Capítulo 5. Alas
“Eres un ángel que
muerde la noche,
para no desgarrar
mis alas.”
Alejandro
Lanús
Despertó cuando
los rayos del sol se filtraron por la ventana de su habitación, iluminando la
pequeña estancia e incordiando sus ojos. Los cerró con fuerza e intentó cambiar
de postura, pero algo lo tenía firmemente cogido por la cintura. Se cubrió la
cara con la mano y observó el brazo de tono tostado que lo abrazaba, pero no
fue eso lo que lo sobresaltó. Una gigantesca ala de color chocolate con finas
pinceladas doradas tapaba su cuerpo desnudo.
—¿Dariel?
Esta vez, el brazo
que lo mantenía sujeto aflojó su agarre y permitió que se girara lo suficiente
como para encontrarse con Evar. Un sonrojo cubrió sus mejillas. El demonio
estaba completamente desnudo, dejando así descaradamente al descubierto su
magnífico torso musculoso, así como sus largas y masculinas piernas y su
miembro erecto. Con la cabeza apoyada sobre uno de sus brazos y las alas plegadas,
habría sido el ángel más sexy sobre la faz de la Tierra si no fuera porque
sabía que era un demonio.
Sus ojos castaños
tenían un brillo inquieto.
—¿Cómo te
encuentras?
Dariel no
respondió, estaba demasiado ocupado devorando ese pecaminoso cuerpo con los
ojos. De repente, recordó lo que Evar y él estuvieron haciendo anoche. Su
rostro se convirtió en un tomate por la vergüenza.
—Yo… Sobre lo de
anoche…
—No me has
respondido.
Su tono imperioso
le hizo fruncir el ceño. Evar parecía preocupado, a juzgar por su postura tensa
y la forma en que lo miraba fijamente a los ojos.
—¿Por qué lo
preguntas?
Evar se sentó en
la cama sin dejar de cubrirle con una de sus suaves alas.
—Anoche, cuando te
toqué… te caíste del sofá y empezaste a temblar.
Esas palabras confundieron
a Dariel.
—¿En serio? ¿Por
qué? ¿Dónde me tocaste?
El demonio hizo
una mueca y se acercó más a él. Alzó una mano y le cogió una nalga. Dariel
estalló en llamas nada más sentir su caricia, al menos hasta que sus dedos se
aproximaron a una zona que no estaba preparada en absoluto para lo que Evar
estaba a punto de hacer.
Se apartó
bruscamente, recordando de repente la razón por la que no quería que lo tocara
ahí. Inevitablemente, su cuerpo tembló ligeramente, momento en que Evar cogió
su rostro entre sus manos y lo obligó a mirarlo a los ojos. Los suyos volvían a
ser brillantes por las malditas lágrimas.
Habían pasado
muchos años desde entonces, pero aún no había olvidado lo que sintió durante
todo aquel tiempo. Tres años. Tres malditos años sufriendo y aguantando,
rezando por poder salir de allí cuanto antes y huir para siempre.
—Dariel, mírame.
Él hizo un gesto
negativo con la cabeza, intentando apartarse, pero Evar no se lo consintió.
—Dariel, por
favor.
Esta vez, al oír
su tono suplicante, obedeció. El demonio nunca le había parecido tan humano
como hasta ese momento, a pesar de las alas que aún lo cubrían. Su rostro
estaba demacrado por la inquietud, tanto que Dariel sintió el impulso de
tranquilizarlo pero, antes de que pudiera hacerlo, Evar le acarició las
mejillas y se inclinó muy despacio para rozarle los labios.
Dariel se derritió
por dentro. A pesar de los amargos recuerdos que aún golpeaban su mente,
disfrutó del beso. No era ardiente y apasionado como lo había sido siempre, era
una sencilla caricia tierna, de consuelo y afecto.
Cuando se
separaron, Evar lo abrazó con los brazos y las alas. Dariel, sin estar muy
seguro de dónde estaba su orgullo masculino, se dejó hacer y permitió que le
acariciara el pelo.
—¿Quieres hablar
de ello? —le susurró en voz baja.
Dariel se tensó
por un instante, pero se relajó al sentir que la mano de Evar se deslizaba
suavemente por su espalda. Cerró los ojos y se apoyó en su pecho, dejando que
la caricia lo calmara.
—No.
El demonio asintió
y, durante una hora entera, no se movieron de donde estaban. Evar no ahondó en
su pasado, algo que agradeció profundamente y que lo sorprendió. Jamás habría
pensado que los demonios pudieran ser tan considerados, aunque teniendo en
cuenta la forma en que se puso Evar cuando se enteró de que Nico le había
contado lo de Arlet, tampoco debería extrañarle.
Después, Dariel
decidió despejarse dándose una ducha rápida. Percibió la presencia de Evar al
otro lado de la puerta, paseándose de un lado a otro, todavía inquieto. No pudo
evitar sentirse un tanto conmovido. Que él recordara, nadie se había preocupado
tanto por él. Desde su infancia había sido un chico solitario, por lo que no
había tenido muchos amigos, y cuando descubrió sus poderes, no le fue mejor.
Las únicas
amistades que había tenido realmente eran April y Matthew.
Al salir del baño,
se topó con Evar. Se había vestido con unos vaqueros oscuros y una camiseta
blanca de manga corta, y sus alas habían desaparecido.
—¿Estás bien? —le
preguntó.
Dariel asintió y,
un tanto avergonzado, murmuró:
—Gracias por lo de
antes.
Evar inclinó
levemente la cabeza y le acarició una mejilla áspera por la ligera barba con
los nudillos. Casi se le cerraron los ojos. No entendía cómo podía permitir que
lo tocara de esa manera… Bueno, sí, claro que sabía que le encantaba que lo
acariciara, pero seguía sin saber por qué no se resistía.
Tal vez aún
necesitara un poco de contacto humano después de todas las cosas desagradables
que había recordado ese día.
Entonces, el
demonio se apartó y fue al salón. Dariel lo siguió al ver que se dirigía allí
decidido.
—Tu amiga humana
ha llamado mientras te duchabas. Quería saber si esta noche te apetecía salir.
—Hizo una pausa con una ligera sonrisa divertida en los labios—. Le ha
sorprendido mucho que estuviera aquí y me ha preguntado el motivo. No sé por
qué, pero tengo la sensación de que ha malinterpretado nuestra relación.
Dariel lo miró con
cara de pocos amigos.
—¿Qué quieres
decir?
—Creo que piensa
que, como yo no tengo casa aquí y te salvé de esos supuestos atracadores, me
has compensado con… ciertos placeres. —La sonrisa del demonio se ensanchó
mientras que el semidiós se sonrojaba.
—Ahora la llamaré.
Y de paso, le aclararé ese pequeño malentendido —dijo tras coger el teléfono y
marcar el número.
Repentinamente,
sintió el poderoso pecho de Evar a su espalda. Sus labios rozaron su hombro, su
cuello y su oreja, en una caricia erótica que de inmediato lo puso a cien.
—No es necesario
que le des explicaciones. Salgamos esta noche y dejemos que juzgue ella misma.
Dariel iba a
replicar, pero en ese momento, April respondió.
—¡Hola, cariño!
¿Cómo te va con tu nuevo amigo? —preguntó remarcando la última palabra, seguida
de una risilla coqueta.
Dariel puso los
ojos en blanco mientras Evar se separaba de él para curiosear su estantería de
documentales.
—April, solamente
es un hombre amable que me salvó y que no tiene a dónde ir. ¿Qué hay de malo en
acogerle hasta que se vaya a…? —Lo miró de reojo. El demonio miraba los DVD con
el ceño fruncido, intentando averiguar su utilidad, probablemente. Dariel
suspiró y dijo lo primero que se le pasó por la cabeza—. Las Vegas. Es dueño de
un casino y acaba de llegar a Los Ángeles para tomarse unas vacaciones. Como
aún no había echado un vistazo a los hoteles y yo le ofrecí hospedarse en mi
casa, pues…
—¡Guau! Así que te
acuestas con un ricachón —April soltó otra risilla—. La verdad, jamás había
pensado que te gustaran los hombres, aunque eso explica que no sientas ningún
interés en las mujeres del trabajo que te comen con los ojos…
—No me acuesto con
él —gruñó Dariel, lo que llamó la atención de Evar. El demonio se acercó y pegó
la oreja al teléfono, a pesar de sus intentos por apartarlo.
—Pues deberías
hacerlo, está como un tren. Si yo estuviera en tu lugar, ya le habría dejado
que me atara a la cama y que me hiciera de todo.
—No estaría nada
mal que lo hicieras —comentó Evar con un brillo pícaro en los ojos.
Dariel se sonrojó,
pero a pesar de eso, le lanzó una mirada de pocos amigos.
—¡Evar! ¿Estás
ahí?
—Sí, April. Hola
otra vez.
—¿Entonces has
conseguido que el mojigato de mi amigo se desmelene?
—Estoy en ello.
—¿Se puede saber
desde cuándo sois tan amigos? —interrogó el semidiós, todavía fulminando con la
mirada al demonio, que parecía muy divertido por la situación.
—Desde que sé que
April tiene tan buen gusto para los hombres —dijo Evar, que sonreía
ampliamente.
Dariel decidió
cambiar de tema.
—En fin, ¿qué
decías de salir esta noche?
—Mañana tenemos
que volver al trabajo y he pensado que, como ya llevas unos meses muy duros,
tal vez podría ayudarte salir un poco.
La idea no le
gustó nada. Fuera adonde fuera, las mujeres y algunos hombres se le quedaban
mirando como si quisieran abalanzarse sobre él, y eso siempre acababa
causándole problemas. Por eso pasaba la mayor parte de su tiempo libre en casa,
solo, donde pudiera estar tranquilo y sin que nadie le molestara.
—No sé, April…
—Iremos —dijo Evar
de repente, arrebatándole el teléfono. Dariel intentó recuperarlo, pero el
demonio saltó al otro lado del sofá mientras seguía hablando con la mujer—. No
te preocupes por nada, lo arrastraré si es necesario, solo dime dónde está el
sitio. De acuerdo. Hasta esta noche, April —dicho esto, colgó y le lanzó el
teléfono a Dariel, quien lo cogió al vuelo y lo dejó en su sitio antes de
avanzar furibundo hacia él.
—¿Qué diablos
estás haciendo?
Evar hizo un gesto
despreocupado con la mano.
—Te vendrá bien,
Dariel. Y si te soy sincero, a mí también.
Eso último llamó
su atención.
—¿Qué quieres
decir?
—Hera ya sabe
dónde vives, así que hay como mínimo un noventa por ciento de probabilidades de
que vuelva aquí. Lo mejor que podemos hacer es evitar estos enfrentamientos.
Dariel alzó una
ceja burlona.
—¿Desde cuándo te
dan miedo los griegos?
Evar, en
respuesta, soltó una risotada.
—A mí no me
asustan los helenos, Dariel, he tenido que luchar contra cosas mucho peores en
mis nueve mil años. Sin embargo, son numerosos los seguidores de Hera, y si me
descuido, podrían cogerte y llevarte al Olimpo. Y una vez estés allí, yo no
podré salvarte.
El semidiós arrugó
la nariz, pero no presentó más argumentos. Apreciaba lo suficiente su vida como
para aguantar una noche de miradas lascivas y despreciables.
En ese momento,
sonó el móvil de Evar. Se lo sacó del bolsillo y respondió. Tras un minuto en
el que Dariel lo observó con interés, el Nefilim le tendió el teléfono.
—Es Lucifer, dice
que quiere hablar contigo.
Dariel retrocedió,
mirando el objeto como si fuera una bomba a punto de explotar.
—Yo no.
—Tranquilo,
Dariel, el Diablo tiene mucho poder, pero no puede hacerte nada a través de un
móvil —comentó Evar con una sonrisa divertida.
Aunque receloso,
cogió el móvil y se lo acercó a la oreja. Tenía el cuerpo tenso.
—¿Diga?
—Por fin nos
conocemos, Dariel —dijo una voz grave y musical al otro lado de la línea. Qué
curioso, él siempre se había imaginado la voz del demonio como diabólica y
monstruosa.
—Diría que es un
placer, pero entonces estaría mintiendo.
Evar soltó una
risotada que, para su sorpresa, fue coreada por el Diablo.
—Desafiante, me
gusta. No soporto a los tocapelotas.
—¿Qué quieres?
—En primer lugar,
conocerte, aunque solo sea por móvil. En segundo, me encanta lo que hiciste
anoche para cenar. Tienes que darme las recetas para que pueda practicar un
poco… Soy un negado para cocinar, pero esa tarta de fresas con nata que hiciste
era más celestial que la risa de un querubín.
Dariel no tenía ni
idea de cómo reaccionar. No podía creer que el Diablo en persona le estuviera
hablando de tartas.
—Ah… Gracias,
supongo.
—No tienes que
dármelas, es la verdad. Tienes un don para cocinar.
Tras una pausa,
Dariel se armó de valor y dijo:
—No sé si vas a ir
al grano o no, pero… aún no he decidido unirme a ti.
El Diablo se quedó
en silencio unos instantes. Después, en vez de enfadada, su voz sonó tan suave
como la seda.
—Dariel, no te he
llamado para que me des una respuesta; te dije a través de Evar que tenías todo
el tiempo del mundo para pensarlo. No me importa si pasa una semana o un siglo,
los dos tenemos tiempo de sobra —añadió con una sonrisa en la voz.
—¿Entonces?
Lucifer hizo una
pausa que le pareció demasiado larga.
—No tengas miedo
del pasado, Dariel. Ya no puede hacerte daño.
Esas palabras lo
dejaron blanco como la cera.
—¿Qué?
—Soy el Diablo, y
al igual que Dios, conozco todo lo referente a las almas que moran en tu mundo.
Incluida la tuya. El hombre al que temes está muerto, de hecho, le tenía
reservado un lugar especial en mis dominios. Ya no tienes que preocuparte por
él.
Su rostro se
crispó y apretó los labios, pero sus manos temblaban. Hasta que Evar se las
cogió y se las estrechó entre las suyas. Al mirarle, vio de nuevo esa inquietud
que lo había estado acompañando aquella mañana.
Le devolvió el
apretón, agradecido, y tragó saliva antes de preguntarle a Lucifer:
—¿Sufre?
—Cada instante de
su mísera existencia.
Él asintió.
—Me alegro.
—Es lo que merece
por todo el mal que ha causado. —Lucifer hizo una pausa más—. El pasado no
debería interponerse en nuestra felicidad, solo quería que supieras eso.
—Entonces, su tono se volvió más alegre—. Ha sido un placer conocerte, Dariel.
Espero que nos veamos pronto —y dicho esto, colgó.
Dariel le devolvió
el móvil a Evar, quien se lo guardó en el bolsillo para poder abrazarle. No
supo por qué, pero dejó que lo encerrara en sus brazos.
—¿Estás bien?
—Tenías razón,
necesito salir de aquí y despejarme.
El demonio esbozó
una diminuta sonrisa. Solo entonces, Dariel se dio cuenta de que las alas de
Evar habían vuelto a aparecer y que lo envolvía con ellas.
—¿Y esto? Antes
también lo has hecho.
—A los Nefilim nos
avergüenza que personas ajenas a nuestra raza vean nuestro dolor. Así que cada
vez que uno de nosotros no puede mantenerse firme, los demás le cubrimos con
nuestras alas para que pueda llorar en paz.
Él alzó la vista
para mirarle a los ojos.
—¿Lloráis a
menudo?
En los ojos de
Evar apreció un brillo triste.
—Yo lloré cuando
mataron a mi abuela, cuando asesinaron a mi padre y a mi raza, cuando escogí
abandonar el infierno… y cuando murieron Arlet y mi hermano.
Dariel asintió y
lo abrazó con más fuerza.
Evar sabía que
sentía cierta lástima por él, especialmente desde que le contó lo sucedido con
Arlet. No sabía por qué se lo había contado, pero reconocía que se sentía mucho
mejor.
Entonces, notó un
extraño movimiento en la espalda de Dariel. Por poco se sobresaltó al ver que
unas alas de un blanco puro se extendían a ambos lados de él. Sus plumas
acariciaron delicadamente las suyas, en una especie de abrazo similar al de sus
propias alas.
—¿Dariel?
—Has dicho que
cuando un Nefilim siente dolor, los demás lo cubren con sus alas, ¿verdad?
Evar solo sonrió.
Aquella noche,
Dariel se sentía fuera de lugar dentro de aquella discoteca. No había vuelto a
entrar en una desde que tenía unos diecinueve años; un par de chicas se le
habían acercado, chicas cuyos novios habían venido con sus grandes y musculosos
amigotes, de los que tuvo que huir a los pocos minutos. Afortunadamente, por
entonces ya conocía sus poderes y pudo escapar volando cuando nadie lo miraba.
La música latía en
todo el local, al igual que la semioscuridad iluminada por las luces
intermitentes de todos los colores. Solo la barra estaba encendida con una luz
verde fosforito que hacía imposible que nadie la encontrara.
Gracias a su metro
ochenta de altura, localizó por encima de las cabezas que se movían al son de
la música a April, que iba vestida con una chillona camiseta de tirantes rosa y
una falda blanca de volantes, y a Matthew, que por primera vez desde que lo
conocía se había puesto una sencilla camiseta de manga corta negra y unos
vaqueros rotos. Si no fuera porque su cara delataba que era un intelectual,
habría podido ser perfectamente uno de esos tíos que van continuamente a
discotecas.
—Parece que ya
tienes admiradoras por todas partes —comentó Evar a su espalda.
Al mirarle, se dio
cuenta de que tenía el rostro sombrío.
—No soy el único
—dijo él, tratando de que desviara su atención a dos despampanantes mujeres que
se lo comían con los ojos para que no decidiera asesinar a nadie.
En cuanto Evar
posó su mirada sobre ellas, Dariel se arrepintió de habérselo dicho. Una de las
mujeres bebió de su refresco y se lamió los labios rojos sin dejar de mirar a
Evar, mientras que la otra se acarició la pierna desde la rodilla hasta el
muslo, un poco más adentro de la corta minifalda.
Sintió el impulso
de usar sus poderes para hacer que una bandeja llena de jarras de cerveza se
les cayera encima, pero entonces recordó que, a la mayoría de los hombres, les
gustaban los concursos de camisetas mojadas.
Maldijo para sus
adentros y desvió la vista de ellas, no fuera que acabara optando por hacer que
tropezaran con cualquier cosa y acabaran pisoteadas en la pista de baile…
Mierda. Quería ver cómo las pisoteaban.
Cuando apartó la
mirada, se encontró con los ojos de Evar. Y parecían hambrientos.
—No es su atención
la que me interesa —le dijo con la voz ronca.
Dariel gruñó
satisfecho en su fuero interno. Aunque no habían hablado todavía de la evidente
atracción que existía entre los dos, le gustaba saber que él era el único en el
que estaba interesado. Como si Evar le leyera el pensamiento y quisiera
confirmar sus sospechas, se acercó un poco más y se inclinó…
—¡Dariel, Evar!
Los dos se
apartaron instintivamente al escuchar la voz de April a lo lejos. Se hacía paso
como podía a través de la multitud, seguida muy cerca por Matthew, cuya mirada
se centró en la de Evar con evidente cautela.
Dariel frunció el
ceño, sin comprender esa actitud, pero al demonio, en cambio, parecía
divertirle, incluso complacerle.
—Y yo que creía
que encontrarías la forma de escapar de mí —dijo April mientras le abrazaba.
—Te dije que lo
llevaría aquí aunque tuviera que ser a rastras —comentó Evar, a quien April
también le dio un afectuoso abrazo antes de cogerlos a ambos por los brazos y
llevarlos a la pista de baile.
—¡Vamos a bailar!
¡Tú también, Matthew! ¡Y como me digas que no, seré yo quien acabe arrastrándote!
Dariel no pudo
evitar intercambiar una sonrisa con Matthew, que los siguió ágilmente entre la
multitud.
Antes de darse
cuenta, April ya había cogido a Evar de la mano y danzaba con él. Al demonio no
pareció importarle y, para su sorpresa, bailaba increíblemente bien.
—¿Dónde has
aprendido a bailar así? —le preguntó cuando April lo dejó con él y se llevó a
Matthew.
Evar se encogió de
hombros.
—Las almas del
Jardín de las Flores de Fuego tienen muchas fiestas, y muchos demonios acuden a
ellas por curiosidad. Los primeros Nefilim se sintieron atraídos por su música,
y no tardaron mucho en unirse a los bailes. Yo he seguido con la tradición; sus
fiestas son uno de los pocos entretenimientos que tenemos.
—Espera, yo creía
que en el infierno se castigaba a las almas malvadas.
—Y así es, pero a
veces, Dios no deja que vayan al Cielo algunas almas que han cometido pequeños
pecados.
Dariel frunció el
ceño.
—Creo que no lo
entiendo.
—Para Dios, cosas
como no cumplir los votos de castidad, ser homosexual o ateo son pecado y los
envía al infierno. Lucifer no lo ve del mismo modo, así que creó un jardín
donde las almas buenas que Dios rechazaba pudieran vivir felizmente.
Eso lo dejó
gratamente sorprendido.
—No imaginaba que
el Diablo fuera tan… compasivo.
Evar se encogió de
hombros.
—Lo quieras o no,
antes de ser el regente del Infierno fue un ángel. Por mucho que odie a Dios,
no puede destruir esa parte de sí mismo.
Dariel asintió y
se quedó pensativo. Tal vez debería plantearse hablar con Lucifer de ese
trabajo. No parecía ser alguien malvado, a pesar de todas las cosas que había
escuchado sobre él.
—Evar, dime la
verdad. ¿Qué piensas de Lucifer?
El demonio lo
miró, extrañado, pero después se quedó pensativo.
—Cuando se va por
las ramas es insoportable, pero aparte de eso, no me quejo. Desde que llegó al
infierno, por lo que he oído, ha puesto orden entre los clanes de demonios que
luchaban entre sí y los ha unido en un ejército digno de un dios. Es justo a la
hora de imponer castigos a los malnacidos que bajan a nuestros dominios, así
como con aquellos que han tenido la mala suerte de no caerle bien a Dios. —Hizo
una pausa—. En cuanto a mi raza, siempre nos ha tratado bien. Nos ha dado un
hogar, comida y todo cuanto podamos pedir sin exigirnos nada a cambio.
—¿No se supone que
protegéis el Infierno por él?
—No. Cuando
asesinaron a las mujeres de los Grigori, ellos y los Nefilim no teníamos ningún
lugar adonde ir, habíamos vivido en la Tierra hasta ese momento. Lucifer
convirtió su hogar en el nuestro, y por eso lo protegemos. Es el único sitio
que tenemos. Si hubiésemos vuelto a la Tierra, los ángeles nos habrían dado
caza. Incluso cuando mi raza fue prácticamente exterminada, Lucifer estuvo
dispuesto a entregarse a cambio de que no matara a los Nefilim y ángeles caídos
supervivientes.
Dariel tragó
saliva. ¿Quién iba a decir que el Diablo sería capaz de algo así por sus
hombres?, parecía que se había equivocado completamente con él.
—Creía que era un
ser cruel —murmuró. Sin embargo, Evar lo oyó.
—Y lo es. Para
castigar a las almas malvadas por sus crímenes, hay que tener estómago para
darles su merecido y dictar sus sentencias. Una persona que ha matado a alguien
no puede ser castigada con un discurso, porque entonces jamás se arrepentirá ni
comprenderá el mal que ha causado a otros. Deben pagar por lo que han hecho, no
irse de rositas.
En eso tuvo que
darle la razón.
Quiso hacerle más
preguntas sobre Lucifer, sobre todo ahora que empezaba a pensar que el Infierno
no podía ser tan horrible, pero April llegó y se lo llevó a la pista de baile,
no sin antes ver la sonrisa divertida de Evar.
Aunque llevaba
mucho tiempo sin bailar, no le importó lo más mínimo. Por ahora, la noche iba
bien y quería aprovechar todo el tiempo que pudiera para divertirse.
Poco después,
April le dijo que iba a por unas bebidas y que le esperara allí. Él insistió en
ayudarla, pero la mujer le dijo que Evar ya se había ofrecido y que, además,
había visto a Matthew pagando en la barra y no quería que se escabullera. Así
que se quedó allí un poco más, bailando con una docena de desconocidos que,
gracias a los dioses, no repararon en él.
Al menos, no
todos. Unas manos se posaron en su cintura por detrás. Supo al instante que no
eran las de Evar, eran demasiado pequeñas y delicadas. Con cara de pocos
amigos, se giró para encontrarse con una mujer desconocida que le sonreía
sensualmente.
—Hola, guapo. ¿No
hace mucho calor aquí?
—No —respondió,
seco. Había dejado de bailar y retrocedido un paso para apartarse de las manos
de la extraña.
Ella no captó la
indirecta.
—Vamos, acompáñame
a un lugar más privado.
Dariel estuvo a
punto de soltarle una frase grosera acompañada de un insulto muy poco agradable
para los oídos. Afortunadamente, unos brazos musculosos le rodearon los hombros
y lo pegaron a un torso que conocía muy bien.
—Me voy un momento
a por algo de beber y ya se te echan encima —dijo Evar con una gran sonrisa,
aunque sus ojos estaban oscurecidos por algo que, estaba seguro, no quería
conocer—. No te puedo dejar solo.
La mujer lo miró
con mala cara, aunque al principio se había quedado embelesada por el físico de
Evar.
—Disculpa, tu
amigo y yo estábamos teniendo una conversación privada.
—¿Mi amigo? —Evar
abrió ligeramente los ojos y miró a Dariel—. ¿No te he dado tiempo a decirle
que no te van las mujeres? —y dicho esto, le besó.
Dariel ni siquiera
se resistió. Inconscientemente, o no del todo, había estado todo el día
esperando ese momento. Sus labios encajaron en los suyos como si hubiesen
estado unidos desde el principio y alguien los hubiera separado tiempo atrás, y
sus lenguas se entrelazaron en una danza sensual que exigía que sus cuerpos se
unieran a ella inmediatamente.
Por desgracia,
Evar se apartó. Sus ojos aún lo miraban con deseo y sus manos lo tenían
firmemente pegado contra sí. A Dariel ni se le pasó por la cabeza intentar
escapar de él, de hecho, estaba a punto de soltarle por qué diablos había
parado.
Entonces, Evar se
giró hacia el lugar donde estaba la mujer. Cuando él también miró, ella había
desaparecido.
—Parece que ha
captado el mensaje —dijo el demonio con una amplia sonrisa complacida.
Dariel gruñó.
—¿Has acabado con
el numerito?
—Sí.
—Bien. —Aferró su
nuca con una mano y lo besó.
Le pareció notar
que el pecho de Evar temblaba, como si estuviera conteniendo un rugido. Volvió
a deslizar la lengua en su boca y se apretó contra él, buscando su trasero con
las manos. En cuanto atrapó las duras nalgas, al demonio se le escapó un
gruñido muy poco humano y le devolvió el beso con fiereza.
A esas alturas,
Dariel empezaba a notar que hacía muchísimo calor, aparte de que todo su cuerpo
estaba tenso por la excitación. Deseó poder desnudar a Evar para lamerle el
cuerpo y acariciarlo, ver cómo se retorcería de placer y cómo gemiría cada vez
que lo rozara con los labios.
No supo cuánto
tiempo estuvieron besándose, pero cuando se separaron, él jadeaba y los ojos de
Evar parecían aún más hambrientos que antes.
—Deberíamos volver
a casa ahora mismo —susurró el demonio con voz ronca.
—Me parece una
idea estupenda.
Evar le lanzó una
sonrisa pícara y traviesa, tan sexy que sintió ganas de volver a besarlo hasta
que le suplicara que lo desnudara y que lo tocara.
Pensó que no era
tan mala idea y se acercó para atrapar sus labios, pero una voz femenina lo
detuvo.
—¡Dios mío!, es la
escena más caliente que he visto en toda mi vida —dijo April con una enorme
sonrisa, aunque tenía las mejillas un poco sonrosadas—. Dariel, no sabía que
fueras tan apasionado.
—Te sorprendería
—comentó Evar mientras le daba disimuladamente un apretón en el trasero.
Dariel ni se
molestó en negar lo que había pasado, estaba demasiado ocupado pensando en
alguna excusa para poder salir de allí e ir a casa. Evar debió notar su
impaciencia y la peligrosa forma en que su cuerpo subía de temperatura, porque
le sonrió a April y le dijo:
—Ahora y si nos
disculpas, Dariel y yo tenemos cosas que hacer.
—Claro, claro.
Cosas —comentó April con una risilla antes de ponerse de puntillas para darles
dos besos.
Evar y Dariel se
dirigieron a la salida, o al menos Dariel lo habría hecho, porque una mano
firme lo detuvo en el último momento, justo cuando Evar estaba cruzando la
puerta.
Era Matthew, y sus
ojos sombríos daban escalofríos, algo que a Dariel jamás se le habría pasado
por la cabeza que pudiera pasar.
—Te dije que no te
fiaras de él.
Dariel frunció el
ceño.
—Matthew, te
agradezco que te preocupes por mí, pero no pasa nada, en serio. Evar… —Hizo una
pausa y lo miró desconcertado—. Un momento, ¿cómo es que no tartamudeas?
Matthew se
sobresaltó y lo soltó.
—C-c-claro que
tar-tar-tamudeo.
—No lo has hecho.
Nunca te había oído decir más de dos palabras seguidas sin que tartamudearas.
—Cruzó los brazos a la altura del pecho—. ¿Por qué le mientes a todo el mundo?
Su amigo bajó la
cabeza.
—No se lo digas a
nadie, por favor. Solo… Solo quiero ser normal.
—¿Qué quieres
decir?
—Te lo explicaré,
te prometo que te lo explicaré… Pero cuando esté preparado. Ahora mismo no podría
enfrentarme a ellos.
—¿A quiénes?
—preguntó preocupado.
—¿Dariel?
Al girarse, vio a
Evar de pie junto a ellos. La forma en que contemplaba la mano de Matthew le
hizo pensar que estaba a un paso de rompérsela.
Entonces, le dijo
algo en griego. Para su completa sorpresa, su amigo le respondió con la misma
fluidez. Intercambiaron un par de frases y, finalmente, Matthew ladeó la
cabeza, mirando a Evar con curiosidad y cautela, para después dirigirse a él.
—Ten cuidado —le
dijo seriamente antes de dar media vuelta y desaparecer entre la multitud.
Dariel, todavía
con el ceño fruncido, se giró para encararse a Evar.
—¿Qué diablos
ocurre?
El demonio inclinó
levemente la cabeza.
—Tu amigo no es
humano. Pertenece al mundo sobrenatural, como nosotros.
… En pocas
palabras, se quedó con la boca abierta.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
—¿Y qué demonios
es?
En esa ocasión,
fue Evar quien frunció el ceño.
—Mmm… No sabría
decírtelo. Tiene un olor extraño.
—¿Qué quieres
decir?
—Normalmente,
puedes reconocer a una criatura por su olor. Pero, a veces, algunas especies se
mezclan entre sí y dan lugar a nuevos seres. Matthew tiene un olor que me es
completamente desconocido, así que no tengo ni idea de qué es.
Dariel trató de
encontrar a su amigo con la mirada, pero este había desaparecido.
—¿Por qué no se
fía de ti?
—Porque soy un
demonio, está claro. —Tras una pausa, lo cogió de la mano y lo acercó a él—.
Espero que hablar de esto no haya hecho que cambies de opinión en lo que se
refiere a volver a casa para zanjar cierto asunto.
Al oírle, alzó la
vista y esbozó una sonrisa complacida.
—En absoluto
—dicho esto, salieron a la calle y se dirigieron a un callejón solitario donde
pudieron desvanecerse para aparecer en su casa, concretamente, en su
habitación.
En ese instante,
Evar posó sus manos en su cintura y lo besó. Dariel gimió al sentir cómo su
lengua rozaba la suya y sus dedos bajo la ropa, acariciándole la sensible piel
que estalló en llamas, anhelante por rozar su cuerpo.
Le quitó la
camiseta, dejando su poderoso torso al descubierto. Sus manos impacientes se
deslizaron por el delicioso vientre y los musculosos pectorales, con lo que
consiguió que Evar dejara escapar un ronroneo complacido antes de que su boca
encontrara el punto erógeno de su cuello. Se le escapó un jadeo al notar unos
colmillos rozándole la piel.
—Lo siento
—susurró Evar. Al instante siguiente, los largos caninos habían desaparecido y
sus labios volvieron a la carga. El beso fue descendiendo hacia el pecho,
momento en el que el demonio le rasgó la camiseta, algo que no le importó lo
más mínimo. Es más, gimió encantado al sentir su piel desnuda contra la suya.
De repente, notó
la pared a su espalda. Evar lo había acorralado contra ella tras deshacerse de
la camiseta y ahora sus dedos habían descendido hasta sus muslos, enfundados en
los pantalones rotos.
—Evar —susurró en
un gemido ronco cuando le quitó el cinturón de un tirón y empezó a bajarle los
pantalones. El pánico lo inundó un instante cuando sintió sus manos
deslizándose por debajo de sus bóxers hasta las nalgas—. Evar, yo… No puedo…
—Lo sé —dijo con
suavidad mirándole a los ojos—. Tranquilo, sé que no debo tocarte ahí. —Lo besó
largamente, enredando su lengua con la suya antes de decir con una sonrisa
sensual—. Pero eso no significa que no pueda darte placer.
Los ojos de Dariel
relucieron, curiosos.
—¿Cómo?
Evar ensanchó su
sonrisa. Terminó de desnudarlo y le lamió el lóbulo de la oreja, consiguiendo
que un escalofrío lo recorriera entero. Después, su boca descendió por su
cuello, donde le dio un voraz mordisco que logró arrancarle un grito y doblarle
las rodillas, pero Evar lo cogió por el trasero y lo sujetó.
—Aguanta ahí —le
ordenó con la voz mucho más grave de lo normal.
Dariel quiso
obedecer, pero se le hizo muy difícil. Evar le lamía y mordía allá donde sus
labios se posaban, haciendo que sus piernas flaquearan y que él le aguantara
con sus manos. Cuando su lengua bajó por el pecho, trazando húmedos círculos y
mordisqueando sus costados, se le hizo casi imposible mantenerse en pie.
—Evar… —gimoteó, deseando
que continuara y que lo aliviara al mismo tiempo.
Notó que el
demonio sonreía contra su piel.
—¿Qué quieres?
Cerró los ojos un
momento y, finalmente, dijo:
—Te deseo.
Evar alzó la
vista. Parecía sorprendido de que lo hubiera reconocido, pero después esbozó
una lenta sonrisa triunfal.
—Yo también te
deseo, Dariel. Pero aún quiero que disfrutes un poco más.
No pudo evitar
soltar un resoplido angustiado.
—Dime que no vas a
obligarme a suplicar otra vez.
—No, esta vez no.
—Entonces acaba de
una vez. No puedo…
—¿Qué?
Dariel lo miró
tragando saliva.
—No puedo aguantar
más.
Los ojos del
demonio brillaron de puro deseo.
—Como quieras.
Frunció el ceño
cuando Evar se arrodilló en el suelo y le separó los muslos. No comprendió lo
que pretendía hasta que una repentina y abrasadora ola de calor le atravesó el
cuerpo entero.
Evar había acogido
su miembro en su boca. La suave caricia de sus labios y lengua hizo que se le
escapara una mezcla entre jadeo y grito. Tensó las piernas y echó la cabeza
hacia atrás, incapaz de contener y controlar las embestidas de placer que le
producían las lentas caricias de Evar.
Él le cogió por
los muslos y le clavó los dedos, como si le dijera lo mucho que lo excitaba
verle en aquel estado de puro placer.
Dariel jamás había
experimentado nada tan intenso. Era como si tuviera un volcán inactivo en su
interior y Evar hubiera encontrado la forma de hacerlo estallar en una violenta
y apasionada explosión.
Se le escapó otro
grito cuando aumentó el ritmo. Las crestas de placer se intensificaron, su
cuerpo estaba ardiendo y no podía dejar de arquear la espalda y mover la
cintura, anhelando algo que aún no había experimentado pero que sabía que
deseaba por encima de todo.
Y entonces, con
una brusca sacudida, el fuego lo arrasó. Se estremeció con un último jadeo y
sus músculos se relajaron. Dejó que su espalda reposara contra la pared
mientras trataba de recuperar la respiración.
Había sido
increíble. Ahora comprendía por qué la gente estaba tan obsesionada con el
sexo, sobre todo si era tan intenso como lo hacía Evar.
Al mirar hacia
abajo, Evar aún lo seguía lamiendo lentamente. Se dio cuenta, con el rostro
totalmente sonrojado, de que se había corrido en su boca. Avergonzado, le cogió
el rostro con las manos e hizo ademán de apartarlo.
—Lo siento mucho,
Evar, no quería…
Pero el demonio le
cogió las manos y las dejó contra la pared. Después, le acarició su miembro un
par de veces más y se incorporó con una ancha sonrisa en los labios.
—Veo que te ha
gustado.
Dariel asintió y
dejó que Evar lo abrazara. Se sentía totalmente satisfecho y relajado, así que
ni siquiera puso pegas cuando lo tumbó en la cama y se puso a su lado,
cubriéndoles con una sábana.
—Evar —susurró
después de acomodarse en su pecho.
—¿Sí?
—¿Siempre es así?
El demonio esbozó
una sonrisa pícara cuando alzó la vista para mirarle.
—No. Cuando llegas
hasta el final, es mucho mejor.
Dariel apartó la
mirada.
—Lo siento, pero
yo no…
—No te estoy
echando nada en cara —le dijo con suavidad tras obligarle a mirarle de nuevo—.
Tendrás tus razones para no querer que te toque ahí. A mí no me importa. —Le
dedicó una gran sonrisa traviesa—. Ya he comprobado que puedo darte placer
igualmente.
Él se sonrojó
pero, aun así, le dio un beso largo en los labios.
—Gracias. —Hizo
una pausa y le sonrió con picardía—. Pero no creas que siempre va a ser tan
fácil seducirme. Hoy me has pillado con la guardia baja.
Evar le devolvió
el gesto.
—Entonces ya
puedes prepararte para mañana.
—Mañana trabajo.
—Razón de más para
que ahora descanses. Porque después del trabajo, pienso enseñarte un par de
cosas más.
Dariel estuvo a punto de
pedirle que se las enseñara en ese mismo momento. Sin embargo, los ojos se le
cerraron y cayó profundamente dormido en los brazos del demonio.
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