Capítulo 17. Arrasa la pista
Night se mantuvo
firme mientras Dean lo sondeaba con sus pequeños ojos, tratando de
amedrentarlo.
No lo conseguiría.
Como si ese pequeño e insignificante humano pudiera inspirarle cualquier tipo
de temor ahora que él tenía el control de la situación. Therian dijo que esos
humanos harían lo que fuera con tal de tener el secreto de la creación de su
especie, y que él mismo quemó todos los archivos y pruebas que había sobre
ello. Además, gracias a Vane, podía entender por qué Dean acabaría accediendo a
sus condiciones; su gente era mucho más valiosa de lo que había creído cuando
estaba encerrado, les había costado millones crearlos para sus retorcidos
experimentos, pruebas en las que muchos de ellos morían por su brutalidad.
Pero, ahora, no podían hacerles daño tan fácilmente, no sin la fórmula para
hacer más como ellos porque, una vez murieran todos, ya no habría con quien
seguir experimentando sus fármacos ni tampoco ese anhelado ejército mejorado
que les brindaría una fortuna.
Sí, había
utilizado la mejor baza contra ellos.
El médico, al ver
que no tenía la menor intención de ceder, soltó:
—Es un farol.
Night sonrió. Era
tal y como Vane había anticipado. De hecho, le había resultado tan fácil
predecir sus movimientos que se preguntaba cómo era posible que ese inútil
dirigiera al resto.
—¿Estás dispuesto
a correr el riesgo? —le preguntó, curvando los labios hacia arriba—. Therian
dijo que lo destruyó todo. Eso quiere decir que, si incumples cualquiera de mis
condiciones, perderás la única fuente de información que te queda y, con ella,
todo lo que has hecho hasta ahora se irá a la mierda. No podrás crear a más de
nosotros, y puesto que nuestras mujeres no pueden concebir, tus experimentos
morirán con mi gente. Y todo lo que ganas con nosotros también.
Contempló con
satisfacción cómo el rostro de Dean palidecía. Era evidente que no esperaba que
tuviera tanta comprensión sobre el funcionamiento del mundo humano, y hacerle
saber que estaba al tanto de lo que había hecho Therian era un extra para
hacerle sudar. Porque confirmaba una información que ellos tenían y que se
suponía que a la que él no tenía acceso a menos que hubiera tenido contacto
directo con el doctor.
Por supuesto, todo
era un farol. Pero los faroles eran de lo más útiles y efectivos si sabías
mantenerlos, y Vane se esforzó mucho para que aprendiera rápido en ese aspecto
por si algún día era capturado.
El médico trató de
mantener la calma, pero ya era tarde. En esa clase de negociación, mantener una
postura firme y segura lo era todo, y Dean acababa de romperse. Hasta podía
oler su miedo en el aire. No tardaría mucho en ceder.
Tras unos momentos
de duda, este, finalmente, lo fulminó con los ojos.
—¿Qué es lo que
quieres?
La sonrisa de
Night se desvaneció. De haber podido, habría tratado de sacar a los suyos de
ese lugar, pero era consciente de que eso era imposible; los que seguían vivos
en esas instalaciones eran los únicos que aseguraban el sueldo de la empresa,
no había forma de que pudiera negociar lo suficientemente duro como para
lograrlo.
De modo que debía
intentar otra cosa. Él solo no podía sacar a su gente de allí ni tenía idea de
cómo contactar con Zane y los demás sin un teléfono. Eso quería decir que su
única opción, su única salida…
Era Vane. Tal y
como dijo Therian, era el único que podía salvarlos a todos.
Decidido, clavó
sus ojos en el humano y gruñó:
—Vane. Quiero
verlo.
Dean pareció
notablemente aliviado.
—Bien, eso no es
ningún problema…
—Quiero verlo en
persona —añadió con firmeza, recordando lo que Vane le había enseñado sobre las
pruebas de vida—. Nada de hablar por teléfono o mostrarme un vídeo. Ya sé cómo
funcionan las grabaciones y no confiaré en nada de lo que me mostréis a menos
que sea a Vane sano y salvo ante mí. ¿Entendido?
El médico apretó los
labios con rabia, claramente furioso porque ya no podía engañar a Night con
tanta facilidad como antes. Aun así, acabó cediendo:
—Está bien, te lo
traeré. Y luego, me dirás qué fue lo que te dijo Therian —dijo con un tono de
advertencia.
Él le gruñó mostrando
los colmillos, haciéndole retroceder.
—Sois los humanos
quienes soltáis una mentira tras otra, no mi gente. Preocúpate solo por cumplir
tu parte.
El hombre lo
asesinó con sus pequeños ojos, como si quisiera tener la última palabra, pero,
al final, dio media vuelta mascullando algo ininteligible antes de dirigirse
hacia Cooper y ladrarle:
—¡Cooper!
Este pegó un salto
de la sorpresa, lo cual hizo que borrara la diminuta expresión de satisfacción
que había tenido en el rostro y volviera a endurecerlo, enmascarando sus
facciones e irguiéndose. A Night le sorprendió no haberse dado cuenta antes de
la simpatía que el técnico parecía sentir por ellos, había notado lo mucho que
había disfrutado durante su negociación con el médico.
—¿Sí, señor? —preguntó
con absoluta profesionalidad, como si no hubiera sonreído cada vez que Night
había puesto a su jefe contra las cuerdas.
—Hazles sus
análisis de sangre y luego ven a mi despacho —ordenó antes de alejarse a paso
rápido de allí. Night esperaba que estuviera lo suficiente desesperado como
para llevarle a Vane cuanto antes, estaba ansioso por ver cómo se encontraba y
si tenía algún plan para poder escapar de allí o ponerse en contacto con sus hermanos
para que les echaran una mano.
Mientras todos se
iban de la sala, Cooper se dirigió a un pequeño carrito de metal que contenía
varios cajones y lo acercó a pocos metros de las jaulas; después, se alejó
hasta un lado de la pared, donde había un panel con botones.
—Poneos las
cadenas —dijo.
Oyó a 322 gruñir,
pero todos obedecieron; fueron hacia una esquina de la jaula, donde había
enganchada al suelo una cadena con grillete que se colocaban en la muñeca. Esta
tenía un dispositivo que hacía que se cerraran automáticamente nada más acoplar
ambos extremos, sin embargo, solo podían abrirse con uno de los botones de la
pared.
Cooper pulsó uno
de color amarillo y, al instante, Night detectó el horrible chirrido de otra de
las restricciones bajando. Se trataba de una fuerte barra de metal con un
grillete en el extremo que acababa a menos de medio metro de la jaula, lo
suficiente como para que pudiera alargar el brazo izquierdo y dejar que su
muñeca quedara atrapada por el maldito cachorro. De esa forma, entre la cadena
a su derecha y la barra a la izquierda, la parte superior de su cuerpo quedaba
totalmente inmovilizada, no podía ir ni a un lado o a otro, y tampoco es como
si pudiera ir hacia delante o hacia atrás. Los técnicos instalaron ese sistema para
poder extraer un brazo lo suficiente como para sacar las muestras de sangre sin
que su gente los agarrara para matarlos a golpes contra los barrotes de la
jaula o los estrangulara. Era cierto que sus piernas estaban libres, pero sin
movilidad en el torso, no podían ir muy lejos.
Además, habían
aprendido que era mejor dejarles hacer sus pruebas a que vinieran los guardias
para sedarlos, darles una paliza y que después les sacaran sangre de todos
modos. Así, al menos, estaban lo bastante fuertes como para hacer frente a los
experimentos, que eran mucho peores que un pinchazo.
Cooper, a
diferencia de otros técnicos, no les hacía daño cuando les metía la aguja, o,
al menos, era más delicado que el resto, que actuaba sin la menor consideración
hacia ellos; o disfrutaban haciéndoles daño, o estaban tan asustados de su
especie que solo querían salir de allí lo más rápido posible. El caso era que
no les importaba lo que les hicieran.
Pero a Cooper sí.
Miró atentamente
cómo preparaba una de las agujas con cuidado antes de acercarse a él. Cuando le
estaba pasando el algodón por el brazo para pincharlo, le dijo:
—Gracias por
sacarme de aquí.
Vio cómo su cuerpo
se tensaba un poco y la sorpresa en su rostro, pero no le miró.
—¿Cómo lo sabes? —murmuró.
Él bajó la voz.
—Vane me llevó al
lugar donde me dejasteis. Reconocí tu aroma y el de Brower. A los otros dos no
los reconocí —dicho esto, echó un vistazo alrededor de la sala—. ¿Pueden
oírnos?
—No realmente —respondió
Cooper, con la voz más relajada, aunque no muy alta de todas formas—, pero
tienen cámaras. No podéis verlas porque os las tapan el techo de las jaulas,
pero están ahí. A vosotros no pueden veros los labios desde ahí, pero a mí sí —tras
decir esto, lo pinchó con suavidad—. Por suerte, tenéis un oído bastante fino y
podéis escucharme, pero sed precavidos de todos modos. Me matarán si me pillan
hablando con nosotros.
Night absorbió la
información con rapidez y pensó en las preguntas más importantes que podía
hacerle.
—¿Sabes dónde
están Vane y los demás? ¿Están bien?
—No tengo ni idea
de su estado de salud, pero sé que no están en las instalaciones o ya nos
habríamos enterado. ¿Cómo os encontraron?
—No lo sé —admitió
Night—. Nos atacaron en plena noche. —Su rostro se crispó por el dolor—. A Vane
le rompieron el brazo y le dispararon en el pecho.
—Joder —masculló,
sacándole la aguja y apartándose, dirigiéndose de nuevo al carrito—. Y yo que
creía que no era de fiar.
—¿Qué? —murmuró
Night, sin comprenderlo.
Cooper metió la
sangre en un frasco mientras respondía, todavía sin mirarlo a la cara y
moviendo los labios tan poco como podía.
—Era un riesgo
demasiado grande confiarle a un extraño que nada sabía de vosotros vuestra
seguridad y vuestro rescate, por mucho que Adam creyera que estaba más que
cualificado. —Alzó los ojos un momento hacia él, mirándolo de reojo—. Escuchaba
las noticias todos los días por si decían algo sobre ti. Nunca escuché nada, y
parece que tú estás bastante sano.
Night esbozó una
triste sonrisa.
—Vane, Max y Ethan
cuidaron muy bien de mí.
Cooper le devolvió
el gesto, aunque tampoco le llegó a los ojos, y preparó una nueva aguja.
—Es bueno saberlo.
—Hizo una pausa mientras iba hacia 322—. ¿Trazó algún plan?
—Sí, estaba todo
pensado, solo nos faltaba llamar a gente de confianza y encontrar un lugar
seguro para todos.
El técnico pinchó
a 322 susurrando un “lo siento”, pero este solo lo observaba con suma atención,
todavía incrédulo porque aquello no fuera todavía uno de los juegos de los
humanos y que Cooper siempre hubiera estado de su lado.
—Ya veo —dicho
esto, frunció profundamente el ceño—. Hay que encontrar el modo de liberarlo.
Tiene que poner en marcha ese plan cuanto antes.
—¿Por qué? ¿Qué
ocurre? —preguntó 373.
Cooper inspiró
hondo, cerrando los ojos.
—Uno de los que
sacamos a 354…
—Night —corrigió
este con un gruñido, aunque carraspeó al recordar que no lo había dicho y se
relajó—. Tengo nombre ahora.
Este asintió a
modo de disculpa.
—Uno de ellos
trabaja investigando por qué las mujeres no se quedan embarazadas. Y lo ha
descubierto.
—Pero eso es bueno
—dijo 322—, dejarán de hacerles pruebas a nuestras hembras.
—No —lo contradijo
Cooper, negando con la cabeza y sacando la aguja de su brazo—, no, todo lo
contrario. ¿Creéis que vuestras pruebas son brutales? Están siendo suaves con
vosotros porque cuesta mucho dinero, recursos y encubrimientos crearos, por eso
no sois muchos. Pero en el momento en que puedan hacer que os reproduzcáis, eso
cambiará. Los experimentos empeorarán, vuestra gente morirá en masa todos los
días —dijo al mismo tiempo que regresaba al carrito para dejar la sangre en un
frasco y preparar otra aguja—. Además, vuestras mujeres no sobrevivirán al
parto, no en el estado en el que están. Morirán desangradas nada más dar a luz,
y eso si esos bastardos se molestan siquiera en intentar salvarlas. Será una
masacre —dicho esto, fue hacia 373 para seguir con el procedimiento—. Por eso
te sacamos de aquí, Night. Norm no podrá manipular los análisis mucho más
tiempo sin que le descubran, y si lo hacen, lo matarán.
Night apretó la
mandíbula, comprendiéndolo todo. Aunque Therian hubiera destruido toda su
investigación, si los médicos descubrían que había un modo de reproducirse,
ellos perderían la ventaja que tenían y morirían rápidamente, uno detrás de
otro. Serían prescindibles, siempre podrían crear a más de los suyos para sus
experimentos.
Tenía razón, había
que sacar a sus compañeros de allí cuanto antes.
—¿Hay algún modo
de que puedas localizar a Vane?
Cooper frunció el
ceño.
—Uno de los
nuestros es un guardia. Tal vez podamos inventar algo.
Night asintió.
—Si le veis,
preguntadle cómo contactar con Zane y hablad con él, decidle que estamos en
peligro y que tienen que poner en marcha el plan.
—¿Y si no nos
creen?
—Lo harán, Vane te
dirá lo que hay que hacer.
El técnico hizo un
pequeño movimiento afirmativo con la cabeza antes de retirar la aguja de 373 y
regresar al carrito.
—De acuerdo.
Haremos todo lo que esté en nuestra mano.
Night se quedó más
tranquilo al saber que contaba con algo de ayuda. Si Cooper o Brower u otro de
los hombres que estaban de su lado podían llegar hasta Vane, tendrían muchas
más probabilidades de salir de allí; su macho era inteligente, no tenía ninguna
duda de que se le ocurriría un buen plan para contactar con sus hermanos y
escapar de ese maldito lugar. Además, tener la seguridad de que seguía vivo,
tanto él como Max y Ethan, le aliviaba. Ellos habían hecho mucho por él, habían
arriesgado sus vidas por su gente.
Habría perdido la
cabeza si hubieran muerto por su culpa. No habría podido soportarlo. Y sin Vane
a su lado, no habría querido seguir viviendo, aunque fuera en libertad.
—Gracias, Cooper —le
dijo de corazón.
Este lo miró un
momento mientras terminaba de preparar la última aguja y le dedicó una
imperceptible sonrisa.
—Tyler. Me llamo
Tyler.
Night le sonrió
abiertamente, dándole las gracias en silencio a Therian porque hubiera
encontrado a gente como Tyler para ayudarles. Tal vez se había equivocado en
algunas cosas, pero estaba empezando a perdonarlo, a comprender mejor cómo
llegó a la situación en la que se encontró con Mercile… y todas las decisiones
que tomó después. En el fondo sabía que no había sido su intención hacer daño a
nadie y… Desde que conoció a Vane y a los demás, desde que vio el hermoso mundo
que había más allá de los barrotes de su jaula… estaba agradecido por estar
vivo. Antes no había querido estarlo, no si todo lo que iba a conocer era el
dolor y el miedo.
Ahora sabía lo que
había fuera. Sabía lo que era la libertad. Y el amor.
Quería eso, para
él y para su gente. Durante el resto de sus vidas.
Por eso, a pesar
de todo lo malo que había experimentado… se alegraba de haber sido creado.
—¿Por qué nos
ayudas?
La voz de 322 lo
distrajo de sus pensamientos y se giró. Su compañero no parecía enfadado, solo
sorprendido.
Aun así, Tyler
respondió mientras pinchaba el brazo de 345. Como siempre, este lo miraba
fijamente y con intensidad; había sido así desde que Tyler lo salvó de una
técnico, según le había contado.
—Odio a Mercile —rezongó
con rabia. A Night le sorprendió escuchar su voz teñida de puro rencor—.
Destrozó a mi familia. Entré aquí con la intención de hacerles daño… pero no
imaginaba que vosotros… —su voz se apagó un momento, como si estuviera
conteniendo alguna emoción. 345 fue el único que vio cómo trataba de retener
las lágrimas—. No podía dejaros aquí —dicho esto, miró a 345—. Adam me vio
contigo. Se acercó a mí porque sabía que yo le ayudaría.
La comprensión
brilló en sus ojos y tragó saliva por la emoción.
—No volví a ver a
esa técnico. Lo que hiciste fue peligroso para ti, ¿verdad?
Tyler esbozó una
amarga sonrisa.
—Si otro que no
hubiera sido Adam me hubiera visto, habría acabado como ella.
345 inclinó un
poco la cabeza, aunque sus ojos no abandonaron los suyos.
—Siempre supe que
eras un buen macho. Gracias por lo que hiciste.
El hombre asintió
y, muy sutilmente, le dio un apretón en el brazo antes de quitarle la aguja y
regresar al carrito.
—Yo y los demás averiguaremos
todo lo que podamos. Volveré en cuanto pueda para deciros lo que está pasando.
Night gruñó,
satisfecho y más tranquilo sabiendo que tenían un aliado que tenía cierta
libertad para moverse.
Por ahora, ellos
controlaban el juego. Ahora solo faltaba que Vane hiciera su movimiento.
¡BAM!
Vane alzó la
cabeza de golpe al escuchar el portazo en la entrada de la cocina. Seis hombres
entraron a gritos y fueron directos a por él, Max y Ethan; seguían llevando
ropa de estilo militar oscura y un cinturón con pistolas y cuchillos, pero no
vio que portaran el chaleco antibalas ni tampoco ningún fusil.
Eso era bueno. A
largo plazo, al menos.
Los agarraron por
los brazos y los levantaron entre bruscos zarandeos: Ethan trató de resistirse,
aunque en vano, ya que no poseía la fuerza suficiente para hacerles frente y
bastó con un fuerte golpe en el estómago para que se doblara en dos por el
dolor y quedara inmóvil mientras era arrastrado; Max, en cambio, luchó ferozmente,
especialmente cuando vio que herían a Ethan, reaccionando dando un cabezazo en
la cara al hombre que tenía más cerca, quien le respondió con un insulto
seguido de un puñetazo en la cara que le rompió la nariz, pero eso no bastó
para que su hermano tratara, por todos los medios, de quitárselos de encima, y
Vane, consciente de que su estado no era el mejor a pesar de los primeros
auxilios de Ethan, se dejó arrastrar hacia el salón, donde lo pusieron boca
abajo sobre el suelo y le ataron los tobillos y las manos a la espalda.
A Max lo tuvieron
que inmovilizar entre tres hombres en el suelo, ya que no dejaba de luchar con
furia, mientras que a Ethan tan solo lo sujetaron entre dos hombres.
Aprovechó esos
segundos en los que su hermano trataba de ganar algo de tiempo para atrasar lo
inevitable y echó un vistazo rápido a su casa. Tal y como esperaba, todo estaba
destrozado: los cristales rotos de las ventanas yacían amontonados bajo estas,
justo al otro lado de la estancia, por lo que no era una opción cortar sus
ataduras con ellos ni usarlos como posible arma; los sofás estaban raídos, los
habían cortado por todas partes en busca de algo importante como una llave o
cualquier objeto con las claves de su ordenador, su móvil y la trampilla del
suelo; las sillas que no estaban usando esos hijos de puta estaban tiradas de
cualquier forma, siendo la mesa lo único que permanecía en pie, en la cual
estaban trabajando con sus aparatos electrónicos; habían partido las
estanterías y roto sus objetos personales, en su gran mayoría recuerdos de sus
viajes y, lo que más le fastidió, las fotos de sus amigos y familia.
Sin embargo, su
ira se encendió de nuevo al ver, tirada en las escaleras, a Sam. Su cuerpo
inerte había sido dejado de cualquier forma en el suelo, como si la hubieran
lanzado cual despojo de basura.
Tembló de rabia
mientras su respiración se aceleraba por la rabia. Mataría a esos cabrones. Los
apuñalaría en las pelotas y les perforaría los pulmones. Dejaría que se
ahogaran en su propia sangre.
—¡Quieto, coño!
—¡Que te jodan! —rugió
Max.
El grito de su
hermano lo distrajo lo suficiente como para alejar la vista de la fiel
compañera de Vic y clavarla en el bastardo que acababa de coger a Max por el
cabello para mantener su cabeza contra el suelo.
—Tienes un hermano
muy problemático.
Incluso antes de levantar
la vista, sabía que el que estaba hablando era el líder del grupo. Este se
agachó delante de Vane. Tenía un cuchillo grande en la mano y lo observaba con
cara de pocos amigos.
—Te lo diré una
última vez —le advirtió, moviendo el filo por delante de su rostro, tratando de
intimidarlo—. Danos las contraseñas.
Vane no dijo ni
una palabra, desvió su vista del arma para clavarla en los ojos del hombre,
desafiante. No iba a darle ni una mierda a ese cabrón.
Los rasgos de este
se endurecieron, sabiendo que no iba a hablar, y asintió para sí mismo.
—Será por las
malas, entonces —dijo mientras se ponía en pie—. Traed al médico.
—¡No! —rugió Max,
luchando de nuevo contra los guardias que lo retenían, a pesar de que fue totalmente
inútil.
Ethan también
trató de resistirse un poco, pero fue arrastrado igualmente hacia una silla que
el líder del equipo dejó a pocos metros de Vane, para que pudiera ver en
primera fila cómo su amigo era torturado. Joder, de acuerdo que había pensado
que era probable que escogieran a Ethan, pero creyó que al ser médico había
muchas posibilidades de que lo dejaran en paz porque podía serles útil.
—Ethan… No… —gruñó
Max, ya que sus guardianes se habían abalanzado sobre él y tenía la cara
totalmente pegada al suelo.
Este tragó saliva
mientras ataban sus manos por detrás del respaldo, pero le lanzó a Max una
mirada firme.
—Tranquilo. Todo
irá bien.
—Ya lo creo que sí
—dijo uno de los hombres que estaban alrededor del líder, el cual se adelantó
para darle un fuerte puñetazo que le partió el labio, haciendo que la sangre
resbalara por su mentón.
—¡Hijo de puta! —rezongó
Max, intentando sacudir los hombros.
Vane no dijo nada,
pero todo su cuerpo era pura tensión. Observaba atentamente al doctor,
calibrando cuánto tiempo sería capaz de aguantar hasta que Zane y los demás
llegaran. Echó un vistazo rápido y discreto por las ventanas; ya había
oscurecido, no deberían tardar demasiado…
—Hable, doctor —le
recomendó el que lideraba al resto con los brazos cruzados—. No tiene por qué pagar
por los errores de sus amigos.
Para sorpresa de
todos, este soltó una carcajada amarga y levantó la cabeza. Sus ojos no
mostraban otra cosa que no fuera determinación.
—No sé de qué me
habla.
El hombre torció
la boca y le hizo un gesto al hombre que lo había golpeado. El susodicho
regresó junto a Ethan y le lanzó otro puñetazo, más fuerte que el anterior. Max
rugió y trató de retorcerse, preso de la rabia y la furia, mientras que Vane
apretó los dientes; sus ojos no abandonaron el rostro de Ethan en ningún
momento.
Y por eso vio algo
que lo impresionó. El doctor tosió un poco de sangre y levantó de nuevo la
cabeza. Su mirada era dura como el metal.
Eran unos ojos que
había visto en unos pocos hombres del ejército. Hombres que por mucho que fueran
golpeados no cedían ninguna información. No importaba lo que les hicieran.
Shawn había ganado
esa mirada durante su entrenamiento como espía. Pero no esperaba verla en
alguien como Ethan.
Sin embargo, el
gilipollas que le estaba pegando estaba demasiado cegado por su arrogancia como
para darse cuenta.
—¿Ya tienes ganas
de hablar?
El joven médico ni
lo pensó, le escupió sangre a las botas.
El gesto del
soldado cambió a un rostro enrojecido y volvió a darle un puñetazo, seguido de
otro. Y de otro. Y otro más. Con una fuerza equivalente a su propia rabia
mientras le gritaba que si tan hombre se creía, que aguantara todos los golpes
que tenía para él. No se detuvo hasta que Ethan acabó con toda la cara
amoratada, y aun así habría seguido de no ser porque el líder lo agarró por los
brazos y lo obligó a retroceder.
Vane contempló
cómo Ethan resoplaba mientras la sangre goteaba por todo su rostro.
—Ethan… —lo llamó,
preocupado. Una persona normal habría suplicado porque se detuviera, pero él ni
siquiera había abierto la boca. Se había limitado a aguantar.
Este hizo un vago
asentimiento hacia él.
—Estoy bien…
—¡¿Que estás
bien?! —gritó el soldado, zafándose del agarre y abalanzándose sobre Ethan para
lanzarle un nuevo golpe, esta vez en el estómago.
Su amigo gimió por
el dolor.
—¡Ethan! —gritó
Max—. ¡Déjalo en paz!
El cabrón no le
hizo ni el menor caso, sino que le lanzó un gancho al doctor que lo dejó
aturdido y después empezó a estrangularlo. Sin embargo, el líder alzó una ceja
al escuchar la desesperación en el tono de su hermano.
Vane se tensó por
completo. ¿Qué haces, Max?
—Quieto, Rogers —ordenó
el jefe—. Hay un pájaro que quiere cantar.
—En un minuto… —gruñó
este, haciendo más fuerza sobre el cuello de Ethan. El pobre a duras penas
podía jadear en busca de una bocanada de aire cuando dos hombres agarraron al
bastardo y prácticamente lo arrancaron del médico, que dejó escapar una tos
bastante fea antes de aspirar aire con brusquedad—. ¡Te mataré! ¡¿Me oyes?! ¡No
eres nada!
Ethan, para sorpresa
de Vane, aún tuvo el descaro de soltar un resoplido, como si no dijera más que
tonterías. El tal Rogers trató de resistirse al agarre de sus compañeros, pero
entre los otros dos lograron mantenerlo alejado.
Mientras tanto, el
líder se había agachado junto a Max, mirándolo con un brillo inquisitivo en los
ojos.
—Con que no
quieres que hagamos más daño a tu amigo, ¿no?
El rubio apretó
los labios, furioso y frustrado a la vez.
—Max —lo llamó
Vane con un tono de advertencia. Si su hermano hablaba, estaban muertos.
—No te metas —le
advirtió el jefe, sacando su cuchillo para apuntar en su dirección—, tu hora de
negociar ha pasado. Ahora estoy con tu hermano.
Él apretó los
labios, sabiendo que solo empeoraría las cosas si trataba de hacer entrar en
razón a Max, y, en cambio, miró por las ventanas. Había oscurecido lo
suficiente como para preparar un buen ataque. Vamos, Zane, ¿dónde coño estás?
Es un buen momento para que hagas una de tus espectaculares entradas heroicas.
—Cierra… la boca…
La pesada voz de
Ethan lo distrajo lo suficiente como para echarle un vistazo.
No tenía buen
aspecto, para nada. Su rostro enrojecido por la estrangulación hacía resaltar
de un modo horroroso la oscura sangre que resbalaba desde sus labios, nariz y
algunos puntos de su cabeza por los bultos hinchados que le habían provocado
los golpes. Y, aun así, seguía teniendo esa misma mirada endurecida que jamás
habría reconocido en él.
Max lo observó con
desesperación.
—Ethan, estás
hecho pedazos.
—No… hablarás…
—Si siguen así, te
matarán.
—Es mi decisión…
—No me importa, no
dejaré que mueras por esto.
—¡NO DIRÁS UNA
MIERDA! —rugió Ethan, fulminándolo con los ojos—. ¡No vas a condenarnos porque
pienses que no puedo soportar el dolor! —Hizo una corta pausa en la que su
mirada se ablandó—. Hay cosas más importantes en juego y lo sabes. Yo escogí
llegar hasta el final. Déjame luchar a mi manera.
Max tragó saliva,
impresionado por el arranque de determinación de su amigo. Él, que detestaba
incluso verlo entrenar con Vane, que había temblado ante la idea de tener que
coger un arma, que se había puesto histérico cuando aquel otro grupo de
soldados fueron a por ellos… Ahora ya no vacilaba. Estaba tan firme como si
hubiera recibido el mismo entrenamiento que él.
Vane dejó escapar
el aire despacio, un poco más tranquilo.
Pero le duró poco.
Rogers se zafó finalmente de sus compañeros y se llevó la mano a la pistola del
cinto. Antes de que nadie pudiera hacer nada, ya estaba apuntando a Ethan con
ella.
—¡NO! —aulló Max,
retorciéndose de nuevo en un vano intento por librarse de los hombres que lo
retenían.
—Rogers, ¿qué
haces? —preguntó el jefe. No puso los ojos en blanco, pero su voz sonó como si
lo hubiera hecho.
—Acabar con esta
gilipollez —respondió este mientras se acercaba al doctor—. Él no quiere
hablar. Los otros tampoco quieren. Puede que esto los anime a colaborar.
—Por mí adelante —gruñó
Ethan.
—¡¿Qué?! ¡¿Crees
que no lo haré?!
—Rogers, deja de
hacer tonterías, déjame a mí —le dijo el líder, empezando a sonar algo
mosqueado.
Vane, dándose
cuenta de que ese guardia estaba bastante fuera de control, y no había nada
peor que un hombre descontrolado y armado, empezó a moverse, aprovechando que
todos tenían su atención puesta en él. Disimuladamente, se puso de lado y
flexionó las rodillas…
—Solo necesitamos
a uno con vida —seguía replicando Rogers, sin alejar sus rabiosos ojos de Ethan—.
¿Por qué tenemos que esperar más tiempo?
El jefe del equipo
parecía estar hartándose de la actitud de su compañero.
—Rogers, esto no
es una ejecución, sino un interrogatorio. No estamos tratando de dar ejemplo a
las bestias.
—Pero me mira como
ellas —gruñó el otro, mirando con desprecio al doctor—. Tiene la misma mirada
de esos hijos de perra que se niegan a obedecerme cuando les doy una orden y de
esas putas que prefieren ser jodidas por sus hombres animales. ¡Me miran por
encima del hombre!, ¡como si fueran mejores que yo!
—Eso no es muy
difícil —masculló Ethan, ganándose así un golpe con la pistola.
—¡Cierra la puta
boca! —aulló Rogers.
¡Ahora!
Vane, que había
logrado ponerse en cuclillas a pesar de las cuerdas que llevaba en los
tobillos, se incorporó con rapidez y dio un par de saltos rápidos con toda la
fuerza que tenía para saltar sobre Rogers, dejando que todo su peso cayera
sobre él para lanzarlo al suelo. Tal y como esperaba, la pistola se le resbaló
de entre las manos y, sin pérdida de tiempo, la empujó lejos con los pies para
que Rogers no pudiera volver a cogerla. No era su intención escapar, era
totalmente imposible en esas condiciones, pero sí había querido que ese hombre
apartara el arma de Ethan.
No era un
interrogatorio normal, era mucho peor. Los hombres que estaban allí eran
celadores violentos que se aprovechaban de que Night y sus amigos estaban
indefensos para abusar de su poder de todas las formas posibles. Eso había
creado monstruos como Rogers, que se creía superior a todos.
No era bueno para
un interrogatorio. Sus probabilidades de sobrevivir habían bajado con un sujeto
como él entre ellos.
Admiraba el valor
de Ethan, había hecho bien en mostrarse firme y no dejarse amedrentar, pero se
había propasado al provocar a Rogers. Aunque, claro, él tampoco había previsto
que enviarían a tipos como ese gilipollas. Se suponía que lo más importante
para ellos era descubrir hasta qué punto sabían sobre Mercile y sus experimentos
y qué contacto habían tenido con el doctor Therian, era evidente que su
investigación era lo más importante para esa empresa.
No creyó que
fueran tan imbéciles como para enviar a los hombres que menos autocontrol
tenían.
—¡Hijo de puta! —gritó
Rogers mientras se levantaba de un salto.
Vane apretó los
dientes, preparado para su ración de golpes, y se dio la vuelta, poco dispuesto
a permitir que una mala patada le reventara la columna vertebral, no podía
quedarse paralítico justo cuando Night más le necesitaba.
Sin embargo, el
ataque no solo le quitó el aire, sino que le hizo escupir sangre por la boca.
Le había dado
justo en la herida del pecho.
—¡VANE! —rugió
Max, revolviéndose con tal violencia que por poco se saca de encima a uno de los
guardias que lo retenían.
Él no respondió,
sino que se llevó la mano a la mancha de sangre por puro instinto. Esa bala no
le dio anoche en un lugar mortal, los médicos del grupo, sin duda enfermeros
militares, contuvieron la hemorragia y taponaron la herida para evitar que se
desangrara antes de vendarle, pero eso no era suficiente. Era lo justo para que
un hombre tratara de regresar vivo para que le extrajeran la bala y lo
operaran. Podía durar un par de días, tal vez un poco más si habías pasado por
la misma mierda que Vane había vivido en el campo de batalla, pero no más sin
que ese proyectil te causara problemas.
Y menos si volvías
a recibir un golpe fuerte en el mismo lugar y te abría la herida.
Esta vez, no
sobreviviría, no sin operación.
—¡¿Qué has hecho?!
—gritó el líder del grupo, cogiendo a Rogers por el cuello de la camisa y
lanzándolo al suelo, alejándolo de Vane y del arma—. ¡¿Qué coño has hecho?!
—¡Me ha atacado! ¡Se
lo merece!
—¡Eres imbécil!
¡¿No te das cuenta de que a este lo necesitamos con vi…!?
¡BUM!
La parte posterior
de la cabeza del hombre estalló en sangre.
Y, antes de que
nadie más pudiera reaccionar, Rogers también cayó torpemente al suelo. En su
cabeza había más sangre.
—¡Nos atacan! —gritó
alguien.
Todos los soldados
corrieron de un lado a otro, prácticamente aturdidos, sacando las pistolas y
buscando con desesperación los chalecos antibalas. Max, nada más verse libre de
sus captores, se incorporó de un salto y corrió hacia el cuerpo de Rogers, que
estaba más cerca, cogiendo su cuchillo antes de dirigirse con rapidez a Ethan;
lo desató de un corte fuerte en las muñecas y le ordenó:
—Detrás de las
escaleras, ve rápido y tan agachado como puedas, ¡ya!
Este obedeció sin
rechistar y salió disparado una vez libre. Entonces, Max fue sin pensárselo a
por su hermano, a pesar de que estaba en primera línea de fuego. No importaba,
sabía que sus hermanos le estarían cubriendo mientras que los guardias trataban
de salir de su estupor.
—Vamos, Vane,
aguanta —le dijo mientras lo cogía por debajo de los hombros con un solo brazo,
ya que el otro estaba en feas condiciones por culpa del hombro dislocado, pero
aun así lo usó para sujetar el cuchillo por su alguien se cruzaba en su camino.
Una vez agarró a
su hermano, lo arrastró por el salón hasta detrás de las escaleras,
aprovechando que los guardias todavía se estaban poniendo los chalecos
antibalas y asegurándose de que sus pistolas estaban cargadas. Tenía que darse
prisa.
—Max… Las luces… —gimió
Vane mientras lo arrastraba junto a Ethan.
—Lo sé —dijo a la
vez que lo tumbaba junto al médico. Lo miró solo un instante, no había tiempo
que perder—. Haz lo que puedas. Solo tienes un minuto —y dicho esto, corrió
hacia la entrada, quitándole el pestillo con rapidez y saliendo al exterior.
Fuera reinaba una
noche absoluta, pero Max conocía tan bien el camino por todas las veces que su
hermano y él habían practicado ese recorrido que no se detuvo hasta llegar a la
caja con fusibles que había en el exterior de la casa. Introdujo el código de
seguridad que memorizó cuando se mudaron allí y la puertecilla se abrió
dócilmente, dándole un precioso acceso a los interruptores de las luces. Agarró
uno sin vacilar y lo tiró hacia abajo.
Al instante, la
casa se quedó a oscuras.
Ahora Zane y los
demás podrían deslizarse sin problemas en las sombras y él podría ayudar a
Ethan y Vane a salir de la casa. Los hombres de Mercile no conocían la casa,
pero ellos sí. Andarían ciegos y haciendo ruido mientras que ellos serían
silenciosos.
Por eso era tan
importante que llegara a las luces. Sus hermanos habían disparado creando el
miedo y la distracción, unos minutos preciosos para que uno de ellos pudiera
llegar hasta allí y cegar a esos cabrones; disparar al jefe y a Rogers había
sido un extra porque eran los que más cerca estaban de Ethan y Vane, de los
rehenes. Así habían evitado que los usaran en su contra. A los guardias que lo
habían mantenido inmovilizado era más difícil porque no había estado tan cerca
de la ventana como su hermano y Ethan, pero había sobrado para asustarlos lo
suficiente como para moverse y dejarle el camino libre para poner al resto a
cubierto.
Menuda suerte.
—Max —susurró una
voz.
Nada más darse la
vuelta, vio dos figuras oscuras moviéndose hacia él. Conocía tan bien su forma
de desplazarse que los reconoció sin problemas.
—Dylan, Kasey —murmuró,
permitiendo que le dieran un breve abrazo—. Vane y Ethan aún están dentro,
detrás de las escaleras.
—Nosotros los
sacaremos —susurró Kasey—, tú ve al camino que da a la carretera, verás una
furgoneta. Joyce y Joseph están ahí, te curarán.
—¿Qué le ha pasado
a Vane? —preguntó Dylan, preocupado—. Hemos visto la sangre, pero no hemos
entendido por qué.
—Tiene una herida
de bala en el pecho.
—Oh, mierda —masculló
Kasey.
—Hay que sacarlo de
aquí ya o perderá demasiada sangre.
Entonces,
escucharon el crujido característico de una radio que se encendía porque
alguien estaba hablando.
—Chicos, ¿cómo
vamos por ahí? —preguntó Zane.
Dylan respondió
con rapidez.
—Vane está mal,
herida de bala en el pecho.
—Joder —maldijo su
hermano—, cogedlo y lleváoslo en la furgoneta al hospital. Nosotros os daremos
fuego de cobertura.
—Entendido —dijo
Dylan antes de quitarse la radio del hombro y dársela a Max—. Para que estés
informado. No tardaremos mucho.
—Daos prisa —les
pidió.
Los más jóvenes de
los Hagel asintieron y aferraron sus fusiles con fuerza mientras se deslizaban
hacia la entrada de la casa. Max, por otro lado, empezó a caminar en dirección
contraria, aunque detectó sombras en movimiento que rodeaban la casa, sin duda
alguna preparándose para entrar.
En cuanto se alejó
unos metros, la radio volvió a sonar y se detuvo un momento, atento. Era Zane
otra vez.
—Atención a todos
los equipos, preparados para entrar a mi señal. Las órdenes del capitán fueron
claras: arrasemos la pista.
DIOOOOOOOOOOOSSS!!! Cuanta tensión >×<. No debí leerlo justo antes de dormir jajaja
ResponderEliminarYa quiero que acabe toda esa acción pero tampoco quiero que termine; a menos que sea para "ese otro tipo de acción" You know what I mean 😏
Está tan bueno este episodio que me supo a muy poquito jijijiji
Muchas gracias por actualizar. <3
Maldichion, cada vez me engancho mas xD
ResponderEliminarEsto se está poniendo cada vez más interesante :3
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