martes, 4 de diciembre de 2018

Night


Capítulo 3. Un nombre

La calma por fin reinaba en la casa. Habían sido veinticuatro horas agotadoras, pero Vane tenía la sensación de que lo peor había pasado. Max, Ethan y él habían tenido mucho cuidado al tratar con 354, temiendo que en cualquier momento dijeran algo que pudiera molestarlo y hacer que desconfiara de ellos aún más, seguido por un ataque inmediato. Sedarlo y retenerlo no le parecía una buena idea, teniendo en cuenta que ese parecía ser el resumen de su vida. Afortunadamente, no había sido el caso. Vane era consciente de que, para que creyera en ellos, para que pudieran ayudarle, debía dejarle su espacio y la mayor libertad posible.
Por ahora, las cosas parecían ir bien. 354 no era un hombre agresivo, aunque no dudaba de que podía ser muy peligroso si llegaba a considerarlos una amenaza. No, era un hombre capaz de mantener el control sobre emociones como el miedo o la ira, y también era muy receptivo, estaba dispuesto a escuchar y a razonar, a aprender las cosas que podían enseñarle. Si seguía así, ganarían mucho tiempo.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por Max, que le tocó disimuladamente la rodilla sin apartar la vista de la tele. Los tres estaban reunidos en el salón; Ethan leyendo el último libro de Umberto Eco, su hermano mirando con aire aburrido un canal a la espera de que pusieran las noticias, y él dibujando distraídamente un boceto de su último invento. Con ese ligero toque, Max le había informado de forma imperceptible de que 354 se dirigía hacia ellos, probablemente estuviera bajando las escaleras.
Ninguno de los tres dejó su tarea. Habían acordado no estar pendientes en todo momento de lo que hacía por miedo a que se sintiera vigilado.
Vane apenas escuchó los silenciosos pasos de 354, sin embargo, sí sintió su presencia a su espalda, al otro lado del sofá. El hecho de que se acercara tanto a él era una buena señal, significaba que ya no les tenía tanto miedo.
—¿Qué estáis haciendo?
Pese a que preguntaba por todos, se dio cuenta de que se dirigía únicamente a él. Era perfectamente comprensible, teniendo en cuenta que Vane había sido el primero en presentarse y el que más contacto había tenido con él.
—Max está esperando a que hagan las noticias —respondió al mismo tiempo que movía la cabeza hacia arriba, encontrándose con su mirada.
—¿Qué es eso?
—Las noticias es un programa de la televisión donde te informan de lo que sucede en diferentes partes del mundo.
354 frunció un poco el ceño. Vio la duda en sus ojos.
—¿Yo podría verlas?
—Por supuesto. Ya te dije que puedes aprender mucho mirando la televisión, aunque por ahora nos limitaremos a programas informativos y documentales. No quiero confundirte con películas, por ahora.
—¿Qué son las películas?
—Te lo enseñaremos más adelante —contestó Max esta vez, sonriendo—. Vane y Ethan tienen muy buen gusto para escogerlas.
354 asintió y se concentró en Ethan.
—¿Y él qué hace?
—Leyendo un libro —dicho esto, algo pasó por su mente. Pese a intuir la respuesta, lo preguntó de todos modos—. ¿Tú sabes leer? ¿Te enseñaron?
—No sé qué es eso.
Vane miró a Ethan y le hizo un gesto para que le pasara el libro. Este se lo lanzó y él lo abrió por una página cualquiera antes de enseñárselo a 354.
Leer significa saber interpretar estos símbolos. ¿Los entiendes?
—No.
Tal y como esperaba. Esos médicos, técnicos y guardias que lo habían encerrado lo habían mantenido en la más completa ignorancia. Vane siempre había sido consciente de la importancia de la información y el conocimiento. Cuanto más adquirieras, más difícil era que te engañaran. No le sorprendía que esos cabrones hubieran aislado a 354 y sus compañeros los unos de los otros, evitando así que pudieran intercambiar experiencias; ya debía de ser suficientemente complicado controlar a hombres tan fuertes como él, lo último que necesitaban era que fueran inteligentes.
Reprimiendo su rabia, se concentró en el libro y en su invitado. Aún no podía ayudar a los que estaban encerrados, pero sí podía enseñarle a 354 todo lo que se había perdido.
—Yo te enseñaré, es una habilidad muy útil, aunque no te frustres si ves que es complicado. A todos nos cuesta al principio.
Él asintió, un poco más relajado.
—Hay muchas cosas que quiero entender.
—Ethan, Max y yo no lo sabemos todo, pero conocemos las cosas más básicas —dicho esto, se le ocurrió una idea—. Ven conmigo, te mostraré algo.
354 lo siguió con la mirada rebosante de curiosidad. Subieron las escaleras hasta el segundo piso y lo llevó a su despacho. Era una estancia amplia, con las paredes de los lados recubiertas de estanterías llenas de libros, mientras que la del fondo era una gran ventana que permitía que la sala estuviera bien iluminada durante el día. Aparte de la pequeña biblioteca, solo había una alfombra en el suelo de color castaño oscuro con dibujos geométricos rojizos y un gran escritorio, donde tenía grandes papeles donde dibujaba los diferentes modelos de sus productos con multitud de anotaciones.
Vane le señaló un gran mapa del mundo que había colgado sobre la puerta.
—¿Ves eso? Es una representación del mundo en el que vivimos.
354 contempló el mural con la boca abierta.
—¿Es tan grande?
—Más de lo que puedes imaginar. Todo lo que ves de color azul es agua, y lo marrón es tierra. ¿Ves cómo la tierra está separada por muchas líneas? Cada uno de esos trozos representa un país, dentro del cual vive un determinado número de personas. Depende del lugar adonde vayas, hay diferentes formas de vivir y de pensar.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Mmm… Lo único que se me ocurre ahora mismo que puedas entender es que aquí, por ejemplo, las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres. Pero si fueras a otros lugares, ellas son como esclavas.
354 lo miró con cara de pocos amigos.
—Eso es algo malo, ¿verdad?
—Se podría decir que las mujeres no tienen voluntad propia. Deben obedecer las órdenes de los hombres, y si no lo hacen, las golpean. Tampoco pueden ir a ninguna parte sin que las acompañen.
Su invitado se estremeció.
—Se parece a lo que hacen con nosotros. No son buenos humanos.
—No, no lo son.
—¿Por qué no hacéis nada por evitarlo, si pensáis así? —le preguntó.
—Para evitar las guerras. —Antes de que 354 abriera la boca, él le explicó lo que quería decir—. En cada país, hay algo llamado ejército. Un ejército está compuesto por personas que saben luchar y usar armas. Se les llama soldados, y su deber es defender la tierra en la que viven. Max y yo lo fuimos hace tiempo.
354 se sobresaltó.
—¿Vosotros luchabais?
—Sí, pero lo dejamos hace tres años. —El corazón se le encogió al recordar el motivo, pero se recompuso con rapidez y continuó con su explicación—. Las guerras ocurren cuando dos o más ejércitos se encuentran para luchar.
—Creo que lo entiendo —comentó el otro hombre con el ceño fruncido—. Hay humanos de un país que hacen daño a otros, entonces, ellos se defienden.
—Antiguamente se luchaba por la tierra, sí. Ahora se hace por dinero.
—¿Qué es eso?
Vane se sacó una moneda del bolsillo y se la tendió a 354. Este la olfateó y luego la observó desde todos los ángulos posibles.
—¿Para qué sirve?
—Es muy importante para las personas. Gracias al dinero, conseguimos comida, ropa, casa y cualquier cosa que necesitemos para vivir. La gente más poderosa, 354, es aquella que tiene mucho dinero. Si lo tienes, puedes conseguir casi cualquier cosa que desees, y los demás o se apartarán de tu camino o se unirán a ti. ¿Entiendes?
354 asintió.
—Creo que sí. Los que tienen dinero pueden conseguir más comida.
Vane sonrió un poco.
—Más o menos. Los que tienen dinero, tienen poder. Pueden hacer que otras personas hagan cosas por ellas o dejen de hacerlas. Yo, por ejemplo, soy una persona con mucho dinero.
Los ojos de su invitado centellaron de comprensión.
—Quieres decir que eres una persona poderosa. Tus enemigos no se atreverán a tocarte, ¿verdad?
—Hay otros más poderosos que yo pero, en general, me dejan tranquilo. —Hizo una pausa a la vez que daba un paso hacia él, observándolo con seriedad—. ¿Entiendes por qué te estoy explicando esto?
354 lo meditó un segundo.
—Así es como funciona el mundo, con dinero. Es algo básico, tengo que aprender estas cosas si quiero adaptarme a este lugar.
—En parte sí, pero hay algo más importante. 354, creo que esta es la razón por la que Cooper y Brower, así como los otros dos hombres, te dejaron conmigo.
Este se sobresaltó y lo observó fijamente unos segundos. Pasado ese tiempo, sacudió la cabeza y frunció el ceño.
—No lo entiendo.
—Yo puedo protegerte y ayudarte a adaptarte a la libertad. Tengo recursos de sobra para ofrecerte comida, ropa y un lugar para vivir. Además, he sido soldado. Si esos médicos que tienen retenida a tu gente vienen a por ti, Max y yo tenemos armas suficientes para echarlos de aquí y vehículos rápidos para escapar si fuera necesario.
354 se quedó callado, asimilándolo. Al entenderlo, abrió los ojos como platos.
—Ellos querían ponerme a salvo, ¿verdad?
—Creo que sí. Y por si no fuera poco, yo pertenecía a un equipo de rescate. Mi especialidad y la de mis hermanos es salvar a personas que están encerradas. Tengo la sensación de que te dejaron conmigo para que me dieras información sobre tu gente.
—Yo no sé nada —dijo su invitado, dejando caer los hombros—. No sé por qué los médicos nos tienen allí, no sé por qué nos hacen lo que nos hacen.
Vane se acercó un paso, intentando que le mirara a los ojos sin tocarle. No creía que su contacto fuera a ser bienvenido, no todavía.
—Tienes más información de la que crees, 354, es solo que careces de los conocimientos necesarios para saber utilizarla. —Hizo una pausa y empezó a enumerar todo lo que sabía hasta el momento—. Apenas sabes nada de este mundo, lo que me dice que a los médicos no les conviene que entendáis cómo funciona por si os escaparais, así les resultaría más sencillo encontraros y daros caza. También sirve para que no comprendáis lo que hacen con vosotros ni por qué, así no podréis manipularles. Te han estado dando carne cruda, de modo que te dan la suficiente energía para aguantar las pruebas, pero no para resistirte a los guardias. Os mantienen aislados en pequeños grupos, lo que quiere decir que no pueden controlaros en grandes números, aun así se aseguran de que mantengáis contacto con los demás para formar un vínculo, de forma que les obedezcáis en cuanto tengan a uno de los vuestros. —Se acercó otro paso a 354, quien le miraba impresionado—. La información es poder, 354. Si sabes utilizarla, podrás utilizar a los demás. —Hizo una pausa, bajando la vista—. Por ahora, Ethan, Max y yo te enseñaremos todo cuanto podamos.
El otro hombre asintió, sus ojos estaban esperanzados.
—¿Puedes salvar a mi gente?
Vane hizo una mueca.
—Un rescate requiere tiempo. Podría tener un equipo listo en unos días, pero no estamos preparados, mucho menos si tu gente es tan numerosa como sospecho. Aún no sé mucho sobre los que te mantuvieron encerrado, ni siquiera sé dónde están.
354 entrecerró los ojos.
—Entiendo. Si no sabes dónde están, no puedes salvarles.
—No te preocupes, es cuestión de tiempo.
—¿Qué quieres decir?
Él le dedicó una sonrisa maliciosa.
—Creo que los médicos enviarán a alguien a por ti, dudo que te dejen escapar así como así. En cuanto aparezcan por aquí, obtendremos más información sobre dónde se encuentran tus compañeros.
Su invitado también sonrió.
—Eres un hombre inteligente, Vane.
—Por eso estaba en la unidad de rescate. Tiendo a pensar en todo. —Hizo una pausa y se dirigió a la puerta—. De momento, centrémonos en ti. Por ahora, te enseñaré a leer y, cuando aprendas, te dejaré algunos libros que te pueden ser muy útiles. También te dejaré un diccionario.
—¿Qué es eso? —le preguntó al mismo tiempo que le seguía.
—Es un libro muy gordo que te explica qué significa cada palabra. Cada vez que no entiendas algo, la buscas ahí. Ya te mostraré cómo hacerlo.
354 volvió a sonreír, animado. Salieron del despacho y se dirigieron al salón de nuevo, donde Vane ya planificaba mentalmente cómo enseñarle al otro hombre a leer. Estaba pensando que podría enseñarle también a escribir cuando su inquilino le detuvo.
—Vane.
Él se giró y le miró. Había duda en sus ojos.
—¿Sí?
—¿Yo podría acompañaros cuando rescatéis a mi gente?
Su pregunta hizo que frunciera el ceño. Lo meditó un largo minuto, pensando en todos los escenarios posibles si 354 iba con él, en todas las cosas que podrían ocurrir. Finalmente, levantó la vista.
—Depende. ¿Estarías dispuesto a aprender a defenderte y empuñar un arma?
Los ojos del otro hombre brillaron ferozmente.
—Me encantaría.
—No te voy a mentir, el entrenamiento es muy duro, a veces incluso doloroso.
—Puedo soportarlo —dijo, convencido.
—¿Y estarás dispuesto a obedecer las órdenes? —Al ver que 354 se quedaba callado, mirándolo con desconfianza, comprendió que no lo entendía—. Un rescate no es un juego, ten en cuenta que las vidas de tus amigos corren peligro. Por eso, en cada equipo de rescate hay un líder que coordina a los demás; si no colaboran todos y algo sale mal, ya puedes dar por muertos a aquellos a los que has ido a salvar. Si quieres venir con nosotros, tendrás que soportar que te digan lo que hay que hacer. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Sí —respondió, más tranquilo, antes de mirarlo con decisión—. Haré lo que sea necesario para ayudar a mi gente.
Vane sonrió.
—Entonces de acuerdo. En cuanto estés en condiciones, empezaremos.
—Estoy bien.
—No, no tienes el peso adecuado aún. —Antes de que 354 replicara, se le adelantó—. Como he dicho, el entrenamiento es muy duro, podrías sufrir desmayos si no estás en plena forma física. No te preocupes, mientras coges peso, usaremos el gimnasio y te enseñaremos cómo golpear.
El otro hombre asintió y le siguió hasta el comedor. Allí, Ethan seguía leyendo su libro, mirando de reojo de vez en cuando la televisión, donde habían empezado las noticias, las cuales Max escuchaba con sumo interés. En la mesita que había en el centro, habían dejado un plato con queso y embutido para picar. Vane invitó a 354 a sentarse con ellos, a lo que accedió, aunque se mantuvo un tanto apartado, algo que pudo entender. Todavía eran unos desconocidos para él, pero al menos ya era capaz de estar a una corta distancia de ellos.
—¿Algo nuevo? —le preguntó a su hermano, quien hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Lo de siempre —respondió, encogiéndose de hombros, antes de mirar a 354 con una leve sonrisa—. ¿Te vas aclarando?
Este inclinó un poco la cabeza.
—Por ahora sí. Aún hay muchas cosas que no entiendo.
—No te agobies, el mundo es complicado e incluso a nosotros ya nos es bastante difícil vivir en él. —Hizo una pausa, ladeando la cabeza para mirar a Vane—. Por cierto, he estado pensando.
—¿En qué?
Max señaló a su inquilino.
—No podemos seguir llamándole 354. Es frío. No me parece bien.
El susodicho frunció el ceño.
—¿Por qué?
Su hermano abrió la boca, pero al final no supo cómo explicarse y le pidió ayuda a Vane con la mirada. Él asintió y se concentró en 354.
—Las personas tienen nombres, no números.
—Yo no soy humano —gruñó el hombre, mostrando los colmillos. Supuso que le había ofendido, algo que consideró normal tras un momento, teniendo en cuenta sus experiencias con otras personas que no fueran sus compañeros.
Intentó explicarse de nuevo, señalando a los perros, que se habían quedado dormidos en un rincón.
—Ellos tampoco lo son y tienen nombre. —Ante sus palabras, 354 sacudió la cabeza, confuso—. Mira, las personas y los animales que viven con ellas tienen nombres, los números son para las cosas. —Hizo una pausa, reflexionando el mejor modo de hacerle ver lo frío que era eso—. Llamarte 354 es… ofensivo. No eres un objeto, tienes sentimientos como nosotros. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Creo que sí —dijo, apretando los puños—. Los médicos me pusieron ese número cuando era niño. Para ellos solo soy una cosa —dicho esto, se quedó callado unos momentos, pensativo. Al final, buscó de nuevo los ojos de Vane—. Me gustaría tener un nombre, pero no quiero uno humano —nada más decir eso, dudó—. ¿Eso está bien? ¿Puedo escoger?
Ethan fue el primero en intervenir.
—No hay otra clase de nombres que no sean los humanos, no veo cómo es eso posible.
—Podría ponerse el nombre de algo que le guste o que le defina —propuso Vane, dedicándole una sonrisa a 354—. Así es como mis hermanos y yo escogimos los nombres de nuestros perros.
El hombre mostró un repentino interés.
—¿Qué quieres decir?
—Yo le puse Bear a mi perro porque de pequeño se parecía a un osito. —De repente, se dio cuenta de que probablemente 354 no sabría lo que era eso, así que se puso en pie y empezó a describirlo—. Hay muchos tipos de animales, aparte de los perros. Los osos son muy grandes, más incluso que tú, fuertes y con enormes garras. Un osito es una cría. Bear se parecía a uno de pequeño, por eso le puse ese nombre.
354 asintió y bajó los ojos.
—No sé qué es lo que me define.
—Puede ser algo que te guste, también —comentó Max—. Por ejemplo, a mí me encanta correr, así que supongo que me llamaría Runner o algo parecido.
—No sé si es buena idea —dijo Ethan con el ceño fruncido—. La gente no tiene muy buena impresión sobre los que tienen nombres raros.
Max se encogió de hombros.
—¿Qué más da? Hay nombres que ni siquiera deberían existir.
—Eustaquio —propuso Vane.
—Fulgencio —añadió su hermano.
—Leopoldo.
—Hermenegildo.
Vane frunció el ceño.
—¿Ese existe?
Max le guiñó un ojo.
—¿Cuál crees que es el segundo nombre de ese teniente hijo de puta que hacía que nos asáramos en el desierto?
—Ah… ¿Por eso nos dejó volver a ponernos las camisas?
—Estábamos llenos de ampollas, había que hacer algo.
Vane puso los ojos en blanco y se dirigió a 354 de nuevo, quien parecía un poco divertido por la conversación.
—No hagas caso a Ethan y ponte un nombre que te guste, que te haga sentir bien contigo mismo. Eso es lo importante.
354 asintió.
—Tengo que pensarlo.
—Tómate tu tiempo —le aconsejó a la vez que le sonreía—. Los nombres son para toda la vida, es lo que nos hace únicos.


Aquella noche, 354 volvió a tumbarse junto a la ventana de su habitación, con Sam dormitando a su lado. Una vez más, los humanos de aquel lugar habían sido buenos con él. No le habían encerrado, golpeado o hecho ningún tipo de pruebas, incluso le habían dejado comer más de tres veces antes de ir a dormir. Mierda, hasta había compartido la mesa con ellos, algo impensable cuando estaba con los médicos.
Vane le había estado enseñando a leer; al principio parecía sencillo, pero después tuvo que combinar las letras y empezó a sentirse frustrado. Sin embargo, el macho humano no dejó que se rindiera, le explicó que era normal reaccionar de ese modo ante una dificultad, especialmente si nunca lo había experimentado, y le pidió que continuara intentándolo. Al final, logró aprender gran parte del abecedario e incluso leyó un poco en voz alta con ayuda de Vane, quien se mostró paciente en todo momento.
Después de la comida, había visto un rato la televisión, buscando algo llamado documentales, los cuales describían diferentes temas. Aunque aún había palabras que no comprendía, fue capaz de apreciar la gran cantidad de información que le proporcionaba y que le ayudó a comprender un poco más sobre los humanos. Había entendido que, a lo largo de la historia, había habido buenos y malos, y que podían ser tan crueles como amables, dependiendo de con quién te encontrabas. Siendo así, no todos los humanos eran malvados como los médicos, había personas buenas.
Como creía que lo era Vane. Le resultaba muy difícil mantener la guardia alta cuando él no había hecho más que ayudarle en todo cuanto había podido. Había respondido a sus innumerables preguntas con calma y paciencia, y en ningún momento había percibido rabia o desprecio hacia él o su gente. Además, no le había encerrado, atado, herido o hecho ninguna prueba. Tal y como le había prometido.
La esperanza creció un poco más mientras contemplaba la noche, con la luna iluminando las brillantes hojas de los árboles, que formaban aquel manto oscuro que cubría las montañas. Se preguntó si llegaría el día en que su gente también podría contemplarla y admirar su belleza.
En ese instante, parpadeó y se levantó de un salto. Sam, a su lado, levantó perezosamente la cabeza a tiempo de ver cómo salía de su habitación. La casa estaba a oscuras, confirmándole que todos se habían ido a dormir. Una vez más, le dejaban suelto y sin vigilancia, a pesar de que eran conscientes de que podría matarlos si quisiera. No se molestó en encender las luces para saber a dónde iba, ya que su visión se adaptaba fácilmente a la escasa iluminación, provocada por la luz de la luna que se filtraba por las ventanas. Detectó el leve olor de Ethan proveniente de una habitación más apartada, y escuchó los suaves ronquidos de Max en otra.
El dormitorio de Vane era el que estaba más cerca del suyo. Llamó suavemente a su puerta. El macho le había advertido de que debía hacerlo si quería entrar en el cuarto de alguien, ya que esa persona podría estar cambiándose o simplemente quería estar a solas o descansar. También le dijo que, los que habían sido soldados como Max y él, no se tomaban muy bien que los despertaran de repente, podrían pensar que aún estaban cerca de un enemigo. 354 podía entenderlo; él siempre se despertaba con los médicos al acecho.
Al ver que se encendía una pequeña luz por la ranura de la puerta, la abrió lentamente y asomó la cabeza. Vane estaba sentado en la cama, frotándose los ojos. Al reconocerle, no pareció asustado o enfadado. A decir verdad, aún parecía estar dormido.
—¿354? —preguntó, frunciendo ligeramente el ceño—. ¿Ocurre algo?
Cerró la puerta tras él y se acercó hasta la cama. El humano no dio muestras de que le molestara su cercanía. Otra vez. No parecía importarle tenerlo a poca distancia, a pesar de su tamaño y sus colmillos.
—Ya he escogido un nombre —dijo simplemente.
Vane parpadeó un segundo antes de abrir los ojos. Sacudió la cabeza, intentando despejarse, y después le sonrió.
—¿En serio? Eso está bien. ¿Puedo preguntarte cuál es?
Él asintió e inspiró hondo. Esperaba que le permitieran usarlo.
—He decidido llamarme Night.
Contuvo el aire, a la espera de que el otro hombre le diera su aprobación. No necesitó esperar mucho, Vane le dedicó una sonrisa afable.
—Es un buen nombre. Me alegro de que hayas escogido el nombre de algo hermoso —dicho esto, miró un instante por su ventana, la cual tenía una visión similar a la de su habitación—. A mí también me gusta la noche.
Night se relajó notablemente, aliviado porque los humanos le permitirían tener ese nombre. De repente, se le ocurrieron miles de preguntas que hacerle, y se sentó en el borde de la cama, frente a Vane.
—¿Qué significa tu nombre? ¿Por qué lo escogiste?
—Yo no elegí mi nombre. Los padres son los que ponen nombre a sus hijos.
Eso le dejó intrigado.
—Ya veo —dicho esto, bajó un momento la mirada—. Sé que yo tuve que tener padres, pero no los recuerdo. ¿Crees que ellos me pusieron un nombre?
Vane le observó con cierta tristeza.
—Tal vez, no siempre es tan sencillo. Hay padres que no pueden cuidar de sus hijos porque no tienen dinero suficiente y se los dan a otro que pueda encargarse de ellos. Otros sencillamente no quieren tenerlos. Puede que los tuyos murieran cuando eras muy pequeño. Es difícil saberlo.
Él asintió, encogiéndose de hombros mentalmente. Los médicos le habían utilizado para pruebas de cría que no habían tenido éxito, pero siempre tuvo claro que si algún día tenía un hijo, lo protegería con su vida. Si sus padres habían estado vivos y no hicieron nada por evitar que los médicos le hicieran las pruebas, no quería saber nada de ellos.
—¿Cómo es tener unos padres que te aman? —preguntó de todos modos. Sentía curiosidad.
Vio que el rostro de Vane se crispaba un poco. Apartó un momento la vista y la dirigió hacia la mesita, donde vio unas fotos enmarcadas. Cogió una y se la tendió para que la viera. En ella, se encontró con un hombre y una mujer, sonriendo felices junto a siete niños igualmente alegres.
La imagen lo dejó boquiabierto. Sabía que él había sido niño, pero le habían mantenido aislado y no había tenido espejo, por lo que no recordaba bien cómo era su aspecto. Las crías humanas, tan pequeñas y frágiles, le enternecieron.
—Somos mis hermanos y yo cuando éramos pequeños —le dijo Vane con una sonrisa triste—. Mis padres nos querían más de lo que puedo expresar. No tenían mucho dinero, pero nunca nos faltó de nada y siempre estaban ahí cuando les necesitábamos. Habría hecho cualquier cosa por ellos.
Night se dio cuenta de que hablaba en pasado.
—¿Qué les pasó?
Vane le miró a los ojos. La tristeza no había desaparecido de su rostro.
—¿Sabes lo que son los explosivos?
Palideció al comprender cómo murieron. A veces, los médicos les colocaban collares explosivos a algunos de ellos, amenazaban con hacerlos estallar si no obedecían sus órdenes.
Tragó saliva y bajó la vista.
—Un macho intentó escapar una vez con sus compañeros. Mataron a muchos humanos por el camino, pero al final, los cogieron. A todos nos hicieron ver lo que nos pasaría si intentábamos huir. Hicieron explotar al macho que dirigía el grupo.
Pudo ver claramente el horror en el rostro de Vane. No le gustaba lo que le habían hecho a uno de los suyos, a pesar de no ser de su misma especie. Apreció que sintiera compasión por él, aun sin conocerlo.
—Lo siento mucho, Night.
—Yo siento lo de tus padres. Sé que es una muerte dolorosa.
El humano permaneció unos segundos en silencio, con los ojos entrecerrados. Pudo oler su rabia en el aire.
—Has visto lo que es un edificio en la tele, ¿verdad? —Él asintió—. Mis padres estaban en uno cuando unos hombres pusieron explosivos en él. Pudieron morir por el impacto, por la caída o aplastados. No quise saber los detalles —explicó con cierta tensión en la voz, como si la contuviera—. Pero mis hermanos y yo nos convertimos en soldados para cazar a los malnacidos que lo hicieron.
—Eso puedo entenderlo —confesó Night, pensando en los compañeros que había perdido a lo largo de su vida—, yo también quiero dar caza a los humanos que matan a mi gente —dijo, apretando los puños y con un gruñido retumbando en su pecho.
Vane colocó una mano en su brazo. Él se sobresaltó, temiendo que fuera a hacerle daño, pero su toque era suave, de consuelo. Al ver su reacción, el macho retiró lentamente los dedos de su piel. Muy a su pesar, Night echó de menos su contacto. Ningún humano había intentado hacerle sentir bien antes.
—Lo siento —se disculpó Vane, manteniendo la distancia de nuevo con él. Estaban sentados el uno frente al otro, por lo que no había mucho espacio entre ambos, sin embargo, no era algo que a Night le molestara. Frunció el ceño, extrañado por aceptar al humano cerca de él—. Encontraremos a tu gente y esos hombres pagarán por lo que os han hecho, ya lo verás. Solo necesitamos tiempo.
Sus palabras le distrajeron e hicieron que se centrara en lo que más deseaba aprender.
—Entonces, ¿puedo aprender a pelear?
Vane asintió.
—Max te enseñará la formación básica; lucha cuerpo a cuerpo, con cuchillo, y también a disparar. Con eso puedes formar parte del equipo de rescate. Más tarde, si quieres, podrás especializarte en algo…
—¿Por qué no me enseñas tú? —preguntó, un tanto decepcionado. Pese a que Max parecía ser también un buen humano, prefería a Vane. Era más suave y calmado, parecía ser consciente de lo extraño y nuevo que era todo para él. También era con quien más había hablado, se sentía cómodo con él.
El macho le dedicó una mirada de disculpa, algo que aún se le hacía extraño.
—Ahora mismo no estoy en condiciones.
Night frunció el ceño. Ya le había dicho eso antes, cuando le mostró el gimnasio.
—Has dicho lo mismo esta mañana. ¿Qué quieres decir con eso?
Vane dudó unos momentos, con la vista apartada, como si estuviera un poco incómodo. Al final, dejó escapar un suspiro y se quitó la camiseta. Por un instante, le sorprendió que se quitara la ropa delante de él, teniendo en cuenta que a los humanos no les gustaba quitársela delante de un extraño. Sin embargo, lo olvidó rápidamente al ver el torso desnudo del macho. Palideció repentinamente.
—¡Estás herido! —exclamó y se abalanzó sobre él para analizar el daño de sus heridas. Su costado, la mitad del pecho y gran parte de su brazo izquierdo estaba cubierto de sangre. Esta ya se había secado y había adoptado un intenso color negro.
¿Por qué estaba herido? ¿Y por qué Ethan no le había curado?, ¿no se suponía que él era médico? ¿Acaso no le importaba Vane? ¿Por qué no había dicho nada?
Terminó tumbando al humano sobre el colchón, con él encima y la cara pegada a su piel malherida. Le alarmó no oler a sangre, a pesar de que la tenía delante. Sabía que su olfato estaba bien, lo había usado constantemente durante esos dos días y había comprobado que actuaba como siempre. Entonces, ¿qué le ocurría a Vane?
Este le frotó los brazos, en un intento de calmarlo. Lo miró a los ojos; no había dolor o angustia en ellos, sino más bien un poco de sorpresa.
—Tranquilo, Night. No es una herida. Se llama tatuaje.
Él arrugó el ceño, sin comprender. Vane le sonrió.
—Un dibujo es una forma que creas sobre una superficie. Puede ser con la mano o con otras cosas. Un tatuaje es un dibujo que te haces sobre la piel y que no desaparece.
Eso le tranquilizó notablemente y retrocedió, dejando que Vane se sentara de nuevo. Este le dedicó una sonrisa que pretendía tranquilizarlo, aunque Night seguía un poco confuso, tanto por su exagerada preocupación al ver que el macho humano estaba herido como por el extraño dibujo.
—¿Por qué lo tienes? —decidió preguntar, intrigado y poco dispuesto a pensar en por qué Vane le importaba tanto.
El hombre hizo una mueca incómoda y bajó la vista. Su expresión le hizo saber que no era un buen recuerdo.
—¿Recuerdas lo que te conté sobre mi hermano Shawn?
Night frunció un momento el ceño y asintió.
—Fue el macho al que encerraron y torturaron, como hicieron con mi gente.
Vane hizo un gesto afirmativo.
—Mis hombres y yo fuimos a salvarle. Estaba tan preocupado por él que no me percaté de que había una mina escondida en el suelo. —Hizo una pausa y pudo oler su dolor en el aire, sorprendiéndolo—. Estalló y recibí parte del impacto —dijo mientras se tocaba la zona donde tenía el tatuaje—. Parte de mi brazo, mi pectoral y costado izquierdos quedaron destrozados por quemaduras muy graves, no era algo digno de ver. Así que, en cuanto estuve recuperado, me hice un tatuaje para taparlo.
Night asintió, impresionado por el dibujo, y se acercó un poco más para poder verlo mejor. Sin embargo, recordó en el último momento que estaría muy cerca del humano y lo observó con recelo. Vane solo sonrió y estiró el brazo en su dirección, permitiéndole contemplar el tatuaje sin que tuviera que acercarse demasiado. Eso le hizo sentirse un poco más seguro a la hora de levantar una mano y tocarle el bíceps. Pese a su buena musculatura, pudo notar la rugosidad de la piel. Se dio cuenta con tristeza de que se trataba de las cicatrices de las quemaduras. Algunos de los suyos también tenían esas marcas.
—¿Te duele? —le preguntó, retirando la mano de repente al recordar que tal vez aún era doloroso para él. Afortunadamente, Vane negó con la cabeza.
—Ya no, pero no puedo mover bien el brazo —dicho esto, hizo una serie de movimientos, permitiéndole ver que no podía levantarlo del todo ni estirarlo hacia atrás tanto como él podría hacerlo—. Por eso yo no puedo enseñarte a pelear.
Eso hizo que Night se sintiera un poco mal. Había pensado en matar a un macho que probablemente no podía defenderse. No es que los humanos que él había conocido pudieran hacerle frente, los médicos y los técnicos eran débiles, pero ellos le habían hecho daño mientras estaba retenido. Él había estado indefenso mientras había estado encadenado en una jaula, sin oportunidad de defenderse. Vulnerable. Impotente. La idea de poder hacerle daño a Vane cuando él no tendría ninguna oportunidad de luchar le resultó repugnante.
De repente, todos sus instintos se concentraron en proteger a ese macho. Ahora entendía que, al estar herido, era el miembro más débil de su grupo. Era su deber cuidar de él hasta que estuviera recuperado por completo.
Eso hizo que una idea aterradora cruzara su mente.
—¿Te pondrás bien?
Vane hizo una mueca que lo puso en alerta.
—Ethan hace lo que puede, pero lo más probable es que no pueda recuperar toda la movilidad del brazo.
Night perdió todo el color de la cara.
—¿Van a matarte?
El humano abrió los ojos como platos.
—¿Qué? ¡No! ¿Por qué piensas eso?
Bajó la vista un momento, confundido por su respuesta. Creía que…
—Los médicos los mataban —dijo finalmente, levantando la vista. Vane le miraba sin comprender—. A algunos de los míos les dan palizas brutales que les dejan inútiles de un brazo o una pierna. Desaparecen poco después. Yo sé que los matan.
El macho abrió la boca sin pronunciar un sonido. Vio en sus ojos que estaba horrorizado, y pudo oler su rabia en el aire. Tras unos segundos, sacudió la cabeza, cerró un momento los ojos e inspiró hondo. Night supo que estaba intentando contener la ira, él mismo había hecho ese gesto muchas veces cuando los médicos amenazaban con hacer daño a una de las hembras que le traían si no hacía lo que le ordenaban.
Vane por fin abrió los ojos y le observó fijamente.
—Night, nosotros no matamos a personas que quedan heridas de por vida. Al contrario, las ayudamos para que su vida sea un poco más fácil.
De repente, la presión que había notado en el pecho empezó a aflojarse.
—Entonces, ¿no van a matarte?
—No.
—¿Mi gente estará a salvo? ¿Incluso los que no puedan volver a moverse?
—Les ayudaremos, Night, a todos. Tienes mi palabra.
Muy a su pesar, le creyó. Era la primera vez en su vida que pensaba de verdad que un humano cumpliría su palabra… En realidad, era la primera vez que confiaba en uno. Agachó la cabeza, sintiéndose un tanto estúpido e incómodo ante eso, pero, aun así… se sentía agradecido.
—Gracias, Vane. De verdad.
Él le sonrió.
—Les encontraremos, ya lo verás. Solo es cuestión de tiempo.
Night se atrevió a curvar los labios hacia arriba. Después, sin embargo, su atención volvió al tatuaje de Vane, observándolo con curiosidad. Ahora que lo veía bien, era interesante, y lo cierto era que le parecía hermoso en el brazo del macho.
—Me gusta tu tatuaje.
Vane se tocó el pecho, gesto que le llamó inmensamente la atención.
—Dolió un poco cuando me lo pusieron, pero al menos es mejor que tener las quemaduras —dicho esto, se le iluminó la cara—. Eh, ¿quieres ver el que tengo en la espalda? Es un poco diferente.
Night asintió, animado. Vane se dio la vuelta para que viera bien el dibujo de su espalda, cuyas líneas azules surcaban su piel dorada. Se quedó con la boca abierta al identificar lo que era.
—¡Es un perro!
—En realidad, es un lobo —le dijo Vane por encima del hombro con una sonrisa—. Los lobos son como los perros, pero más grandes. —De repente, apareció un brillo en sus ojos—. Cuando llegue el invierno, habrá manadas por aquí. Las manadas son grupos de lobos.
—¿Podré verlos? —Debía reconocer que los animales era algo que lo fascinaba, estaba ansioso por saber qué tipos había, y si serían muy diferentes a los humanos o a su gente.
—Te llevaré a verlos, pero tendremos que tener cuidado. Pueden ser peligrosos en grupo, tendremos que ser silenciosos. —Hace una pausa, pensativo—. Podría ser un buen entrenamiento, aprenderías a pasar desapercibido.
Night sonrió. Se sentía tranquilo ahora que creía sinceramente que Vane tenía buenas intenciones con él y su gente, y estaba deseoso por aprender todo lo que pudiera enseñarle. Contempló el tatuaje del lobo, pensando en lo bien que se veía en la espalda perfecta del macho humano. Era ancha en los hombros, pero se estrechaba conforme sus ojos se deslizaban hacia su cintura. Sintió el irrefrenable impulso de acariciarle, quería saber si era tan suave como lo parecía, y cómo se sentiría tenerla bajo sus dedos. Ese pensamiento le resultó extraño, así que lo apartó de su mente y se centró en el tatuaje.
—Creo que me gustaría tener un tatuaje —comentó, frunciendo el ceño.
—Ten en cuenta que es para toda la vida.
—Me gustaría tapar esto —dijo a la vez que se quitaba la camiseta. La dejó en un lado y se señaló el pecho, donde llevaba su número—. No quiero volver a ser una cosa.
Vane le dedicó una mirada comprensiva.
—Lo entiendo —dicho esto, se quedó pensativo, mirando su número—. Oye, Night, ¿la palabra Mercile tiene algún significado para ti?
Él arrugó la frente, sin entender.
—No, ¿debería?
—Es lo que pone junto a tu número… —Entonces, Vane abrió los ojos como platos y se levantó de un salto de la cama, asustándolo. Lo vio moverse por su habitación hasta un pequeño sofá que tenía a su derecha, donde reposaba un portátil blanco. Aún no había tenido la oportunidad de utilizarlo, ya que no sabía leer ni escribir todavía, pero Vane le había explicado que, cuando aprendiera, podría usarlo para saber más sobre su mundo.
Cuando el macho volvió a la cama, Night le preguntó con inquietud:
—¿Pasa algo malo?
—No, Night, es algo bueno, muy bueno —le respondió con una gran sonrisa—. Creo que ya sé cómo encontrar a tu gente.
En ese instante, su corazón se detuvo por un instante. Se puso al lado de Vane, sin importarle esta vez que sus cuerpos se tocaran, para ver lo que hacía con el ordenador.
—¿Cómo? —jadeó.
—¿Recuerdas que las personas ponen números a sus cosas? —Él asintió—. Vale, pues normalmente también les ponen sus nombres, para indicar que les pertenecen, ¿entiendes lo que quiero decir?
—Sí —gruñó—, es como si mi gente fuera propiedad de los médicos.
—Bien, pues creo que a ti te han puesto el nombre de las personas que os tienen retenidos. Y si conozco su nombre, puedo encontrar información sobre ellos, incluso podría hallar dónde están, y si conozco su ubicación…
      —… sabrás dónde está mi gente —terminó de deducir Night, sintiendo cómo la esperanza invadía cada recoveco de su cuerpo.

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