Capítulo 18. Tic, tac
Ya desde la
carretera, Rick supo que algo había salido muy mal, a juzgar por la negra y
espesa columna de humo que emergía de entre los árboles como un gigante que
parecía querer oscurecer el tibio sol de la mañana.
Menos de una hora
antes, justo cuando comenzaba su turno, se había enterado de que los bastardos
de Mercile habían encontrado a 354 y lo habían traído de vuelta a las
instalaciones… después de abatir a los que lo habían acogido. Por un instante,
había creído que todo lo que habían hecho para liberar a 354, que el propio
sacrificio de Adam, había sido en vano. Sin embargo, antes de poder profundizar
disimuladamente en esa información, le habían llamado para ordenarle que fuera
inmediatamente junto a un pelotón a la casa de Vane Hagel para traerlo al
edificio.
Eso lo alivió y le
preocupó a la vez. Por un lado, había visto el historial de ese hombre y sabía
que no soltaría la lengua fácilmente en una situación de tortura, pero, por
otro, no estaba seguro de hasta qué punto estaba dispuesto a aguantar por 354.
Los hombres tienen
límites. Él sabía que en aquella casa vivían dos personas más, un médico y el
hermano de Hagel. Así que la pregunta era qué estaba dispuesto a sacrificar
para retener toda la información que tenía de 354, Mercile y Adam.
Cuando estaba a
punto de salir, se chocó con Tyler. Le preguntó si sabía algo de lo que había
pasado y él le hizo un breve resumen; básicamente, había hablado con 354, que
al parecer ahora tenía nombre, y le había dicho que los Hagel eran de entera
confianza y que siguiera las instrucciones de Vane, que ya tenía un plan y les
diría cómo ponerse en contacto con sus otros hermanos.
Puede que, después
de todo, sí tuvieran una oportunidad de terminar lo que Adam empezó.
Pero esa esperanza
se estaba tambaleando. Esa columna de humo solo podía significar una cosa: que
la casa de los Hagel estaba en llamas.
Su grupo aparcó
los Jeeps en el mismo camino de tierra donde, hacía ya algún tiempo, había
dejado a 354 para que fuera encontrado, a unos veinte metros del objetivo.
Tanto él como sus compañeros cogieron sus armas y descendieron de los
vehículos, colocándose sigilosamente en formación, quedándose él en la
retaguardia. No tenía ni idea de lo que había pasado, pero si había habido
cualquier tipo de batalla y por casualidad los Hagel habían logrado escapar,
quería estar seguro de estar en una posición ventajosa para disparar a los
hombres que en esos momentos se movían delante de él.
Al principio
avanzaron despacio, poniendo mucha atención a los alrededores. No tenían
ninguna duda de que el humo no pasaría desapercibido en la ciudad a pesar de
estar en las afueras y que, tarde o temprano, la policía, los bomberos, la
guardia forestal y tal vez hasta una ambulancia irían allí para averiguar qué
había ocurrido y si había heridos.
Sin embargo,
encontraron algo más interesante… y perturbador. Al menos, para Mercile, porque
él estuvo a punto de sonreír.
Huellas. Tierra
removida. Signos de lucha y de cuerpos siendo arrastrados. Habían entrado en
una zona totalmente repleta de dichas señales que ni siquiera habían tratado de
ocultar, había tantas que resultaba abrumador, era sin duda un grupo grande.
Su equipo ya debía
de saber que no se trataba de los suyos. A juzgar por el informe que les había
relatado el capitán por el camino, el otro pelotón había atacado directamente
la casa, sometido a los tres hombres, dos perros, abatido a otro de los
animales y recuperado el objetivo.
No había
mencionado nada de una lucha en el bosque. Ni tampoco que hubiera tantas
personas.
Su capitán avanzó
junto al resto de sus hombres, apuntando con los fusiles a sus alrededores,
buscando cualquier señal de vida. Él se retrasó un poco más. Esas huellas eran
de anoche, habían pasado bastantes horas desde que ocurrió la pelea… Las
suficientes como para poner alguna trampa. Era evidente que otro grupo vendría
hasta aquí, aunque solo fuera porque habían dejado de recibir noticias del
primero.
Y si Vane Hagel
era tan inteligente como aseguraba la investigación de Adam, no dudaba de que
aprovecharía cualquier oportunidad para hacerles el mayor daño posible.
Su premonición se
vio cumplida casi al instante.
Uno de los hombres
enganchó su pie sin darse cuenta contra un cable. Al principio, ninguno supo lo
que era, pero el caso es que cayeron muchos desde el cielo; habían estado
ocultos entre las copas de los árboles, de tal forma que ellos no pudieran
verlos a primera vista, concentrados como estaban en buscar a sus enemigos
entre los arbustos y tras los troncos. Rodearon a todo el grupo salvo a Rick,
que aferró su arma con fuerza por si acaso, pero el resto, presa de la sorpresa
y el miedo, empezó a disparar contra los objetos, que se sacudieron por los
múltiples impactos de balas y estallaron en sangre.
Un momento.
¿Sangre?
—¡Alto el fuego! —ordenó
el capitán.
Todos dejaron de
disparar y, una vez lo hicieron, se dieron cuenta de lo que había caído de los árboles.
Los cuerpos de sus
compañeros. Yacían colgados por los tobillos, los cuales, a pesar de ir
cubiertos por calcetines, tenían manchas de color carmín, un indicio de que
llevaban mucho tiempo atados en esa postura… y muertos. Todavía conservaban los
pantalones, pero no vieron ni rastro de los cinturones en los que solían llevar
las municiones y los cuchillos, del mismo modo que tampoco llevaban ni el
chaleco antibalas ni el uniforme táctico que usaban en las instalaciones. No
había duda de que los Hagel, como buenos militares, se habían llevado todo
aquello que les pudiera ser útiles; uno se convertía en un carroñero muy rápido
cuando estabas en territorio enemigo y con pocos suministros, era lógico robar
a los muertos todo aquello que pudiera serte útil. Por ese mismo motivo les
habían dejado también las camisetas interiores, aunque de poco les servía, ya
que caían hasta los sobacos de los cuerpos o directamente cubrían sus cabezas,
revelando su estado de hinchazón, la piel cenicienta y helada en contraste con
la sangre negra que brotaba a causa de los disparos, los rostros petrificados
en una mueca que no daba más que indicios del miedo que sintieron justo antes
de caer, y los ojos vacíos, llenos de muerte.
Pero había algo
más, algo realmente aterrador. En sus pechos, escrito, o más bien rajado al
revés expresamente para que ellos pudieran leerlo, los Hagel les habían dejado
un mensaje.
Tic, tac.
Era una clara
declaración de intenciones. Ellos habían ido a por los Hagel y habían fallado.
Ahora eran ellos
quienes iban a por Mercile. Solo era cuestión de tiempo. Habían incendiado su
propia casa para no dejar ni una sola pista sobre ellos y se habían tomado la
molestia de saquear los cadáveres y colgarlos para los siguientes que vinieran;
les estaban diciendo no solo que habían sido capaces de neutralizarlos sin
problemas, sino que hasta habían tenido tiempo de sobra para humillarlos, y que
no era solo una cuestión de supervivencia.
Se trataba de
venganza.
La próxima vez que
fueran a por ellos, entrarían a matar. Ni negociaciones, ni tratos, ni dinero,
nada de nada.
Ellos habían
cometido el error de cabrearlos al atacar a dos de sus hermanos e iban a
pagarlo con su sangre.
Los ojos de Rick
brillaron cuando vio maldecir a su capitán antes de alejarse de los cadáveres
para hablar por teléfono. Por otro lado, el resto de hombres empezó a murmurar
entre ellos con gestos bruscos y claramente nerviosos.
No pudo contener
una sonrisa al ver la táctica de los Hagel. Debía admitir que estaba bastante
impresionado… y que, después de todo, tal vez Adam sabía lo que hacía cuando le
confió a Vane Hagel el 354.
Night soltó un
gruñido asqueado cuando las luces de la estancia se encendieron de golpe. Tras
haber vivido en el exterior, bajo la luz natural del sol y la luna, y habiendo
adquirido el hábito de despertar lentamente con la primera conforme se asomaba
en el horizonte y a dormir cuando la otra se alzaba en el cielo, regresar a la
vieja rutina de los encendidos y apagones de los brillantes y blancos neones
era una maldita mierda.
En esos momentos,
los odiaba con todo su ser. Casi tanto como a Mercile.
Abrió un poco los
párpados para ver quién lo había despertado. Le decepcionó y le alivió a la vez
que no se tratara de Dean, ya que eso significaba que no vería a Vane, pero, en
cambio, fue Tyler quien entró en la sala. Como era habitual en él, mantenía una
máscara de total indiferencia en el rostro, sin embargo, se dio cuenta de que
sus pasos eran más rápidos y nerviosos.
Eso solo podía
significar que sabía algo, y estaba ansioso por contárselo.
Al pensar que
podría tratarse de Vane, se levantó de un salto y aferró los barrotes.
Consciente de que las cámaras no podían verlo, le preguntó:
—Tyler, ¿qué
ocurre? ¿Se trata de Vane?
—Sí —murmuró muy
bajo, tanto que apenas era audible. Night sintió que se le cerraba la boca del
estómago, temiendo cuáles podían ser esas noticias, pero antes de que pudiera
formular la pregunta que más le aterraba, el técnico continuó—. Tranquilo, está
bien, o eso creemos.
El alivio
instantáneo que había sentido se esfumó, dejando paso a la aprehensión.
—¿Qué quieres
decir?
Tyler no contestó,
sino que, una vez preparada la primera aguja para su extracción diaria de
sangre, se dirigió al panel con los botones y presionó el que servía para bajar
la barra de hierro. Night gruñó con impaciencia cuando les ordenó con voz
desapasionada que se pusieran los grilletes; le costó hacerlo con lentitud, por
si acaso las cámaras captaban su impaciencia en sus movimientos, algo poco
habitual dado que su especie, hasta el momento, detestaba estar atada. Él mismo
odiaba esa sensación de vulnerabilidad, de estar expuesto ante aquellos que
podían hacerle daño. Pero, esta vez, se trataba de Vane, y necesitaba saber qué
había descubierto Tyler sobre él y su estado.
Cuando este al fin
llegó hasta su posición para sacarle sangre, le susurró:
—Buenas noticias.
Los Hagel han conseguido escapar.
El corazón de
Night se hinchó de alivio antes de martillear sus costillas con fuerza,
emocionado.
—¿Todos? —Tenía
que saberlo.
—No había ningún
Hagel allí y los hombres de Mercile estaban muertos —dijo a la vez que le
sacaba la aguja y le daba la espalda, aunque siguió hablando—. El guardia del
que te hablé me ha dicho que encontraron sus cuerpos colgados con un mensaje y
que su casa estaba ardiendo.
Night se
sobresaltó.
—¿La casa?
—Rick piensa que
los Hagel la hicieron estallar. Para ocultar cualquier cosa que Mercile pudiera
encontrar allí y que sirviera para hacerles daño.
Tras una pequeña
pausa, asintió, aunque estaba dolido.
En esa casa había
pasado los días más felices de su vida. Le dolía saber que ahora no sería más
que un montón de escombros… Pero lo entendía. Probablemente habría sido difícil
para Vane hacer eso, sin embargo, conociendo a su macho, sabía que antepondría
sus vidas y su seguridad a la casa.
Un pequeño
sacrificio por lo que estaba por venir.
—Mercile está
acabado —declaró, sobresaltando un poco a Tyler, que ya le estaba extrayendo
sangre a 322—. Vane lo estará poniendo todo en marcha.
—Night… No quiero
desanimarte, pero Mercile ya sabe que los Hagel irán a por ellos. No podrán
tomarlos por sorpresa, les dejaron un mensaje bastante claro de que iban a por
ellos.
Él frunció el
ceño. Había aprendido que nada de lo que hacía Vane era casual, todo tenía un
por qué… y no siempre estaba a primera vista. No para sus enemigos, al menos.
—¿Qué decía?
Tyler sacó la
aguja del brazo del otro macho y regresó al carrito, aunque, esta vez, logró
ver un atisbo de sus facciones, arrugadas por la inquietud.
—Tic, tac.
Night entrecerró
los ojos, ignorando los murmullos de sus compañeros, que se preguntaban qué
había dicho el humano o qué quería decir eso.
—Cuestión de tiempo.
El técnico se
quedó a medio camino de meter la sangre que había extraído en un frasco por
unos segundos pero, rápidamente, siguió con su tarea.
—¿Qué?
—Es cuestión de
tiempo, eso es lo que Vane quiere que Mercile sepa. —Sus labios se curvaron
hacia arriba con anticipación, sus manos se convirtieron en puños alrededor de
los barrotes, impacientes—. Que van a caer. Todos y cada uno de ellos.
Oscuridad.
Al principio, no
pudo ver otra cosa que no fuera la más absoluta negrura. ¿Estaba soñando? ¿O
acaso habría muerto?
Notó algo en el
pelo y alzó la vista. Algo caía desde el cielo. Pensó que debía de ser nieve,
pero no hacía frío, sino un calor exuberante que se quedaba adherido a su piel,
y cuando uno de los copos cayó en su mano, se dio cuenta de que tenía un color
grisáceo. ¿Ceniza?
Entonces, se fijó
en su mano, cubierta por un guante negro que se le hacía familiar. Se echó un
vistazo a sí mismo, dándose cuenta de que llevaba puesto su viejo uniforme
militar... y que sentía algo caliente y húmedo en el brazo izquierdo. Al
mirarse, el pánico lo inundó al darse cuenta de que era sangre. Su sangre.
¿Qué estaba
pasando? No podía haber vuelto allí, a ese lugar, otra vez no. Tenía que ser
una pesadilla, una de las muchas que tenía.
Alzó la vista,
tenso, esperando a que un batallón de enemigos lo atacara, momento en el que él
se despertaría y atacaría a Night o a su hermano, pensando que estaba luchando
de nuevo en aquella maldita guerra.
Sin embargo… algo
era diferente.
Todo el campo
estaba cubierto de cenizas. Había un par de cadáveres tirados a su alrededor,
pero supo por sus uniformes que eran talibanes. No había ni rastro de sus
hermanos o de su unidad, tampoco de Bear o los perros.
—¿Vane?
Pegó un salto al
escuchar esa voz y se giró, buscándola. Jadeó cuando encontró su figura a unos
metros por delante de él.
No podía ser. Era
imposible.
El hombre dio unos
pasos hacia él, frunciendo el ceño mientras lo observaba.
—Vane, ¿eres tú? —preguntó,
acercándose un poco más. Entonces, sonrió—. Sí que eres tú, ¿qué haces en este
lugar?
Vic.
No. Eso no. No era
como otras de sus pesadillas, esta era aún peor.
Retrocedió unos
pasos, moviendo la cabeza a un lado y a otro, deseando huir de allí y de aquel
fantasma tan lejos como fuera posible, así que dio media vuelta con la
intención de salir corriendo… Pero, en vez de eso, chocó contra algo y cayó de
espaldas al suelo.
—¡Vaya, hombre! Sé
que esto puede parecer un poco siniestro, pero no debes tener miedo —le dijo
Vic, que era la persona contra la que había chocado. Este se inclinó y le
ofreció la mano—. Anda, levántate. No tenemos mucho tiempo.
Vane lo miró con
una mezcla de miedo y desconfianza.
—Eres un fantasma.
No estás aquí de verdad.
Vic soltó una
risilla.
—Si estuviera allí
de verdad, entonces sí tendrías buenos motivos para estar asustado. Pero aquí
no corres peligro.
Esperó unos
segundos, sabiendo que el rostro de su hermano gemelo se deformaría,
convirtiéndose en un talibán, o que acabaría cubierto de sangre y quemaduras
para recriminarle el no haberle salvado la vida.
Pero no pasó nada.
Vic seguía ahí, tendiéndole la mano.
Vic estaba ahí…
Con él. Por primera vez en años.
El anhelo lo
ablandó y lo agarró por el antebrazo pese a que todavía esperaba que su hermano
se convirtiera en un enemigo o en el reflejo de la culpa que sentía dentro de
él. En vez de cualquiera de esas dos cosas, o de una tercera opción igual de
terrible, Vic tiró con fuerza para ayudarle a incorporarse y lo abrazó.
Vane jadeó,
sorprendido por el inesperado gesto que le llenó los ojos de lágrimas. No lo
estaba estrangulando, ni era una artimaña para clavarle el cuchillo o
dispararle una bala en el vientre. Por primera vez, en esa clase de sueños,
sintió calidez en presencia de su hermano. Añoranza. Amor.
Incapaz de
contenerse, le devolvió el abrazo con toda la fuerza que tenía, deseando poder
retenerlo en aquel lugar, fuera donde fuera, a su lado. Un sollozo se le escapó
de los labios y, después, otro más, seguido de un tercero. Luego ya no pudo
parar. Enterró el rostro en el hombro de Vic y dejó que el dolor lo abrumara,
que lo ahogara como el día en el que vio su cuerpo destrozado y su mirada
vacía, que lo envolviera y consumiera como ascuas devorando cualquier retazo de
leña a su alrededor, que lo aplastara y se estrellara contra él cual roca
precipitándose sobre un acantilado… para, después, dejarlo salir.
Poco a poco, muy
despacio, como si con cada exhalación se fuera desvaneciendo. Hasta que, por
fin, podía volver a respirar.
—Vic… Lo siento… —dijo
las palabras que tanto había lamentado que no pudiera escuchar—. Lo siento
mucho… Tendría que haberte escuchado, tendría que haberte hecho caso cuando
dijiste que lo que hacíamos era un error. Yo…
—Shhh… Ya lo sé —murmuró
Vic, acariciándole la cabeza—. Sé muy bien que te sientes responsable de lo
sucedido y que cargas con mucha culpa… Pero no deberías. Debes dejarla atrás.
Al escuchar esas
palabras, Vane detuvo su llanto y se separó para mirar a su hermano.
—… No puedo.
—Claro que sí —afirmó
Vic sin dudar—. Fui yo quien tomó esa decisión, tú no me ordenaste que lo
hiciera ni tampoco me lo pediste para salvar a Shawn. Tú habrías hecho lo mismo
por mí. Por cualquiera de nuestra familia.
Vane tragó saliva.
—Pero no fui yo
quien lo hizo.
Su hermano le
dedicó una media sonrisa apenada.
—Si hubiera sido
al revés y fuera yo quien viviera con esa carga, ¿acaso no me dirías lo mismo?
Vane no respondió.
Por una vez, no podía argumentar nada en contra.
Vic, esta vez, le
sonrió de verdad, y enterró una mano en su pelo para acercar su frente a la
suya. Sus ojos azules, idénticos a los de su hermano, brillaban decididos y
feroces.
—Eres mi hermano
gemelo, te conozco mejor que nadie. Por eso sé que eres fuerte, Vane, más
fuerte que ninguno de nosotros y más fuerte de lo que tú mismo crees. Deja el
dolor y la culpa atrás, deja de vivir con miedo. Vas a enfrentarte a la misión
más importante de tu vida y ahora más que nunca debes confiar en ti mismo.
Los ojos de Vane
relucieron y contempló a su hermano con más atención. La tensión se había
apoderado de su cuerpo.
—Night.
Vic asintió.
—Él te necesita y
confía en ti. ¿Vas a dejarlo en ese lugar?
—No —gruñó Vane.
Su hermano apretó
su agarre sobre él. Sus irises destilaban convicción.
—Entonces ve por
él, hermano. Sálvalo.
Él abrió la boca
para responder, pero, de repente, una luz brillante lo obligó a entrecerrar los
ojos y a cubrirse un poco con los brazos. Cuando logró ver sus pies, se dio
cuenta de que, ahora, estaba descalzo y llevaba una especie de bata, así como
de que el campo de batalla se difuminaba conforme era tragado por la luz.
—¡El pasado está
enterrado, hermano! —oyó que le gritaba Vic.
Al alzar la vista,
su hermano estaba a varios metros de distancia, en la oscuridad salpicada de
cenizas, cubierta de sangre y cadáveres. Aun así, Vic le sonreía.
—¡Tu futuro está
justo delante! No renuncies a él —terminó diciendo con los ojos brillantes.
Entonces, hizo amago de dar medio vuelta—. Te deseo lo mejor, Vane.
Vio cómo Vic se
adentraba en el campo de batalla. En la oscuridad.
Pero él no podía
seguirle. Ya no. Night le necesitaba.
—Adiós, hermano —se
despidió, esta vez, para siempre.
Entonces, cerró
los ojos y dejó que la luz se lo llevara.
Su cuerpo se
convulsionó cuando abrió los ojos. Por puro instinto, se aferró a lo primero
que hallaron sus dedos, las sábanas a su derecha y una barra a la izquierda. El
movimiento fue tan rápido que un ramalazo de dolor se extendió por su pecho y
su brazo izquierdo. Se le escapó un fuerte gemido que se transformó rápidamente
en un gruñido malhumorado. Joder… No esperaba estar tan mal.
—¡La hostia! —exclamó
alguien.
Giró la cabeza,
encontrándose con un sobresaltado Max de ojos muy abiertos. A su lado, había
una cama de hospital, donde vio a Ethan recostado y bastante magullado.
Entonces, le vino
a la cabeza todo lo sucedido y echó un vistazo rápido para confirmar que estaba
en un hospital.
—¿Qué ha pasado? —preguntó,
intentando analizar la situación actual—. ¿Estáis los dos bien?
—Sí, sí —dijo Max
con la mano en el pecho, aunque no tardó en recuperarse del susto e ir hacia él—,
pero haz el favor de tumbarte, todavía estás delicado.
—Espera —lo llamó
Ethan, que apartó la manta que cubría sus piernas—, puedo…
En ese mismo
instante, su hermano giró sobre sí mismo a toda velocidad y le lanzó una mirada
asesina.
—Mantén el culo
pegado a esa cama o juro por Dios que te ataré a ella. ¿Cuántas veces tengo que
recordarte que ahora eres un paciente?
El doctor frunció
el ceño.
—Está a mi lado, yo
puedo…
Max se cruzó de
brazos y lo contempló con ojos amenazadores. Ethan refunfuñó en respuesta, pero
se quedó quieto.
Vane volvió a
gruñir. No podía estar esperando a que esos dos acabaran de discutir.
—¿Qué ha pasado? —insistió.
Max dio media
vuelta y se apresuró en llegar a su lado e instarlo a tumbarse. Él obedeció; de
mala gana pero lo hizo, sabía por el dolor que sentía que no era buena idea
forzar su cuerpo en ese momento, necesitaba recuperarse lo antes posible para
así iniciar el rescate…
Su hermano se
sentó a su lado y le explicó con seriedad:
—Zane y los demás
vinieron a sacarnos de allí. El ataque sorpresa surgió efecto, esos capullos no
los esperaban; como tú dijiste, no descubrieron que ellos también sabían de
Night. Yo logré apagar las luces y a partir de ahí todo fue un caos para los
hombres de Mercile. Dylan y Kasey aprovecharon esos segundos para sacaros a
Ethan y a ti de la zona caliente. Te llevamos de inmediato al hospital más
cercano, utilizamos las acreditaciones del ejército para darte máxima
prioridad. Por poco te nos vas, hermano —murmuró, tocándole una pierna.
Vane suspiró y le
dio un apretón con la mano derecha. No quería mover el brazo izquierdo, sabía
por el dolor que estaba roto.
—Estoy bien —lo
tranquilizó. Sabía que sus hermanos habrían pasado un momento horrible cuando
lo metieron en quirófano—. ¿Los chicos están bien? ¿Alguna baja?
Max deslizó la
mano en el aire con suavidad.
—Todos están bien,
la operación fue como la seda. Zane me ha dicho que tienen algún que otro golpe
cuando el enemigo intentó una confrontación física, pero no han necesitado más
cuidados agua oxigenada y unas pastillas para aliviar el dolor —dicho esto, le dio
una palmadita en la pierna y se levantó—. El resto te lo contará los demás. Yo
me fui contigo al hospital y sé que preferirás escuchar lo que hicieron de boca
de alguien que fue testigo. Voy a llamarlos y a avisar a una enfermera. Debes
de estar dolorido.
Vane hizo un
asentimiento, agradecido porque Max supiera que necesitaba toda esa información
para estar tranquilo antes que calmar su dolor físico. Estaba acostumbrado a
él. No era agradable, pero podía tolerarlo siempre y cuando estuviera seguro de
que su gente estaba sana y salva…
Bueno, faltaba una
persona. Pero eso estaba ahora en sus manos y, antes, necesitaba más
información.
—¿Cómo te
encuentras?
La voz de Ethan lo
sacó de sus analíticos pensamientos y lo miró. Esbozó una media sonrisa.
—Para alguien que
tiene un brazo roto y al que le han extraído una bala del pecho, tengo mejor
aspecto que tú.
El doctor soltó
una risilla.
—No te debe de
doler tanto si eres capaz de bromear.
—No es la primera
vez que me disparan, y tampoco es peor que cuando estalló aquella mina —comentó,
recordando momentáneamente a Vic. Sin embargo, esta vez, el dolor no lo
atenazó. Seguía ahí, en forma de nostalgia, pero ya no lo ahogaba.
Eso le hizo
sonreír. No tenía ni idea de si realmente había estado en el Más Allá con su hermano
o si todo había sido producto de su mente… Pero, fuera lo que fuera, las
palabras de Vic no eran más que la pura verdad.
Él no querría que
cargara con la culpa cuando había sido él quien había decidido actuar para
protegerlos. Querría que siguiera adelante, y que fuera tan feliz como pudiera.
E iba a serlo.
Después de que rescataran a Night y a sus amigos.
—¿Sientes mareos?
¿Náuseas? ¿Te pitan los oídos?
Las preguntas de
Ethan le hicieron sonreír.
—¿No se supone que
ahora eres un paciente?
El doctor le lanzó
una mirada de pocos amigos.
—¿Tú también?
—Yo no soy médico,
pero sé lo suficiente como para detectar que necesitas descansar y que también
debes estar dolorido… o tal vez no —dijo, contemplándolo con un brillo fiero en
los ojos. Su sonrisa había desaparecido—. ¿Qué pasó cuando te interrogaron?
Ethan palideció
repentinamente y apartó la vista.
—Es… Es
complicado.
Pese a que no
podía verle la cara, Vane lo analizó atentamente. El tono de su voz, la pausa
al hablar, el leve temblor en su pronunciación, su postura corporal, el cómo
había apartado la mirada, su tez pálida.
—… Ethan… Hace
tres años que eres mi médico personal. Puede que tú no lo veas de esa forma,
pero tanto yo como mis hermanos te consideramos parte de la familia. —Al
escuchar esa palabra, el médico se tensó y lo miró con los ojos muy abiertos.
Vane continuó en un tono bajo y suave—. Si no quieres contármelo, está bien. Lo
entiendo mejor que nadie. Pero si algún día necesitas hablar, recuerda que
tienes muchos amigos dispuestos a escucharte.
Vio en sus ojos
que dudaba, que deseaba hablar. Pero una emoción, tan profunda, tan oscura y
densa como la culpa que a él lo había estado ahogando desde la muerte de Vic,
lo tenía atrapado. A pesar de eso, creyó que iba a vencerla, porque abrió la
boca…
—¡Vane!
Tanto él como
Ethan se sobresaltaron ante el grito de Zane, que abrió prácticamente con un
portazo antes de correr precipitadamente hasta su cama. Gracias a Dios, no lo
abrazó. Podía aguantar el dolor, pero no sobreviviría a un abrazo de su hermano
con esas heridas.
—¿Cómo te encuentras?
¿Estás bien? Los médicos dijeron que estabas estable, pero el muy imbécil del
cirujano casi llama a la policía cuando vinimos aquí. No me fío de él.
—Tal vez si dejas
que la enfermera le dé un calmante, se sienta mejor —gruñó Shawn, agarrando a
Zane por el cuello de la camiseta para alejarlo de la cama—. Y el cirujano casi
llamó porque entraste exigiendo a voces que te dijeran dónde estaba Vane y
cargado de armas de fuego. Es normal que medio hospital se asustara.
Vane puso los ojos
en blanco. Aunque solía encontrar esas situaciones de lo más divertidas, ahora
mismo solo quería un informe de la situación y que la enfermera le diera el
maldito calmante para poder concentrarse mejor. Por suerte, Shawn mantuvo a
Zane alejado el tiempo suficiente como para que la mujer hiciera su trabajo; le
preguntó si tenía algún síntoma que debiera conocer aparte del dolor y, tras
responder que estaba bien, le informó de que su médico iría a verlo en un rato.
En cuanto se
aseguró de que ella salía de la habitación, miró a Max.
—Max, quédate
junto a la puerta y vigila si se acerca. No quiero que nadie se entere de la
existencia de Night por ahora.
Este asintió y
obedeció, dejando que el resto de los Hagel se acercara. Inspiró hondo y
dirigió la conversación:
—En primer lugar,
me encuentro bien, como ya le he dicho a la doctora. En segundo, tenemos poco
tiempo y la situación que se nos presenta no es buena: Mercile nos ha
descubierto y tiene a Night. Nosotros nos hemos librado por los pelos.
Hicisteis un buen trabajo —los felicitó. Los cuatro asintieron, sin darle más
importancia—. Pero ahora mismo estamos en desventaja y el tiempo corre en
nuestra contra. Debemos trazar un plan ya y tiene que estar bien estudiado hoy.
—Los estudió un instante, asegurándose de que tenía toda su atención. Como de
costumbre, sus hermanos lo escuchaban concentrados. Bien—. Primero, el estado
del equipo. Max me ha dicho que están todos bien.
—Magulladuras y
arañazos —respondió Dylan velozmente—. Ningún problema para nuestros chicos, mañana
podrían estar en una nueva operación.
Vane asintió y
apretó la mandíbula al pensar en su siguiente pregunta.
—¿Bear y Nocturn?
Kasey se adelantó
para poner su mano en su espalda.
—Están bien. —La
tensión de sus músculos se relajó notablemente al escuchar esa respuesta. Menos
mal—. Esos cabrones los golpearon y les rompieron algunos huesos, seguramente
para que no pudieran defenderse, pero se pondrán bien. Están en un centro
veterinario.
—¿Y Sam?
Los rostros de sus
hermanos se contrajeron por el dolor, pero Zane respondió:
—Recuperamos su
cuerpo. Es una Hagel, jamás la habríamos dejado atrás.
Vane cerró los
ojos un momento, pero siguió adelante.
—La enterraremos
junto a Vic. Ella siempre quiso estar con él.
Todos mostraron su
acuerdo con un gesto de la cabeza.
Ahora que había
preguntado lo más importante, quería saber qué había ocurrido después de que lo
sacaran de la casa con exactitud.
—Max me ha hecho
un resumen de lo que pasó hasta que nos rescatasteis. ¿Habéis hecho prisioneros
o dejado supervivientes?
—Ni uno —afirmó
Zane. Sus ojos tenían una mirada peligrosa—. No nos podíamos permitir tomar a
nadie en esta situación, pero no dejamos a nadie con vida.
Vane no lo culpó.
Entre que él, Ethan y Max estaban heridos y que la casa ya no era un lugar
seguro, no habían tenido recursos suficientes como para tomar un rehén que les
pudiera dar información o que pudieran usar de algún modo. De todos modos, no
les habría servido de gran cosa, el doctor Therian ya se aseguró de que tuviera
todos los detalles que necesitaba para conocer las instalaciones y su sistema
de seguridad.
En cuanto a los
supervivientes, mejor no dejarlos. Así Mercile desconocía cuántos hombres tenía
a su disposición y sus habilidades o estrategia de combate.
—¿La casa?
—Vacía y
destruida, tal como indicaste en su día —respondió Zane.
—¿También lo que
había en el sótano?
—Todo, Vane. Hubo
cosas personales que no pudimos salvar porque esos cabrones las destrozaron,
pero todo lo demás nos lo llevamos: móviles, ordenadores, tus planos de
proyectos de la empresa, las armas, cualquier dispositivo en el que estabas
trabajando… Los libros tuvimos que quemarlos junto a la casa. No teníamos
tiempo para inspeccionarlos todos y asegurarnos si había algo importante. Lo
siento.
—Está bien, Zane,
no había nada que fuera irremplazable. —Hizo una pausa para dejar que la imagen
de los acontecimientos sucediera en su cabeza. Distracción con el tiroteo,
cegar al enemigo, extracción rápida de los rehenes, aprovechar la sorpresa, el
terreno y su incapacidad para defenderse en la oscuridad para atacar con
fuerza. Siempre hay cierta resistencia, pero el trabajo había sido rápido y
limpio. Y sin supervivientes, Mercile no había salido beneficiado de aquel
encuentro. Era verdad que ya iban con desventaja al haber sido descubiertos y
perder a Night, pero, al menos, esa batalla no les había dado más puntos y
ellos habían recuperado algunos al estar todos juntos. Algo es algo—. De
acuerdo, ¿hay algo más que deba saber?
Shawn se adelantó
con las facciones fruncidas.
—Sí. Zane y yo
tuvimos un pequeño desacuerdo.
Mierda.
—¿De qué se trata?
Esta vez, fue su otro
hermano el que habló con rabia.
—Les dejé un
mensaje.
—Sí, colgó los
cuerpos en las copas de los árboles y les rajó el pecho para que dijera “Tic,
tac” —dicho esto, le lanzó una mirada poco amistosa—. Tendríamos que haberlos
quemado, como dijo nuestro hermano cuando nos enseñó el protocolo de seguridad
de su casa.
Zane apretó los
puños.
—Entonces se
habrían quedado como si nada. Debían saber que iríamos a por ellos a muerte,
que solo era cuestión de tiempo y que estamos dispuestos a cualquier atrocidad
con tal de acabar con ellos.
—Les has dicho
abiertamente que planeamos un ataque contra ellos.
—¡Por favor! Desde
que descubrieron a Night eso ya estaba vendido. ¿Qué sentido tenía esconderlo?
—Zane tiene razón.
Todos miraron a
Vane. Desde que habían comenzado a discutir, se había quedado cabizbajo,
contemplando la nada mientras su mente maquinaba en silencio. Las acciones
desencadenadas por Zane provocaban una reacción en su enemigo, ¿cuál era? ¿Cómo
actuaría a partir de entonces? ¿Cómo podía aprovechar esas consecuencias? ¿Qué
armas tenía a su disposición que pudiera usar en su contra y qué sabía
realmente sobre su enemigo?, ¿sobre sus fortalezas y sus flaquezas? ¿Cuál era,
en definitiva, su punto débil? ¿Dónde debían golpear para conseguir su objetivo?
Las respuestas
creaban un complejo esquema de acciones que se desarrollaba en una dirección, a
la que se iba añadiendo toda la información que había recolectado sobre Mercile
y que incluía una lista de ventajas y desventajas, así como un perfil del enemigo.
Solo había una
estrategia posible. No era su favorita, había muchos riesgos y cosas que
escapaban de su control… Pero él sabía lo que hacía. Era inteligente y fuerte,
tal y como le había dicho Vic. Y tenía mucho que perder.
Alzó la vista
hacia sus hermanos.
—Mercile sabe
quiénes somos y que Night estaba con nosotros. Un ataque contra ellos es
evidente, así que no sirve de nada ocultarlo o actuar como si no nos importara.
Actuar con frialdad y eficiencia no nos hace ningún mal, pero tampoco nos beneficia.
Y puesto que Zane ya ha enviado el mensaje, qué menos que aprovecharlo.
Este esbozó una
amplia sonrisa.
—Veo que a pesar
de las heridas esa cabeza tuya siempre está en marcha.
—¿Cuál es la
estrategia? —preguntó Shawn.
—Presión —respondió
Vane. Sus ojos tenían un brillo feroz y decidido—. Ellos creen que después de
atacarnos vamos a masacrarlos como cerdos en un matadero. Sigamos el juego.
Quiero que el miedo los ciegue, que estén tan aterrorizados que no puedan
pensar con claridad una buena estrategia. Quiero que sientan nuestro aliento en
la nuca cada vez que tomen una decisión, que tengan la sensación de que vemos
todo cuanto hacen, de que lo controlamos todo. Los quiero tan paranoicos que
con solo pensar en nosotros puedan olernos a su espalda. Y mientras ellos estén
sudando, nosotros nos apropiaremos de esa instalación, de su dinero y su
seguridad, solo dejaremos una única vía libre para que la cojan sin pensar, sin
saber siquiera que nosotros queríamos que la escogieran. Y cuando tomen esa
decisión, habrán perdido. Esa decisión nos abrirá las puertas a la instalación,
y una vez dentro, recuperaremos el factor sorpresa. Sí, Zane tenía razón, solo
es cuestión de tiempo que Mercile caiga. Y el tiempo ha empezado a correr.