Capítulo 20. La verdad sobre los creadores
Sasuke y Naruto seguían a Fugaku por los oscuros y fríos pasadizos del
palacio en dirección al lugar donde el rey del Hielo había escondido tan
celosamente los secretos de sus antepasados creadores. Itachi, pese a que
deseaba fervientemente encontrar una cura para su esposa en ese libro, también
se sentía incapaz de dejarla sola; de niño había sido testigo de cómo su madre
se marchitaba con el tiempo y no quería que Izumi pasara por aquello sola… ni
tampoco quería desperdiciar lo que le quedaba de vida estando lejos de ella.
Podía anhelar con desesperación hallar una cura para salvarla y evitarle su
funesto destino, pero era consciente de que, aferrarse a esa escasa esperanza,
podría enloquecerlo si al final la acababa perdiendo. De modo que decidió dejar
en manos de su hermano, su padre y, sobre todo, de Naruto, esa pequeña
esperanza mientras él le brindaba todo el apoyo posible a su mujer.
El más joven de los Uchiha, por otro lado, no podía evitar sentir cierta
curiosidad por los secretos que entrañaba el libro de los creadores de su país.
Era cierto que había ojeado el de Naruto y se hacía una idea de lo que iba a
encontrar, pero la idea de que sus páginas hubieran sido escritas por sus
antepasados le producía una especie de cosquilleo. Tras conocer a su prometido
en profundidad, se había dado cuenta del honor que suponía ser descendiente de
criaturas tan misteriosas e increíbles que plasmaron múltiples secretos en unas
páginas que se escondían en algún lugar de su antiguo hogar.
Finalmente, Fugaku los condujo hasta la biblioteca. Cómo no, ¿qué mejor
lugar para esconder un libro que a simple vista entre miles de ellos?
—Sasuke, cierra con llave, haz el favor.
Él obedeció con rapidez antes de seguir a paso rápido a su padre, a quien
Naruto le pisaba los talones. Frunció el ceño cuando lo vio dirigirse a uno de
los estantes más bajos, donde se encontraban los libros más antiguos, de esos
que eran tan grandes como medio cuerpo de un ser humano, de cubierta gruesa y
de cuero, con pergamino duro hecho a partir de la piel de animales adultos.
—¿Escondiste el libro de los creadores entre los primeros registros que
conservamos del repartimiento de la población del Reino del Hielo? —preguntó.
No parecía un lugar muy digno para un libro tan importante.
—Era el único sitio donde encajaba bien. Naruto, ayúdame a ponerlo sobre
esa mesa.
Este obedeció con rapidez y dejaron el libro en el lugar que había indicado
Fugaku, una mesa cuya tabla estaba un poco inclinada hacia arriba y con una
sujeción extra en el borde de la parte inferior para poder apoyar el libro; de
esa manera, era más sencillo estudiar libros tan antiguos como aquel.
Naruto lo acarició con sus dedos, analizándolo de arriba abajo con un
brillo especial en los ojos.
—Lo sabía. Sabía que vosotros debíais tener uno de estos ejemplares.
Sasuke, que ya había llegado hasta ellos, frunció el ceño.
—¿Qué ocurre con el libro?
Su prometido lo miró emocionado.
—Cuando los hombres masacraron a los creadores, quemaron sus libros para
que no pudieran volver a acceder a los conocimientos que tanto ellos como sus
antepasados habían recogido a lo largo de los siglos —explicó, acariciando el
ejemplar con delicadeza, fascinado—. Los pocos creadores que sobrevivieron
trataron de recuperar esa sabiduría en nuevos libros que escribieron, pero
nacieron muy pocos después de aquello y no hubo tiempo de completarlos —dicho
esto, miró un momento al Uchiha—. Por eso mi libro es más pequeño y está hecho
con materiales más cercanos a nuestra época.
Sasuke asintió y fue a su lado para observar el libro desde más cerca,
igual que hizo Fugaku, intrigado y, en parte, ansioso por ver lo que iban a
encontrar en aquellas páginas que escribieron sus antepasados.
—Bueno, vamos a ver qué hay aquí —comentó Naruto, abriendo la cubierta…
Los dos Uchiha palidecieron al ver el contenido.
—Está en blanco —murmuró Sasuke, confundido.
—¿Cómo es posible? —se preguntó Fugaku, alarmado ante la idea de que
alguien hubiera robado el auténtico libro y lo hubiera sustituido por otro.
Pero, ¿cómo era posible? ¿Acaso alguien había estado buscando algo en los
antiguos libros de población y hubiera dado con él por casualidad? ¿Habría
decidido utilizarlo para sus propios fines?
Sin embargo, Naruto dejó escapar una risilla y les dedicó una sonrisa
tranquilizadora.
—Tranquilos, esto es lo normal —explicó el rubio antes de dirigirse a
Sasuke—. Por eso te dije que, aunque Mizuki hubiera encontrado mi libro, no
habría podido leerlo y mucho menos usarlo en mi contra. Solo los creadores
podemos leerlos —dicho esto, se llevó el pulgar a la boca y lo mordió con
fuerza, hasta el punto de hacerse sangre. Después, lo llevó hasta la página en
blanco y dejó que el líquido rojo la bañara.
Tanto Sasuke como su padre contemplaron maravillados cómo la sangre parecía
extenderse por las páginas por voluntad propia, retorciéndose y curvándose,
delineando las letras que antes habían sido invisibles para ellos y mostrando
los ricos dibujos ocultos para ilustrar plantas y acontecimientos, esquemas del
cuerpo humanos y las técnicas medicinales secretas de los creadores. También
reveló una gran gama de colores vivos y brillantes, era como si el tiempo no
hubiera deteriorado la pintura, como si alguien hubiera realizado dichos
bocetos y documentos hacía apenas pocos días.
—Impresionante —murmuró Fugaku.
—Por eso los libros antiguos fueron destruidos y no se guardaron para
usarlos contra los creadores. Así, al menos, nosotros quedaríamos privados de
gran parte de nuestros secretos y quedaríamos indefensos. —Pasó las páginas,
mostrando que la gran mayoría de textos fueron escritos con algún tipo de tinta
de color azul claro, casi cristalino—. Mirad, esto fue escrito por vuestros
antepasados.
Los dos hombres se inclinaron, contemplando fascinados la impoluta y
elegante escritura en lengua antigua de uno de sus antecesores creadores. Les
provocó que se les hinchara el pecho de emoción y orgullo.
Naruto siguió pasando páginas, analizando el libro. Sasuke frunció el ceño
al ser consciente de que había algunas partes del libro que estaban escritas en
un color diferente, aunque recordó que en el libro de su prometido había
ocurrido algo similar, sin embargo, en aquel momento no le había llamado la
atención.
—¿Los colores marcan cosas distintas? ¿Cómo enfermedades y vuestros
rituales?
—No —respondió el creador con calma—. Marcan qué creadores los escribieron.
El azul cristalino es para los creadores del Hielo y el resto para creadores de
otros reinos.
Al escuchar eso, tanto Fugaku como Sasuke se sobresaltaron y lo miraron con
los ojos como platos.
—Espera, ¿qué? —exclamó el joven Uchiha.
—Creía que este libro era de mis antepasados —comentó el rey, sin
entenderlo.
—Y así es —suspiró Naruto—. Los creadores siempre estuvieron muy unidos
entre ellos, por eso, antes de la masacre, había una gran reunión que se
celebraba una vez al año y al que acudían todos y cada uno de ellos, jamás se
repetía dos veces en el mismo sitio, para asegurarse de que nadie descubriera
sus secretos más preciados. En esos concilios intercambiaban información
relevante para ayudar al resto y solían intercambiar plantas y otros remedios
medicinales. Cuando Indra liberó a los creadores se siguió haciendo, pero… ya
no fue lo mismo.
—¿Qué quieres decir? —interrogó Sasuke.
Naruto se removió, un poco incómodo.
—Es… complicado. La masacre dejó a los creadores hechos polvo, no os podéis
ni imaginar los… horrores y las atrocidades que vivieron. Después de aquello,
los pocos que sobrevivieron cambiaron. Olvidaron sus deberes y cuál era su
lugar por miedo a que la historia se repitiera otra vez.
El joven Uchiha entrecerró los ojos con gravedad, tragando saliva. Sin
embargo, se dio cuenta de una cosa.
Su prometido sabía lo que ocurrió durante aquella oscura época. Todo el mundo
creía que se llevó un genocidio a nivel mundial contra los creadores por su
sexo, por ser seres extraños que no pertenecían a un género u a otro, pero, al
parecer, había más detrás de lo que se decía.
—Naruto… ¿Tú sabes lo que ocurrió?
Este arrugó la nariz y estrechó los ojos, como si estuviera sufriendo. No
respondió de inmediato y Sasuke tampoco lo presionó, si no deseaba decírselo,
él lo respetaba. Sabía que había cosas que su esposo no podía contarle,
secretos que debía proteger para cuidarse las espaldas a sí mismo y puede que
algún día a otros creadores. Fuera como fuera, no se sentiría ofendido si no se
lo contaba, aunque se muriera de curiosidad, había aprendido a confiar en su
buen juicio y era consciente de que, si no se lo decía, era por un buen motivo.
Finalmente, Naruto levantó la vista hacia él. Sus ojos estaban cargados de
dolor.
—Todo lo que creéis saber sobre esa época… es mentira. Fue algo que
divulgaron los creadores para ocultar lo que les hicieron realmente y así
evitar que los hombres volvieran a por ellos.
Sasuke debía admitir que no esperaba una revelación así. ¿Los propios
creadores se inventaron la masacre a su género? ¿Por qué? ¿Qué había sido tan
terrible como para que se vieran obligados a decir algo así?
Naruto pasó las páginas del libro hasta el principio del todo, mostrando lo
que parecía ser un mapa del mundo que, sin embargo, ni él ni su padre
reconocieron.
—Al principio, todos los reinos que existen eran, en origen, como los
Clanes.
—¿Qué? —exclamó Sasuke. Debía admitir que esa era una de las últimas cosas
que habría esperado escuchar jamás—. Quieres decir, ¿como el clan de Kiba?
El rubio asintió.
—En nuestra forma más primitiva, fuimos como ellos. Empezamos como pequeños
clanes familiares dirigidos por un creador, que hacía de nexo entre el mundo
terrenal y los dioses, de los que se dice que descendemos. —Pasó otra página,
donde se mostraba a muchos hombres vestidos con pieles oscuras que estaban
arrodillados ante lo que parecía ser un muchacho de cabello largo y prendas más
vistosas—. El creador era quien escogía un consorte para protegerlo y ayudarlo
a guiar a su clan durante el período de tiempo que pasaba realizando rituales o
retiros espirituales para mantener la conexión con su dios y que proveyera su
tierra de riqueza, sin embargo, con el paso del tiempo, los Clanes fueron
creciendo y, en algunas partes del mundo, evolucionaron a los reinos.
—¿Por qué no evolucionaron todos? —inquirió Sasuke.
Naruto se encogió de hombros.
—Los lugares con un clima y terreno más complejo se vieron obligados a
avanzar para poder sobrevivir, mientras que los que tenían un país más fértil y
rico, sin demasiadas complicaciones, no tuvieron necesidad de hacerlo. Por eso,
en algunas partes, los Clanes se mantuvieron prácticamente fieles a sus
inicios, mientras que otros, como nosotros, tuvimos que cambiar nuestras casas
y nuestros sistemas de supervivencia a otros tipos para que el tiempo, los
depredadores o nuestro territorio no acabara con nosotros. Así es como fuimos
creando barcos, el comercio, una clase social más compleja… Sin embargo,
incluso entonces los creadores siguieron manteniéndose en el poder ya que
procuraban el bienestar del pueblo y hacían que sus tierras siguieran siendo
fértiles.
—¿Y qué ocurrió para que eso cambiara? —preguntó Fugaku con tristeza.
Naruto volvió a pasar las páginas, mostrando la región del este, formada
por nueve reinos entre los que hoy se encontraba el de la Hierba, el del
Amanecer o el de la Luna.
—Se dice que todo empezó con un pretendiente que aspiraba a casarse con el
creador de su reino. Incluso en aquella época, no era un delito mezclarse entre
clases sociales; puesto que no había conflictos armados, sino que las alianzas
ya eran firmes por el sentimiento de hermandad entre los creadores, no era
necesario crear vínculos de matrimonio para procurar la paz y el bienestar
entre dos reinos, sino que cada cual podía casarse con quien quisiera. Los
creadores también podían escoger y, de hecho, se creía que el ser elegido por
ellos indicaba que era su derecho divino a gobernar a su lado. No sabemos si
este hombre simplemente aspiraba al trono o amaba al creador, pero, cuando este
escogió a un pastor por encima de él, estalló en cólera… e ideó un golpe de
estado.
—Entonces, sería el primero de la historia —susurró Fugaku, entrecerrando
los ojos.
—Sí. Por esa época, los creadores teníamos nuestros secretos, es verdad,
pero no había necesidad de ocultar nuestro poder y algunos de los rituales, era
una forma de que se hicieran respetar y demostrar que eran realmente hijos de
los dioses. Nuestros ciclos fértiles, por ejemplo, eran conocimiento público.
—Oh, no —se le escapó a Sasuke, viendo hacia dónde se dirigía la historia.
Naruto agachó la cabeza con tristeza.
—Aprovechó el momento más vulnerable del creador para hacerse con el poder.
Pero, hasta que llegó ese día, este hombre, que pertenecía a una familia noble,
ganó seguidores entre su clase social. Los tentó con poder y riquezas, propuso
privar a las mujeres de sus trabajos para quedarse con el mercado, ganando así
el doble de dinero, y usarlas como objeto de placer, así como, resentido porque
el creador hubiera escogido a un humilde pastor, habló de convertir a los
campesinos en poco más que mulas de trabajo para su propio beneficio. A muchos
les sedujeron sus ideas y lo apoyaron cuando fue a por el creador cuando se
quedó embarazado; capturaron a su marido y a él lo convirtieron en un
prisionero junto a su hijo no nato. Así fue como lo controlaron.
—¿Controlarlo? —inquirió Sasuke.
—Ese hombre sabía que no podría organizar un golpe de estado contra un
creador sin que todos los demás fueran a por él, y sabía que no podría vencer a
todos los creadores juntos. Su plan fue mucho más complejo que un simple golpe
de estado, ya sabes que en nuestro mundo todos nos conocemos entre todos, y
siempre hay hombres avariciosos y con ansias de poder. Bastaba con hablar con
las personas adecuadas para que los nobles empezaran una rebelión contra sus
reyes y apoderarse así de los creadores, todos los del este estaban casados,
con niños o tenían familia por la que se preocupaban. Por supuesto que el resto
de creadores se enteraron de lo que estaba sucediendo en esa parte del reino
pero, para cuando fueron a la batalla, ya era tarde. Aquellos que estaban
cautivos actuaron contra ellos para salvar a sus seres queridos y les
prepararon una encerrona donde fueron capturados más de treinta creadores.
Puede que los hombres normales no puedan vencer por sí mismos a uno de ellos
fácilmente pero, ¿nueve de su propia especie que conocían muy bien sus
debilidades y fortalezas? Demasiado sencillo, y sus hermanos no lucharon al
cien por cien porque no querían hacerles daño. Pero esa batalla fue el
principio del fin para los creadores, los tiranos vieron el gran potencial que
tenían con los creadores como sus guerreros predilectos y fue cuestión de
tiempo que iniciaran una guerra mundial. Los reinos que se quedaron sin sus
creadores fueron prácticamente arrasados por los que estaban bajo el control de
los tiranos y sus ejércitos, mientras que los que eran prisioneros… —su voz se
apagó de repente y cerró los ojos con fuerza.
—Naruto… —Sasuke fue junto a él y lo abrazó por la cintura con fuerza,
dejando que su joven esposo se refugiara en su pecho—. No pasa nada, no tienes
por qué seguir si es demasiado para ti.
El rubio tembló entre sus brazos, pero continuó:
—No fue una masacre, fue mucho peor. Los secuestraron, los privaron de sus
poderes y los convirtieron en esclavos sexuales. Nuestros hijos heredan parte
de nuestros dones, Sasuke. No son exactamente tan fuertes como nosotros, pero
sí lo suficiente como para formar parte del ejército de las Nueve Naciones. A
los varones los separaron de sus padres nada más nacer para convertirlos en
máquinas de matar, a las niñas las mataban porque no podían pasar sus
habilidades a sus hijos, con el tiempo dejaban de tener poderes, y a los que
nacían creadores los esclavizaban otra vez, y eso a lo largo de tres
generaciones, Sasuke —sollozó Naruto—. Vosotros no habéis leído sus
testimonios, pero yo sí. Hubo creadores que solo conocieron en su vida el miedo
y la violencia. Los tiranos destruyeron sus libros para que las generaciones
siguientes no tuvieran control sobre sus poderes y estuvieran indefensos y
escribieron sus propios libros acerca de cómo someternos y controlarnos. Entre
los creadores cautivos y sus poderosos hijos, las Nueve Naciones conquistaron
prácticamente tres cuartas partes del mundo.
—Por los dioses… —masculló Fugaku, pasándose una mano por el pelo.
Entonces, los creadores, descendientes de los mismísimos dioses, fueron
esclavizados durante más de un siglo. ¿Cómo pudieron los hombres hacer algo
así? ¿Cómo osaron mancillar de ese modo un regalo de los dioses? Esos jóvenes,
que habían sido capaces de procurar la paz y la prosperidad a nivel mundial,
habían sido traicionados y condenados a las torturas más horribles conocidas
por… ¿resentimiento?, ¿poder?, ¿riqueza?
Además, ahora comprendía cómo había surgido la ideología machista y el
desprecio hacia las clases humildes de la sociedad. Al final, no había sido, en
origen, porque se creyera que tanto las mujeres como los campesinos eran
inferiores, sino por una lucha de poder que había derivado en esos
pensamientos, en ese sentimiento de superioridad.
—Pero, al final, se salvaron, ¿no es así? —comentó Sasuke, tratando de
animar a su esposo—. Indra los rescató a todos, ¿verdad?
Naruto se frotó los ojos e inspiró hondo, tranquilizándose. Para él no fue
nada fácil descubrir en su día por lo que habían pasado sus antepasados, pero
le ayudó a comprender por qué era tan importante mantener su libro y sus
secretos a salvo de todo el mundo, incluso de su propia familia y amigos. Si
alguien decidía utilizarlo como arma de guerra, él estaría totalmente solo. No
tendría hermanos creadores que le ayudaran, no tendría forma alguna de salvar a
los hijos que tendría producto de las violaciones. Sus niños se convertirían en
asesinos que ni siquiera sabrían que él era su padre, los hombres los
manipularían para usarlos a su antojo; las niñas, asesinadas nada más nacer,
acuchilladas delante de sus ojos, y sus hijos creadores… Ellos habrían vivido
el mismo infierno que él. Antes que eso, habría preferido que murieran en su
vientre o durante el parto.
Por eso había sido tan celoso con sus poderes, incluso con Sasuke. Aunque
le había confiado gran parte de lo que era capaz de hacer, aún no se lo había
dicho todo.
Una vez estuvo mejor, pasó con rapidez el resto de páginas, en las que
había dibujos de lo que los hombres habían hecho con los creadores; cómo
vivieron en mazmorras y encadenados como animales, cómo los violaban, cómo los
torturaban si no hacían lo que se les ordenaba, cómo algunos se quitaron la
vida, cómo los volvieron locos, cómo los apartaron de sus hijos… Y todo eso
durante tres malditas generaciones.
Finalmente, llegó al documento que estaba buscando, donde había un hombre
de pelo largo negro vestido con una piel de oso y grandes alas blancas en la
espalda. Ese relato siempre había logrado reconfortarlo.
—Un siglo más tarde, las Nueve Naciones ya tenían en su poder a gran parte
del mundo, solo unos pocos reinos lograron resistir gracias a las condiciones
climáticas o a la dificultad de sus terrenos. Entre ellos, estaba vuestro
propio reino, el de los Bosques y el del Remolino.
—¿Qué hay del tuyo? —preguntó Sasuke.
Naruto negó tristemente con la cabeza.
—El mío fue invadido una generación antes y esclavizaron a su creador
también. Su hijo fue el último de mis antepasados creadores, Ashura —dicho
esto, señaló el texto—. Vuestro reino estaba en el punto de mira ya que erais
el país más grande geográficamente y, a nivel militar, los más fuertes. Iban a
enviar todas sus fuerzas contra vosotros y lo sabíais, temíais que vuestro
final estaba cerca, no estabais seguros de si podríais resistir una fuerza tan grande
y menos con los hijos de los creadores de su parte. Entonces, un día, bajó de
la Montaña Sagrada un hombre que decía ser vuestro creador.
—Indra —dijo Fugaku con la voz cargada de respeto.
—El mismo —asintió Naruto—, pero vuestra gente no le creyó al principio, y
con razón.
—¿Qué quieres decir?
Naruto lo miró con seriedad.
—Los creadores solo nacemos por línea de sangre real. Solo podemos nacer a
raíz del linaje de los primeros creadores, que fueron quienes gobernaron en
primer lugar a los Clanes. O lo que es lo mismo, los creadores y sus
descendientes son los únicos que pueden dar a luz a otros creadores, no nacemos
así porque sí de campesinos o casas nobles. Tiene que haber un antepasado en la
familia que fuera de ese sexo, pero Indra no pertenecía a vuestro linaje real
porque, de lo contrario, no se habría casado con el príncipe del Hielo.
Sasuke y Fugaku se miraron entre ellos, confundidos.
—En ese caso, ¿cómo es posible que Indra…?
—No se sabe a ciencia cierta, pero… —Naruto observó pensativo la imagen del
creador del Hielo mientras pasaba los dedos por ella—. Se sabía que Indra había
pasado toda su vida en la Montaña Sagrada. No recordaba haber tenido padres y
su testimonio cuenta que se había criado y había sido adiestrado por vuestros
propios Guardianes. La leyenda de los creadores cuenta que él era como los
primeros creadores, uno que había sido creado de forma directa por su dios,
Taka. Se decía… que era hijo suyo.
Ambos hombres contuvieron el aliento, impresionados por tal revelación.
—Eso… ¿Eso es posible? —preguntó Sasuke, un tanto… No era miedo lo que
sentía en esos momentos, tampoco estaba intimidado exactamente… La palabra
adecuada para definir lo que experimentaba sería algo similar al respeto pero
mezclado con cierto temor.
Naruto ladeó la cabeza, pensativo.
—Ni siquiera Indra sabía la verdad acerca de sus orígenes y dudo mucho que
los Uchiha hubierais abandonado así como así a un creador en la Montaña Sagrada
dada la situación del reino, aunque hubiera sido producto de una infidelidad o
algo similar. Si los dioses fueron los creadores de la humanidad, no me parece
descabellado pensar que Taka creó a Indra para ayudar en la guerra que hacía ya
un siglo que asolaba el mundo. También se cuenta que, en la batalla en la que
defendió vuestro reino, apareció montado a lomos de un gran halcón blanco
seguido por los Guardianes.
—He oído esa leyenda —dijo Fugaku de repente—. Mi abuelo me contaba que
Taka acudía a su llamada, y que congeló el océano y los barcos enemigos solo
con el batir de sus alas. Decía que el poder de Indra era tal que creó
ventiscas que rodearon el reino para protegerlo del invasor y que los
Guardianes atacaron al enemigo camuflándose en ella. Gracias a él, obligaron al
ejército de las Nueve Naciones a replegarse en una sola noche.
—Hizo mucho más que eso, Fugaku —lo interrumpió Naruto con ojos brillantes
y feroces—. Olvidas que en ese ejército estaban los hijos varones de los
creadores que habían sido esclavizados. Mientras la batalla se libraba en la
tormenta de nieve y vuestras tropas hacían frente a los soldados junto a los
Guardianes, Indra se enfrentó a todos y cada uno de ellos y los hizo
prisioneros. —Pasó otra página donde salían un montón de muchachos en una cueva
que se cubrían el rostro con las manos, como si estuvieran llorando—. Las leyendas
dicen que los condujo a la Montaña Sagrada y que les mostró sus orígenes en las
superficies heladas de la que se había sido su morada durante tantos años.
Allí, los hijos de los creadores descubrieron que sus vidas habían sido una
mentira y que habían sido manipulados por los mismos que habían estado
torturando a sus padres. Ese fue el momento en el que cambiaron las tornas y la
guerra dio un giro.
—Ahora era Indra quien tenía de su lado las armas más poderosas del mundo
—adivinó Sasuke.
El rubio asintió con firmeza y pasó otra página, mostrando una imagen de
dos folios muy colorida, donde los hijos de los creadores usaban múltiples
habilidades para hacer pedazos a sus enemigos.
—Aquellos hombres nacieron para ser máquinas de matar, estaban furiosos,
querían venganza y reunirse con sus padres a cualquier coste. Liderados por
Indra y apoyados por los pocos Reinos Rebeldes, fueron país por país,
conquistando cada tierra y liberando a los creadores que aún seguían con vida.
La Gran Guerra, que había durado tres generaciones con los Tiranos en el poder,
acabó de repente en menos de tres años.
—Pero, entonces, las cosas acabaron bien —comentó Sasuke, confundido—. ¿Qué
necesidad tenían los creadores de ocultar su gran victoria?
Naruto lo miró con tristeza.
—La mayoría de ellos estaban traumatizados, enloquecidos o muertos de
miedo. Hubo quienes deseaban quedarse en el Reino del Hielo, junto a Indra,
porque no podían soportar la idea de regresar al lugar donde fueron torturados,
a pesar de que era su deber gobernar, y eso por no hablar de que debían casarse
y transmitir su linaje si aún no habían tenido ningún hijo. Además, la gran
mayoría de ellos tampoco sabían utilizar sus poderes ya que las dos últimas
generaciones nacieron en cautiverio y sin ningún medio o ayuda para aprender a
dominarlos, puesto que los libros fueron destruidos. Indra y los creadores que
no fueron capturados les enseñaron lo que pudieron y algunos, como mi
antepasado Ashura, se recuperaron y regresaron. Pero casi todos prefirieron
dejar al mando a su descendencia o al hombre que escogió Indra para casarlos,
casi todos fueron guerreros de vuestro reino o aliados de los países del Bosque
y el Remolino, incluso hubo algunos que eran nativos del mismo reino que el
creador, aunque fueron pocos. Así fue como empezó el rumor de que los creadores
no tenían nada de especial, casi todos se recluyeron en sí mismos. Esa
situación se mantuvo hasta la muerte de Indra cincuenta años más tarde.
—¿Qué pasó entonces? —preguntó Fugaku con el ceño fruncido.
—Los creadores entraron en pánico. Estaban convencidos de que, sin Indra,
volvían a estar en peligro. Los pocos que habían logrado salir adelante, como
Ashura, intentaron convencerles de que esa época había pasado pero, por
desgracia, una cultura machista y fuertemente jerárquica se había asentado en
la mayoría de los reinos a raíz del siglo en el que gobernaron los Tiranos, y
la ausencia de los creadores no ayudó a que esa ideología desapareciera. Ashura
y los que no querían que la victoria de Indra fuera en vano trataron de
cambiarlo, pero eran unos pocos contra muchos… Del mismo modo que, cuando todos
los creadores se reunieron para saber qué hacer tras la muerte de Indra, su
propuesta de reinstaurar el antiguo orden perdió.
Sasuke negó con la cabeza, sin entender.
—¿Qué quieres decir?
Naruto suspiró.
—Los creadores eligieron ocultar su naturaleza. Aparentar ser dóciles y
sumisos, ser como lo que los hombres de ese momento deseaban en una mujer, poco
más que un objeto decorativo que les daba niños. Así, si pensaban que no tenían
ningún tipo de poder especial, podrían vivir tranquilos, no habría motivos para
ir tras ellos.
El joven Uchiha se quedó con la boca abierta, mientras que Fugaku enrojeció
de rabia.
—¿Nos estás diciendo que fueron los propios creadores quienes divulgaron
rumores acerca de su… feminidad?
El rubio bajó los ojos.
—No me siento muy orgulloso de eso, pero sí. El terror de lo que habían
vivido los impulsó a olvidar quiénes eran realmente.
—Pero eso no tiene sentido —replicó Sasuke, moviendo la cabeza a un lado y
a otro—. Aunque los creadores hubieran hecho eso, nadie habría olvidado así
como así una guerra de tales proporciones y menos aún los motivos por los que
se inició.
Naruto hizo una mueca.
—En realidad, sí se puede… si en ese momento había dos creadores con
poderes mentales tan grandes que fueran capaces de modificar la memoria y otros
tantos que tuvieran un mínimo control del ilusionismo.
Los dos hombres se quedaron con la boca abierta.
—¿Estás diciendo que dos creadores borraron la memoria de toda la
humanidad?
—No de toda, pero sí de gran parte —explicó el rubio, encogiéndose de
hombros—. Los Clanes aún conservan leyendas sobre nosotros, igual que vuestro
reino o el del Bosque y el Remolino. Los creadores que se encargaron de aquello
viajaron a todos los lugares que les fue posible y usaron sus habilidades allá
donde pudieron; después, solo tuvieron que actuar como si fueran lo que los
hombres querían y, con el paso de los siglos, la leyenda se convirtió en
realidad.
—No del todo —rectificó Fugaku con los ojos entrecerrados—. Durante un
milenio entero, no nació ningún creador. Ni uno solo que se tenga constancia.
Naruto rio amargamente.
—Me temo que eso no tiene explicación aparente… Pero yo tengo mi propia
teoría.
—¿Cuál es?
El creador bajó la mirada, pasando distraídamente las páginas.
—Tras la muerte de Indra, apenas nacieron dos o tres generaciones de
creadores más. Todos ellos siguieron el legado de sus padres, temerosos de que
los hombres les hicieran daño otra vez, aunque eso los obligó a apartarse por
completo de sus responsabilidades. Los creadores somos el vínculo entre los
dioses y los hombres, pero ellos renegaron sus deberes… así que supongo que
dejó de tener sentido que siguiéramos existiendo.
Sasuke frunció el ceño y se plantó delante de él. Le levantó el mentón para
que lo mirara a la cara, encontrándose con sus tristes ojos azules.
—Pero tú estás aquí.
Naruto esbozó una sonrisa que no llegó a su mirada.
—Sí, y sigo sin saber por qué.
—Tal vez los creadores volverán a nacer. Tal vez… Tal vez debes ser tú
quien los eduque. Puede que los dioses solo estén esperando a que seas más
mayor para hacerte cargo de ellos.
Al escuchar esas palabras, su prometido se estremeció. Se mordió el labio
inferior un instante y apartó los ojos, como si tuviera dudas sobre algo.
—Sasuke… —se interrumpió e hizo una pequeña pausa llena de cavilaciones.
Después, lo miró con desesperación—. Tengo que decirte una cosa, yo…
—Sasuke, Naruto —los llamó Fugaku de repente—, necesito que miréis esto.
Los dos se miraron con el ceño fruncido antes de acercarse al rey, que les
había dado espacio al detectar que su hijo estaba teniendo un momento íntimo
con su prometido para consolarlo, por eso se había abstenido de dar su opinión
sobre por qué Naruto estaba allí y se había dedicado a ojear las páginas del
libro de los creadores para ver si encontraba algo que pudiera ayudar a Izumi.
Y, benditos sean los dioses, ahí estaba.
Durante todos esos años, la respuesta había estado siempre ahí.
—¿Qué has encontrado, padre?
—Quiero pensar que lo que estábamos buscando. Mirad —dijo, señalando el
dibujo que ocupaba casi una página entera, donde aparecía una mujer con la
espalda arqueada y las manos sobre la cabeza—. Describe los mismos síntomas que
padecía Mikoto y en el mismo orden.
Los dos jóvenes leyeron detenidamente la descripción de la enfermedad y a
ambos les dio un vuelvo el corazón.
—Es justo lo que le pasó a mi madre —afirmó Sasuke en un tono de voz más
bajo. Se le había encogido el corazón al leer la parte en que la mujer
enloquecía hasta el punto de tratar de asesinar a su propio hijo recién nacido.
—Convendría que lo mirara vuestro médico para tener una confirmación
segura, pero creo que sabéis lo bastante como para dar esto por bueno
—argumentó Naruto, frunciendo el ceño al fijarse bien en el tipo de letra que,
en vez de ser de ese azul cristalino, era de un intenso tono rojo—. Esto lo
escribió mi antepasado, Ashura.
—¿Ashura? —repitió Sasuke, confundido—. ¿Qué hacía él aquí investigando
esta enfermedad?
Los ojos de Naruto se movían a gran velocidad sobre la página contigua, en
la cual se explicaba en detalle la situación de la mujer y por qué acudieron a
Ashura.
—Ah… Él ya era mayor, estaba en la etapa final de su vida… Ya no solía
viajar fuera de su reino, pero la hija del rey padeció la Fiebre de las Rocosas
y accedió a hacer una excepción con el deseo de intentar ayudarla. En mi reino
las fiebres y las gripes son de lo más habituales y tal vez él tuviera más idea
de cómo salvarla.
—¿Qué fue lo que encontró? —preguntó Fugaku.
—Mmm… —Naruto frunció el ceño, profundamente concentrado, mientras leía la
receta definitiva que empleó a Ashura para salvar a la princesa—. No me suenan
las plantas que mencionan, deben de ser autóctonas de aquí.
—Déjame ver —le pidió Sasuke, acercándose más y juntando las cejas a la vez
que trataba de recordar dónde se encontraban dichos ingredientes—. Podemos
conseguir todo lo que hay en esa lista excepto algo llamado Raíces de Piedra.
No sé qué es.
—Una de las pocas plantas que crecen incluso en invierno y que nacen de la
nada, incluso en rocas heladas, de ahí su nombre en honor a su dureza
—respondió Fugaku con el rostro severo—. Sin embargo, aquí solo crecen en un
sitio. En la Montaña Sagrada.
Naruto lo miró con seriedad.
—¿El resto de ingredientes se puede conseguir en poco tiempo?
—Podría tenerlos hoy mismo —respondió el rey con decisión.
—Bien. Ordene que se los traigan para tenerlos preparados y reúna a todos
los que tengan sangre Uchiha para ir a la Montaña Sagrada. Necesitaremos tanta
ayuda como sea posible para encontrar esas raíces en un terreno tan grande.
Fugaku asintió.
—También ordenaré a Onoki que reúna a los médicos para que elabore las
otras curas que pensamos por si acaso.
—Estoy de acuerdo —dijo Naruto sin vacilar. Era mejor pecar de precavido.
—Y no habléis de esto en un lugar público —añadió Fugaku con un tono de voz
sombrío—. Por ahora, es mejor que no se sepa. Mi pueblo ya ha visto morir a una
reina por esta enfermedad, que su princesa sea ahora otra de sus víctimas
podría asustarles y hacerles creer que se trata de un mal augurio.
—Lo entendemos —Sasuke mostró su acuerdo y rodeó la cintura de su prometido
con un brazo.
El rey giró sobre sus talones y salió velozmente de la estancia. Mientras
tanto, Sasuke acarició la espalda de su rubio, que estaba repasando las
anotaciones de Ashura.
—¿Hay algo importante?
—… Tal vez.
El Uchiha se inclinó a su lado para ver mejor el texto.
—¿Qué es?
—Ashura logró que la hija del rey se recuperara con esta receta… pero pasó
el resto de su vida teniendo brotes de ira pasajera bastante violentos. Siempre
tenía que haber alguien con ella por si hacía daño a alguien o a sí misma para
controlarla.
—¿Izumi tendrá que vivir así? —preguntó Sasuke con amargura y contemplando
de nuevo la imagen de la mujer—. ¿Temiendo que en un ataque de locura haga daño
a su propio hijo?
Naruto lo miró con intensidad.
—Puede que no. La enfermedad de la princesa estaba avanzada y Ashura no pudo
actuar antes de que su mente se rompiera un poco, pero eso es una causa de las
fiebres, que son tan fuertes que muestran alucinaciones. El remedio de Ashura
curó su cuerpo, pero no su cabeza. Sin embargo, si le damos a Izumi la cura
antes de que la enfermedad ataque su mente…
—Se recuperará del todo —intuyó Sasuke con el corazón acelerado.
Naruto asintió.
—Eso creo.
El príncipe del Hielo sonrió y le apretó los hombros, esperanzado.
—Pues no perdamos tiempo. Escondamos el libro y vayamos a la Montaña
Sagrada.
El rubio mostró su acuerdo con un movimiento de la cabeza y procedieron a
guardar el libro de los creadores en su sitio, no sin que antes Sasuke
agradeciera mentalmente a sus antepasados y a Ashura por haberles legados
tantos conocimientos. Después, ambos salieron de la biblioteca y procuraron ir a
un paso relativamente tranquilo para no levantar sospechas hasta la habitación
de Izumi, donde Fugaku ya les estaba explicando a su hijo y su esposa lo que
habían descubierto. Por otro lado, Onoki también estaba allí, echando un par de
hojas en un tazón que Naruto reconoció casi de inmediato.
—¡¿Eso es belladona?! —preguntó exaltado, sobresaltando a todos los
presentes.
El médico dudó un momento antes de asentir:
—Ah… Sí, es para anestesiar el dolor.
—¡No puede darle eso! —exclamó, acercándose al anciano con ademán
amenazador, el cual dejó inmediatamente el tazón donde estaba.
—Yo solo…
Sasuke interceptó a su esposo antes de que hiciera quién sabe qué y se
interpuso entre ambos.
—Naruto, sé que estás nervioso por todo este asunto y entiendo que te
sientas un poco agresivo después de lo que nos has contado a mi padre y a mí,
pero la única intención de Onoki es aliviar a Izumi, no va a hacerle daño.
El rubio lo miró con cara de pocos amigos.
—¿Y cómo pensaba hacerlo? ¡¿Dándole una planta abortiva?!
—¿Y qué importa? —preguntó Sasuke, sin comprender.
—¡Que está embarazada! —gritó el rubio.
… Por un breve instante, la estancia se quedó en completo silencio,
procesando las palabras que acababa de pronunciar el creador y dándoles un
significado letra por letra para asegurarse de que habían entendido bien.
Y, después:
—¡¿QUÉEEEEEEEE?! —exclamaron todos a la vez, ni siquiera el impasible
Fugaku se salvó de poner los ojos como platos.
Naruto frunció el ceño al ser consciente de que Izumi e Itachi parecían tan
sorprendidos como el resto.
—¿No lo sabíais?
—Yo… No… —trató de responder la joven, pero estaba tan estupefacta que era
incapaz de hilar una frase con sentido.
—No teníamos ni idea —contestó Itachi, parpadeando.
—… —El rubio fue a decir algo, pero se detuvo al comprender lo que acababa
de pasar—. Oh —soltó finalmente, rascándose la nuca con el rostro sonrojado por
el numerito que acababa de montar—. Pensé que, después de dos meses, os
habríais dado cuenta.
Al escuchar eso, Izumi pareció salir de su estupor al apretar los labios
con fuerza y darle un manotazo en el brazo a su marido.
—¡Te dije que había ganado peso!
—Cariño, yo te veo tan bien como siempre, hace nada estabas haciendo
acrobacias sobre tu caballo, ¿cómo iba a saberlo?
Sasuke no pudo evitar soltar una carcajada por la cómica discusión mientras
que un Naruto avergonzado le hacía una reverencia a Onoki.
—Siento haberle gritado, doctor. Como supuse que ellos dos lo sabían di por
supuesto que usted era su médico y creí que iba a hacerle daño al bebé.
El amable anciano le quitó importancia con un gracioso gestos de la mano.
—Oh, no tiene importancia, alteza. ¿Pero puedo preguntarle, si no le parece
impertinente, cómo supo que la princesa estaba embarazada?
Tras escuchar esa pregunta, el creador se irguió y dio un paso atrás con
recelo, poco dispuesto a soltar prenda. Sin embargo, Fugaku le dedicó una
diminuta sonrisa.
—Puedes hablar libremente delante de él, Naruto. Onoki es de entera
confianza.
Él pareció meditarlo un momento mientras examinaba al médico de la cabeza a
los pies.
—¿No revelarás a nadie lo que oigas aquí?
El anciano se llevó la mano al pecho.
—Me llevaré sus secretos a la tumba, alteza, y dada mi avanzada edad, eso
será pronto —respondió con una sonrisa amable y risueña.
El rubio tuvo que admitir que tenía gracia y decidió que, si era un hombre
de tanta confianza de la familia Uchiha, podía darle una oportunidad. Además,
si iba a ser el doctor de Izumi, había cosas sobre el embarazo que debería
saber.
—Lo supe nada más tocarla cuando nos conocimos —contestó encogiéndose de
hombros.
Sasuke estrechó los ojos.
—Espera, ¿era eso lo que me ocultabas?
—No quería fastidiar la sorpresa si Itachi decidía contártelo.
—Así que un bebé… —murmuró este, mirando con ternura a su esposa y
sentándose a su lado para abrazarla y besarla en la cabeza.
—Nuestro bebé —dijo ella, apretándose contra él con una sonrisa feliz—.
¿Qué crees que será? ¿Niño o niña?
—Adivinadlo —comentó Naruto—, solo pueden ser tres cosas.
Sasuke sacudió la cabeza al escuchar semejante ocurrencia.
—¿Cómo van a ser tres co…? —se quedó a mitad de pregunta cuando, en el
último momento, lo entendió. Igual que hicieron los demás, que se volvieron
hacia él incrédulos, sin creerse del todo lo que el príncipe del Fuego
insinuaba.
Este sonrió a los padres con alegría.
—Enhorabuena. Es un creador.
—Oh, dioses —susurró Izumi, llevándose las manos a la boca.
—¿Estás seguro? —le preguntó Fugaku, que se sentía sobrecogido ante la
noticia. Después de un milenio, del gran Indra, al fin, nacía otro creador
entre los Uchiha.
Naruto asintió con convicción.
—Si fuera un bebé normal no habría podido saber su sexo hasta que creciera
un poco más, pero los creadores tenemos… como una especie de energía a nuestro
alrededor, por decirlo de algún modo. Por eso me sorprendí tanto cuando me
tocaste, no podía creer que hubiera otro creador.
—Izumi… —dijo Itachi, abrazándola con fuerza. Ella le correspondió sin
pensarlo, feliz porque su hijo crecía en su vientre e iba a ser una criatura
excepcional y un gran rey algún día…
Si es que vivía lo suficiente.
De repente, fue consciente de la cruda verdad. Ella seguía teniendo la
Fiebre de las Rocosas y, aunque Fugaku creía haber encontrado una cura y estaba
segura de que todos harían lo posible por ella, debía ponerse en lo peor.
Porque ahora no era solo su vida. Era la de su bebé.
Se apartó bruscamente de Itachi y agarró el brazo de Naruto para tirar de
él y tenerlo más cerca, como si su sola presencia pudiera borrar la
desesperación que se había instalado en su corazón y que llenaban de temor sus
oscuros ojos.
—Naruto… Mi hijo… ¿Qué le pasará a mi hijo?
El rubio, al comprender lo que la preocupaba, la miró con tristeza.
—Si no te curas a tiempo… el bebé no sobrevivirá.
—Dios mío —susurró Itachi. Su voz era casi un sollozo.
Aun así, Izumi no se dio por vencida.
—Pero tú… Tú no… ¿No podrías ayudarlo de alguna manera? ¿Puedes salvarlo,
aunque sea a costa de mi vida?
—¡Izumi! —exclamó su marido, pero ella solo estaba pendiente de Naruto, que
se echó hacia atrás, contemplando su vientre con una mirada pensativa.
Sasuke, que fue el primero en darse cuenta, frunció el ceño.
—¿Puedes hacerlo?
El creador ladeó la cabeza, muy concentrado, e hizo una mueca antes de
negar la cabeza.
—No… Con solo dos meses no creo que pueda sobrevivir a esa técnica, ni aun
siendo un creador. Además, vuestro suelo no es como el de mi reino,
probablemente no acabaría de desarrollarse bien.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Itachi.
Naruto arrugó la frente, como si estuviera buscando las palabras adecuadas
para poder explicarse.
—Hay una técnica medicinal que solo podemos usar los creadores cuando
queremos salvar a un niño no nato, pero necesitamos también médicos para que
asistan a la madre. Si el bebé está bastante formado, se realiza una cesárea de
emergencia y lo sacamos. Los médicos se quedan con la madre para acabar de
operarla, y el creador hace una burbuja con su propia energía que envuelve al
niño. Después, lo lleva a su lugar sagrado y lo entierra.
—¿Qué? —se le escapó a Itachi, alarmado.
Sin embargo, Sasuke, sabiendo que Naruto jamás haría daño a un bebé ni
aunque su vida dependiera de ella, solo lo miró extrañado.
—¿Por qué enterrarlo?
—Imaginad que el niño es una semilla. En vez de absorber nutrientes de su
madre, los absorbe de la propia tierra y de la vegetación que tiene cerca, para
eso sirve la energía del creador; le traspasa lo que necesita para acabar de
formarse y a la vez lo protege de cualquier cosa que pueda hacerle daño, como
insectos o humedad si llueve mucho. Lo de enterrarlo en un lugar sagrado
también es por su protección, así no corre riesgo de que otras personas lo
hieran por accidente si están arando por allí cerca. Es el único momento en que
se permite a personas ajenas a la casa real a que entren en los dominios de
Kurama, para que puedan estar con su hijo.
—¿Y con nuestro bebé no funcionará? —preguntó una acongojada Izumi.
Naruto negó tristemente con la cabeza.
—Es demasiado pequeño, Izumi, no creo que pueda encontrarlo dentro de tu
cuerpo. Además, vuestra tierra es demasiado helada y apenas crece nada, dudo
que haya mucho de lo que tu hijo pueda alimentarse. Prefiero no arriesgarme a
someterte a una operación tan compleja en tu estado cuando todo podría salir
mal.
A ella le temblaron los labios y se abrazó el vientre antes de suplicarle:
—¿No hay nada que puedas hacer?
Una vez más, el creador se quedó en silencio, pensando. Sasuke, que lo
conocía bien, podía ver en sus ojos cómo diversas opciones cruzaban por su
cabeza, desechándolas con rapidez o analizándolas y descartándolas, hasta que
se quedó atascada en una, a la que le dedicó un poco más de tiempo antes de
asentir con decisión y acercarse un poco más a la mujer.
—Esto no lo salvará si las cosas salen mal —le advirtió, a lo que Izumi
asintió con un sollozo—, pero evitará que los síntomas de la enfermedad le
hagan daño por ahora.
Ella relajó un poco los hombros, aliviada.
—Gracias.
Naruto inclinó la cabeza y después se puso recto sobre la cama, cerrando
los ojos y juntando las palmas de las manos. Inspiró profundamente despacio,
concentrado, para después colocar sus manos unidas en posición horizontal al
mismo tiempo que las giraba en direcciones contrarias y las separaba, formando
una especie de burbuja anaranjada con reflejos dorados que brillaban de vez en
cuando, dejando mudos y estupefactos a todos los presentes en aquella
habitación, Onoki incluido, que se hallaba maravillado ante los místicos
poderes de lo que él había oído hablar como Medicina Creacional.
Sin detenerse, Naruto dejó salir el aire con la misma lentitud y precisión
con la que realizaba cada movimiento y, abriendo un poco los ojos, introdujo la
burbuja en el vientre de Izumi, que sintió un extraño cosquilleo caliente en
sus entrañas.
—Con esto estará protegido durante un tiempo. He creado la esfera con mi
energía, que le servirá también de alimento hasta que recuperes. Pero una vez
se acabe, no podré hacer mucho más, igual que no podré salvarlo si tú no
mejoras, Izumi —le advirtió Naruto. No es que él fuera pesimista, creía de
verdad que Ashura dio con una especie de cura, pero tampoco quería que pensara
que tenía el poder para salvarlos a ambos o a uno de ellos.
La princesa asintió fervientemente y le apretó las manos con fuerza. Sus
ojos estaban anegados de lágrimas.
—Lo entiendo. Gracias por todo.
Naruto le dedicó una pequeña sonrisa que pretendía reconfortarla. De verdad
creía que no estaba todo perdido, solo tenían que encontrar esa planta en la
Montaña Sagrada, hacer el medicamento e Izumi se pondría mejor, estaba
convencido.
—Deberíamos irnos —comentó Sasuke—, hay que aprovechar todas las horas de
sol que tengamos. Una vez caigan las temperaturas será peligroso estar fuera.
—Está bien —dijo Naruto, levantándose.
—Naruto —lo llamó Itachi, también separándose de la cama. Lo miró un
momento con un brillo esperanzado en los ojos y después fue hacia él para
abrazarlo con fuerza—. Independientemente de lo que ocurra, gracias por todo
—susurró en su oído.
El rubio le devolvió el gesto, prometiéndose a sí mismo que encontraría esa
planta fuera como fuera. Itachi había sido amable con él desde el primer
momento a pesar de que no se conocían muy bien y siempre le había apoyado
contra los consejeros en su reino, así como había defendido sus ideales. Quería
ayudarlo de corazón, agradecerle de algún modo todo lo que había hecho por él,
del mismo modo que quería compensar a Sasuke por haberle protegido una y otra
vez, por haber hecho todo lo que estaba en su mano por cuidar su reino. Ahora
tenía la oportunidad de devolverle el favor a toda la familia Uchiha, así que
no descansaría hasta que haber encontrado una cura para Izumi.
Una vez se separó del heredero, Sasuke se plantó ante su hermano y lo miró
con decisión a la vez que le apretaba los hombros.
—La salvaremos. Te lo prometo.
Itachi sonrió un poco y dejó que el otro hombre juntara su frente a la suya
en una muestra de afecto. Después, lo vio marchar junto al creador y su padre,
quien le lanzó una mirada de apoyo y consuelo, que le decía que solo se
preocupara de cuidar de su esposa hasta que ellos volvieran. Él respondió con
un asentimiento y, cuando se fueron, regresó junto a Izumi y la estrechó contra
su pecho.
Ahora, solo podía esperar y rezar a Taka para que permitiera que su familia
salvara a su mujer.
Unas horas más tarde, Sasuke observaba cómo Naruto avanzaba cuesta arriba
contra la gélida brisa con el ceño fruncido.
Su padre había reunido discretamente a todos los que tenían acceso a la
Montaña Sagrada, los Uchiha y sus parientes por medio de uniones matrimoniales,
que se hallaran en palacio o en sus proximidades. Tras explicarles la situación
de Izumi, que debía mantenerse en secreto por el momento, les dijo lo que
estaban buscando en los dominios de Taka y les pidió que los acompañaran con la
excusa de que la familia real quería rezar en el altar junto a Naruto para
darle la bienvenida a su linaje. Por supuesto, todos los que podían accedieron
de inmediato y se pusieron en marcha junto a una escolta de soldados que los
acompañaron hasta los pies del territorio consagrado a su deidad.
Sin embargo, a mitad de camino, notó a su prometido extrañamente callado y…
No estaba muy seguro de por qué, pero había tenido la sensación de que no
acababa de estar a gusto, de que había algo que lo molestaba. Le había
preguntado varias veces qué le ocurría, pero él le había dicho que solo estaba
preocupado por Izumi y por encontrar esas raíces.
Mentira podrida.
A esas alturas de su relación, estaba seguro de que podía reconocer todos y
cada uno de los estados de humor de su prometido incluso si llevara puesta una
máscara.
Y que le mintiera no le gustaba nada. No es que pensara que lo hiciera para
hacerle daño, sino para no preocuparlo o molestarlo, probablemente… Pero eso le
jodía igual. Naruto ya debería saber que podía contar con él para lo que fuera,
que pasara lo que pasara e hiciera lo que hiciera jamás se enfadaría o le
culparía porque sabía que todo lo que hacía lo hacía siempre por un buen
motivo, por ayudar a los demás.
Así que… ¿cuál era el problema como para que no quisiera decírselo? No se
le ocurría ninguna razón por la que pudiera estar molesto, después de todo,
solo llevaban unos días allí y no recordaba que nadie de la zona le hubiera
tratado mal…
Salvo Sakura. ¿Acaso ella se le habría acercado en algún momento para
amenazarlo? Era verdad que el primer día se presentó ante él y que habló con
mucho rencor sobre su prometido, como si él tuviera la culpa de sus
gilipolleces, pero no estaba seguro de que se hubiera atrevido a plantarle cara
después de lo que le hicieron los hombres zorro… ¿O sí? Al fin y al cabo,
tampoco la había creído tan estúpida como para adentrarse en el Bosque Sagrado.
Soltando un gruñido, e incapaz de aguantar más el no saber qué le pasaba,
avanzó un poco más rápido para llegar hasta donde estaba, cerca de unas grandes
rocas que estaban al borde de un acantilado. Su padre les había dicho que las
Raíces de Piedra solían crecer por esas zonas y Naruto la estaba examinando con
atención.
Al verlo llegar, el rubio solo le miró un instante antes de volver su
atención a las piedras.
—Aquí no veo ninguna planta —comentó, probablemente suponiendo que iba a preguntarle
si había encontrado algo. Pero no, no era eso lo que quería saber.
—¿Qué demonios te pasa? —lo interrogó con cara de pocos amigos.
Naruto se sobresaltó, en absoluto esperando esa reacción.
—¿Qué?
—Sé que estás molesto por algo.
—Sasuke, te he dicho que no es nada, solo me preocupa Izumi.
—Y yo digo que me mientes —replicó, cruzándose de brazos—. Dime por qué
estás enfadado.
—Yo no estoy enfadado y, de todos modos, ¿no deberíamos preocuparnos
primero por Izumi?
Sí, debería, y seguía preocupado por ella… pero no podía pensar sabiendo
que a su rubio le pasaba algo, y no cualquier cosa, sino algo que le había
hecho mentirle. Aun así, era consciente de que ponerse a gritar y con una
actitud de macho dominante era lo último que funcionaba con su futuro esposo,
por lo que inspiró hondo y relajó su postura, bajando los brazos. Con Naruto,
siempre era mejor la comunicación, decirle la verdad.
—Sí, sé que deberíamos estar concentrados en encontrar esas raíces, pero no
puedo hacerlo. Sé que no estás bien con algo y me vuelve loco no saber qué es…
Y me duele que me mientas sobre eso. Eso es lo que más me molesta.
Naruto también relajó un poco su cuerpo y vio culpabilidad en sus ojos.
Cuando él se acercó para abrazarlo, abrió los brazos y lo estrechó contra sí.
—Lo siento, no era mi intención hacerte sentir mal —se disculpó.
Sasuke lo besó en la cabeza.
—Puedes contarme lo que sea, Naruto. Ocultarme cosas solo hará que me
preocupe más. ¿Es por Sakura? ¿Te ha dicho algo?
—¿Sakura? —preguntó el rubio, separándose un poco de él para mirarlo con el
ceño fruncido—. No, no la he visto desde que estamos aquí. ¿Por qué?
—Es la única persona desagradable que conoces aquí y tú tampoco eres su
favorito. Pensé que tal vez te había amenazado.
—No, no es por ella, es… —se interrumpió un momento antes de soltar un
suspiro, rindiéndose ante la idea de ocultárselo—. Es por Korin.
—¿Korin? —exclamó Sasuke, extrañado. Eso sí que no se lo habría esperado
nunca, esa mujer jamás le había dado ni un solo problema—. ¿Qué pasa con ella?
—Tuviste algo con ella, ¿no es así? —le preguntó su prometido, claramente
incómodo.
Vale, esto era cada vez más raro.
—¿Te lo ha dicho? —Korin era probablemente la única mujer que no había ido
por ahí diciéndole a todo el mundo que se había acostado con uno de los
príncipes del Hielo, de hecho, el único que sabía que estuvieron juntos era
Sai.
—No hizo falta —respondió Naruto sin mirarle—. Se le nota que sigue
enamorada de ti.
—¡¿Qué?! —exclamó. De todas las cosas que podría haberle dicho, esa era la última
que se esperaba—. ¿De qué estás hablando? Ella no siente nada por mí.
—Te quiere, aunque trate de negarlo.
Él movió la cabeza a un lado y a otro.
—Mira, Naruto, Korin es seguramente la única mujer que no me ha pedido nada
por pasar la noche juntos, ni una relación, ni besos, ni caricias, ni nada. No
está enamorada de mí.
—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?
Sasuke se demoró un poco antes de contestar:
—Seis meses. —Al escuchar su respuesta, Naruto levantó una ceja, entre
sorprendido y escéptico porque esa mujer no tuviera sentimientos por él después
de medio año juntos, pero el Uchiha tenía una excusa—. Tenía quince años y
Korin dieciocho, descubrí el sexo con ella y estuve enganchado un tiempo.
Después de eso, empecé a fijarme en otras mujeres y ella no se quejó cuando yo
preferí pasar el rato con otras, nunca me lo echó en cara.
—Así que ella fue la primera —murmuró Naruto con una mirada dolida de la
que Sasuke se dio cuenta.
—No significó nada, Naruto. Solo era sexo.
—No te estoy… sermoneando ni nada parecido —apuntó el rubio, mirando a otra
parte—. Tenías todo el derecho a acostarte con quien te diera la gana… pero
entiende que no es fácil para mí.
—¿Qué quieres decir? —preguntó él, preocupado de repente. No sabía que
Naruto se sintiera de esa manera, no desde que Karin estuvo en el Reino del
Fuego.
Su prometido lo miró estresado.
—Vaya adonde vaya hay alguna mujer con la que te has acostado. Y todas
siguen babeando por ti, todas están seguras de que en algún momento me dejarás
tirado y te irás con ellas para pasártelo bien porque yo soy un extraño y
desagradable ser con forma de hombre que se queda preñado. Todas me tienen por
una especie de ser inferior que no merece estar contigo y eso me jode, no estoy
cómodo con ellas cerca.
Sasuke se tensó al escuchar eso y las posibles implicaciones.
—¿Korin te ha dicho eso?
Naruto negó con la cabeza.
—No, pero eso no quita que piense no te merezco. Y estoy cansado de eso,
Sasuke. No puedo cabalgar con ella al lado sin sentirme… —se interrumpió a
mitad de frase. No quería decirlo delante de él, no quería que pensara que él
era el culpable o algo parecido, era algo que estaba en su cabeza y que tenía
por solucionar por su cuenta, por eso no había querido contarle nada.
—¿Qué? —La voz de Sasuke interrumpió sus inseguridades y temores.
Pero no quería decirlo. No ahora, sentía que explotaría si lo sacaba todo
fuera.
Con un gesto desesperado, negó con la cabeza y empezó a alejarse.
—No importa, ¿vale? No es culpa tuya ni estoy enfadado contigo, está en mi
cabeza y… necesito despejarme, esto es todo. Yo buscaré por ese lado —dicho
esto, se escabulló rápidamente por un camino.
—¡Naruto, espera! ¡No puedes ir solo por…! —Demasiado tarde. Para cuando
giró por unas rocas, su prometido había desaparecido—. ¡Mierda! —maldijo,
pasándose una mano por el pelo.
El tiempo pasó y Sasuke no volvió a ver a Naruto en lo que quedaba de día,
ni siquiera fue al punto de encuentro donde había quedado con Sai y algunos de
sus parientes para compartir una comida rápida. Pese a que le inquietaba su
ausencia, no fue a buscarlo; si el creador no quería ser encontrado, no lo
hallaría en esa montaña, no con lo grande que era y con su prometido ansioso
por apartarse de un mujeriego como él.
Bueno, en realidad, sabía que no lo estaba acusando de haberse tirado a
medio mundo, pero, aun así, descubrir cómo se sentía cuando tenía a sus amantes
a su alrededor… hizo que se sintiera mal consigo mismo. Él nunca había deseado
atarse a ninguna mujer, por eso no se preocupó demasiado a la hora de tener
sexo con quien le diera la gana cada vez que tenía necesidad; si ellas querían
pelearse por él, era su problema, él no quería saber nada siempre y cuando le
dejaran tranquilo. Había estado convencido de que ninguna llegaría a importarle
lo suficiente como para que eso fuera un problema…
Hasta que apareció Naruto.
Y ahora se sentía horrible porque, joder, le comprendía. Él se había
sentido muy celoso cuando apareció Gaara para desafiarlo por su mano, cuando
insinuó que lo dejaría tirado porque no era más que un príncipe irresponsable y
salvaje con la vana ilusión de ser pirata para alejarse de sus obligaciones.
Recordaba cómo le hizo sentir aquello, cómo le había dolido todo eso. Fue como
si él no tuviera gran valor, o ninguno. Como si fuera poco más que un ser
despreciable al que no le importaba nada ni nadie salvo sí mismo.
Era muy jodido, y odiaba ser la causa de que Naruto estuviera sufriendo,
aunque él no le culpara.
No sabía cómo arreglar eso. No podía volver atrás y evitar acostarse con
todo el mundo, pero tal vez podía mantenerlo alejado de Korin, al menos. Ella
dirigía la escolta de soldados que había acompañado a los Uchiha hasta la
Montaña Sagrada, lo más seguro era que tenerla cerca hubiera molestado a
Naruto. En cuanto regresaran a palacio, le pediría a su padre que le cambiara
las guardias durante un tiempo para encontrarse con ella lo menos posible, no
le importaba explicarle con pelos y señales la relación que tuvo con ella y
cómo se sentía al respecto, sabía que lo comprendería y que le ayudaría.
Y después, convencería a Naruto de que no tenía ningún tipo de interés en
las mujeres que fueron sus amantes, ni tampoco en ninguna otra mujer. Él… Él
era el único al que quería a su lado, y en la cama. Ya no tenía ojos para nadie
más, aunque sonara imposible.
Esa era la estrategia que había formado en su mente cuando, por la tarde,
el tiempo empezó a empeorar. Un fuerte viento gélido se alzó en la montaña y el
cielo se oscureció tanto que daba la impresión de que algo oscuro se avecinaba;
Sasuke reconoció muy rápido esos cambios climáticos y supo que se avecinaba una
ventisca, por lo que bajó a toda velocidad la empinada ladera para reunirse con
la tropa de Korin, que los había dejado a Naruto y a él en aquel punto del
terreno sagrado.
Sin embargo, su inquietud su convirtió en pánico al ver que Naruto no
estaba. Mientras estaban de camino a la Montaña Sagrada, se había encargado de
explicarle con mucha claridad que debía tener cuidado con el terreno de allí
porque había muchos acantilados y mucha nieve, por lo cual podía caerse al
creer estar pisando suelo sólido cuando en realidad el suelo no era estable. Y,
sobre todo, le había repetido una y otra vez que, si el tiempo cambiaba, que
fuera de inmediato a los pies de la montaña para marcharse cuanto antes de allí
por si había una tormenta. Puede que su prometido estuviera molesto por su
examante, pero sabía que, nunca, jamás, sería tan cabezota e idiota como para
poner su vida en peligro por eso o preocuparlo de esa manera.
—¿Dónde está Naruto? —les preguntó a sus soldados, que negaron con la
cabeza, preocupados.
—No ha llegado, alteza.
Sasuke apretó la mandíbula y contempló la cima de la montaña, enturbiada
por nubes negras que se arremolinaban movidas por el viento infernal.
No podía irse sin Naruto. En su reino las ventiscas podían durar mucho
tiempo y nunca se sabía si serían por unas horas, días o incluso semanas en el
peor de los casos. Su esposo era un creador, sí, pero, ¿podría sobrevivir tanto
tiempo? Con el cielo así, no habría luz solar de la que alimentarse para
recargar sus poderes y así poder mantener el calor por su cuenta, ni
encontraría ningún tipo de cultivo o árbol con frutos cerca, la montaña era
enorme y no podría moverse de donde estaba con ese viento y nieve cayendo, por
no hablar de que era improbable que acabara refugiado justamente donde hubiera
comida. Su única posibilidad sería si se refugiaba en una cueva donde hubiera algún
grupo de animales que cazar… pero al creador le estaba prohibido arrebatar una
vida.
No, Naruto no podía quedarse solo allí.
Con un movimiento rápido, se ajustó mejor la piel de oso y se puso la
capucha, sabiendo que iba a tener que enfrentarse a un infierno blanco para
poder encontrar a su esposo y llevarlo de vuelta a la ciudad pero, al menos,
juntos tendrían alguna posibilidad.
—Voy a buscarlo. Vosotros volved.
—¡¿QUÉ?! —exclamaron todos los guerreros salvo Korin, que se quedó
petrificada.
—Alteza, no puede regresar allí —le dijo uno de los hombres.
—La ventisca los alcanzará antes de que puedan salir —trató de advertirle
una soldado.
Sasuke lo sabía, pero no dejaría que le pasara nada a Naruto en esa
ventisca, ni loco.
—Si no voy a por él, morirá. No voy a abandonarlo. Vosotros dad media
vuelta y regresad al castillo, decidle a mi padre que… —De repente, se quedó
aturdido y su cuerpo cayó sobre la nieve, siendo su blanco puro lo último que
vio.
—¡Alteza! —gritaron los soldados, alarmados.
La soldado que había tratado de disuadir al príncipe fulminó con la mirada
al causante del golpe.
—¡Comandante! —la regañó, pero Korin apenas le dedicó una mirada mientras
cogía a Sasuke por debajo de los brazos y lo arrastraba hacia el caballo—.
¡¿Qué ha hecho?!
—Cumplir con mi deber, proteger a su alteza. No sobrevivirá si regresa a la
Montaña Sagrada.
—¡Pero el príncipe sigue allí! ¡No podemos abandonarlo!
Esta vez, la comandante los asesinó con la mirada.
—¡No pienso arriesgar la vida de mi señor porque el creador se haya perdido
jugando en la montaña! ¡Ese es su problema! —Hizo una pausa para coger las
riendas del caballo del joven Uchiha y para montarse en su propio corcel—.
Nosotros no podemos entrar allí y no merece la pena esperarlo, no sabrá volver,
así que ¡nos vamos! —y dicho esto, espoleó a su montura para que fuera a paso
rápido de vuelta a la ciudad.
Los soldados quisieron esperar al príncipe creador pero, cuando el viento
empezó a aullar con fuerza, pensaron con tristeza que el joven, tal y como
decía su comandante, no sería capaz de encontrar el camino de regreso y
tuvieron que marcharse, rezando a Taka porque se hubiera encontrado con otro
grupo de la familia Uchiha y que estuviera volviendo con ellos.
Sin embargo, eso no fue lo que sucedió.
Horas antes, Naruto inspiraba y respiraba hondo, despacio. La mitad
superior de su cuerpo yacía colgando al borde de un oscuro precipicio, mientras
que su cintura y sus piernas estaban sobre la nieve, con las puntas de los pies
creando una fuerte sujeción en esta clavándolas con fuerza.
Alrededor de una hora después de separarse de Sasuke para despejarse,
ojeando las paredes de un acantilado, por fin había encontrado una de las
Raíces de Piedra, ¡la cura para Izumi! Estaban sobre unas rocas que sobresalían
de la pared, justo debajo de él.
El único problema era que llegaba muy justo y debía usar toda su elasticidad
para poder llegar hasta la planta y quitarle las raíces que necesitaba sin
arrancarla, ya que no podía arrebatarle la vida por ley divina. La buena
noticia era que ese tipo de planta tenía muchísimas raíces, que era justo lo
que necesitaba para Izumi, y podía cortar unas pocas sin hacerle más daño… La
mala, que un movimiento en falso, y caería.
Sus manos colgaban justo sobre las hojas de la planta, tocándolas. Tenían
una textura áspera y parecían estar recubiertas de una especie de fibras duras,
como si fuera algodón pero duro. Se aseguró de que sus dedos no temblaran antes
de estirar los brazos y empezar a maniobrar; con mucho cuidado, flexionó
ligeramente su espalda y tiró de sus brazos hacia abajo, rozando con las puntas
de los dedos las raíces que se aferraban a las rocas. Se detuvo un segundo,
quedándose totalmente quieto para respirar hondo otra vez antes de estirarse un
poco más y tocar la superficie gélida de la piedra. Una vez más, se quedó
inmóvil, asegurándose de que sus pies estaban firmes en su posición y de que la
mitad inferior de su cuerpo aguantaba bien; inspiró otra vez y, con cuidado,
usó una pequeña parte de su poder para cortar las raíces que necesitaba con una
pequeña quemadura, así no tenía que usar la fuerza bruta y, por tanto, hacer
movimientos más bruscos.
Tras unos minutos y con suma delicadeza, logró tener suficientes raíces
para elaborar un par de curas para Izumi y las guardó en su mano con fuerza,
temiendo que se le cayeran.
Ahora venía la parte difícil.
Dejó escapar el aire muy despacio, muy centrado en cada músculo de su
cuerpo, antes de deslizar unos centímetros su pie derecho hacia atrás y
clavarlo ahí. Al ver que, por el momento, aguantaba bien, repitió el mismo
procedimiento con el otro pie y, después, con el derecho de nuevo, y el
izquierdo, y el otro, y una y otra vez hasta que estuvo tumbado sobre su
estómago.
En ese instante, supo que ya estaba a salvo y sonrió, feliz. Lo había
conseguido, tenía la cura para Izumi, solo tenían que volver al castillo y
empezar cuanto antes con la receta de Ashura, con suerte, solo se encontraría
mal unos días y se recuperaría en poco tiempo.
Estaba deseando enseñársela a Sasuke. Ya no estaba molesto con Korin ni con
sus estúpidas amantes, sabía que solo había sido un lapsus por tenerla cerca y
ser consciente de que, como todas, ella no creía que fuera lo bastante bueno
para él.
Sin embargo, ¿qué importaba? La realidad era que Sasuke le había besado y
abrazado cuando a ellas ni las había mirado después del sexo. Con él había sido
delicado y le había dedicado todo el tiempo del mundo cuando con ellas solo
había estado un par de horas. A él le permitía compartir su cama cada noche y
dormir en sus brazos cuando había huido de ellas.
Ya no tenía ninguna importancia, Sasuke quería estar con él, con eso era
feliz. Y ahora que había encontrado la cura para Izumi, todo iría bien.
Se levantó y se dio la vuelta, dispuesto a encontrar a Sasuke cuando algo
delante de él lo detuvo.
Se quedó totalmente descolocado y ligeramente aturdido al encontrarse de
frente a una desmejorada Sakura Haruno. Al principio, le costó reconocerla, y
entre eso y que su mente no llegaba a encajar el que la estuviera viendo y que
realmente se había adentrado en la Montaña Sagrada, fue incapaz de reaccionar a
tiempo.
Sakura lo empujó.
Y él cayó al vacío.