miércoles, 6 de febrero de 2019

Los Cachorros de Sasuke


Mi Menma

El silencio reinaba en el bosque para aquellos que no supieran escuchar. Las pequeñas aves trinaban en los árboles, las hojas susurraban mecidas por el viento, un río tarareaba a lo lejos. Todos esos sonidos eran percibidos por el fino oído de una manada de lobos que corría entre los árboles a gran velocidad. Eran rápidos y sigilosos, el único rastro que dejaban tras de sí eran sus huellas y los arbustos que se balanceaban cuando los pasaban rozando.
Desde la retaguardia, Menma se mantenía atento a los alrededores. Tres años atrás, su lobo despertó junto a los lados animales de sus hermanos mellizos Kurama y Narumi, despertando en ellos extraños instintos, sensaciones confusas y necesidades nuevas. Fue una etapa dura, un poco caótica: cuando sus emociones los habían superado, mostraban rasgos animales físicos, provocando que les brotara el pelaje, los colmillos o las garras, ¿cuántas veces habría destrozado una prenda de ropa sin querer?; habían sentido la imperiosa necesidad de salir a correr por el bosque de noche, ser uno con la naturaleza bajo la luz de la luna, y en más de una ocasión habían salido disparados tras un conejo o una ardilla hasta cazar a su presa… no siempre con mucho éxito.
Por suerte, su padre estuvo ahí para ayudarles.
Como lobos, estaba en su naturaleza seguir a un macho alfa, por lo que él no tuvo muchos problemas para controlar sus ataques de agresividad, preocupantemente comunes en Kurama, de todas formas, él seguía siendo más grande que ellos, más fuerte y tenía más decisión y experiencia, por lo que las pocas veces que su hermano no pudo dominarse su progenitor logró inmovilizarlo con facilidad. Bajo su guía, aprendieron a mantener el equilibrio con su lado más salvaje, a escucharlo y comprender sus necesidades… aunque todavía seguía siendo difícil.
Menma era el que mejor lo llevaba. Y, por eso, su padre le había dado un lugar de honor en la formación mientras corrían, la retaguardia.
De ese modo, podía vigilar a Saki y Miko.
Ellos acababan de alcanzar la pubertad y de despertar a sus lobos, por lo que eran los más jóvenes del grupo, ya que Arashi aún tenía ocho años y era demasiado pequeño para sentir su naturaleza animal, por lo que se había quedado en casa con su padre doncel mientras que ellos preparaban a los lobeznos. Ahora corrían por el bosque en formación: su padre al frente, dirigiendo al grupo, los cachorros en el centro para estar protegidos, Kurama y Narumi a los lados, flanqueándolos, para evitar ataques contra ellos, y Menma en la retaguardia, atento a los sonidos de su espalda y con la vista en modo panorámico, fija en los cachorros pero vigilando los alrededores en busca de algo sospechoso.
Con doce años, Saki y Miko se transformaban en dos lobos muy jóvenes, ya tenían patas lo suficientemente largas como para poder correr a una velocidad media, pero aún tenían carita de cachorros y su pelaje era bastante más corto que el del resto, además de que este todavía no era del todo negro, sino más bien grisáceo oscuro. Por otro lado, él y sus hermanos ya habían desarrollado un cuerpo atlético, aunque su padre todavía les sacaba una cabeza y carecían de su lustrosa melena alrededor del cuello, pese a que su pelaje ya había desarrollado las dos capas que los protegían del frío y la humedad. Aun así, tras tres años entrenando con su padre, los trillizos se habían vuelto lo suficientemente hábiles como para defenderse y cazar por su cuenta.
Aminoró el ritmo cuando el gran lobo negro empezó a detenerse. Obedientes, el resto de lobeznos se detuvieron, se sentaron sobre sus cuartos traseros y esperaron a que su alfa les diera instrucciones. Este dio media vuelta con una elegancia innata que había adquirido a lo largo de los años y contempló a sus hijos con atención.
Menma se mantuvo quieto con tranquilidad, sabiendo que ahora los analizaría para saber cuál era su estado anímico, así sabía si podían quedarse un rato a solas en el bosque, sin su supervisión. Fue en primer lugar a ver a los más pequeños para saber cómo habían aguantado la carrera, Saki y Miko jadeaban, pero parecían estar bien para ser la primera vez, habían agotado la energía excesiva que podría provocar agresividad, lo cual era bueno. Su padre dio el visto bueno lamiéndoles la cara a ambos y mordisqueándoles las orejas como muestra de afecto antes de pasar a ver a los más mayores: Narumi, como era costumbre, siempre estaba algo sobrado de energía, pero se mantenía tranquilo, por lo que el alfa le dio un lametón en el hocico y le dedicó un gruñido suave, dándole permiso para marcharse; con Kurama pasó un poco más de tiempo, su lado animal era el más agresivo de los trillizos, por lo que no acababa de gustarle que fuera solo… sin embargo, esa vez permitió que se fuera, repitiendo los mismos gestos que había hecho con su otro hermano, por último, se fijó en él, a quien le bastó un vistazo rápido para saber que estaba en armonía con su lobo y le lanzó una mirada orgullosa, que a Menma le hizo hinchar el pecho, ilusionado porque su padre sintiera algo así por él.
Antes de irse, los tres hermanos se despidieron de los dos gemelos, que se quedarían con el alfa para practicar sus recién descubiertas habilidades físicas, mientras que ellos tres tomaron caminos distintos para saciar sus necesidades animales, ya fuera correr o cazar, aunque se aseguraron de estar lo suficientemente cerca los unos de los otros, por si eran atacados por un depredador, poder ayudar al resto.
Menma contempló cómo Narumi y Kurama desaparecían entre los árboles; el primero probablemente iría en busca de alguno de sus amigos cambiantes que vivían por esas montañas, mientras que el segundo, conociéndolo, trataría de cazar algo… más le valía que no se hinchara a conejos o su padre doncel lo mataría por no comerse su plato. Él, por otro lado, corrió hacia un río que estaba algo escondido y al que le gustaba ir cuando estaba solo. Era una zona muy frondosa, con grandes árboles cuyas copas cubrían el cielo, dejando pasar unos pocos rayos de luz, y el suelo húmedo estaba cubierto de musgo. Solía ir allí a beber agua y luego tumbarse sobre una gran roca que estaba justo debajo de un claro en el que podía tomar el sol.
Sí, ese era su pequeño rincón en el mundo, un lugar en el que podía dejar la mente en blanco y ser uno con la naturaleza, sin preocuparse por nada más. No es que su vida fuera mala, al contrario: era un buen estudiante, estaba en sintonía con su lado animal, tenía unos hermanos a los que adoraba, un padre alfa que se sentía orgulloso de él y un padre doncel que lo amaba, no era en absoluto infeliz… simplemente, a veces necesitaba estar a solas, tener tiempo para él.
Saltó ágilmente entre los helechos y empezó a subir su roca cuando un olor extraño llegó a su nariz.
Humano.
Instintivamente, se agazapó, pegando su estómago a la piedra y erizando levemente el pelaje. Incluso antes de despertar su lado animal, Menma ya sabía lo que opinaban los hombres de los lobos y, de hecho, de cualquier criatura que no fuera doméstica; bestias salvajes y peligrosas a las que no debían acercarse, merecía la pena pegarles un tiro antes de que te hicieran daño, después de todo, solo eran animales. En el fondo, sabía que no todo el mundo era así, pero también que las personas se asustaban si se encontraban con una poderosa bestia como su padre y que hacían cosas estúpidas como atacarle. Una vez, su hermano Narumi se encontró con un grupo de cazadores cuando era más joven y estaba explorando el bosque en su forma animal, y estos, a pesar de darse cuenta de que era poco más que un cachorro, le dispararon.
Su padre se puso furioso. No solo los atacó en forma animal para salvar a su hijo sino que, además, cuando llegó a casa, se aseguró de demandar a dichos hombres, acusándolos de estar en sus tierras sin permiso y que, además, estaba totalmente prohibida la caza. Los hombres intentaron alegar que había lobos y que eran peligrosos para las personas, pero el caso se desestimó cuando los clientes de la zona de camping que tenía su padre dijeron que jamás habían tenido problemas con animales salvajes.
Aprendió la lección. Los humanos eran peligrosos si te veían siendo un lobo, mejor ser precavido y no acercarse a ellos. Por eso, se mantuvo agazapado mientras se movía por la roca, ascendiendo para asomarse al mismo tiempo que olfateaba con atención, recogiendo información por el aroma, tal y como le había enseñado su padre. Aspiró aire, sorprendiéndose un poco al saber que se trataba de un doncel que, por cierto, olía de maravilla… a jazmín y melocotón. Era embriagador; su lado animal ronroneó por tan deliciosa combinación, dejándolo un poco confundido, pero no le prestó demasiada atención y, finalmente, llegó al extremo de la roca y, con cuidado, buscó al humano que se había adentrado en su refugio.
Su corazón tartamudeó y, de haber estado en su otra forma, se habría sonrojado.
El doncel que estaba dibujando en un cuaderno junto a la orilla del río era un muchacho que tendría más o menos su misma edad, a juzgar por los rasgos claramente juveniles que delineaban su rostro dulce y delicado; a pesar de eso, era bastante alto, tanto como él o puede que unos centímetros más bajo, y era delgado y esbelto, una preciosidad de piernas largas y brazos tiernos, que parecían haber sido hechos para acoger a su pareja en ellos, para darle cariño; tenía la piel muy clara y lisa, como si fuera porcelana, la cual armonizaba con la camiseta azul claro de manga larga y sus vaqueros grises, que acababan en unos pies descalzos de deditos que se le antojaban graciosos sin saber por qué; el cabello lo llevaba corto hasta la nuca, algo extraño en un doncel, pero el tipo de peinado, con los mechones largos enmarcando su cara y el flequillo a un lado, le daban un aire más elegante y maduro que el de muchos adolescentes, y su color rubio pálido, suave, hacía brillar unos hermosos ojos azul zafiro que le recordaron al color del mar en verano, profundo y brillante bajo los rayos del sol.
Pero su apariencia y su olor no fueron lo único que lo atrajo. Aquel joven emitía un aura de calma que no había sentido en ninguno de sus compañeros de su clase, ni siquiera en sus hermanos mellizos, tal vez porque la mayoría de chicos de su edad estaban en plena efervescencia a causa de las hormonas, algo típico y habitual en la mayoría de adolescentes… pero él no era así. A diferencia del resto, Menma tenía una madurez que sorprendía a los adultos y provocaba la admiración de los demás, puede que fuera ese carácter el que había hecho que sus hermanos lo siguieran como alfa en ausencia de su padre. Le gustaba la tranquilidad y estar alejado de las grandes masas, razón por la que no participaba en los deportes de su instituto, llamaba demasiado la atención y eso lo agobiaba, necesitaba su propio espacio. Por eso ese doncel atraía su atención, le transmitía ese sentimiento de paz que encontraba en la soledad, en mitad de la naturaleza…
De repente, sintió la imperiosa necesidad de acercarse y hablar con él. Quería saber si era solamente una impresión suya o si en realidad había encontrado a alguien con un carácter similar al suyo. Pese a que apreciaba la soledad en la que se sentía tan cómodo, a menudo tenía la sensación de que no encajaba en otra parte que no fuera en su casa o en el bosque; en el instituto, sus compañeros intentaban a menudo que se uniera a ellos, de algún modo, era popular a pesar de que él no había hecho nada por serlo. Lo invitaban a sus clubes constantemente, los cuales no le llamaban la atención lo suficiente como para querer dedicarle horas extra de su tiempo, prefería ir a casa, hacer sus tareas y luego salir a correr al bosque o, en todo caso, estar con su familia, echar una mano a sus padres si tenían que hacer cosas de la casa, cuidar de Arashi o ayudar a Saki y Miko con trabajos de clase. Si no conseguían que se uniera a los clubes, lo invitaban a hacer trastadas que consistían básicamente en molestar a las chicas o, peor aún, a “cosas de mayores”, normalmente a fumar a escondidas y ver revistas pornográficas, o en casos extremos a fiestas donde corría el alcohol y algún idiota había conseguido drogas.
No. A Menma Uchiha no le iban ni las tonterías infantiles de espiar a las chicas o donceles en los baños ni tampoco necesitaba estar obsesionado con las tetas o los culos, ni beber o fumar, para sentirse más adulto o guay. Maldita sea, solo tenía quince años, ¡ya tendría tiempo de ser adulto más adelante! Ahora mismo solo quería estar enfocado en sus estudios, su familia y los pocos amigos que tenía y que sí respetaban su forma de ser. Por ese mismo motivo, era agradable encontrar a alguien que tal vez compartiera sus gustos, sobre todo si estaba solo en mitad del bosque, disfrutando de la naturaleza.
Tras unos segundos de duda, dio media vuelta y se deslizó sigilosamente hacia unos arbustos donde había enterrado una bolsa con ropa. Era algo que les había enseñado su padre; los habituó a guardar siempre una muda de ropa en los puntos que era habitual que visitaran, así, si tenían que adoptar forma humana, nadie los pillaba desnudos.
Cómo agradecía ese consejo.
Procurando no hacer mucho ruido, se vistió con rapidez y luego regresó al río, buscando al doncel con su sentido del olfato, sintiéndose aliviado al percibir que su olor no se alejaba. Cuando regresó, esta vez por la otra orilla del río, lo vio en la misma posición, sentado sobre la hierba con los pies metidos en el agua, dibujando algo. Ver su sutil sonrisa, como una pequeña muestra de que estaba disfrutando con tan solo estar allí, a solas, en mitad de un bosque sin nadie alrededor, haciendo lo que le gustaba, hizo que esta vez sus mejillas se colorearan. Era hermoso verlo así…
Entonces, el doncel dejó el lápiz en un estuche que tenía al lado y levantó su cuaderno para ver su obra desde lejos. Menma sonrió al darse cuenta de que había dibujado con suma precisión un par de pájaros que eran habituales de esa zona sobre la rama de un árbol, añadiendo detalles de hojas y otros árboles de fondo. Él no era un experto en la materia, pero le pareció que era muy bueno, muy leal a lo que él solía ver todos los días desde su casa y su bosque. No le extrañaba que el joven pareciera tan feliz y orgulloso de su obra…
De repente, la sonrisa de este se esfumó y dejó el cuaderno sobre su regazo, cabizbajo. Menma no comprendía qué había pasado, ¿por qué de repente parecía tan triste? Había hecho un buen trabajo con el dibujo, uno espectacular… ¿o acaso había otro motivo?
Vio cómo abrazaba el cuaderno contra su pecho y subía las piernas de tal forma que pudiera abrazar sus rodillas, encogiéndose sobre sí mismo y escondiendo parte de su rostro en ellas. El aura de calma que lo había envuelto se desvaneció en un instante, siendo sustituida por algo muy parecido a la desolación, del mismo modo que sus ojos dejaron de brillar y se oscurecieron por una ola de tristeza y dolor.
Eso le partió el corazón. Como lobo, era más empático que los humanos, tenía una mayor facilidad para percibir las emociones de los demás como si fueran suyas y, además, su sentido del olfato era tal que, si eran lo bastante fuertes, podía olerlas, algunas eran más fáciles de detectar que otras. El dolor no era una de ellas, de hecho, tenía que ser muy fuerte para que lo notara siquiera y, en esos momentos, lo hacía.
Su lado animal deseaba consolarlo, rodearlo con sus brazos, acariciarlo y decirle que todo iría bien; como humano, estaba un poco indeciso acerca del procedimiento, sabía que no podía actuar como un lobo con él, pero igualmente deseaba hacer algo que pudiera aliviarlo. Puso su mente a trabajar, pensando rápidamente en un modo de hacerle sentir mejor, y solo se le ocurrió una cosa que, si bien no era la mejor forma de consuelo que conocía, sí era lo más razonable para tratar con un desconocido.
Darle una distracción. Así que se levantó, dejando de ocultarse entre los helechos, e hizo ruido con ellos para alertar al joven de que venía alguien. Tal y como esperaba, este se sobresaltó y se limpió la cara antes de girarse, justo a tiempo para verle haciendo como que acababa de llegar allí, andando con paso resuelto con una leve sonrisa.
—Hola —lo saludó, fingiendo que no había visto nada y que no podía oler su aroma a sufrimiento.
Este le dedicó una sonrisa cortés que, aunque convincente, como si lo hiciera a menudo, no le llegó a los ojos.
—Hola.
Menma se detuvo a su lado y echó un vistazo a su alrededor.
—Veo que has descubierto mi lugar secreto —comentó, esperando con eso poder iniciar una conversación que lo apartara de cualquier pensamiento que le causara dolor.
Y, en efecto, eso pareció llamar la atención del doncel.
—¿Lugar secreto?
—Sí —afirmó Menma, poniéndose en cuclillas para que pudieran hablar a la misma altura—. Vengo aquí cuando quiero tener mi propio espacio… Me encanta la naturaleza y aquí hay mucha tranquilidad. Me ayuda a relajarme.
El chico esbozó una pequeña sonrisa que, esta vez, fue sincera. Ah, eso estaba mucho mejor.
—Ya veo. Entonces, lamento haber invadido tu refugio… —dijo, haciendo amago de ponerse las zapatillas para marcharse.
Oh, mierda, eso no era lo que quería.
—No, no lo has hecho —se apresuró a decir, esperando poder retenerlo allí un poco más—. Quiero decir, este sitio es de todos, no tienes por qué irte. Después de todo, tú llegaste primero.
El doncel dejó lo que estaba haciendo y volvió a sonreírle con timidez antes de echar un vistazo a su alrededor.
—La verdad es que es la primera vez que vengo por aquí. Buscaba un lugar tranquilo, también, donde poder alejarme de todo. Es un bosque precioso.
Menma le devolvió la sonrisa y finalmente se sentó cerca de él.
—¿No eres de por aquí?
—Acabo de mudarme, soy de Osaka.
—En ese caso, bienvenido —le dijo, tendiéndole la mano—. Me llamo Menma.
El chico se sonrojó, haciéndole totalmente adorable, y aceptó su mano. Tenía dedos largos y piel fina y suave, Menma se sorprendió un poco al percibir que su lobo interior ronroneaba, anhelando sentir sus largos dedos sobre su pelaje. Qué raro, nunca le había pasado algo así.
—Yui —dijo el muchacho—. ¿Tú sí eres de aquí?
—Nacido y criado aquí —dijo con cierto orgullo antes de señalar una dirección—, de hecho, no vivo muy lejos.
Los ojos de Yui brillaron.
—¿Vives en el bosque?
—Sí.
—Debe de ser genial… ¿o no? —preguntó un instante después, mirándolo con cierta duda en los ojos, como si acabara de decir algo inadecuado.
Sin embargo, Menma intuyó hacia dónde iban sus pensamientos y le guiñó un ojo.
—Lo es, mi familia y yo no somos muy de ciudad… en realidad, somos bastante campestres y un poco salvajes —añadió con una risilla, riéndose de su propia broma, sabiendo que Yui no lo entendería.
A pesar de eso, el doncel sonrió y se abrazó las rodillas, apoyando el mentón en ellas sin dejar de observarlo con un brillo curioso en sus bonitos ojos. La tristeza y el dolor parecían haberse ido, aunque Menma todavía podía oler su rastro en el aire.
—¿Y cómo es?
—En general, bastante tranquilo; no tenemos vecinos que nos molesten y a los que molestar… A veces podemos ser bastante escandalosos, bueno, sobre todo mi hermano Narumi, que es un hervidero de actividad, pero siempre logra liarnos a los demás para hacer locuras y volvernos locos, especialmente a Kurama —dijo, haciendo reír a Yui.
—Así que sois tres hermanos.
Menma esbozó una sonrisa divertida.
—En realidad, somos seis.
Ahí, el doncel se quedó con la boca abierta.
—¡Seis hermanos!
—Sí.
—¿Y cómo podéis aguantar eso? ¿Cómo se las apañan tus padres?
—Mi padre nos mantiene firmes. Quiero decir, no es especialmente estricto o rígido, pero se asegura de que no nos pasemos de la raya. Si no le hacemos caso… —Fingió estremecerse, como si estuviera aterrado, arrancándole una sonrisa a Yui.
—¿Qué?
—Debemos enfrentarnos a su ira…
—¿La ira de quién?
—La de mi padre doncel —respondió, haciendo como si tuviera un escalofrío—. Da miedo cuando se enfada.
Yui se rio.
—¿En serio?
—Oh, sí. Mi padre varón le saca más de una cabeza, pero si uno de nosotros oye que nos llama por nuestro nombre completo, corremos a escondernos donde podemos. Una vez Narumi logró meterse en la parte más pequeña del armario con tal de no ser castigado, era como la taquilla de un instituto. Aún no sé cómo lo hizo para caber ahí dentro.
El doncel soltó una carcajada que hizo que Menma se sintiera mejor consigo mismo. Al menos, Yui ya no estaba triste y su aroma a sufrimiento se estaba desvaneciendo. Bien, le gustaba más cuando lo veía así de alegre y feliz.
—Entonces, ¿te llevas bien con todos tus hermanos? —preguntó el doncel de repente, interrumpiendo sus pensamientos.
Menma asintió.
—Kurama, Narumi y yo somos trillizos varones; Kurama es un poco temperamental y a veces discutimos, pero nunca nos daría la espalda, es muy leal y protector, y en cuanto a Narumi, es alegre y conciliador, trata de resolverlo todo con humor. A veces mete la pata por ser impulsivo, pero no lo hace con maldad. Estamos muy unidos.
—¿Y los demás?
—Saki y Miko son gemelos y tres años menores que nosotros. Saki es un doncel tímido, pero inteligente y tranquilo, y Miko es más…
Yui inclinó la cabeza.
—Más… —lo animó a seguir.
Menma esbozó una media sonrisa dudosa.
—Puede parecer muy fría y distante para los que no la conozcan, pero solo porque le cuesta mucho conectar con alguien y prefiere la soledad. Es más seria que el resto de mi familia, aunque eso no quiere decir que no nos quiera, solo que lo demuestra a su manera.
El joven dejó caer la cabeza a un lado, sonriendo un poco.
—Claro que no, cada uno tiene una forma de ser y hay que respetarlo. —Hizo una pausa en la que bajó la vista—. Hay gente que cree que como no te ajustas a lo “normal” eres raro, o que mereces ser menospreciado o marginado.
Menma no pudo evitar tocarle el brazo para darle apoyo. Él ya lo había visto en sus dos hermanos menores; Saki, pese a ser un doncel, no tenía nada de femenino, llevaba el cabello más corto que la mayoría y se negaba a usar los pantalones cortos que formaban parte del uniforme escolar para los donceles, motivos por los que su clase se había metido con él… hasta que Miko tomó cartas en el asunto. Ella también había sufrido burlas por no encajar en el estereotipo de chica coqueta que adoraba las comedias románticas, los actores guapos y los libros donde un caballero andante rescataba a su dama. Al contrario, le gustaba la novela negra, era una deportista nata y disfrutaba más inmersa en la música que componía que hablando con otras personas, de hecho, era bastante callada, pero cuando decía algo, siempre era importante y de corazón.
Sin embargo, había una gran diferencia entre ambos: Saki no era precisamente amante de las discusiones, prefería ignorar a todo el mundo para evitar las peleas, aunque eso no evitó que los chicos dejaran de molestarlo. El problema vino un día en que un grupito lo arrinconó en el baño para desnudarlo y ponerle la ropa de doncel; Saki podría haberse defendido usando su fuerza de cambiante, pero tenía demasiado miedo de exponer a su familia si se descontrolaba.
Miko no tuvo ese problema. En cuanto detectó el problema, cogió unas tijeras y se puso a cortar faldas, pantalones, camisetas e incluso cabello, dejando a todo el mundo hecho un desastre y amenazando con suma tranquilidad que si alguien volvía a tocar a su hermano no se limitaría a hacer un cambio de look… sino que cogería sus uniformes y se los metería en la garganta hasta que el aire dejara de llegar a sus pulmones.
Espeluznante. Si su padre doncel daba miedo enfadado, Miko tampoco se quedaba muy atrás.
Lo bueno es que, desde ese día, nadie se atrevió a meterse con ninguno de los dos.
Por eso Menma lo entendía, recordaba estar angustiado cuando Saki regresaba de la escuela sin estar seguro de lo que le ocurría. Por mucho que le había preguntado, él se había cerrado en banda, supuso que porque no quería que sus hermanos mayores ni sus padres trataran de hablar con los profesores, los cuales poco podían hacer aparte de reprender a los alumnos, y eso solía derivar en venganzas aún más humillantes. Por suerte, Miko no tenía paciencia para aguantar a los idiotas y un carácter fuerte; en cierto modo eran como Kurama y Narumi, uno temperamental y otro conciliador, solo que el carácter de los gemelos no era tan explosivo, sino que tenían… un tono más bajo, por decirlo de algún modo.
Le estrechó el brazo a Yui, intuyendo que había pasado por una experiencia parecida.
—Eh, ¿quieres saber algo curioso? —Cuando él asintió, le dedicó una sonrisa un tanto desconcertada—. No encajo en mi instituto: no estoy en ningún club, me negué a ser el presidente de la clase y paso de esos chicos que se creen que son tan guays por hacerse los adultos. Sin embargo, no hay forma de que me dejen en paz.
Yui esbozó una pequeña sonrisa.
—Bueno, eres muy guapo.
Menma, que no esperaba para nada esa respuesta, sintió sus mejillas arder, y no fue el único; Yui, al darse cuenta de lo que había dicho sin pensar, se puso rojo como un tomate y apartó la vista con nerviosismo.
—Quiero decir… —se apresuró a añadir— Ah… Creo que a las chicas y donceles les parecerás atractivo… más que la mayoría de chicos y… eh… no sé… Tengo la sensación de que últimamente solo necesitas tener un físico agradable para ser popular. —Nada más decir eso, se dio cuenta de la estupidez que acababa de soltar y lo miró alarmado—. ¡No quiero decir que solo seas guapo! ¡Es que…! ¡Es que…! ¡Pareces un buen chico y…!
—Tú también eres hermoso —dijo Menma precipitadamente, bajando los ojos.
Yui se quedó mudo.
—¿Hermoso? ¿Yo?
El otro chico asintió con timidez, mirando hacia otro lado, mientras que un Yui hecho un matojo de nervios parloteaba sin control:
—Pe-pero si soy muy alto para ser un doncel, y larguirucho, y llevo el pelo corto…
—A mí me gusta —dijo entonces Menma, esta vez, mirándolo a los ojos con total sinceridad.
Yui se quedó muy quieto, sintiendo su corazón golpeando atronadoramente contra sus costillos, al son de los acelerados latidos de Menma, el cual, tras un segundo de duda, levantó una mano y le acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja.
Nada más terminar de hacer el gento, los dos volvieron a sonrojarse hasta las orejas y apartaron los ojos. Para ambos, era la primera vez que experimentaban algo así; Menma nunca había sentido interés en ninguna chica o doncel, por lo que no tenía ni idea de cómo comportarse, y el hecho de que su animal interior estuviera ronroneando y deseando frotar su pelaje contra el cuerpo del doncel para marcarlo con su olor no le ayudaba a pensar con claridad, mientras que Yui, que siempre había sido marginado por todo aquel que lo conocía mínimamente o tratado como objeto de burla, tampoco había tenido la ocasión de sentirse atraído por nadie.
Por eso, hizo la única cosa que se le ocurría para apartar aquella extraña situación.
—¿Y qué hay de tu otro hermano? —preguntó con un tono más agudo, todavía atacado de nervios, antes de carraspear para controlarse un poco—. Dijiste que erais seis.
Ambos agradecieron el cambio de tema y siguieron hablando. Menma le habló de Arashi, el más pequeño de la familia, un chico alegre y juguetón, cuyo carácter parecía ser el término medio entre Narumi y Saki, y también de sus padres, de lo mucho que se querían y lo mucho que admiraba su relación.
Por otro lado, Yui le confesó que solo estaban su madre y él; ella era joven cuando se quedó embarazada y su padre no quiso saber nada del asunto. A día de hoy, todavía no sabía quién era y admitió que tampoco tenía ilusión por conocer a alguien que no tuvo el más mínimo interés en él, que dejó que su madre acarreara con todo ella sola. Aun así, ella nunca lo había culpado, lo amaba por encima de todo y había hecho todo lo posible por criarlo sola.
También le dijo que le encantaba dibujar y le mostró su cuaderno, todas las páginas llenas de bocetos a lápiz sobre paisajes dispares, personas, animales, objetos, estrellas, planetas y cualquier cosa que veía o se le pasaba por la cabeza, todo retratado con tal precisión que Menma se quedó maravillado, era como ver el interior de su mente, la forma en la que percibía y captaba el mundo. No dudó en decirle que creía que era muy bueno y que tendría que estudiar bellas artes o algo así, a lo que Yui le respondió que ese era su gran sueño, pero que para ello tendría que encontrar un trabajo, pues su madre no podría acarrear con todos los gastos sola.
Para entonces, llevaban tanto rato hablando que Menma no se dio cuenta de lo bajo que estaba el sol y que tenía que volver a casa antes de que sus padres se preocuparan, de modo que se despidió del doncel, no sin antes comprometerse a regresar mañana al mismo lugar, a lo que Yui le respondió que allí estaría.
Poco después, estaba corriendo en forma humana hacia casa, donde su padre varón le esperaba a pocos metros del porche con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—Menma —lo saludó con cierta inquietud en sus ojos oscuros—. ¿Va todo bien? No es propio de ti retrasarte.
Él asintió con una sonrisa.
—Sí, es que me he encontrado con un doncel en el bosque y nos hemos hecho amigos. Perdona.
Sasuke se relajó su postura al comprender la razón.
—No te preocupes, me alegra que tengas un nuevo amigo —dicho esto, esbozó una sonrisa maliciosa—, ¿o hay algo más que no quieras decirme?
Sin saber por qué, Menma se puso rojo.
—Eh… ¿Como qué?
—Menma, tienes quince años, no tienes que ocultarnos a tu padre y a mí si tienes algún amigo… especial.
Al entender por dónde iba su padre, el joven enrojeció hasta las orejas.
—¿Qué? ¡No! Yui y yo acabamos de conocernos y… Que sea doncel y yo varón no quiere decir que tengamos… eh… nada de eso —dicho eso, dio por zanjada la conversación y se fue apresuradamente al interior de la casa.
Sasuke lo vio marcharse con una sonrisa divertida en el rostro.
—Ah, hijo mío, tienes la misma cara que puso tu padre la primera vez que me vio como hombre y yo lo miré como si fuera a comérmelo.


Pasó un mes y Menma y Yui siguieron viéndose en el mismo lugar todos los días después del instituto, y los fines de semana combinaban mañanas o tardes, dependiendo de las cosas que tuvieran que hacer. Descubrieron que tenían personalidades bastante parecidas: ambos eran tranquilos y disfrutaban de pasar su tiempo a solas, dedicándose a sus hobbies, Yui solía dibujar cuando terminaban las cosas de clase y Menma se quedaba a su lado, tumbado en la hierba, sintiendo el bosque… y observando al doncel de reojo. También tenían una forma de pensar parecida, y coincidían en casi todos sus gustos de películas, libros y música. La única diferencia notable era que Yui era bastante tímido, mientras que Menma solo era reservado.
Con el paso del tiempo, el joven Uchiha se dio cuenta de que con el joven doncel no se sentía de la misma manera que con sus amigos; con ellos no sentía la misma ilusión y alegría que lo embargaba cuando veía que Yui ya estaba esperándolo en su refugio, no hacían que se sonrojara, ni que su corazón latiera fuerte y su lobo aullara de felicidad cada vez que le sonreía. Le costó un poco admitirse a sí mismo lo que sentía, más por miedo al rechazo que por orgullo, pero acabó por rendirse y aceptó que Yui le gustaba.
Sin embargo, eso no le ayudaba a enfrentarse a sus temores. El lobo que llevaba dentro ansiaba perseguir a su dulce presa, acorralarla bajo su cuerpo y mostrarle del modo más primitivo que le pertenecía, como haría un adolescente cambiante en su manada. Pero Yui no era como él, era humano y se asustaría si permitía que su lado animal tomara el control de su cuerpo… y, además, Menma no era así, si en quince años no había tenido una sola pareja, imaginaos lo que suponía para él pensar siquiera en intentar algo físico. No, él no era de los que se lanzaban sin más a por el trasero de un doncel, prefería ser… más caballeroso, ir despacio, por mucho que su lobo tuviera una inmensa curiosidad por olisquear sus nalgas y enterrar la lengua entre ellas.
Tener que lidiar con su parte humana y animal le causó cierto estrés que su familia empezaba a notar, sobre todo sus hermanos mellizos, quien no dejaban de preguntar por qué estaba tan irritado últimamente y si habían hecho algo que lo hubiera molestado, ya que rara vez Menma se enfadaba si no era por un buen motivo y, normalmente, estaba relacionado con uno de los dos. Además, Yui también le había notado raro las últimas veces que se habían visto y sabía que no podía seguir así.
De modo que iba a recurrir al único que podía ayudarle.
Una noche, cuando estuvo seguro de que sus hermanos estaban en sus respectivas habitaciones, bajó al comedor donde, tal y como esperaba, estaban sus padres viendo una película. Se quedó un segundo en el marco de la puerta, mirándolos; su padre doncel estaba en el regazo de su otro padre, el cual le rodeaba la cintura con los brazos mientras que el otro lo hacía por el cuello. Ninguno de los dos le hacían demasiado caso al televisor, sino que hablaban en voz baja, dedicándose tiernas caricias y miradas rebosantes de un amor que Menma envidiaba.
En el colegio y el instituto había sido testigo de padres divorciados, algunos que ya no se aguantaban el uno al otro, otros que simplemente seguían juntos por costumbre y a unos pocos que se querían, pero que habían perdido parte de su chispa. Los suyos, en cambio, parecían amarse con la misma locura que él recordaba cuando era niño; a decir verdad, no se le ocurría una sola vez en la que los hubiera visto discutir y mucho menos gritarse, tan solo los pequeños “regaños” de Sasuke a Naruto porque estaba tan centrado en escribir que se le olvidaba hacer algo, o los que le hacía el doncel al varón al advertirle que no trajera muy tarde a sus hermanos y a él porque tendrían la comida hecha. Estos siempre terminaban con un beso tierno en los labios.
Podía decir que estaba muy contento de tener unos padres que se quisieran tanto y que mantuvieran una fuerte unidad familiar, aunque supuso que ellos tenían la ventaja de que trabajaban en casa y pasaban mucho tiempo juntos en la intimidad, lo cual les ayudaba a mantener y cuidar ese amor tan profundo que se tenían. Además, su padre varón era un lobo, jamás engañaría a Naruto porque para él sería algo totalmente antinatural, mientras que el doncel era uno de esos pocos humanos gentiles y de buen corazón con un código ético claro e inquebrantable.
Habían tenido suerte al encontrarse el uno al otro.
En ese momento, notó que le estaban observando y se encontró con la oscura y tranquila mirada de su padre lobo. Naruto, al darse cuenta de que su marido miraba a otra parte, también se giró, encontrándose con su hijo mayor.
—Menma —lo saludó con una tierna sonrisa, separándose de Sasuke para sentarse a su lado y abrir los brazos hacia su hijo, el cual no dudó en ir hacia él y permitir que lo abrazara.
La escena podría antojarse un poco infantil, ya que Menma, con quince años, era un poco más alto que su padre, por no hablar de que muchos chicos de su edad no habrían permitido a sus madres semejantes muestras de afecto, pero a él no podía importarle menos. Adoraba a su padre doncel y no había nada que no haría por él. Le encantaba que lo rodeara con esos brazos que desde niño no habían hecho más que proporcionarle amor, consuelo y protección, y enterrar la nariz en el hueco de su cuello para aspirar su dulce aroma, mezclado con el más fuerte de su otro padre, marcando así el vínculo que los unía. Además, el lado animal de Menma entendía que Naruto no era un lobo, y eso lo convertía en el miembro físicamente más vulnerable de su manada. Aquel que osara ponerle un solo dedo encima, acabaría muerto de la forma más horrible que pudiera imaginar… sobre todo si era Sasuke Uchiha el primero en darle caza.
—¿No puedes dormir? —le preguntó su padre doncel, besándolo en la cabeza.
Menma ronroneó.
—Estoy bien, papá. —Hizo una pausa en la que se separó un poco de él—. ¿Te importa si hablo un momento con padre?
—Claro que no —dicho esto, se giró hacia su marido—. Te espero en la cama —le dijo antes de darle un beso breve en los labios y acariciar con cariño el rostro de su hijo, que presionó un segundo su mejilla contra la palma de su padre para mostrarle afecto.
Una vez estuvieron solos, su otro padre se dirigió a él.
—¿Qué ocurre, Menma?
Este se puso rojo al pensar en lo que tenía que pedirle. Le daba vergüenza.
—Es… sobre Yui.
Al escuchar el nombre, Sasuke esbozó una amplia sonrisa y un brillo divertido apareció en sus ojos.
—Ah… Yui —repitió con retintín—. ¿Qué pasa con él? —preguntó, haciéndose el tonto.
Menma miró hacia abajo, nervioso.
—Pues…
—Pues… —lo animó a continuar.
—… me gusta —reconoció por fin en voz muy baja, aunque no la suficiente como para que su padre no la oyera.
Este sonrió con ternura y le acarició la mejilla.
—Hijo, es normal a tu edad, no tienes que sentirte nervioso o avergonzado por hablar de eso conmigo, después de todo, ya sabes que tu padre me tiene más que domesticado.
Menma no pudo evitar sonreír.
—Yo no diría precisamente que estás domesticado.
Sasuke soltó una risilla.
—Cierto, tu padre nunca intentó hacer nada por cambiar la parte más salvaje de mí, sino que la aceptó e hizo todo lo posible por adaptarse a ella —dijo en un tono de voz casi devoto—. Ama al hombre y al lobo que soy, y le quiero por eso.
Su hijo se recostó en el sofá con una leve sonrisa.
—Entonces, ¿tú te enamoraste primero de él?
—A los pocos días de conocerlo, caí rendido a sus pies, sí —dijo con cierta diversión que Menma no entendió, como si se estuviera perdiendo una broma privada, aunque no le dio mucha importancia, ya que tenía más interés en saber una cosa.
—¿Y tú? ¿Cómo lograste conquistarlo?
Por un instante, la mente de Sasuke se quedó en blanco.
Pues mira, hijo, me pasé seis meses viviendo en su casa en forma de lobo sin que él supiera lo que yo era, siguiéndolo a todas partes y vigilando cada movimiento que hacía como lo haría un experto acosador, asegurándome de que los hombres que tenía cerca no tocaran lo que era mío y, sobre todo, atento a si el bastardo gilipollas de su ex aparecía para tratar de recuperar a ese maravilloso, dulce y tierno doncel que iba a ser MI compañero; luego, lo salvé de unos atracadores que le agredieron y estuvieron a punto de violarlo, además de que me transformé en hombre delante de él, sí, con crujidos de huesos y todo; después lo llevé a uno de mis hoteles, a mi habitación privada, donde lo desnudé con la excusa de curar sus heridas para poder manosearlo un poco y comprobar si sentía atracción por mí y, finalmente, lo seduje con una demostración muy explícita de todas las posturas y formas en las que podía darle placer con mi cuerpo.
… Mmm… No. Menma todavía era muy joven para conocer esa tórrida versión de su historia con Naruto… aunque podía decir que no se arrepentía ni un poquito de haber hecho realidad todas las fantasías sexuales que había tenido su rubio en la cabeza.
—Padre, puedo olerlo —le dijo su hijo, sonrojado y tapándose la nariz.
Una desventaja de ser hombre lobo, tus cachorros saben cuándo estás cachondo.
Dejó de pensar en su hermoso y sexy compañero para no incomodar a su hijo y se centró en responder su pregunta… Bueno, en evadirla, más bien.
—Mira, Menma, la situación en la que estuvimos tu padre y yo es muy diferente a la que tienes con Yui.
—¿Por qué? Él también es humano.
Al escuchar eso, Sasuke entrecerró los ojos con sospecha. Ah… Ahora estaba llegando a lo que realmente preocupaba a Menma.
—¿Tienes miedo de decirle lo que eres?
—No… —empezó a decir, pero lo pensó mejor—. Bueno, sí… Pero no es como si estuviéramos saliendo, ni siquiera le he dicho lo que siento por él, sería estúpido decirle lo que soy a alguien a quien acabo de conocer. No quiero exponeros —añadió, bajando la vista.
Sasuke esbozó una sonrisa orgullosa. Ese era el mayor de sus hijos y un futuro alfa, se preocupaba por su manada antes de cualquier otra cosa y por cómo afectaría que tuviera un compañero humano en el que ni siquiera sabía si podía confiar todavía pero que, aun así, le gustaba. Él también conocía ese miedo, esa angustia de no saber si Naruto le aceptaría cuando le contara lo que era realmente, aunque eso no le había disuadido de seguir con su plan de conquistarlo. Su rubio había sido lo único que le quedaba en la vida después de que su familia muriera, era la única razón por la que había logrado seguir adelante y, gracias a los dioses, había merecido la pena.
Se aceró más a su hijo y lo abrazó. Menma aceptó el gesto sin dudar y se acurrucó en su pecho, buscando consuelo en su tacto y su aroma. Sasuke le acarició el cabello.
—Menma, estás precipitando las cosas. Date tiempo para conocer mejor a ese doncel y, sobre todo, dale tiempo para que él te conozca mejor, para que sepa que eres un chico maravilloso que jamás le haría daño a nadie y mucho menos a él. No digo que esperes seis meses para salir con él, eso depende de ti y también de los sentimientos que Yui pueda albergar por ti, pero antes de hablarle de nuestro secreto, espera hasta estar seguro de que es alguien de total confianza.
El joven Uchiha se sintió mucho mejor y tranquilo al ser aconsejado por su padre. Él tenía razón, se estaba preocupando por cosas que todavía no debían inquietarle, ni siquiera estaba seguro de lo que Yui sentía por él… aunque quería pensar que sus sonrojos cuando decía algo bueno de él, o que se pusiera tan tímido y nervioso cada vez que se tocaban, eran indicativos de que también sentía algo por él.
Eso lo alegraba y le asustaba a partes iguales. Porque, si al final Yui sentía lo mismo que él… ¿cuánto tiempo podría ocultarle lo que era? Y más importante, ¿cómo estaría seguro de que revelarle la verdad no causaría ningún daño a su familia?


Horas antes, Yui acababa de llegar a la finca donde vivía después de haber pasado la tarde con Menma. Con mucho cuidado, permaneció escondido en una esquina, vigilando los dos lados de la calle. Al ver que no venía nadie, se mantuvo agachado mientras corría hacia la puerta, que abrió con rapidez, y se metió dentro. Las escaleras, en cambio, las subió con más cuidado, atento a si escuchaba algún sonido que le resultara familiar. No oyó nada preocupante y llego hasta la puerta de su casa, pero no abrió de inmediato, sino que antes apoyó la oreja en esta, tratando de identificar unas voces conocidas. Al no hacerlo, abrió con todo el sigilo del que fue capaz… sintiéndose aliviado al no ver a ese hombre en su casa.
Cerró la puerta con llave de nuevo y fue en busca de su madre, a la que encontró en el salón, tumbada en el sofá… junto a una botella de alcohol casi vacía.
Su corazón se encogió y una oleada de culpabilidad lo invadió. Su madre había sido una joven de buena familia y una estudiante excelente que había logrado ingresar en una prestigiosa universidad con la firme decisión de estudiar derecho y convertirse en juez… pero ya conocéis cómo son estas historias. Chica conoce chico guapo e inteligente, al hombre perfecto, y tienen un romance de ensueño… hasta que ella se queda embarazada.
El resto era tal y como se lo había contado a Menma; el niño es una complicación y una responsabilidad no deseada para el chico, que abandona a la chica cuando ella se niega a abortar, igual que hacen sus padres, pues creen que un bebé le arruinarían la vida.
Y Yui sabía que así era. Sin ingresos, su madre se vio obligada a dejar la universidad y a trabajar de lo que pudiera… y, pese a que había encontrado algo estable y que le daba el dinero suficiente para subsistir, pagar su instituto e incluso su material para dibujar… era consciente de lo mal que estaba por culpa de ese empleo. Por eso bebía… Yui sabía que no era bueno para ella, pero tampoco sabía qué podía hacer para ayudarla. Años atrás, le pidió que lo dejara, que era peligroso y que la estaba matando por dentro, pero ella le sonrió y le dijo que no se preocupara por nada, que estaría bien y que tendrían el dinero suficiente para que él pudiera estudiar bellas artes, y que bajo ningún concepto le daría de lado como sus padres hicieron con ella.
Ella lo había sacrificado todo por él, lo había dado todo por él. Así que, ¿quién era para negarle lo único que la ayudaba a sobrellevar sus penas? De todas formas, tampoco es como si supiera cómo ayudarla a superar su adicción, o qué hacer para echarle una mano aparte del trabajo que había conseguido de camarero los fines de semana y de procurar que, al menos, tuviera una buena alimentación y se cuidara un poco.
De modo que dejó su mochila en su habitación y luego fue a acostarla. A pesar de su corta edad, ya era más alto que ella y no le fue difícil cogerla cuidadosamente en brazos para llevarla a su cuarto.
—Mmm… ¿Yui?
—Estoy aquí, mamá —le dijo en voz baja y suave.
Ella se abrazó a su cuello con un gemido.
—Oh, cariño… Lo siento mucho… No me gusta que me veas así…
—Shh… Solo descansa, mamá —dicho esto, la dejó en la cama y la arropó.
La mujer acarició su rostro.
—Te quiero, cariño.
Él le besó la mano y la tomó entre las suyas.
—Y yo a ti.
Se quedó a su lado hasta que cayó dormida, acariciándole el cabello rubio, que había heredado de ella. En realidad, se alegraba mucho de haber salido a su madre, habría sido muy difícil ver la cara de su padre en el espejo todos los días, la de un hombre que los había abandonado a ambos y, sobre todo, que había condenado a su madre a esa clase de vida, igual que sus abuelos.
Debería irse a su habitación y encerrarse en ella antes de que oscureciera, pero se quedó un poco más para compartir algo con su madre, aunque sabía que no le escucharía.
—¿Sabes?, he conocido a un chico. No se parece en nada a los que he conocido en mi instituto, él es… dulce, gentil. No tiene un ápice de arrogante a pesar de que es muy guapo —dijo, sonrojándose—, y no es solo atractivo, también es inteligente y sensible, quiere ser guardia forestal y proteger los bosques y a los animales que viven en él —dicho esto, esbozó una sonrisa y negó con la cabeza—. ¿A cuántos chicos has conocido que se preocupen por esas cosas? Todos piensan en ser actores, deportistas, empresarios de éxito… y él solo quiere conservar el medio ambiente. —Hizo una pausa en la que se retorció las manos—. Me gusta mucho, mamá. Pero es la primera vez que me gusta un chico y… y… —Su voz se apagó y ocultó el rostro entre sus manos.
¿Qué estaba haciendo? Menma solo era un buen amigo, el único que tenía, y no quería perderlo por los sentimientos que tenía. Un chico como él merecía tener a alguien bueno, una chica o doncel precioso que tuviera una familia normal y que no fuera un desastre emocional.
Porque, aunque Menma sintiera algo por él, ¿cuánto tiempo se quedaría a su lado una vez viera cómo era su vida de verdad?


El verano estaba a la vuelta de la esquina, por lo que el bosque, bañado por la luz del sol, estaba más hermoso que nunca. A Yui le encantaba dibujarlo en esa época, si bien en primavera adquiría una belleza delicada y colorida, durante esa estación el bosque parecía estallar en toda su fuerza, tenía un verdor exuberante que parecía brillar, resaltando el río cristalino y el azul claro del cielo…
—¿Qué dibujas?
Yui se sonrojó al escuchar la voz de Menma a su lado. Lo miró, tumbado sobre la verde hierba a orillas del río, vestido con una camiseta corta blanca que resaltaba su piel tostada y unos vaqueros que abrazaban sus largas piernas. El cabello, negro y lustroso, lo tenía corto hasta la nuca salvo por unos mechones que enmarcaban su rostro y que le llegaban hasta el mentón, haciendo que sus ojos, del mismo color del cielo, parecieran más claros y brillantes. Le parecían increíbles y bellos.
—No es nada.
Él le sonrió.
—¿No puedo mirar? —preguntó, haciendo amago de incorporarse.
Yui lo detuvo poniendo una mano en su pecho. Incluso a través de la camiseta, pudo sentir su piel caliente y la fuerza de sus músculos, lo cual le sorprendió un poco e hizo que sus mejillas ardieran. Para ser tan joven, sus pectorales eran duros y firmes, se notaba que hacía ejercicio y no pudo evitar admirar el poder que desprendían. Además, sintió el latido de su corazón, cuyo pulso pareció acelerarse bajo su toque.
Ambos se miraron un momento a los ojos, Yui todavía sonrojado y Menma con atención, como si pudiera ver lo que había dentro del doncel, el cual tragó saliva.
—A… Aún no está terminado —musitó.
El otro joven no dijo nada, pero permitió que lo tumbara de nuevo, aunque no dejó de observarlo con una intensidad que a Yui lo puso un poco nervioso. Finalmente, apartó la mano de él, sintiendo un extraño cosquilleo en la palma, y bajó la vista hacia su cuaderno de dibujo… donde las líneas de lápiz habían trazado un boceto de un Menma relajado y con los ojos cerrados. Sabía que no había sido muy sensato hacer eso, pero no había podido evitarlo, quería un recuerdo de él por si… por si algún día descubría la forma en la que vivía y él se apartaba de su lado. Al menos, tendría un buen recuerdo de los momentos que habían pasado juntos, los mejores y más felices de su vida.
Al levantar la vista hacia él, vio que todavía lo estaba mirando y decidió centrarse en el dibujo, aunque no tenía ni la menor idea de cómo lo explicaría después…
Durante un rato, ninguno de los dos dijo nada más y se limitaron a lo suyo: Yui a terminar su boceto y Menma a seguir contemplándolo con la misma atención de antes, como si estuviera buscando algo en el doncel.
En determinado momento, una brisa sopló y revolvió el negro cabello de Menma, haciendo que Yui le acomodara de nuevo los mechones en su sitio sin pensar para poder seguir dibujando. Sin embargo, cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, volvió a enrojecer y trató de apartar la mano pero, esta vez, Menma lo detuvo.
Sentir sus dedos sobre los suyos hizo que su corazón se desbocara.
Tragó saliva mientras contemplaba cómo, lentamente, el otro muchacho se llevaba su palma a su mejilla, contra la cual se frotó cariñosamente al mismo tiempo que cerraba los ojos. Yui se lamió los labios, nervioso y emocionado a la vez, y se atrevió a acariciarle el pómulo con el pulgar. Al hacerlo, Menma abrió los párpados y lo miró de una forma que lo puso aún más rojo, con una intensidad que parecía quemarlo, con unos ojos que, en esa ocasión, se le antojaron salvajes y hambrientos… en el buen sentido.
Entonces, Menma se incorporó despacio, manteniendo su mano contra su rostro, y se inclinó sobre él. Yui supo lo que iba a pasar y tenía claro que debía detenerlo, él no estaba hecho para él, merecía algo mejor que los dolores de cabeza que le daría por culpa de su situación familiar, de la complicada vida que tenía. No quería que Menma se viera envuelto en ella, mucho menos ahora… y tampoco quería que lo rechazara, asqueado por las cosas que había hecho su madre para mantenerlo, o peor aún, que la despreciara por ello. Eso no podría perdonárselo, nunca. Su madre era la única persona que lo había querido a pesar de que, por su culpa, había perdido la oportunidad de tener una vida normal y maravillosa. No quería pasar por eso, no podría soportar lo que pensaría de ella o de él una vez supiera la verdad, por eso, tenía que pararlo y decirle que solo podían ser amigos.
Y, sin embargo, eso no pasó. Cuando los labios de Menma rozaron los suyos con dulzura, se derritió. Cerró los ojos, saboreando la tierna experiencia de ser besado por primera vez y de un modo tan tierno y afectuoso; no había exigencia ni ansiedad por llegar a algo más, no había intención alguna de ir más lejos, tan solo era un gesto que demostraba lo que ese chico sentía por él. Y, aunque sabía que era un error, aunque estaba seguro de que aquello no podía terminar bien, Yui cogió el rostro de Menma entre sus manos y le correspondió con la misma ternura, diciéndole sin palabras que también se estaba enamorando de él.

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