jueves, 8 de agosto de 2019

Night


Capítulo 17. Arrasa la pista

Night se mantuvo firme mientras Dean lo sondeaba con sus pequeños ojos, tratando de amedrentarlo.
No lo conseguiría. Como si ese pequeño e insignificante humano pudiera inspirarle cualquier tipo de temor ahora que él tenía el control de la situación. Therian dijo que esos humanos harían lo que fuera con tal de tener el secreto de la creación de su especie, y que él mismo quemó todos los archivos y pruebas que había sobre ello. Además, gracias a Vane, podía entender por qué Dean acabaría accediendo a sus condiciones; su gente era mucho más valiosa de lo que había creído cuando estaba encerrado, les había costado millones crearlos para sus retorcidos experimentos, pruebas en las que muchos de ellos morían por su brutalidad. Pero, ahora, no podían hacerles daño tan fácilmente, no sin la fórmula para hacer más como ellos porque, una vez murieran todos, ya no habría con quien seguir experimentando sus fármacos ni tampoco ese anhelado ejército mejorado que les brindaría una fortuna.
Sí, había utilizado la mejor baza contra ellos.
El médico, al ver que no tenía la menor intención de ceder, soltó:
—Es un farol.
Night sonrió. Era tal y como Vane había anticipado. De hecho, le había resultado tan fácil predecir sus movimientos que se preguntaba cómo era posible que ese inútil dirigiera al resto.
—¿Estás dispuesto a correr el riesgo? —le preguntó, curvando los labios hacia arriba—. Therian dijo que lo destruyó todo. Eso quiere decir que, si incumples cualquiera de mis condiciones, perderás la única fuente de información que te queda y, con ella, todo lo que has hecho hasta ahora se irá a la mierda. No podrás crear a más de nosotros, y puesto que nuestras mujeres no pueden concebir, tus experimentos morirán con mi gente. Y todo lo que ganas con nosotros también.
Contempló con satisfacción cómo el rostro de Dean palidecía. Era evidente que no esperaba que tuviera tanta comprensión sobre el funcionamiento del mundo humano, y hacerle saber que estaba al tanto de lo que había hecho Therian era un extra para hacerle sudar. Porque confirmaba una información que ellos tenían y que se suponía que a la que él no tenía acceso a menos que hubiera tenido contacto directo con el doctor.
Por supuesto, todo era un farol. Pero los faroles eran de lo más útiles y efectivos si sabías mantenerlos, y Vane se esforzó mucho para que aprendiera rápido en ese aspecto por si algún día era capturado.
El médico trató de mantener la calma, pero ya era tarde. En esa clase de negociación, mantener una postura firme y segura lo era todo, y Dean acababa de romperse. Hasta podía oler su miedo en el aire. No tardaría mucho en ceder.
Tras unos momentos de duda, este, finalmente, lo fulminó con los ojos.
—¿Qué es lo que quieres?
La sonrisa de Night se desvaneció. De haber podido, habría tratado de sacar a los suyos de ese lugar, pero era consciente de que eso era imposible; los que seguían vivos en esas instalaciones eran los únicos que aseguraban el sueldo de la empresa, no había forma de que pudiera negociar lo suficientemente duro como para lograrlo.
De modo que debía intentar otra cosa. Él solo no podía sacar a su gente de allí ni tenía idea de cómo contactar con Zane y los demás sin un teléfono. Eso quería decir que su única opción, su única salida…
Era Vane. Tal y como dijo Therian, era el único que podía salvarlos a todos.
Decidido, clavó sus ojos en el humano y gruñó:
—Vane. Quiero verlo.
Dean pareció notablemente aliviado.
—Bien, eso no es ningún problema…
—Quiero verlo en persona —añadió con firmeza, recordando lo que Vane le había enseñado sobre las pruebas de vida—. Nada de hablar por teléfono o mostrarme un vídeo. Ya sé cómo funcionan las grabaciones y no confiaré en nada de lo que me mostréis a menos que sea a Vane sano y salvo ante mí. ¿Entendido?
El médico apretó los labios con rabia, claramente furioso porque ya no podía engañar a Night con tanta facilidad como antes. Aun así, acabó cediendo:
—Está bien, te lo traeré. Y luego, me dirás qué fue lo que te dijo Therian —dijo con un tono de advertencia.
Él le gruñó mostrando los colmillos, haciéndole retroceder.
—Sois los humanos quienes soltáis una mentira tras otra, no mi gente. Preocúpate solo por cumplir tu parte.
El hombre lo asesinó con sus pequeños ojos, como si quisiera tener la última palabra, pero, al final, dio media vuelta mascullando algo ininteligible antes de dirigirse hacia Cooper y ladrarle:
—¡Cooper!
Este pegó un salto de la sorpresa, lo cual hizo que borrara la diminuta expresión de satisfacción que había tenido en el rostro y volviera a endurecerlo, enmascarando sus facciones e irguiéndose. A Night le sorprendió no haberse dado cuenta antes de la simpatía que el técnico parecía sentir por ellos, había notado lo mucho que había disfrutado durante su negociación con el médico.
—¿Sí, señor? —preguntó con absoluta profesionalidad, como si no hubiera sonreído cada vez que Night había puesto a su jefe contra las cuerdas.
—Hazles sus análisis de sangre y luego ven a mi despacho —ordenó antes de alejarse a paso rápido de allí. Night esperaba que estuviera lo suficiente desesperado como para llevarle a Vane cuanto antes, estaba ansioso por ver cómo se encontraba y si tenía algún plan para poder escapar de allí o ponerse en contacto con sus hermanos para que les echaran una mano.
Mientras todos se iban de la sala, Cooper se dirigió a un pequeño carrito de metal que contenía varios cajones y lo acercó a pocos metros de las jaulas; después, se alejó hasta un lado de la pared, donde había un panel con botones.
—Poneos las cadenas —dijo.
Oyó a 322 gruñir, pero todos obedecieron; fueron hacia una esquina de la jaula, donde había enganchada al suelo una cadena con grillete que se colocaban en la muñeca. Esta tenía un dispositivo que hacía que se cerraran automáticamente nada más acoplar ambos extremos, sin embargo, solo podían abrirse con uno de los botones de la pared.
Cooper pulsó uno de color amarillo y, al instante, Night detectó el horrible chirrido de otra de las restricciones bajando. Se trataba de una fuerte barra de metal con un grillete en el extremo que acababa a menos de medio metro de la jaula, lo suficiente como para que pudiera alargar el brazo izquierdo y dejar que su muñeca quedara atrapada por el maldito cachorro. De esa forma, entre la cadena a su derecha y la barra a la izquierda, la parte superior de su cuerpo quedaba totalmente inmovilizada, no podía ir ni a un lado o a otro, y tampoco es como si pudiera ir hacia delante o hacia atrás. Los técnicos instalaron ese sistema para poder extraer un brazo lo suficiente como para sacar las muestras de sangre sin que su gente los agarrara para matarlos a golpes contra los barrotes de la jaula o los estrangulara. Era cierto que sus piernas estaban libres, pero sin movilidad en el torso, no podían ir muy lejos.
Además, habían aprendido que era mejor dejarles hacer sus pruebas a que vinieran los guardias para sedarlos, darles una paliza y que después les sacaran sangre de todos modos. Así, al menos, estaban lo bastante fuertes como para hacer frente a los experimentos, que eran mucho peores que un pinchazo.
Cooper, a diferencia de otros técnicos, no les hacía daño cuando les metía la aguja, o, al menos, era más delicado que el resto, que actuaba sin la menor consideración hacia ellos; o disfrutaban haciéndoles daño, o estaban tan asustados de su especie que solo querían salir de allí lo más rápido posible. El caso era que no les importaba lo que les hicieran.
Pero a Cooper sí.
Miró atentamente cómo preparaba una de las agujas con cuidado antes de acercarse a él. Cuando le estaba pasando el algodón por el brazo para pincharlo, le dijo:
—Gracias por sacarme de aquí.
Vio cómo su cuerpo se tensaba un poco y la sorpresa en su rostro, pero no le miró.
—¿Cómo lo sabes? —murmuró.
Él bajó la voz.
—Vane me llevó al lugar donde me dejasteis. Reconocí tu aroma y el de Brower. A los otros dos no los reconocí —dicho esto, echó un vistazo alrededor de la sala—. ¿Pueden oírnos?
—No realmente —respondió Cooper, con la voz más relajada, aunque no muy alta de todas formas—, pero tienen cámaras. No podéis verlas porque os las tapan el techo de las jaulas, pero están ahí. A vosotros no pueden veros los labios desde ahí, pero a mí sí —tras decir esto, lo pinchó con suavidad—. Por suerte, tenéis un oído bastante fino y podéis escucharme, pero sed precavidos de todos modos. Me matarán si me pillan hablando con nosotros.
Night absorbió la información con rapidez y pensó en las preguntas más importantes que podía hacerle.
—¿Sabes dónde están Vane y los demás? ¿Están bien?
—No tengo ni idea de su estado de salud, pero sé que no están en las instalaciones o ya nos habríamos enterado. ¿Cómo os encontraron?
—No lo sé —admitió Night—. Nos atacaron en plena noche. —Su rostro se crispó por el dolor—. A Vane le rompieron el brazo y le dispararon en el pecho.
—Joder —masculló, sacándole la aguja y apartándose, dirigiéndose de nuevo al carrito—. Y yo que creía que no era de fiar.
—¿Qué? —murmuró Night, sin comprenderlo.
Cooper metió la sangre en un frasco mientras respondía, todavía sin mirarlo a la cara y moviendo los labios tan poco como podía.
—Era un riesgo demasiado grande confiarle a un extraño que nada sabía de vosotros vuestra seguridad y vuestro rescate, por mucho que Adam creyera que estaba más que cualificado. —Alzó los ojos un momento hacia él, mirándolo de reojo—. Escuchaba las noticias todos los días por si decían algo sobre ti. Nunca escuché nada, y parece que tú estás bastante sano.
Night esbozó una triste sonrisa.
—Vane, Max y Ethan cuidaron muy bien de mí.
Cooper le devolvió el gesto, aunque tampoco le llegó a los ojos, y preparó una nueva aguja.
—Es bueno saberlo. —Hizo una pausa mientras iba hacia 322—. ¿Trazó algún plan?
—Sí, estaba todo pensado, solo nos faltaba llamar a gente de confianza y encontrar un lugar seguro para todos.
El técnico pinchó a 322 susurrando un “lo siento”, pero este solo lo observaba con suma atención, todavía incrédulo porque aquello no fuera todavía uno de los juegos de los humanos y que Cooper siempre hubiera estado de su lado.
—Ya veo —dicho esto, frunció profundamente el ceño—. Hay que encontrar el modo de liberarlo. Tiene que poner en marcha ese plan cuanto antes.
—¿Por qué? ¿Qué ocurre? —preguntó 373.
Cooper inspiró hondo, cerrando los ojos.
—Uno de los que sacamos a 354…
—Night —corrigió este con un gruñido, aunque carraspeó al recordar que no lo había dicho y se relajó—. Tengo nombre ahora.
Este asintió a modo de disculpa.
—Uno de ellos trabaja investigando por qué las mujeres no se quedan embarazadas. Y lo ha descubierto.
—Pero eso es bueno —dijo 322—, dejarán de hacerles pruebas a nuestras hembras.
—No —lo contradijo Cooper, negando con la cabeza y sacando la aguja de su brazo—, no, todo lo contrario. ¿Creéis que vuestras pruebas son brutales? Están siendo suaves con vosotros porque cuesta mucho dinero, recursos y encubrimientos crearos, por eso no sois muchos. Pero en el momento en que puedan hacer que os reproduzcáis, eso cambiará. Los experimentos empeorarán, vuestra gente morirá en masa todos los días —dijo al mismo tiempo que regresaba al carrito para dejar la sangre en un frasco y preparar otra aguja—. Además, vuestras mujeres no sobrevivirán al parto, no en el estado en el que están. Morirán desangradas nada más dar a luz, y eso si esos bastardos se molestan siquiera en intentar salvarlas. Será una masacre —dicho esto, fue hacia 373 para seguir con el procedimiento—. Por eso te sacamos de aquí, Night. Norm no podrá manipular los análisis mucho más tiempo sin que le descubran, y si lo hacen, lo matarán.
Night apretó la mandíbula, comprendiéndolo todo. Aunque Therian hubiera destruido toda su investigación, si los médicos descubrían que había un modo de reproducirse, ellos perderían la ventaja que tenían y morirían rápidamente, uno detrás de otro. Serían prescindibles, siempre podrían crear a más de los suyos para sus experimentos.
Tenía razón, había que sacar a sus compañeros de allí cuanto antes.
—¿Hay algún modo de que puedas localizar a Vane?
Cooper frunció el ceño.
—Uno de los nuestros es un guardia. Tal vez podamos inventar algo.
Night asintió.
—Si le veis, preguntadle cómo contactar con Zane y hablad con él, decidle que estamos en peligro y que tienen que poner en marcha el plan.
—¿Y si no nos creen?
—Lo harán, Vane te dirá lo que hay que hacer.
El técnico hizo un pequeño movimiento afirmativo con la cabeza antes de retirar la aguja de 373 y regresar al carrito.
—De acuerdo. Haremos todo lo que esté en nuestra mano.
Night se quedó más tranquilo al saber que contaba con algo de ayuda. Si Cooper o Brower u otro de los hombres que estaban de su lado podían llegar hasta Vane, tendrían muchas más probabilidades de salir de allí; su macho era inteligente, no tenía ninguna duda de que se le ocurriría un buen plan para contactar con sus hermanos y escapar de ese maldito lugar. Además, tener la seguridad de que seguía vivo, tanto él como Max y Ethan, le aliviaba. Ellos habían hecho mucho por él, habían arriesgado sus vidas por su gente.
Habría perdido la cabeza si hubieran muerto por su culpa. No habría podido soportarlo. Y sin Vane a su lado, no habría querido seguir viviendo, aunque fuera en libertad.
—Gracias, Cooper —le dijo de corazón.
Este lo miró un momento mientras terminaba de preparar la última aguja y le dedicó una imperceptible sonrisa.
—Tyler. Me llamo Tyler.
Night le sonrió abiertamente, dándole las gracias en silencio a Therian porque hubiera encontrado a gente como Tyler para ayudarles. Tal vez se había equivocado en algunas cosas, pero estaba empezando a perdonarlo, a comprender mejor cómo llegó a la situación en la que se encontró con Mercile… y todas las decisiones que tomó después. En el fondo sabía que no había sido su intención hacer daño a nadie y… Desde que conoció a Vane y a los demás, desde que vio el hermoso mundo que había más allá de los barrotes de su jaula… estaba agradecido por estar vivo. Antes no había querido estarlo, no si todo lo que iba a conocer era el dolor y el miedo.
Ahora sabía lo que había fuera. Sabía lo que era la libertad. Y el amor.
Quería eso, para él y para su gente. Durante el resto de sus vidas.
Por eso, a pesar de todo lo malo que había experimentado… se alegraba de haber sido creado.
—¿Por qué nos ayudas?
La voz de 322 lo distrajo de sus pensamientos y se giró. Su compañero no parecía enfadado, solo sorprendido.
Aun así, Tyler respondió mientras pinchaba el brazo de 345. Como siempre, este lo miraba fijamente y con intensidad; había sido así desde que Tyler lo salvó de una técnico, según le había contado.
—Odio a Mercile —rezongó con rabia. A Night le sorprendió escuchar su voz teñida de puro rencor—. Destrozó a mi familia. Entré aquí con la intención de hacerles daño… pero no imaginaba que vosotros… —su voz se apagó un momento, como si estuviera conteniendo alguna emoción. 345 fue el único que vio cómo trataba de retener las lágrimas—. No podía dejaros aquí —dicho esto, miró a 345—. Adam me vio contigo. Se acercó a mí porque sabía que yo le ayudaría.
La comprensión brilló en sus ojos y tragó saliva por la emoción.
—No volví a ver a esa técnico. Lo que hiciste fue peligroso para ti, ¿verdad?
Tyler esbozó una amarga sonrisa.
—Si otro que no hubiera sido Adam me hubiera visto, habría acabado como ella.
345 inclinó un poco la cabeza, aunque sus ojos no abandonaron los suyos.
—Siempre supe que eras un buen macho. Gracias por lo que hiciste.
El hombre asintió y, muy sutilmente, le dio un apretón en el brazo antes de quitarle la aguja y regresar al carrito.
—Yo y los demás averiguaremos todo lo que podamos. Volveré en cuanto pueda para deciros lo que está pasando.
Night gruñó, satisfecho y más tranquilo sabiendo que tenían un aliado que tenía cierta libertad para moverse.
Por ahora, ellos controlaban el juego. Ahora solo faltaba que Vane hiciera su movimiento.


¡BAM!
Vane alzó la cabeza de golpe al escuchar el portazo en la entrada de la cocina. Seis hombres entraron a gritos y fueron directos a por él, Max y Ethan; seguían llevando ropa de estilo militar oscura y un cinturón con pistolas y cuchillos, pero no vio que portaran el chaleco antibalas ni tampoco ningún fusil.
Eso era bueno. A largo plazo, al menos.
Los agarraron por los brazos y los levantaron entre bruscos zarandeos: Ethan trató de resistirse, aunque en vano, ya que no poseía la fuerza suficiente para hacerles frente y bastó con un fuerte golpe en el estómago para que se doblara en dos por el dolor y quedara inmóvil mientras era arrastrado; Max, en cambio, luchó ferozmente, especialmente cuando vio que herían a Ethan, reaccionando dando un cabezazo en la cara al hombre que tenía más cerca, quien le respondió con un insulto seguido de un puñetazo en la cara que le rompió la nariz, pero eso no bastó para que su hermano tratara, por todos los medios, de quitárselos de encima, y Vane, consciente de que su estado no era el mejor a pesar de los primeros auxilios de Ethan, se dejó arrastrar hacia el salón, donde lo pusieron boca abajo sobre el suelo y le ataron los tobillos y las manos a la espalda.
A Max lo tuvieron que inmovilizar entre tres hombres en el suelo, ya que no dejaba de luchar con furia, mientras que a Ethan tan solo lo sujetaron entre dos hombres.
Aprovechó esos segundos en los que su hermano trataba de ganar algo de tiempo para atrasar lo inevitable y echó un vistazo rápido a su casa. Tal y como esperaba, todo estaba destrozado: los cristales rotos de las ventanas yacían amontonados bajo estas, justo al otro lado de la estancia, por lo que no era una opción cortar sus ataduras con ellos ni usarlos como posible arma; los sofás estaban raídos, los habían cortado por todas partes en busca de algo importante como una llave o cualquier objeto con las claves de su ordenador, su móvil y la trampilla del suelo; las sillas que no estaban usando esos hijos de puta estaban tiradas de cualquier forma, siendo la mesa lo único que permanecía en pie, en la cual estaban trabajando con sus aparatos electrónicos; habían partido las estanterías y roto sus objetos personales, en su gran mayoría recuerdos de sus viajes y, lo que más le fastidió, las fotos de sus amigos y familia.
Sin embargo, su ira se encendió de nuevo al ver, tirada en las escaleras, a Sam. Su cuerpo inerte había sido dejado de cualquier forma en el suelo, como si la hubieran lanzado cual despojo de basura.
Tembló de rabia mientras su respiración se aceleraba por la rabia. Mataría a esos cabrones. Los apuñalaría en las pelotas y les perforaría los pulmones. Dejaría que se ahogaran en su propia sangre.
—¡Quieto, coño!
—¡Que te jodan! —rugió Max.
El grito de su hermano lo distrajo lo suficiente como para alejar la vista de la fiel compañera de Vic y clavarla en el bastardo que acababa de coger a Max por el cabello para mantener su cabeza contra el suelo.
—Tienes un hermano muy problemático.
Incluso antes de levantar la vista, sabía que el que estaba hablando era el líder del grupo. Este se agachó delante de Vane. Tenía un cuchillo grande en la mano y lo observaba con cara de pocos amigos.
—Te lo diré una última vez —le advirtió, moviendo el filo por delante de su rostro, tratando de intimidarlo—. Danos las contraseñas.
Vane no dijo ni una palabra, desvió su vista del arma para clavarla en los ojos del hombre, desafiante. No iba a darle ni una mierda a ese cabrón.
Los rasgos de este se endurecieron, sabiendo que no iba a hablar, y asintió para sí mismo.
—Será por las malas, entonces —dijo mientras se ponía en pie—. Traed al médico.
—¡No! —rugió Max, luchando de nuevo contra los guardias que lo retenían, a pesar de que fue totalmente inútil.
Ethan también trató de resistirse un poco, pero fue arrastrado igualmente hacia una silla que el líder del equipo dejó a pocos metros de Vane, para que pudiera ver en primera fila cómo su amigo era torturado. Joder, de acuerdo que había pensado que era probable que escogieran a Ethan, pero creyó que al ser médico había muchas posibilidades de que lo dejaran en paz porque podía serles útil.
—Ethan… No… —gruñó Max, ya que sus guardianes se habían abalanzado sobre él y tenía la cara totalmente pegada al suelo.
Este tragó saliva mientras ataban sus manos por detrás del respaldo, pero le lanzó a Max una mirada firme.
—Tranquilo. Todo irá bien.
—Ya lo creo que sí —dijo uno de los hombres que estaban alrededor del líder, el cual se adelantó para darle un fuerte puñetazo que le partió el labio, haciendo que la sangre resbalara por su mentón.
—¡Hijo de puta! —rezongó Max, intentando sacudir los hombros.
Vane no dijo nada, pero todo su cuerpo era pura tensión. Observaba atentamente al doctor, calibrando cuánto tiempo sería capaz de aguantar hasta que Zane y los demás llegaran. Echó un vistazo rápido y discreto por las ventanas; ya había oscurecido, no deberían tardar demasiado…
—Hable, doctor —le recomendó el que lideraba al resto con los brazos cruzados—. No tiene por qué pagar por los errores de sus amigos.
Para sorpresa de todos, este soltó una carcajada amarga y levantó la cabeza. Sus ojos no mostraban otra cosa que no fuera determinación.
—No sé de qué me habla.
El hombre torció la boca y le hizo un gesto al hombre que lo había golpeado. El susodicho regresó junto a Ethan y le lanzó otro puñetazo, más fuerte que el anterior. Max rugió y trató de retorcerse, preso de la rabia y la furia, mientras que Vane apretó los dientes; sus ojos no abandonaron el rostro de Ethan en ningún momento.
Y por eso vio algo que lo impresionó. El doctor tosió un poco de sangre y levantó de nuevo la cabeza. Su mirada era dura como el metal.
Eran unos ojos que había visto en unos pocos hombres del ejército. Hombres que por mucho que fueran golpeados no cedían ninguna información. No importaba lo que les hicieran.
Shawn había ganado esa mirada durante su entrenamiento como espía. Pero no esperaba verla en alguien como Ethan.
Sin embargo, el gilipollas que le estaba pegando estaba demasiado cegado por su arrogancia como para darse cuenta.
—¿Ya tienes ganas de hablar?
El joven médico ni lo pensó, le escupió sangre a las botas.
El gesto del soldado cambió a un rostro enrojecido y volvió a darle un puñetazo, seguido de otro. Y de otro. Y otro más. Con una fuerza equivalente a su propia rabia mientras le gritaba que si tan hombre se creía, que aguantara todos los golpes que tenía para él. No se detuvo hasta que Ethan acabó con toda la cara amoratada, y aun así habría seguido de no ser porque el líder lo agarró por los brazos y lo obligó a retroceder.
Vane contempló cómo Ethan resoplaba mientras la sangre goteaba por todo su rostro.
—Ethan… —lo llamó, preocupado. Una persona normal habría suplicado porque se detuviera, pero él ni siquiera había abierto la boca. Se había limitado a aguantar.
Este hizo un vago asentimiento hacia él.
—Estoy bien…
—¡¿Que estás bien?! —gritó el soldado, zafándose del agarre y abalanzándose sobre Ethan para lanzarle un nuevo golpe, esta vez en el estómago.
Su amigo gimió por el dolor.
—¡Ethan! —gritó Max—. ¡Déjalo en paz!
El cabrón no le hizo ni el menor caso, sino que le lanzó un gancho al doctor que lo dejó aturdido y después empezó a estrangularlo. Sin embargo, el líder alzó una ceja al escuchar la desesperación en el tono de su hermano.
Vane se tensó por completo. ¿Qué haces, Max?
—Quieto, Rogers —ordenó el jefe—. Hay un pájaro que quiere cantar.
—En un minuto… —gruñó este, haciendo más fuerza sobre el cuello de Ethan. El pobre a duras penas podía jadear en busca de una bocanada de aire cuando dos hombres agarraron al bastardo y prácticamente lo arrancaron del médico, que dejó escapar una tos bastante fea antes de aspirar aire con brusquedad—. ¡Te mataré! ¡¿Me oyes?! ¡No eres nada!
Ethan, para sorpresa de Vane, aún tuvo el descaro de soltar un resoplido, como si no dijera más que tonterías. El tal Rogers trató de resistirse al agarre de sus compañeros, pero entre los otros dos lograron mantenerlo alejado.
Mientras tanto, el líder se había agachado junto a Max, mirándolo con un brillo inquisitivo en los ojos.
—Con que no quieres que hagamos más daño a tu amigo, ¿no?
El rubio apretó los labios, furioso y frustrado a la vez.
—Max —lo llamó Vane con un tono de advertencia. Si su hermano hablaba, estaban muertos.
—No te metas —le advirtió el jefe, sacando su cuchillo para apuntar en su dirección—, tu hora de negociar ha pasado. Ahora estoy con tu hermano.
Él apretó los labios, sabiendo que solo empeoraría las cosas si trataba de hacer entrar en razón a Max, y, en cambio, miró por las ventanas. Había oscurecido lo suficiente como para preparar un buen ataque. Vamos, Zane, ¿dónde coño estás? Es un buen momento para que hagas una de tus espectaculares entradas heroicas.
—Cierra… la boca…
La pesada voz de Ethan lo distrajo lo suficiente como para echarle un vistazo.
No tenía buen aspecto, para nada. Su rostro enrojecido por la estrangulación hacía resaltar de un modo horroroso la oscura sangre que resbalaba desde sus labios, nariz y algunos puntos de su cabeza por los bultos hinchados que le habían provocado los golpes. Y, aun así, seguía teniendo esa misma mirada endurecida que jamás habría reconocido en él.
Max lo observó con desesperación.
—Ethan, estás hecho pedazos.
—No… hablarás…
—Si siguen así, te matarán.
—Es mi decisión…
—No me importa, no dejaré que mueras por esto.
—¡NO DIRÁS UNA MIERDA! —rugió Ethan, fulminándolo con los ojos—. ¡No vas a condenarnos porque pienses que no puedo soportar el dolor! —Hizo una corta pausa en la que su mirada se ablandó—. Hay cosas más importantes en juego y lo sabes. Yo escogí llegar hasta el final. Déjame luchar a mi manera.
Max tragó saliva, impresionado por el arranque de determinación de su amigo. Él, que detestaba incluso verlo entrenar con Vane, que había temblado ante la idea de tener que coger un arma, que se había puesto histérico cuando aquel otro grupo de soldados fueron a por ellos… Ahora ya no vacilaba. Estaba tan firme como si hubiera recibido el mismo entrenamiento que él.
Vane dejó escapar el aire despacio, un poco más tranquilo.
Pero le duró poco. Rogers se zafó finalmente de sus compañeros y se llevó la mano a la pistola del cinto. Antes de que nadie pudiera hacer nada, ya estaba apuntando a Ethan con ella.
—¡NO! —aulló Max, retorciéndose de nuevo en un vano intento por librarse de los hombres que lo retenían.
—Rogers, ¿qué haces? —preguntó el jefe. No puso los ojos en blanco, pero su voz sonó como si lo hubiera hecho.
—Acabar con esta gilipollez —respondió este mientras se acercaba al doctor—. Él no quiere hablar. Los otros tampoco quieren. Puede que esto los anime a colaborar.
—Por mí adelante —gruñó Ethan.
—¡¿Qué?! ¡¿Crees que no lo haré?!
—Rogers, deja de hacer tonterías, déjame a mí —le dijo el líder, empezando a sonar algo mosqueado.
Vane, dándose cuenta de que ese guardia estaba bastante fuera de control, y no había nada peor que un hombre descontrolado y armado, empezó a moverse, aprovechando que todos tenían su atención puesta en él. Disimuladamente, se puso de lado y flexionó las rodillas…
—Solo necesitamos a uno con vida —seguía replicando Rogers, sin alejar sus rabiosos ojos de Ethan—. ¿Por qué tenemos que esperar más tiempo?
El jefe del equipo parecía estar hartándose de la actitud de su compañero.
—Rogers, esto no es una ejecución, sino un interrogatorio. No estamos tratando de dar ejemplo a las bestias.
—Pero me mira como ellas —gruñó el otro, mirando con desprecio al doctor—. Tiene la misma mirada de esos hijos de perra que se niegan a obedecerme cuando les doy una orden y de esas putas que prefieren ser jodidas por sus hombres animales. ¡Me miran por encima del hombre!, ¡como si fueran mejores que yo!
—Eso no es muy difícil —masculló Ethan, ganándose así un golpe con la pistola.
—¡Cierra la puta boca! —aulló Rogers.
¡Ahora!
Vane, que había logrado ponerse en cuclillas a pesar de las cuerdas que llevaba en los tobillos, se incorporó con rapidez y dio un par de saltos rápidos con toda la fuerza que tenía para saltar sobre Rogers, dejando que todo su peso cayera sobre él para lanzarlo al suelo. Tal y como esperaba, la pistola se le resbaló de entre las manos y, sin pérdida de tiempo, la empujó lejos con los pies para que Rogers no pudiera volver a cogerla. No era su intención escapar, era totalmente imposible en esas condiciones, pero sí había querido que ese hombre apartara el arma de Ethan.
No era un interrogatorio normal, era mucho peor. Los hombres que estaban allí eran celadores violentos que se aprovechaban de que Night y sus amigos estaban indefensos para abusar de su poder de todas las formas posibles. Eso había creado monstruos como Rogers, que se creía superior a todos.
No era bueno para un interrogatorio. Sus probabilidades de sobrevivir habían bajado con un sujeto como él entre ellos.
Admiraba el valor de Ethan, había hecho bien en mostrarse firme y no dejarse amedrentar, pero se había propasado al provocar a Rogers. Aunque, claro, él tampoco había previsto que enviarían a tipos como ese gilipollas. Se suponía que lo más importante para ellos era descubrir hasta qué punto sabían sobre Mercile y sus experimentos y qué contacto habían tenido con el doctor Therian, era evidente que su investigación era lo más importante para esa empresa.
No creyó que fueran tan imbéciles como para enviar a los hombres que menos autocontrol tenían.
—¡Hijo de puta! —gritó Rogers mientras se levantaba de un salto.
Vane apretó los dientes, preparado para su ración de golpes, y se dio la vuelta, poco dispuesto a permitir que una mala patada le reventara la columna vertebral, no podía quedarse paralítico justo cuando Night más le necesitaba.
Sin embargo, el ataque no solo le quitó el aire, sino que le hizo escupir sangre por la boca.
Le había dado justo en la herida del pecho.
—¡VANE! —rugió Max, revolviéndose con tal violencia que por poco se saca de encima a uno de los guardias que lo retenían.
Él no respondió, sino que se llevó la mano a la mancha de sangre por puro instinto. Esa bala no le dio anoche en un lugar mortal, los médicos del grupo, sin duda enfermeros militares, contuvieron la hemorragia y taponaron la herida para evitar que se desangrara antes de vendarle, pero eso no era suficiente. Era lo justo para que un hombre tratara de regresar vivo para que le extrajeran la bala y lo operaran. Podía durar un par de días, tal vez un poco más si habías pasado por la misma mierda que Vane había vivido en el campo de batalla, pero no más sin que ese proyectil te causara problemas.
Y menos si volvías a recibir un golpe fuerte en el mismo lugar y te abría la herida.
Esta vez, no sobreviviría, no sin operación.
—¡¿Qué has hecho?! —gritó el líder del grupo, cogiendo a Rogers por el cuello de la camisa y lanzándolo al suelo, alejándolo de Vane y del arma—. ¡¿Qué coño has hecho?!
—¡Me ha atacado! ¡Se lo merece!
—¡Eres imbécil! ¡¿No te das cuenta de que a este lo necesitamos con vi…!?
¡BUM!
La parte posterior de la cabeza del hombre estalló en sangre.
Y, antes de que nadie más pudiera reaccionar, Rogers también cayó torpemente al suelo. En su cabeza había más sangre.
—¡Nos atacan! —gritó alguien.
Todos los soldados corrieron de un lado a otro, prácticamente aturdidos, sacando las pistolas y buscando con desesperación los chalecos antibalas. Max, nada más verse libre de sus captores, se incorporó de un salto y corrió hacia el cuerpo de Rogers, que estaba más cerca, cogiendo su cuchillo antes de dirigirse con rapidez a Ethan; lo desató de un corte fuerte en las muñecas y le ordenó:
—Detrás de las escaleras, ve rápido y tan agachado como puedas, ¡ya!
Este obedeció sin rechistar y salió disparado una vez libre. Entonces, Max fue sin pensárselo a por su hermano, a pesar de que estaba en primera línea de fuego. No importaba, sabía que sus hermanos le estarían cubriendo mientras que los guardias trataban de salir de su estupor.
—Vamos, Vane, aguanta —le dijo mientras lo cogía por debajo de los hombros con un solo brazo, ya que el otro estaba en feas condiciones por culpa del hombro dislocado, pero aun así lo usó para sujetar el cuchillo por su alguien se cruzaba en su camino.
Una vez agarró a su hermano, lo arrastró por el salón hasta detrás de las escaleras, aprovechando que los guardias todavía se estaban poniendo los chalecos antibalas y asegurándose de que sus pistolas estaban cargadas. Tenía que darse prisa.
—Max… Las luces… —gimió Vane mientras lo arrastraba junto a Ethan.
—Lo sé —dijo a la vez que lo tumbaba junto al médico. Lo miró solo un instante, no había tiempo que perder—. Haz lo que puedas. Solo tienes un minuto —y dicho esto, corrió hacia la entrada, quitándole el pestillo con rapidez y saliendo al exterior.
Fuera reinaba una noche absoluta, pero Max conocía tan bien el camino por todas las veces que su hermano y él habían practicado ese recorrido que no se detuvo hasta llegar a la caja con fusibles que había en el exterior de la casa. Introdujo el código de seguridad que memorizó cuando se mudaron allí y la puertecilla se abrió dócilmente, dándole un precioso acceso a los interruptores de las luces. Agarró uno sin vacilar y lo tiró hacia abajo.
Al instante, la casa se quedó a oscuras.
Ahora Zane y los demás podrían deslizarse sin problemas en las sombras y él podría ayudar a Ethan y Vane a salir de la casa. Los hombres de Mercile no conocían la casa, pero ellos sí. Andarían ciegos y haciendo ruido mientras que ellos serían silenciosos.
Por eso era tan importante que llegara a las luces. Sus hermanos habían disparado creando el miedo y la distracción, unos minutos preciosos para que uno de ellos pudiera llegar hasta allí y cegar a esos cabrones; disparar al jefe y a Rogers había sido un extra porque eran los que más cerca estaban de Ethan y Vane, de los rehenes. Así habían evitado que los usaran en su contra. A los guardias que lo habían mantenido inmovilizado era más difícil porque no había estado tan cerca de la ventana como su hermano y Ethan, pero había sobrado para asustarlos lo suficiente como para moverse y dejarle el camino libre para poner al resto a cubierto.
Menuda suerte.
—Max —susurró una voz.
Nada más darse la vuelta, vio dos figuras oscuras moviéndose hacia él. Conocía tan bien su forma de desplazarse que los reconoció sin problemas.
—Dylan, Kasey —murmuró, permitiendo que le dieran un breve abrazo—. Vane y Ethan aún están dentro, detrás de las escaleras.
—Nosotros los sacaremos —susurró Kasey—, tú ve al camino que da a la carretera, verás una furgoneta. Joyce y Joseph están ahí, te curarán.
—¿Qué le ha pasado a Vane? —preguntó Dylan, preocupado—. Hemos visto la sangre, pero no hemos entendido por qué.
—Tiene una herida de bala en el pecho.
—Oh, mierda —masculló Kasey.
—Hay que sacarlo de aquí ya o perderá demasiada sangre.
Entonces, escucharon el crujido característico de una radio que se encendía porque alguien estaba hablando.
—Chicos, ¿cómo vamos por ahí? —preguntó Zane.
Dylan respondió con rapidez.
—Vane está mal, herida de bala en el pecho.
—Joder —maldijo su hermano—, cogedlo y lleváoslo en la furgoneta al hospital. Nosotros os daremos fuego de cobertura.
—Entendido —dijo Dylan antes de quitarse la radio del hombro y dársela a Max—. Para que estés informado. No tardaremos mucho.
—Daos prisa —les pidió.
Los más jóvenes de los Hagel asintieron y aferraron sus fusiles con fuerza mientras se deslizaban hacia la entrada de la casa. Max, por otro lado, empezó a caminar en dirección contraria, aunque detectó sombras en movimiento que rodeaban la casa, sin duda alguna preparándose para entrar.
En cuanto se alejó unos metros, la radio volvió a sonar y se detuvo un momento, atento. Era Zane otra vez.
—Atención a todos los equipos, preparados para entrar a mi señal. Las órdenes del capitán fueron claras: arrasemos la pista.

3 comentarios:

  1. DIOOOOOOOOOOOSSS!!! Cuanta tensión >×<. No debí leerlo justo antes de dormir jajaja
    Ya quiero que acabe toda esa acción pero tampoco quiero que termine; a menos que sea para "ese otro tipo de acción" You know what I mean 😏

    Está tan bueno este episodio que me supo a muy poquito jijijiji
    Muchas gracias por actualizar. <3

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  2. Maldichion, cada vez me engancho mas xD

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  3. Esto se está poniendo cada vez más interesante :3

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