domingo, 3 de febrero de 2019

El Reino de los Zorros


Capítulo 21. Desesperanza

Se sentía mareado mientras recuperaba poco a poco la conciencia.
¿Qué había pasado? No tenía la sensación de acabar de despertarse como todas las mañanas ni tampoco recordaba estar en mitad de una batalla… Sabía que estaba en el Reino del Hielo, en su antiguo hogar, había sido su regalo de bodas para Naruto…
Naruto.
Izumi.
La ventisca.
Se sentó de un salto, haciendo que el mareo se intensificara y tuviera que apoyarse sobre sus brazos para mantener el equilibrio con un gruñido. En ese instante, se dio cuenta de que estaba sobre un colchón mullido, lo reconoció enseguida como su cama, se encontraba en su habitación.
¡¿Qué coño hacía en su dormitorio?! Él no debería estar allí, ¡debería estar en la montaña buscando a Naruto! ¡¡Él solo no podría sobrevivir!!
—Alteza, ¿cómo se encuentra? —preguntó una voz suave.
Al alzar la vista, se encontró con una de las aprendices de Onoki.
Él ignoró por completo la pregunta.
—¿Dónde está mi esposo?
El rostro de la joven se contrajo por la tristeza y Sasuke palideció al comprender la respuesta. Un miedo oscuro y profundo lo atenazó y se asentó en su temeroso corazón, pero no dejó que eso lo dejara paralizado. La fuerza de los sentimientos que tenía por Naruto no le permitían quedarse quieto o muerto de miedo; a pesar de que sabía que su prometido tenía pocas posibilidades, a pesar de saber que era un suicidio adentrarse en la ventisca y que probablemente moriría en ella… lo que ocurriría si Naruto no regresaba, se le antojaba mil veces peor. El asomo de ese dolor ya le resultaba insoportable.
Se levantó de un salto, ignorando el punzante dolor de cabeza y dando gracias por no haberse mareado de nuevo. Se echó un vistazo, haciendo una mueca al ver que solo llevaba los pantalones y una gruesa camisa interior.
—¿Y el resto de mi ropa?
La joven médico fue al escritorio y le entregó su ropa perfectamente doblada. Sasuke la cogió de un tirón y se apresuró en ponérsela para marcharse, sin embargo, la chica intervino una vez más:
—Alteza, no deberíais moveros aún, el golpe os dejó inconsciente y conviene que no…
Sasuke se paró en seco y se giró.
—¿Qué golpe? —preguntó con brusquedad.
La médico se encogió un poco.
—Tengo… entendido que no deseabais abandonar la Montaña Sagrada sin vuestro prometido y…
—¿Quién fue? —exigió saber, empezando a comprender lo que había pasado. Él nunca habría abandonado a Naruto a su suerte en ese lugar, no sabiendo lo peligroso que era para él… o para cualquiera.
La joven rehuyó su mirada, pero respondió:
—La… comandante Yukino, alteza.
Esta vez, Sasuke se quedó petrificado, solo durante unos segundos. Recordó la última conversación que había tenido con Naruto, su convicción de que ella estaba enamorada de él y de que no creía que su esposo fuera lo suficientemente bueno para él…
Y la rabia lo consumió.
Ignorando las recomendaciones de la médico, dio media vuelta y salió por la puerta de su habitación, yendo directo a la puerta principal del castillo. Estaba furioso con Korin, hasta el punto de que deseaba fervientemente retarla a un combate a muerte por su traición, pero ya habría tiempo para eso. Naruto, en cambio, no lo tenía. Ni siquiera estaba seguro de cuánto tiempo había estado inconsciente, sin embargo, cada segundo que tenía era vital para su esposo; él no era débil, estaba seguro de que podía aguantar lo suficiente hasta que llegara.
Su mente trabajó rápidamente, pensando en lo que necesitaba para ayudar a su esposo. Pese a que lo único que quería hacer era correr hacia la Montaña Sagrada para buscarle, su prioridad, lo más importante, era que Naruto sobreviviera fuera como fuera a aquella ventisca, aunque tuviera que ser a costa de su vida. No quería imaginarse su vida sin su rubio, le asustaba esa profunda sensación que se había instalado en su corazón y que amenazaba abrirse con una fuerza brutal que sabría que no podría contener. De modo que, tras unos segundos haciendo cálculos y listas, fue en primer lugar hacia el ropero donde se guardaban las mantas y pieles más gruesas de palacio y no dudó en llevarse dos mantos de oso con capucha para Naruto y para él y una manta hecha con pieles de lobo para mantenerlos calientes en el caso de que tuvieran que dormir a la intemperie. Una vez salió, bajó las escaleras con rapidez en dirección a la cocina, en busca de una cantimplora grande y algo de comida. La travesía por la ventisca sería muy dura, no tenía ninguna duda, pero creía que podían conseguirlo juntos, solo tenía que encontrar primero a Naruto, eso sería lo más difícil… Pero no tenía intención de abandonar esa montaña sin él. De ninguna manera.
—¡Alteza!
Se detuvo en seco al escuchar esa voz.
La sangre hirvió como si ardiente fuego corriera por sus venas y se dio la vuelta con las facciones crispadas por una rabia absoluta.
Korin iba hacia él. Le acompañaban un par de soldados más que habían formado parte de la guardia que los había llevado a la Montaña Sagrada, pero ni siquiera fue consciente de su presencia. Empezó a andar directo hacia el objeto de su ira.
Los soldados, que presintieron su estado, se pararon y retrocedieron, salvo Korin, por supuesto. Ella se irguió y enfrentó su mirada.
—Veo que os encontráis bien, alteza.
—No gracias a ti —masculló antes de lanzarle un puñetazo, pero la mujer lo detuvo golpeando su antebrazo contra el suyo.
—Cumplí con mi deber —afirmó ella sin asomo de duda.
Sasuke gruñó y aprovechó que Korin había girado su cuerpo para evitar el golpe de tal forma que usó ese impulso para acabar de dar la vuelta sobre sí mismo y emplear esa fuerza para asestar una patada que fue directa a su estómago.
La soldado la recibió de lleno y cayó hacia atrás.
—¡Alteza! —lo llamó una mujer soldado.
Pero el Uchiha no quería escuchar, para él, no tenía excusa lo que había hecho.
—No os metáis en esto —rezongó, yendo directo hacia la mujer para enfrentarse a ella. Su mente estaba totalmente cegada por la furia, el dolor de la traición y las ansias de vengarse.
Sin embargo, Korin no se daba por vencida fácilmente y se puso en pie de un salto, mirando a su príncipe con cautela.
—Deteneos, alteza, esto no tiene sentido.
—¡Que te jodan! —Sasuke fingió darle un puñetazo a la cara con el puño izquierdo, haciendo que la comandante, efectivamente, tratara de defenderse como antes, pero Sasuke lo sospechaba y, en vez de acabar el movimiento, replegó el brazo y lanzó un puñetazo con el otro que fue directo al estómago, el cual Korin no pudo evitar porque tenía los brazos en alto. El ataque fue inesperado y de lo más efectivo, ya que ella se dobló en dos a causa del dolor, y el Uchiha aprovechó de nuevo ese gesto para asestarle otro puñetazo en la barbilla que la lanzó de espaldas contra el suelo. Un hilo de sangre resbaló por la comisura de sus labios, pero Sasuke lo ignoró por completó y aplastó su vientre con el pie con tal fuerza que la joven volvió a toser sangre.
—¡No, alteza!
De repente, los otros tres soldados que iban con Korin lo inmovilizaron y lo alejaron de ella. Verse privado de su venganza no hizo más que aumentar su rabia.
—¡Soltadme! —rugió.
—Alteza, Yukino ha sido relegada de su cargo como comandante por su padre por abandonar a su alteza Namikaze —trató de tranquilizarlo la soldado.
Sasuke resopló.
—No es suficiente. Yo podría haberlo salvado ¡y ella me lo impidió!
—Ella le salvó la vida, alteza.
—¡Y condenó a muerte la de mi esposo! —aulló, lleno de dolor y furia. Sin embargo, eso le hizo recordar que Naruto aún seguía allí, en la ventisca, y que él estaba perdiendo un tiempo esencial en esa hija de la gran puta a la que, tontamente, había defendido ante su prometido, creyendo que ella sí era digna de confianza, que a diferencia de Sakura, era alguien noble que jamás les haría daño a él o a su esposo.
Pero se había equivocado. Otra vez.
Todas las mujeres con las que había estado, al final, eran exactamente iguales, tal y como le había dicho Naruto.
Inspiró hondo, tratando de calmarse lo suficiente como para que le dejaran ir. Los soldados no tardaron en hacerlo, y él solo se limitó a lanzarle una mirada de odio a Korin antes de pasar por su lado para seguir su camino hacia la cocina.
—No vaya tras él —la oyó decir. Su voz estaba algo distorsionada por el dolor, pero seguía sonando firme.
Sasuke se detuvo y apretó los dientes.
—Cierra la boca antes de que te mate.
—Morirá en la ventisca.
—No me quedaré de brazos cruzados.
—¡Él no merece la pena! —acabó diciendo Korin en un tono alto y brusco, encarando a su príncipe con una mirada decidida—. ¿De verdad va a arriesgar su vida por ese chico? ¿Por un príncipe mimado que solo quería jugar en nuestro lugar sagrado? ¡No pensé que acabaría así, alteza!, ¡atontado por ese niño solo por ser un creador! —Se irguió en toda su altura y con la cabeza alta—. No consentiré que pierda la vida por algo así, ¡usted merece más que eso!
Escuchar esas palabras paralizó a Sasuke. Eran extrañamente parecidas a lo que le había dicho Naruto, a la forma en la que lo veían sus examantes. Lo tomaban por un niño mimado, como había hecho él al conocerlo, que sabía poco de la vida y actuaba según sus caprichos, sin preocuparle en absoluto el resto del mundo; lo veían como alguien que no merecía estar con él, que no tenía cabida en su vida…
Que no tenía ningún valor.
En ese instante, en su cabeza se mezclaron varios momentos: la forma en la que había visto a Naruto al principio y cómo respondía él antes su equivocado punto de vista, la aparición de Sakura y su desprecio por el Reino del Fuego, el duelo con Gaara y sus duras palabras acerca de lo poco que le importaba Naruto, las envenenadas palabras que le había dirigido Karin a su esposo y cómo Orochimaru lo había tratado, como a una vulgar yegua a la que podía comprar y usar a su antojo. Y, a todo eso, se unió la última conversación que tuvo con su rubio; volvió a ver la angustia en sus ojos y sentir su dolor en sus palabras, su miedo a creer que tal vez los demás tenían razón, que él no debería estar a su lado.
Sintió que se ahogaba.
Pensar en que Naruto había tenido que pasar por ese sufrimiento una y otra vez, cada vez que se presentaba una de sus amantes, y saber que las últimas palabras que habían intercambiado habían sido esas… era demasiado. Una vez más, el miedo a perder a su esposo lo azotó y su cabeza reaccionó con una fuerte negación, a pesar de saber que sus probabilidades de encontrarlo y salir sanos y salvos de la ventisca eran mínimas.
Todo ese cúmulo de emociones y miedos, sumado al convencimiento de que si Korin no hubiera intervenido habría podido ayudarlo, terminaron por consumirlo. Sin pensar demasiado en lo que hacía, dio media vuelta y le gritó:
—¡Izumi está enferma! ¡Tiene la Fiebre de las Rocosas! —Tanto los soldados como la propia Korin palidecieron, pero él no le prestó la más mínima atención—. ¡Gracias a Naruto habíamos dado con una cura! ¡Fue a la Montaña Sagrada porque quería ayudarla, no para jugar como el niño mimado que jamás ha sido! ¡Tú no lo conoces! ¡No tienes ni puta idea de por todo lo que ha pasado, porque si la tuvieras sabrías que vale mil veces más que yo y que cualquiera que hayas conocido! —Hizo una pausa para coger aire, porque aún no había terminado, aún no había dejado salir toda su ira—. Él me ha dado más de lo que tú o cualquier otra mujer me ha ofrecido, me ha dado más de lo que yo podría darle y, por eso, no te consiento que digas que no me merece —dijo con un gruñido, fulminando a la mujer con los ojos—. Te juro que como vuelvas a insinuar que Naruto no está a mi altura te mataré… Y si le ha pasado algo ahí fuera, puedo prometerte que te haré la responsable de ello —y dicho esto, volvió a dar media vuelta y, esta vez sí, pudo llegar hasta la cocina sin percances, donde cogió una bolsa y la comida que creyó que mejor aguantaría las bajas temperaturas.
Una vez estuvo preparado, fue hacia las cuadras, esperando poder salir por allí sin ser visto… Por desgracia, su primo Sai pasaba por esa zona y lo vio.
—¡Sasuke! ¿Cómo te encuentras? —le preguntó, un tanto inquieto—. Ya me han dicho que Korin te golpeó y… siento mucho lo de Naruto. No podías hacer nada por él.
Sasuke apretó los dientes y lo pasó de largo.
Naruto no estaba muerto. No tenía que actuar como si ya no estuviera.
—Sasuke, ¿a dónde vas?
—No te incumbe —respondió, mordaz, sin aminorar el paso.
Sin embargo, Sai tardó poco en atar los cabos y palideció antes de correr tras él para alcanzarlo.
—¿Estás loco? ¡No puedes salir ahí fuera!
—Nadie te ha pedido que me acompañes —replicó.
De repente, Sai se interpuso en su camino, lo cual hizo que le lanzara una mirada asesina.
—Quítate de en medio —ordenó.
—Sasuke, no estás siendo razonable. No sobrevivirás a la ventisca.
—¡Naruto tampoco! —exclamó, frustrado porque parecía ser el único al que le preocupaba Naruto—. ¡No pienso quedarme de brazos cruzados cuando él podría…!
—¡Está muerto, Sasuke!
Al escuchar esa palabra, Sasuke rugió y agarró a Sai por el cuello de la camisa para empujarlo contra la pared.
—¡No vuelvas a decir eso!
—¡Es la verdad! —le dijo Sai, mirándolo con tristeza—. Odio ser yo quien te lo diga y de esta manera, pero tienes que entenderlo. Nadie ha sobrevivido a una ventisca estando a la intemperie, ¡y lo sabes! Salir ahí fuera no te devolverá a Naruto.
En un ataque de dolor y rabia, Sasuke lo apartó con brusquedad a un lado y siguió su camino, o lo habría hecho si no fuera porque Sai, poco dispuesto a permitir que su primo muriera en vano se lanzó contra su espalda y lo tiró al suelo, tratando de inmovilizarlo. Sin embargo, el príncipe Uchiha, que tenía los nervios a flor de piel y nada que perder, le dio un codazo en las costillas y después usó toda la fuerza de su cuerpo para sacudirse a su pariente de encima. Aun así, Sai no se dio por vencido y le dio un golpe a sus muñecas con el brazo para que cayera al duro suelo de piedra y no pudiera levantarse. Segundos más tarde, logró incorporarse para sentarse sobre la parte baja de su espalda y agarrar sus hombros.
—¡Entra en razón, Sasuke! ¡Ya no puedes hacer nada!
Él gruñó y levantó la parte superior de su cuerpo con un movimiento brusco para hacerle perder el equilibrio, de tal forma que, cuando Sai acabó inclinado hacia atrás, él pudo agarrarlo del cuello con los pies y tirarlo hacia atrás el tiempo justo para librarse de su primo y poder salir de debajo de su cuerpo. Sin pérdida de tiempo, se puso en pie de un salto y se dispuso a correr hacia las cuadras… Pero solo alcanzó a dar cuatro pasos.
Itachi también estaba allí, impidiendo su paso con una expresión de absoluta tristeza.
Su corazón amenazó con romperse.
—Itachi… Por favor…
Él negó con la cabeza al mismo tiempo que se acercaba a él.
—Lo siento mucho, hermano, pero sabes que no puedo hacerlo.
Los hombros de Sasuke se hundieron, sabiendo que no podría enfrentarse a Itachi. Nunca había podido vencerle en combate y, aunque habían pasado tres años desde su último enfrentamiento, no quería herirlo, no cuando la muerte acechaba a su esposa y a su hijo, ya tenía demasiado con eso.
—Por favor… Naruto… Él…
—Ya lo sé —dijo su hermano, que para ese momento había llegado hasta él y lo había abrazado con fuerza. Sasuke le devolvió el gesto, necesitando desesperadamente ese consuelo—. Lo siento mucho, Sasuke. Lo siento de verdad.
Él se aferró a Itachi, tratando por todos los medios de evitar que el dolor lo engullera. Por eso necesitaba buscar a Naruto, si no lo hacía, sabía que acabaría encogido en su habitación, atormentado por la idea de que acabaría muerto en esa montaña y que él no habría podido hacer absolutamente nada, que lo único que podría hacer sería esperar a que la ventisca pasara para buscar después sus restos… Que la última conversación que tuvieron estuvo llena de angustia, que él defendió a la persona que había impedido que fuera a su lado cuando más le había necesitado… Que no volvería a verlo por las mañanas acurrucado a su lado, que no volvería a escuchar cómo se burlaba de él o cómo se reía, que no volvería a sorprenderlo con su sabiduría o con sus misteriosas habilidades, que no volvería a sentir sus brazos alrededor de su cuerpo, sus manos jugando con su cabello, sus labios besándolo con ternura. No volvería a ver ese lindo sonrojo que cubría sus mejillas después de hacer el amor, o esa mirada cariñosa y llena de afecto que le dedicaba cada vez más a menudo, diciéndole sin palabras lo mucho que le quería.
No podía soportarlo. Necesitaba hacer algo, no podría vivir sabiendo que se había quedado de brazos cruzados, necesitaba salir ahí fuera e intentarlo, a pesar de que muriera.
—Por favor, Itachi, déjame salir a buscarlo. Por favor, por favor…
—Hijo.
Sasuke se sobresaltó un poco al escuchar la voz de su padre a sus espaldas. Se apartó de Itachi y se giró, encontrándolo junto a Sai, ayudándolo a levantarse, a pesar de que era a él a quien estaba mirando con la misma triste expresión que Itachi.
Fue hacia él, sabiendo que era su última esperanza. Nadie lo detendría si le dejaba ir.
—Padre… Naruto me necesita. Por favor…
En los ojos de Fugaku apareció un atisbo de dolor. Sasuke intuyó la respuesta tras esa mirada, pero no podía aceptarla, simplemente no era capaz de quedarse allí y dejar que Naruto muriera de frío y… solo.
—Por favor. Por favor, juro que no te pediré nada más en la vida, pero déjame ir, por favor…
El rey puso sus manos sobre los hombros de Sasuke y lo miró a los ojos.
—Hijo… Dime una cosa. Si sales ahí fuera… ¿puedes garantizarme que podrás ayudar a Naruto? ¿Puedes decirme que no te congelarás a la hora de estar ahí fuera? ¿Puedes prometerme que podrás ver a través de la nieve y hallar el camino a la Montaña Sagrada?, ¿que podrás encontrar a Naruto en ese gran terreno escarpado? ¿Puedes decirme que lo encontrarás con vida y que podréis volver juntos?
Sasuke sintió que su corazón se rompía. Agachó la cabeza, sabiendo que él no tenía ninguna habilidad que le ayudara a resistir el frío o a poder ver algo más allá de la nieve.
—No —respondió con la voz rota.
Fugaku le acarició la cabeza, intentando consolarlo.
—Naruto te necesita, es verdad… pero no muerto. —Hizo una pequeña pausa—. Dime, si tú estuvieras en su lugar, ¿querrías que él fuera a buscarte?
Él cerró los ojos con fuerza y empezó a temblar.
No, claro que no querría. Porque perder a Naruto era mil veces peor que morir helado.
Pero, por desgracia, no era él quien estaba en la montaña al borde de la muerte.
Su padre, que había intuido la respuesta, cogió su rostro entre sus manos con cuidado y lo alzó para que lo mirara a la cara. Ver su rostro compungido por el dolor y la angustia lo partió en dos, era como verse a sí mismo cuando murió su esposa.
—Él no desearía que murieras por él, hijo.
Ya lo sabía. Sabía que Naruto preferiría que se quedara allí, a salvo… pero…
—No puedo quedarme sin hacer nada, padre.
Fugaku negó con la cabeza.
—No se trata de hacer nada. Se trata de lo que realmente puedes hacer por él, y lo único que puedes hacer es esperar a que la ventisca pase… para buscarlo entonces.
Sasuke volvió a agachar la cabeza.
Lo había sabido desde el principio. Su cabeza le decía que era imposible que él llegara a la Montaña Sagrada, probablemente habría muerto antes congelado… del mismo modo que le decía que Naruto no tenía ninguna posibilidad allí fuera, solo. Pero su corazón… Su corazón no quería aceptarlo. No podía. Ambos habían estado luchando el uno contra el otro ferozmente, aunque Sasuke le había dado preferencia al corazón, aferrándose a la nimia esperanza de que Naruto podría sobrevivir si iba a ayudarlo.
Pero ahora… Ahora no tenía nada.
Su padre le había hecho ver lo inútil que sería y… Naruto lo mataría si supiera que iba a arriesgar su vida tontamente por él. No se lo habría perdonado nunca.
Sin embargo, eso solo quería decir una cosa: que su rubio no volvería. Moriría en la Montaña Sagrada de frío en el caso de que la ventisca durara unas horas a menos que hubiera encontrado un buen refugio y tuviera poder suficiente para calentarse… pero, en el peor de los casos, la tormenta duraría unos cuantos días, puede que hasta una semana o más, no sería de extrañar puesto que estaban en otoño… y Naruto no podría alimentarse por su cuenta. Moriría de hambre.
Una tenebrosa imagen de su cuerpo inerte, pálido como la muerte y helado como las aguas de su tierra se superpuso a los cálidos recuerdos que tenía de él, donde le sonreía, le abrazaba y lo besaba. Eso provocó que un vacío inmenso se instalara en su interior, haciendo su alma añicos.
Abrumado por el dolor de la pérdida, se apartó de su padre y se fue corriendo a alguna parte, como si así pudiera huir de la agonía que lo asolaba. Quería gritar, quería dejarse caer al suelo, encogerse sobre sí mismo y aullar su angustia, liberar de algún modo el profundo abismo de soledad y sufrimiento que lo estaba desgarrando por dentro, pedazo a pedazo. Jamás había sentido algo así, ni siquiera cuando había fallecido su madre.
El no poder hacer nada no hacía más que empeorarlo todo. Sí, sabía que no serviría de nada salir a la ventisca; sí, sabía que moriría en ella, pero… ¿De verdad solo podía esperar? ¿Lo único que podía hacer era ir a buscar su cuerpo cuando la tormenta pasara? ¿Eso era todo?
“Trabaja como si todo dependiera de ti, reza como si todo dependiera de Kurama”.
Se detuvo en seco al recordar las palabras que le había dicho Naruto una vez.
Con el corazón acelerado, dio media vuelta y corrió tanto como le permitieron las piernas hacia la escalera de caracol que conducía a un túnel subterráneo. Casi no se utilizaba ya que la mayoría de la gente podía llegar a su destino por el patio, pero si no podía salir por la ventisca, entonces iría por allí. Cogió una antorcha antes de llegar a la pesada puerta que conducía al túnel y, después, entró. Una gélida corriente de aire lo recibió, pero lo esperaba y no se amedrentó; siguió su camino por el oscuro pasadizo sin detenerse, acelerando el paso cuando el viento no se lo impedía.
Tardó más de lo que creía pero, al final, llegó a una portezuela que abrió con un poco de dificultad, hacía algún tiempo que no la usaban. Al salir, se encontró con una estancia redonda bastante oscura, aunque la luz que se colaba por la parte de arriba, más allá de la escalera de piedra de caracol, le daba una iluminación muy tenue.
Se encontraba en la Torre Blanca, el altar de Taka de la familia real.
Por un instante, lo invadió una extraña sensación que hacía mucho que no sentía, la de haber vuelto a un lugar consagrado a su deidad después de tanto tiempo… Era extraño. Sin embargo, no podía demorarse en descifrar los sentimientos que le producía regresar a aquel lugar donde había pasado tantas noches en vela rezando por su madre, un lugar que asociaba al dolor y a la muerte.
Y, aun así, iba a volver a hacerlo.
Decidido, se apresuró en subir los cientos de escalones que había, teniendo cuidado con las arremetidas del viento que descendían desde los pequeños ventanales que sus antepasados dejaron abiertos para que Taka pudiera entrar y salir a su antojo para escuchar las plegarias de la familia real. Siguió su trayecto sin dudar, a pesar del cansancio y del frío que hacía allí, aunque era soportable gracias a las pieles de oso que llevaba encima.
Al final, logró llegar hasta el altar, una estancia redonda que ocupaba toda la torre, y que a los dos metros de altura estaba decorada por estatuas de los Guardianes de su tierra portando armaduras y sus armas en una postura reposada pero imponente. Los ventanales se hallaban justo encima, en forma de arcos acabados en punto y sobre los cuales, el techo estaba decorado con figuras de piedra que simulaban ser halcones que volaban hacia el centro, donde había un copo de nieve que simbolizaba la Montaña Sagrada. Al fondo de la estancia, en cambio, se erigía una especie de capilla pequeña, con cuatro delgadas columnas que sujetaban una cúpula bajo la cual otra estatua de halcón yacía sobre un cayado con las alas plegadas y mirando al frente.
Sasuke se acercó, esta vez más lentamente, apenas reparando en las ofrendas que habían dejado las personas que moraban en el castillo, probablemente para pedir que la ventisca no fuera dura y nadie saliera herido.
—Mi señor… —murmuró cuando estuvo ante la estatua. Tragó saliva y desplegó la manta que había cogido en un principio para Naruto, pero que ahora usaría para proteger sus piernas del frío del liso suelo de piedra blanca. Después, se arrodilló humildemente sobre esta y apoyó las manos sobre la superficie para hacer una reverencia tan profunda que su frente casi rozaba la manta—. Sé que hace mucho que no vengo aquí. En realidad, sé que hace muchos, muchos años que no le dedico una plegaria. —Clavó los dedos en la manta, temblando—. Mi madre… murió cuando era un niño y… no podía entender por qué se la llevó, por qué no… no hizo nada para salvarla. —Cerró los ojos con fuerza, sintiéndose culpable por el rencor que había guardado dentro de sí contra Taka, contra su padre, por algo que había estado fuera de su control—. El dolor de su pérdida me cegó y lancé mi rabia contra mi padre, que solo trató de protegerme… y contra usted. No podía comprender por qué un ser tan poderoso como usted había dejado morir a mi madre. —Inspiró hondo y trató de relajarse, aunque la voz se le rompió un poco a causa de la emoción—. Pero ahora lo entiendo. Ahora veo… que mi visión de los dioses estaba equivocada y que… tan solo nos estaba dejando vivir a nuestra manera —dicho esto, alzó la mirada hacia la estatua, tragando saliva—. Gracias por darnos esa libertad. De verdad. —Hizo una pausa para hacer otra reverencia y, esta vez, mantuvo la cabeza agachada—. Pero solo he podido comprender esa voluntad gracias a mi esposo, a Naruto. Él… está atrapado en su hogar sagrado. Hice lo que pude, mi señor, intenté ir por él, pero no me dejaron y… no sé qué más puedo hacer. No me da miedo morir, pero si salgo, no podré ayudarle tampoco… así que… por favor, hágalo usted, se lo suplico. Juro que no volveré a dudar de sus decisiones, que renunciaré al mar y a esas aventuras por las que dejé mi país cuando era joven, que me desposaré con Naruto y cumpliré con mi deber dándole un heredero, que gobernaré sabiamente y que protegeré mi reino pase lo que pase, que no volveré a rehuir mis responsabilidades ni deshonraré mi familia… A cambio, por favor, por favor, ayúdele. Devuélvamelo sano y salvo, se lo suplico… Por favor… —rogó con la voz rota, incapaz de contener más su dolor, dejando caer la frente en el suelo, rindiéndose a sus emociones que salieron en forma de lágrimas incontenibles.
Sasuke siguió suplicando a Taka que ayudara a Naruto, prometiendo que pagaría el precio que fuera necesario con tal de que regresara con vida, esperando algún tipo de señal de que su dios le había escuchado… sin darse de que, en uno de los ventanales, un halcón blanco moteado, que parecía ser inmune al viento infernal y a las gélidas temperaturas, lo había estado escuchando desde el principio.
Tras hinchar el pecho, como si sintiera orgullo, dio media vuelta en silencio y desplegó las alas para alzar el vuelo en dirección a la Montaña Sagrada.


—¡Huaaah! —Naruto cogió aire precipitadamente cuando volvió en sí.
Pese a la desorientación y confusión que sentía, notó varias cosas a la vez: lo primero, que su cuerpo estaba totalmente helado, temblaba violentamente y sentía los músculos tan rígidos que no estaba seguro de si podría moverlos; lo segundo, un fuerte viento lo azotaba sin piedad y aullaba agónicamente en sus oídos, provocando que gimiera muy bajito, ya que tenía la boca demasiado seca para lanzar sonidos más fuertes que la aspiración que había hecho antes, y lo tercero, la nieve. Había nieve cayendo por todas partes y juraría que cambiaba de dirección cada dos por tres, de hecho, tenía una capa encima, cubriéndolo.
Con los dientes castañeando, hizo amago de coger algo, pero, entonces, un dolor atroz lo recorrió de arriba abajo. Cerró los ojos con fuerza y apretó la mandíbula, abrumado por el calambrazo que atormentaba su pierna. Intentó moverla, pero la agonía fue tal que soltó un alarido a pesar del estado de su garganta; supo al instante que estaba rota y que no podría ponerse en pie ni aunque intentara soportar el dolor, su pierna era incapaz de soportar ningún peso en ese momento. Tras aceptar que no podría hacer nada con ella, analizó el resto de su cuerpo; se sentía muy dolorido, pero no podía decir con exactitud los daños que tenía ya que, sobre todo, tenía mucho frío y apenas podía notar algo más aparte de sus músculos rígidos.
Tras ese análisis rápido, decidió que, de algún modo, tenía que encontrar refugio o algo donde poder cubrirse un poco de la tormenta… Pero no veía nada, había tanta nieve que ni siquiera con sus agudos ojos podía ver nada, aunque el sentido más fino que tenía eran los oídos, y estaban inutilizados de todas formas por el ulular del viento. Se preguntó hacia dónde ir o qué hacer… ¡Sus poderes! Cerró los ojos y se concentró un poco, aunque la decepción lo inundó al darse cuenta de que estaba bastante debilitado; primero le había dado parte de su energía a Izumi para proteger a su bebé y, después… después…
Ya lo recordaba.
Sakura Haruno había estado en la montaña, le había empujado cuando acababa de conseguir las Raíces de Piedra… ¡Por los dioses, las raíces!
Pese a su cuerpo rígido y congelado, logró moverse poco a poco, con suma dificultad, para acabar tumbado sobre un lado, aunque eso le costó otro bramido por mover su pierna rota, que se resintió en el último movimiento, al aterrizar sobre un lado de su cuerpo. Resopló por el dolor, pero se obligó a mover un brazo para buscar las raíces. ¿Dónde las había metido?, habría jurado que las había guardado justo antes de ser empujado para que no se le perdieran… ¡Ah! ¡Las tenía! ¡Sí! Las había metido en su saquito de hierbas medicinales, que llevaba siempre atado al cinto.
Suspiró aliviado, dejando caer la cabeza sobre la nieve, rememorando lo que había ocurrido después de la caída. Sí, no había podido evitarlo, pero usó sus poderes para transformar sus manos en garras y aferrarse así a las piedras; no había podido engancharse a ninguna, estaban recubiertas de hielo y nieve y resbalaban, pero al menos había logrado reducir su velocidad lo suficiente como para evitar que el golpe fuera aún peor.
Al menos, seguía con vida.
Por ahora.
No creía tener poder suficiente como para crear una llama que iluminara el lugar, pero sí para calentar su cuerpo durante un tiempo… Sin embargo, debería reservar esa energía para el camino hacia el refugio. Si tuviera otra fuente de energía… El sol no era una opción y dudaba mucho que pudiera encontrar un fuego por ahí cerca que le pudiera servir…
Un segundo. Sí que tenía una.
Desesperado, volvió a rebuscar entre sus ropas hasta que sus dedos reconocieron por el tacto la daga que había ofrecido a Taka como ofrenda… y que él le había devuelto.
Estaba bastante seguro de que era el momento de usarla.
Cerró los ojos y se concentró en el filo del objeto, invocando el poder que le había imbuido Kurama al hacerla. La hoja empezó a brillar con una intensa luz dorada que, poco después, lanzó una ola de calor que fundió la nieve que caía a su alrededor e iluminó el espacio; así, pudo ver que, efectivamente, había caído alrededor de unos veinte metros de profundidad, aunque, por suerte, no se hallaba al fondo del precipicio, sino que había caído sobre un saliente bastante ancho. Siguió mirando a su alrededor, con la esperanza de encontrar un lugar en el que guarecerse, a pesar de que, al estar en un saliente, no tenía demasiadas esperanzas de encontrar nada.
Pero, gracias a los dioses, estaba equivocado. A su derecha, a un metro de distancia, había un agujero que seguramente era el hogar de algún ave, tal vez de un halcón.
Cogió el mango de la daga con los dientes y usó sus poderes para calentar su cuerpo, lo cual permitió que sus músculos dejaran de estar rígidos por el frío, pero también que fuera más consciente de las heridas que se había hecho durante la caída. Sus guantes se habían roto por sacar las garras, de forma que tenía las puntas de los dedos ensangrentadas y muy doloridas; sus brazos y la pierna que no estaba rota también habían salido bastante malparados, estaba casi seguro de que tenía varias fracturas y le dolían mucho los bíceps y uno de los hombros al moverlo, seguramente había estado a punto de dislocarse por la fuerza del golpe; el resto de su cuerpo, no tenía ninguna duda, estaría lleno de moratones, le dolía prácticamente todo. A pesar de todos los daños, creía que podía aguantar el dolor lo suficiente como para arrastrarse hasta la pequeña madriguera.
Una vez estuvo preparado, empezó la marcha. Estiró los brazos con un gruñido, ya que sus músculos se resintieron por la acción, especialmente cuando trató de tirar del resto de su cuerpo, usando también su pierna buena, aunque el movimiento también provocó que la pierna rota le ardiera, haciendo que gimiera muy fuerte, deteniéndose y respirando agitadamente a causa de la intensa agonía que lo sacudió.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de sobreponerse al dolor y, sin dejar de gruñir y resoplar, volvió a arrastrarse, dejando un escapar un quejido por la nueva oleada de agonía que lo inundó. Aun así, esta vez se negó a rendirse y cerró las manos en puños, siguiendo la marcha con suma lentitud, pero, en esta ocasión, sin detenerse, sabiendo que un descanso para librarse del dolor podía ser adictivo y dejarlo en el sitio. Entonces, sí que moriría, a pesar de la ventaja que le otorgaba la daga, forjada por el mismísimo Fye, el más poderoso de los hombres zorro (a pesar de que Kurogane ostentaba el cargo de líder, ya que el zorro blanco no parecía estar muy interesado en dar órdenes) y cuyo poder había sido insuflado por el fuego sagrado de Kurama. Era similar a su espada Rasengan o a la Chidori de Sasuke, solo que esta era una simple herramienta; carecía de voluntad pero, a cambio, contenía poder… para el que supiera usarlo. Un buen obsequio para Taka.
Se decía que las ofrendas que los creadores entregaban a los dioses de otras tierras, aparte de ser una muestra de respeto y una especie de petición para adentrarse en sus dominios, habían sido usadas por los inmortales para ayudar a los héroes de sus países a lograr alguna hazaña.
Como en ese momento.
Sin embargo, Naruto era consciente de que sobrevivir dependía enteramente de él. La daga podía ayudarlo, sí, pero no le haría todo el trabajo. O ponía de su parte, o moriría.
Con ese pensamiento, por fin alcanzó la entrada a la pequeña abertura. Era estrecha, pero tal y como estaba, tumbado, podía entrar si seguía arrastrándose. Así que eso hizo, sin darse ninguna pausa, apretando los dientes para soportar cada calambrazo de dolor que le propinaba la pierna rota, el resentimiento de sus extremidades o los pulsos de agonía de los moratones del cuerpo, continuó moviéndose metro a metro por el estrecho túnel, que a veces bajaba o subía ligeramente, aunque el mero hecho de tener que hacer cualquiera de las dos cosas le costaba la vida y fuertes embestidas de dolor que le hacían aullar.
No podía detenerse en cualquier parte, el túnel podía protegerlo casi completamente del frío, pero no tenía espacio para encender un fuego ni tampoco para acomodarse, aunque fuera un poco. De modo que siguió adelante, rezando fervientemente por encontrar un espacio más grande; no necesitaba algo excesivo, solo… solo lo suficiente para el fuego y poder descansar.
Por suerte, Taka parecía estar de su parte, ya que, al cabo de lo que a él le pareció una eternidad entre gemidos y alaridos de agonía, al fin encontró un espacio tan grande que dos personas adultas cabían de pie en él.
Le sobraba. También se fijó en que había varios túneles más, pero no le dio demasiada importancia y se arrastró desesperado hasta un rincón donde había agujeros, en el cual se hizo un ovillo bajo la piel de oso que llevaba encima, tratando de conservar el máximo calor posible. Aun así, seguía sin poder detenerse, necesitaba pensar qué hacer. Lo primero, el fuego; con el brazo que menos le dolía, escarbó un poco en la nieve que tenía alrededor, encontrando varias ramas que colocó en un agujero que hizo justo enfrente de él, de forma que, cuando usó la daga para crear fuego, las paredes de nieve conservaran (aunque solo fuera hasta que se derritiera) el calor en un lugar ligeramente cerrado. Así, tenía luz y calor a partes iguales, por lo que dejó de usar sus poderes y se guardó la daga dentro de la capa de oso, invocando su poder para que fuera esta la que le diera calor.
Ahora, tenía que meditar muy bien qué hacer. El frío ya no era su mayor problema, no es que estuviera resuelto del todo, ya que si se quedaba dormido no podía controlar la daga, pero esperaba que entre el fuego que había hecho y la piel de oso fuera suficiente para poder seguir. Lo siguiente, eran sus heridas: su cuerpo estaba destrozado y el camino hasta el refugio solo había logrado empeorar su malestar y agravar su cansancio. Era cierto que él cicatrizaba rápido por ser un creador… pero no a tanta velocidad. Los moratones podían desaparecer en un día o dos como muchos, sin embargo, las fracturas que creía que se había hecho tardarían alrededor de cinco días o una semana… por no hablar de la pierna rota. Ese proceso sería mucho más lento.
Aunque… tenía otra opción. Algo que Fye le hizo prometer que no usaría a menos que fuera cuestión de vida o muerte.
Pues… no veía mejor ocasión que esta, a pesar de que tampoco era lo mejor.
Rebuscó en el saquito medicinal que llevaba al cinto y sacó un pequeño frasco que contenía un líquido rojo oscuro.
Era sangre del propio Kurama.
Naruto la observó con inquietud, calculando todas las opciones. La sangre de su dios curaría todas sus heridas en cuestión de horas, incluida la pierna rota… Pero el dolor sería insoportable. Su cuerpo no estaba preparado para tal grado de sanación y, aunque sabía que los efectos serían beneficiosos a largo plazo… deseará morir las próximas horas. Además, pese a que estaría curado, probablemente no podría andar los primeros días. Aunque, de todos modos, si decidía curarse de forma natural, tampoco podría caminar en semanas. Y él necesitaba poder moverse, tal vez así, podría explorar los otros túneles y encontrar comida; no es que tuviera grandes esperanzas, pero tal vez podía alimentarse de raíces hasta que la ventisca pasara.
Inspiró hondo, decidiendo que la sangre de Kurama era su única opción. Le quitó el tapón despacio, mentalizándose para lo que venía a continuación…
Entonces, un ruido lo alertó. Alzó la vista y, al otro lado de la estancia, en un túnel, vio un conejo. Era blanco y estaba distraído limpiándose la cara con las patitas delanteras, seguramente su madriguera se encontraba cerca de allí.
Naruto tragó saliva.
Comida.
Bien racionado, un conejo podía durarle dos o tres días. No tenía ni idea de cuánto duraría la ventisca, podían ser horas o días, solo esperaba que no fueran semanas, no sabía cómo lo haría para no morir de hambre durante tanto tiempo a menos que en esa madriguera hubiera más conejos.
Podría atraparlo fácilmente. A esa distancia, no le sería difícil lanzar su cuchillo (no pensaba desprenderse de la daga, no podía arriesgarse a perderla) y matarlo de un solo golpe. Hasta podía aprovechar la piel para improvisar unos guantes nuevos…
Espera. ¿En qué estaba pensando? No podía matar un ser vivo, perdería todos los dones que le había dado Kurama, dejaría de ser un creador.
Cerró los ojos con fuerza y ocultó la cabeza bajo la piel de oso. Sí, estaba desesperado por sobrevivir, y asustado, muy asustado. Tenía miedo de la sangre de Kurama y hasta qué punto debía sufrir con tal de curarse, tenía miedo de su pierna rota y de no poder moverse durante unos días, tenía miedo de no poder comer y de debilitarse por el hambre, tenía miedo de morir y de no volver a su reino, tenía miedo de no regresar con su familia y amigos… y, sobre todo, tenía miedo de no volver a ver a Sasuke.
Sabía que había sido tonto dejarse llevar por sus celos cuando había visto a Korin, hacía algún tiempo que estaba algo resentido con sus amantes por la forma en la que le habían tratado y en cómo le hacían sentir cada vez que estaban cerca. Sobre todo, le hacía sentir miedo. Miedo a que los sentimientos que había desarrollado por Sasuke y que habían crecido, con tal fuerza que temía que sería rechazado si él descubría algún día hasta qué punto…
Pero ya no importaba. ¿Verdad? Aunque sobreviviera al frío y a sus heridas, de nada le serviría si no encontraba alguna forma de conseguir alimento, y entre que él no podía matar a ninguna criatura y que no estaba del todo convencido de que pudiera hallar alguna planta que pudiera nutrirlo… Dioses…
“Lo siento. Lo siento mucho, Sasuke”, pensó, con los ojos anegados de lágrimas. Si no hubiera estado molesto y dolido por sus celos, no se habría separado de él ni habría bajado la guardia con Sakura, estaba seguro de que ella no se habría atrevido a hacerle daño estando Sasuke cerca.
Ahora podía morir… No volvería a lanzarle una de sus pullas… Ni a dedicarle esa sonrisa tan arrogante que tanto le divertía… Ni a estar entre sus brazos… Ni a sentir sus labios en su pelo por las mañanas… Ni a ver esa mirada tan tierna que reservaba solo para él…
Y todo por una cobardía.
Inspiró hondo y miró el frasco de sangre, tomando una decisión. Él no era de los que se rendían; había pasado por demasiadas cosas como para dejar que el miedo lo paralizara ahora. La muerte de sus padres, los imbéciles nobles machistas, el Consejo, Gaara, Orochimaru, Mizuki… Y había logrado salir adelante.
No podía morir, no ahora. Seguro que Sasuke estaba muerto de preocupación por él y que iría a buscarlo, solo rezaba porque no saliera con la ventisca, odiaría que le pasara algo por su culpa. Por eso, él debía sobrevivir, de una forma u otra. Aunque acabara desnutrido, se mantendría con vida, escarbaría en toda la nieve que tuviera alrededor si era necesario para encontrar algo de comer y recorrería todos los túneles si hacía falta.
No podía hacerle eso, no podía hacerle daño de esa manera.
Quitó el tapón del frasco y respiró agitadamente. No podía negar que estaba algo preocupado por los efectos de la sangre, pero no tenía otra opción. Lo cogió entre sus manos y rezó:
—Kurama, dame fuerzas para sobrevivir a esta tormenta —dicho esto, buscó con sus dedos el colgante que le había regalado Sasuke y lo sacó de entre sus ropas para observarlo con el corazón en un puño. Era una de las cosas más bonitas que su prometido le había regalado—. Taka… Déjame vivir… Deja que le diga a Sasuke que le quiero —y dicho esto, se tomó la sangre de un trago.
El efecto no fue inmediato, o no del todo. Es cierto que sintió que su temperatura empezaba a aumentar, poco a poco, pero sin detenerse, hasta que llegó un punto en el que pudo jurar que su sangre hervía, literalmente, y que su corazón no hacía más que bombear lava, ardiente y fogosa lava que le hizo encogerse bajo la piel de oso entre gemidos. Luego, fue extrañamente consciente de cómo su cuerpo empezaba a regenerarse: sintió los moratones entumeciéndose, desapareciendo bajo la capa de fuego que burbujeaba bajo su piel; notó las fracturas cerrándose en estallidos de dolor que le hicieron jadear, pero lo peor, fue la pierna rota, porque sintió su hueso moviéndose, colocándose en su sitio, mientras que los trozos que se habían desperdigado también regresaban, uniéndose en desagradables calambrazos al hueso principal… Sin embargo, lo que hizo aullar a Naruto, lo que le hizo enloquecer de dolor, fue el instante en el que los extremos rotos encajaron en una colisión de agonía insoportable, provocando que el creador soltara un alarido y se llevara las manos al pelo, aunque hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no apartar la daga de su cuerpo, que ya no le proporcionaba calor debido a que había perdido toda concentración, sin embargo, se negaba a separarse de ella, era su única fuente de calor.
Permaneció un buen rato ahí encogido, gritando, encogido, deseando fervorosamente que el dolor cesara, que todo acabara de una maldita vez. Sin embargo, la sangre de Kurama seguía corriendo por sus venas, reparando cada daño que encontraba en su camino sin darle la más mínima tregua, arrasándolo con una violencia voraz, pero efectiva.
Llegó un momento en el que Naruto no pudo soportarlo más, el dolor y el calor acabaron por quemarlo y agotarlo hasta tal punto que se desmayó, dejando que la oscuridad acallara cualquier emoción.
Y desde un túnel superior, el halcón blanco moteado lo observaba con sumo interés.

6 comentarios:

  1. Ya quiero leer que sigue, mueroooo

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    1. ¡Gracias! ^^ Me alegra que te guste. Subí tantos capítulos de golpe porque ya los tenía escritos, el próximo lo tendré pronto ;)

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  2. Gracias por tan hermosa historia, sigue igual de maravillosa, espero con ansias leer la continuación de esta grandiosa historia ❤

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    1. ¡Gracias a ti por leer! :D
      Pronto tendré el nuevo capítulo ;)

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  3. Excelente historia genial espero con ancias los siguientes capitulos 😆

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