La noche de Samhain
Sasuke no pudo
evitar poner los ojos en blanco cuando la mesa se sacudió tras los múltiples
golpes que los hombres daban a la superficie de la misma entre risas,
vitoreando a Bankotsu por haberse ganado la pieza más jugosa de la caza de hoy
después de contar cómo derrotó a una tribu enemiga tras retar en combate
singular a su líder, al cual estranguló con sus propias manos.
—¿Y este es el Guerrero
Lobo al que estoy destinado? —preguntó con disimulo a su madre, que estaba a su
lado, en el extremo opuesto de donde se sentaban su padre y su hermano mayor,
presidiendo la mesa, y el invitado de honor Bankotsu, líder del clan
Shichinintai y, para bien o para mal, su actual prometido. Gracias a los dioses
que una larga hilera de hombres, todos o bien parientes de su padre o bien los
guerreros de mayor confianza de Bankotsu, que lo habían escoltado hasta allí,
se interponían entre ambos.
Su madre siguió
mordisqueando una pata de pollo con la delicadeza que cabía esperar de una
mujer de alto linaje.
—Hasta ahora la
profecía se ha cumplido —comentó antes de mirarlo con cariño y acariciar
amorosamente su rostro—. Como dijo el druida, te has convertido en tal belleza
que los líderes de los clanes han derramado sangre por ti.
Sasuke bufó.
—Yo no consideraría
un torneo organizado para ganar mi mano como un derramamiento de sangre.
Mikoto dejó la
comida sobre su plato y tomó un sorbo de vino.
—En cuanto la
profecía se hizo conocida por otros clanes, muchos vinieron aquí a exigir que
te entregáramos a un líder u otro, y eso que apenas tenías dos años. Hubo
muchas disputas en aquel entonces, tu padre y tu hermano tuvieron que batirse
en duelo varias veces. Temíamos entrar en guerra con las tribus vecinas cuando
sabíamos que los clanes del sur pretendían llegar hasta aquí para unificarnos a
todos bajo el mando de su rey. No nos podíamos permitir perder aliados. Tu
padre prometió que, una vez cumplieras la mayoría de edad, organizaría un
torneo para decidir quién sería el Guerrero Lobo.
El joven Uchiha
puso los ojos en blanco.
—Todo eso ya lo sé
—dicho esto, dejó caer los hombros y agachó la cabeza—. Yo tampoco quería que
nuestro clan fuera aniquilado por mi causa. Pero… no siento nada por Bankotsu.
La profecía decía que yo le amaría, y no lo hago.
Mikoto contempló a
su hijo con tristeza.
—Tal vez requiere
un poco de tiempo.
Sasuke suspiró.
—Tal vez…
Su madre levantó
una ceja.
—¿Pero?
El doncel observó
a Bankotsu con detenimiento. Era guapo, no cabía duda. Era casi tan alto como
Itachi y tenía complexión atlética, con poderosos brazos, fuertes piernas y un
torso lleno de músculos bastante perceptibles. Su piel morena combinaba con su
negro cabello recogido en una larga trenza que caía hasta su cintura y con sus
ojos marrones. Sabía que se había convertido en el líder de su clan tras la
muerte de sus padres en las Guerras del Sur; se había rumoreado que no sería
capaz de resistir a las tribus y que acabarían esclavizados pero, al final, de
algún modo, logró sobreponerse y asesinar a sus enemigos, lo cual era admirable…
Sin embargo, su
persona lo dejaba tan frío como todos los hombres que había conocido. Su físico
no le impresionaba en lo más mínimo, a pesar de que las mujeres y donceles de
su clan se habían derretido al verlo, para él no era más que otro hombre con el
físico habitual de un guerrero. Era verdad que su posición como líder del clan
le hacía atractivo a sus ojos por el prestigio que se podría ganar al gobernar
a su lado, pero Sasuke ya pertenecía a un linaje muy superior al suyo, por lo
que no le aportaba nada nuevo que no poseyera ya. Además, en su opinión
personal, llevaba muy poco tiempo en el cargo de jefe como saber si era un buen
guía para su tribu o no. Sabía que, tras las Guerras del Sur, su clan había
disminuido en número y que necesitaban mujeres y donceles para asegurar su
supervivencia, y también que muchas tribus se habían negado a crear uniones
matrimoniales entre ellos a causa de los orígenes de su clan. Por el momento,
sus dotes de negociación y persuasión no decían gran cosa de él independientemente
de que fuera un buen guerrero.
Pero, lo más
importante, era su corazón. Sasuke jamás había sentido el menor interés en los
hombres, hasta el día de hoy no había habido ni uno solo que fuera capaz de
acelerar su pulso, de agitarlo o de hacer que su cuerpo se estremeciera o
temblara.
Nunca había tenido
deseos de yacer con nadie, y eso que no le habían faltado pretendientes. Los
pocos que habían tratado de propasarse con él, lo habían lamentado con creces
tras encontrarse con el filo de su cuchillo y, posteriormente, con el castigo
impuesto por su padre.
Así que siempre
había creído que, cuando se hallara ante el Guerrero Lobo, su cuerpo sería un
hervidero de actividad, su corazón latiría más fuerte que nunca.
Y Bankotsu no le
producía absolutamente nada. Podría decir que estaba decepcionado, pero lo
cierto era que estaba bastante seguro de que él no era la persona a la que
estaba destinada.
—No tengo el menor
deseo de irme con él cuando acabe el Samhain —admitió Sasuke con pesar—. La sola
idea me deja vacío. Ya es bastante malo que no sienta nada por un hombre que
dice ser el Guerrero Lobo solo por haber ganado un torneo al que se ha
presentado probablemente porque la profecía dice que yo haré al clan
invencible, igual que todos los demás. —Apretó los puños y endureció la
mirada—. Los hombres que se presentaron a ese torneo lo hicieron por eso, no
soy estúpido. Ninguno me dedicó más tiempo del necesario para presentarse y
alabar mi belleza, estaban más centrados en caer bien a mi padre para tener su
aprobación que en conocerme. —Hizo una pausa en la que su gesto se volvió
amargo—. Y ahora debo abandonar mi hogar con un completo extraño solo porque mi
padre ha decidido forzar la profecía en algo que no es. ¡No es justo! —añadió,
golpeando la mesa.
De repente, se
hizo un silencio tenso en la mesa. Todos se giraron para mirar a Sasuke, el
cual maldijo mentalmente su temperamento; lo último que deseaba esa noche era
llamar la atención de nadie, había tenido toda la intención de mantenerse al margen
durante la cena y lo más alejado posible de su prometido y de cualquier
declaración acerca de su compromiso.
—¿Va todo bien,
Sasuke? —le preguntó su padre.
Mikoto se levantó
con rapidez y cogió a su hijo por los hombros.
—Sasuke se siente
algo indispuesto. Voy a acompañarlo a casa.
Fugaku asintió,
consintiéndolo. Era consciente de que su hijo estaba pasando un mal momento; el
verano pasado le dejó bien claro que creía que había forzado las cosas de tal
manera que se ajustaran a la profecía, pero él tan solo pretendía hacer lo
correcto y evitar que su clan fuera masacrado por las tribus del norte que le
habían exigido la mano de Sasuke. Ni siquiera los Uchiha, aun siendo numerosos
y de los clanes más poderosos, habrían sobrevivido si todos se hubieran unido
en su contra, los habrían asesinado y después los líderes se habrían matado
entre ellos hasta que uno hiciera de su hijo su esclavo, y eso era algo que no
habría permitido de ningún modo. Antes que eso, lo habría matado con sus
propias manos para evitarle esa tortura.
Bankotsu no era la
opción que habría deseado para su hijo, dada la situación actual de su clan y
sus dudosos antecedentes, pero había vencido limpiamente a sus oponentes, era
un buen guerrero y su comportamiento había sido honorable hasta el momento; a
diferencia de otros líderes, él aceptó que esperar hasta el Samhain para
llevarse a Sasuke y nunca trató de sobrepasarse a pesar de que llevaban medio
año comprometidos. Creía que lo trataría bien, que sería un buen esposo para su
hijo.
Aun así, sus
palabras lo habían inquietado y le pidió guía espiritual al druida. Él tan solo
le dijo que no importaba lo que hiciera, la voluntad de los dioses era
inquebrantable, Sasuke estaba ligado a su destino y este se cumpliría sin
importar cuánto tratara nadie de impedirlo o interponerse en su camino.
Eso lo había
tranquilizado, y por ese motivo, había seguido adelante con el compromiso de su
hijo con Bankotsu.
De repente, este,
sentado a su lado, se levantó y se dirigió a Mikoto con una respetuosa
inclinación.
—¿Desea que los
acompañe?
La mujer sonrió
con dulzura.
—Oh, no será
necesario. Por favor, siga disfrutando del banquete.
Bankotsu asintió,
aunque antes, añadió:
—Por favor, tengan
cuidado. El Samhain permite a los espíritus la entrada a nuestro mundo. No
todos ellos son amistosos.
—Lo sabemos, mi
señor —dijo Mikoto, haciéndole un gesto a Sasuke para que fuera con él—. No se
inquiete, la aldea ha sido debidamente protegida con ofrendas para dichos
espíritus —y tras esa respuesta, ambos se alejaron mientras que los Uchiha
volvían a gritar alegremente y a brindar por el Samhain y la unión entre su
clan y el de Bankotsu.
Fueron directos a
su hogar, donde Sasuke se sentó en su cama mientras que su madre rebuscaba algo
entre las cestas de mimbre.
—Lo siento, no
quería hacer un escándalo.
Mikoto hizo un
gesto con la mano que pretendía restarle importancia.
—Oh, no le des
vueltas, cariño. Nadie va a echarte nada en cara.
—¿Y Bankotsu?
—No lo conozco
íntimamente, pero no me ha dado la sensación de ser violento en ese sentido
—dijo mientras sacada del cesto unos pantalones largos hechos de piel de
cordero y una camisa de algodón junto a un chaleco de lana de oveja—. Pero,
aunque lo fuera, es lo bastante inteligente como para saber que tocarte un solo
pelo hará que los Uchiha los colguemos de los árboles por las tripas como
ofrenda a los Espíritus Lobo.
Sasuke frunció el
ceño.
—¿Los Espíritus
Lobo?
Mikoto se levantó
con la ropa entre los brazos y fue hasta él.
—¿Nunca te he
dicho que los espíritus protectores de mi clan son los Lobos?
—No —respondió él,
frunciendo el ceño de repente—. En realidad, nunca me has hablado de tu clan.
Ella se sentó a su
lado y dejó las prendas sobre las mantas, cerca de él. Pese a que sonreía
levemente, sus ojos eran tristes y había cierta melancolía en su mirada.
—Nací con el
apellido Okami, uno de los linajes más antiguos que existen. —Hizo una pausa en
la que miró a su hijo con una sonrisa—. Ya sabes que muchas tribus, como la de
tu padre, cruzaron el mar hace años hasta llegar a esta isla. Pero el mío no.
Mi tribu es originaria de aquí, y por ello, nuestros dioses nos dieron a uno de
sus protectores más poderosos, los Lobos.
—Por eso nuestro
padre nos prohíbe matarlos bajo ninguna circunstancia. Al casarte con él,
protegen también nuestro clan, como los Halcones.
—Así es —asintió
su madre. Entonces, su rostro se contrajo por el dolor—. Nosotros acogimos a
las tribus que llegaron más allá del mar. Había isla de sobra para todos, no
nos opusimos a uniones matrimoniales. Pero defendíamos nuestras tierras como
una loba a sus cachorros; eran muy prósperas, cercanas a un lago y con buenas
zonas de cultivo. Los dioses nos favorecieron porque éramos hijos suyos, y eso
no gustó a muchos. —Hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras
correctas—. Un clan vecino pasó por muchas dificultades durante el invierno,
sus cosechas murieron. Nosotros les enviamos comida y ellos nos compensaron
durante la primavera, celebraron un banquete en nuestro honor. Cuando llegó la
noche, los degollaron a todos. —Ella lo miró con ojos tristes—. Mi madre huyó
conmigo al bosque, donde me dejó para protegerme de un hombre que nos
perseguía. Sobreviví hasta que el clan de tu padre me encontró.
Sasuke le cogió las
manos, sobrecogido por la historia.
—¿Por qué hicieron
algo tan horrible? Ni siquiera tuvieron la valentía de ofreceros una lucha
justa, una muerte honorable, al menos.
—Querían nuestra
tierra para ellos —respondió ella antes de quitarse un colgante que llevaba al
cuello. No era más que un sencillo cordón en el cual colgaba una figurita de
madera de color blanca con forma de lobo—, supongo que sentirían envidia. Yo
era solo una niña, no tenía ni idea de que fueran tan ambiciosos. —Acarició la
estatuilla con reverencia, como si fuera su amuleto, y sonrió—. El Lobo es
nuestro protector, un espíritu guerrero. Nosotros lo honrábamos entrenando
generación tras generación, incluso en tiempos de paz nos asegurábamos de que
nuestros niños fueran fuertes para poder afrontar cualquier amenaza. Ese clan
lo sabía y era consciente de que no nos vencería en una pelea justa. Por eso,
recurrieron a la traición.
Al escuchar
aquello, Sasuke se reposicionó sobre la cama, tensando los músculos.
—¿Tu clan fue
vengado? Si el abuelo Madara hubiera sabido esto…
—Mi clan tenía muy
buenas relaciones con los Uchiha —explicó su madre—. Ya sabes que ellos
respetan a los que llevan la Vieja Sangre. Tu abuelo llevó sus huestes hasta mi
poblado con la promesa de que me traería la cabeza de su líder… Pero ya no
estaban.
—¿Cómo? —preguntó
Sasuke, confundido.
Mikoto esbozó una
sonrisa amarga.
—Los Espíritus
Lobo se vengaron. Cuando tu abuelo llegó, encontraron la aldea arrasada hasta
los cimientos y cadáveres por doquier. Dijo que tenían marcas de colmillos y
garras. Nuestros protectores decidieron que, si nosotros perdíamos nuestro
hogar, nadie más lo tendría. Desde entonces, esa tierra está maldita para las
tribus, nadie se atreve a entrar allí.
Sasuke levantó las
cejas.
—¿Estás hablando
de la Tierra de los Nichos?
Su madre asintió
y, entonces, sus ojos se iluminaron.
—Yo fui
afortunada. Sobreviví y encontré a tu padre. A pesar de ya no tener un clan, ni
prestigio, ni posición social, Madara apoyó nuestra unión. —Contempló su estatuilla
y después a Sasuke—. Los Espíritus Lobo siempre me han guiado y protegido.
Ahora, te ayudarán a ti —dijo, colocando el colgante alrededor del cuello de su
hijo.
Este frunció el
ceño, sin comprender.
—¿Qué…? ¿Qué
quieres decir?
—Hoy comienza el
Samhain. Durante las próximas tres noches, nuestro mundo se funde con el de los
espíritus. —Puso una mano en su hombro y lo apretó—. Busca a los Lobos. Si no
estás seguro de que Bankotsu sea aquel al que estás destinado, pídeles ayuda.
Te guiarán como han hecho conmigo. Tan solo debes estar atento a las señales,
nada de lo que ocurra esta noche será casual, Sasuke. Si ves algo extraño,
préstale atención.
Sasuke sacudió la
cabeza, sin poder creer lo que oía.
—¿Me estás
diciendo… que vaya al encuentro de un espíritu? ¿Durante el Samhain?
Mikoto esbozó una
sonrisa divertida.
—¿Acaso tienes
miedo de los espíritus?
—No, pero tampoco
estoy loco.
—El Lobo no
permitirá que te pase nada.
—¿Cómo puedes
estar tan segura?
La mujer se
inclinó, cogiéndole las manos.
—Porque él no
permitió que yo muriera en el bosque cuando era una niña huérfana. Escucha tu
instinto, es el espíritu que te protege. Puede que te lleve a las respuestas
que necesitas. Dime, ¿qué es lo que te dice ahora?
Sasuke bajó los
ojos y dedicó unos momentos a calibrarse a sí mismo, a decidir qué era lo que
sentía… y lo que estaba dispuesto a hacer con tal de obtener esas respuestas.
Sorprendentemente, se descubrió a sí mismo anhelando partir hacia el bosque, al
encuentro del consejo de los espíritus de sus antepasados. Después de todo,
¿qué podía perder? No deseaba abandonar su clan para marcharse con Bankotsu, y,
si se adentraba en los oscuros senderos que podían conducir al Más Allá, al
menos podría decir que lo había intentado todo para asegurar que cumplía su
destino.
—Que debo ir.
Mikoto le apretó
los dedos, infundiéndole valor.
—Ven, te ayudaré a
prepararlo todo.
No tardó demasiado
en estar listo. Se puso la ropa que le había entregado su madre y la acompañó
con una capa de mangas largas y capucha recubierta de lana, la cual le llegaba
hasta por encima de las rodillas, permitiéndole un mejor movimiento. Para
cuando se estaba poniendo las botas de piel, su madre ya había regresado con un
saco donde le había guardado comida, a juzgar por el olor, y una cantimplora
con agua para el camino. Además, llevaba colgado del hombro un carcaj lleno de
flechas.
—Has sido rápida
—comentó, colocando el saco sobre un hombro, cruzando su torso, de tal forma
que el carcaj se apoyara sobre el otro lado junto con el arco, el cual cogió de
la pared, donde lo tenía colgado. Lo último que se puso fue su espada al cinto,
dejando que la capa la ocultara.
—Aprovechemos que
todo el mundo está en las hogueras para que nadie te vea partir. Algunos
podrían pensar que estás huyendo de tu compromiso —dicho esto, lo abrazó con
fuerza—. Te quiero muchísimo, hijo.
Sasuke le devolvió
el abrazo con una sonrisa.
—Mamá, solo va a
ser esta noche. No te preocupes, volveré con la salida del sol, ya lo verás.
—Después de esto, se puso la capucha y salió por la puerta de su casa,
dejándola abierta para que su madre lo viera partir. Se deslizó hacia una
esquina, vigilando que no pasara nadie por las estrechas calles de la aldea.
Entonces, se volvió hacia ella, que lo observaba desde la entrada, y le hizo un
gesto con la mano acompañado de una sonrisa confiada para infundirle
tranquilidad.
Mikoto imitó su
gesto y vio cómo la figura de su hijo se fundía con las sombras.
La tristeza inundó
su corazón. Sabía que esa era la última vez que lo vería.
Porque su instinto
le decía que, lo que estaba buscando Sasuke, nunca había estado en la tierra de
los mortales.
Sasuke llegó sin
percances a la única entrada de la aldea, protegida por una pequeña muralla.
Todo el mundo estaba disfrutando del Samhain alrededor de las hogueras tras los
sacrificios que se habían celebrado en honor a las deidades que les habían
brindado buenas cosechas y victorias sobre sus enemigos y el banquete para
recordar a aquellos que habían marchado al Más Allá de la mano de las banshees.
No le pasaron inadvertidas
las bandejas llenas de comida que habían dejado a las afueras del muro,
rodeándolo por completo con un montón de velas que brillaban en el interior de
nabos que su gente había tallado. Un soborno, para los espíritus malignos. Se
suponía que se quedarían satisfechos con la comida y que no atacarían su aldea
durante la celebración.
Esperaba que fuera
verdad. Si iba a adentrarse en el bosque en busca de los Lobos, prefería que
estuvieran más interesados en las ofrendas que en convertirlo en su cena.
Inspiró
profundamente, hinchando el pecho, mentalizándose para lo que estaba a punto de
hacer. Esperaba de corazón poder encontrar a los espíritus protectores de los
antepasados de su madre y que le dieran las respuestas que necesitaba desesperadamente
porque, pese a que era un buen guerrero, no era tan ingenuo como para
menospreciar a los espíritus…
El ruido de una
sacudida lo sobresaltó y se llevó la mano a la empuñadura de la espada. Sin
embargo, al pasar los ojos por los alrededores, su vista detectó el origen del
sonido en los lindes del bosque, entre unos arbustos que temblaban
violentamente. Aguzó la vista, tratando de ver algo en la negrura… Entonces, de
repente, vio cómo se alzaba una figura amorfa y fantasmal, de oscuros tonos grisáceos
y a la cual solamente pudo distinguir por el inquietante brillo rojizo de sus
intensos ojos.
Su corazón
tartamudeó. Contuvo la respiración.
En ese instante,
los ojos desaparecieron. La criatura dio media vuelta y salió corriendo de
entre los matorrales en dirección a las profundidades de la espesura,
permitiéndole distinguir una peluda cola.
El pánico se
apodero de él.
—¡Espera! —gritó,
saltando el círculo de velas que se suponía que lo protegía de los espíritus e
internándose, ya sin vacilar, en el bosque.
Se movió
velozmente entre la maleza, a la que ya estaba acostumbrado por las numerosas
expediciones de caza en las que había participado, de modo que le resultó fácil
esquivar los arbustos más ocultos, aunque lo que sí representaba una dificultad
era perseguir a la bestia, a la cual apenas podía discernir en la oscuridad, pero
la escuchaba gracias a los sonoros roces de las ramas cada vez que su cuerpo
chocaba con estas. Además, no tardó mucho en descubrir las huellas.
Huellas de lobo.
Más grandes que las marcas de los cascos de un caballo.
El corazón de
Sasuke se aceleraba conforme avanzaba, buscando desesperadamente a la criatura.
Todos sus instintos le gritaban que no la perdiera de vista, que, si lo hacía,
perdería su única oportunidad de encontrar a aquel al que estaba destinado, al
auténtico Guerrero Lobo. La idea de no hallarlo lo angustiaba, lo carcomía por
dentro como si fuera una enfermedad que pudría todo cuanto hubiera a su paso,
como si fuera a consumirlo en una amargura que no poseía cura ni alivio.
Apartó de un golpe
más ramas que le impedían el paso y saltó un tronco musgoso. Su mirada se
desvió rápidamente hacia el suelo, buscando presuroso las huellas del espíritu
al que perseguía. Dio con ellas, pero desaparecían rápidamente al llegar a una
enorme roca que parecía ascender verticalmente. Negándose a darse por vencido,
Sasuke apoyó las manos sobre los recovecos que encontró, decidido a escalarla y
seguir el rastro…
Entonces, un
profundo gruñido sonó por encima de su cabeza.
Todo su cuerpo se
estremeció, sintiendo cómo una extraña pero intensa sensación de expectación
ascendía por su columna vertebral, haciendo que alzara la vista.
Ahí estaba. Sobre
la roca, esperándole.
El Espíritu Lobo.
Pálido como la luna llena de Samhain, se alzaba sobre la maleza, imponente y
majestuoso, como si fuera el amo y señor del bosque, líder indiscutible entre
los cazadores de aquellas tierras, superando incluso, con creces, al hombre.
Tenía el pelaje tan espeso que el frío del invierno no podría hacerle temblar
siquiera con una tormenta, y su textura era de apariencia tan suave y delicada
como la nieve recién caída. Era más alto que un corcel, con un cuerpo
voluminoso y robusto, de poderosas patas acabadas en terribles zarpas negras
que se agarraban a la roca y una enorme cabeza que mantenía inclinada en su
dirección. Lo observaba muy atentamente con esos ojos rojos de pupilas
rasgadas, una mirada que, sin duda alguna, habría causado terror en todo
aquello que se hubiera convertido en su presa.
Era bello y
aterrador a la vez. Sobrecogedor. Un ser henchido de la esencia misma de la
naturaleza, el cazador perfecto, escogido por los dioses para ser tanto como un
espíritu protector como un feroz depredador enviado como el castigo más
terrible contra los hombres. Sus aullidos auguraban la muerte más horrible para
sus enemigos, y su visión en los campos de batalla se convertían en una
premonición de victoria para aquellos que se hallaban bajo su protección.
Sasuke retrocedió
un poco, tragando saliva. Su cuerpo temblaba un poco, intimidado por la fuerza
que exudaba su sola presencia, maravillado por el poder que parecía fluir de él
incluso permaneciendo inmóvil.
Sus ojos buscaron
los suyos, y él se quedó paralizado. Pero, pese a no mover ni un solo músculo,
cada centímetro de su ser era un hervidero de actividad: un hormigueo se extendió
por su piel, erizándola a causa de la expectación y la impaciencia; un temblor
se apoderó de sus manos y sus piernas se bloquearon; su pecho subía y bajaba
acorde a su acelerada respiración; sus oídos palpitaban y su corazón
martilleaba contra sus costillas con tal fuerza que parecía tener vida propia,
como si anhelara salir a su encuentro.
No podía apartar
la mirada. Se sentía atrapado por la suya.
El lobo lo
contempló durante largo rato, como si fuera capaz de ver su propia alma. Fuera
lo que fuera lo que encontró, sus irises brillaron y, con mucho cuidado, como
si temiera asustarlo, descendió de la roca. Sasuke continuó sin hacer un solo
movimiento, a decir verdad, no sentía el menor deseo de huir o la necesidad de
defenderse. No sentía que hubiera peligro alguno, pese a que el espíritu era la
personificación misma de dicho concepto.
Él se acercó muy
despacio, desplazando una y otra pata manteniendo la cabeza en una actitud que
pretendía ser dócil. No deseaba asustarlo. Solo cuando estuvo frente a él, lo
suficiente como para poder tocarlo si alzaba la mano, alzó la cabeza, lo
suficiente como para que sus ojos quedaran a la misma altura.
Todo él tembló
mientras su mirada se sumergía en esas profundidades rojas. Ahora, sus pupilas
ya no eran rasgadas, sino redondas y grandes. Fascinado, observó cómo esos
diabólicos irises se aclaraban poco a poco, pasando por diferentes tonalidades
anaranjadas y doradas, rosadas y violetas, hasta convertirse en un increíble
azul cielo que resplandecía como el hielo acariciado por la luz del sol.
Entonces, la más
pura emoción embargó a Sasuke, haciendo que jadeara, sorprendido, antes de que
se le escaparan un par de carcajadas incrédulas y que sus ojos se llenaran de
lágrimas.
Porque él conocía
esos ojos. Lo habían acompañado toda su vida.
Y, entonces, lo
entendió. Ahora ya tenía la respuesta que necesitaba.
Sin vacilación,
levantó la mano y la dejó sobre la gran cabeza del lobo. Enterró los dedos en
su pelaje, más suave y liviano que cualquier prenda tejida por el hombre, y los
deslizó hacia arriba, buscando las orejas. La bestia dejó escapar un gruñido,
profundo y constante, y se acercó un poco más, buscando un contacto más íntimo
con su caricia. Sasuke levantó la otra mano y la dejó en la mandíbula inferior,
frotándola con los dedos. El espíritu acentuó el gruñido, bajando las orejas y
cerrando suavemente los párpados.
—Eres tú —murmuró,
emocionado y maravillado—. Todo este tiempo… la profecía hablaba de ti.
El lobo abrió los
ojos y lo miró intensamente a la vez que lanzaba una especie de ronroneo. Era
como si lo estuviera afirmando.
Sasuke,
inmensamente aliviado, no pudo contenerse y lo abrazó. El ser volvió a gruñir
suavemente y pegó su cabeza al torso de su compañero, devolviéndole el gesto.
Cuando se separaron, le lamió la mejilla con ternura y, después, se colocó de
lado frente al doncel, flexionando las patas para quedar a una altura más baja.
Le estaba
ofreciendo subir sobre su lomo. Su humilde gesto conmovió su agitado corazón.
Un Espíritu Lobo, fuerte, implacable y feroz, guardián y protector de clanes
guerreros y la peor manifestación posible de sus enemigos, se estaba inclinando
para que le resultara más sencillo montarlo. No solo le estaba concediendo un
gran honor sino que, además, era su forma de demostrarle que no lo consideraba
un ser inferior por ser mortal. Le estaba diciendo que eran iguales.
Se acercó y pasó
las manos por su lomo, dejando que su pelaje le hiciera cosquillas en las
palmas. Después, dobló los dedos, agarrándose a su gran espalda, y tomó impulso
para pasar una pierna por otro lado de un salto. En cuanto estuvo acomodado, el
lobo se incorporó y empezó a trotar hacia lo más profundo del bosque. A medida
que avanzaba, su ritmo se aceleraba, una pequeña indicación para que se agarrara
más fuerte a él, ya que iba a empezar a correr de un momento a otro. Sasuke lo
hizo y se inclinó sobre su lomo para poder mantener la posición durante la
carrera; nada más encontrar la postura correcta, su destinado se lanzó contra
la oscuridad.
Apenas podía ver
nada bajo las sombras que proyectaban las copas de los árboles, pero podía ver
los retazos de la luz lunar pasando por su lado como efímeras llamas blancas,
así como escuchar el rugido de las ramas cada vez que la bestia las rozaba en
un fugaz movimiento. Sin embargo, cuando más se adentraban en el bosque, más
luz empezó a detectar. Al principio, no le llamó mucho la atención, pensó que
estarían cerca de algún claro, pero cuando esta creció de repente hasta
convertirse en un estallido luminoso, alzó un poco la cabeza, inquieto.
En un instante,
pasaron de la más absoluta oscuridad a toparse con cientos de luces flotantes
que los pasaron de largo a gran velocidad.
Eran fuegos
fatuos. Las almas de sus antepasados.
Sasuke los había
visto alguna que otra vez durante el Samhain, de niño solía tratar de ir tras
ellos, pero estos siempre lograban perderlo de vista. Además, las pocas veces
que los había avistado, no había más que uno, cuya luz resaltaba en mitad de la
noche; esta era la primera vez que veía a tantos reunidos, sin duda alguna,
acababan de salir del mundo de los espíritus y se dirigían a su aldea en busca
de sus descendientes para darles consejo mientras dormían. Raras veces se
manifestaban adoptando el aspecto que tuvieron en vida, se decía que tan solo
lo hacían cuando se trataba de un asunto de vida o muerte.
Los observó
maravillado mientras corrían entre ellos. La gran mayoría siguió su camino sin
vacilación, pero unos pocos se detuvieron junto a ellos y revolotearon a su
alrededor antes de seguir al resto. Antes, sin embargo, le pareció escuchar un
susurro, como si le hubieran llamado. Aun así, no tuvo tiempo de pararse a
pensar si lo habría imaginado o no, pues el lobo seguía su camino sin bajar el
ritmo lo más mínimo. Por eso, a Sasuke le llamó la atención el que, a pesar de
que los fuegos fatuos habían quedado atrás, seguía habiendo mucha luz. Al alzar
la vista, se quedó maravillado al darse cuenta de que provenía de la luna, solo
que esta parecía mucho más grande y brillaba con una mística y clara luz
azulada. Le recordó a cuando nadaba bajo el agua de noche, solo que los rayos
eran más potentes, iluminaban perfectamente su alrededor.
Entonces, se dio
cuenta de que el paisaje había cambiado drásticamente. Los árboles seguían ahí,
pero alrededor de sus troncos centelleaban intrincados símbolos asociados a los
espíritus que moraban en ellos, hadas de piel olivácea con delicadas alas a la
espalda y cabello formado por lo que parecían ser hojas que yacían sobre las
ramas, o seres con forma de aves y pequeños roedores, pero supo, nada más
verlos, que también eran criaturas mágicas por los vivos colores que parecían
resplandecer de vez en cuando o porque algunos poseían rasgos que no tenían los
animales de su mundo, tales como cuernos, patas de más o las orejas o la cola
más grandes de lo habitual.
—¿Esto es… el
mundo de los espíritus? —murmuró.
El lobo le
respondió con un gruñido seco, como si fuera una afirmación.
Sasuke tragó
saliva y se encogió un poco. Pese a que todo era bello, se sintió un poco
intimidado por estar en el Más Allá, por haberlo cruzado sin tan siquiera haber
sido consciente… Ya sabía que ambos mundos se fundían en el Samhain, pero jamás
había osado ir en su busca y mucho menos pensado en atravesarlo… Al menos no
mientras viviera.
De repente, el
espíritu ralentizó la marcha hasta que se detuvo. Giró la cabeza y lo miró
profundamente a los ojos al mismo tiempo que le dedicaba un pequeño gemido con
las orejas agachadas. Sasuke comprendió rápidamente que había notado su
reacción y que estaba preocupado por él. Inspiró hondo y le acarició la cabeza.
—Estoy bien, estoy
bien. Solo… Es que… Esto es inesperado.
El lobo gimió otra
vez, alzando las orejas. Sasuke suspiró.
—No pasa nada,
solo necesito asimilarlo… —Hizo una pausa y miró a su alrededor, un tanto
inquieto—. Me… ¿Me ocurrirá algo por estar aquí?
La bestia negó
efusivamente con la cabeza y gruñó con suavidad, sintió que trataba de
calmarlo. Eso le hizo sentirse un poco mejor, aunque todavía tenía algunas
dudas.
—¿Y los espíritus
malignos? ¿No seré una presa para ellos?
Esta vez, sintió
cómo el cuerpo del lobo se ensanchaba, como si se estuviera haciendo más
grande, aunque se dio cuenta de que, en realidad, tan solo estaba tensando
todos los músculos, haciendo gala de su monstruosa fuerza. Su pelo se erizó y
este enseñó sus blancos y escalofriantes colmillos, haciendo chasquear los
dientes para demostrar el poder de sus temibles mandíbulas. Pese a que
cualquiera que lo viera saldría huyendo entre gritos, Sasuke se relajó y sonrió.
—Ya veo. Les
asustas demasiado.
Al instante, el
cuerpo de la bestia se calmó y esta ocultó los colmillos, alzando las orejas y
moviendo la cola. El joven doncel soltó una risilla y se inclinó para abrazarlo
por el cuello, provocando que este gruñera satisfecho.
Después de eso, el
espíritu bajó su cuerpo, invitando a Sasuke a bajar. Él lo hizo sin vacilar y
apoyó una mano en su flanco para seguirlo cuando empezó a caminar. No fue un
paseo muy largo, pero sí apacible; el lobo lo guio por un pequeño sendero rodeado
de hierba alta y fresca, altos y milenarios robles, encinas, alisos y olmos, e
hileras de flores bioluminiscentes de colores violetas y azules. En todo ese
tiempo, Sasuke se tomó su tiempo para maravillarse con aquel mundo, sintiéndose
más tranquilo después de que su compañero le hubiera tranquilizado y darse
cuenta de que no parecía haber ningún ser maléfico en aquel hermoso lugar.
Entonces, al
rodear un enorme roble cuya corteza estaba iluminada con un intrincado símbolo
de lobo blanco rodeado por una media luna, vio una casa.
Era diferente a
las que empleaban en su clan, pero la estructura le resultaba familiar porque
había oído que, en los tiempos en los que habitaban las tribus de la Vieja
Sangre, las viviendas estaban hechas de esa forma. La planta era redonda y las
paredes estaban hechas de piedra y recubiertas de barro y arcilla para darle
una superficie más lisa, por lo que tenía una curiosa mezcla de colores pardos,
a la que habían añadido decoraciones rojas en forma de espirales. El techo, por
otro lado, estaba hecho por un esqueleto de ramas que habían cubierto con una
mezcla de paja y mimbre que le daba un aspecto muy sencillo y hogareño.
El lobo se
adelantó unos pasos y le hizo una seña para que fuera a la casa. Sasuke se
acercó hasta la puerta, hecha de madera y en la cual había tallado un árbol
cuyas ramas se entrelazaban con las raíces, símbolo de la unión entre el mundo
de los mortales y el de los espíritus. Tras un momento de duda, la abrió y se
adentró en su interior. Curiosamente, su interior estaba ya estaba iluminado
por lámparas de piedra distribuidas a lo largo de la pared en seis puntos
distintos, por lo que pudo ver perfectamente su interior.
En el centro, como
en las casas antiguas, había un gran agujero bajo un caldero que servía para
hacer fuego que se usaba o bien para cocinar o como hoguera en las noches
frías. A su derecha había una mesa cuadrada pequeña con dos sillas, decoradas
con tallos en las patas y los respaldos con nudos y trisqueles, el más
destacado de los cuales era el que había en el centro de la mesa, cubierto por
una corona de tréboles donde destacaban sus flores violetas entres ellos. Justo
detrás, había unos cestos de mimbre que se utilizaban para guardar el grano y
los cereales, y en la pared vio colgados distintos instrumentos de cocina. A lo
largo de esta, también vio distintos cuchillos de caza y armas de guerra que
permanecían en reposo, a la espera de volver a ser empuñadas de nuevo. Sin
embargo, lo que más le llamó la atención fueron las placas de armadura que
también descansaban sobre la pared. Eran las más grandes que había visto nunca
y supo, instintivamente, que pertenecían al lobo.
Era su vestimenta
de batalla.
—¿Te gusta?
Pegó un salto al
escuchar esa inesperada voz varonil. Se dio la vuelta con rapidez y, una vez
más, se sobresaltó al ver que había un hombre en la puerta.
Le sorprendió que
fuera tan alto, ya que él, con su metro ochenta y dos, tenía la misma altura
que la mayoría de sus hombres y apenas era unos centímetros más bajo que su
padre y su hermano; pero él, con sus dos metros, le sacaba una cabeza. Tenía
hombros anchos y una espalda robusta, pero su cintura era estrecha, y su
abdomen estaba bellamente marcado por poderosos músculos que parecían
contraerse con el más mínimo movimiento. En el pecho, sobre el amplio pectoral
izquierdo, rodeándolo, llevaba tatuada una media luna formada por dos líneas
que se entrecruzaban entre sí de tal forma que daban la impresión de ser los
eslabones de una artística cadena. Sus extremidades se veían tan fuertes como
el resto de su cuerpo, sus muslos y gemelos estaban bien definidos y sus largos
y angulosos brazos parecían de lo más acogedores, y descendían hacia unas manos
grandes y viriles, de aspecto áspero. Su piel era bronceada por todas partes,
no tenía ni una sola marca de ropa, por lo que supuso que era su color
habitual; esta hacía resaltar su desordenada y salvaje melena rubia, que caía
libremente hasta rozarle los hombros y que parecía haber sido besada por el
mismo sol, y con sus increíbles ojos azules, que a la luz del fuego tenían el
indomable color oscuro del mar pero que, al mismo tiempo, parecían arder con la
misma fiereza que la de la bestia cazadora que había sido hacía un momento.
Porque aquel
hombre era el Espíritu Lobo. Lo supo porque su piel hormigueaba y su corazón
latía desbocado a la par que las palpitaciones de su entrada, que, por primera
vez en su vida, se humedeció un poco. Solo su destinado podría provocarle tal
reacción.
—… ¿Lobo?
—preguntó, aun así, por si acaso.
Su rostro de
facciones viriles y duras se volvió repentinamente juvenil cuando esbozó una
sonrisa divertida. Sasuke tragó saliva. Era arrebatadoramente hermoso.
—Naruto —dijo él—.
Mi nombre es Naruto.
—¿Los espíritus
tenéis nombres? —exclamó, sobresaltado. No había escuchado ninguna leyenda
acerca de eso.
Naruto soltó una
risilla.
—Claro que sí.
Nosotros también nos comunicamos y sería un poco difícil hacerlo si todos nos
llamáramos “Lobo”, ¿no crees?
Sasuke enrojeció
violentamente, un poco avergonzado. Era consciente de que sabía muy poco acerca
del Más Allá y de las criaturas que vivían allí, incluso el druida de su clan
admitía que ni siquiera su orden conocía todos sus misterios y que los
espíritus eran muy recelosos. De repente, se sintió muy inseguro. Era cierto,
él no sabía absolutamente nada de ese lugar, ni de su destinado, ni de la
maldita profecía y el futuro que se suponía que habían trazado los dioses para
él.
—Eh, eh.
Al escuchar la voz
del lobo, alzó la cabeza y lo encontró junto ante él. Tuvo el impulso de
retroceder, pero Naruto lo agarró delicadamente por la cintura y colocó su mano
sobre su mejilla. Era muy cálida y su tacto lo reconfortó de inmediato, por lo
que se detuvo a escucharlo.
Sus ojos eran
cálidos y tristes cuando lo miró.
—Entiendo que todo
esto es difícil para ti. Sé que no esperabas que tu compañero no fuera humano,
ni que vendrías a este mundo hasta que llegara tu hora. Sé que estás confuso y
asustado, pero te juro por la sangre de los dioses que nada puede dañarte aquí.
Estás a salvo y todo va a ir bien. Te enseñaré cuanto necesites saber, jamás
permitiré que te hagan daño. Yo estoy a tu lado y no voy a dejarte, nunca. Soy
tuyo. Lo he sido desde el día en que naciste.
Tras esas palabras
y las caricias de Naruto, relajó su postura corporal y no dudó en abrazarlo,
buscando consuelo. El hombre le devolvió el gesto al instante y lo estrechó con
fuerza contra sí. Sasuke suspiró, sintiendo cómo el calor de su cuerpo lo
envolvía, evaporando el miedo y dejándolo con una tierna sensación de
tranquilidad. Lo cierto era que, a pesar de ser un completo extraño, le daba
seguridad, sabía de algún modo que no le haría daño… y creía en sus palabras.
Todas y cada una de ellas habían sonado como la verdad más pura que podía
haber.
Se separó un poco
para mirar sus bellos ojos. Eran amables y estaban llenos de cariño y afecto,
por no hablar de un sentimiento más profundo e íntimo que hizo tartamudear su
corazón. No parecían en absoluto los de un ser que pretendía engañarlo para
devorarlo, o para conducirlo al Más Allá para propiciar su muerte, como decían
muchas leyendas del Samhain.
Además, era un
Espíritu Lobo, protector del clan de su madre. Ella no le mentiría.
Alzó una mano y
acarició su mejilla, en la cual tenía tres marcas que parecían de nacimiento.
Él sonrió y ronroneó, girando la cabeza para darle un beso en la palma.
Sasuke se sonrojó
otra vez, pero le devolvió la sonrisa. Naruto lo contempló con ternura y
continuó besándole los dedos mientras su otra mano se deslizaba suavemente por
su espalda, brindándole suaves caricias. Él suspiró y también empezó a tocarlo;
delineó el tatuaje que llevaba en el pecho y después bajó hasta sus
abdominales, que se ensancharon temblorosamente ante su tacto. No pudo evitar
curvar los labios hacia arriba, orgulloso, cuando escuchó a Naruto gruñir
suavemente, excitado.
Este alzó una ceja
al ver su expresión y soltó su mano para quitarle la capa. Sasuke lo permitió y
deslizó sus dedos por sus brazos, notando la fuerza que se escondía bajo su
cálida piel con un suspiro. El lobo prosiguió quitándole el chaleco y, una vez
lo hizo, se detuvo un momento para tomar su mentón y alzarle el rostro.
Las mejillas de
Sasuke volvieron a ruborizarse cuando lo vio inclinarse hasta que su nariz
acarició la suya. No lo besó, pero permaneció cerca, mirándolo intensamente a
los ojos. Le estaba pidiendo permiso.
Era más de lo que
ningún hombre había hecho por él. Cuando llegó a la pubertad, muchos creyeron
que podrían lograr su atención a base de hazañas que demostraban su fuerza y
habilidad en combate o dándole regalos, algunos creyeron que el exceso de
alcohol facilitaría la tarea, que él sería más abierto a tener relaciones si
estaba embriagado, y unos pocos simplemente lo abordaron, pensando que tenían
derecho por su posición, o porque creían que la progenie más poderosa de su
tierra debía ser su descendencia, o a saber por qué estupidez.
Fuera como fuera,
ninguno se había molestado siquiera en preguntar qué sentía, o qué era lo que
quería.
Naruto lo estaba
haciendo y, en ese preciso instante, se alegró de que fuera él su destinado. Se
había tomado su tiempo para calmar sus nervios en vez de poseerlo sin más, le
había enseñado su casa, el mundo en el que vivía… y ahora le preguntaba si
quería yacer con él.
Si debía tener una
primera vez con alguien, quería que fuera él. Así que rodeó su cuello con los
brazos y rozó tímidamente los labios con los suyos. Naruto lo abrazó con más
fuerza mientras plantaba pequeños besos, comprendiendo rápidamente que no tenía
experiencia. Sasuke le permitió llevar las riendas, disfrutando de las suaves
muestras de afecto y de las caricias que le daba en el cabello, buscando
deshacer la coleta que recogía su largo cabello. Poco a poco, conforme iba
aprendiendo cómo mover los labios y gozaba de la experiencia, el lobo volvía el
beso más apasionado y húmedo. Sasuke pronto empezó a tener mucho calor y a
mover las manos por su espalda, su pecho, su rostro. Su cuerpo ardía y le
hormigueaba la piel ante la necesidad de sentir a su amante sobre él, incluso
su entrada palpitaba, húmeda y caliente, lista para ser reclamada.
No rechistó cuando
su lobo, impaciente, lo levantó en brazos y lo llevó a la cama sin abandonar
sus labios. Tampoco opuso resistencia cuando le quitó la ropa, o cuando pasó
las manos por cada centímetro de su ser, o cuando recorrió su piel con la
lengua. Gimió cuando le dio placer con los dedos y su boca, y disfrutó cada ola
de pasión cuando sus cuerpos se enredaron y se retorcieron bajo el fuego de la
pasión.
Esa noche, los dos
se fundieron en uno.
Y, en ese mismo
instante, el lazo que los unía se volvió inquebrantable.
Mikoto contempló
con ojos cautos cómo su esposo hablaba con Bankotsu.
Toda la aldea ya
sabía que Sasuke estaba en paradero desconocido. Fugaku se había alterado al
despertar esa mañana y no encontrarlo en su habitación, ni en los lugares donde
solía entrenarse, ni tampoco había salido a cabalgar, ya que su caballo se
encontraba en la cuadra. Había enviado a sus hombres a buscar en los bosques
por si había ido a cazar… y, entonces, habían encontrado sus huellas junto a
las de un Espíritu Lobo.
Ahora, todos
creían que su hijo había sido secuestrado. Y se estaban reuniendo para ir a
buscarlo. Bankotsu, cómo no, había ofrecido acompañarlos junto a todos sus
hombres, diciendo que iban a necesitar toda la fuerza que tuvieran para
enfrentarse a los espíritus… y a todos los peligros del Más Allá.
—Madre.
Ella se giró para encontrarse
con su hijo mayor, Itachi. Ya estaba preparado para marchar hacia el bosque,
vestido con una armadura y con las armas dispuestas en el cinto y la espalda.
Su expresión era severa.
—Dime, querido.
Él dudó un momento
antes de hablar, mirando de reojo a su padre y a Bankotsu.
—Cuando era niño,
solías contarme historias sobre los Espíritus Lobo. Decías que protegían a tu
clan y que ahora protegen también a nuestra familia —tanteó.
—Así es —respondió
Mikoto.
—Entonces, ¿por
qué padre se está preparando para una guerra con el mundo espiritual? No tiene
sentido —dijo, frunciendo el ceño—. He visto las huellas y he inspeccionado el
lugar donde Sasuke desapareció. No hay ni una sola señal de lucha, ni por parte
de mi hermano ni por la del espíritu. Eso solo me dice que Sasuke se fue con él
por voluntad propia.
—… Es probable que
sucediera así —comentó ella con cuidado, procurando usar las palabras
correctas.
Itachi la miró
confundido.
—Entonces, ¿por
qué nos estamos preparando para pelear? ¿No sería una ofensa hacia tus
espíritus?
La mirada de
Mikoto se endureció.
—Por supuesto que
lo es, y tu padre no estaría haciendo tal cosa si no fuera absolutamente
necesario. Hizo una promesa y debe cumplirla.
Su hijo entrecerró
los ojos con perspicacia.
—¿Es por Bankotsu?
Ella asintió.
—Tu padre prometió
entregar a Sasuke a aquel que ganara el torneo. No hacerlo provocaría una guerra
contra los Shichinintai.
—No es una tribu
poderosa, podemos con ellos… —comentó Itachi, aunque su voz se apagó cuando
comprendió las consecuencias si dicha batalla se producía. Suspiró a la vez que
dejaba caer los hombros—. Pero si no cumple con su palabra, los otros clanes
que pedían la mano de Sasuke vendrán a por nosotros. Esta vez, lo tomarán por
la fuerza.
—Y entraremos en
guerra —concluyó Mikoto, asintiendo—. Es importante que los Shichinintai vean
lo que ha ocurrido realmente, que Sasuke no huyó por voluntad propia de su
compromiso, sino que sus actos tienen una razón, una tan importante como el que
un espíritu se lo haya llevado consigo. Además, tu padre está preocupado —añadió,
agachando la cabeza—. No sabe si tu hermano fue atacado por un espíritu maligno
y el Lobo se lo llevó para que estuviera a salvo. Necesita estar seguro de lo
que le ha ocurrido.
La preocupación
arrugó los rasgos de Itachi, pero rápidamente volvieron a tensarse con
decisión.
—De acuerdo. En
ese caso, descubriremos lo que ha ocurrido realmente. Supongo que debemos
evitar herir a tus espíritus si los vemos, ¿no es así?
A Mikoto se le
escapó una sonrisa divertida.
—Yo si fuera
vosotros no lo haría a menos que no tuviera más remedio. Los Lobos son los
espíritus cazadores más poderosos de los dioses, no lo olvides. Ni siquiera los
Uchiha tendríamos la más mínima oportunidad contra ellos.
Itachi lo meditó
un momento antes de asentir para sí mismo.
—Está bien —dicho
esto, la cogió delicadamente por los hombros y se los frotó en un intento de reconfortarla—.
No te preocupes, seguro que Sasuke está bien. Es un doncel duro, tal y como
decía la profecía. Lo encontraremos —y, tras esas palabras, la abrazó
brevemente y después dio media vuelta para dirigirse hacia donde se encontraba
su padre para acabar de trazar la estrategia junto a Bankotsu.
Mikoto los observó
una vez más con un oscuro sentimiento en los ojos antes de regresar a casa. Una
vez allí, se quitó sus delicadas prendas de mujer noble y las sustituyó por su
armadura. No había vuelto a participar en una batalla desde su juventud, a
pesar de que durante las Guerras del Sur estuvo a cargo de la defensa de su aldea,
pero no fue necesario entrar en batalla ya que sus enemigos no llegaron tan
lejos.
Sin embargo, esta
vez sería diferente. Lo presentía. Había llegado el momento de derramar sangre
por su hijo, tal y como anunciaba la profecía.
Cogió su viejo arco
con reverencia. Lo había hecho ella misma con las mismas técnicas que empleaba
su clan, había sido una tradición que había deseado conservar pese a que ahora
era una Uchiha. Pero esta ocasión era un tanto especial. Este día requería que
volviera a ser una Okami, podía sentir que los dioses reclamaban su antigua
sangre.
Se arrodilló y
pegó la frente a su arco, entonando una plegaria:
—Espíritus del
Bosque y Cazadores de los Dioses, proteged a mi clan de la masacre que se
llevará a cabo hoy. No permitáis que mi familia salga herida, dejad que mi hijo
cumpla la profecía. Ayudadme a llevar a cabo mi cometido y que aquellos que pretendan
dañar a nuestra tribu sean castigados con toda la ira que yace en nuestra
sangre.
Ella no lo vio
porque estaba de espaldas, pero una figura semitransparente, visible tan solo
por sus brillantes ojos rojos, la observó levantarse y recogerse el cabello en
una coleta alta antes de colocar una espada en su cinto y marcharse para
reunirse con su marido.
Un gruñido
furibundo salió de entre sus fauces mientras sacudía la cabeza y daba media
vuelta para salir corriendo velozmente en dirección al bosque, hacia el Mundo
de los Espíritus.
De momento interesante, se cambiaron los papeles aunque no del todo veamos como va el segundo capitulo, chao
ResponderEliminarWooooooooaaaaaaa! Apenas va empezando y ya me siento nerviosa jajajajajaja
ResponderEliminarGracias por compartir esta nueva historia.
Oh!!! muero de ansiedad Alex, me encanto, amo tus historias
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