachado frente al trasno
para hacerle las preguntas que podrían conducirlo hasta alguno de sus hermanos.
—¿Sabes dónde
podemos encontrar algún naik?
La criatura le tiró
un escupitajo que logró esquivar.
—Que te den. No
pienso decir nada.
—¿Estás seguro?
—preguntó Irsis con una gran sonrisa.
El trasno apartó la vista después de
dedicarle un insulto que solo hizo que Zhor se partiera de risa mientras que
los demás hacían muecas desagradables. Irsis, en cambio, se encogió de hombros,
quitándole importancia.
—Tú lo has querido
—dicho esto, hizo un ruido idéntico al de un graznido.
Al principio, no
sucedió nada pero, después, una bandada de aves negras revolotearon a su
alrededor hasta posarse en los árboles. Eran cuervos, docenas de cuervos que
observaron con sus negros ojos al trasno
que se había puesto a luchar contra las cadenas y a gritar en cuanto había
reconocido a los pájaros.
—¿Qué diablos le
pasa? —preguntó Suh con el ceño fruncido.
El muchacho
sonrió.
—Son pocos los que
saben que antiguamente los trasnos
vivían en las copas de los árboles. Se dice que un día que buscaban comida,
cogieron los huevos de un cuervo sagrado de Ruzgar y se los comieron. Al
parecer, el dios condenó a los hijos de los trasnos
a ser devorados por cuervos cada vez que estos abandonaran las copas de los
árboles. —Hizo una pausa y sonrió—. Por eso os dije que dejarais que me
encargara de ellos —tras decir esas palabras, se acercó a su prisionero y cruzó
los brazos—. Bueno, amigo mío, si no quieres hablar, no sirves para otra cosa
que no sea para dar de comer a mis cuervos. Tú eliges.
El trasno le miró y después contempló a las
aves. Chilló cuando una de ellas se posó en el hombro del muchacho y empezó a
graznar y a moverse inquieta.
—¡De acuerdo, de
acuerdo! Os diré lo que queráis.
Irsis esbozó una
gran sonrisa y les dedicó una reverencia a sus compañeros.
—Altezas, la
bestia ha sido domada.
A partir de ahí,
Yilan tomó el mando e hizo las preguntas. El trasno, que se llamaba Medoren, les dijo que, tal y como les contó
Lis, había rumores sobre un naik en
Damavand, pero sus compañeros aún no lo habían confirmado. Sin embargo, sí
sabía de uno muy violento que atacaba a los humanos que se adentraban en su
territorio, uno que se transformaba en lobo.
—Fenrian —murmuró
Yilan con los ojos entrecerrados—. ¿Dónde está?
—En Feryat Dag,
con una manada de hombres lobo.
Mierda. Yilan
había sentido la presencia de esos demonios e incluso había llegado a ver una
pareja merodeando por esa montaña. Eran bestias impredecibles y violentas,
especialmente cuando alguien entraba en sus tierras.
Y Fenrian no era
distinto. De todos los naik,
probablemente él era el más feroz y agresivo.
—¿Sabes algo más
sobre él?
—Los humanos hace
años que van tras él, pero no han conseguido nada. —Medoren soltó una risilla—.
Pero, ¿qué esperaban? Feryat Dag es su montaña, la conoce mejor que nadie. Y,
además, es un demonio.
Yilan miró a sus
hermanos. Todos habían escuchado perfectamente y comprendían lo que aquello
implicaba, sobre todo Suh, que había pasado la mayor parte de su vida entre
demonios.
Lo más seguro era
que Fenrian se comportara como ellos. Especialmente si había estado con ellos
durante su niñez.
—¿Algo más que
tengamos que saber?
Medoren miró a
Irsis, quien le sonrió desvergonzadamente al mismo tiempo que su cuervo
graznaba, amenazador, algo que hizo que pegara un salto.
—Esto… No se ha
confirmado todavía, pero mis compañeros han oído que el rey de Siyagun ha
ofrecido una suculenta recompensa a aquel que mate a los naik… Y el rey de Yayla tal vez haya enviado soldados para cazar a
Fenrian.
Los naik se miraron los unos a los otros,
pero no dijeron nada y esperaron a que Yilan hiciera la siguiente pregunta. Sin
embargo, él ya tenía todo lo que quería saber sobre su hermano.
—Bien. Ahora,
háblanos de la anjana que capturó tu
grupo.
El trasno miró a ambos lados, como si
buscara una forma de escapar, pero en cuanto hizo amago de intentar librarse de
las cadenas disimuladamente, los cuervos graznaron y movieron las alas, algunos
incluso bajaron al suelo y se colocaron a su alrededor.
Irsis, aún sonriendo,
movía la cabeza de un lado a otro.
—Si yo estuviera
en tu lugar no haría ninguna estupidez y respondería a las preguntas de mi
hermano.
Medoren soltó una
maldición y observó a las aves.
—Cogimos una hace
días, pero ya no la tenemos, la vendimos.
Yilan miró a su
hermano pequeño, quien esbozó una sonrisa cruel.
—¿En serio? Qué
pena. —Hizo un gesto con la mano—. Coméoslo, chicos.
Los cuervos
graznaron alegres y se lanzaron a por el trasno,
que empezó a gritar.
—¡Esperad,
esperad! ¡La tenemos, la tenemos!
Irsis silbó y las
aves se apartaron, posándose en las ramas de nuevo.
—Te escucho.
—Está en nuestra
guarida.
—Perfecto.
Entonces, tú nos la traerás. —Medoren iba a decir algo, pero el joven se le
adelantó—. Mis cuervos te seguirán hasta vuestra guarida, te estarán vigilando.
Si no nos traes a la anjana, les
ordenaré que os ataquen y que se coman a vuestros hijos. ¿Está claro?
El trasno asintió e Irsis volvió a silbar.
Los cuervos abandonaron las ramas y desaparecieron entre las sombras. Desde
luego, sabían esconderse.
—Bien. Shunuk,
quítale las cadenas. Medoren, tienes media hora para traerme la anjana. Si no has llegado en ese tiempo,
mis cuervos os matarán.
El trasno tragó saliva y salió pitando,
saltando velozmente en dirección a su guarida. Por otra parte, Yilan palmeó el
hombro de su hermano menor.
—Buen trabajo.
El joven miró a
Zhor sin dejar de sonreír.
—Ahora ya puedes
decir que soy un genio.
El soldado gruñó
mientras que los demás reían. Sin embargo, Irsis percibió la preocupación de su
hermano mayor.
—¿Qué ocurre,
hermano?
Yilan frunció el
ceño.
—Fenrian me
preocupa. Su antecesor enloqueció y estuvo a punto de matarme.
—Bueno, también
nos preocupaba Suh y al final no nos hizo daño, ¿no?
El soluk hizo una mueca.
—Supongo que sí.
Pese a su respuesta,
tenía un mal presentimiento. Ese naik
le inspiraba temor desde que se enfrentó a él décadas atrás. No era un rival
fácil de vencer teniendo en cuenta sus poderes y su agresividad.
Si se volvía en su
contra junto a los hombres lobo, tendrían muchos problemas.
Olum Isik, Siyagun
El rey caminaba de
un lado a otro en su despacho mientras el sumo sacerdote le observaba con el
rostro inexpresivo. Sabía que su señor estaba sufriendo mucha presión y que el
pueblo entero empezaba a dudar de su monarca.
En primer lugar,
estaban los naik. La amenaza de
Damballa aún seguía en pie y, ahora que sabía que viajaba con otros cuatro
hijos de Zeker, estaba mucho más nervioso. En pocas palabras, si encontraba a
los que faltaban y además contaban con la llave que robó uno de sus aliados…
Siyagun estaría perdido y, después, el resto del mundo.
A continuación,
estaba el tema de su heredero. La reina se negaba a acercarse al rey y este
tampoco quería forzarla a causa de la poderosa protección con la que contaba.
También estaba ese hijo al que nadie había visto y que era deforme. Y,
finalmente, estaba la joven a la que el rey había asesinado.
Resultaba irónico.
Siete meses atrás el rey estaba totalmente seguro de que el problema de su
heredero estaba solucionado. Pero no. Probablemente Zeker escuchó los insultos
de su majestad y se vengó dándole como heredero a una niña maldita que
provocaría su muerte.
Y la muerte de la
madre de esta había provocado que el pueblo empezara a estar descontento con el
rey.
En realidad, había
actuado sin pensar. Todo el mundo sabía que frecuentaba burdeles, pero llevarse
a una joven campesina y retenerla en palacio por motivos que el pueblo
desconocía había hecho que sus súbditos empezaran a sospechar.
Ahora se
preguntaban dónde estaba la reina y por qué no tenían un heredero, además de la
razón por la que su alteza había matado a esa pobre chica que él mismo se llevó
y a su propia hija.
Sin duda, algo no
cuadraba en aquella historia. ¿Cómo se habían enterado los campesinos de que la
joven estaba embarazada? El cuerpo de la niña había sido enterrado en una
capilla construida precisamente para las recién nacidas de los reyes y sellada
con poderosos hechizos.
La única manera
era que alguien del palacio lo hubiera ido contando en la ciudad, pero, incluso
así, había muy poca gente que tuviera acceso a los aposentos del rey, todos
ellos leales a su majestad, y, en cuanto a la criada que había atendido a esa
muchacha, era fácil de controlar gracias a su hijo pequeño.
¿Qué estaba
sucediendo en palacio? ¿Acaso había algún espía?
El sumo sacerdote
interrumpió sus pensamientos cuando los generales del rey entraron en el
despacho. Ambos le hicieron una profunda reverencia al monarca y después se
llevaron la mano al pecho.
—Mi rey. Sumo
sacerdote —saludaron al unísono.
El rey los miró
con ojos cansados, pero su voz era firme y autoritaria.
—Generales. —Hizo
un gesto de la mano, invitándoles a sentarse—. Seré muy breve. Les haré una
pregunta y dependiendo de la respuesta os daré unas órdenes u otras. —Los dos
hombres asintieron—. Bien. ¿Qué sabemos de los naik?
Los soldados se
miraron un instante y después fue el general encargado de la protección del
palacio el que respondió:
—Por el momento,
sabemos que son cinco demonios que van acompañados de dos hombres.
—¿Sabemos qué naik son aparte de Damballa?
—Por la
información que recogimos de Liman, están Mattia y Tegu. De Dumanli Dag, por
algunos rumores, suponemos que se trata de Guayota, y gracias al general de
Mevkut sabemos con seguridad que el otro es Galner.
El rey se tapó la
cara con una mano antes de echarse el cabello rubio hacia atrás.
—¿Sabemos algo de
esos dos hombres que los acompañan?
—Uno de ellos es
uno de nuestros soldados —respondió el general que protegía la ciudad—. Su
nombre es Zhor Vasci. Es hijo de uno de nuestros capitanes y hermano de Askeri,
uno de los estrategas y también capitán, y de otro soldado que hace guardias en
palacio. Tenía otro hermano, pero murió.
—¿Y el otro
hombre?
—Un completo
desconocido. No sabemos ni su nombre, de dónde viene ni mucho menos si tiene
una familia a la que podamos interrogar o utilizar para que venda a los naik, pero el capitán que enviamos al
desierto cuando intentábamos matar a Guayota lo vio luchando contra un akrehler. Y dice que era muy bueno.
El rey asintió y
se quedó en silencio, reflexionando. El sumo sacerdote y los dos generales
esperaron pacientemente a que terminara totalmente quietos y sumidos en sus
propios pensamientos.
El líder
espiritual todavía se preguntaba quién podía haber en palacio que estuviera
dando noticias a los campesinos, sin encontrar una respuesta convincente y sin
pensar siquiera en los pasadizos secretos que había bajo el castillo y en sus múltiples
puertas ocultas y escondites.
El general
encargado de la protección de la ciudad, un hombre de complexión robusta y
musculosa e inteligencia despierta, montaba en su cabeza una batalla contra los
naik, pensando en la mejor forma de
detenerlos sin éxito. Lo ideal sería enviar a todo el ejército a por ellos,
como hicieron cuando Damballa intentó asesinar al rey y luego huir de la ciudad
treinta años atrás, pero ni siquiera entonces pudieron atraparle. Además,
enviar a todo el ejército implicaría dejar desprotegida la capital y también el
palacio, y lo último que quería era que cualquiera de los otros reinos
intentara una invasión.
Por otra parte, el
general encargado de defender el palacio pensaba en algo muy distinto. Era tan
musculoso como el otro soldado y cumplía muy bien su trabajo; organizaba las
guardias, entrenaba con mano de hierro a sus hombres, robaba, sobornaba,
chantajeaba, amenazaba, torturaba y mataba a quien ordenara el rey y procuraba
que los soldados bajo su mando jamás se atrevieran a cuestionar sus órdenes. Y,
sin embargo, a pesar de saber cuál era la situación del reino, lo único que
hacía era buscar una elaborada excusa para dar esquinazo a su mujer e ir a un
burdel.
En su defensa,
había que decir que el hombre tenía mérito por mantener su rostro serio e
inexpresivo cuando en su fuero interno ya celebraba que esa noche estaría muy
ocupado desvirgando los traseros de unos cuantos jovencitos.
Tal vez fue por
eso que se sobresaltó cuando el rey dijo:
—Vamos a cambiar
de estrategia respecto a los naik. No
quiero que les sigáis ni que intentéis nada contra ellos, ya lo harán los que
quieran conseguir la recompensa por sus cabezas. Vosotros averiguad dónde han
estado y quién va con ellos en todo momento. Si podéis interrogar a alguien que
haya hablado con ellos, hacedlo.
—¿Solo eso, mi
rey? —preguntó el general de la ciudad.
—No. Buscad por
vuestra cuenta al resto de los naik.
Daremos con ellos antes y los mataremos. De esa forma no podrán liberar a
Zeker. Eso es lo primero. —El rey hizo una pausa mientras cruzaba los dedos de
las manos—. Más tarde daremos caza a Damballa. Retiraos.
—Mi rey —se
despidieron los generales, llevándose una mano al pecho, antes de desaparecer
por la puerta.
El sumo sacerdote
también iba a marcharse, pero el monarca lo detuvo en el último momento.
—Aguarde un
momento, buyukutsal[1].
Este cerró la
puerta de nuevo y se sentó.
—¿Qué puedo hacer
por usted, mi rey?
El soberano se
levantó y volvió a pasearse por el despacho. Tenía una expresión sombría en el
rostro.
—Puesto que Zeker
me ha privado de tener descendencia y mi hijo es deforme y no puede gobernar,
me temo que ha llegado el momento de utilizar un último recurso. —Hizo una
pausa y suspiró, cansado, antes de detenerse frente al sacerdote y mirarle muy
serio—. Quiero que este asunto se lleve con la mayor discreción posible. ¿Lo
comprende?
—Por supuesto, mi
rey. Decidme cómo puedo serviros.
—Envía a tus
hombres a los burdeles y averiguad si tengo algún hijo bastardo. —Hizo una
mueca—. No me gusta la idea, pero no tengo otro remedio. Soborna a las familias
para que entreguen al niño o mátalos. Diremos que es el hijo de mi reina y,
según su edad, inventaremos algo para explicar su ausencia.
El sumo sacerdote
hizo un gesto afirmativo.
—Así se hará, mi
rey. ¿Deseáis algo más?
—No, es todo por
ahora. Retiraos a descansar, buyukutsal.
El anciano se
levantó y cerró muy suavemente la puerta tras él. Contempló el largo pasillo,
iluminado por la luz de la luna, con su único ojo antes de recorrerlo. A su
derecha, tenía la pared de piedra y estatuas que representaban a nobles
soldados, poderosos sacerdotes y famosos ministros. A la izquierda, estaba el
balcón y las gruesas columnas que sostenían el pesado techo.
Sin embargo, no
podía localizar la extraña y sombría presencia que inundaba el aire con su sed
de sangre.
—Seas quien seas,
muéstrate —susurró.
Entonces, escuchó
una especie de siseo. Miró a todas partes, pero no vio a nadie, y sus hechizos
de percepción tampoco localizaban a aquel ser maligno. Empuñó su báculo y
conjuró un hechizo para iluminar todo el balcón, alcanzando a vislumbrar una
sombra que saltó la balaustrada y se marchó corriendo, esquivando ágilmente
cualquier obstáculo y desapareciendo por una esquina.
Tras dar la voz de
alarma, esperó a que los soldados atraparan al hombre encapuchado que se había
infiltrado en palacio sin la menor dificultad. Pero, para su sorpresa, lo único
que encontraron fueron pasadizos solitarios y jardines desiertos.
Kusuk, Yayla
Zhor contempló con
el ceño fruncido al más joven del grupo.
Hacía veinte
minutos que ese trasno o como se
llame se había marchado y ahora esperaban en silencio su regreso. Yilan y
Shunuk hablaban en voz baja sobre Fenrian, Suh practicaba distraída con los
sables, Kafa acariciaba a los tibicenas
y Alev estaba sentado en la rama de un árbol, atento a cualquier sonido o
sombra sospechosos.
Irsis, por su
parte, estaba en el suelo con la espalda recostada en un tronco y los ojos
cerrados, al parecer muy concentrado en algo.
Sin nada mejor que
hacer, se sentó junto a él y le dio un toque en el brazo.
—¿Se puede saber
qué haces?
El muchacho le
respondió con un codazo.
—Estoy centrado en
controlar a los cuervos, así que no me distraigas mucho o los perderé, y si les
pierdo a ellos, perdemos a Medoren, y será entonces cuando me echéis la bronca
por algo que sin duda habrá sido culpa tuya.
Zhor hizo una
mueca burlona y cruzó los brazos por detrás de la cabeza mientras se apoyaba en
el árbol, pensativo.
—¿Crees que
encontraremos a todos los naik?
Irsis frunció un
poco el ceño.
—¿A qué viene eso?
—Tú responde.
El muchacho se
encogió de hombros.
—Yo no puedo ver
el futuro, pero si Nabí dio su vida por nosotros es porque vio que teníamos
posibilidades. —Hizo una pausa—. Aparte de eso, les encontraremos por huevos,
que todos tenemos un buen par.
—Excepto Suh…
—empezó a decir pero, de repente, se detuvo y se quedó pensativo—. Bueno, en
realidad es como si los tuviera.
—¿Qué estáis
murmurando? —preguntó ella con mala cara.
—Nada
—respondieron al unísono.
Suh gruñó y siguió
practicando con los sables, esta vez con más vitalidad.
En ese instante,
Irsis abrió los ojos y se levantó de un salto, dándole un susto de muerte al
soldado, además de un golpe en la mandíbula.
—¡Me cago en…!
—Medoren ya está
aquí —anunció el joven con voz lo suficientemente alta para que todos le
oyeran.
En un par de
segundos, los demás se colocaron junto a Irsis a excepción de Alev, que solo
bajó del árbol cuando los cuervos empezaron a posarse en las ramas.
—No le he visto
—comentó, acercándose a sus compañeros—, pero si los cuervos de Irsis están
aquí, supongo que es porque el trasno
está a punto de llegar.
Irsis asintió,
sonriendo de repente al detectar movimiento entre los árboles. No tardaron en
ver a Medoren, que llevaba apresada en su mano a una anjana que le gritaba furiosa y exigía que la soltara.
—Con esto estamos
en paz, ¿no? —preguntó el trasno sin
dejar de mirar a las aves.
El muchacho
asintió.
—Suéltala y te
dejarán en paz.
—No atacarán mi
aldea, ¿verdad?
—Palabra de cuervo
—prometió con una sonrisa divertida.
A pesar de que
Medoren no se fiaba, no tuvo más remedio que soltar a la pequeña criatura, que
corrió a esconderse en la copa de un árbol, tras unas hojas, para observarlos.
Al ver que la anjana estaba libre, Irsis soltó un
graznido y los cuervos salieron volando en distintas direcciones, alejándose.
Mucho más tranquilo, Medoren los contempló por última vez y dio un paso en su
dirección.
—No volváis por
aquí. No hagáis enfadar a los trasnos,
somos muy peligrosos —los amenazó.
Irsis le dedicó
una gran sonrisa y, sin previo aviso, dio un buen salto hacia él al mismo
tiempo que graznaba, lo que hizo que Medoren saliera corriendo entre gritos.
Sus hermanos rieron a carcajadas y le palmearon los hombros y la espalda,
felicitándolo por el trabajo que había hecho con el trasno.
Por otra parte, la
anjana bajó de la rama y se acercó
lentamente al grupo.
—Vosotros… ¿sois naik?
A excepción de
Shunuk y Zhor, todos asintieron, algo que pareció aliviar a la criatura. Tenía
la piel de una clara tonalidad verdosa y largo cabello dorado. Como el resto de
su especie, era muy delgada y tenía orejas puntiagudas y ojos saltones de un
verde chispeante. En la espalda, se apreciaban seis alas blancas de flor de
limonero que se movían velozmente.
—Nenuf nos envía
—le explicó Yilan.
—¿Nenuf? ¿La
habéis visto?
—Venimos del Lago
Sisek —dijo Kafa, ofreciéndole la mano para que se sentara.
La anjana aceptó y se abrazó las rodillas
mientras los miraba.
—Por lo que le he
oído decir a Medoren mientras hablaba con los que me tenían retenida, tengo
entendido que buscáis a vuestros hermanos, ¿verdad?
—Así es.
—¿Os ha dicho lo
de Fenrian?
—Sí.
La anjana los miró con sus grandes ojos
antes de alzar el vuelo y colocarse frente a la cara de Yilan.
—Lo que no sabéis
es que los bosques de Feryat Dag están furiosos.
Todos la miraron
confusos.
—¿Furiosos?
—preguntó Irsis.
—Algo les molesta,
dicen que los humanos les han traído la muerte, pero no tiene ningún sentido.
Los mortales no se atreven a entrar en esa montaña y, por tanto, no talan
árboles.
—Y, sin embargo,
dicen que han traído la muerte —comentó Yilan, pensativo.
La anjana asintió y después les sonrió con
dulzura.
—Mi nombre es
Xana. Voy a daros algo que os ayudará cuando estéis allí —dicho esto, dibujó
con una mano un símbolo que brilló en la frente del soluk antes de desaparecer—. Tal vez al principio os ataquen, pero
en cuanto vean esto comprenderán que sois amigos. —Inclinó la cabeza,
agradecida—. Muchas gracias por salvarme. Os deseo mucha suerte y rezaré porque
encontréis a Fenrian. Espero que volvamos a vernos.
Se despidieron de
Xana y observaron cómo desaparecía velozmente entre los árboles. Solo entonces,
Irsis hizo una mueca y se rascó la nuca.
—Esto… Una
preguntita que tal vez suene tonta pero, ¿quién va a atacarnos en Feryat Dag?
Se miraron los
unos a los otros sin saber qué decir, pero fue Suh quien respondió con una
sonrisa impaciente:
—Lo sabremos
cuando nos ataquen, ¿no?
Sí, claro. El
único problema era que allí había más de una cosa que intentaría matarles. O
incluso comerles…
Olum Isik, Siyagun
Estaba en Yeniden
Dogmak, el último lugar al que habría querido ir aquel día. Sin embargo,
durante las últimas veinticuatro horas habían pasado muchas cosas extrañas,
cosas que después habían acabado teniendo un sentido increíble para él.
Ahora, siguiendo
las indicaciones de Deger, estaba sentado en una mesa, un poco alejado de la
mayoría de campesinos que hablaban todavía de la muerte de la hija de la
posadera, bebiendo cerveza y procurando ocultar su rostro con una capucha.
—Veo que ya has
escogido.
Al darse la
vuelta, se encontró con Deger, quien tenía una sonrisa divertida dibujada en el
rostro.
—Tú lo sabías,
¿verdad? Por eso decidiste atacarnos a mí y a mi compañero, por eso le has
matado a él y no a mí.
Deger se puso muy
serio de repente y se sentó frente a él.
—Sí. Voy a estar
muy ocupado y no tengo tiempo para infiltrarme en palacio, por eso necesito a
alguien que ya esté dentro. Además, el sumo sacerdote ya se ha dado cuenta de
que hay alguien que ha estado entrando más de lo permitido en la morada del rey
y no voy a arriesgarme a que me descubran.
Kuvet se
sobresaltó y bajó la voz cuando le preguntó:
—¿Eras tú el que
se infiltró anoche en palacio?
—Sí. —Le dio un
trago a su cerveza y se quedó pensativo—. Pensé que tal vez tendría oportunidad
de matar al rey, pillarle por sorpresa después de esa reunión con sus generales.
Sin embargo, no contaba con que el sumo sacerdote estuviera allí.
—Eso ha sido una
insensatez. ¿Cómo pretendías matarle y después escapar? —Hizo una pausa,
dubitativo, pero después se encogió de hombros—. En fin, ahora que he escogido
ayudar a los naik, supongo que no
importa que te lo diga.
Deger alzó una
ceja, intrigado.
—Soy todo oídos.
Kuvet bajó un poco
más la voz, por lo que Deger tuvo que acercarse más para escucharle.
—Cuando el rey ocupó
el trono, temía que Damballa intentara matarle, como hizo poco después, y le
ordenó al sumo sacerdote que realizara un hechizo que le protegiera. Resulta
que en cuanto el rey sabe que está en peligro, el hechizo envía una especie de
onda que advierte a los soldados y les indica su posición para que acudan
inmediatamente.
Los ojos de Deger
brillaron, comprendiendo muchas cosas de repente.
—Ya veo. —Se quedó
pensativo, analizando cada palabra que había dicho—. Así que para que el
hechizo funcione, el rey tiene que saber que está en peligro, ¿no?
—Así es.
Deger esbozó una
ancha sonrisa.
—Entonces, si
intentamos un ataque sorpresa, en un principio nadie tendría que pillarnos…
—Eso es casi
imposible y lo sabes. Por mucho que puedas infiltrarte en palacio, hay guardias
por todas partes que tarde o temprano acabarían viéndote. Y por si fuera poco,
los aposentos del rey y la reina están continuamente vigilados por soldados, al
igual que las ventanas que dan a estos. No hay forma de llegar hasta él. ¡Ah! Y
también están los sacerdotes…
—Sí, me he dado
cuenta de que entre los soldados que le acompañan constantemente siempre hay un
sacerdote disfrazado. Eso fue desde que Damballa intentó matarle. Nada como un
sacerdote para luchar contra un demonio.
Kuvet asintió y, tras
una pausa, sacó el tema que más le interesaba.
—Así que quieres
que esté atento a los movimientos del rey.
—¿Pido demasiado?
El soldado le miró
muy serio.
—¿Puedes
asegurarme que los naik no harán daño
a mi hermano?
—Tu hermano lleva
con ellos más de siete meses. Si quisieran matarle o hacerle daño, ya lo
habrían hecho. Y, además, les está ayudando. Incluso estuvo a punto de matar a
vuestro padre. —El soldado asintió—. Entonces, ¿me ayudarás?
Kuvet le miró con
sus fríos ojos azules llenos de determinación.
—Lo haré. Si mi
hermano os está ayudando, tiene que haber un buen motivo. —Esbozó una sonrisa
torcida—. Porque por regla general, Zhor nunca mueve un dedo por nadie.
Feryat Dag
Tumbado sobre una
piedra, Fenrian contemplaba los bosques nevados de las montañas mientras el
gélido viento acariciaba su pelaje.
Todo estaba
demasiado tranquilo y a él no le gustaba nada esa sensación. Nunca le había
gustado estar quieto, prefería estar cazando o luchando en vez de vigilar los
dominios de la manada.
Soltó un resoplido
al escuchar las silenciosas pisadas de Shade. No quería que se equivocara con
él, le estaba muy agradecido por dejarle quedarse con ellos y se sentía muy a
gusto con ella. En cierto modo, la consideraba una segunda madre, dura y
estricta, pero siempre atenta a que sus cachorros tuvieran cualquier cosa que
necesitaran.
Lo que no le
gustaba nada era que intentara encontrarle una compañera. Comprendía por qué lo
hacía e incluso no le importaría tener a varias hembras, pero no quería tener
cachorros. Mejor dicho, no quería una familia ahora.
—Fenrian.
Gruñó, pero se
levantó y frotó su hocico con el de ella.
—Shade, ¿qué te trae por aquí?
La loba contempló
los bosques con un suave gruñido retumbando en su pecho.
—Los humanos se acercan. Esta vez son más,
llevan armaduras y muchas armas.
Fenrian sonrió,
estirando los músculos, sintiendo cómo se contraían con cada movimiento. Eso
estaba mucho mejor. Necesitaba moverse, correr, saltar, luchar. Quería ver los
rostros aterrorizados de esos hijos de puta entre sus patas antes de
desgarrarles la garganta.
La loba también
sonrió y soltó un aullido. Muy pronto, la mayor parte de la manada estuvo junto
a ellos, arañando el suelo con las patas y soltando graves gruñidos que
resonaron entre los árboles, asustando a los animales que hacían su vida en la
montaña.
A lo lejos,
Fenrian vislumbró las luces de las antorchas de los humanos que se acercaban a
una muerte muy dolorosa. Movió las patas, impaciente y ansioso por atacar. Y
cuando Shade dio la orden, él fue el primero en abalanzarse sobre sus presas,
manchando con abundante sangre el suelo cubierto de nieve mientras
descuartizaba sin piedad al primer cazador que se le puso de por medio.
No iba a morir. No
importaba cuántas veces lo intentara, no dejaría que ese asesino le matara por
algo que él mismo hizo.
[1]N.
del A. Buyukutsal
es una palabra del antiguo todil que
significa literalmente gran santo. Es
una forma respetuosa de dirigirse al sumo sacerdote de un reino.
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